Mijaíl Bakunin: Bakunin contra Dios y contra el Estado. Una lucha incesante (Prólogo)

Prólogo: Bakunin contra Dios y contra el Estado. Una lucha incesante, por Jordi Maíz

Bakunin contra Dios y contra el Estado. Una lucha incesante

La forja del yunque

«Bakunin fue el pensador político más importante del siglo XX...», escribía el norteamericano Walter Mosley en su novela Walking the line1, a lo que añadía «... y ni tan siquiera vivía por aquel entonces». Efectivamente, el autor de Dios y el Estado nació en 1814, en la provincia rusa de Tver, en el seno de una familia aristocrática. Su padre había estudiado en la Universidad de Padua y –durante un tiempo– trabajó al servicio de la embajada del zar Alejandro I. Allí flirteó con las ideas revolucionarias del momento, leyó –entre otros– a Rousseau y a Voltaire, y recibió fuertes influjos políticos en un momento tan convulso.

Al volver a Rusia, la familia de Bakunin se dedicó a la administración de sus propiedades y a la educación de sus numerosos hijos; Mijaíl Bakunin, en esta situación, recibió una educación llena de tintes románticos e idealistas.

Con apenas catorce años, ingresó en una academia de artillería en la bulliciosa Petrogrado. Su instrucción militar y comportamiento no eran del todo los esperados; dedicaba buena parte de su tiempo a leer literatura y filosofía y también a escribir. Su escasa atención por las labores militares le generó algún que otro problema, llegando a la conclusión de que esas costumbres y prácticas, que él mismo debía cumplir, eran poco menos que ridículas2. Sin duda, era la persona equivocada en el escenario erróneo, así que al poco tiempo, abandonó el ejército y se marchó a Moscú. Entre 1836 y 1840 vivió en esa ciudad, donde los círculos revolucionarios trataban como podían de esconderse de la feroz represión del nuevo zar Nicolás I. Se movía en los entorno s del joven Nikolai Stankevich, en los que encontraría en sus confluencias un carácter más filosófico que no stricto sensu político3.

De este modo, Bakunin comenzaría a acercarse con un mayor interés a la lectura de literatura filosófica, principalmente la germánica. Kant, Fichte y, más tarde, Hegel, empezaron a ocupar su tiempo. El contexto era altamente convulso, Bakunin se había dedicado de lleno a la lectura especialmente de Hegel, llegando incluso –como afirma en sus Confesiones– a la locura. No hacía otra cosa que analizar las categorías con una lectura continuada de La fenomenología del espíritu.

1. Mosley, 2005.

2. De Luaces, 1930: 9.

3. Polonsky, 1935.


En 1840 se marchó a Berlín; su salida de Rusia parecía inevitable, la situación política y sus intereses lo encaminaron hacia el centro del continente europeo. Allí emprenderá nuevos caminos. Con toda probabilidad, su relación con Herzen y Ogarev despertó las inquietudes de Bakunin sobre los problemas y visiones sociales y políticos. A partir de estos momentos se percibirá, poco a poco, una senda que le lleva del análisis de lo abstracto por la vía de la metafísica a la afirmación mediante la realización de un programa político por una vía revolucionaria, un cambio sustancialmente grande.


De la metafísica al fervor revolucionario

La entrega de Bakunin, en estos primeros años, a la metafísica alemana le llevó, como hemos visto, al límite del trastorno. Se acercó a los jóvenes hegelianos y, de la mano del «liberal» Lorenz von Stein, empezó a moverse entre textos del socialismo utópico y de los poetas revolucionarios que caían en sus manos. Sin embargo, todas estas lecturas y autores no acababan de convencer o moldear ideológicamente a Bakunin, quien no se decantaba ni por el utopismo ni por el naciente marxismo. Entre Dresde, Zurich y Berna comenzó a percibir que era sometido a vigilancia policial; las autoridades rusas seguían sus pasos, sus actividades políticas eran ya demasiado sospechosas, por lo que se ordenó a su familia no facilitarle dinero. Además, la administración zarista exigió su retorno a Rusia.

Ante su negativa y silencio, en 1844, un tribunal estableció su detención, el embargo de sus bienes y su deportación a Siberia. Los movimientos eran cada vez más rápidos, los agentes rusos le seguían la pista mientras él iniciaba una carrera cada vez más vertiginosa. Sus pasos, ahora entre Bruselas y París, le facilitaron el primer acercamiento a Proudhon y también al exilio político polaco y, por consiguiente, a su movimiento insurreccional con tintes nacionalistas. El escenario era idóneo; esta nueva senda le llevaría hasta el levantamiento de Cracovia contra el zar y sus colaboradores. Allí, se acercó deliberadamente a la causa de los pueblos eslavos, considerando que un alzamiento generalizado facilitaría la caída del despotismo en Europa. La crispación era constante y los tiempos por venir no eran menos agitados; iba de un lado para otro: en febrero de 1848 marchó a París, donde se encontró en pleno fervor insurreccional durante un mes, en el que se embriagó –como él afirma– de la atmósfera revolucionaria:

Me levantaba a las cuatro o las cinco de la mañana, me acostaba a las dos y permanecía todo el día de pie, y acudía a todas las asambleas, reuniones, clubs, cortejos, paseos o manifestaciones4.

Para Herzen estos fueron los mejores momentos de su vida, pese a que en ellos debía abordar un hándicap casi continuo: la falta de dinero.

Tras huir de París, y después de un periplo nada sencillo hasta Praga, participó en el Congreso Eslavo de la ciudad y en el futuro levantamiento de junio. En el congreso, aportó sus teorías sobre la unificación de los pueblos eslavos, pudiendo observar cuán grandes serían las dificultades, ya que muchos de los allí presentes partían de presupuestos diferentes y proponían métodos y herramientas dispares. Sus planes revolucionarios se extendían por diversos lugares; Bakunin se movía sin cesar entre Leipzig, Bohemia y Dresde, tramando como podía sociedades secretas, en las que –con pocas personas– trazaba planes para facilitar otros levantamientos. Mientras la insurrección se adueñaba de las calles de Dresde, fue detenido y confinado hasta su entrega a las autoridades rusas. Bakunin pasó por diversos tribunales europeos, hasta que en abril de 1850 fue condenado a muerte. La pena le fue conmutada finalmente por cadena perpetua, un castigo que debía cumplir en Rusia, por lo que fue trasladado hasta allí. En ese contexto escribió su conocida Confesión al zar Nicolás I. Allí estuvo retenido y enfermó en diversas ocasiones, esperando a que con la llegada de un nuevo emperador variasen las cosas. En 1855, ya con Alejandro II al frente de Rusia, Bakunin y su familia lograron cambiar su encierro por la confinación en Siberia, de la que finalmente logró escaparse vía Japón y Estados Unidos, para instalarse posteriormente en Inglaterra allá por 1861.


4. Lehning, 1978: 105.


Si se apaga la llama, prendedle fuego

Su nuevo retorno a Europa, en la década de los sesenta, le sitúa ante una cruda realidad. La llama revolucionaria y el entusiasmo en las calles de su anterior etapa se han torna do en silencio. Sus esperanzas cogieron un nuevo impulso en 1863, en Polonia nuevamente, en el desenlace de un inédito deambular revolucionario. El hecho fue transcendental, ya que supuso una ruptura casi absoluta en lo ideológico. Mientras preparaba su viaje a Polonia se sintió engañado y traicionado por algunos en los que había depositado su confianza, y a la vez rompió sus lazos con Nikolai Ogarev y Aleksandr Herzen, con quienes había colaborado en múltiples ocasiones. Bakunin a partir de esos momentos iniciará un camino –ya sin retorno– hacia el anarquismo en lo ideológico, activando cualquier célula que pudiera en la práctica llevar a cabo sus pilares programáticos: la abolición de las formas de explotación, el ateísmo y el antiautoritarismo. Siendo así, estas señas son las que le acompañarían y marcarían hasta su muerte en Berna en 1876. Durante esos años, Bakunin se alejará del romanticismo nacionalista en el que se había movido. Acabó así por romper con una trayectoria no del todo definida en lo ideológico; su relación posterior con los revolucionarios italianos acabaría por encaminarle hacia propuestas más materialistas y quizás más pragmáticas. El teologismo de Giuseppe Mazzini, con quien coincidió, generó el pronunciamiento del pensador ruso en los entornos anarquistas, donde se posiciona con un fuerte ateísmo con su conocida máxima:

Si Dios es, el hombre es esclavo; o bien el hombre puede, debe, ser libre y, por consiguiente, Dios no existe5.


5. En esta misma edición, ver página 57.


En su estancia en la península itálica consiguió que un grupo de jóvenes, entre los que estaban Errico Malatesta, Carlo Cafiero y Giuseppe Fanelli, confluyeran en propuestas e ideas con él.

Mientras todo eso ocurría, en Londres se ponían en marcha los cimientos de la Primera Internacional, en la que ingresó en 1864. En esa época, se reencontró con Proudhon y también conoció a los hermanos Reclus6. Al poco tiempo se puso al frente de la Fraternidad Internacional, una nueva organización de revolucionarios convencidos de su causa liberadora. Bakunin también se moverá en los entornos de la Liga de la Paz y la Libertad, pero su programa político no acababa por encajar del todo con sus propuestas; durante esa época escribirá Federalismo, socialismo y antiteologismo. Fruto de esa acción con la organización pacifista, a la que tilda de burguesa, será la creación, tras la ruptura en el congreso de Berna de septiembre de 1868, de la Alianza Internacional de la Democracia Socialista. A partir de aquí la historia es bien conocida: Bakunin y otros antiautoritarios encontrarán buena acogida entre los trabajadores del valle del Jura (Suiza) y sus ideas se difunden con desigual suerte en las distintas secciones de la Asociación Internacional de los Trabajadores. Con el paso del tiempo, los debates y dilemas sobre el internacionalismo obrero se volvieron insalvables. Marx, Engels y sus seguidores encendieron un tenso debate sobre la Alianza Internacional de la Democracia Socialista y sobre la conveniencia o no de permitir a Bakunin seguir actuando en nombre de la AIT.

Hasta que, de forma definitiva, la ruptura total se produce en el congreso de La Haya de 1872, cuando Bakunin es expulsado de la Asociación Internacional de los Trabajadores, quedando esta en manos de los marxistas.


6. Kaminsky, 1938.


Sigue redactando cosas casi de forma compulsiva como demuestra su voluminoso legado escrito7. Lo hace casi siempre con la inmediatez por delante, con el rápido tiempo de la revuelta, en la que se vuelca y que en ocasiones interrumpe sus reflexiones de manera abrupta. Algunos de sus detractores le acusan de ello, de presentar textos inacabados, pero, si fuera el caso, tampoco puede esperarse otra cosa de quien combina, casi sin descanso, la pluma, la oratoria y la barricada casi a partes iguales. A Bakunin en particular y al anarquismo en general se les acusa de ser desordenados en sus escritos y de dejar inconclusas algunas de sus propuestas. En cierta medida, nuestro personaje parece un hombre entregado en cuerpo y alma, con todas sus energías, a la agitación política y a una pasión subversiva, casi desmedida, que le llevará de aquí para allá en acciones y círculos revolucionarios. Su vida transcurre en una etapa de Europa en la que se enmarcan los clubs políticos más agitadores, que acabaron en muchos casos por dar alas a los procesos de transformación y sustitución de las estructuras del Antiguo Régimen. Participa y actúa en muchas de estas revueltas: en Dresde, Praga o Lyon veremos su estela. La pasión y el frenesí le acompañan; será incluso calificado como el «diablo de la revolución»8.


7. Ver las ediciones de Guillaume, publicadas por P. V. Stock o las anotadas por Lehning.

8. Merece la pena recordar que afirma: «Pero entonces llega Satán, el eterno rebelde, el primer librepensador y el emancipador de los mundos». Ver en esta misma edición página 40.


El largo periplo del manuscrito


En septiembre de 1870, Bakunin marchó apresuradamente de Lyon con destino Ginebra. Acababa de redactar el folleto Lettres à un Français sur la crise actuelle.

Septembre 1870, en el que entremezclaba sus propuestas de colaboración entre obreros y campesinos, y también desarrollaba alguna de las ideas que pronto se convertirían en un emblema de los movimientos libertarios: la acción directa. En esos momentos escribía de forma agitada, ininterrumpidamente; fruto de ese fervor es El imperio knoutogermánico y la revolución social. Este folleto apareció al poco tiempo, a la vez que los levantamientos proliferaban por el continente. El resultado de la publicación debió ser muy insatisfactorio para nuestro personaje, ya que se apresuró rápidamente a publicar un cuadernillo sumamente extenso con las erratas de imprenta. Una de sus biógrafas, Iswolsky9, considera que el enfado fue tal que finalmente se dispuso a la redacción de un preámbulo que extendió demasiado, tanto que finalmente dio luz y origen a un nuevo panfleto, nunca publicado en vida.

El texto que contiene este libro, Dios y el Estado, se escribió seguramente entre febrero y marzo de 1871; al parecer Bakunin debió dejarlo interrumpido al marchar de Locarno, donde estaría redactando el borrador, a Florencia, y de allí a otros lugares. Quedó, entre tanto movimiento, inmerso en la elaboración de otros folletos y finalmente –ante la falta de un posible editor y otros menesteres– abandonó la conclusión de ese manuscrito, quedando sin publicar aún tras su muerte en 187610.


9. Iswolsky, 1931: 277.


En el verano de ese mismo año, ya se había formado un comité para publicar las obras completas de Bakunin; en ese momento Antonia Kwiatkowska, su viuda, encontró una caja llena de manuscritos y notas que decidió entregar para tal fin. Allí se localizó parte del preámbulo a la segunda edición de su texto El imperio knoutogermánico y la revolución social. En los últimos años de su vida, Bakunin había colaborado activamente con uno de los cabecillas de la Federación del Jura, James Guillaume, quien conservó parte de esos documentos durante unos años. Al parecer, el citado Guillaume entregó a Élisée Reclus y Carlo Cafiero buena parte de los manuscritos y notas de Bakunin para darle de alguna forma cierto orden –si así lo consideraban– y publicar los extractos o partes que se considerasen significativos.

Entre esos escritos estaba el texto que aquí presentamos. En su momento, sus editores no fueron conscientes de que su contenido tenía cierta continuidad con alguna de sus obras ya publicadas. Reclus, en colaboración con Cafiero, habrían decidido poner ese título, Dieu et l’État, a unas cuartillas numeradas en las que al parecer no encontraron conexión alguna con otros documentos inéditos o impresos, como era el caso del citado El imperio knoutogermánico, del que luego se descubrió que debían ser continuadoras. El uso que dieron a esas páginas generó en poco tiempo su rápida distribución y traducción en otros idiomas. Reclus habría –supuestamente– elegido un título atractivo para seducir al público como también hiciera en 1885 con Palabras de un rebelde de Piotr Kropotkin11.


10. Nettlau, 1976: 20.


Finalmente, en 1882 se publican las notas manuscritas en francés de Bakunin bajo el título de Dieu et l’État12. A ciencia cierta, no sabemos si sus editores se percataron o no de que se trataba de un texto que era continuador –esa debía ser la voluntad del autor– de sus reflexiones sobre las experiencias políticas de Francia y Alemania, en los años anteriores a la Comuna de París, y –con más evidencia– al creciente estatismo y militarismo germánico. No fue difícil separar ambos textos, en tanto que la primera parte parecía obedecer a un análisis más político y contemporáneo que filosófico. También debió ocurrir algo parecido con algunas hojas finales de las notas de Bakunin, unas páginas que parecían a simple vista romper con el ritmo de las reflexiones que se habían expuesto. La transcripción, de puño y letra del anarquista ruso, al francés del manuscrito que todos manejaban debió sufrió sufrir adaptaciones literarias por parte de Reclus y Cafiero, que mejorando el estilo en algún caso, también –inconscientemente– facilitaron interpretaciones que podían diferir de la idea original del autor. El historiador anarquista Max Nettlau, con la ayuda de algunos exiliados rusos, logró ordenar el rompecabezas y considerar que esos textos eran definitivamente la continuación de un libro que debía ser mucho mayor13.


11. Nettlau, M., 1939.

12. Imprimerie Jurassienne, Ginebra 13. Nettlau, 1894.


Tras la consulta de cartas, documentos y varios borradores, Nettlau llegó a la conclusión de que Dios y el Estado no era más que un fragmento, posiblemente inacabado, de lo que podía ser su obra magna. Se manejaron varios manuscritos y algunas páginas se perdieron por el camino; se barajó incluso otro título, por ejemplo el que encabezaba una de las agrupaciones de cuartillas con el nombre de Sophismes historiques de l’école doctrinaire des communistes allamands14. Pero este título no se descubrió hasta que unos años después de la muerte de Cafiero y Reclus, apareció en un diario de Bakunin; pero ya era demasiado tarde, pues por aquel entonces Dios y el Estado, como obra, era casi una institución. El descubrimiento de Nettlau había que situarlo en torno a 1893, y finalmente en la edición de las obras completas que coordinó James Guillaume en 1908, se incorporó una nueva versión, en la que se revisó nuevamente el original, evitando algunas adaptaciones literarias controvertidas15.

También sabemos que al margen de esta azarosa historia del manuscrito, la obra fue traducida rápidamente a otros idiomas y, en apenas unos años, ya se conocían ediciones –por citar algunas– en inglés, alemán, holandés, italiano, rumano y polaco. Algunas de estas ediciones se publicaron en los Estados Unidos, como consecuencia de las represivas leyes que recaían sobre el movimiento obrero y sus medios en Europa. En 1883, el anarquista de Dartmouth Benjamin Tucker se apresuró a traducir el libro en […].

[Incompleto].


14. Autores como Dolgoff eran partidarios de dar a la obra el siguiente título Autoridad y Estado. Dolgoff, 1976: 265.

15. Guillaume, 1907: 228.

Mijaíl Bakunin: Bakunin contra Dios y contra el Estado. Una lucha incesante (Prólogo)
Mijaíl Bakunin: Bakunin contra Dios y contra el Estado. Una lucha incesante (Prólogo)

Mijaíl Bakunin

Dios y el Estado

Prólogo de Jordi Maíz

Título original: Dieu et l’État

Traducción de Alicia Martorell

Diseño de colección: Estudio de Manuel Estrada con la colaboración de Roberto

Turégano y Lynda Bozarth

Diseño de cubierta: Manuel Estrada

Fotografía de Javier Ayuso

© de la traducción: Alicia Martorell Linares, 2021

© del prólogo: Jordi Maíz Chacón, 2021

© Alianza Editorial, S. A., Madrid, 2021

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