Ely Chinoy: Cultura y sociedad (La sociedad, 1966)

Cultura y sociedad

Ely Chinoy

Capítulo II de La sociedad. Una introducción a la sociología.




Índice de capítulos de La Sociedad de Ely Chinoy

Cap. 2: Cultura y sociedad (La sociedad, 1966)

Cap. 3: Diversidad y uniformidad en la sociedad humana (La sociedad, 1966)

Cap. 4: Cultura, sociedad e individuo (La sociedad, 1966)

Cap. 16: Conformidad y control social (La sociedad, 1966)

Cap. 17: Conducta desviada y desorganización social (La sociedad, 1966)

Cap. 18: Los usos de la sociología (La sociedad, 1966)




Ely Chinoy: Cultura y sociedad (La sociedad, 1966)
Ely Chinoy: Cultura y sociedad (La sociedad, 1966)

Conducta regulada y vida colectiva

La sociología comienza con dos hechos básicos: la conducta de los seres humanos muestra normas regulares y recurrentes, y los seres humanos son animales sociales y no criaturas aisladas. Los hechos fundamentales como nacer, morir y casarse; los detalles privados de bañarse, comer y hacer el amor; los sucesos públicos de votar y producir o comprar mercancías, y las otras múltiples actividades realizadas por los hombres, siguen usualmente normas reconocibles. Sin embargo, con frecuencia perdemos de vista la naturaleza repetitiva de la mayoría de las acciones sociales, ya que cuando observamos a las personas que nos rodean estamos más dispuestos a advertir su idiosincrasia y sus rasgos personales, que sus similaridades. Pero si nos comparamos con los franceses, con los japoneses o con los isleños de Trobriand, nos diremos: nosotros hacemos esto de tal manera, ellos lo hacen de ese modo. Charles Horton Cooley, uno de los primeros sociólogos importantes de Norteamérica, observó alguna vez: "¿No es cierto que entre más cerca está una cosa de nuestro hábito de pensamiento más claramente vemos lo individual...? El principio es el mismo que el que hace que todos (los chinos) nos parezcan iguales: vemos el tipo porque es muy diferente de lo que estamos acostumbrados a ver, pero sólo el que vive dentro de ellos puede percibir totalmente las diferencias entre los individuos." Al estudiarnos a nosotros mismos, como podríamos estudiar a los chinos o a cualquier otra sociedad diferente de la nuestra, abstraemos de lo que es único los rasgos de conducta recurrentes. Cuando los hombres responden a una presentación personal con una frase acuñada —"¿Cómo está usted?"—, la entonación, el tono, el volumen pueden variar, pero la fórmula verbal es la misma. Algunas personas dan la mano enérgicamente, con un fuerte apretón, mientras otras tienen un saludo suave y débil; estas diferencias personales tienen significación en el intercambio social que se lleva a cabo, pero no niegan la existencia de la forma regulada de conducta que opera cuando la gente se encuentra.

Los aspectos repetidos de la acción humana son la base de cualquier ciencia social. Sin normas susceptibles de ser descubiertas no habría ciencia, pues la generalización sería imposible. La Sociología se distingue de la economía, de la ciencia política y de la psicología por las normas particulares que estudia, así como por la manera como las observa. Los rasgos de la conducta sobre los cuales enfoca su atención la Sociología derivan de) segundo hecho básico sobre el que descansa la disciplina: el carácter social de la vida humana.

"El hombre —dijo Aristóteles hace más de dos mil años— es por naturaleza un animal político (en términos actuales, la palabra traducida usualmente por político podría ser traducida en forma más adecuada por social) y... el que por naturaleza y no artificialmente no es apto para vivir en sociedad debe ser inferior o superior al hombre." Adam Ferguson, filósofo moralista escocés del siglo XVIII, observó alguna vez, con palabras que son todavía apropiadas, lo siguiente: "Tanto los primeros como los últimos informes reunidos en todo el mundo nos presentan a la humanidad como reunida en grupos y bandas..., (hecho que) debe ser admitido como la base de todo nuestro razonamiento relativo al hombre."? Hay algunos vestigios de seres humanos que de algún modo lograron sobrevivir sin el cuidado de los hombres o sin asociaciones normales con otros hombres, pero tales casos de "hombres salvajes", como se les llama, así como los de los niños ultrajados y abandonados, muestran pocas características normalmente atribuibles al hombre.

Al tratar de explicar las aparentes regularidades de las acciones humanas y los hechos de la vida colectiva, los sociólogos han desarrollado dos conceptos, cultura y sociedad, que pueden considerarse básicos para la investigación sociológica. Cada uno de estos términos tiene una larga historia. El concepto de sociedad deriva inicialmente de los intentos hechos durante los siglos XVI y XVII para diferenciar al Estado de toda la organización social, aunque el análisis sistemático de la naturaleza de la sociedad sólo apareció con la sociología. El término cultura se popularizó al principio en Alemania, durante el siglo XVIII, usándosele primeramente en la antropología en 1871, por Edward Tylor, un investigador inglés, y sólo llegó a ser ampliamente utilizado en la investigación sociológica hasta el siglo XX. Ambos términos han sido empleados de varias maneras, y no existe hasta hoy un completo acuerdo sobre su significado.

A pesar de estas variantes —o quizá a causa de ello— los términos nos pueden servir para definir y sugerir, de una manera general, la naturaleza y los límites del objeto de estudio de la Sociología. Habría que anotar, sin embargo, que los fenómenos a los que se refieren la cultura y la sociedad no existen independientemente uno del otro. Aunque podemos distinguirlos analíticamente, la sociedad humana no puede existir sin la cultura, y la cultura sólo existe dentro de la sociedad.


La cultura

El concepto de cultura, tal como es utilizado en la investigación sociológica, tiene un significado mucho más amplio que el que se le da comúnmente. En el uso convencional, la cultura se refiere a las cosas "más elevadas" de la vida: pintura, música, poesía, escultura, filosofía; el adjetivo culto es sinónimo de cultivado o refinado. En sociología, la cultura se refiere a la totalidad de lo que aprenden los individuos en tanto miembros de la sociedad; es una forma de vida, un modo de pensar, de actuar y de sentir. La vieja pero todavía muy citada definición de Tylor (1871) indica su extensión: "Cultura es el todo complejo que incluye al conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, la costumbre, y cualquier otra capacidad y hábito adquirido por el hombre en cuanto que es miembro de la sociedad." La técnica de lavarse los dientes, los Diez Mandamientos, las reglas del beisbol, del cricket o del salto escocés, los procedimientos para escoger un Presidente, un Primer Ministro o los miembros del Soviet Supremo, forman parte de la cultura, al igual que el último libro de poesía de vanguardia, la Novena Sinfonía de Beethoven, o los Fragmentos de Confucio.

Las regularidades de la conducta humana no constituyen en sí mismas cultura. Tienen lugar porque los hombres poseen cultura, tienen patrones comunes sobre el bien y el mal, sobre lo correcto o lo equivocado, lo apropiado o lo inapropiado, y porque tienen actitudes semejantes y comparten una misma reserva de conocimientos sobre el medio —social, biológico y físico— en que viven. La cultura, tal como ha señalado George Murdock, es en gran medida "ideacional": Se refiere a las normas, creencias y actitudes de acuerdo con las cuales actúa la gente.

Como lo ha destacado Ralph Linton, el reconocimiento de la ubicuidad y significado de la cultura es "uno de los avances científicos más importantes de la época moderna". Y continúa así: Se ha dicho que lo último que descubriría un habitante de las profundidades del mar fuera tal vez, precisamente, el agua. Sólo llegaría a tener conciencia de la existencia de ésta si algún accidente lo llevara a la superficie y lo pusiera en contacto con la atmósfera El hombre ha tenido, durante casi toda su historia, una conciencia muy vaga de la existencia de la cultura, e incluso dicha conciencia ha dependido de los contrastes que presentaban las costumbres de su propia sociedad en relación a las de alguna otra con la que accidentalmente llegó a ponerse en contacto. La capacidad para ver la cultura de la propia sociedad en general, para valorar sus patrones y apreciar cuanto éstos comprendan, exige cierto grado de objetividad que rara vez se logra.

Debido a que nuestra cultura es en gran medida parte de nosotros mismos, la damos por supuesta, creyendo con frecuencia que es una característica normal, inevitable e inherente a toda la humanidad. (En el capítulo 1 analizamos ya las implicaciones que este supuesto, conocido como "etnocentrismo", tiene para el estudio de la sociedad y la cultura.).

Los antropólogos informan frecuentemente que cuando preguntan a los miembros de pequeños grupos iletrados por qué actúan en cierta forma determinada, reciben una respuesta que equivale a: "es así como se hace" o "es lo acostumbrado". "Cuando el Capitán Cook preguntó a los jefes de Tahiti por qué comían separados y solos, ellos respondían simplemente: "porque es lo correcto". Acostumbrados a su propio modo de vida, los hombres no pueden generalmente concebir otro. Entre los norteamericanos, la expresión "así es la naturaleza humana" resulta una explicación característica para muchas acciones: competir por la fama y el poder, buscar ganancias, y casarse por amor o por dinero. Sin embargo, esta "explicación", que al explicar aparentemente todo no explica nada, es ella misma una manifestación del etnocentrismo de los norteamericanos.

La importancia de la cultura radica en el hecho de que proporciona el conocimiento y las técnicas que le permiten sobrevivir a la humanidad, tanto física como socialmente, así como dominar y controlar, hasta donde ello es posible, el mundo que le rodea. El hombre parece poseer pocas habilidades y conocimientos instintivos que le permitan sostenerse a sí mismo, ya sea individualmente o en grupo. El regreso del salmón del mar al agua dulce para reproducirse y morir, la emigración anual de pájaros que van de una parte del mundo a otra, la construcción de nidos hecha por las avispas del fango, las complejas normas de vida de las hormigas y las abejas son todas ellas formas heredadas de conducta que parecen surgir automáticamente en el momento adecuado. No son aprendidas de padres o de otros miembros de la especie. El hombre, en cambio, sólo sobrevive gracias a lo que aprende.

Sin embargo, el hombre no es el único animal que aprende a actuar en vez de responder automáticamente a los estímulos. Los perros pueden ser domesticados en gran medida, aprendiendo de la experiencia, así como los caballos y los gatos, los simios y los monos, las ratas y los ratones blancos. Pero en virtud de su mayor poder cerebral y de su capacidad para el lenguaje, el hombre puede aprender más, y por ello posee una flexibilidad de acción mayor que los otros animales. Puede trasmitir mucho de lo que aprende a los otros, incluyendo a su propia cría, y puede controlar en parte al mundo que le rodea, hasta el punto de transformarlo en gran medida. El hombre es el único animal que posee cultura; y ésta es ciertamente una de las distinciones fundamentales entre el hombre y los otros animales.

El hecho de que la cultura es aprendida y compartida tiene una importancia fundamental en su definición. Los hombres, hemos dicho, no heredan sus hábitos y creencias, sus capacidades y su conocimiento: las adquieren a lo largo de sus vidas. Lo que ellos aprenden proviene de los grupos en los que han nacido y dentro de los cuales viven. Los hábitos adquiridos por el niño son sin duda regulados de acuerdo con los de su familia o de los de otras personas cercanas. (Sin embargo, no todos los hábitos reflejan las costumbres o la cultura, ya que algunos son meramente parte de la idiosincrasia personal.) Son innumerables las formas —como, por ejemplo, la enseñanza directa, la aplicación de castigos y el otorgamiento de recompensas, la identificación con los mayores y la imitación de su conducta— por las que cada generación aprende de sus predecesoras. La conducta de carácter universal, es decir, no aprendida, O la que es peculiar al individuo, no forma parte de la cultura. (Tanto la conducta no aprendida, como, por ejemplo, los reflejos, y la idiosincrasia personal, pueden, sin embargo, ser influidas o modificadas por la cultura. Con excepción de las peculiaridades biológicas, las aberraciones individuales se definen por su relación-con las normas culturales, considerándoseles como desviaciones de ellas.) El hecho de que la cultura sea aprendida y compartida ha permitido que en Ocasiones se la identifique como lo "superorgánico" o como "una herencia social" del hombre. El primer término, creado por Herbert Spencer, subraya la independencia relativa de la cultura frente al reino de la biología (del cual hablaremos más adelante, en el capítulo 111) y su característica distintiva como un producto de la vida social. "La herencia social" enfatiza el carácter histórico de la cultura y, por tanto, las posibilidades de cambio y de desarrollo; este concepto sugiere la necesidad de analizar y de comprender sus dimensiones temporales (de las cuales hablaremos también más adelante, en el capítulo v).

La cultura es obviamente un concepto cuyos elementos componentes deben ser identificados, clasificados, analizados y relacionados el uno con el otro. Estos componentes pueden ser agrupados de un modo general en tres grandes categorías: las instituciones, es decir, aquellas reglas o normas que rigen la conducta; las ideas, esto es, el conocimiento y las creencias de todas clases —teológicas, filosóficas, científicas, tecnológicas, históricas, sociológicas, etc.; y los productos materiales o artefactos que los hombres producen y utilizan a lo largo de sus vidas colectivas.

Las instituciones. Las instituciones han sido definidas como "pautas normativas que definen lo que se considera... adecuado, legítimo, o como expectativas de acción o de relación social".?7 Tales normas o reglas impregnan todas los campos de la vida social: la manera de comer y lo que se come, la manera de vestirse o arreglarse, las reacciones frente a los otros, la manera de cuidar a los niños o a los ancianos, y la manera de conducirse en presencia de miembros del sexo opuesto. No toda conducta se conforma a las reglas, ya sean explícitas o implícitas, pero la mayoría de las acciones de un individuo reflejan la presencia de algunos patrones vigentes de conducta que ha aprendido de otros, y que comparte en buena medida con ellos.

El concepto de institución, como el de cultura, ha sido definido de varias maneras, y la definición que utilizamos aquí representa solamente una de las diferentes alternativas. Como los otros usos del término aparecen frecuentemente en la bibliografía sociológica, es necesario detenernos brevemente en los diferentes significados del concepto, aunque trataremos de ser congruentes con el que empleamos aquí. Las primeras definiciones, que han sido invariablemente depuradas o clarificadas, incluían no solamente a las pautas normativas, sino también a lo que identificaremos más adelante como grupos y como organización social. A veces encontramos todavía, dentro de la bibliografía sociológica (y frecuentemente en el habla cotidiana), organizaciones de individuos a las cuales se considera como instituciones: Harvard College, por ejemplo, o el Partido Republicano. Este empleo del término coincide con la vieja definición de William Graham Sumner: "Una institución implica un concepto (idea, noción, doctrina, interés) y una estructura. La estructura es una armazón o aparato, o quizá solamente un número determinado de funcionarios destinados a colaborar en una forma predeterminada y de acuerdo con una cierta coyuntura. La estructura implica el concepto y proporciona los instrumentos para llevarla al mundo de los hechos y de la acción, de modo que pueda servir a los intereses de los hombres dentro de la sociedad."$ Tanto las normas como el grupo están incluidos en esta definición. Hay un acuerdo creciente para considerar que el término debería usarse solamente para referirnos a las pautas de la conducta aprobada o sancionada, dejando los otros términos para denotar los aspectos de organización de tal conducta, así como al grupo de personas participantes.

En vez de limitar la institución a determinadas normas o reglas sociales —los Diez Mandamientos, las leyes contra el asesinato o el robo, o las convenciones que rigen el intercambio social cotidiano—, algunos escritores consideran a la institución como un conjunto de normas interrelacionadas, un "sistema normativo" vertebrado en torno a cierto tipo de actividad humana o a algún problema fundamental del hombre en sociedad, tal como, por ejemplo, procurar subsistencia y abrigo, el culdado de los niños o el mantenimiento del orden y la armonía.? No hay ninguna exactitud inherente a cualquiera de estas amplias definiciones o a la más limitada que empleamos en este libro. Esta última proporciona un término genérico para la variedad de normas que gobiernan la conducta social: uso popular, costumbre, hábito, convención, moda, etiqueta, ley. La definición de institución como un "sistema normativo" subraya el hecho, sobre el que más adelante hablaremos ampliamente, de que la multiplicidad de reglas que rigen las acciones de los hombres en sociedad están unidas en una forma más o menos organizada.

Las normas sociales a las que se refiere el término institución, tal como ella es definida aquí, han sido divididas a su vez en folkways (usos populares) y mores (costumbres), conceptos empleados primeramente por el pionero de la sociología norteamericana, William Graham Sumner.

Un uso popular es sólo la práctica convencional, aceptada como apropiada pero no obligatoria. La persona que no sigue la regla puede ser consderada como excéntrica o como un terco individualista que se rehusa a ser obligado por las convenciones. El sujeto ocasional que objeta la irracionalidad de los destinos de los hombres, por ejemplo, y se rehusa bajo cualquier circunstancia a usar una corbata, está olvidando uno de nuestros usos populares.

Las costumbres (mores) son aquellas normas o instituciones que están fuertemente sancionadas desde el punto de vista moral. Su observancia es exigida de varias maneras, y el no respetarlas acarrea desaprobación moral y con frecuencia una acción positiva. Los ejemplos son fáciles: no matarás, no robarás, amarás a tu padre y a tu madre. Las costumbres son consideradas generalmente como esenciales al bienestar del grupo.

La línea divisoria entre usos populares y costumbres no siempre es fácil de trazar. Hay obviamente una especie de continuidad, que va desde aquellas convenciones o costumbres que son apenas observadas, hasta aquellas otras cuya obligatoriedad es mayor. El problema creado por la existencia de esta continuidad, y sobre todo la necesidad de distinguir entre fenómenos que son más bien continuos que claramente diferenciados, aparece frecuentemente en el análisis sociológico. En el proceso de conceptualización y ordenación de las observaciones pueden trazarse líneas relativamente definidas cuando en la propia realidad social sólo hay graduaciones. Á manera de ejemplo, un lugar urbano, de acuerdo con la definición de la Oficina del Censo de los Estados Unidos, es toda ciudad o pueblo con una población mayor de 2500 personas. (Ésta no es la definición completa, la cual incluye también una referencia au la densidad de la población y a las zonas que se encuentran en torno a las grandes ciudades; pero esta versión simplificada servirá para nuestro ejemplo.) ¿Pero acaso un pueblo con 2505 habitantes, el cual ha sido definido como urbano, será probablemente muy distinto de aquel otro que sólo tiene 2 495 habitantes y que no ha sido clasificado como urbano? Desgraciadamente, las distinciones que implican diferencias de grado más que de clase son frecuentemente transformadas en divisiones firmes y rígidas. A menos que tengamos presente este peligro, los resultados pueden conducir a falsas dicotomías y a conclusiones espurias.

A pesar de la ausencia de una línea definida que ¡os divida, los conceptos de uso popular (folkway) y costumbres (mores) posee un considerable valor heurístico. Enfocan la atención hacia una dimensión o un aspecto importante de las normas sociales: la sanción moral implícita en ellos. Al analizar las instituciones sociales, debe examinarse el alcance que se les da como esenciales al bienestar social. Como corolario, es importante descubrir de acuerdo con qué medios se mantiene la conformidad con las reglas.

Una segunda dimensión de las instituciones proviene de la oposición entre hábitos y leyes. Los primeros comprenden los "usos establecidos por el tiempo", es decir, aquellas prácticas que han llegado a ser gradualmente aceptadas como formas apropiadas de conducta: las rutinas del trabajo o del ocio, las convenciones del servicio militar, los ritos de la observancia religiosa, la etiqueta que rige las relaciones sociales. Los hábitos son sancionados por la tradición y se apoyan en la presión que ejerce la opinión del grupo. Las leyes, por otra parte, son reglas establecidas por aquellos que ejercen el poder político, y su obligatoriedad se garantiza con el aparato del Estado. Estas leyes pueden o no tener la sanción de la tradición. Son características de las sociedades complejas que tienen sus sistemas políticos bien desarrollados; en las sociedades primitivas., que carecen de instituciones políticas distintivas y fuentes reconocidas de autoridad política, la ley aparece a lo sumo sólo en forma embrionaria. En dichas sociedades primitivas la conducta es regulada principalmente por el hábito, las nuevas reglas surgen más por un proceso gradual que por promulgaciones formales, y la obligatoriedad no depende que ciertas personas que operan a través de una maquinaria gubernamental reconocida.

La distinción entre hábitos y leyes se cruza con la de usos populares y costumbres. Algunos hábitos tienen las sanciones morales características de las costumbres, mientras otros son convenciones aceptadas de una manera más o menos casual. De modo similar, algunas leyes se apoyan en fuertes sentimientos morales —"no matarás"—, mientras que otras pueden carecer virtualmente de cualquier apoyo moral, excepto en lo que se refiere a todos aquellos sentimientos y actitudes que se conforman con el derecho en general. Muchas leyes que regulan la práctica de los negocios caen en esta última categoría.

La línea divisoria entre hábito y ley, como la que distingue los usos populares y las costumbres, no siempre es fácil de trazar, sobre todo en las sociedades más primitivas, donde está apenas desarrollada la estructura política de la que surge el derecho y gracias a la cual se vuelve éste obligatorio. Aun en sociedades más complejas, como la nuestra, las relaciones entre la ley y el hábito son frecuentemente complejas, y resulta difícil de trazar la distinción que hay entre ellos. Algunas reglas habituales pueden ser incorporadas al derecho, como, por ejemplo, las leyes llamadas Sunday blue, cuyo carácter legal ha persistido a veces aun después de haber cambiado los hábitos que dieron lugar a la promulgación legislativa. A la inversa, las reglas políticamente promulgadas pueden eventualmente recibir una sanción tradicional, extra-legal, proceso que se advierte en la historia de los sentimientos y actitudes de los norteamericanos hacia la Constitución. Además, las leyes adquieren a menudo un contenido de práctica habitual que resulta tan obligatoria como si formase parte del derecho; ejemplo de ello, el complejo repertorio de prácticas tradicionales y de convenciones que rigen los actos del Congreso.

Los conceptos de hábito y ley no abarcan todas las formas de las normas sociales. Hay muchas instituciones que no parecen ajustarse a cada categoría, a pesar de su aparente amplitud. Los procedimientos con que operan en las empresas, y las reglas de organizaciones voluntarias como la Liga de Las Mujeres Votantes, la Asociación Nacional de Manufactureros y la Asociación Médica Americana no están, con algunas excepciones, sancionadas por la tradición, ni son impuestas por el Estado.

A pesar de estas dificultades, la distinción conceptual entre ley y hábito subraya las diferencias importantes que hay en los orígenes de las instituciones y en los sistemas por los cuales son ellas obligatorias. Hay instituciones silvestres, para usar otro término inventado por Sumner, las cuales, como Topsy, crecen simplemente, y existen aquellas otras que son establecidas y nacen formalmente en un momento determinado.

Es obvio que la explicación sobre los orígenes de una institución silvestre será distinta de la que se aplique a los orígenes de una institución promulgada, aunque esta última pueda ser dividida a su vez, para los propósitos del análisis, en leyes, por ejemplo, y en aquellas reglas formales decretadas por funcionarios de organizaciones no políticas. Los sistemas de obligatoriedad pueden ser muy informales, reducidos a las exigencias de la tradición y a las opiniones expresadas de un modo más o menos sutil por los otros, o pueden estar limitados a la maquinaria formal del gobierno, o, en diversos grados, combinar ambos mecanismos.

En el análisis de las instituciones, estas categorías no agotan la complejidad o variedad de las normas sociales. Pues las reglas que rigen la conducta incluyen los patrones transitorios de la moda y el estilo, los ritos simbólicos de la observancia religiosa y patriótica, y las ceremonias que señalan ocasiones importantes. Incluyen además las reglas de procedimiento científico no sancionadas por la tradición, ni por actos legislativos, sino sólo por el acuerdo racionalmente fundado de los científicos y por los métodos empíricamente comprobados de la tarea racionalmente económica. (Claro que todas estas normas racionales pueden contener elementos tradicionales o habituales.) No necesitamos investigar aquí estos diversos tipos de instituciones; nos ocuparemos oportunamente de ellos en los capítulos subsecuentes.

Hemos dicho que las instituciones, en sus diversas formas, explican mucho de la regularidad de la conducta que observamos; el hecho de que las acciones de los hombres parezcan iguales, o por lo menos similares, se debe a que poseen patrones aprendidos y compartidos. Esta afirmación, sin embargo, podría sugerir un grado de conformidad que obviamente no existe. Las normas varían por el grado de conformidad que exigen, dependiendo en alguna medida de la naturaleza de la conducta aprobada o prohibida. No podemos tener algo de asesinos. Por el otro lado, el tiempo que los estudiantes universitarios deberían dedicar a sus estudios puede variar grandemente. Las reglas para hablar, para vestirse y las de etiqueta pueden estar formuladas en términos tan generales que necesariamente variarán dentro de los límites establecidos por la cultura. Ello quiere decir que, en muchos casos, las normas prescriben un nivel de conducta o establecen los límites más allá de los cuales sería impropio o equivocado desviarse.

Aun cuando la institución sea definida con precisión, la conducta real de hombres y mujeres variará probablemente en torno a una norma que puede ir desde un virtual no conformismo hasta una completa aceptación. En muchos colegios y universidades, por ejemplo, puede suponerse que los estudiantes dedican dos horas de estudio por cada hora de clase, o sea alrededor de 30 horas a la semana en un estudiante que tiene 15 horas de clase. Pero puede decirse con certeza que la mayoría de los estudiantes no cumplen con estas previsiones: el tiempo real invertido puede variar desde cero horas, hasta 40, 50 e incluso 60 horas a la se: mana, con un promedio probablemente menor de 30. En consecuencia, cualquier análisis de las instituciones y de la conducta, así como de las relaciones que se establecen entre ambas, debe tomar en cuenta el hecho de que tanto la definición de las normas sociales como la descripción de la conducta real se refieren con frecuencia a un nivel de conducta que se establece con base en una tendencia central.

Es obvio, por supuesto, que muchas instituciones son frecuentemente ignoradas en la práctica, que los hombres violan los Diez Mandamientos, no dan sus lugares a las mujeres en los transportes públicos y adulteran sus declaraciones de impuestos. Desafían las costumbres sexuales, descuidan las convenciones que rigen el trabajo y el juego, e ignoran los requerimientos de la moda. En su esfuerzo por dar una explicación de la conducta humana, el sociólogo empieza con las muchas reglas que definen formas de acción seleccionadas o preferidas, pero también debe preguntarse por qué son violadas las costumbres, burladas las leyes e ¡ignoradas las convenciones. La conducta que ignora las normas sociales, en la medida en que puede ser clasificada o sometida a una categoría, debe ser explicada. En realidad, el punto de partida de buena parte de la investigación sociológica ha sido el esfuerzo por explicar más las actividades socialmente desviadas —el crimen, la delincuencia, el divorcio, el suicidio—, que la conducta convencional. Aunque esta última también es un importante problema para el análisis social, a menos que estemos dispuestos a presuponer que la conformidad y la convención no requieren explicación.

Las ideas: creencias y valores. El otro gran elemento de la cultura, las ideas, abarca un variado y complejo conjunto de fenómenos sociales. Incluye las creencias que los hombres tienen sobre ellos mismos y sobre el mundo social, biológico y físico en el que viven, y también las creencias sobre sus relaciones con sus semejantes, con la sociedad y la naturaleza, y con aquellas otras entidades y fuerzas que suelen descubrir, aceptar o conjurar Ello abarca la totalidad del vasto conjunto de conocimientos y creencias por el cual los hombres explican sus observaciones y experiencias —folklore, leyenda, proverbios, teología, ciencia, filosofía, saber práctico—, y el cual toman en cuenta al escoger sus actos alternativos.

Además de las creencias, los hombres también aprenden y comparten los valores de acuerdo con los cuales viven, los patrones e ideales con los cuales definen sus fines, seleccionan sus actos y se juzgan a ellos mismos y a los otros: éxito, racionalidad, honor, valor, patriotismo, lealtad, eficiencia. Estos valores no son reglas específicas para la acción, sino preceptos generales a los cuales rinden los hombres obediencia y sobre los cuales están dispuestos a tener fuertes sentimientos. Representan dichos valores las actitudes comunes de aprobación y desaprobación, los juicios sobre lo bueno o lo malo, lo deseable o lo indeseable, o la apreciación de determinadas personas, cosas, situaciones y acontecimientos.

El término valor, sin embargo, se utiliza algunas veces para designar los objetos o situaciones definidos como buenos, propios, deseables, dignos: para el dinero, las esposas, las joyas, el éxito, el poder, la fama, más que para sentimientos o juicios comunes. Los valores adquieren entonces su carácter gracias a los juicios de los hombres, pero se distinguen de ellos. Es esta distinción la que subraya Robert M. Maclver al diferenciar entre actitudes e intereses, entre las "reacciones subjetivas, los estados de conciencia dentro del ser humano individual, en relación a objetos", y los objetos mismos.!'% Los valores, en tanto cosas a las cuales los hombres asignan importancia, pueden ser entonces creencias o instituciones, así como objetos materiales, que son el tercer componente general de la cultura. Los puntos de vista de los hombres sobre la naturaleza de Dios, del hombre o de la sociedad misma, pueden ser suscritos tan intensamente que lleguen a ser objeto de valor; los hombres pueden tener un interés tan fuerte en su creencia en Dios o en su apego a cierta doctrina científica, como lo tienen en el dinero o en el poder. "Porque un interés por la comprensión, escribe John K. Galbraith, es guardado más celosamente que cualquier otro tesoro."11 De manera similar, las instituciones adquieren valor a los ojos de los hombres, y muchos de los objetos materiales creados por los hombres llegan a ser objeto de aprobación o desaprobación, de deseo o de codicia.

En la medida en que los hombres tienen que tomar decisiones dentro de la vida social, es quizás inevitable que evalúen su propiedad, sus leyes y hábitos, sus ideas y aun ellos mismos y los demás. La observación de los mismos fenómenos desde diferentes perspectivas conceptuales —como instrumentos de producción, reglas que rigen la conducta o creencias que orientan al hombre en la naturaleza y la sociedad, por un lado, y como objetos de valor, por el otro— no es necesariamente una fuente de confusión; es más bien un medio para ampliar nuestra visión e incrementar nuestra comprensión. Ello hace posible un análisis más completo y elaborado que evita las explicaciones simplificadas sobre materias extremadamente complicadas.

La cultura material. El tercer elemento fundamental de la cultura es quizás el más fácil de definir. Consiste de aquellas cosas materiales que los hombres crean y utilizan, y que van desde los primitivos instrumentos del hombre prehistórico hasta la maquinaria más avanzada del hombre moderno. Se incluye aquí tanto el hacha de piedra como la computadora electrónica, la canoa de remos de los polinesios y el vapor de lujo, la tienda de los indios y los rascacielos de la ciudad moderna.

Identificar estos objetos materiales como elementos de la cultura, sin hacer referencia a sus concomitantes inmateriales, puede resultar fácilmente engañoso. Cuando nos referimos a tales objetos, tenemos la propensión de dar por supuesto su uso, su valor y los requisitos prácticos o saber teórico que implican. Sin embargo, las máquinas y utensilios obviamente serán inútiles a menos que sus poseedores tengan el conocimiento y la habilidad necesaria para operar con ellos. Los mismos objetos pueden tener distintos usos alternativos. Los anillos, por ejemplo, pueden ser usados en los dedos, en los brazos o en las piernas, o pueden introducirse en los labios, en la nariz o en las orejas; todos estos usos se encuentran entre los pueblos del mundo. Las chozas de los Quonset, tan familiares como las barracas y las oficinas centrales a los veteranos de la segunda Guerra Mundial, han sido usadas subsecuentemente como casas, garajes, depósitos, graneros, fábricas, y puestos de salchichas a lo largo de la carretera. En la novela utópica de William Morris, News from Nowhere, los edificios del Parlamento son reducidos a depósitos de estiércol.

Los diferentes usos conducen por supuesto a diferentes evaluaciones.

Las pinturas pueden ser atesoradas y exhibidas, o bien quedar ocultas en el desván. Los automóviles pueden ser símbolos visibles del nivel social o meros utensilios prácticos que proporcionan transporte. Dos pedazos de madera cruzados pueden ser un símbolo religioso o bien combustible que debe quemarse para producir calor. Para describir completamente a los objetos culturales es necesario, por tanto, conocer sus usos, las actitudes hacia ellos y los valores que se les asigna, así como el conjunto de conocimientos y habilidades que implican.

En esta descripción de los componentes de la cultura ha sido necesario referirnos varias veces a las complejas relaciones que existen entre los diversos elementos que componen el todo. Dichas relaciones constituyen un enfoque importante del análisis sociológico. Este enfoque puede permanecer en el nivel de la cultura en general, o, con mayor frecuencia, puede ser dirigido hacia la cultura, el conjunto o sistema de instituciones, valores, creencias y objetos pertenecientes a un grupo particular de personas. Así, podemos considerar separadamente a la cultura americana, la cultura de la India o la de los isleños del Pacífico Occidental, o a la de las muchas tribus, pueblos y naciones del mundo.

De hecho, es solamente mediante la comparación de estas culturas específicas que podemos eventualmente ampliar nuestra comprensión de la cultura en general.


La sociedad

Al identificar la cultura como algo que pertenece a un grupo determinado de personas, hemos desembocado en el segundo concepto básico de la sociología: la sociedad. A pesar de su importancia, no hay un claro acuerdo sobre el significado del término, incluso entre los científicos sociales o, con mayor particularidad, los sociólogos, algunos de los cuales han designado a su disciplina como la "ciencia de la sociedad". "En la larga historia de la literatura que se ocupa de la vida de los seres humanos reunidos en grupo —ha comentado Gladys Bryson—, quizá ninguna palabra tenga menos precisión en el uso que el término sociedad." 12 No podemos, por tanto, sugerir una definición que fuese aceptada por todos o casi todos los sociólogos. Ni ganaríamos nada agregando una más al conjunto ya imponente de alternativas. En vez de ello, podemos llevar adelante nuestro análisis explorando los diversos significados que han sido atribuidos al término, y examinando brevemente los diversos usos que se le dan. Como señalamos antes, las diferencias conceptuales significan con frecuencia que la gente observa o subraya diferentes aspectos del mismo fenómeno.

En su uso más general, la sociedad se refiere meramente al hecho básico de la asociación humana. Por ejemplo, el término ha sido empleado, "en el más amplio sentido, para incluir toda clase y grado de relaciones en que entran los hombres, sean ellas organizadas o desorganizadas, directas o indirectas, conscientes o inconscientes, de colaboración o de antagonismo., Ella incluye todo el tejido de las relaciones humanas y no tiene límites o fronteras definidas. De una estructura amorfa en sí misma, surgen de ella sociedades numerosas, específicas, traslapadas e interconectadas, aunque todas ellas no agotan el concepto de sociedad". Esta concepción de la sociedad, que parece a veces abarcar a toda la humanidad, sirve principalmente para enfocar nuestra atención sobre una amplia gama de fenómenos centrales para el análisis de la conducta humana, principalmente las variadas y multiformes relaciones en que entran necesariamente los hombres durante el curso de su vida común.

El concepto de relación social se basa en el hecho de que la conducta humana está orientada en numerosas formas hacia otras personas.

No sólo viven juntos los hombres y comparten opiniones, valores, creencias y hábitos comunes, sino también entran constantemente en interacción, respondiendo uno frente al otro y ajustando su conducta en relación a la conducta y a las expectativas de los otros. El esfuerzo del amante por complacer al objeto de sus afecciones, los intentos del político para ganar el apoyo del electorado, la obediencia del soldado a las órdenes de sus oficiales, constituyen todas ejemplos familiares de conducta orientada hacia las expectativas y deseos, reales o imaginarios, de los otros. La acción puede estar modelada de acuerdo con la de otra persona: el niño imita a su padre, el joven a su estrella de cine favorita.

La conducta puede estar calculada para provocar respuestas, como en el esfuerzo que hace el niño para obtener la aprobación de sus padres, O el intento del actor para conmover a su auditorio. Puede estar basada o en expectativas relativas a la conducta de los otros, como, por ejemplo, la finta del boxeador antes de lanzar un golpe o la técnica que emplea el médico para informar al paciente de su diagnóstico. La interacción, por tanto, no es unilateral, como lo revelan estos ejemplos. El electorado responde de alguna manera a los actos del político, y éste puede alterar sus métodos o persistir en su estrategia, con consecuencias posteriores en las actitudes y la conducta de los votantes. La conducta del oficial estará afectada por la manera como sus hombres obedecen las órdenes.

El cortejo no es solamente una situación de cazador y presa; cambiando la metáfora, diríamos que dos pueden jugar el juego tanto como uno solo.

La interacción, como lo sugiere la palabra misma, no es una ocurrencia momentánea, ni una respuesta aislada a un estímulo aislado; es un proceso persistente de acción y reacción.

Puede decirse que una relación social existe cuando individuos o grupos poseen expectativas recíprocas concernientes a la conducta de los otros, de modo que tienden a actuar en forma relativamente reguladas.

Para decirlo en forma distinta, una relación social consiste en una norma de interacción humana. Los padres y los hijos se responden recíprocamente en formas más o menos regulares, basadas sobre expectativas mutuas. Las interacciones reguladas de los estudiantes y profesores, del policía y del conductor de automóvil, del vendedor y del comprador, del trabajador y del patrono, del médico y del paciente, constituyen relaciones sociales de varias clases. Desde un punto de vista, la sociedad es, pues, el "tramado de las relaciones sociales".

La sociedad como grupo. La sociedad, considerada como el "tejido total" o "el complejo esquema total" de las relaciones sociales, puede distinguirse de aquellas determinadas sociedades en las que se agrupan los hombres. Es frecuente, sin embargo, que en algunas definiciones de la sociedad se acentúe más el papel de las personas que la estructura de las relaciones. Georg Simmel, uno de los fundadores de la sociología, consideraba una sociedad como "un cierto número de individuos unidos por la interacción",1 mientras que el antropólogo Ralph Linton identificaba una sociedad como "todo grupo de gentes que han vivido y trabajado juntos durante el tiempo suficiente para organizarse y considerarse como una unidad social, con límites bien definidos".15.

Esta concepción de la sociedad, aunque sea valiosa en la medida en que enfoca la atención hacia la red de relaciones que mantiene unidos a ciertos agregados humanos, es demasiado general para ser útil. Definida así, la sociedad podría incluir cualquier multiplicidad de grupos que encontramos entre los hombres. Podría referirse a la "Sociedad", o sea los miembros de la clase alta cuyos actos son registrados en las "páginas sociales" de los periódicos. Podría abarcar organizaciones de muchas clases: la Sociedad de Amigos, la Sociedad para el Progreso de la Administración, la Sociedad Etnológica Americana, así como los numerosos clubes, logias, fraternidades, asociaciones criminales y organizaciones profesionales. Se incluiría también a las familias, a los grupos de parentesco y a los círculos de amigos. Aunque algunos escritores utilizan el término "sociedad" para referirse a cualquier clase de grupo, el concepto designa usualmente una categoría especial de unidad social.

La sociedad, pues, es más un grupo dentro del cual pueden vivir los hombres una completa vida común, que una organización limitada a algún propósito o propósitos específicos. Desde este punto de vista, una sociedad consiste no solamente de individuos vinculados los unos a los Otros, sino también de grupos interconectados y superpuestos. La sociedad norteamericana, por ejemplo, consta de 178 millones o más de personas (en 1960), vinculadas dentro de un complejo tejido de relaciones; de aproximadamente 43 millones de familias (que crecen anualmente en más de medio millón de unidades); de la multiplicidad de comunidades urbanas y rurales, sectas y denominaciones religiosas, partidos políticos, razas y grupos étnicos, clases económicas y sociales, sindicatos, organizaciones de empresarios y de veteranos, y de la infinita variedad de otras organizaciones voluntarias en que se divide la población. Por otro lado, una sociedad primitiva, como la de las Islas Andaman, al occidente de Birmania, consistía, antes de la llegada de los europeos, de una pequeña población organizada básicamente en tribus, grupos locales y familias. La sociedad de la India incluye los distintos grupos religiosos, las innumerables castas y los "descastados", las distintas razas, tribus, agregados y organizaciones económicas y políticas, etcétera. En cualquier sociedad, grupos pequeños pueden encontrarse dentro de los más grandes, y los individuos pueden pertenecer simultáneamente a varios grupos. Cada sociedad puede, pues, ser analizada en términos de sus grupos constitutivos y de sus relaciones recíprocas.

La Sociedad como conjunto de Instituciones. Una sociedad, ya sea definida como el "tramado de relaciones sociales" o como un grupo que lo abarca todo, posee una forma de vida o, en nuestra terminología, una cultura. Los patrones de interacción y de relación social se definen por las normas que rigen la conducta y son afectados por los valores y creencias que comparten los miembros de la sociedad. Este hecho es tan importante, que la sociedad misma ha sido en ocasiones definida simplemente como el sistema de instituciones que gobiernan la conducta y proporcionan el marco de la vida social. Dentro de esta concepción, la sociedad deberá ser descrita en términos de sus principales instituciones: familiares, religiosas, económicas, políticas, educacionales, etcétera.

Sin embargo, reducir la sociedad a una estructura de instituciones significa acentuar más el aspecto cultura, desviando la atención de la estructura de las relaciones sociales. Ambos elementos, no obstante, son esenciales para el análisis sociológico.


Papel y status

El eslabón entre la sociedad —considerada como el tejido de relaciones que hay entre individuos que participan como miembros de un complejo conjunto de grupos sociales dentro de un todo más amplio—, y la cultura, especialmente en sus aspectos institucionales, lo proporcionan los conceptos de papel y status. Estos conceptos, que han ganado gran importancia teórica en los años recientes, proporcionan puntos de enfoque para el análisis de las instituciones y, simultáneamente, constituyen elementos básicos en el análisis de los grupos. Además, son de gran valor para establecer las relaciones entre el individuo, su cultura y su sociedad. (Hablaremos más ampliamente de este problema en el capítulo Iv.).

Los conceptos de papel y status derivan de algunas observaciones básicas sobre la naturaleza de las- instituciones. Cuando consideramos la variedad de las normas sociales, o patrones de conducta, es obvio que sólo algunas de ellas tienen aplicación universal para toda la gente.

Algunas de estas normas se aplican sólo a grupos limitados, mientras que otras sólo a una persona. Algunas se aplican en el determinado contexto en el que se encuentra un individuo, en tanto que otras Se aplican en diferentes contextos. Encontramos un buen ejemplo de todo esto en uno de nuestros principios morales básicos y supuestamente universales: no matarás. La persona que asesina es culpable del más grave delito dentro de todo el catálogo criminal. Si se le arresta, puede ser sometido a la pena máxima, o, por lo menos, a la máxima pena posible; Pero esta regla no se aplica a ciertas personas que se encuentran en circunstancias específicas. El policía que cumple con su deber, el verdugo que lleva a cabo la sentencia de un tribunal legalmente constituido, el soldado en batalla, incluso a veces el marido engañado, todos ellos pueden matar a otra persona o personas sin ser objeto de crítica o sanción. No definimos tales homicidios como asesinatos; nuestras distinciones verbales revelan nuestros valores sociales. El hecho central en estos ejemplos es que la regla no se aplica a las personas que ocupan determinadas posiciones dentro de la sociedad. Los términos usados en nuestros ejemplos —policía, verdugo, soldado, marido— se refieren a tales posiciones, o, en término sociológico, status. Cada uno de estos status supone un repertorio de reglas o normas que prescriben, a la persona que lo ocupa, cómo deberá o no actuar bajo determinadas circunstancias. Llamamos papel a este conjunto de normas. Status y papel son, pues, dos lados de una misma moneda. El status es una posición socialmente identificada; el papel es el patrón de conducta aplicable a las personas que ocupan un status particular.

El concepto de papel no es, por supuesto, nuevo, como lo muestran las siguientes líneas de Shakespeare: Todo el mundo es un escenario, y todos los hombres y mujeres meros actores : tienen ellos sus salidas y sus entradas; y un hombre en su época juega muchas partes, siendo sus actos de siete edades.

Estas edades, o, para usar nuestro vocabulario moderno y menos poético, papeles, incluían al niño, al escolar, al amante, al soldado, al "juez", al "payaso", y, finalmente, a la "segunda niñez". Sin embargo, el viejo linaje de la idea de papel social no significa necesariamente que el concepto haya sido usado sistemáticamente en el pasado. Frecuentemente encontraremos que algunos conceptos pueden estar ya esbozados en las fuentes bíblicas o clásicas, así como en los escritos de filósofos, poetas o novelistas. Nuestras anteriores citas de Aristóteles y de Adam Ferguson muestran que muchas ideas básicas han sido ya sugeridas desde hace mucho tiempo, un hecho que algunas veces ha dado lugar al argumento de que la sociología no ofrece frecuentemente sino un conocimiento familiar con una nueva envoltura. Lo que es nuevo en el concepto de papel, o en el de muchos otros conceptos modernos que implican viejas ideas, es el intento de organizar sistemáticamente al conocimiento, comprobar las ideas frente a una acumulación de evidencias y aumentar el conocimiento mediante la superación de las percepciones originales. La teoría atómica de la materia, como ha sido señalado, fue probablemente formulada por primera vez en el pensamiento de Demócrito; pero los antiguos griegos no tenían una ciencia física que les permitiese dividir el átomo. La ciencia no consiste sólo de observaciones acertadas y penetrantes (como se considera algunas veces a las ciencias sociales), sino de un desarrollo ordenado y acumulativo de conocimientos. La ciencia asegura la integración de los conocimientos de tal manera que éstos no son ya meras y fortuitas percepciones de hombres clarividentes, a veces erróneas y a veces sólo verdaderas a medias, sino que llegan a constituir un saber científico firmemente establecido y asequible a todos.

A pesar de todo, podemos utilizar la imagen teatral de Shakespeare para desarrollar y explicar los conceptos de papel y status. El papel teatral desempeñado por los "actores" existe independientemente de los individuos, los cuales deben aprender sus partes y adquirir los gestos y maneras apropiados. Los papeles sociales son también aprendidos a medida que los hombres y las mujeres adquieren la cultura de su grupo, aunque los papeles pueden llegar a ser una parte tan esencial a la personalidad individual, que son desempeñados sin que se tenga conciencia de su carácter social. (Es interesante notar que los actores profesionales han discutido desde hace mucho tiempo el esfuerzo que tienen que realizar para "vivir" sus partes con objeto de realizarlas bien.)1% Los papeles no son la gente; son las partes desempeñadas en el escenario social, y pueden ser analizadas separadamente en la misma forma en que el drama puede ser considerado independientemente de la realización y de los realizadores.

Los elementos de un papel social son al mismo tiempo obvios y sutiles. Sabemos, por ejemplo, lo que se supone debe hacer un profesor en su papel profesional: trasmitir a sus estudiantes algún tipo de información o saber, y seguir métodos más o menos aceptables y comprensibles. Pero en algunas comunidades se espera también que un profesor no fume ni tome licor, y que las profesoras no vistan ropa ligera en público. En un estudio sobre los papeles sexuales de un colegio de mujeres se encontró que muchas de ellas "jugaban al tonto", daban escasa importancia a sus realizaciones intelectuales y se sometían a la autoridad y a la dirección masculina durante sus entrevistas, porque tenían la impresión de que esto era lo que los hombres esperaban de ellas.!7 En una investigación sobre las directivas locales, llevada a cabo en el Sindicato de Trabajadores Automovilísticos, se descubrió que los funcionarios sindicales no debían dar evidencia de tener ambiciones personales. "Lo peor que puede decirse de un líder sindical es que es un "oportunista' o un "ambicioso'."18 Como lo sugieren estos ejemplos, muchos rasgos de un papel social están solamente implícitos. Como actores sociales, los hombres llegan a tener conciencia de algunas de las reglas que rigen su conducta solamente cuando otros los desprecian o cuando se trata de ignorar o violar dichas reglas. Una tarea importante de la sociología es descubrir no solamente las normas evidentes y explícitas que definen y regulan las acciones de los hombres, sino también aquellas que permanecen por lo general ocultas por debajo de la superficie.

Puede decirse que los hombres realizan o desempeñan papeles sociales, y que ocupan o llenan status. El status es una especie de título de identificación social que coloca a las personas en relación con las otras, y que implica también alguna clase de papel. Cada hombre ocupa diversos status y desempeña diferentes papeles. Un hombre es esposo, sol.

tero o viudo; es directivo de empresa, trabajador de fábrica o profesionista; es también católico, protestante o judío. Es un líder de la comunidad o un ciudadano ordinario, un fanático del beisbol, un ávido pescador y un fotógrafo aficionado. Cada una de estas identificaciones constituye un status y lleva consigo expectativas de conducta, ya sean definidas éstas con precisión o con vaguedad, o bien obligatorias de un modo rígido o con elasticidad.

Por tanto, la conducta de una persona depende en gran parte de la posición particular en la que se encuentre y de las expectativas de papeles que ella suponga. Por ejemplo, se supone que un profesor debe soslayar el sexo de sus estudiantes al calificar o evaluar su trabajo académico.

(Los matrimonios ocasionales entre estudiantes y profesores indican que algunas veces el profesor no ha cumplido con ese requisito de ignorar el sexo, por lo menos en el caso de uno de sus estudiantes, o, más probablemente, que el profesor y la alumna se han encontrado en algún lugar fuera del salón de clase, donde podían soslayar sus papeles académicos y actuar como hombre y mujer, aunque estos papeles son también papeles socialmente definidos y no sólo pautas de conducta de carácter meramente biológico.) El avaro hombre de negocios que es muy generoso en sus actos de caridad y el rudo chantajista que trata con amor y afecto a su esposa, sus hijos o su madre, no son necesariamente ejemplos de hipocresía o de personalidad desdoblada, cosa que tampoco ocurre con el guerrero indio que protege cuidadosamente a sus seres amados, desprendiendo con placer la cabellera de sus enemigos. Todos ellos están actuando en diferentes momentos, de acuerdo con las formas apropiadas al particular status que ocupan y según el papel que desempeñan. Cuando un hombre rehúsa aumentar los salarios de sus empleados o maniobra cruelmente para arruinar a su competidor, e incluso trata de arrojarlo de los negocios, está actuando como un hombre de negocios; al responder a una petición de carácter caritativo, actuará como un miembro influyente y respetado de la comunidad local. El chantajista puede desprenderse de su papel de "negocios" cuando llega a su casa por las noches.

Como podrían sugerirlo nuestros ejemplos, los papeles y status tienen varios fundamentos. Algunos hechos biológicos sirven de base para diferenciar ciertos papeles y status. En toda sociedad, los diferentes papeles dependen de hechos como la edad y el sexo. Distinguimos, por ejemplo, al bebé, al niño, al adolescente y a los adultos de diferentes variedades: jóvenes adultos, hombres de mediana edad, los viejos. En toda sociedad, los hombres y mujeres ocupan distintas posiciones y se espera que actúen de un modo diferente, variando incluso en carácter y en personalidad, aunque las sociedades difieren ampliamente en sus definiciones de los papeles sexuales. Otros rasgos biológicos son a veces, aunque no de un modo universal, elementos que sirven de base para distintos status y papeles. En la sociedad occidental, como lo ha mostrado con algún detalle Talcott Parsons, los enfermos ocupan una posición definida que permite, estimula e incluso exige ciertos tipos de conducta.19.

Pero la mayoría de los papeles y status surgen del proceso mismo de la vida colectiva. Hay siempre alguna división económica del trabajo que determina la diferenciación de las posiciones y deberes. En la medida en que los hombres tienen que vérselas con problemas para mantener el orden y la armonía dentro de la sociedad, pueden desarrollar distintos papeles y status de carácter político: congresistas, policías militares, comisarios, mayores, presidentes de partido, jefes electorales, jueces. Las prácticas y creencias religiosas proporcionan otras bases para la diferenciación social: cura, fraile, monja, obispo, ministro, diácono, rabino. A medida que las sociedades se hacen más grandes y complejas, aparecen nuevas posiciones y nuevas expectativas de conducta: estrella de cine, agente de pruebas, profesor de enfermería, propagandista, físico-atómico, "extra" de cine o de teatro, beatniks, tuminters (animadores sociales en los lugares de descanso de Catskill Mountain —"un jongleur versátil que actúa frenéticamente en torno al reloj y se contorsiona con rapidez durante los días de lluvia para que no se aburran los huéspedes"),2% y muchísimas otras.

Entre los varios status que los hombres pueden llegar a ocupar, debemos distinguir aquellos que son atribuidos y los que son adquiridos.

Un status atribuido deriva de los atributos sobre los cuales no tiene control una persona —edad, sexo o color, por ejemplo—, o de su pertenencia a un grupo que le ha sido asignado por los demás: familia, religión, nacionalidad. Sobre la base de un status atribuido, se espera que dicha persona desempeñe ciertos papeles. Un status adquirido está determinado por alguna acción directa o positiva: uno debe casarse para llegar a ser esposo o esposa; debe asegurarse una mayoría decisiva de votos para ser un parlamentario; o debe graduarse en una escuela de medicina para poder ser médico. La atribución limita el acceso a ciertas posiciones de status: un hombre no puede llegar a ser una mujer; un irlandés de Boston no puede ser un Lowell o un Cabot; una popular vendedora de flores probablemente no llegará a ser miembro de la clase media o de la aristocracia inglesa, a menos que tenga la fortuna de ser tutoreada por Henry Higgins. En la medida en que el número de personas que puede encontrarse en un particular status es restringido —sólo un número limitado de estudiantes son admitidos a las escuelas de medicina; sólo una persona puede ser Presidente; no todo mundo puede llegar a las altas esferas de la industria—, los ocupantes potenciales deben competir, demostrando de algún modo su habilidad para realizar el papel importante que deriva de ese status.

La importancia de los papeles sociales radica no sólo en el grado en que regulan la conducta, sino también en el hecho de que permiten a los hombres predecir los actos de los demás, y determinar, por tanto, sus propios actos de acuerdo con aquellos. En consecuencia, las relaciones sociales existen entre los papeles desempeñados por los miembros de una sociedad. Estas relaciones no están sólo definidas indirectamente por las normas que exigen formas específicas de conducta, sino también por prescripciones institucionales generalizadas que indican lo que se espera que hagan recíprocamente quienes se encuentran en status definidos. Los jueces no pueden dar preferencia a un litigante en el tribunal por razón de su edad, sexo, religión, riqueza o color (a menos que tal preferencia esté legalmente definida). Se espera que los niños sigan las reglas de sus padres en lo que se refiere a la hora en que deben acostarse, si pueden o no salir a jugar, y en lo que toca a su comida.

Los hombres deben quitarse el sombrero para saludar a las mujeres, darles la acera cuando las acompañan y levantarse cuando una dama entra en el salón.


La organización social: resumen

El complejo conjunto de papeles y status que define la conducta de los individuos, y las relaciones que hay entre ellos constituyen lo que los sociólogos llaman la organización o la estructura social. (El término estructura social ha sido empleado ocasionalmente para referirse a cualquier conducta regulada por normas. Este uso del término subraya el elemento de norma contenido en el concepto de estructura, pero nosotros haremos hincapié en el elemento de relaciones entre las partes, implícito en la palabra.) Un grupo social se compone de un número de personas cuyas relaciones están basadas en un conjunto de papeles y status interrelacionados. Dichas personas se relacionan unas con otras en una forma más o menos estandarizada, determinada en gran parte por las normas y los patrones aceptados por los miembros. Esas mismas personas están unidas, en mayor o menor medida, por un sentido de identificación común o por una similitud de intereses que les permite diferenciar a los miembros de los que no lo son.

Los conceptos de organización social y de grupo social definen una perspectiva central de la investigación sociológica. En su significado más amplio, dichos conceptos constituyen la sociedad, definida como "la matriz de las relaciones sociales dentro de la cual se desarrollan otras formas de la vida de grupo", o como el grupo más amplio dentro del cual los hombres comparten toda su vida. Pero estos conceptos pueden también ser aplicados a los diversos tipos de vida de grupo que se dan entre los hombres, como familias, tribus, clanes, grupos étnicos, iglesias, sindicatos, corporaciones, partidos políticos, grupos de vecinos, grupos de edad y de sexo, etcétera.

Paralela a esta perspectiva está la que proporcionan el concepto de cultura y sus elementos componentes. Los patrones normativos, los valores y creencias comunes, las habilidades técnicas y los implementos prácticos surgen todos del proceso de la interacción social, de la experiencia de la vida social. A su vez, ellos mismos condicionan el carácter de las relaciones sociales y la matriz de la vida social. Por tanto, ningún análisis sociológico de la conducta puede ignorar cualquiera de estas dos perspectivas. Aunque distintas conceptual o analíticamente, ambas se refieren a una realidad total que sólo puede ser dividida mentalmente. Por analizada y disecada que sea, la vida social mantiene una unidad a cuya comprensión trata de contribuir parcialmente la sociología.

Ely Chinoy: Cultura y sociedad (La sociedad, 1966)
Ely Chinoy: Cultura y sociedad (La sociedad, 1966)

La sociedad. Una introducción a la sociología

Ely Chinoy

Fondo de Cultura Económica, 1966

Fecha de publicación original: 1966




Capítulos de La Sociedad de Ely Chinoy

Cap. 2: Cultura y sociedad (La sociedad, 1966)

Cap. 3: Diversidad y uniformidad en la sociedad humana (La sociedad, 1966)

Cap. 4: Cultura, sociedad e individuo (La sociedad, 1966)

Cap. 16: Conformidad y control social (La sociedad, 1966)

Cap. 17: Conducta desviada y desorganización social (La sociedad, 1966)

Cap. 18: Los usos de la sociología (La sociedad, 1966)




La sociedad. Una introducción a la sociología de Ely Chinoy

Comentarios

  1. Conducta regulada y vida colectiva

    La sociología comienza con dos hechos básicos: la conducta de los seres humanos muestra normas regulares y recurrentes, y los seres humanos son animales sociales y no criaturas aisladas. Los hechos fundamentales como nacer, morir y casarse; los detalles privados de bañarse, comer y hacer el amor; los sucesos públicos de votar y producir o comprar mercancías, y las otras múltiples actividades realizadas por los hombres, siguen usualmente normas reconocibles.

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