Macionis y Plummer: Desigualdad y estratificación social (Cap. 8)
Desigualdad y estratificación social
Cap. 8 de Macionis, John J.; Plummer, Ken. Sociología. Pearson Educación, Madrid, 2011.
Todos los animales son iguales, pero algunos lo son más que otros.
George ORWELL, Animal Farm, 1945: C. 10.
El 10 de abril de 1912, el transatlántico Titanic partió de los muelles de Southampton, en el Reino Unido, en su viaje inaugural hacia Nueva York. Como un orgulloso símbolo de la nueva era industrial, el imponente navío transportaba 2.300 pasajeros, algunos de los cuales disfrutaban de más lujos de los que la mayoría de viajeros de hoy puedan imaginar. Por el contrario, muchos inmigrantes pobres abarrotaban las cubiertas inferiores, viajando hacia lo que ellos esperaban sería una vida mejor en Estados Unidos.
Tras dos días de navegación, la tripulación recibió avisos de radio que informaban de icebergs a la deriva, pero les prestaron poca atención. Entonces, cerca de medianoche, mientras el barco avanzaba humeando rápida y silenciosamente hacia el oeste, un vigía se quedó atónito al ver un enorme bulto directamente delante del barco. Momentos después, el Titanic chocó con un gran iceberg, al menos tan alto como el mismo barco, que abrió su flanco de estribor como si el casco no fuera más que una gigantesca lata de refresco.
El agua del mar penetró en los niveles inferiores del barco y, veinticinco minutos después, el pasaje estaba abalanzándose hacia los botes salvavidas. Hacia las dos de la madrugada, la proa del Titanic estaba sumergida y la popa se elevaba a gran altura por encima del agua. Agarrándose a la cubierta, tranquilamente observados por los que se encontraban a salvo en los botes, miles de pasajeros sin ayuda veían transcurrir sus minutos finales de vida, antes de que el barco desapareciera en el gélido Atlántico (Lord, 1976).
La trágica pérdida de más de 1.600 vidas fue noticia en todo el mundo. Volviendo la vista atrás de manera desapasionada, y empleando una perspectiva sociológica, vemos que algunas categorías de pasajeros tuvieron probabilidades mucho mayores de sobrevivir que otras. Las normas de galantería explican que mujeres y niños tuvieran prioridad, y que el 80 por ciento de los muertos fueran hombres. La clase social, también, jugó su papel. De las personas que poseían billetes de primera clase, más del 60 por ciento se salvó porque ocupaban las cubiertas superiores, donde las alarmas sonaron primero y los botes salvavidas eran más accesibles. Solo el 36 por ciento de los pasajeros de segunda clase sobrevivió, y de los pasajeros de tercera de las cubiertas más bajas, solamente el 24 por ciento pudo salvarse. A bordo del Titanic, la clase social tomó un significado mucho más importante que la calidad del camarote: fue verdaderamente un asunto de vida o muerte.
Muchos años después la historia del Titanic sigue conmoviéndonos. En 1997 fue llevada al cine por tercera vez y se convirtió en el mayor éxito de taquilla de todos los tiempos. También sirvió de base para un musical. Quedan muchos aspectos por analizar en la historia del Titanic, pero uno de los más atractivos es sin duda la división extrema de clases sociales que tantas vidas destruyó.
Temas clave
● Naturaleza de las desigualdades sociales y la estratificación social.
● Las fuentes principales de desigualdad social son la economía, el género, la sexualidad, la edad, la etnia. La esclavitud, la casta y la clase como manifestaciones más evidentes.
● La prevalencia y la persistencia de la desigualdad social.
● El futuro de las desigualdades.
El destino del Titanic ilustra de forma dramática las consecuencias de la desigualdad social en las expectativas vitales de las personas —y a veces incluso si viven o no. La desigualdad y las diferencias sociales son en todo el mundo una parte de la vida social. Ciertamente, la diferenciación de grupo es una característica básica en todas las sociedades. Pero cuando tales diferencias comienzan a ser socialmente significativas —tal como hemos visto en el caso del Titanic— los sociólogos comienzan a hablar de desigualdad social, que surge cuando las diferencias humanas se hacen socialmente significativas. Mientras que las diferencias pueden encontrarse en cualquier parte y pueden a menudo ser inconsecuentes (tales como las diferencias entre los coleccionistas de sellos, los deportistas o los cocineros), las diferencias entre las personas que dividen o separan a los miembros de una sociedad, y que son valoradas como tales por el conjunto de esa sociedad, son las que más interesan a los sociólogos.
En la mayoría de (y probablemente en todas) las sociedades existen sistemas de división y estratificación social, que sitúan a unas determinadas categorías de personas por encima de otras y que determinan situaciones diferentes de prestigio, poder y riqueza.
Qué es la estratificación social
Los sociólogos usan los conceptos de desigualdad y estratificación social para referirse al sistema por el que una sociedad clasifica a los grupos de personas de una manera jerárquica. En todas las sociedades hay cinco principios básicos de estratificación o desigualdad social.
1. La estratificación social es una característica de la sociedad, no simplemente un reflejo de las diferencias individuales. Es un sistema que confiere un acceso desigual a los recursos. Los miembros de las sociedades industriales consideramos el estatus social como un reflejo del talento y el esfuerzo personal, aunque exageramos su significado hasta el punto de creer que eso controla nuestras vidas. ¿Habría sobrevivido un porcentaje mayor de los pasajeros de primera clase al hundimiento del Titanic porque eran más elegantes o mejores nadadores que los pasajeros de segunda o tercera clase? Difícilmente. A ellos les fue mejor debido a su posición privilegiada en el barco. De manera similar, los niños nacidos en el seno de familias acomodadas están mejor situados que los nacidos en la pobreza para obtener cuidados médicos, conseguir títulos académicos, tener éxito en su vida laboral y vivir bien hasta la vejez. Ni los ricos ni los pobres han creado la estratificación social, aunque este sistema modele las vidas de todos ellos.
2. La estratificación social persiste a través de las generaciones. Para entender que la estratificación tiene su origen en la sociedad más que las diferencias individuales, basta solo comprobar cómo la desigualdad persiste a lo largo del tiempo. En todas las sociedades, los padres legan su posición social a sus hijos, de modo que las pautas de desigualdad permanecen inalterados de generación en generación.
Algunos individuos experimentan movilidad social, cambios en la posición de una persona en la jerarquía social. La movilidad social puede ser hacia arriba o hacia abajo en la jerarquía de posiciones sociales.
Nuestra sociedad celebra los logros de un David Beckham o una Madonna, que alcanzaron posiciones de prestigio y riqueza partiendo de unos orígenes modestos. Pero también sabemos de personas que se han empobrecido debido a bancarrotas, al desempleo o la enfermedad. Existe movilidad social horizontal cuando las personas cambian una ocupación por otra que es parecida, sin alterar con ello su posición en la jerarquía social. Para la mayoría de las personas, sin embargo, el estatus social sigue siendo el mismo a lo largo de toda su vida.
3. La estratificación social es universal pero variable. La estratificación social puede encontrarse en todas las sociedades, aunque lo que es desigual y cómo es desigual varía de una sociedad a otra. Entre los miembros de las sociedades tecnológicamente simples, la diferenciación social puede ser mínima y estar basada en la edad y el sexo (aunque estos factores son todavía importantes en la mayoría de las sociedades actuales).
4. La estratificación social hace referencia no solo a las desigualdades sino también a las creencias. Todo sistema de desigualdad no solo da a algunas personas más recursos que a otras, sino que también implica una serie de creencias bajo las cuales aquellas diferencias y desigualdades se presentan como justas. De la misma manera que lo que hace a las personas diferentes varía de unas sociedades a otras, las ideas o creencias que sirven para legitimar esas diferencias también varían. Los sociólogos han introducido términos tales como «ideología» o «hegemonía» para referirse a esas creencias. En cualquier caso, aquellos que ocupan posiciones privilegiadas en sus sociedades son quienes más apoyan esas creencias, mientras que aquellas personas que ocupan posiciones subordinadas expresan más interés en cambiar las cosas.
5. La estratificación social genera identidades compartidas que ubican a las personas en categorías sociales diferentes. La identidad sirve para delimitar unas categorías sociales de otras y, con la ayuda de repertorios culturales, para reclamar su lealtad o pertenencia a una u otra categoría. En todos los sistemas de estratificación social, las personas tienen que lidiar con su adscripción a una categoría social: pueden aceptarla, discutirla o incluso resistirse a ella. Para Marx, por ejemplo, el sentido de pertenencia a la clase trabajadora, o lo que él llamaba la «conciencia de clase» era muy importante. Las identidades de clase puede ser punto de partida para estudiar lo que se llama un «sistema de estratificación social» (Payne, 2000; Braham y Janes, 2002).
Las formas de estratificación social y los procesos de desigualdad
Durante mucho tiempo, los sociólogos se han ocupado mayoritariamente del sistema de estratificación social, en el que las personas ocupan una posición u otra en la jerarquía social en función de su posición económica, su poder y su prestigio. La posición social y económica se refiere, además de a las diferencias de clase, a la esclavitud y al sistema de castas. Pero más recientemente, los sociólogos han reconocido que además de las diferencias económicas entre las personas existen también otras diferencias importantes, como las que se refieren al género, la etnia o la edad, que sitúan a los miembros de una sociedad en situaciones radicalmente diferentes en cuanto a sus expectativas o posibilidades de elegir y llevar adelante sus sueños y aspiraciones.
De esta manera, hay jerarquías que pueden presentarse como:
● Desigualdades sociales y económicas. Aquí, el trabajo de una persona, la riqueza y sus ingresos juegan un papel clave: ver Capítulos 9 y 10.
● Desigualdades de género y de sexualidad. Aquí la posición de una persona como hombre o como mujer juegan un papel clave: ver Capítulo 12.
● Desigualdades étnicas y de raza. Aquí es importante la raza y etnia de una persona: ver Capítulo 11.
● Desigualdades por razón de edad. Aquí lo importante es la edad de una persona: ver Capítulo 13. Además de estas, hay otras fuentes de desigualdad, que incluyen la discapacidad, el lenguaje y las nacionalidades. Dentro de tales divisiones y sistemas de estratificación, Iris Marion Young ha identificado un grupo de procesos claves, que incluyen la:
● Exclusión social y marginación. Un proceso por el que «se excluye a toda una categoría de personas de la vida social» (Young, 1990: 53). Aquí, las personas son empujadas a los márgenes de la sociedad. Veremos esto cuando hablemos de la idea de la sociedad excluyente y de la sociedad incluyente en el Capítulo 10.
● Explotación. Proceso mediante el cual un grupo social determinado se beneficia del trabajo de otros grupos sociales (Young, 1990: 49).
● Sentimiento de impotencia. Proceso mediante el cual las personas llegan a perder la autoridad, el estatus y el sentido de sí mismos que muchos profesionales llegan a tener (Young, 1990: 57).
● Imperialismo cultural. Que es «la universalización de la experiencia y cultura de un grupo dominante y su establecimiento como si fuera la norma» (Young, 1990: 59). Veremos esto cuando discutamos el poscolonialismo en el Capítulo 11.
● Violencia. Que es dirigida contra los miembros de un grupo simplemente porque pertenecen a otro grupo (Young, 1990: 62). Discutiremos la violencia contra las mujeres y la homofobia contra los gays en el Capítulo 12.
Visión de conjunto
En este capítulo vamos a estudiar los sistemas de desigualdad. Ofreceremos ejemplos, y plantearemos algunos debates. Estudiaremos la variabilidad con que se presenta la desigualdad social en unas u otras sociedades, y estudiaremos también por qué la estratificación social es un fenómeno universal. En el Capítulo 9 estudiaremos la desigualdad social desde una perspectiva internacional, y analizaremos cuestiones como la pobreza en el mundo y las enormes desigualdades entre países. El Capítulo 10 examina cómo la estratificación social y económica opera en los países ricos: el Reino Unido y los Estados Unidos (donde la pobreza, por ejemplo, continúa existiendo a escala masiva). El Capítulo 11 trata de las desigualdades raciales y las producidas por el fenómeno de la inmigración. Aunque hablaremos fundamentalmente sobre Europa, veremos que la «estratificación racial» se produce en gran medida en todas las culturas del mundo. El Capítulo 12 se centra en las investigaciones sobre la homosexualidad y el género. Allí explicaremos el significado de conceptos como «patriarcado» y «heterosexualidad», y veremos cómo el género cobra una importancia fundamental en las desigualdades sociales. Finalmente, en el Capítulo 13 estudiaremos las desigualdades por razón de edad. Nos detendremos en los niños, y estudiaremos también la exclusión social de las personas de la tercera edad.
Dado el envejecimiento progresivo de la población, es necesario estudiar en qué medida los patrones básicos de desigualdad social pueden verse afectados.
Por último, el Capítulo 14 explora la discapacidad, centrándose en cómo son excluidas y estereotipadas las personas por sus cuerpos, sus facultades mentales o su salud en general.
Por supuesto, un tema fundamental de investigación es estudiar en qué medida los distintos sistemas de desigualdad se alimentan unos a otros u operan de forma independiente. Discutiremos esto según vayamos avanzando.
Uno de los mayores retos de la sociología contemporánea es precisamente ver cómo se puede investigar esta última cuestión de forma adecuada.
Sistemas abiertos y cerrados de estratificación: esclavitud, sistema de castas, estamental y de clase
Para analizar la estratificación social, los sociólogos a menudo estudian el grado de movilidad y cierre social que existe en una sociedad. Los sistemas «cerrados» permiten pocos cambios en las posiciones que pueden ocupar las personas a lo largo de su vida, mientras que los sistemas «abiertos» permiten cierta movilidad (Tumin, 1985).
La esclavitud es una forma de estratificación social en la cual unas personas son propiedad de otras. La esclavitud transforma a los seres humanos en mercancías, que pueden comprare y venderse. Muchas civilizaciones antiguas como Egipto y Persia, así como los antiguos griegos y romanos, dependían del trabajo esclavo. Los esclavos podrían trabajar hasta la muerte en la edificación de grandes pirámides o en grandes obras públicas como los sistemas de irrigación.
La esclavitud no es, sin embargo, un sistema exclusivo del «mundo clásico». Entre los siglos XV y XIX hubo un gran comercio de esclavos hacia el Nuevo Mundo. Se calcula que en el año 1500 la población africana alcanzaba los 47 millones de habitantes. Según S. I. Martin:.
Durante los siguientes 350 años, entre 10 y 15 millones de africanos llegaron encadenados al Nuevo Mundo. De cuatro a seis se cree que murieron durante su captura o la travesía del Atlántico —un total de entre 14 y 21 millones de personas. Esto excluye los 17 millones de africanos que se piensa fueron raptados como consecuencia del comercio de esclavos a través del Sahara. La historia de la humanidad ha sufrido pocos trastornos de tal magnitud.
(Martin, 1999: 21) Las formas en que la esclavitud ha tenido lugar han sido altamente variables. Los derechos legales y la autonomía de los esclavos varían. En la Atenas clásica, por ejemplo, los esclavos podían ocupar posiciones de gran responsabilidad incluso aunque fueran propiedad de sus señores. Pero los esclavos que trabajaban construyendo pirámides, o excavando minas o en plantaciones eran tratados con absoluta falta de humanidad. Las personas capturadas en las guerras a menudo se convertían en esclavos.
La esclavitud moderna
El Imperio Británico abolió la esclavitud en 1833, y la Guerra Civil americana puso fin a la esclavitud en los Estados Unidos en 1865. Aunque la esclavitud ya no existe en sus formas clásicas, todavía persiste en una gran variedad de formas en muchas partes del mundo. Si bien formas tradicionales de esclavitud probablemente existen todavía (las Naciones Unidas investigaron denuncias de que más de 100.000 personas en Mauritania fueron capturadas como esclavos), el científico social inglés Kevin Bales sugiere que la esclavitud tradicional y la moderna difieren.
Según este autor, la principal diferencia es que la esclavitud moderna ya no implica la propiedad formal de los esclavos, sino la pura violencia directa sobre las personas, condenadas a la explotación económica (Bales, 2000). Se estima que, actualmente, y según lo que entendemos por esclavitud moderna, hay en el mundo alrededor de 27 millones de esclavos. Entre estos se incluyen casos de:
● trabajos forzados, donde los gobiernos reclutan trabajadores a la fuerza. Esto a menudo incluye a niños que son forzados a dejar sus hogares para trabajar para otras personas en condiciones inhumanas;
● esclavitud por deudas, en que las personas trabajan para saldar una deuda que de otra forma jamás podrían pagar, y que incluso a veces se hereda de generación a generación;.
● prostitución, donde mujeres (y niños) se desplazan de sus países de origen con la esperanza de obtener un trabajo digno, aunque al final de su trayecto se convierten en piezas de una cadena humana de tráfico sexual de la que es muy difícil escapar.
● matrimonio servil, en que las mujeres son vendidas en matrimonio sin darles opción a negarse a ello.
Si añadimos otras variantes de la esclavitud como, por ejemplo, el tráfico de inmigrantes o la venta de órganos del cuerpo —usualmente de cuerpos encontrados en los países más pobres y vendidos en países ricos (véase Scheper-Hughes, 2000), las estimaciones acerca de la extensión de esta forma tan brutal de explotación aumentan. En realidad, algunas organizaciones que trabajan en este campo sugieren que las cifras son mucho mayores que las que ofrece Bales, y algunos llegan a calcular en 200 millones el número de esclavos. La esclavitud, además, puede darse también en los lugares más inesperados. En París, por ejemplo, se ha estimado que hay más de 3.000 hogares donde vive algún esclavo.
Normalmente, los esclavos modernos se encuentran entre los grupos más débiles de la sociedad, entre ellos las mujeres y los niños. En todos los casos, es un sistema cerrado de estratificación, que impide a quien lo sufre toda esperanza de cambiar su vida.
El sistema de estamentos
La Europa medieval estaba organizada socialmente según un sistema estamental, basado en una jerarquía rígida de derechos y obligaciones. Esta jerarquía estaba ordenada en torno a tres grupos o estamentos: la nobleza, clero y campesinado. La tierra era controlada por los señores que se servían de otros nobles para protegerla a cambio de algunos derechos sobre los rendimientos de su explotación y de los siervos. Los campesinos estaban bajo el dominio de la nobleza local —aunque tenían cierto control sobre sus propias parcelas de tierra. Los propietarios eran vasallos (dependientes) del señor; el señor estaba ligado al monarca, y así sucesivamente.
El sistema de castas
El sistema de castas puede llegar a ser extraordinariamente complejo (Sharma, 1999) pero se define como un sistema de estratificación social basado en el estatus heredado o adscriptivo de las personas. Un sistema de castas, en otras palabras, es «cerrado» porque el nacimiento determina el destino social de las personas, independientemente de sus esfuerzos o méritos individuales. El sistema de castas clasifica a las personas en una jerarquía rígida. Algunos investigadores creen que el concepto puede aplicarse solamente al sistema vigente en la India —un sistema que está ahora en proceso de cambio. Otros lo ven como un sistema mucho más extendido, que podría incluir al sur de Estados Unidos en el periodo posesclavista, a la Sudáfrica del apartheid, a algunos elementos del sistema de la sociedad tailandesa contemporánea o incluso la sociedad gitana.
El ejemplo más frecuentemente citado de sistema de castas es el de la India, o al menos el de los pueblos tradicionales hindúes de la India en los que vive la mayoría de la población. El sistema indio de castas es normalmente descrito con el término de varna, una palabra sánscrita que significa «color». Denota cuatro categorías: brahmanes (sacerdotes e intelectuales), que ocupan las posiciones sociales más elevadas, khsatriyas (guerreros y gobernantes), basillas (mercaderes y terratenientes), y shurdas (artesanos y sirvientes). Las personas que están fuera del sistema son los «intocables», personas que a menudo tienen los trabajos más despreciables o «impuros», como, por ejemplo, el de ocuparse de las aguas residuales, o de la incineración de los muertos. Se estima que hay más de 150 millones de intocables en la India (cerca del 20 por ciento de la población), mientras que los brahmanes no llegan al tres por ciento.
En una sociedad de castas, cada grupo local desarrolla su propio lenguaje y formas de construir lo que termina siendo una comunidad endogámica (o cerrada) que impone un determinado sistema de estratificación social. Esto proporciona a las personas unas normas muy claras acerca de cómo lavarse, comer o comunicarse con los demás. Este sistema incluye prescripciones acerca de la pureza ritual y la exclusión social. En el pasado, era un sistema muy fijo, pues no había posibilidad de pasar de una casta a otra superior.
«Dalit» hace referencia a las personas oprimidas a las que antes se denominaba «intocables». Tradicionalmente han desempeñado funciones «impuras» —trabajo con residuos, con cadáveres— y han sido obligadas a vivir en las peores zonas de las ciudades y pueblos indios, en los que se les negaba el acceso a recursos comunes como los pozos, las tiendas, los colegios o los templos. Este sistema salvaje de exclusión fue oficialmente abolido hace medio siglo, pero hoy sigue habiendo 170 millones de personas que viven en unas 450 castas. Investigaciones del Reino Unido han desvelado que aún hay 50.000 dalits que sufren la exclusión de las castas y son discriminados en los trabajos, los sistemas sanitarios, la política, la educación y los colegios. No obstante, son cifras muy difíciles de evaluar (véase Sainath, 2000; Gorringe, 2006).
Raza y casta
Podría argüirse que la estratificación racial es una variante del sistema de castas, aunque no todo el mundo lo ve así. De esta forma, algunos han argumentado que en las plantaciones del sur de Estados Unidos posteriores a la abolición de la esclavitud, la división entre blancos y negros era tan extrema que llegó a constituirse en un sistema de castas (Dolland, 1937; reimpresión 1998). Asimismo, se podría también argumentar que el apartheid sudafricano era una variante de este sistema de castas. En la antigua república sudafricana, los cinco millones de habitantes de origen europeo disfrutaron de una posición económica y política dominante, controlando a los cerca de 30 millones de sudafricanos negros. En una posición intermedia estaban otros tres millones de personas de raza mixta, y cerca de un millón de asiáticos. El recuadro detalla los problemas del desmantelamiento del apartheid sudafricano.
La naturaleza del sistema de castas
En un sistema de castas, el nacimiento determina la vida de las personas en cuatro aspectos cruciales. Primero, las castas tradicionales están ligadas a la ocupación, por lo que generaciones de una misma familia desarrollan el mismo tipo de trabajo. En la India rural, aunque algunas ocupaciones están abiertas a todos (como la de granjero), las castas se identifican con el trabajo de sus miembros (como sacerdotes, barberos, curtidores, limpiadores, etc.). En Sudáfrica, los blancos aún ocupan la mayoría de los trabajos de mayor prestigio, mientras que los negros se dedican a trabajos manuales u otras ocupaciones de baja cualificación.
En segundo lugar, ninguna jerarquía social rígida podría persistir si se permitiera el matrimonio entre personas de distinta casta, ya que los hijos nacidos de tales uniones tendrían un rango indeterminado. Para mantener el sistema de castas es necesaria la endogamia, que implica obligar a las personas a casarse con otras de su misma casta. Tradicionalmente, los padres indios seleccionan los maridos y mujeres de sus hijos, a menudo antes de que los niños lleguen a la pubertad. Hasta 1985, Sudáfrica prohibía el matrimonio e incluso las relaciones sexuales entre personas de distintas razas. Incluso hoy en día, las parejas interraciales son muy poco frecuentes.
Tercero, la casta guía la vida diaria de tal manera que las personas permanecen siempre rodeadas «de los suyos». El hinduismo enseña que una persona de una casta superior puede ser «contaminada» por el contacto con alguien de una casta inferior. A menudo esto lleva a progromos o asesinatos de personas de castas inferiores. Durante el apartheid sudafricano la violencia contra los negros era parte de la vida cotidiana.
Finalmente, el sistema de castas está fuertemente arraigado en la cultura tradicional de las sociedades en que existe. La cultura india está construida sobre las tradiciones hindúes que ordenan aceptar el trabajo asociado a la casta como un deber moral. Aunque el apartheid no es ya una ley vigente, los sudafricanos aún se aferran a nociones como «trabajo de blancos» y «trabajo de negros».
Casta y sociedad agraria
Los sistemas de castas son típicos de sociedades agrarias, porque las rutinas diarias de la agricultura dependen de un sistema rígido de tareas y disciplina. Es por eso que el sistema de castas aún perdura en la India rural, medio siglo después de haber sido formalmente abolido, mientras que su persistencia está decayendo en las ciudades más industrializadas de la nación, donde la mayoría de las personas tienen más oportunidades de cambiar de trabajo o de elegir pareja (Bahl, 1991). Igualmente, la rápida industrialización de Sudáfrica fue neutralizando el sistema de castas, sustituyéndolo progresivamente por otro en el que los méritos y el esfuerzo personal empezaron a valorarse, lo que favoreció enormemente la abolición formal del apartheid. Adviértase, sin embargo, que la abolición de un sistema de castas no implica el fin de las desigualdades. Al contrario, simplemente marca un cambio en su carácter, como se explica en las siguientes secciones. («Resumen: los intocables», The Week, 15 de mayo de 2004: 13).
El sistema de clases
La vida agraria descansa en la disciplina proporcionada por los sistemas de castas; las sociedades industrializadas, por el contrario, dependen del desarrollo de la especialización. La industrialización sustituye el sistema de castas por el de las clases sociales, la estratificación social resultante de la desigual distribución de la riqueza, el poder y el prestigio. A diferencia de la casta, el estamento y la esclavitud, el sistema de clases sociales es relativamente más abierto, pues aquí son relativamente más frecuentes los cambios en las posiciones sociales de las personas, o las de los hijos en relación a las que ocupaban sus padres. Un sistema de clases es más «abierto» porque la educación y los títulos o certificados profesionales permiten la movilidad social. Las fronteras entre las clases pueden también romperse por la emigración, cuando aquellos que buscan un mejor futuro para sí mismos y su familia se desplazan allí donde tienen más posibilidades de prosperar o de dar una buena educación a sus hijos (Lipset y Bendix, 1967). La inmigración implica que los recién llegados desempeñen los peores trabajos, desplazando hacia arriba en la escala de estratificación social a quienes antes los ejercían (Tyree et al., 1979).
En las sociedades industriales es común pensar que todos tienen los mismos derechos que aquellos que ocupan un lugar privilegiado en la sociedad. El principio de igualdad ante la Ley ocupa un lugar central en la cultura política de los países industriales. Sin embargo, también en estos países existen desigualdades sociales. Estas desigualdades, sin embargo, no obedecen tanto a las características adscriptivas de las personas, como, idealmente, a sus esfuerzos y méritos personales. Ejercer una u otra profesión deja de ser un mandato moral o una imposición cultural y se convierte en un reto individual. De la misma manera, en una sociedad de clases, la elección de la pareja no viene impuesta, sino que las personas muestran mayores niveles de libertad a la hora de decidir si, y en su caso, con quién se van a casar.
Una nota sobre la coherencia entre las distintas dimensiones del estatus
Existe mayor coherencia en un estatus social en la medida en que el prestigio, la situación económica y las posiciones de poder social que tienen las personas de un determinado estatus social son coincidentes. En un sistema de castas, por ejemplo, las personas de castas inferiores tienen, al mismo tiempo, menor prestigio social, menores ingresos económicos y escaso poder social y político. Por el contrario, en un sistema de clases sociales, donde es posible la movilidad social, estas dimensiones no tienen por qué coincidir necesariamente. Podemos encontrar así, personas que trabajan en profesiones de mucho prestigio que reciben salarios relativamente bajos, o, a la inversa, personas con ocupaciones de escaso prestigio que obtienen salarios relativamente elevados. Esto explica por qué las clases sociales, o los límites entre las clases sociales están peor definidos que las castas.
Algunos ejemplos de estratificación: Japón y Rusia.
Un ejemplo: Japón
La estratificación social en Japón mezcla lo tradicional y lo contemporáneo. Japón es a la vez la monarquía ininterrumpida más antigua del mundo y una sociedad moderna en la que se recompensa generosamente el mérito individual.
El Japón feudal
En una época tan temprana como el siglo V de nuestra Era, Japón era una sociedad agrícola con un rígido sistema de castas compuesto por nobles y campesinos, gobernados todos ellos por una «familia imperial». A pesar de que el pueblo creía que el emperador gobernaba por derecho divino, la limitada organización del gobierno forzó al emperador a delegar gran parte de su autoridad a una red de nobles regionales o shogun.
Tras la nobleza se situaban los samurai, o casta guerrera. La palabra samurai significa «servir», lo que indica que este segundo rango de la sociedad japonesa estaba compuesto de soldados que cultivaban elaboradas técnicas marciales y que juraban lealtad a la nobleza. Para sobresalir del común de los campesinos, los samurai se vestían y comportaban según un código tradicional de honor.
Como en Gran Bretaña, la mayoría de las personas en Japón en esta época de la historia eran campesinos que trabajaban para su propia subsistencia. A diferencia de los europeos contemporáneos, sin embargo, los campesinos japoneses no eran los últimos en la jerarquía. Los burakumin, o «parias», ocupaban posiciones mucho más relegadas, y eran rechazados tanto por los señores como por los campesinos. De manera similar a los intocables de la India, los «parias» vivían separados de los demás, desempeñaban los trabajos más desagradables, y no tenían oportunidad alguna de cambiar su destino.
El Japón actual
Los cambios que se sucedieron en el siglo XIX (industrialización, crecimiento urbano, y apertura de la sociedad japonesa a las influencias externas), terminaron rompiendo la estructura de castas tradicional. En 1871, los japoneses abolieron legalmente la categoría social de «parias», aunque aún hoy en día todavía muchos miran por encima del hombro a sus descendientes. Tras la derrota japonesa en la segunda guerra mundial, la nobleza también perdió su estatus legal, y, hoy en día, muy pocos japoneses aceptan la idea de que su emperador gobierna por derecho divino.
Por tanto, la estratificación social en el Japón contemporáneo está muy alejada del rígido sistema de castas de siglos atrás. Los analistas describen la población japonesa de nuestros días en términos de clases. El sistema de clases del Japón actual revela la fascinante habilidad de esta nación para combinar la tradición y modernidad.
Debido a que muchos japoneses reverencian el pasado, el origen familiar siempre está presente a la hora de valorar el estatus social de las personas. Por lo tanto, a pesar de las reformas legales que aseguran que todos son iguales ante la ley, y de la cultura moderna, que subraya la importancia del esfuerzo individual, los japoneses continúan percibiendo a los demás según los criterios tradicionales de castas.
El sistema de clases actual de Japón también revela la fascinante habilidad de este país para aunar tradición y modernidad. Dado que muchos japoneses reverencian el pasado, los antecedentes familiares nunca se dejan aparte al evaluar la posición social de los demás. Por ello, a pesar de las reformas legales que garantizan que todas las personas son iguales ante la Ley, y de que la cultura moderna hace hincapié en los logros individuales, los japoneses continúan percibiéndose unos a otros a través de la antiquísima lente del sistema de castas.
Esta mezcla dinámica se repite desde los campus universitarios hasta las salas de juntas de las empresas. Las más prestigiosas universidades solo admiten estudiantes extraordinariamente cualificados. Incluso así, los más exitosos líderes empresariales del Japón son productos del privilegio, con antepasados nobles o samuráis. En el otro extremo, los «parias» continúan viviendo en comunidades aisladas, con pocas oportunidades para mejorar su situación (Hiroshi, 1974; Norbeck, 1983).
Para terminar, las ideas tradicionales sobre el papel del hombre y la mujer siguen siendo muy importantes. A pesar de las reformas legales que confieren una igualdad formal a hombres y mujeres, las mujeres siguen subordinadas a los hombres en muchos aspectos importantes.
Los padres japoneses animan mucho más a sus hijos que a sus hijas en los estudios, y todavía hay diferencias de género importantes en los niveles educativos de hombres y mujeres (Brinton, 1988). Como consecuencia de todo esto, las mujeres predominan en los niveles inferiores de las empresas, y raramente asumen papeles de liderazgo en las mismas. En este sentido, también, los avances del sistema de clases japonés están todavía teñidos por el peso de las viejas tradiciones.
Otro ejemplo: la antigua Unión Soviética y la Federación Rusa
La Federación Rusa, que rivalizó con Estados Unidos como superpotencia mientras existió como Unión Soviética, nació de la revolución de 1917. El sistema de Estado feudal gobernado por una nobleza de sangre tuvo un abrupto final cuando la revolución rusa transfirió la mayoría de las granjas, empresas y otras propiedades productivas de las manos privadas al control del estado.
¿Una sociedad sin clases?
Esta transformación se guió por las ideas de Karl Marx, quien arguyó que la propiedad privada de los medios de producción era la base de las clases sociales (ver Capítulo 15). Como el estado obtuvo el control de la economía, los funcionarios soviéticos proclamaron que habían sido los primeros en construir la primera sociedad sin clases.
Los analistas fuera de la Unión Soviética, sin embargo, se mostraron muy escépticos (Lane, 1984). Las ocupaciones en la antigua Unión Soviética, argumentaban, se podían agrupar en cuatro niveles. En la cima estaban los altos funcionarios del gobierno, o apparatchiks. A continuación venía la intelligentsia soviética, formada por funcionarios más bajos del gobierno, profesores de universidad, científicos, médicos e ingenieros. Debajo estaban los trabajadores manuales y, en el más bajo nivel, el campesinado rural.
Dado que las personas en cada una de esas categorías disfrutaban de muy diferentes niveles de vida, la antigua Unión Soviética no fue nunca una sociedad sin clases en el sentido de no tener desigualdad social. Pero algunos todavía mantienen que al colocar los medios de producción bajo control estatal, la Unión Soviética consiguió un menor nivel de desigualdad social que el que caracterizaba a las sociedades capitalistas.
La revolución rusa de 1917 transformó radicalmente la sociedad, siguiendo las teoría de Karl Marx y el líder revolucionario ruso Vladimir Lenin. Pero en la década de los ochenta, la Unión Soviética se sometió a otra transformación radical, cuando Mijail Gorbachov introdujo algunas reformas económicas. La política de Gorbachov, popularmente conocida como perestroika (o reestructuración), trataba de resolver un alarmante problema: si bien el sistema soviético había conseguido reducir las diferencias entre ricos y pobres, lo había hecho a costa de empobrecer a la población, si comparamos el nivel de vida de los soviéticos con el de otros países industrializados. El programa de Gorbachov consistía en estimular el crecimiento económico reduciendo el ineficiente control centralizado de la economía.
Las reformas de Gorbachov pronto desembocaron en uno de los más dramáticos movimientos sociales de la historia, cuando en mucho países de la órbita soviética se sucedieron levantamientos populares que terminaron con la misma Unión Soviética. Estos movimientos se originaron porque muchas personas juzgaban que los responsables de su situación económica, así como de la falta de libertades era la clase dirigente del Partido Comunista.
Desde la fundación de la Unión Soviética en 1917 hasta su caída en 1991, el Partido Comunista había monopolizado el poder. En su etapa final el PCUS, o Partido Comunista de la Unión Soviética, contaba con cerca de 18 millones de afiliados (el seis por ciento de la población) que tomaban todas las decisiones en el país, al tiempo que disfrutaban de privilegios como casas de veraneo, coches con chófer, acceso a productos de consumo restringido o una educación de elite para sus hijos (Zaslavsky, 1982; Shipler, 1984; Theen, 1984).
Los acontecimientos en la antigua Unión Soviética demuestran que las desigualdades sociales no son solo desigualdades económicas.
La Figura 8.1 muestra que las diferencias económicas eran menores en la Unión Soviética que en los Estados europeos o Estados Unidos. Pero la elite de la antigua Unión Soviética se basaba más en el control del poder político que en la riqueza. Así, aunque tanto Mijail Gorbachov como Boris Yeltsin ganaban mucho menos que el presidente de los Estados Unidos, ejercían un poder político mucho mayor en su país.
Y ¿qué ocurre con la movilidad social en Rusia? La evidencia indica que durante el siglo XX hubo más ascenso social en la Unión Soviética que en Gran Bretaña, Japón o Estados Unidos. ¿Por qué? En parte porque en la Unión Soviética no existían grandes concentraciones de riqueza que pudieran transmitirse de padres a hijos. Además, y más importante, la industrialización y burocratización del país exigía la conversión de grandes masas de campesinos y trabajadores descualificados en empleados de la industria y el estado (Dobson, 1977; Lane, 1984; Shipler, 1984). Esta situación, sin embargo, ha comenzado a cambiar con la formación de grandes dinastías, a veces ligadas al crimen organizado.
Ocurre, por lo general, tal como también muestra la historia de la antigua Unión Soviética, que la modernización económica produce lo que los sociólogos llaman movilidad social estructural, un cambio en la posición social de un gran número de personas debido más a cambios económicos que a los esfuerzos individuales de las personas. Hace medio siglo, la industrialización en la Unión Soviética creó un gran número de nuevos trabajos en las fábricas, que trasladó la población rural a las ciudades. De igual manera, el crecimiento de la burocracia empujó a muchas personas a cambiar el arado por la oficina. Ahora, con la legalización de la propiedad privada y las nuevas reformas económicas, algunos expertos predicen una mayor movilidad social estructural, acompañada, sin embargo, por mayores desigualdades sociales (RónaTas, 1994).
El papel de la ideología: la «resistencia» de la jerarquización
Si miramos a lo largo de la historia, resulta sorprendente comprobar que las sociedades se mantienen a flote aún a pesar de grandes desigualdades. Los sistemas de castas han durado siglos. Durante dos mil años la mayor parte de los indios aceptaron la idea de que debían ser ricos o pobres según su nacimiento. Muchos aún lo creen. En cualquier lugar del mundo encontramos desigualdades y estratificación, y tenemos que preguntarnos por qué la desigualdad es un fenómeno universal. Una hipótesis que puede ayudar a explicar este fenómeno es que la desigualdad forma parte de la ideología, o creencias culturales que sirven para justificar los intereses dominantes y, por tanto, para justificar la estratificación social. Todas las creencias —por ejemplo, decir que los ricos son inteligentes, mientras que los pobres son vagos— son ideológicas en la medida en que refuerzan el dominio de las elites y sugieren que los pobres merecen su miseria.
La ideología según Platón y Marx
El filósofo griego Platón (427-347 a.C.) definió la justicia como un acuerdo sobre quién debería tener qué. Cada sociedad, explicaba Platón, enseña a sus miembros a ver su sistema de estratificación como «justo». Karl Marx también lo entendió así, aunque fue mucho más crítico con la desigualdad que Platón. Marx consideraba que las sociedades capitalistas encauzan la riqueza y el poder hacia las manos de unos pocos, quienes, a su vez, lo justificaban como el simple resultado de las leyes del mercado. Estas leyes, según Marx, consolidan el derecho a la propiedad privada como algo inalterable. Así, el derecho a la herencia sirve para que los más favorecidos transmitan sus posiciones privilegiadas a sus descendientes, permitiendo, de esta manera, la perpetuación de las desigualdades sociales generación tras generación. En suma, Marx concluía que los privilegiados tienen los recursos para definir tanto las ideas que sirven para justificar cómo deben distribuirse los recursos como la distribución desigual de esos recursos, lo que explica por qué es tan difícil combatir la desigualdad social.
Tanto Platón como Marx pensaban que la ideología no es el resultado de una conspiración de los más privilegiados empeñados en inventarse una serie de ideas que justificaran su posición dominante. Las ideologías, por el contrario, forman parte de los patrones culturales de una sociedad, que van germinando y tomando forma a lo largo de extensos periodos de tiempo. Una vez que las personas aprenden y aceptan lo que en su sociedad se entiende como justo e injusto, podrán cuestionarse su situación personal, pero difícilmente llegarán a poner en cuestión lo que piense el resto de la sociedad siguiendo las pautas culturales propias de esa sociedad. Las ideologías, en suma, ayudan a mantener los sistemas de desigualdad.
Patrones históricos de la ideología
Ocurre, sin embargo, que las ideas que sustentan la estratificación social van transformándose a medida que también se transforma la economía de una sociedad. Las sociedades agrarias antiguas dependían de los esclavos para llevar a cabo los trabajos manuales. Aristóteles (384322 a.C.) defendía la práctica de la esclavitud, arguyendo que algunas personas con poca inteligencia no merecían otra cosa que vivir bajo la dirección de los «mejores».
Las sociedades agrarias en la Europa medieval también requerían el trabajo agrícola de la mayor parte de la población para mantener a la pequeña aristocracia. En este contexto, nobles y siervos aprendieron a ver su posición, determinada por el nacimiento, como un asunto de responsabilidad moral. En resumen, los sistemas de castas siempre descansan en la premisa de que el rango social es el producto de un orden «natural».
Hace un milenio, el sistema europeo de gobierno se sustentaba en las enseñanzas de la Iglesia, según la cual este reflejaba la voluntad de Dios. De manera más específica, la Iglesia respaldaba, como sancionado por la divinidad, un sistema por el cual la mayoría de las personas trabajaban como siervos, «tirando» de la economía feudal literalmente con sus propios músculos. De acuerdo con la Iglesia, la nobleza estaba investida de la responsabilidad de defender el territorio y de mantener el orden público.
Cuestionar este sistema significaba retar a la Iglesia y, en definitiva, desafiar a Dios. La justificación religiosa que mantuvo el sistema de gobierno medieval durante siglos se expresa en la siguiente cuarteta del himno inglés del siglo XIX «Todas las cosas brillantes y bellas»: El rico en su castillo, el pobre a su puerta, él los elevó y los humilló y ordenó sus patrimonios.
La revolución industrial permitió a los nuevos ricos derribar a la nobleza feudal. En el proceso, la cultura industrial gestó una nueva ideología. Los capitalistas no podían aceptar la idea tradicional de que las posiciones sociales debían determinarse por razón de nacimiento.
Según las leyes de Dios, algunos empezaron a argumentar, los que trabajan más duro y tienen más talento deben asumir mayores responsabilidades y obtener las ventajas correspondientes. El surgimiento del capitalismo industrial generó la idea de que la riqueza y el poder debían entenderse como recompensas, al margen del origen social de las personas. Los sistemas de clase celebran el individualismo y el éxito, de tal manera que el estatus social sirve como medida del mérito personal. De este modo, la pobreza se convirtió bajo el capitalismo industrial en una situación despreciable, en un síntoma de falta de esfuerzo o ambición. Esta nueva ideología del éxito individual, que servía para justificar las nuevas desigualdades de la economía capitalista, queda bien resumida en los siguientes versos de Goethe, un poeta alemán del siglo XIX: En verdad para poseer lo que heredas, debes primero ganarlo con tu mérito.
Las justificaciones medievales y modernas de la desigualdad, en resumen, difieren dramáticamente: lo que en una era temprana se veía como justo, tiempo después se rechazaba como injusto. Ambos casos ilustran el papel fundamental de la ideología —creencias culturales que definen un tipo concreto de jerarquía como justa y natural. Las ideologías o justificaciones de la desigualdad cambian a lo largo del tiempo, así como de sociedad en sociedad.
Ideología, género y etnia
A lo largo de la historia de la humanidad, la mayoría de las personas han considerado la estratificación social como un hecho, como un fenómeno inquebrantable. Sin embargo, con el debilitamiento de las tradiciones, las personas han comenzado a cuestionarse las «verdades» culturales, y a desenmascarar sus bases políticas y sus consecuencias. Las nociones tradicionales sobre el «papel de la mujer», por ejemplo, ya no sirven en muchas sociedades para justificar la posición subordinada de las mujeres respecto a los hombres. Aún así, el sistema de clases contemporáneo aún conserva algunos rasgos de las viejas ideologías del «lugar natural de la mujer», al esperar de ellas que realicen algunas tareas por altruismo, cuando si esas mismas tareas las realizan los hombres, se consideran trabajos que deben remunerarse (como la limpieza, o el cuidado de otras personas, por ejemplo).
Mientras que las diferencias de género persisten en Europa y en todo el mundo, los datos muestran que esas diferencias se están reduciendo en muchos países. La lucha por la igualdad racial en Sudáfrica es otro ejemplo de cómo un conjunto de ideas pierde validez a lo largo del tiempo. Aunque el apartheid moldeó durante décadas la vida económica, política y educativa en esa nación, nunca fue aceptado por la población negra, y hoy tampoco lo es entre los blancos, que en su inmensa mayoría rechazan cualquier justificación «natural» del racismo (Friedrich, 1987; Contreras, 1992).
Explicando la estratificación social
¿Por qué existe desigualdad social? En las próximas secciones veremos tres diferentes teorías que dan respuesta a esta pregunta. La primera sugiere que la estratificación cumple una función positiva, la segunda parte de la sociología del conflicto, y la tercera de las ideas de Weber, según las cuales, la estratificación tiene varias dimensiones.
La estratificación como algo funcional
Según la perspectiva funcionalista, la desigualdad social juega un papel vital en el funcionamiento de todas las sociedades. Es, por así decirlo, «necesaria». Hace más de 50 años, Kingsley Davis y Wilbert Moore (1945) expusieron tal argumento con la premisa de que la estratificación social tiene consecuencias beneficiosas para el funcionamiento de una sociedad. ¿Cómo si no, preguntaban Davis y Moore, podemos explicar el hecho de que algunas formas de estratificación social se han encontrado en todas partes? Davis y Moore describieron nuestra sociedad como un sistema complejo que incluye centenares de ocupaciones de importancia desigual.
Ciertos trabajos, decían, como cambiar los tapacubos de un coche, son realmente sencillos y cualquier persona puede hacerlos. Otros trabajos, como transplantar un órgano humano, son muy difíciles y para realizarlos son necesarios años de estudio y esfuerzo personal. Los trabajos que exigen mayores responsabilidades y cualificaciones, esto es, los tipos de trabajo en los que es más difícil reemplazar a las personas, tienen mayor importancia para el funcionamiento y desarrollo de la sociedad, lo que explica que estén mejor retribuidos o tengan mayor prestigio social.
En general, explicaban Davis y Moore, cuanto más importante es un puesto de trabajo para el funcionamiento de una sociedad, mayores recompensas recibirán quienes están dispuestos a emplear tiempo y esfuerzo para poder desempeñar esos trabajos. Una recompensa en forma de ingresos más elevados, prestigio y poder, sirve de incentivo para que las personas se esfuercen para desempeñar los puestos de mayor responsabilidad en la sociedad. Al distribuir las recompensas desigualmente, las sociedades ofrecen premios al esfuerzo personal. El efecto agregado de un sistema de recompensas desiguales, que es a lo que equivale la estratificación social, es una sociedad más productiva.
Davis y Moore sostenían que una sociedad podía optar por la igualdad. Pero, advertían, las recompensas solo podrían ser iguales si todos estuvieran dispuestos a dejar a quien quisiera desempeñar cualquier empleo. Esta igualdad también exigiría que todo el que hiciera mal su trabajo terminara cobrando lo mismo que quien lo hiciera bien. La lógica dicta que tal sistema terminará ofreciendo pocos incentivos a las personas dispuestas a esforzarse por hacer bien las cosas, lo que reduce la eficiencia productiva de una sociedad.
Meritocracia
La tesis Davis-Moore implica que una sociedad productiva es una meritocracia, un sistema de estratificación social basado en el mérito personal. Tales sociedades ofrecen recompensas para desarrollar los talentos y estimulan los esfuerzos de cada uno. La meritocracia parte de la igualdad de oportunidades mientras que, al mismo tiempo, exige la desigualdad de las recompensas. En otras palabras, un sistema de clases puede ser meritocrático si todas las personas disfrutan de las mismas oportunidades educativas para recompensarlas más tarde según los esfuerzos que han realizado. Una sociedad merotocrática implica también una amplia movilidad social, dado que las personas ocuparían unas u otras posiciones sociales según sus méritos y esfuerzos personales, y no según su origen o nacimiento.
Por su parte, en las sociedades de castas la palabra «mérito», conserva su sentido original, que en latín significa «digno de alabanza». En una sociedad de castas, es digno de alabanza el trabajo que cada persona realiza en la posición social (como noble o campesino, por ejemplo) que la tradición les ha reservado.
Aunque los sistemas de castas desperdician el potencial humano, promueven el orden social. Esto nos permite entender por qué las sociedades industriales modernas no llegan a ser plenamente meritocráticas y retienen algunas características de los sistemas de casta. La razón de esto es que, si no se pone límites a la meritocracia, puede ponerse en peligro el equilibrio social. Nadie juzga, por ejemplo, a los miembros de una familia únicamente basándose en sus méritos o desempeño educativo o laboral.
Los sistemas de clase en las sociedades industriales, por lo tanto, conservan algunos elementos del sistema de castas para promover el orden y la cohesión social.
Comentario crítico
La tesis Davis-Moore es conservadora. Mientras que Davis y Moore señalaban que algunas formas de estratificación existen en todos sitios, no podían explicar por qué estos sistemas pueden ser tan diferentes —de los rígidos y estáticos a los mucho más flexibles. Davis y Moore tampoco especificaron de manera precisa qué recompensa debería otorgarse a cada puesto de trabajo. Ellos simplemente apuntaron que los puestos que una sociedad considera cruciales deben retribuirse de forma suficiente para hacerlos atractivos. Pero ¿cómo se puede determinar qué tipos de trabajo son más valiosos que otros? Los cirujanos pueden llevar a cabo un valioso servicio salvando vidas, pero una profesión parecida, la de enfermero, está mucho peor pagada. Muchos famosos, futbolistas, cantantes de pop y «estrellas» pueden ganar más en unos pocos días lo que la mayoría de los profesores de primaria o de guardería llegan a ganar en todas sus vidas laborales —¡y estos son los responsables de formar a la próxima generación! Más aún, la tesis Davis-Moore exagera la medida en que la desigualdad puede incentivar el desarrollo del talento individual. Nuestra sociedad recompensa el éxito individual, pero también permitimos que las familias se transfieran riqueza y poder de generación en generación según un modelo que recuerda al de las castas. Además, para las mujeres, los grupos étnicos, los discapacitados y otras personas con oportunidades limitadas, la estratificación todavía supone una barrera independientemente de sus esfuerzos personales. La estratificación social puede incentivar el esfuerzo de algunas personas, pero establece también barreras a otras personas.
En tercer lugar, al afirmar que la estratificación social beneficia a toda la sociedad, la tesis Davis-Moore ignora el modo en que la desigualdad social fomenta el conflicto y, a veces, incluso las revoluciones. Esta afirmación nos conduce al paradigma del conflicto social, que proporciona una explicación muy diferente de la persistencia de las desigualdades sociales (Tumin, 1953).
Ideas marxistas y neomarxistas sobre la estratificación y el conflicto
El análisis del conflicto argumenta que, en lugar de beneficiar a la sociedad en su totalidad, la estratificación proporciona ventajas enormes a algunas personas a expensas de otras. Esta perspectiva teórica se inspira en las ideas de Karl Marx (cuyo enfoque para la comprensión de la desigualdad social presentamos en el Capítulo 4).
En el Manifiesto del partido comunista, escrito junto con Engels, Marx identificaba dos clases sociales según su papel en la economía: los propietarios de los medios de producción, y los que trabajaban para ellos. En la Europa de la Edad Media, la nobleza y la Iglesia eran los propietarios de las tierras; los campesinos trabajaban duro en el campo. Igualmente, en los sistemas de clases, los capitalistas (o la burguesía) son los propietarios y dirigen las fábricas, las cuales hacen uso de la mano de obra de los trabajadores (el proletariado). La Figura 8.2 de la página 233 sugiere que la división entre propietarios y trabajadores es recurrente a lo largo de la historia.
Marx destacó las grandes diferencias en riqueza y poder que surgen bajo el sistema capitalista, el cual, sostenía, haría inevitable el conflicto de clases. Con el tiempo, pensaba Marx, la opresión y la miseria conducirían a la mayoría trabajadora a organizarse y, a la larga, a derrocar al capitalismo. Esto terminaría ocurriendo, según Marx, al hacerse cada vez más pobres lo que ya lo son, y hacerse conscientes de su propia explotación.
El análisis de Marx estudia el capitalismo del siglo XIX, cuando las grandes industrias dominaban la escena económica. Por ejemplo, en América del Norte, Andrew Carnegie, J. P. Morgan y John Jacob Astor (uno de los pocos pasajeros multimillonarios que perecieron en el Titanic) vivían en mansiones fabulosas, adornadas con obras de arte de valor incalculable y de docenas de personas a su servicio. Según Marx, la elite capitalista no podía justificar sus privilegios por razones económicas, dado que las oportunidades y la riqueza se heredaban de generación en generación. Igualmente, las escuelas exclusivas juntaban a los hijos de las elites, lo que fortalecía los lazos de amistad y cooperación entre los miembros de las familias más acomodadas, lo que, a su vez, favorecía sus futuros profesionales. En general, desde el punto de vista de Marx, la sociedad capitalista reproducía la estructura de clases en cada nueva generación.
Comentario crítico
Investigando la manera en que el sistema económico capitalista genera el conflicto entre clases, el análisis de Marx de la estratificación social ha tenido enorme influencia en el pensamiento sociológico de las décadas recientes. Debido a su carácter revolucionario (pues hace un llamamiento al derrocamiento de la sociedad capitalista) el marxismo también es tremendamente polémico.
Una de las críticas más fuertes que se hace al capitalismo consiste en negar la idea de Davis-Moore de que es necesario establecer recompensas desiguales para incentivar a las personas. Marx distinguió entre recompensa y rendimiento, y apoyó un sistema igualitario basado en el principio de «a cada uno según su capacidad; a cada uno según su necesidad» (1972: 388; edición original de 1845). Sin embargo, según muchos autores, este principio no puede aplicarse a la realidad, y muestra de esto es el derrumbe de la antigua Unión Soviética y países satélites cuyas economías se terminaron colapsando debido en gran parte a que no eran capaces de ofrecer recompensas proporcionales al rendimiento de las personas.
Los defensores de Marx contraatacan señalando que los seres humanos son intrínsecamente cooperativos, y no seres egoístas únicamente motivados por recompensas económicas o sociales (Clark, 1991; Alan Fiske, 1991).
Según los defensores de la vieja tradición marxista, no es cierto que las recompensas individuales, y mucho menos las económicas, sean la única manera de motivar a las personas para que desempeñen sus responsabilidades y trabajos. En la Tabla 8.1 comparamos los paradigmas funcionalista y del conflicto.
Además, aunque pocos dudan que la sociedad capitalista perpetúa la pobreza y los privilegios, como Marx afirmaba, los acontecimientos revolucionarios que consideraba inevitables no se han llegado a producir. La siguiente sección explora por qué la revolución socialista que Marx predecía y fomentaba no ha ocurrido, al menos en las sociedades capitalistas avanzadas.
Macionis y Plummer: Desigualdad y estratificación social (Cap. 8) |
¿Por qué no ha habido una revolución marxista?
A pesar de la predicción de Marx, el capitalismo sigue en pie. ¿Por qué los trabajadores del Reino Unido y de otras sociedades industrializadas no han derrocado el capitalismo? Hace algún tiempo, Ralf Dahrendorf (1959) apuntaba cuatro razones.
1. La fragmentación de la clase capitalista. Los 120 años que han transcurrido desde la muerte de Marx han sido testigos de la fragmentación de la clase capitalista en Europa. Hace un siglo, una sola familia, por lo general, era la dueña de una gran compañía; hoy en día, numerosos accionistas ocupan esa posición. La difusión de la propiedad también ha estimulado la aparición de una clase directiva, cuyos miembros pueden o no ser los principales accionistas (Wright, 1985; Wright et al., 1992). Encontraremos más evidencias sobre esto en el próximo capítulo (véase Scott, 1991).
2. El trabajo de oficina y un nivel de vida en alza. Una «revolución del trabajo de oficina» ha transformado el proletariado industrial. Como detallaremos en el Capítulo 15, la mayoría de los asalariados en tiempos de Marx trabajaban bien en granjas o en fábricas. Tenían trabajos manuales, empleos de poco prestigio que involucraban un trabajo básicamente manual. Por el contrario, la mayoría de los asalariados hoy en día se dedican a trabajos de oficina, empleos de más prestigio que implican una actividad básicamente intelectual. Estos trabajos incluyen puestos de ventas, directivos y otros trabajos de servicios, frecuentemente en organizaciones y centros de trabajo.
Aunque muchos de los oficinistas de hoy en día realizan tareas repetitivas como los trabajadores industriales que conocía Marx, la evidencia indica que la mayoría ellos no piensa en términos tan negativos de sus trabajos. En lugar de ello, la mayoría de los oficinistas ahora considera que su posición social es más elevada que la que tenían sus padres y abuelos, que trabajaban como obreros. Una explicación es que el nivel de vida en Europa ha aumentado unas cuatro veces en el siglo XX, incluso a pesar de haberse reducido la jornada laboral. Como resultado de una creciente movilidad social, la sociedad está menos polarizada económica y socialmente que lo que estaba en tiempos de Marx (Edwards, 1979; Gagliani, 1981; Wright y Martin, 1987).
3. Organizaciones sindicales más poderosas. Los empleados disponen de organizaciones sindicales más influyentes y poderosas que hace un siglo. Los trabajadores han ganado el derecho a organizarse en sindicatos que pueden y hacen demandas a la empresa, respaldadas por amenazas de «huelga de brazos caídos Los padres japoneses animan mucho más a sus hijos que a sus hijas en los estudios, y todavía hay diferencias de género importantes en los niveles educativos de hombres y mujeres (Brinton, 1988). Como consecuencia de todo esto, las mujeres predominan en los niveles inferiores de las empresas, y raramente asumen papeles de liderazgo en las mismas. En este sentido, también, los avances del sistema de clases japonés están todavía teñidos por el peso de las viejas tradiciones.
Un contrapunto
Muchos historiadores siguen encontrando valores en el análisis de Marx, a menudo cualificándolo (véase, por ejemplo, Miliband, 1969; Edwards, 1979; Giddens, 1982; Domhoff, 1983; Stephens, 1986; Boswell y Dixon, 1993; Hout et al., 1993). Siguiendo a estos autores es posible mantener el análisis básico de Marx si atendemos a cinco cuestiones:
1. La riqueza sigue estando tremendamente concentrada. Como Marx sostenía, la riqueza sigue estando en manos de unos pocos. En Europa, cerca de la mitad de todas las acciones controladas por manos privadas pertenecen a un uno por ciento de los individuos, que siguen siendo la clase capitalista.
2. Los puestos de oficina ofrecen poco a los trabajadores. Según los defensores de Marx, la generalización del trabajo de oficina no ha supuesto mejores sueldos o condiciones de trabajo. Por el contrario, muchos de los trabajos de oficina siguen siendo tan monótonos y rutinarios como los trabajos manuales, especialmente las tareas administrativas, por lo común desempeñadas por mujeres.
3. La historia demuestra que el progreso es el resultado de la confrontación. Los sindicatos pueden haber mejorado la situación de los trabajadores, pero las negociaciones o acuerdos entre empresarios y sindicatos no implican necesariamente que ya no hay conflicto social. De hecho, muchas de las concesiones que han conseguido los trabajadores han sido el resultado de las presiones y conflictos que han mantenido con los empresarios. Además, los trabajadores todavía tienen que seguir alerta y luchando para conservar las ventajas que ya han conseguido. Por ejemplo, la mitad de todos los trabajadores en Estados Unidos y gran parte de Europa no tienen un plan de pensiones sufragado por la empresa.
4. Las leyes aún favorecen a los ricos. Ciertamente, a lo largo del siglo XX, los trabajadores han conseguido mayores niveles de protección social. Aún así, las leyes siguen defendiendo la distribución desigual de la riqueza, y el ciudadano «medio» no tiene los mismos recursos que los ricos para defender sus derechos e intereses frente a los tribunales que, en cualquier caso, aplican leyes sesgadas a favor de los más poderosos.
5. La globalización del capitalismo. Gran parte de la producción de bienes en el siglo XXI se ha desplazado desde los países ricos a los países de rentas pobres, donde los salarios son mínimos, como veremos en el siguiente capítulo. El modelo marxista puede seguir siendo útil, entonces, si tomamos en cuenta esta dimensión global y observamos las diferencias entre los países ricos y pobres.
Max Weber: clase, estatus y poder
Max Weber, cuyo enfoque del análisis social ya describimos en el Capítulo 4, estaba de acuerdo con Karl Marx en que la estratificación social puede provocar el conflicto social, pero difería de Marx en varios aspectos importantes. Weber consideraba que el modelo de Marx de dos clases sociales era demasiado simple. En su lugar, veía la estratificación social como el resultado de la interacción de tres dimensiones. En primer lugar están las desigualdades económicas o de clase, la única dimensión relevante para Marx. Para Weber, sin embargo, no existen fronteras bien definidas o limitadas, como defendía Marx, entre las clases sociales. Pero además de la clase, para explicar las desigualdades sociales, Weber pensaba que había que tomar en cuenta el estatus, que mide el prestigio social. Y, por último, Weber llamó la atención sobre la importancia del poder como una tercera dimensión de la jerarquía social.
La jerarquía socio-económica del estatus
Marx pensaba que el prestigio social y el poder eran consecuencia de la posición económica; de modo que no veía razón para tratarlos como dimensiones diferentes de la desigualdad social. Weber estaba en desacuerdo con esto, y pensaba que en las sociedades avanzadas era necesario atender no solo al poder económico de los sujetos, sino también su prestigio y su capacidad de influencia política.
Estas tres dimensiones, renta, prestigio y poder no tienen por qué ir necesariamente juntas. Un individuo, señalaba Weber, podía ocupar una posición privilegiada en una de estas tres dimensiones, y, al mismo tiempo, una posición secundaria en otra dimensión. Por ejemplo, en la época de Weber, un alto funcionario prusiano podía tener un alto prestigio social, incluso cierto poder de influencia política, pero no unas rentas muy elevadas.
De modo que, mientras que Marx veía la desigualdad en términos de dos clases claramente definidas, Weber veía necesario introducir una mayor complejidad a la hora de estudiar la estratificación en las sociedades industriales. La contribución de Weber, en suma, reside en intentar hacernos ver el carácter multidimensional de la desigualdad social.
Los sociólogos a menudo utilizan el término estatus socioeconómico para referirse a una clasificación compuesta, basada en varias dimensiones de desigualdad social.
Una población compuesta de individuos que muestran posiciones diferentes en cada una de estas tres dimensiones (rentas, prestigio y poder), ofrece un conjunto virtualmente infinito de posiciones o categorías sociales que pueden ordenarse en un continuum. A diferencia de Marx, que se centraba en el conflicto entre dos clases sociales, fácilmente identificables (propietarios de medios de producción y trabajadores), Weber consideraba que no era posible entender el conflicto social de una forma tan simple, dado que, en principio, no puede clasificarse a las personas en dos grandes categorías opuestas.
La desigualdad en la historia
Weber también hizo una observación histórica clave al señalar que cada una de estas tres dimensiones es característica de periodos históricos distintos. Así, las sociedades agrícolas, según Weber, dan una mayor importancia al estatus o prestigio social, por lo general en la forma de honor o mandato social o divino. Los miembros de estas sociedades obtienen reconocimiento en la medida en que ajustan su comportamiento a los códigos de honor o conducta propios de su estamento.
La industrialización y el desarrollo del capitalismo neutralizan en parte las diferencias sociales originadas por razón de nacimiento, pero producen otras diferencias, que, en el caso de estas sociedades, son diferencias de clase.
Con el tiempo, y en la medida en que el desarrollo que produce la industrialización genera una extensión o ampliación del Estado, así como de todo tipo de organizaciones formales, la dimensión del poder, antes que el estatus o las rentas, ocupan un lugar privilegiado a la hora de determinar qué grupo de personas ocupan posiciones privilegiadas en el sistema de estratificación social, y quiénes no. El poder también es fundamental en la organización de las sociedades socialistas. En estas sociedades los miembros privilegiados de la población eran en su mayoría funcionarios de alto rango en lugar de personas ricas.
Este análisis histórico puede ayudarnos a entender mejor las diferencias entre Marx y Weber. Mientras que Marx pensaba que la estratificación social podía eliminarse en gran medida aboliendo la propiedad privada de los medios de producción, Weber no lo creía así. Al contrario, Weber no pensaba que el fin del capitalismo, en caso de que llegara a producirse, podría disminuir las desigualdades sociales. Como mucho, podrían reducirse las desigualdades económicas, pero no la desigualdad en sentido estricto, en cuanto que podríamos seguir distinguiendo entre privilegiados y subordinados atendiendo a las posiciones que terminarían ocupando las personas en los complejos burocráticos encargados de organizar la vida económica y política. De hecho, Weber pensaba que una revolución socialista incrementaría la desigualdad social al concentrar el poder económico y político en una elite burocrática. Las recientes sublevaciones contra las burocracias afianzadas de Europa Oriental y la antigua Unión Soviética apoyan el argumento de Weber.
Comentario crítico
El análisis multidimensional de la estratificación social de Weber ha tenido una enorme influencia entre los sociólogos, especialmente en Europa. Algunos científicos sociales, especialmente aquellos influenciados por las ideas de Marx, argumentan que mientras que las fronteras de las clases sociales se han difuminado en los países ricos, existen todavía pautas notables de desigualdad social si tomamos en consideración una perspectiva mundial y comparamos unos países con otros.
Como veremos en el Capítulo 10, la enorme riqueza de los miembros más privilegiados de los países ricos contrasta de una manera casi obscena con la miseria absoluta de millones de personas que apenas alcanzan a satisfacer sus necesidades diarias. Además, la tendencia a la movilidad social ascendente que la mayoría de países ricos experimentaron en la década de los 1970, se congeló o incluso retrocedió en la década de 1980, cuando la depresión económica produjo el resurgimiento del tradicional conflicto entre trabajadores y empresarios.
Estratificación y tecnología en la perspectiva global
Podemos relacionar varias de las observaciones hechas en este capítulo y detenernos en la relación entre el nivel de desarrollo tecnológico de una sociedad y el tipo de estratificación social que presenta. El modelo de evolución sociocultural de Gerhard y Jean Lenski, que detallamos en el Capítulo 4, sitúa la estratificación social desde una perspectiva histórica y nos ayuda a comprender los grados variables de desigualdad que podemos encontrar en el mundo actual (Lenski, 1966; Lenski et al., 1995).
Las sociedades de cazadores y recolectores
Una tecnología muy simple limita la producción de las sociedades cazadoras y recolectoras a lo estrictamente necesario para la supervivencia diaria. No cabe duda que algunos individuos son más hábiles que otros en las tareas de cazar y recolectar, pero la supervivencia del grupo depende de compartir lo que tienen. De modo que con poco o ningún excedente no surge ninguna categoría de personas con más recursos que otra. La estratificación social entre los cazadores y recolectores, solo puede basarse en la edad y el sexo, lo que hace que su sistema de estratificación sea menos complejo que los que pueden observarse en las sociedades tecnológicamente avanzadas.
Las sociedades hortícolas, ganaderas y agrícolas
Los avances tecnológicos dan lugar a un excedente de producción, al mismo tiempo que intensifican la desigualdad social. En las sociedades hortícolas y ganaderas, una pequeña elite controla la mayor parte del excedente. En las sociedades agrarias, donde ya se emplea el arado y se cultivan grandes extensiones de terreno de una forma permanente, aumentan los excedentes y, así, las diferencias sociales. La enorme distancia social entre la elite de la nobleza hereditaria y los siervos comunes que trabajan la tierra forma parte de la historia (e incluso del presente) de muchas sociedades. En estas sociedades, los señores ejercían un poder cuasidivino sobre las masas.
Las sociedades industrializadas
La industrialización cambia el sentido de la historia, impulsando una reducción de la desigualdad social. El eclipse de la tradición y la necesidad de desarrollar habilidades individuales erosionan gradualmente las categorías de casta a favor de unas mayores oportunidades individuales.
También, los mayores índices de productividad económica, así como los programas sociales de las administraciones públicas, han elevado los niveles de vida de las clases menos favorecidas.
Los trabajos técnicos especializados exigen la universalización de la educación, lo que reduce drásticamente el analfabetismo. Por su parte, una población que sabe leer y escribir suele presionar para conseguir más participación en las decisiones políticas, lo cual reduce la desigualdad social. Como ya hemos mencionado, los continuos avances tecnológicos transforman gran parte de los trabajos manuales en trabajos de oficina. Todos estos cambios sociales ayudan a explicar por qué las revoluciones marxistas han ocurrido en sociedades agrícolas —como Rusia (1917), Cuba (1959) y Nicaragua (1979)— en las cuales la desigualdad social es más pronunciada, pero no en las sociedades más avanzadas, como Marx predijo hace más de un siglo.
Inicialmente, la gran riqueza generada por la industrialización se concentra en las manos de unos pocos. Con el paso del tiempo, la concentración de la riqueza en manos de los muy ricos va reduciéndose. Según las últimas estimaciones, la proporción de toda la riqueza controlada por el uno por ciento de las familias más ricas de Estados Unidos alcanzaba el 36 por ciento antes de la gran crisis de 1929; durante la década de 1980, esta elite económica poseía un tercio de toda la riqueza (Williamson y Lindert, 1980; Beeghley, 1989).
Finalmente, la industrialización reduce también las desigualdades entre hombres y mujeres. Los movimientos hacia la igualdad de oportunidades entre los dos sexos es producto de la necesidad de la economía industrializada de no desaprovechar los talentos de las personas, así como resultado de la creencia, cada vez más generalizada, de que las desigualdades de género no pueden justificarse de ningún modo.
La curva de Kuznets
La tendencia descrita anteriormente se puede sintetizar en la siguiente frase. A lo largo de la historia humana, el progreso tecnológico aumenta en un primer momento las desigualdades, que luego se reducen con el paso del tiempo. De modo que si una desigualdad mayor es funcional para las sociedades agrícolas, las sociedades industrializadas se benefician de un clima más igualitario. Este cambio histórico, reconocido por el premio Nobel de economía Simon Kuznets (1966), se ilustra mediante la curva de Kuznets, que mostramos en la Figura 8.2.
Las pautas actuales de desigualdad social alrededor del mundo se ajustan, en términos generales, a la curva de Kuznets. La desigualdad económica (un indicador básico de la desigualdad), es menor en los países industrializados que en los que siguen siendo predominantemente agrarios. Más concretamente, los países industriales más avanzados, como los de la Unión Europea, Australia y Estados Unidos, presentan un nivel de desigualdad menor que los países menos industrializados de América Latina, África y Asia.
Sin embargo, la desigualdad social que se observa en el interior de un país no puede explicarse únicamente en virtud de su nivel tecnológico. Es necesario tomar en cuenta otros factores políticos y económicos.
Las sociedades que han tenido sistemas económicos socialistas (incluyendo la República Popular de China, la Federación Rusa y los países de Europa del Este) muestran una desigualdad de rentas relativamente menor. Es necesario tomar en cuenta, sin embargo, que el nivel de vida de los países socialistas es más bajo que el de los países capitalistas avanzados. Por otro lado, al margen del menor grado de desigualdad económica que presentan los países socialistas, existe una enorme desigualdad política en estos países, como se puede observar, por ejemplo, en el caso de China ¿Qué futuro nos aguarda? Aunque la pauta global que describe la curva de Kuznets pueda ser válida, este análisis no significa necesariamente que la desigualdad social va a seguir disminuyendo en las sociedades industrializadas. Al menos idealmente, los miembros de estas sociedades aprueban el principio de igualdad de oportunidades.
Pero este objetivo no ha sido, y probablemente nunca será realidad. El concepto de igualdad social, como todos los conceptos relacionados con la estratificación social, es polémico, como explicamos en el epígrafe final de este capítulo.
Desigualdades, estratificación y divisiones en el siglo XXI
Los sociólogos se han interesado desde hace tiempo por las desigualdades. Parecen haber estado presentes en casi todas las sociedades a lo largo de toda la historia, sea por medio de las clases, las castas o la esclavitud o por medio de la raza, la sexualidad o el género. Aparte quizá de algunas sociedades tradicionales muy tempranas, es difícil no llegar a la conclusión de que la historia de la sociedad es de hecho la historia de la desigualdad.
El siglo XXI no es diferente. Algunos consideran que las desigualdades son ahora mayores de lo que han sido nunca. En el largo curso de la historia, esto parece improbable, pero es cierto que ahora, cuando se ha logrado medir estos problemas de forma más fiable, encontramos evidencia de que las desigualdades han crecido en los últimos años.
Podríamos hacer una división básica del mundo en tres tipos de experiencia. Una es la de los grupos realmente ricos y de alto estatus —unos pocos millones en un mundo con 6.500 millones de habitantes—, que vuelan por encima de los demás mortales con unos ingresos superiores al PIB de muchos de los países más pequeños y con estilos de vida que son completamente inaccesibles para el resto de nosotros.
Después, en el otro extremo, hay mil millones de personas (entre una quinta y una sexta parte de la población mundial) que viven con rentas menores al dólar diario.
Están realmente abajo en indicadores sociales como salud, tasa de alfabetización, compromiso político, acceso a la comunicación y, por supuesto, riqueza. A menudo sin hogar y en situaciones completamente desesperadas, sus vidas están dañadas, embrutecidas, «desperdiciadas» (Bauman, 2004). Los sociólogos no han escrito tanto sobre esta experiencia como los antropólogos culturales y los teóricos del desarrollo. La mayor parte de la sociología se mantiene relativamente segura, alejada de ellos.
Finalmente, hay un tercer grupo, «nosotros», si quiere verlo así, «la mayoría». Pero dentro de nuestros mundos sociales, también hay grandes divisiones. Pueden demostrarse profundas desigualdades, y son estas las que los sociólogos parecen estudiar más: la organización por clases sociales en sociedades modernas de rentas relativamente altas. Todo ello fuertemente afectado por la etnia, el género, la edad, la sexualidad y la discapacidad. Son estos los temas que abordaremos en los próximos capítulos.
Las teorías que se han expuesto aquí orientadas a explicar la desigualdad social tienen también unas consecuencias y una lectura política. La tesis Davis-Moore, que subraya la universalidad del fenómeno de la desigualdad, refuerza la idea de que las diferencias entre las personas son parte consustancial de la organización social. Las diferencias de clase, según esta tesis, reflejan tanto la diferencia entre las capacidades individuales como la importancia que tienen unas ocupaciones y profesiones frente a otras. Desde este punto de vista, perseguir la igualdad implica poner en peligro el funcionamiento de una sociedad además de las libertades individuales, pues para ello deberíamos poner a trabajar a los funcionarios del Discapacitador General de Vonnegut. (Véase Polémica y debate.) La teoría del conflicto de Marx interpreta la desigualdad social universal de una manera diferente. Rechazando la idea de que la desigualdad es necesaria, Marx la condenaba como producto de la avaricia y la explotación.
Guiado por valores igualitarios, era partidario de acuerdos sociales que permitieran a todos compartir los recursos de manera igualitaria. En lugar de socavar la calidad de vida, Marx mantenía que la igualdad mejoraría el bienestar del ser humano.
Macionis y Plummer: Desigualdad y estratificación social (Cap. 8) |
RESUMEN
1. La estratificación social se refiere a categorías de personas clasificadas según una jerarquía. Existen cuatro sistemas de estratificación: socio-económico, étnico, de género y de edad. La estratificación (a) es una característica de la sociedad, no algo que simplemente surge a partir de las diferencias individuales; (b) persiste lo largo de varias generaciones; (c) es universal, pero variable en la forma; y (d) está sustentada por creencias culturales.
2. La esclavitud, el sistema estamental y de castas son formas básicas de estratificación. La esclavitud existe todavía hoy en día. Los sistemas de castas, típicos de las sociedades agrícolas, se basan en criterios adscriptivos y fuertes creencias morales, determinando la vida de una persona en aspectos como su ocupación laboral y la elección de pareja. Los sistemas de clases, comunes en las sociedades industrializadas, reflejan en mayor medida el éxito individual. Debido a que el énfasis en el rendimiento individual permite la movilidad social, las clases sociales se definen de manera menos nítida que las castas.
3. Históricamente, las sociedades socialistas se han presentado como sociedades sin clases, al estar basados en la propiedad pública de los medios de producción. Pero aunque estas sociedades presentan menos desigualdad económica que sus homólogas capitalistas, son enormemente desiguales en lo que se refiere al ejercicio del poder.
4. La estratificación social persiste por dos razones: el apoyo de varias instituciones sociales y el poder de la ideología para definir ciertos tipos de desigualdad como naturales y justos.
5. La tesis de Davis-Moore establece que la estratificación social es universal porque contribuye al funcionamiento de la sociedad. En los sistemas de clases, las recompensas diferenciadas motivan a las personas a aspirar a roles ocupacionales más importantes para el funcionamiento de la sociedad. Los críticos de la tesis de Davis-Moore advierten que (a) resulta difícil valorar objetivamente la importancia funcional de cualquier posición ocupacional; (b) la estratificación impide a muchas personas que desarrollen sus habilidades; y (c) la estratificación social a menudo genera conflicto social.
6. Marx pensaba que, básicamente, el conflicto social era un conflicto entre dos clases sociales: la clase de los capitalistas, burgueses, o propietarios de los medios de producción, por un lado, y el proletariado, por el otro. La revolución socialista que predijo Marx no ha ocurrido en las sociedades industrializadas como Alemania o Estados Unidos. Algunos sociólogos ven en esto una evidencia de que el análisis de Marx ha fallado; otros, sin embargo, señalan que nuestra sociedad todavía está marcada por una pronunciada desigualdad social y un importante conflicto de clases.
7. Max Weber identificó tres dimensiones distintas de la desigualdad social: la económica o de clase, el estatus social, y el poder. Juntas, estas tres dimensiones forman una jerarquía compleja de estados socioeconómicos.
8. Según la teoría de Gerhard Lenski y Jean Lenski existe una relación entre desarrollo tecnológico y desigualdad social. Hasta la aparición de la sociedad industrial, el desarrollo tecnológico terminaba traduciéndose en una mayor desigualdad social. A partir de la revolución industrial, sin embargo, esa tendencia se invierte, como muestra la curva de Kuznets.
9. La estratificación social es un área de investigación compleja y polémica porque trata no solo con hechos sino con valores que sugieren cómo debería organizarse la sociedad.
CUESTIONES DE PENSAMIENTO CRÍTICO
1. ¿De qué manera se manifiestan la división y la estratificación social en su universidad? Sitúe su propia posición en la escala de estratificación social de su sociedad. Compárela con la de sus amigos y familiares.
2. Considere las clases sociales, la etnia, el género, la sexualidad, la discapacidad y la edad como sistemas de estratificación. ¿Son todos ellos igual de importantes?
3. Compare algunos sistemas esclavistas del pasado (como las plantaciones en Estados Unidos) con los que funcionan en el mundo de hoy en día. (Ayuda: véase Bales, 2000).
4. Analice sistemas de estratificación que puedan encontrarse en dos países actuales cualesquiera.
5. ¿En qué aspectos han fallado las predicciones de Marx? ¿En cuáles sigue siendo válido su análisis?
INVESTIGACIÓN EN ACCIÓN
Entrevistas y sufrimiento
Pierre Bourdieu fue uno de los más importantes sociólogos franceses de finales del siglo XX (se habla sobre él más ampliamente en el Capítulo 20). Aunque gran parte de su investigación puede describirse como teórica, uno de sus principales libros, La miseria del mundo (originariamente publicado en 1993 como La misère du monde) es un ejemplo excelente de entrevista sociológica. El libro contiene alrededor de 70 entrevistas y comentarios con hombres y mujeres que han confiado «sus vidas y las dificultades que han tenido viviendo sus vidas». En general, se les ha negado una existencia respetada y valorada —sufren racismo, pobreza o marginación; y no han sido capaces de adaptarse a los rápidos cambios ocurridos a su alrededor. Podríamos decir que arrastran «vidas rotas » por las desigualdades.
Las entrevistas que se recogen en este libro no son del tipo de entrevistas que puedan estructurarse de forma plana y aburrida. Al contrario, estas entrevistas son más detalladas y a menudo son reproducidas en el libro de forma directa, las preguntas del entrevistador incluidas. El libro incluye también entrevistas a personas que ocupan diferentes posiciones sociales —que a veces viven en el mismo edificio o trabajan en la misma compañía.
Las descripciones complejas y con múltiples matices de un fenómeno social, a diferencia de aquellas que se encuentran en la prensa y en gran parte de las revistas, a menudo ayudan al lector a entender el sufrimiento que muchas personas experimentan. También nos llevan a ver la «multiplicidad de los coexistentes, y a veces directamente divergentes puntos de vista» (Bourdieu et al., 1999: 3).Este estudio es un buen ejemplo de la utilidad de entrevista, como método de investigación social, a la hora de estudiar la experiencia personal de las desigualdades.
Macionis y Plummer: Desigualdad y estratificación social (Cap. 8) |
Macionis, John J.; Plummer, Ken. Sociología. Pearson Educación, Madrid, 2011.
Lee también
Macionis y Plummer: Desigualdad y estratificación social (Cap. 8)
Macionis y Plummer: Clases, pobreza y bienestar (Cap. 10)
Macionis y Plummer: Los tres clásicos de la sociología (Marx, Durkheim y Weber)
Macionis y Plummer: Pensar sociológicamente, pensar globalmente (Sociología, Cap. 2)
Macionis y Plummer: Control, delito y desviación (Sociología, Cap. 17)
El crimen es, pues, necesario: está ligado a las condiciones fundamentales de toda vida social, y por esto mismo es útil; porque las condiciones de las que es solidario son indispensables para la evolución normal de la moral.
ResponderEliminarEmile Durkheim.
1. ¿Cuál es la tradición clásica de la sociología? Un pequeño recorrido por la teoría sociológica
ResponderEliminar2. Paradigmas principales o «clásicos» en sociología
3. Nuevos paradigmas en sociología: otras voces y el postmodernismo
4. Pensar globalmente: una perspectiva global en sociología
5. Hacer balance y mirar hacia delante
En todas las sociedades contemporáneas hay clases sociales, aunque no en todas esta es una cuestión social de primer orden. En los Estados Unidos, donde la población es muy consciente de las divisiones raciales, existe solo un interés moderado por las cuestiones de clase y la gente apenas se ve a sí misma como perteneciente a una clase social u otra.
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