Herbert Blumer: La sociedad como interacción simbólica (El Interaccionismo Simbólico: Perspectiva y método, 1969)
La sociedad como interacción simbólica
Herbert Blumer
Tomado de El Interaccionismo Simbólico: Perspectiva y método, Cap. 3
Más que formularlo, lo que se ha hecho es seguir el enfoque de la sociedad humana como interacción simbólica. En los escritos de unos cuantos investigadores eminentes, algunos pertenecientes al campo de la sociología y otros ajenos a él, encontramos exposiciones parciales, y a menudo fragmentarias, sobre el tema. Entre los citados en primer lugar, podemos mencionar a Charles Horton Cooley, W. I. Thomas, Robert E. Parks, E. W. Burgess, Florian Znaniecki, Ellsworth Faris y James Mickel Williams. Entre los pertenecientes a otras disciplinas citaremos a William James, John Dewey y George Herbert Mead. A mi parecer, ninguno de estos eruditos" ha hecho una exposición sistemática de la naturaleza de la vida humana de grupo desde el punto de vista del interaccionismo simbólico. Mead sobresale entre todos ellos por haber trazado las premisas fundamentales de este enfoque, aunque apenas ha esbozado sus consecuencias metodológicas para el estudio sociológico. Los especialistas que pretenden describir la postura del interaccionismo, suelen ofrecer distintas versiones del mismo. Lo que voy a exponer debe considerarse como mi versión personal. Mi propósito consiste en enunciar las premisas básicas de este concepto y desarrollar sus consecuencias metodológicas para el estudio de la vida de grupo.
La expresión "interacción simbólica" hace referencia, desde luego, al carácter peculiar y distintivo de la interacción, tal y como ésta se produce entre los seres humanos. Su peculiaridad reside en el hecho de que éstos interpretan o "definen" las acciones ajenas, sin limitarse únicamente a reaccionar ante ellas. Su "respuesta' no es elaborada directamente como consecuencia de las acciones de los demás, sino que se basa en el significado que otorgan a las mismas. De este modo, la interacción humana se ve mediatizada por el uso de símbolos, la interpretación o la comprensión del significado de las acciones del prójimo. En el caso del comportamiento humano, tal mediación equivale a intercalar un proceso de interpretación entre el estímulo y la respuesta al mismo.
El reconocimiento de que el ser humano interpreta las acciones de los demás como un medio de actuación recíproca, ha impregnado el pensamiento y los escritos de numerosos investigadores de la conducta y la vida humana de grupo. Sin embargo, pocos de ellos se han esforzado en analizar lo que tal interpretación implica con respecto a la naturaleza de la persona o de la asociación humana. Por lo general, se contentan con reconocer que dicha "interpretación " ha de ser aprehendida por el investigador, o con constatar que los símbolos, como por ejemplo las normas o valores culturales, han de ser incluidos en sus análisis. En mi opinión, sólo G. H.
Mead ha intentado profundizar en lo que el acto de la interpretación implica para la comprensión del ser humano, de su acción y de su asociación. Los principios fundamentales de este análisis son tan penetrantes, profundos e importantes para la comprensión de la vida humana de grupo, que quisiera comentarlos, aunque sea brevemente.
El aspecto primordial del análisis de Mead es que el ser humano posee un "sí mismo". Esta idea no debe descartarse por esotérica ni pasarse por alto como algo tan evidente que no es digno de atención. Al afirmar que el ser humano posee un "sí mismo", Mead quería decir principalmente, que puede ser el objeto de sus propias acciones; es decir, que puede actuar con respecto a si mismo como con respecto a los demás. A todos nos resultan familiares las acciones en las que una persona se enfada consigo misma, se formula una repulsa , se enorgullece , razona para sí, trata de alentar su propio valor, se dice que podría "hacer esto" y no "hacer aquello", se fija objetivos, se compromete consigo misma y planea lo que va a hacer. El hecho de que los seres humanos actúan con respecto a sí mismos de ésta y otras incontables maneras, es fácil de observar empíricamente. Reconocer que pueden actuar con respecto a sí mismos no constituye ninguna afirmación mística.
Mead considera que esta aptitud del ser humano para actuar con respecto a si mismo, es el principal mecanismo con que cuenta para afrontar y tratar con su mundo. Dicho mecanismo le capacita para formularse indicaciones a sí mismo sobre aquello que le rodea y por consiguiente, para orientar sus acciones en función de lo que advierte. Todo aquello de lo que una persona es consciente, es algo que se indica a sí misma : el tictac de un reloj, una llamada a la puerta, el aspecto de un amigo, el comentario que hace un compañero, el ser consciente de que tiene una tarea que realizar , o el percatarse de que se ha resfriado . A la inversa, todo aquello de lo que no es consciente es, ipso facto, algo que no se está indicando a sí misma.
La vida consciente de un individuo, desde que se despierta hasta que le vence el sueño, es un constante flujo de indicaciones hechas a sí mismo; la consciencia de las cosas que afronta y toma en consideración. Esto nos presenta al ser humano como un organismo que afronta su mundo utilizando un mecanismo con el que se hace indicaciones a sí mismo. Es el mismo mecanismo que interviene en la interpretación de las acciones de los demás. Interpretar las acciones ajenas es señalarse a sí mismo que dichas acciones poseen tal o cual carácter o significado.
Ahora bien, según Mead, el hecho de formularse indicaciones a sí mismo es de una importancia capital, por dos razones bien definidas: en primer lugar, indicar algo es desgajarlo de su planteamiento, ponerlo aparte, otorgarle un significado o, empleando la terminología de Mead, convertirlo en un objeto. Un objeto, es decir algo que un individuo se indica a sí mismo, no es lo mismo que un estímulo. En lugar de poseer un carácter intrínseco, que actúa sobre el sujeto y puede ser definido con independencia de éste, es el mismo individuo quien le confiere su carácter o significado. En lugar de ser un estímulo previo que provoca el acto, el objeto es un producto de la inclinación del individuo a actuar. La descripción correcta es que el individuo construye sus objetos basándose en su propia y continua actividad, en lugar de estar rodeado por objetos preexistentes que influyen en él y elaboran su conducta. En cada uno de sus innumerables actos, tanto en los menos trascendentes, como vestirse , o en los más importantes , como prepararse para una carrera profesional , la persona está señalándose a sí misma diferentes objetos, confiriéndoles significado , evaluando su grado de conveniencia para la acción que él desarrolla y tomando decisiones en función de dicha evaluación . Esto es lo que significa interpretar o actuar basándose en símbolos.
La segunda consecuencia importante del hecho de que los seres humanos se formulen indicaciones a sí mismos, es que su acción es construida o elaborada, en lugar de ser un mero producto de la conducta. Sea cual fuere la acción en la que se encuentra inmerso, el individuo empieza por señalarse a sí mismo las distintas cosas divergentes que ha de tener en cuenta en el curso de su acción. Ha de ser consciente de lo que quiere hacer y de la manera de hacerlo. Tiene que señalarse las diversas condiciones que pueden servirle para instrumentar su acción y aquellas que pueden entorpecerla; ha de tener en cuenta las exigencias, expectativas, prohibiciones y amenazas que pueden surgir en la situación en la que actúa. Su acción se elabora paso a paso a través de un proceso de indicación a sí mismo. El individuo conjunta y orienta su acción tomando en consideración las distintas cosas e interpretando la importancia que revisten para lo que proyecta hacer. No hay ningún tipo de acción consciente en la que esto no se cumpla.
Ninguna de las clasificaciones psicológicas convencionales puede explicar el proceso de elaboración de acciones mediante la formulación de indicaciones a sí mismo por parte del individuo. Este proceso es ajeno y distinto de lo que se denomina el “yo", así como de cualquier otro concepto que enfoque el "sí mismo" como composición u organización. La autoformulación de indicaciones es un proceso comunicativo móvil en el curso del cual el individuo advierte cosas , las evalúa, les confiere un significado y decide actuar conforme al mismo. El ser humano se enfrenta al mundo o a los 'otros" por medio de tal proceso, y no con un mero "yo". Más aún, las fuerzas , externas o internas, que supuestamente influyen en el individuo produciendo su comportamiento, no son las que desencadenan este proceso de "autoindicación". Tampoco lo abarcan ni lo explican las presiones del medio, estí- mulos externos, impulsos orgánicos, deseos, actitudes, sentimientos, ideas y demás factores. El citado proceso se diferencia de todo esto en que la persona se señala e interpreta la aparición o expresión de tales cosas, por ejemplo advirtiendo que se le exige una respuesta social dada, reconociendo una orden, observando que tiene hambre, percatándose de que desea comprar algo, siendo consciente de un sentimiento determinado , sabiendo que detesta comer con alguien a quien desprecia, y no ignorando que está pensando en alguna cosa concreta. Al señalarse a sí misma estas cosas, las afronta pudiendo reaccionar contra ellas aceptándolas, rechazándolas o transformándolas de acuerdo con el modo en que las defina o interprete. Su comportamiento, por lo tanto, no es consecuencia de factores tales como presiones ambientales, estímulos, motivos, actitudes e ideas, sino del modo en que maneja e interpreta estos factores en el contexto de la acción que está elaborando. El proceso de formulación de indicaciones a sí mismo, por medio del cual se elabora la acción, no puede ser explicado por los factores que preceden al acto. El proceso tiene entidad propia, y como tal debe ser aceptado y estudiado. A través de ese proceso es como el ser humano elabora su acción consciente.
Mead admite asimismo que la elaboración de la acción por el individuo a través del proceso de indicaciones que se formula a sí mismo, siempre tiene lugar en un contexto social. Considero necesario explicar detenidamente este punto, dado que es de vital importancia para la comprensión de la interacción simbólica. Fundamentalmente, la acción de grupo reviste la forma de un entrelazamiento de las líneas de acción individuales. Cada sujeto ajusta su acción a la de los demás, enjuiciando lo que éstos hacen o pretenden hacer; esto es, aprehendiendo el significado de sus actos. Para Mead, esto se realiza mediante la "asunción del papel" de los demás, ya sea el de una persona específica o el de un grupo (el "otro generalizado", en palabras de Mead). Al asumir dichos papeles, el individuo trata de evaluar la intención o dirección de los actos ajenos, y elabora y ajusta su propia acción a la de los demás basándose en esta interpretación de los actos de éstos. Tal es fundamentalmente el modo en que la acción de grupo se lleva a cabo en la sociedad humana.
A mi modo de ver, los anteriores postulados reflejan los rasgos esenciales del análisis de Mead sobre las bases de la interacción simbólica. Dichos postulados presuponen lo siguiente: que la sociedad humana se compone de individuos dotados de un "sí mismo" (es decir, que se formulan indicaciones a sí mismos); que la acción individual es una elaboración y no un mero producto, y que las personas la llevan a cabo mediante la consciencia y la interpretación de los aspectos de la situación en la que actúan; que la acción colectiva o de grupo consiste en una ordenación de acciones individuales, realizada cuando los individuos interpretan o toman en consideración las acciones ajenas. Puesto que mi propósito es exponer, y no defender, la postura de la interacción simbólica, intentaré respaldar en este ensayo las tres premisas que acabo de señalar. Me limitaré a afirmar que es fácil verificarlas empíricamente. No conozco ningún caso de acción humana de grupo en el que no se cumplan. Desafío al lector a que piense o trate de encontrar un solo caso al que no puedan aplicarse.
Quisiera declarar ahora que los conceptos sociológicos sobre la sociedad humana están, por lo general, en notable desacuerdo con las premisas que, como he indicado, subyacen en la interacción simbólica. Es un hecho que la gran mayoría de esas perspectivas y, en especial, las que están actualmente en boga, no consideran o tratan la sociedad como una interacción simbólica. Vinculadas, como parece ser el caso, con alguna forma de determinismo sociológico, adoptan imágenes de la sociedad humana, de los individuos y de la acción de grupo, que no se acomodan a las premisas de la interacción simbólica. Expondré brevemente los principales puntos de desacuerdo.
El pensamiento sociológico rara vez admite o considera que las sociedades humanas se componen de individuos dotados de un "si mismo". Por el contrario, ven a las personas como simples organismos con cierto tipo de organización, que responden a las fuerzas que actúan sobre ellas. En general, aunque no de modo exclusivo, dichas fuerzas están incluidas en la estructura de la sociedad, como es el caso del "sistema social", la "estructura social", la "cultura", el "status", el "papel social", la "costumbre", la "institución", la "representación colectiva", la "situación", las "normas" y los "valores" sociales. La suposición consiste en admitir que la conducta de las gentes, en cuanto miembros de una sociedad, es la expresión de la influencia que sobre ellas ejercen dichas fuerzas o factores. Esta es, por supuesto, la postura lógica que adopta necesariamente el investigador al explicar la conducta o las fases de la misma en función de tal o cual factor social. Se considera que los individuos que componen una sociedad humana son los medios a través de los cuales operan dichos factores, y que su acción social es la expresión de estos últimos. Tal punto de vista o enfoque niega, o por lo menos ignora, que los seres humanos poseen un "si mismo", y que actúan formulándose indicaciones a sí mismos. El "sí mismo", por cierto, tampoco se incorpora a la imagen al introducir en ella elementos tales como los impulsos orgánicos, motivos, actitudes, sentimientos, factores sociales interiorizados o componentes psicológicos. Los factores psicológicos poseen el mismo status que los factores sociales antes mencionados; es decir, se considera que influyen en el individuo produciendo su acción. No constituyen el proceso de formulación de indicaciones a si mismo por el individuo. Este proceso se les enfrenta, al igual que se enfrenta a los factores sociales que influyen sobre el ser humano. Prácticamente todas las conceptualizaciones sociológicas de la sociedad humana se abstienen de reconocer que los individuos que la componen poseen un "si mismo", en el sentido ya comentado.
Tampoco creen que las acciones sociales de los individuos en el seno de la sociedad sean elaboradas por ellos mediante un proceso de interpretación, sino que consideran dichas acciones como un producto de los factores que influyen sobre y a través de los individuos. No estiman que la conducta social de la persona la elabore ella misma mediante la interpretación de objetos, situaciones y acciones ajenas. Si se concede un lugar a la "interpretación", es para considerarla simplemente como una expresión de otros factores (los motivos, por ejemplo) que preceden al acto y, por lo tanto, se le niega el rango de factor por derecho propio. En consecuencia, se sostiene que la acción de la persona es un movimiento hacia fuera o una expresión de las fuerzas que influyen en ésta, y no algo que la persona elabora interpretando la situación en que se halla.
Estas observaciones sugieren otra línea significativa de discrepancia entre los enfoques sociológicos generales y la postura de la interacción simbólica. Las dos perspectivas difieren en el modo de explicar la acción social. La interacción simbólica atribuye dicha acción a individuos "actuantes" que ajusten sus respectivas líneas de acción a las de los demás mediante un proceso de interpretación, siendo la acción de grupo la acción colectiva de esos individuos. En oposición a este enfoque, los conceptos sociológicos identifican generalmente la acción social con la acción de la sociedad o de alguna unidad de la misma. Los ejemplos son innumerables. Citaré unos cuantos. Ciertos conceptos al entender que las sociedades o grupos humanos son "sistemas sociales", consideran que la acción de grupo es una expresión del sistema, ya sea en estado de equilibrio o intentando lograrlo; o bien, conciben la acción de grupo como una expresión de las "funciones" de una sociedad o de un grupo; o bien como la expresión exteriorizada de elementos contenidos en la sociedad o grupo, como las exigencias culturales, los propósitos societarios, los valores sociales o las presiones institucionales, por ejemplo. Estos conceptos característicos ignoran o desfiguran el punto de vista sobre la vida o la acción de grupo, según el cual dicha vida o acción no es sino el conjunto de las acciones concertadas o colectivas de los individuos en su intento de afrontar sus respectivas situaciones vitales. Cuando se admite (lo cual no siempre sucede) que la gente se esfuerza por realizar actos colectivos para afrontar las situaciones, dicho esfuerzo se considera producto de la influencia de fuerzas subyacentes o trascendentes contenidas en la propia sociedad o en las partes que la componen. Los individuos que componen la sociedad o el grupo se convierten así en "conductos" o medios para la expresión de dichas fuerzas; y la conducta interpretativa por medio de la cual las personas elaboran sus acciones, en un mero vínculo forzado de la influencia de aquéllas.
Este comentario de los puntos de desacuerdo enumerados contribuirá a aclarar la postura de la interacción simbólica. En la exposición que sigue pretendo esbozar un poco más la imagen de la sociedad humana a la luz de la interacción simbólica, y señalar algunas consecuencias metodológicas.
Debe considerarse que toda sociedad humana se compone de gentes que actúan y que la vida social se compone, a su vez, de las acciones de esas gentes. Las unidades que actúan pueden ser individuos aislados, colectividades cuyos miembros actúan juntos persiguiendo un mismo fin, u organizaciones que actúan en nombre de un grupo específico. Como ejemplos de cada una de estas unidades podemos citar los compradores individuales en un mercado; un conjunto musical o un grupo de misioneros, y una sociedad de negocios o una asociación profesional a nivel nacional. En una sociedad humana, no hay actividad empíricamente observable que no proceda de alguna unidad obrante. Es preciso insistir en esta trivial declaración en vista de la práctica común de los sociólogos de reducir la sociedad humana a unidades sociales que no actúan: por ejemplo, las clases sociales en una sociedad moderna. Es evidente no obstante que hay otras formas de enfocar la sociedad, aparte de considerarla en función de las unidades de acción que la componen.
Quisiera señalar simplemente que, con respecto a la actividad concreta o empírica, es necesario enfocar la sociedad en función de las unidades de acción que la integran. Añadiría que todo esquema que pretenda ofrecer un análisis realista, ha de respetar y ser congruente con el reconocimiento empírico de que toda sociedad humana se compone de unidades de acción.
Con igual respeto deben considerarse las condiciones en que dichas unidades actúan. Una de las condiciones principales es que la acción tiene lugar en el seno de una situación y con respecto a la misma. Sea cual fuere la unidad obrante: un individuo, una familia, una escuela, una iglesia, una empresa comercial, un sindicato, una legislatura, etc, cualquier acción específica es elaborada en función de la situación en la cual tiene lugar. Esto conduce a admitir una segunda condición importante, a saber, que la acción se forma o elabora interpretando la situación. La unidad obrante necesariamente ha de reconocer las cosas que debe tomar en consideración: tareas, oportunidades, obstáculos, medios, exigencias, inquietudes, peligros, etc. De algún modo tiene que evaluarlos y tomar decisiones basadas en dicha evaluación. Esta conducta interpretativa se da tanto en el individuo que orienta su propia acción, como en una colectividad de individuos que actúan conjuntamente o en los "agentes" que actúan en nombre de un grupo u organización. La vida de grupo se compone de unidades de acción que realizan actos para afrontar las situaciones en las que se hallan.
Normalmente, la mayoría de las situaciones que las personas encuentran en una sociedad determinada son definidas o "estructuradas" por dichas personas de idéntica forma. A través de la interacción previa, desarrollan y adquieren una definición o comprensión comunes de cómo actuar en tal o cual situación. Estas definiciones comunes permiten a las personas actuar de modo parecido. Su comportamiento común y repetitivo en tales situaciones no debe inducir al investigador a suponer que no ha existido un proceso de interpretación; antes al contrario, los participantes elaboran sus acciones, aunque sean fijas, mediante un proceso interpretativo. Al disponer de definiciones ya preparadas y generalmente aceptadas, las personas no tienen que esforzarse mucho para orientar y organizar sus actos. Sin embargo, hay otras muchas situaciones que los participantes no pueden definir de una sola forma.
En estos casos, sus líneas de acción no encajan espontáneamente entre sí, y la acción colectiva se ve bloqueada, lo que obliga a desarrollar interpretaciones y a procurar una adaptación recíproca y eficaz de los actos de cada participante. En estas situaciones "indefinidas", es preciso rastrear y estudiar el proceso emergente de definición que tiene lugar.
En lo relativo al interés de los sociólogos y estudiosos de la sociedad humana por la conducta de las unidades obrantes, la postura de la interacción simbólica requiere que el investigador asimile el proceso de interpretación por medio del cual dichas unidades elaboran sus acciones. Para ello no basta con analizar las condiciones que preceden al proceso. Tales condiciones previas son de utilidad para la comprensión del proceso por el hecho de que intervienen en él pero, como se ha dicho antes, no lo constituyen. Tampoco puede entenderse el citado proceso deduciendo su naturaleza de la acción patente que produce. Para captarlo, el investigador debe asumir el papel de la unidad obrante y cuyo comportamiento está estudiando. Puesto que dicha unidad es la que hace la interpretación, en función de los objetos que designa y valora, de los significados conferidos y de las decisiones adoptadas, es necesario enfocar el proceso desde el punto de vista de tal unidad. El reconocimiento de este hecho es el que ha motivado que los trabajos de especialistas como R. E. Park y W. I. Thomas sean tan notables. Tratar de asimilar el proceso interpretativo comportándose como un observador supuestamente 'objetivo" y negándose a asumir el papel de la unidad obrante puede hacer incurrir al investigador en el peor tipo de subjetivismo, ya que es probable que el observador 'objetivo" aborde el proceso de interpretación a través de sus propias conjeturas, en lugar de entenderlo según se produce en la experiencia de la unidad que lo lleva a cabo.
Por lo general, desde luego, los sociólogos no estudian la sociedad humana basándose en unidades que actúan, sino en base a una estructura u organización, considerando que la acción social es una expresión de las mismas. Depositan su confianza en categorías estructurales tales como el sistema social, la cultura, las normas, los valores, la estratificación social, los niveles del status, los papeles sociales y la organización institucional. Emplean estas categorías tanto para analizar la sociedad como para explicar la acción social que tiene lugar en su seno. Hay asimismo otros puntos importantes de interés para los investigadores sociológicos, centrados en torno a este tema focal de la organización. Uno de dichos puntos consiste en considerar la organización en base a las funciones que se supone que desempeña. Otro es estudiarla como un sistema en busca de equilibrio; en este caso, los estudiosos se esfuerzan en detectar mecanismos intrínsecos al sistema. Otro punto de interés consiste en averiguar cuáles son las fuerzas que influyen en la organización y producen cambios en ella; a este respecto los especialistas, principalmente por medio de un estudio comparativo, tratan de aislar la relación existente entre los factores causales y los resultados estructurales. Estas diferentes perspectivas y puntos de interés sociológico, tan hondamente arraigados hoy en día, prescinden de las unidades que actúan en la sociedad y eluden el proceso interpretativo mediante el cual aquéllas elaboran sus 'acciones.
En este interés respectivo en la organización, por una parte y en las unidades que actúan por otra, reside la diferencia esencial entre los criterios convencionales sobre la sociedad y el que sostiene la interacción simbólica, la cual, aunque reconoce la presencia de la organización en las sociedades humanas y respeta su importancia, la considera y trata de un modo distinto. La diferencia se concreta, principalmente, en dos cuestiones. En primer lugar, desde el punto de vista de la interacción simbólica, la organización es un marco en cuyo interior tiene lugar la acción social, pero no constituye el factor determinante de la misma. En segundo lugar, dicha organización y las modificaciones que sufre son producto de la actividad de las unidades obrantes, y no de "fuerzas" que las dejan relegadas a un segundo término. Para comprender mejor la imagen de la sociedad humana a la luz de la interacción simbólica, es preciso explicar brevemente cada una de estas diferencias.
Desde la perspectiva de esta última, la organización social es un marco en cuyo seno llevan a cabo sus acciones las unidades "obrantes" o unidades que actúan. Los aspectos estructurales, como la "cultura", "sistemas", "estratificaciones" y "papeles" sociales, establecen las condiciones para la acción de dichas unidades, pero no la determinan. Las personas (es decir, las unidades que actúan), no lo hacen en función de la cultura, la estructura social, etc., sino en función de las situaciones. La organización social sólo influye en la acción en la medida en que configura situaciones en cuyo seno actúan los individuos, y en la medida en que proporciona unos conjuntos fijos de símbolos que los individuos utilizan al interpretar las situaciones. Ambas formas de influencia de la organización social son importantes. En el caso de sociedades estables y consolidadas, como las tribus primitivas aisladas y las comunidades de campesinos, tal influencia es, ciertamente, muy profunda. Sin embargo, en algunas sociedades humanas, sobre todo en las sociedades modernas, en donde surgen corrientes de situaciones totalmente nuevas y las antiguas se vuelven inestables, la influencia de la organización disminuye. Debe recordarse que el elemento más importante que una unidad de acción ha de afrontar en sus situaciones, son las acciones de otras unidades obrantes. En la sociedad moderna, dado el creciente número de líneas de acción entrelazadas, es normal que surjan situaciones en las cuales las acciones de los participantes no estén regularizadas o normalizadas de antemano. En este sentido, la organización social existente no configura las situaciones. Del mismo modo, pueden variar y oscilar considerablemente los símbolos o instrumentos de interpretación utilizados por las unidades obrantes en tales situaciones. Por estos motivos, la acción social puede rebasar o apartarse de la organización en cualquiera de sus dimensiones estructurales. La organización de una sociedad humana no debe confundirse con el proceso de interpretación realizado por sus unidades de acción, ya que, aunque afecta a dicho proceso, no lo abarca ni lo explica.
Quizá la consecuencia más destacada del hecho de considerar la sociedad como una organización, sea la de pasar por alto el papel que desempeñan las unidades de acción en el cambio social. El procedimiento convencional seguido por los sociólogos consiste en (a) identificar la sociedad humana (o una parte de la misma) con alguna forma organizada o establecida; (b) descubrir algún factor o condición de cambio que influya sobre la sociedad o una parte determinada de la misma, y (c) determinar la nueva forma adoptada por la sociedad a causa de la influencia de ese factor sic cambio. Estas observaciones permiten al investigador expresar proposiciones en el sentido de que un determinado factor de cambio, al influir sobre una cierta forma organizada, produce una nueva forma organizada. A este respecto abundan todo tipo de declaraciones, unas burdas y otras refinadas; como, por ejemplo, que la depresión económica aumenta la solidaridad entre las familias de la clase trabajadora, o que la industrialización acarrea la sustitución de las familias numerosas por las poco numerosas. Ahora no me preocupa la validez de dichas proposiciones, sino la postura metodológica que implican. En esencia, o bien ignoran el papel que desempeña el comportamiento interpretativo de las unidades de acción en un caso determinado de cambio, o bien consideran que el factor de cambio fuerza la conducta interpretativa. Quiero señalar que toda línea de cambio social, desde el momento en que implica cambios en la acción humana, es necesariamente mediatizada por la interpretación de las personas afectadas por dicho cambio, el cual adopta la forma de situaciones nuevas en las que los individuos han de elaborar nuevas formas de acción. Igualmente, y en concordancia con lo anteriormente indicado, la interpretación de las nuevas situaciones no está predeterminada por condiciones previas a las mismas, sino que depende de aquello que se descubre y se toma en consideración en las situaciones reales en las que se elabora la conducta. Pueden producirse fácilmente variaciones en la interpretación, puesto que las diferentes unidades de acción consideran objetos distintos dentro de la misma situación, o les confieren distinto valor, o los ensamblan de modo diferente. Al formular proposiciones sobre el cambio social, será prudente reconocer que cualquier línea de ese cambio está mediatizada por las unidades de acción, al interpretar éstas las situaciones con las que se enfrentan.
Los investigadores de la sociedad humana tendrán que plantearse la cuestión de si sus inquietudes con respecto a las categorías de la estructura y de la organización, se ajustan realmente al proceso interpretativo por medio del cual los seres humanos, individual o colectivamente, actúan en la sociedad. La discrepancia entre ambas posturas es lo que entorpece los esfuerzos del investigador por llegar a conclusiones como las que se extraen en las ciencias físicas y biológicas. Esta misma discrepancia es, además, la principal responsable de las dificultades con que tropiezan al tratar de hacer encajar sus hipótesis en las nuevas series de datos empíricos. Para superar estos inconvenientes se realizan nuevos esfuerzos, ideando nuevas categorías estructurales, formulando nuevas hipótesis de igual carácter estructural, desarrollando técnicas de investigación más refinadas e incluso enunciando nuevos esquemas metodológicos. Tales tentativas siguen ignorando u omitiendo el proceso interpretativo por medio del cual las personas, individual o colectivamente, actúan en la sociedad. La cuestión reside en saber si la sociedad humana o la acción social pueden analizarse con éxito mediante esquemas que rehúsan admitir que los seres humanos son como son; es decir, personas que elaboran su acción individual o colectiva a través de una interpretación de las situaciones a las que hacen frente.
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Herbert Blumer: La sociedad como interacción simbólica (El Interaccionismo Simbólico: Perspectiva y método, 1969) |
El Interaccionismo Simbólico: Perspectiva y método (1969)
Cap. 3: La sociedad como interacción simbólica
Herbert Blumer
También en Blumer, H. y Mugny, G. (1992): Psicología social. Modelos de interacción. CEAL. Bs. As.
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