Bronislaw Malinowski: Una teoría científica de la cultura (1944)

¿Qué es la cultura?

Capítulo IV de Malinowski, Bronislaw. Editorial Sarpe, Madrid, 1984.

Como punto de partida será bueno tener una visión a vista de pájaro de la cultura en sus varias manifestaciones. Es ella evidentemente el conjunto integral constituido por los utensilios y bienes de los consumidores, por el cuerpo de normas que rige los diversos grupos sociales, por las ideas y artesanías, creencias y costumbres. Ya consideremos una muy simple y primitiva cultura o una extremadamente compleja y desarrollada, estaremos en presencia de un vasto aparato, en parte material, en parte humano y en parte espiritual, con el que el hombre es capaz de superar los concretos, específicos problemas que lo enfrentan. Estos problemas surgen del hecho de tener el hombre un cuerpo sujeto a varias necesidades orgánicas, y de vivir en un ambiente natural que es su mejor amigo, pues lo provee de las materias primas para sus artefactos, aunque es también peligroso enemigo, en el sentido de que abriga muchas fuerzas hostiles.

En este enunciado, por cierto contingente y desprovisto de pretensión, que más adelante será desarrollado parte por parte, queda implícito, en primer lugar, que la teoría de la cultura debe basarse en los hechos biológicos. Los seres humanos constituyen una especie animal. Están sujetos a las condiciones elementales que deben ser cumplidas para que los individuos puedan sobrevivir, subsistir la raza y los organismos sin excepción ser mantenidos en condiciones de actividad. Por otra parte, con todo el equipo de artefactos, con su aptitud para producirlo y valorarlo, el hombre crea un ambiente secundario. No hay en lo dicho nada nuevo, y definiciones similares de la cultura han sido expuestas con frecuencia. No obstante, extraeremos una o dos conclusiones adicionales.

En primer lugar, es claro que la satisfacción de las necesidades orgánicas o básicas del hombre y de la raza representa una serie mínima de condiciones impuestas en cada cultura. Los problemas planteados por las necesidades nutritivas, reproductivas e higiénicas del hombre, deben ser resueltos, y lo son mediante la construcción de un nuevo ambiente, artificial o secundario.

Este ambiente, que es ni más ni menos la cultura misma, debe ser reproducido, conservado y administrado permanentemente. Esto produce lo que puede denominarse, en el sentido más general de la expresión, un nuevo nivel de vida, dependiente del plano cultural de la comunidad, del medio físico y de la eficiencia del grupo. Un nivel cultural de vida significa, a su vez, que nuevas necesidades aparecen y nuevos imperativos o determinantes son impuestos a la conducta humana. Desde luego, la 'tradición cultural necesita ser transmitida de cada generación a la subsiguiente. Métodos y mecanismos de carácter educativo existen en toda cultura. El orden y la ley deben ser conservados, desde que la cooperación es la esencia de toda conquista cultural. En cada comunidad es menester que existan disposiciones para sancionar la costumbre y las normas éticas y legales. El substrato material de la cultura requiere ser renovado y mantenido en condiciones de uso. En consecuencia, son indispensables algunas formas de organización económica aun en las culturas más primitivas.

Así pues, el hombre tiene, primero y ante todo, que satisfacer las necesidades de su organismo. Debe tomar las providencias y desarrollar actividades para alimentarse, calentarse, guarecerse, vestirse y protegerse del fríe, del viento y de la intemperie. Está forzado a defenderse y organizarse para tal defensa contra los enemigos y peligros externos, ya sean físicos, ya animales o humanos. Todos estos problemas primarios son solucionados por los individuos con herramientas, mediante la organización en grupos cooperativos y también por el desarrollo del conocimiento y un sentido del valor y de la moral.

Intentaremos mostrar que puede concebirse una teoría según la cual las necesidades básicas y su satisfacción cultural se ligan con nuevas necesidades culturales derivadas y que éstas imponen al hombre y a la sociedad un tipo secundario de determinismo. Estaremos en condiciones de distinguir entre los imperativos instrumentales —que surgen de tipos de actividad como el económico, el normativo, el educacional y el político— y los integrativos. Entre éstos dotaremos el conocimiento, la religión y la magia. Podremos relacionar directamente las actividades artísticas y recreativas con ciertas características fisiológicas del organismo humano, y ciertos modos de acción concertada y creencias mágicas, industriales y religiosas.

Si este análisis nos revela que, tomando una cultura individual como un conjunto coherente, logramos establecer un número de determinantes generales a los cuales aquélla debe conformarse, podremos precisar una serie de proposiciones predictivas como guías para la investigación de campo, como modelos para los modelos comparativos y como medidas comunes en el proceso de adaptación y cambio cultural. Desde este punto de vista la cultura no nos parecerá una “taracea de harapos y retazos”, como ha sido descrita hace muy poco por uno o dos competentes antropólogos. Estaremos en condiciones de rechazar la opinión de que “no puede hallarse una medida común para los fenómenos culturales” y la de que “las leyes de los procesos culturales son vagas, insípidas e inútiles”.

El análisis científico de la cultura, por el contrario, puede mostrar, otro sistema de realidades que también se conforma a leyes generales, y en consecuencia puede ser usado como guía para el trabajo de campo, como medio de identificación de realidades culturales y como base de conducción social. El análisis así bosquejado, con el que intentamos definir la relación entre un comportamiento cultural y una necesidad humana, básica o derivada, puede ser denominado funcional.

La función no admite ser definida sino como la satisfacción de necesidades por medio de una actividad en la cual los seres humanos cooperan, usan utensilios y consumen mercancías. Aun esta simple definición implica otro principio con el cual podemos integrar concretamente cualquier fase del comportamiento cultural. Este concepto esencial es el de organización. Con el propósito de lograr cualquier objetivo o alcanzar un fin, los hombres deben organizarse. Como lo mostraremos más adelante, la organización implica un esquema o estructura muy definidos, cuyos principales factores son universales en tanto que son aplicables a todos los grupos organizados, los cuales a su turno, en su forma típica, son también universales en toda la extensión del género humano.

Propongo que llamemos a tales unidades de la organización humana con el término institución, antiguo ya pero no siempre definido con claridad ni usado convenientemente. Este concepto implica un acuerdo sobre una serie de valores tradicionales alrededor de los que se congregan los seres humanos. Esto significa también que esos seres mantienen una definida relación, ya entre sí, ya con una parte específica de su ambiente natural o artificial. De acuerdo con lo estatuido por su tradicional propósito o mandato, obedeciendo las normas específicas de su asociación, trabajando con el equipo material que manipulan, los hombres actúan juntos y así satisfacen algunos de sus deseos, marcando al mismo tiempo su impronta en el medio circundante. Esta definición preliminar aparecerá después más precisa, más concreta y más convincente. Pero por el momento deseo principalmente insistir en que, a menos que el antropólogo y su colega el humanista se pongan de acuerdo en aislar algo definido en la concreta realidad cultural, nunca existirá una ciencia de la civilización. Por lo tanto, si conseguimos tal acuerdo, si podemos desarrollar algunos principios de acción institucional universalmente válidos, habremos echado una vez más los cimientos científicos para nuestras indagaciones empíricas y teóricas.

Desde luego, ninguno de estos dos esquemas de análisis significa que todas las culturas son iguales, ni tampoco que el estudioso debe interesarse por las identidades o similitudes más que por las desemejanzas. Yo opino, sin embargo, que con el fin de comprender las divergencias, es indispensable una clara y común medida de comparación. Además, será posible demostrar que la mayoría de las diferencias frecuentemente atribuidas al “genio” específico, nacional o tribal (y esto no sólo en la teoría del nacionalsocialismo) constituyen la razón de ser de instituciones organizadas en torno a alguna necesidad o valor sumamente especializados. Fenómenos tales como la caza de cabezas, extravagantes ritos funerarios, formas de inhumación y prácticas mágicas, pueden ser mejor interpretados como elaboración local de tendencias e ideas esencialmente humanas., pero en tales casos hipertrofiadas.

Nuestros dos tipos de análisis, funcional e institucional, nos permitirán definir la cultura más concreta, precisa y exhaustivamente. La cultura es un compuesto integral de instituciones, en parte autónomas y en parte coordinadas. Está constituida por una serie de principios tales como la comunidad de sangre a través de la descendencia; la contigüidad en el espacio, relacionada con la cooperación; las actividades especializadas; y el último, pero no menos importante principio del uso del poder en la organización política. Cada cultura alcanza su plenitud y autoeficiencia por el hecho de satisfacer el conjunto de necesidades básicas, instrumentales e integrativas. Por lo tanto, sugerir, como recientemente se ha intentado, que cada cultura abarca sólo un pequeño segmento de su ámbito potencial, es radicalmente erróneo, por lo menos en uno de los sentidos.

Si trazáramos el esquema de todas las manifestaciones de las culturas del mundo, encontraríamos naturalmente elementos tales como canibalismo, caza de cabezas, “covada”, “potlach”, “kula”, cremación, momificación y una vasta serie de minuciosas excentricidades.

Desde este punto de vista, ninguna cultura abarca, como es obvio, todas las específicas rarezas y extravagancias de las demás. Y hasta considero que este enfoque es esencialmente anticientífico. Fracasa, ante todo, en la definición de los que deben ser considerados como reales y significativos elementos de cultura.

Falla también en el sentido de que, comparando algunos de estos rasgos aislados, aparentemente exóticos, con las costumbres u ordenamientos culturales de otras sociedades, no llega a proporcionarnos guía alguna valedera. En realidad, podremos mostrar que algunas manifestaciones que parecen muy extrañas a primera vista, están en esencia emparentadas con elementos culturales universal y fundamentalmente humanos; y esto se comprobará si se explican y describen en términos familiares aquellas costumbres exóticas.

Será desde luego necesario introducir el factor tiempo, es decir, el cambio social. Trataremos de mostrar que todos los procesos de evolución o difusión ocurren principalmente bajo la forma de cambio institucional. Sea como invención, sea como un fenómeno de difusión, un dispositivo técnico se incorpora a un sistema de conducta organizada ya establecido y produce gradualmente un remodelado completo de la institución de que se trate. Por otra parte, desde el punto de vista de nuestro análisis funcional, demostraremos que ningún invento o verdadera revolución, ningún cambio social o intelectual ocurren jamás sin que hayan sido creadas necesidades nuevas; y así las invenciones en los campos de la técnica, el conocimiento o la creencia, se van incorporando al proceso cultural de una institución.

Este breve esquema, que es como un bosquejo para el análisis subsiguiente, más minucioso, indica que la antropología científica se basa en una teoría de las instituciones, esto es, en el análisis concreto de las unidades típicas de una organización. Como teoría de las necesidades básicas y de los imperativos instrumentales e integradores derivados de aquéllas, la antropología nos proporciona el análisis funcional, el que nos permite definir tanto la forma como el significado de un utensilio o de una idea consuetudinaria. Como se ve fácilmente, tal concepción científica no pasa por alto o niega en modo alguno la validez de las investigaciones evolucionistas o históricas. Simplemente les suministra una base científica.

Bronislaw Malinowski: Una teoría científica de la cultura
Bronislaw Malinowski: Una teoría científica de la cultura

Fuente: Malinowski, Bronislaw. Editorial Sarpe, Madrid, 1984.
Año de publicación original: 1944

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