Disciplinamiento, control e identidades en tiempos del Covid-19 (2020)

Disciplinamiento, control e identidades en tiempos del Covid-19

Por Leonardo Pittamiglio

Robert Delaunay - Champ de Mars, The Red Tower,1923
Robert Delaunay - Champ de Mars, The Red Tower,1923

La actual situación mundial provocada por la aparición de un virus muy singular, sobre el que no se tiene experiencia y muy poco se sabe más allá de las limitaciones al conocimiento del mismo por otra vía que no sea el ensayo y error, el llamado coronavirus o Covid-19, ha puesto de manifiesto que lo social ha desbordado lo meramente sanitario, y estamos frente a un hecho social total que permea la actividad de todos los individuos e impacta en todas las instituciones que integramos. De modo que la pandemia global ha puesto en juego a la totalidad de las relaciones sociales, por lo cual resulta ser un acontecimiento tan singular que es como si los sociólogos la hubieran provocado en un laboratorio (no el virus, sino el experimento del hecho total) con el fin de poner a prueba las teorías y reavivar el espíritu de investigación social.

Frente a semejante posibilidad heurística, como no iba a ser provecho estudiar las categorías de análisis de la sociología a la luz de la contrastación empírica con los eventos singulares que suceden desde que comenzara la alerta mundial y generalizada por la pandemia. Pero lo que fue un fenómeno estrictamente médico o bacteriológico, es hoy un hecho social al que apuntan todas las disciplinas en el mismo sentido en que el hecho social apunta a todos los campos de la vida. El texto de Michel Foucault (2008), Vigilar y castigar, parece un testimonio incólume que toma vigencia; pero como prontamente lo advertirá su amigo y colega Gilles Deleuze, el disciplinamiento ha terminado y sobre el programa original, elaborado a partir del siglo XVII en Occidente, se superpone una sociedad de control que toma el relevo de la sociedad disciplinaria. Si Foucault realizó una fascinante síntesis del sujeto que produjo la modernidad en occidente desde el XVII al XX, y ahí acabada la historia del dominio técnico-científico sobre la individualidad y ya nada más había que agregar, Gilles Deleuze será el profeta que descubrió que el control modular, cambiante, ajustable y repartido en mil décimas partes, iba a ser quien desde 1990 en adelante campeara en la sociedad moderna. Y si decimos profeta es porque decimos que Foucault le puso un nombre al pasado (disciplinamiento), pero Deleuze le puso el nombre a lo que vendría (control).

La lucha, real o imaginaria contra el Covid-19, ha desplegado todas las fuerzas de una típica sociedad de control tal como Deleuze (1991) la delineara en Posdata a las sociedades de control. Si coincidimos con Dubet (2006) y Martuccelli (2007) en que el programa institucional ha entrado en fase de declive, es decir, que las formas estructurantes de la subjetividad y la formación de la persona ya no están legitimadas como en la modernidad clásica, entonces debemos coincidir con que el poder disciplinar también entra en declive, ya que se hallaba íntimamente ligado al núcleo del programa institucional. Si las grandes estructuras del pasado ya no disciplinan como anteriormente lo hacían, formado un sujeto de una vez y para siempre, más razón tiene Deleuze al hablarnos de las sociedades de control. Podríamos decir que el poder institucional se ha repartido en muchas partes, o sea, ha generado una serie de dispositivos que ejercen micropoderes que actúan alrededor de toda la vida social pero ya no son impartidos desde el centro, sino desde la periferia hacia el centro o hacia diferentes centros en las márgenes de la periferia. ¿Cómo se ejerce la dominación sobre el individuo en una sociedad de control? Se lo hace a partir de un control específico y descentralizado, que bien puede actuar sobre los sujetos más cómodamente situados en los centros de la acción, como sobre los sujetos que han escapado al poder disciplinador de las escuelas, que viven un proceso de descentramiento del sujeto, de reflexividad que se vuelve crítica contra los aparatos de la socialización legítimos, pero que no pueden escapar al más intangible y desterritorializado poder que es el de la sociedad de control.

De modo que si la pandemia del Covid es un hecho social singular, sin precedentes, poco podrán ofrecer las instituciones clásicas encargadas de la socialización y el disciplinamiento más grueso del individuo. Ellas no nos enseñan a responder a estas situaciones excepcionales, no llevamos un yo con la marca: combate al Covid. Surge entonces la sociedad de control con todo su esplendor para atacar el tejido social en sus partes más indóciles y rebeldes. Aquí creamos un nuevo protocolo sobre los tapabocas, aquí una nueva disposición sobre el contacto social, allí una nueva normativa sobre las relaciones laborales en el campo de la construcción, allí se cierran los bares y los teatros, más acá se reabre un Redpagos con marcas por donde hay que caminar y en donde hay que esperar, etc. El disciplinamiento de Foucault corrige las posturas y los horarios, las impulsividades y las violencias, pero las técnicas de disciplinamiento fueron desarrolladas para crear el orden, para contribuir a la sanidad y cuidar de los excesos de anormalidad. En cambio la pandemia del Covid es un monstruo que no puede maniatar el poder disciplinario tal como lo concibió Foucault, porque el mismo monstruo es un estado de excepción generalizado, como dirá Achille Mbembe, es un perpetuo estado de alarma al que no le incumbe la normalidad, el orden, la sanidad y la paz social (basamentos fundamentales del crecimiento económico y del desarrollo industrial moderno), sino la alarma misma. Esta desarticulación social inaugurada por la pandemia viene a convertir en realidad la pesadilla autoritaria de la sociedad de control que Deleuze anunció en 1990.

De modo que el control se ejerce transversalmente en todo el espacio social desde diferentes nodos de ejecución. Los dispositivos en sí, no la autorregulación por medio de la interiorización de las normas, son los que circulan en los márgenes de la subjetividad: la empresa proveedora de gas, la compañía de Internet por banda ancha, la colectividad de vecinos, los municipios, las apps que nos toman la fiebre, las redes sociales que nos dicen cuando salir a la calle, cuando volver; los Minitel diría Deleuze.

Mbembe argumenta que la necropolítica es una forma particular de biopoder. A diferencia de éste, al que la necropolítica incluye, ella agrega dos nuevas dimensiones a la heteronomía (una de las cuales ya mencionamos): el estado de excepción y el estado de sitio. El biopoder busca maximizar los rendimientos del sujeto, sanarlo, para que pueda producir; pero la necropolítica escoge, selecciona a quienes deben vivir y a quienes debe dejar morir. El estado de sitio se objetiva en la vigilancia totalizadora del Estado, y el estado de excepción se encarga de que esta declaración de estado de sitio encuentre la legitimación del cuerpo social, que acepta ser vigilado, manipulado, controlado, por el bien final que se persigue: eludir el enemigo bacteriológico. ¿Cómo podría explicarse que una sociedad entera se someta a una cuarentena nacional como nunca habíamos vistos, e incluso que una gran parte de una sociedad pida, exija al poder que lo encuarentene, que pida ser encerrado? Extraña paradoja que antes que una racional y previsora conducta de protección, expresa una especie de respuesta a miedos fabricados o como dirá Mbembe a la creación de enemigos ficcionalizados. Y ya cuando el Estado se iguala a la ciudadanía, es la ciudanía la que incorpora las funciones exteriores del interés del Estado en su propia voluntad hasta que lo uno y lo otro quedan confundidos. La política sobre la vida y la muerte recrudece, y ya la negra terminología de Mbembe deja de asustar para pasar a ser un relato periodístico. Así como se exige aislamiento, se culpabiliza al enfermo y se le empieza a rechazar. En muchos edificios, los encuarentenados cierran la entrada al personal médico que llega de trabajar a su hogar por miedo a que traigan el virus. Hacer morir y dejar vivir sentencia Mbembe en su ensayo. Las personas no son irremplazables, sino reducidas a un conjunto de fuerzas sustituibles (Mbembe, 2011:9).

Como vemos, los micropoderes no precisan del vigilante: unos se vigilan los unos a los otros porque entre las mediaciones humanas se han establecido los dispositivos de selección, de poder, de dominación.

Como lo sostendrá Mbembe, el estado de guerra allana el camino para la necropolítica: mediante el estado de emergencia se despliegan las tecnologías del poder sobre los individuos, donde se economizan las vidas humanas (2006:21)

La emergencia sanitaria, que como ya dijimos no la consideramos una emergencia puramente sanitaria (a lo sumo eso ya ha pasado a ser un aspecto menor de la cuestión) inaugura ese estado de excepción para el despliegue de la biopolítica sobre el individuo, seleccionado —como señalábamos— quien debería morir y quien debería vivir ya que en definitiva los infectados, los muertos, lo recuperados y los sanos son solamente piezas reemplazables de una figura.

Si como dice Dubet, sabiamente, que el programa institucional genera una tensión con la misma sociedad de cual parte al crear una socialización y a la vez una subjetivación que reflexiona/critica, toma distancia de la primera, cobra más sentido la distribución de dispositivos alrededor del tejido social. En este sentido, cuando el individuo se aparta de la institución que lo socializó y comienza a distanciarse/autonomizarse/combatir/destruir el programa institucional, aparecen mecanismo de control urgentes y de segundo orden, que son lo que Foucault llamó dispositivos y que Agamben, interpretando la intencionalidad que Foucault colocó en este término, define como:

un conjunto de prácticas y mecanismos […] que tienen por objetivo enfrentar una urgencia para obtener un efecto más o menos inmediato (Agamben, 2011).

Los inequívocos adjetivos de urgentes e inmediatos esclarecen el nudo problemático de toda esta primera intervención.


Segunda intervención

Si pudiéramos ponerle un título a la época inaugurada por esta singular pandemia mundial, ese podría ser “La hora de los dispositivos”. Cuando Agamben dice que un cigarrillo es un dispositivo, no quiso banalizar la filosofía. ¿Qué mejor categoría sociológica describiría las alfombras anti virus, los paneles transparentes, los cubrecaras de plástico, los tapabocas, las señales de donde pisar en un comercio, las pistolas-termómetro a distancia, las cámaras tomafiebres; que la de dispositivos? ¿Instituciones, costumbres, normas, valores, maneras de actuar, pensar y sentir colectivas? En la vacilación que se esconde detrás de estas dos preguntas está en el núcleo del problema actual.

Aunque toda esta dramaturgia mundial podría tratarse de un circo, parece que el tono de la seriedad para anunciar lo ridículo irá poco a poco imponiéndose hasta olvidar su origen risible. Es parte del proceso de subjetivación perder la inocencia de saberse dentro de un juego de poder. El dispositivo, que produce un sujeto, también le disuade de la posibilidad de que sea profanado, algo que recuerda lo que decía Dubet acerca de que el programa institucional no puede impugnarse sin escándalo.

Cuando Deleuze compara la sociedad de control con una serpiente, nos está diciendo que en una sociedad en que los lugares de encierro están en proceso de crisis generalizada, la vigilancia debe parecerse más a un dispositivo que a un estatuto jurídico o a un sistema escolar. La flexibilidad de la hora de los dispositivos le otorga a éstos una fuerza preponderante en la sociedad de control y en un estado de excepción. Cuando Deleuze escribía que la vigilancia era más tecnológica que institucional estaba sirviéndole a Agamben del marco teórico para que él acuñara y ensanchara el dispositivo de Foucault, y ahora sucede que cuando pensamos en la actual situación de emergencia social (sanitaria dirá el cuerpo médico) descubrimos que la vigilancia encerrada típica de los lugares de disciplinamiento pasados han mutado en una vigilancia genérica en espacios abiertos, o por decirlo de otro modo, en los espacios cerrados de la vida pública y no institucional: las plazas, los bares, los teatros, las calles, los comercios, los museos, los estadios.

Si nos destripábamos discutiendo contra el disciplinamiento de los cuerpos dóciles, al menos podíamos decir: ya he atravesado mi proceso de subjetivación, ya podré ser libre ahora. Pues las situaciones excepcionales, los estados de alarma, los estados de excepción parece ser que no precisan de este sujeto fijo y satisfecho, sino de una vertiginosa formación permanente en que la antigua secuencia de la disciplina se rompe. Si hay algo que caracterizan a las políticas tomadas durante la actual pandemia o simulacro de pandemia, es que el moldeado personal del disciplinamiento es tan estéril como las construcciones de arena: los dispositivos de Agamben son los artefactos de la modulación de Deleuze, es decir, los incesantes moldeados de los cuerpos dóciles. Si la antigua disciplina nos libraba luego del proceso de fabricación y tras el cual podíamos saborear el vino de la modernidad, las actuales dimensiones del control y los dispositivos son el proceso entero sin principio ni fin, con modernidad quizás, pero sin la libación y el sabor del vino.


Tercera Intervención

“El sujeto no ha vuelto, ya que nunca se fue. Él siempre ha estado allí, ciertamente no como sustancia sino como pregunta y como proyecto” dejó dicho Cornelius Castoriadis. El retorno al sujeto en filosofía tiene su correlato en el retorno al individuo en sociología, mas si hacemos caso a Castoriadis, deberíamos decir que él nunca se fue. Cuando Martuccelli (2007) comienza reivindicando la posición del individuo en la sociología clásica, está diciendo de alguna manera que el individuo nunca desapareció del análisis. ¿Qué es entonces lo que ha cambiado? Se pregunta Martuccelli y preguntará el lector. Pues que el modelo clásico de comenzar todo análisis por la sociedad y los elementos estructurantes para derivar de ellos el individuo típico que devendría, el personaje social, ya no es capaz de explicar la realidad.

Coincidentemente con esta perspectiva, Dubet desarrollará doblemente la sociología del individuo, al plantear primero que las instituciones han entrado en fase de declive y que el programa institucional que impartía se ha debilitado, y segundo que cada individuo tiene (desde que este programa entrara en crisis) una socialización específica que no puede encastrarse en una tipología común. Ya no existe, dirá Dubet, el individuo inserto, copia de otras copias, molde de un moldeado, en fin, el individuo hipersocializado que describía Foucault (Dubet: 2012:67).

Esta advertencia de Dubet contra los determinismos del esquema de Foucault, no son contrarios a la Posdata de Deleuze quien parece estar percibiendo el mismo fenómeno social, acerca de que la sociedad disciplinaria no estaría creando ya un sujeto fijo y terminado:

Salimos de la asimilación absoluta del individuo en la sociedad y de que ningún individuo es ni debería ser reducible a los condicionamientos sociales (Dubet, 2012, 69).

Y “por ende […] la personalidad le gana a la función” (Dubet, 2012:73), sentenciará sabiamente. Pero que la personalidad venza al rol, no implicará que el individuo pase a autogestionarse en una especie de utopía o idilio individualista. Por el contrario, la sociedad de control se vuelve ahora más importante que nunca: de hecho, es el signo de nuestro tiempo. ¿Cómo podría la centralidad del poder mantener su biopoder si sus sucursales de socialización ya no producen sujetos funcionales, es decir, personajes sociales, sino es repartiendo los dispositivos?

La pandemia generalizada y global del singular virus que parece estar entre nosotros, nos enfrenta a un experimento social que “nos permiten comprender mejor lo que hay que entender por «crisis de las instituciones», es decir, la instalación progresiva y dispersa de un nuevo régimen de dominación” (Deleuze, 1991). Este enunciado presenta por un lado la “crisis de las instituciones”: el declive de las instituciones (Dubet), la crisis del modelo del personaje social (Martuccelli) y la mutación del modelo cultural industrial (Bajoit, 2003), y por el otro “la instalación progresiva y dispersa de un nuevo régimen de dominación”. Estas coincidencias entre las convergentes posturas de Bajoit, Dubet y Martuccelli y la toma de posición de Deleuze muestra la menos coincidente postura (pero no por eso contradictoria) entres las sociedades individualistas y las sociedades de control. Si las sociedades modernas clásicas, que se extendieron hasta mediados del siglo XX se presentaron como holistas, en cuales la religión, el estado, la familia y la economía pertenecían a esferas encastradas en la vida social, las individualistas en cambio establecen una clara separación de las esferas sociales en la que el desarrollo del mercado (que separa lo público de lo privado) valoriza al individuo como fuente de legitimación (Dubet, 2012).

De esta manera llegamos a que el control en las sociedades individualistas, se realiza por medio de un régimen de biopoder disperso (Deleuze, 1991). A esto se agrega que el biopoder en un estado de pandemia viral, responde a la categoría de estado de excepción en donde priman el puro poder de los dispositivos.


Cuarta intervención

En estrecha relación con el declive del programa institucional y el auge de la individualización reflexiva, se colocan también las posturas de la identidad que han tomado importancia generalizada desde 1990 a la actualidad, y que coincide con la época que sigue al advenimiento de la sociedad de control. Es indudable que la deconstrucción de la noción de identidad integral, originaria y unificada es también un signo de época, y a la vez una crítica y una advertencia que se agregan a las posturas estudiadas anteriormente sobre la imposibilidad que tienen ya las instituciones para generar un individuo fijo y moldeado. Contrariamente a lo que sostiene Dubet, quien considera justamente que la modernidad produce un sujeto autónomo, Stuart Hall (1996) sostendrá lo contrario, sin duda tomando una postura más radical y lindante con el posmodernismo que el clasicismo reflexivo de Dubet.

Ya Enric Castelló advirtió sobre como el construccionismo social, que ya había creado una crisis de sentido en seno de la identidad, llevado al extremo lograría “la fragmentación, o la rotura de la identidad, hasta su desaparición, o quizás su inexistencia” (Castelló: 2008:29,30). Un ejemplo de lo primero son Berger y Luckman, y un ejemplo de lo segundo es Judith Butler.

Lo que para Martuccelli y Dubet será la reflexividad del sujeto de la modernidad presente, para Stuart Hall esa reflexividad tendrá su correlato en las identidades fracturadas y fragmentadas de la modernidad tardía (Hall, 1996:17). Como sea, la vuelta al sujeto, el retorno al individuo se corresponde con la revalorización y la emergencia de la identidad —sea que pensemos en Hall o Butler— o en la emergencia de la individualidad si pensamos en Martuccelli, Dubet, Bajoit (2003:2008) y también François de Singly (citado por Dubet, 2012: 68).

También era parte del programa institucional forjar una identidad. Y su declive, dio lugar a la reivindicación de identidades subalternas, que en este juego introducen con fuerza a los teóricos de la decolonialidad, quienes con mucho más ímpetu que Martuccelli y compañía, ponen el énfasis en los rasgos identitarios y menos en la subjetivación personal. Si las instituciones están en declive y aparecen personalidades divergentes, la postura identitaria hablará francamente no de una des-institucionalización sino de una des-tradicionalización ya que el énfasis puesto por los identitarios radicará en la composición de la cultura, la etnia, el género, etc. Con la destradicionalización, contraparte de la crisis de las instituciones, comienzan a proliferar las identidades generales de pequeña escala como las orientaciones grupales anti-institucionalización, el despertar nativista y las identidades étnicas y subnacionales (Giménez: 1996:184) qué reivindican los teóricos decoloniales como una emergencia de los procesos de descolonización y decolonización.

Las teorías identitarias son también, de algún modo, un retorno de sujeto que intenta ir contra los determinantes estructurales; pero identidad no es personalidad y carácter social, y como veremos luego, implican distintas naturalezas. La identidad no surge contra una institución sino que:

[…] emerge y se afirma sólo en la medida en que se confronta con otras identidades en el proceso de interacción social” (Giménez, 1996:188).

Manuel Castells, al que alude Giménez (1996) en su texto, ya se había encargado de estudiar las identidades en relación con los crecientes procesos de globalización. Afirmó correctamente que la globalización había activado conflictos identitarios. Podríamos decir que los conflictos generados por los diferentes procesos de socialización y de diferenciación por las diferencias de formación de la personalidad suceden en un mundo con la cultura compartida, pero desigualmente distribuida en cuanto a prestigio y poder. La naturaleza sociológica de la identidad, en cambio, parece ser mucho más profunda; o al menos, tener implicancias sociales más profundas. Cualquier comunidad con discurso identitario produce irremisiblemente una exclusión o inclusión casi sustancialista, algo que por supuesto linda con el racismo. Por eso cuando los teóricos decoloniales hablan de epistemologías eurocentradas, dominación y poder no se refieren elementos de la personalidad sino a los elementos de la identidad cultural. Cuándo los pensadores decoloniales atacan la globalización no lo hacen porque ella imponga un tipo de personalidad específico sino porque implica una imposición de valores externos que perturban las comunidades locales y atacan directamente su identidad. No se trata entonces del problema de que las comunidades locales dejarán de tener porteros para pasar a tener robots, sino de que dejarán de tener sus rasgos más profundamente identitarios.

Sin embargo, la identidad no envuelve solamente los rasgos culturales, que la modernidad/colonialidad harían desaparecer o sojuzgarían; también afecta a las relaciones de género y aquí tenemos la posición de Butler acerca de qué es la identidad, en este caso la identidad de género, que al igual que las identidades étnicas forma parte de un circuito de la cultura que “incluye la reproducción, la representación, el consumo y la regulación” de ellas. Castelló, 2008).

Si las grandes estructuras que monopolizaban la socialización entran en una profunda fase de crisis, como hemos estado viendo, entonces tampoco hay un programa institucional o un disciplinamiento capaz que subsumir las identidades subalternas en una sola —utopía positivista moderna de la cual Auguste Comte sintió ser el profeta.


Intervención final

Castells aseguró en 1996, en uno de sus tomos de La era de la información, que debido al enorme crecimiento de las megaciudades en todo el mundo (incentivadas por el proceso de globalización y el desarrollo de las comunicaciones y la informática) iban a ser menos atractivas: “Preveo epidemias a gran escala y la desintegración del control social, que harán a las megaciudades menos atractivas”.

Desde la fecha a la actualidad han pasado 24 años, si bien ha habido pandemias localizadas en este tiempo, esta parece ser la primera de escala mundial y generalizada. Las identidades se han visto interpeladas, porque la globalización y la modernización las ha puesto frente al mismo problema. Además, si como decía Marcel Mauss acerca de que la estratificación social era un hecho social total, la escala de medida para decir total ha quedado muy reducida frente a los actuales acontecimientos de pandemia del Covid-19. Por eso hemos intentado atravesar todo el tejido social mediante las categorías sociológicas propuestas: disciplinamiento, control social, identidades y colonialidad.

De estas cuatro categorías, la más problemática para analizar es la colonialidad, o si se quiere, la colonialidad/modernidad, ya que estamos frente a un hecho no generado en Europa ni por las potencias dominantes, no diseñado por las potencias tradicionalmente coloniales, sino por una potencia emergente que no deja de ser una patria asiática, antes receptora de colonialidad de poder, que ejecutante de ésta. Y más que si hacemos caso a Zizek acerca de que el coronavirus asestó un golpe mortal al sistema capitalista (a la manera del golpe final en el corazón de la película Kill Bill de Quentin Tarantino), los teóricos decoloniales tendrían a su favor que al menos que uno de los elementos de la colonialidad, el capitalismo, estaría moribundo. Analizar este punto debería llevarnos a poder atrapar el problema tal vez desde un análisis de la modernidad y sus consecuencias al ser impactado por una pandemia global.

Por lo pronto, el modelo ISA de Guy Bajoit seguirá vigente después de que atravesemos este tránsito ya que su enfoque sobre la mutación socio-cultural responde al abandono del modelo cultural industrial (Bajoit, 2008) y al ascenso de un nuevo modelo cultural marcado por los procesos de individuación. Creemos que este modelo, y con él, el modelo social de Martuccelli y Dubet sobre la sociología del individuo, no ha recibido ningún golpe mortal del tipo que ha descrito el esloveno.

Coincidimos con Deleuze que las sociedades disciplinarias no fueron la última palabra de Foucault y que son las sociedades de control las que marcan el tiempo y las estaciones de nuestra era. La desaparecida en los recuerdos de su mente, pero famosa compañía Minitel, símbolo de todas las Minitel del mundo, son hoy los dispositivos de control. Livianos, transportables, ajustables, desarmables, serpientes, son los principales artefactos que han dominado la escena social desde que llegara la pandemia global del covid-19.


Leonardo Pittamiglio

IPA Monteviedo - IFD Canelones

1 de Julio, 2020


Notas

1. Foucault, Michel (2008). Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión. Siglo Veintiuno, Buenos Aires. Deleuze, Gilles (1991). Post-scriptum sobre las sociedades de control. Ed. Minuit, París.

2. “Los principios del programa institucional no encarnan ya la unidad de la sociedad, no son más que un conjunto de principios entre otros y, sobre todo, ya no se asientan sobre una visión homogénea, vertical y trascendente de los valores.” (Dubet, 2006).

3. “Examino las trayectorias a través de las cual el estado de excepción y la relación de enemistad se han convenido en la base normativa del derecho de matar. En estas situaciones, el poder (que no es necesariamente un poder estatal) hace referencia continua e invoca la excepción, la urgencia y una noción ‘ficcionalizada’ del enemigo” (Mbembe, 2006).

4. El programa institucional “está construido en tensión con esta sociedad y esta tensión es la que separa la socialización y la subjetivación” (Dubet, 2006:10).

5. Citado en francés en Morán, Juan G (1998). Retorno al sujeto en La filosofía política en perspectiva, pág. 17. Barcelona, Anthropos. “Le sujet n'est pas de retour, paree qu'il n'était jamais parti. Il a toujours été la -certes non comme substance, mais comme question et comme projet”.

6. “En primer lugar, creo que hay que comenzar desde aquí, la sociología siempre se ha interesado por el individuo. La buena sociología, y los mejores autores de la sociología, en muchas sus obras, han abordado con frecuencia y talento las dimensiones individuales. Dos ejemplos, a partir de dos autores a los que, creo, nunca nadie les ha contestado el título de sociólogos: Durkheim y Weber”, a partir de los cuales Martuccelli rastrea el origen de su propia sociología del individuo. (Martuccelli, 2007).

7. “Los sociólogos al abrir el abanico se dieron cuenta que el personaje social, en todo caso el privilegio exclusivo acordado a la posición de clase era insuficiente, porque los condicionamientos eran múltiples.”(Martuccelli, 2006:11). Cuando nos habla de “abrir el abanico” Martuccelli está pensando en una multiplicación de variables para explicar la conducta del individuo: grupos de edad, género, grupo étnicos, grupos religiosos, movimientos sociales de minorías, etc.

8. Al que aludiremos posteriormente.

9. El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad de Judith Butler por ejemplo, publicado a principios de 1990 (Ed. Paidós, Buenos Aires, 2007).

10. Véase Hall, Stuart (1996). ¿Quién necesita identidad? en Cuestiones de identidad cultural. Amorrortu, Buenos Aires.

11- Véase Berger, P.; Luckmann, T. La construcción social de la realidad. Buenos Aires. Amorrortu, [1967] 1993.

12. Restrepo, E.; Rojas, A. (2010). Inflexión decolonial. Editorial Universidad del Cauca, Colombia.

13. “Dada esta central distinción analítica entre colonialismo y colonialidad, no se puede confundir tampoco descolonización y decolonialidad. Con descolonización se indica un proceso de superación del colonialismo, generalmente asociado a las luchas anticoloniales en el marco de estados concretos. La descolonización se tiende a circunscribir a lo que se ha denominado independencias políticas de las colonias, que para las Américas empieza a finales del XVIII y aún no termina […] y en África y Asia se despliega con particular intensidad en el siglo XX. La decolonialidad, en cambio, refiere al proceso que busca trascender históricamente la colonialidad (o, como quedará claro en el siguiente punto, la modernidad/colonialidad). Por eso, la decolonialidad supone un proyecto con un calado mucho más profundo y una labor urgente en nuestro presente; supone subvertir el patrón de poder colonial, aun luego de que el colonialismo ha sido quebrado.” Restrepo, E.; Rojas, A. (2010). Inflexión decolonial. Editorial Universidad del Cauca, Colombia.

14. De hecho el segundo tomo de su gran obra La era de la información, está dedicado enteramente a ella (El poder de la Identidad. Tomo II de La era de la información. Alianza Editorial, Madrid, 1996).

15. El género, dirá Butler, es “los significados culturales que acepta el cuerpo sexuado”. Citado en Giménez (1996:135)

16. Castells, Manuel (2000). La era de la información, tomo 1: Economía, sociedad y cultura. Ed. Alianza, Madrid. Pág. 486.

17. Coronavirus es un golpe al capitalismo al estilo de ‘Kill Bill’ y podría conducir a la reinvención del comunismo de Slavoj Žižek. Publicado en Russia Today. 27 de febrero, 2020

18. Uno de los mayores propósitos de Bajoit fue justamente introducir el modelo de individuo-sujeto-actor (ISA) en el centro del enfoque científico, en el corazón mismo de la sociología.


Bibliografía

Agamben, Giorgio (2011). ¿Qué es un dispositivo? Sociológica, año 26, número 73, pp. 249-264 mayo-agosto de 2011.

Bajoit, Guy (2003). El cambio social. Editorial Siglo XXI, Madrid.

Bajoit, Guy (2008). La renovación de la sociología contemporánea. Cultura y representaciones sociales, año 3, núm. 5, Instituto de Investigaciones Sociales-unam, México.

Castelló, Enric (2008). Identidades mediáticas. Introducción a las teorías, métodos y casos. OUCPress, Barcelona.

Castells, Manuel (2000). La era de la información, tomo 1: Economía, sociedad y cultura. Alianza Editorial, Madrid.

Deleuze, Gilles (1991). Post-scriptum sobre las sociedades de control. Ed. Minuit, París.

Dubet, François (2006). El declive y las mutaciones de la institución. Revista de Antropología Social 39.

Dubet, François (2012). ¿Para qué sirve realmente un sociólogo? Ed. Siglo XXI, Buenos Aires.

Foucault, Michel (2008). Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión. Siglo Veintiuno, Buenos Aires.

Giménez, Gilberto (1996). La identidad social o el retorno del sujeto en sociología, en Leticia Méndez (coord.), Identidad: análisis y teoría, simbolismo, sociedades complejas, nacionalismo y etnicidad. III Coloquio Paul Kirchhoff, México, UNAM, 1996, pp. 1124.

Hall, Stuart (1996). ¿Quién necesita identidad? en Hall, Stuart; de Gay, Paul. Cuestiones de identidad cultural. Amorrortu, Buenos Aires.

Martuccelli, Danilo (2007). Lecciones de sociología del individuo. Pontificia Universidad Católica del Perú, Dpto. CCSS.

Mbembe, Achille (2011). Necropolítica. Ed. Melusina, España.

Robert Delaunay - Champ de Mars, The Red Tower,1923
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1 de Julio, 2020.

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