Macionis y Plummer: Los tres clásicos de la sociología (Marx, Durkheim y Weber)

Los tres clásicos de la sociología (Marx, Durkheim y Weber)

Macionis, John J. y Plummer, Ken

Extracto del Capítulo 4: Sociedad (Los cimientos de la sociedad: de macro a micro) de Sociología.

Macionis y Plummer: Los tres clásicos de la sociología (Marx, Durkheim y Weber)
Macionis y Plummer: Los tres clásicos de la sociología (Marx, Durkheim y Weber)

Karl Marx: capitalismo y conflicto

La primera de nuestras visiones clásicas de la sociedad nos viene de Karl Marx (1818-1883), que presentamos en la sección Perfil. Pocos observaron la transformación industrial de Europa tan intensamente como él. Marx pasó la mayor parte de su vida en Londres, entonces la capital del vasto Imperio Británico. Se quedó impresionado con la capacidad de producción de las nuevas fábricas; no solo las sociedades europeas estaban produciendo más bienes que nunca, sino que un sistema de comercio global estaba canalizando recursos de todo el planeta hacia las fábricas británicas a un ritmo vertiginoso.

Marx se dio cuenta de que las riquezas de la industria se estaban concentrando de manera creciente en las manos de unos pocos. Un paseo por casi cualquier barrio de Londres revelaba extremos dramáticos de una riqueza casi obscena al lado de una miseria espantosa. Un puñado de aristócratas y empresarios industriales vivía en fabulosas mansiones, atendidos por la servidumbre, donde disfrutaban de un lujo y de unos privilegios inimaginables para la mayoría de sus conciudadanos londinenses. La mayoría de las personas trabajaba larguísimas jornadas por un sueldo miserable, vivían en chabolas o incluso en las calles, donde muchos morían por una mala alimentación o enfermedades infecciosas.

A lo largo de su vida, Marx luchó contra una contradicción básica: en una sociedad tan rica, ¿cómo podía haber tantos pobres? Y, lo más importante, se preguntaba Marx, ¿cómo se puede cambiar esta situación? Su motivación era la compasión por la humanidad, y buscó ayudar a una sociedad ya fuertemente dividida y empujarla hacia lo que esperaba sería un nuevo orden social más justo.

El punto clave del pensamiento de Marx es la idea del conflicto social, la lucha entre los diferentes segmentos de la sociedad por los recursos económicos. Por supuesto, el conflicto social puede tomar diferentes formas: las personas pueden pelearse, algunas ciudades pueden mantener una larga rivalidad, y las naciones en algunos momentos se declaran la guerra. Sin embargo, para Marx, la forma de conflicto social más significativa hace referencia a los conflictos entre las clases sociales, entre ricos y pobres, que nacían de la manera en que una sociedad produce sus recursos económicos.


Sociedad y producción

Viviendo en el siglo XIX, Marx observó las primeras etapas del capitalismo industrial en Europa. Este sistema económico, destacó Marx, transformó una pequeña parte de la población en capitalistas, personas que eran propietarias de fábricas y otras empresas productivas. El objetivo de un capitalista son los beneficios, que resultan de vender un producto a un precio mayor del que costó producirlo. El capitalismo transforma la mayoría de la población en trabajadores para la industria, a los que Marx llamó proletarios, personas que proporcionan el trabajo necesario para hacer funcionar las fábricas y otras empresas productivas. Los trabajadores venden su trabajo a cambio de un salario que necesitan para vivir. Para Marx, un conflicto inevitable entre los capitalistas y los trabajadores tiene su raíz en el propio proceso productivo.

Para maximizar los beneficios, los capitalistas deben minimizar los salarios, por lo general su mayor gasto. Sin embargo, los trabajadores quieren que sus salarios sean lo más elevados posible. Dado que un aumento de salarios implica una reducción de beneficios, el conflicto es inevitable. Marx argumentaba que este conflicto terminaría únicamente cuando los pueblos abandonaran el sistema capitalista.

Todas las sociedades se componen de instituciones sociales, definidas como las esferas más importantes de la vida social, o los subsistemas de la sociedad, organizados para satisfacer las necesidades humanas básicas.

En su análisis de la sociedad, Marx sostenía que una institución específica (la economía) domina a todas las demás cuando se trata de determinar en qué dirección se mueve una sociedad. Recurriendo a la doctrina filosófica del materialismo histórico, que afirma que la manera en que los seres humanos producen bienes materiales define el resto de la sociedad, Marx reivindicaba que todas las demás instituciones sociales importantes (el sistema político, la familia, la religión y la educación) funcionaban bajo la influencia de la economía de una sociedad. Marx argumentaba que la economía es «el fundamento real [...] El modo de producción en la vida material determina el carácter general de los procesos de la vida social, política y espiritual» (1959: 43, edición original de 1859).

En consecuencia, Marx veía el sistema económico como la base o la infraestructura social (infra del latín «por debajo de»). Otras instituciones sociales, incluyendo la familia, el sistema político y la religión, que están construidos sobre este fundamento, forman la superestructura de la sociedad (supra del latín «por encima de»). Estas instituciones extienden los principios económicos a otras áreas de la vida, como se ilustra en la Figura 4.2. En términos prácticos, las instituciones refuerzan la dominación de los capitalistas, protegiendo legalmente su patrimonio, por ejemplo, y transfiriendo la propiedad de una generación a la siguiente dentro de la misma familia.

En términos generales, los miembros de las sociedades industriales-capitalistas no consideran que sus sistemas legales o familiares representen un caldo de cultivo para el conflicto social. Por el contrario, consideran que sus derechos sobre la propiedad privada son «naturales». Muchas personas están convencidas de que los ricos se han ganado su patrimonio, mientras que los pobres o los parados lo son porque carecen de habilidades o de motivación. Marx rechazaba este tipo de razonamiento. Según él, la pobreza y el desempleo no son inevitables. Según Marx, la coexistencia del gran capital al lado de la miseria más absoluta es solo una forma entre otras de organizar la vida social y distribuir sus riquezas (Cuff y Payne, 1979).

Por tanto, Marx rechazaba el sentido común capitalista como falsa conciencia, una explicación de los problemas sociales fundamentada en los defectos de los individuos en lugar de los defectos de la sociedad. En efecto, Marx estaba diciendo que el capitalismo industrial es en sí mismo responsable de muchos de los problemas sociales que veía a su alrededor. La falsa conciencia, mantenía, victimiza a las personas ocultando la causa real de sus problemas.


El conflicto en la historia

Marx estudió la manera en que las sociedades habían cambiado a lo largo de la historia mencionando que, a menudo, evolucionaban gradualmente, aunque a veces cambiaban de una manera rápida y revolucionaria. Marx observó que el cambio estaba parcialmente provocado por los avances tecnológicos. Pero sostenía firmemente que el conflicto entre los grupos económicos es el motor principal del cambio.

Los primeros cazadores y recolectores formaron sociedades comunistas primitivas. La palabra «comunismo» se refiere a un sistema social en el cual la producción de alimentos y otros bienes materiales es un esfuerzo común, compartido más o menos igualmente por todos los miembros de la sociedad. Como los recursos de la naturaleza estaban libremente disponibles (en lugar de ser propiedad privada), y como todos desarrollaban un trabajo similar (en lugar de estar el trabajo dividido en tareas especializadas), la posibilidad de conflicto social en las sociedades de cazadores y recolectores era muy reducida.

La horticultura, destacaba Marx, introdujo una desigualdad social significativa. Entre las sociedades horticultoras, ganaderas y agrícolas primitivas (que Marx agrupo bajo el término «mundo antiguo») los vencedores de las frecuentes guerras esclavizaban a los vencidos. Una pequeña elite (los «amos») y sus esclavos estaban, así pues, unidos en un patrón irreconciliable de conflicto social (Zeitlin, 1981).

La agricultura aportó aún más riqueza a los miembros de la elite, lo que alimentó todavía más el conflicto social. Los siervos campesinos ocuparon los escalafones más bajos del feudalismo europeo desde aproximadamente el siglo XII hasta el siglo XVIII, y su situación era solo un poco mejor que la de los esclavos. Según el punto de vista de Marx, el poder, tanto de la Iglesia como del Estado, defendía la desigualdad feudal definiendo el orden social existente como la voluntad de Dios. Así pues, para Marx, el feudalismo equivalía a poco más que «una explotación, encubierta por ilusiones políticas y religiosas» (Marx y Engels, 1972: 337; edición original de 1848).

Gradualmente, nuevas fuerzas productivas minaron el orden feudal. El comercio creció de manera constante a lo largo de la Edad Media a medida que se extendían las redes comerciales y aumentaba el poder de los gremios.

Los comerciantes y los artesanos de las ciudades formaron una nueva categoría social, la burguesía (palabra de origen francés que significa «de la ciudad»). Los beneficios obtenidos de la expansión del comercio enriquecieron a la burguesía. En la segunda mitad del siglo XVIII, con las fábricas bajo su control, los burgueses se convirtieron en capitalistas con un poder que pronto rivalizó con la antigua nobleza terrateniente. Mientras que la nobleza trataba a esta recién llegada clase «comercial» con desprecio, el enriquecimiento de la burguesía inclinó a su favor la balanza del poder político.

La industrialización también fomentó el desarrollo del proletariado. Los terratenientes británicos transformaron los campos, que una vez estuvieron cultivados por siervos, en campos de pasto para las ovejas de las que se obtenía la lana necesaria para los prósperos talleres textiles. Arrojados de las tierras, los siervos emigraron a las ciudades para trabajar en las fábricas, convirtiéndose en proletarios, o trabajadores industriales. Marx imaginaba que llegaría un día en que estos trabajadores se unirían por encima de las fronteras nacionales para formar una clase unida, estableciendo el escenario para un enfrentamiento histórico, esta vez entre los capitalistas y los trabajadores explotados.

Figura 4.2 - El modelo de sociedad de Karl Marx
Figura 4.2 - El modelo de sociedad de Karl Marx

Figura 4.2 - El modelo de sociedad de Karl Marx

Este gráfico ilustra el punto de vista materialista de Marx de que el proceso de producción económica subyace y determina a la sociedad en su conjunto. La producción económica involucra tanto la tecnología (la industria, en el caso del capitalismo) y las relaciones sociales (para el capitalismo, la relación entre los capitalistas, que controlan el proceso de producción económica, y los trabajadores, que son simplemente una fuente de mano de obra). Sobre esta infraestructura, o fundamento, se construyen las instituciones sociales más importantes, así como los valores y las ideas culturales centrales. Considerados juntos, estos elementos sociales adicionales representan la superestructura de la sociedad. Marx sostenía que todas las partes de una sociedad operan en concierto con el sistema económico.


El capitalismo y el conflicto de clases

Gran parte del análisis de Marx se centra en los aspectos destructivos del capitalismo industrial (especialmente la manera en que fomenta el conflicto de clases y la alienación). Al estudiar sus puntos de vista sobre estos temas, veremos por qué era partidario de derrocar las sociedades capitalistas.

«La historia de todas las sociedades que han existido hasta ahora es la historia de la lucha de clases.» Con esta declaración, Marx y su colaborador Friedrich Engels comenzaban su declaración más conocida, el Manifiesto del Partido Comunista (1972: 335; edición original de 1848). La idea de la clase social está en el corazón de la crítica de Marx a la sociedad capitalista. El capitalismo industrial, como los tipos de sociedad anteriores, comprende dos clases sociales principales (los dominantes y los oprimidos) que reflejan las dos posiciones básicas en el sistema productivo. Los capitalistas y los proletarios son los descendientes históricos de los amos y los esclavos del mundo antiguo y de los nobles y los siervos de los sistemas feudales. En cada caso, una clase controla a la otra como una propiedad productiva. Marx empleó el término conflicto de clases (y, a veces, lucha de clases) para referirse al antagonismo entre las clases sobre la distribución de la riqueza y el poder en la sociedad.

El conflicto de clases, entonces, se remonta a las civilizaciones más antiguas (véase la Figura 4.3). Lo que distingue el conflicto en la sociedad capitalista, señaló Marx, es la manera en que se ha manifestado abiertamente. Los nobles y los siervos de las sociedades agrícolas, estaban unidos por tradiciones antiguas y un sinfín de obligaciones.

El capitalismo industrial disolvió esos lazos de modo que el orgullo y el honor fueron reemplazados por un «interés propio bien visible» y la búsqueda de beneficios en un descarado ejercicio de opresión. Marx creía que el proletario, al que no le unían lazos personales con los opresores, no tenía muchos motivos para soportar su opresión.

Pero, aunque el capitalismo industrial puso de manifiesto abiertamente el conflicto de clases, Marx era consciente de que el cambio social no se produciría fácilmente. En primer lugar, según él, los trabajadores deben tomar conciencia de su opresión y deben ver al capitalismo como su enemigo. En segundo lugar, deben organizarse y actuar para abordar sus problemas. Esto significa que los trabajadores deben reemplazar la falsa conciencia con la conciencia de clase, el reconocimiento por parte de los trabajadores de su unidad como clase en oposición a los capitalistas y, finalmente, al capitalismo. Como la falta de humanidad de los primeros tiempos del capitalismo resultaba muy evidente, Marx llegó a la conclusión de que los trabajadores industriales inevitablemente se levantarían en masa para destruir el capitalismo industrial.

Y, ¿qué ocurre con los adversarios de los trabajadores, los capitalistas? La tremenda riqueza y poder de los capitalistas, protegidos por las instituciones de la sociedad, parecían invulnerables.

Pero Marx veía un punto débil en la armadura del capitalismo. Motivados por un deseo de ganancia personal, los capitalistas temían la competencia por parte de otros capitalistas. Así que Marx pensó que los capitalistas se mostrarían reacios a organizarse, incluso aunque compartiesen intereses comunes. Más aún, razonaba, los capitalistas mantienen bajos los salarios de los trabajadores para maximizar sus beneficios. Esta estrategia, a su vez, reforzará la resolución de los trabajadores a forjar una alianza contra ellos. A largo plazo, suponía Marx, los capitalistas solo contribuirían a su propia perdición.


Capitalismo y alienación

Marx también condenó el capitalismo por producir alienación, el sentimiento de no ser capaz de controlar tu propia vida. Dominados por los capitalistas y deshumanizados por sus trabajos (especialmente el trabajo monótono y repetitivo de las fábricas), los proletarios encuentran poca satisfacción en su situación, y se sienten individualmente incapaces de mejorarla. En esto se encuentra otra contradicción de la sociedad capitalista: en la medida en que los seres humanos inventan nuevas tecnologías para aumentar su poder sobre el mundo, estas dominan cada vez más la vida de quienes se sirven de ellas para ganarse la vida...

Los trabajadores se ven a sí mismos simplemente como una mercancía, una fuente de mano de obra, comprada por los capitalistas y de la que se deshacen cuando ya no la necesitan. Marx citó cuatro maneras en las que los capitalistas alienaban a los trabajadores.

1. Alienación en el trabajo. Idealmente, las personas trabajan tanto para satisfacer sus necesidades inmediatas como para desarrollar su potencial personal a largo plazo. Sin embargo, el capitalismo niega a los trabajadores su opinión sobre lo que producen o cómo lo producen. Además, la mayor parte del trabajo es tedioso, e involucra incontables repeticiones de tareas rutinarias. La sustitución hoy en día de la mano de obra por máquinas no habría sorprendido a Marx. Según él, el capitalismo había transformado a los seres humanos en máquinas hacía mucho tiempo.

2. Alienación con respecto a los productos del trabajo. El producto del trabajo no pertenece a los trabajadores sino a los capitalistas, que disponen de él para su propio beneficio. Por tanto, razonaba Marx, cuanto más invierten los trabajadores en su propio trabajo, más pierden.

3. Alienación con respecto a otros trabajadores. Marx veía el trabajo en sí mismo como la afirmación productiva de la sociedad. Sin embargo, el capitalismo industrial transforma el trabajo de una empresa cooperativa en otra competitiva. El trabajo en las fábricas raramente proporciona una oportunidad para el compañerismo.

4. Alienación del potencial humano. El capitalismo industrial aleja a los trabajadores de su auténtico potencial humano. Marx argumentaba que un trabajador «no se realiza a sí mismo en el trabajo sino que se niega a sí mismo, tiene un sentimiento de miseria en lugar de bienestar, no desarrolla libremente sus energías físicas e intelectuales. En consecuencia, el trabajador se siente realizado únicamente durante su tiempo libre, mientras que en el trabajo se siente desahuciado» (1964b: 124-125; edición original de 1844). En resumen, el capitalismo industrial distorsiona una actividad que debería expresar las mejores cualidades de los seres humanos en una experiencia aburrida y deshumanizada.

Marx consideraba la alienación, en sus diferentes manifestaciones, como una barrera para el cambio social. Pero esperaba que los trabajadores de las industrias superaran su alienación uniéndose en una verdadera clase social, conscientes de la causa de sus problemas y movilizándose para transformar la sociedad.

Figura 4.3 - Modelo del cambio social de Marx.
Figura 4.3 - Modelo del cambio social de Marx.

Figura 4.3 - Modelo del cambio social de Marx.


Revolución

Marx sostenía que la única salida a la trampa del capitalismo consistía en rehacer deliberadamente la sociedad. Se imaginó un sistema productivo más humano e igualitario, uno que reforzara los lazos sociales en lugar de neutralizarlos. Llamó a este sistema socialismo. Marx conocía bien los obstáculos a los que se enfrentaba una revolución socialista; pero aún así, se sintió muy decepcionado por no haber vivido para ver a los trabajadores de Gran Bretaña derrocar el capitalismo industrial. No obstante, convencido de la inmoralidad básica de la sociedad capitalista, estaba seguro de que era cuestión de tiempo que la mayoría trabajadora se diera cuenta de que tenía en sus manos la llave de un futuro mejor. Este proceso de transformación sería con certeza revolucionario, quizás incluso violento. Sin embargo, lo que nacería de la revolución de los trabajadores sería una sociedad socialista cooperativa destinada a satisfacer las necesidades de todos.

En la discusión acerca de la estratificación social en el Capítulo 8 nos extenderemos sobre los cambios que se han producido en las sociedades industriales-capitalistas desde los tiempos de Marx y por qué la revolución que él defendía no ha tenido lugar. En los siguientes capítulos también profundizaremos acerca de por qué los ciudadanos de las sociedades de Europa del Este recientemente se han rebelado contra los gobiernos socialistas establecidos. Pero, en su propio tiempo, Marx miró hacia el futuro con esperanza (Marx y Engels 1972: 362; edición original de 1848): «Los proletarios no tienen nada que perder excepto sus cadenas. Y tienen un mundo que ganar.».

Max Weber: la racionalización de la sociedad y el desencantamiento del mundo

Con un amplio conocimiento de las leyes, la economía, la religión y la historia, Max Weber (1864-1920), al que presentamos en la sección Perfil, produjo lo que muchos consideran la más importante contribución individual a la sociología. Generó ideas que tuvieron un gran alcance. Aquí nos limitaremos a su visión de cómo la sociedad moderna se diferencia de los primeros tipos de organización social.

Como vimos en el Capítulo 1, la sociología de Weber se puede considerar como una teoría de la acción. Weber entendía el poder de la economía y la tecnología pero se apartó del análisis materialista de Marx. Para él, las ideas (especialmente las creencias y los valores) tienen poder de transformación. Por tanto, veía la sociedad moderna como el producto no solo de las nuevas tecnologías y del capitalismo, sino de una nueva manera de pensar. Habiéndose originado por los cambios en las creencias religiosas, podemos decir que el mundo moderno se caracteriza por ser un mundo cada vez más racional. Hemos visto además que Weber también utilizaba tipos ideales, contrastando el ideal «protestante» con el ideal «judío», «hindú» y «budista». Ya hemos comparado las «sociedades cazadoras y recolectoras» con las «sociedades industrializadas» así como el «capitalismo» con el «socialismo». Muchos de los estudios de Weber se centraron en los tipos ideales de racionalidad.


Tradición y racionalidad

En lugar de categorizar las sociedades en términos de sus tecnologías o sistemas productivos, Max Weber destacó las diferencias entre las sociedades en las maneras en que las personas ven el mundo. De una manera más sencilla, Weber llegó a la conclusión de que los ciudadanos de las sociedades preindustriales se aferran a la tradición, mientras que los ciudadanos de las sociedades industriales-capitalistas respaldan la racionalidad.

Por tradición, Weber quería decir que los sentimientos y las creencias pasaban de generación a generación. De modo que las sociedades tradicionales están guiadas por el pasado. Sus miembros evalúan acciones concretas como correctas y apropiadas precisamente porque estas acciones han sido aceptadas durante largo tiempo.

Las personas en las sociedades modernas tienen un punto de vista diferente del mundo, argumentaba Weber. Aceptan y persiguen la racionalidad, un deliberado y prosaico cálculo de los medios más eficientes para lograr un objetivo determinado. Los sentimientos no tienen cabida desde un punto de vista racional del mundo. Por lo general, las personas modernas prefieren pensar y actuar sobre las bases de las consecuencias presentes y futuras, evaluando sus empleos, su formación académica e incluso sus relaciones en términos de lo que invierten en ellas y de lo que esperan recibir a cambio.

Weber consideraba tanto la Revolución Industrial como el capitalismo como evidencias de una oleada histórica de racionalidad. Utilizó la expresión racionalización de la sociedad para indicar el cambio histórico desde la tradición hasta la racionalidad como el modo dominante del pensamiento humano. Llegó a la conclusión de que el mundo y la sociedad moderna se ha «desencantado», esto es, que los lazos sentimentales con el pasado se han sustituido por el pensamiento científico y la tecnología. La disposición para adoptar las últimas tecnologías es un buen indicador de lo racionalizada que está una sociedad.

Haciendo uso de la perspectiva comparativa de Weber deducimos que sociedades diferentes conceden distintos valores a los avances tecnológicos. Lo que una sociedad podría anunciar como un avance, otra podría juzgarlo carente de interés, y una tercera podría oponerse rotundamente por representar una amenaza para la tradición. Por ejemplo, los inventores de la Antigua Grecia idearon muchos dispositivos mecánicos sorprendentemente elaborados para realizar las tareas del hogar. Pero, dado que las elites estaban bien atendidas por esclavos, consideraron estas invenciones como meros entretenimientos. Hoy en día en Europa, muchas comunidades pequeñas se guían por sus tradiciones y se oponen firmemente a las tecnologías modernas.


Racionalismo, calvinismo y capitalismo industrial

¿Es el capitalismo industrial un sistema económico racional? Aquí, de nuevo, los diagnósticos de Weber y Marx no coinciden. Weber consideraba que el capitalismo industrial era la esencia de la racionalidad, dado que los capitalistas persiguen los beneficios de una manera sumamente racional. Sin embargo, Marx se mostró crítico con el capitalismo, argumentando que era la antítesis de la racionalidad, y defendiendo que fracasaba a la hora de satisfacer las necesidades básicas de la mayor parte de la población (Gerth y Mills, 1946: 49).

Pero, ¿cómo surgió el capitalismo industrial? Weber sostenía que el capitalismo industrial era el fruto del calvinismo (un movimiento religioso cristiano producido por la Reforma Protestante). Los calvinistas, explicaba Weber, enfocaban la vida de una manera muy disciplinada y racional. Además, un aspecto fundamental de la doctrina religiosa de Calvino (1509-1564) era la predestinación, la idea de que un Dios conocedor de todo y todo poderoso ha predeterminado a algunas personas a la salvación y a otras al castigo eterno. Los calvinistas creían que las personas no podían hacer nada para cambiar su destino. Ni siquiera podían saber lo que Dios les había reservado. De modo que las vidas de los calvinistas giraban alrededor de visiones esperanzadoras de salvación eterna y, al mismo tiempo, de una angustia tremenda ante el temor de contarse entre los condenados.

Para estas personas, el desconocimiento de su destino se hacía intolerable. Los calvinistas gradualmente se hicieron la siguiente pregunta ¿No es posible ver signos de lo que a cada uno nos espera después de la muerte en lo que nos sucede en la vida? Si esto era sí, podía interpretarse la prosperidad o el éxito en este mundo como un signo de la gracia divina. Preocupados por conseguir esta confianza, los calvinistas se lanzaban a la búsqueda del éxito, aplicando la racionalidad, la disciplina y el duro trabajo a sus tareas. Esta búsqueda de la riqueza no estaba orientada al gozo o la satisfacción de los placeres, lo que era pecado. Los calvinistas también se sentían poco dispuestos a compartir su riqueza con los pobres, porque veían en la pobreza un signo del rechazo de Dios. Lo que un buen calvinista debía hacer era trabajar incansablemente cada uno en su oficio o «vocación» (de «voz» o llamada de Dios), destinando cualquier beneficio económico al mismo trabajo o profesión, en lugar de a los placeres del mundo (véase la Figura 4.4).

A medida que reinvertían los productos de su trabajo para conseguir mayores beneficios, los calvinistas iban construyendo los fundamentos del capitalismo. Empleaban la riqueza para generar más riqueza, practicaban una austera economía personal, y adoptaban con entusiasmo todos aquellos avances tecnológicos que pudieran aumentar el rendimiento de sus esfuerzos.

Estos rasgos, explicaba Weber, distinguían al calvinismo de otras religiones del mundo. El catolicismo, la religión tradicional en la mayor parte de Europa, dio origen a un punto de vista pasivo y «muy espiritual» de la existencia diaria, con la esperanza depositada en las recompensas de la otra vida. Para los católicos, la riqueza material no tenía el significado espiritual que motivaba a los calvinistas. Y por eso ocurrió, concluía Weber, que el capitalismo industrial se estableció en primer lugar en aquellas regiones de Europa donde el calvinismo tenía más influencia.

El estudio de Weber acerca del calvinismo proporciona una sorprendente evidencia del poder que tienen las ideas para modelar la sociedad (frente a la opinión de Marx de que las ideas simplemente reflejan el proceso de la producción económica). Pero siempre escéptico ante las ideas simples, Weber sabía que el capitalismo industrial tenía muchas raíces. De hecho, uno de los objetivos de su investigación sobre los orígenes del capitalismo era poner en evidencia las limitaciones de las teorías de Marx, mucho más reacio a considerar que las ideas, por sí mismas, pueden producir cambios sociales.

Mientras que el fervor religioso se fue debilitando entre las generaciones posteriores de calvinistas, concluía Weber, la búsqueda disciplinada del éxito personal se mantuvo. Una religión o, más concretamente, una ética protestante se convirtió simplemente en una «ética laboral». Desde este punto de vista, el capitalismo industrial surgió como una religión «desencantada», y hoy en día el dinero y la riqueza han perdido cualquier asociación religiosa o espiritual. Es revelador que la expresión «llevar las cuentas», que para los primeros calvinistas significaba mantener un registro diario de las acciones morales, ahora significa, simplemente, llevar la contabilidad de ingresos y gastos.


Organización social racional

Weber sostenía que, desencadenando la Revolución Industrial y provocando el desarrollo del capitalismo, la racionalidad había definido el carácter de la sociedad moderna. La organización social racional tiene los rasgos siguientes:.

1. Instituciones sociales características. Entre los pueblos cazadores y recolectores, la familia era virtualmente el centro de todas las actividades. Sin embargo, gradualmente otras instituciones sociales, incluyendo los sistemas religiosos, políticos y económicos, neutralizaron su importancia. En las sociedades modernas, han aparecido también instituciones educativas y sanitarias. La separación de las instituciones sociales (que detallaremos en un capítulo posterior) es una estrategia racional para abordar las necesidades humanas de una manera más eficiente.

2. Organizaciones a gran escala. Un ejemplo de la racionalidad moderna se puede constatar en la proliferación de organizaciones a gran escala. En un momento tan antiguo como la era de la horticultura, los funcionarios políticos supervisaban las prácticas religiosas, los trabajos públicos y las guerras. En la Europa medieval, la Iglesia católica creció aún más con miles de funcionarios. En las sociedades racionales modernas, los empleados gubernamentales se pueden contar por millones, y la mayoría de las personas trabajan para una organización.

3. Tareas especializadas. A diferencia de los miembros de las sociedades tradicionales, los individuos de las sociedades modernas se dedican a un amplio abanico de actividades especializadas. La cantidad de ocupaciones o profesiones que existen en las sociedades más avanzadas es enorme, y para comprobarlo solo hace falta echar un vistazo a las Páginas Amarillas de cualquier ciudad, que pueden tener más de mil páginas.

4. Disciplina personal. La sociedad moderna premia la autodisciplina. Para los primeros calvinistas, por supuesto, la disciplina tenía un origen religioso. Pero, aún distanciada de estos orígenes, la disciplina se cultiva y se premia en la vida diaria, al lado de valores como la realización personal, el éxito y la eficiencia.

5. Conciencia del tiempo. En las sociedades tradicionales, las personas miden el tiempo según el ritmo del sol y de las estaciones. En las sociedades modernas, por el contrario, se organizan las citas, los compromisos o cualquier tipo de actividad a una hora y un minuto precisos. Resulta interesante que los relojes hayan aparecido en las ciudades europeas hace unos 500 años, exactamente cuando comenzaba a extenderse el comercio, y que muchas personas comenzaran a pensar (tomando prestada la frase de Benjamin Franklin) que «el tiempo es dinero».

6. Competencia técnica. Los miembros de las sociedades tradicionales se evaluaban los unos a los otros básicamente sobre las bases de quiénes eran (esto es, según su familia o parentesco). Por el contrario, la racionalidad moderna nos empuja a juzgar a los demás por lo que son (es decir, con un ojo puesto en sus destrezas y habilidades).

7. Impersonalidad. Finalmente, en una sociedad racional, la competencia técnica tiene prioridad sobre las relaciones personales, lo que se traduce en un mundo impersonal. La vida social moderna se puede interpretar como la interacción entre especialistas preocupados por la realización de tareas específicas, en lugar de la interacción entre personas claramente preocupadas las unas por las otras. Weber explicó que tendemos a devaluar los sentimientos y las emociones personales como «irracionales» porque a menudo dificultan el control.

Figura 4.4 - La ética protestante y el espíritu del capitalismo
Figura 4.4 - La ética protestante y el espíritu del capitalismo

Figura 4.4 - La ética protestante y el espíritu del capitalismo


Racionalidad y burocracia

Aunque la iglesia medieval adquirió mucha importancia, Weber argumentaba que nunca fue enteramente racional porque su objetivo era preservar la tradición.

Las organizaciones verdaderamente racionales, que se centraban principalmente en la eficiencia, aparecieron únicamente en los últimos siglos. El tipo organizacional que Weber llamó burocracia cobró importancia, junto con el capitalismo, como una expresión de racionalidad.

En el Capítulo 6 explicaremos que la burocracia es el modelo de los negocios modernos, las agencias gubernamentales, los sindicatos y las universidades. Por ahora, mencionaremos que Weber consideró esta forma organizativa como la expresión más evidente de una manera racional de ver el mundo porque sus elementos principales (las secciones o departamentos de una empresa, por ejemplo), están destinados a alcanzar unos objetivos específicos de la manera más eficiente posible. Por el contrario, la ineficiencia de la organización tradicional se refleja en su hostilidad al cambio. En resumen, Weber sostenía que la burocracia había transformado la sociedad de la misma manera que la industrialización había transformado la economía. Es más, Weber destacó que la burocracia racional tiene una afinidad especial con el capitalismo:

Hoy en día, es ante todo la economía de mercado capitalista la que exige que los asuntos oficiales de las administraciones públicas se cumplan exactamente según las normas debidas, sin discrecionalidad de ningún tipo, y tan rápidamente como sea posible. Normalmente, las empresas capitalistas muy grandes son ejemplos paradigmáticos de organizaciones burocráticas.

(Weber, 1978: 974; edición original de 1921).


Racionalidad y alienación

Max Weber estaba de acuerdo con Karl Marx a la hora de reconocer la eficiencia del capitalismo industrial. Weber también compartía la conclusión de Marx de que la sociedad moderna produce una alienación generalizada, aunque por diferentes razones. Para Weber, el principal problema no es la desigualdad económica que tanto preocupaba a Marx, sino la agobiante regulación y deshumanización que acompaña a la burocracia en expansión. Todo lo cual conduce a un creciente «desencanto del mundo».

Los burócratas, advertía Weber, tratan a las personas como una serie de casos en lugar de tratarlos como individuos únicos. Además, los trabajos en las grandes organizaciones exigen rutinas altamente especializadas y, a menudo, tediosas. Por último, Weber se imaginó la sociedad moderna como un enorme y creciente sistema de normas que buscarían regular absolutamente todo y que amenazarían con aplastar el espíritu humano.

Una ironía que encontramos en el trabajo de Marx reaparece en el pensamiento de Weber: en lugar de servir a la humanidad, la sociedad moderna se vuelve contra sus creadores y los esclaviza. En el lenguaje nostálgico de la descripción de Marx de las víctimas humanas del capitalismo industrial, Weber retrataba al individuo moderno como «únicamente una pequeña pieza de un engranaje en movimiento perpetuo, que le ordena seguir una marcha fija sin fin» (1978: 988; edición original de 1921). De modo que, conociendo bien las ventajas de la sociedad moderna, Weber acabó sus días sintiéndose profundamente pesimista. Temía que la racionalización de la sociedad acabaría por reducir las personas a robots.


Emile Durkheim: los lazos que nos unen: desde los mecánicos hasta los orgánicos

«Amar la sociedad es amar algo más allá de nosotros mismos y algo en nosotros mismos». Estas son las palabras de Emile Durkheim (1858-1917), otro artífice de la sociología, presentado en la sección Perfil. Esta curiosa frase (1974: 55; edición original de 1924) expresa la influencia que puede tener la sociedad en las personas.


Estructura: la sociedad más allá de nosotros mismos

En primer lugar y lo más importante, Emile Durkheim reconoció que la sociedad existe más allá de nosotros mismos. La sociedad es más que los individuos que la componen; la sociedad tiene una vida propia que se extiende más allá de nuestras experiencias personales. Estaba aquí antes de que hubiéramos nacido, nos reclama mientras estamos vivos, y permanecerá mucho después de que nos hayamos ido. Durkheim explicaba que las pautas de la conducta humana forman estructuras establecidas; son hechos sociales que tienen una realidad objetiva más allá de las vidas y las percepciones de los individuos concretos. Las normas culturales, los valores, las creencias religiosas permanecen como hechos sociales.

Durkheim destacó que la sociedad tiene el poder de determinar nuestros pensamientos y acciones. Estudiar a los individuos aislados (como hacen los psicólogos o los biólogos) nunca puede capturar la esencia de la experiencia humana. La sociedad es más que la suma de sus partes; existe como un organismo complejo arraigado en nuestra vida colectiva. Una clase en una escuela primaria, una familia compartiendo una comida, personas apiñadas en un acto colectivo…; todos ellos son ejemplos de incontables situaciones que establecen una organización separada de cualquier individuo que esté participando en ellas.

Una vez creada por las personas, la sociedad adquiere una inercia propia, se enfrenta a sus creadores y exige una medida de obediencia. Por nuestra parte, experimentamos la influencia de la sociedad cuando vemos el orden que existe en nuestras vidas o cuando nos enfrentamos a la tentación de romper sus normas y sentimos que las reglas morales nos detienen.


Función: la sociedad en acción

Después de establecer que la sociedad posee una estructura, Durkheim se concentró en el concepto de función. El significado de cualquier hecho social, explicaba, se extiende más allá de los individuos hasta el funcionamiento de la sociedad en esta.

Para ilustrarlo, consideremos los delitos. La mayoría de las personas piensan en los delitos como actos perjudiciales que algunos individuos infligen sobre otros. Pero, mirando más allá de los individuos, Durkheim veía que los delitos cumplen una función vital para el desarrollo de la vida social. Como explicaremos en el Capítulo 17, únicamente reconociendo y reaccionando ante los actos delictivos las personas son capaces de construir y defender la moralidad, que proporciona una estructura necesaria para el desarrollo de nuestra vida colectiva. Por esta razón, Durkheim rechazaba el punto de vista muy común de considerar un acto delictivo como algo «patológico».

Por el contrario, llegó a la conclusión de que los delitos son fenómenos bastante «normales» por la más básica de las razones: una sociedad no podría existir sin ellos (1964a, edición original de 1895; 1964b, edición original de 1893).


Personalidad: la sociedad en nosotros mismos

Durkheim afirmaba que la sociedad no está únicamente «más allá de nosotros mismos», sino también «en nosotros mismos». En resumen, cada uno de nosotros construye su personalidad interiorizando hechos sociales. La manera en que actuamos, pensamos y sentimos (nuestra humanidad esencial) está determinada a partir de la sociedad que nos educa. Además, como Durkheim explicaba, la sociedad regula a los seres humanos a través de la disciplina moral.

Durkheim sostenía que los seres humanos somos insaciables por naturaleza y estamos en constante peligro de ser dominados por nuestros propios deseos: «Cuanto más tenemos, más queremos, dado que las satisfacciones que recibimos únicamente estimulan nuevas necesidades en lugar de satisfacerlas» (1966: 248; edición original de 1897).

Habiéndonos dado la vida, la sociedad también nos exige moderación. En ningún lugar encontraremos mejor ilustrada la necesidad de regulación social que en el estudio de Durkheim acerca del suicidio (1966; edición original de 1897), que se trató con detalle en el Capítulo 1. ¿Por qué ocurre que, con el paso de los años, las estrellas del rock parecen tan inclinadas a autodestruirse? Durkheim halló la respuesta mucho antes de que nadie hiciera música electrónica: son las categorías de personas menos sujetas a una regulación social de su conducta las que sufren los índices de suicidios más elevados. El mayor libertinaje que se permite a los jóvenes, ricos y famosos exige un elevado precio en términos de riesgo de suicidio.


Modernidad y anomia

Comparadas con las sociedades tradicionales, las sociedades modernas imponen pocas restricciones sobre los individuos. Durkheim reconocía las ventajas de la libertad moderna, pero advirtió del peligro de un aumento de la anomia, una condición en la cual la sociedad proporciona una guía moral insuficiente a los individuos. Lo que tantas celebridades han descrito como «haber estado al borde de la destrucción por la fama» es un ejemplo extremo de los efectos corrosivos de la anomia. La fama repentina aleja a los famosos de sus familias y de la vida habitual que llevaban, trastocando el soporte y la regulación de la sociedad sobre los individuos en cuestión, a veces con fatales resultados. Por tanto, Durkheim nos enseña que los deseos de los individuos deben estar equilibrados por las demandas y los consejos de la sociedad (un equilibrio que se ha vuelto precario en el mundo moderno).


Sociedades en evolución: la división del trabajo

Como Marx y Weber, Durkheim fue testigo de primera mano de la rápida transformación de Europa durante el siglo XIX. Tras analizar este cambio, Durkheim vio una evolución radical en las formas de organización social.

En las sociedades preindustriales, explicaba Durkheim, las fuertes tradiciones actúan como el cemento social que mantiene a las personas unidas. De hecho, lo que llamó consciencia colectiva es tan fuerte que la comunidad se moviliza rápidamente para castigar a cualquiera que se atreva a desafiar los modos de vida convencionales. Durkheim llamó a este sistema solidaridad mecánica, que implica lazos sociales basados en una moralidad compartida, y que mantienen unidos a los miembros de las sociedades preindustriales. Por tanto, en la práctica, la solidaridad mecánica nace de la semejanza. Durkheim describía estos lazos como «mecánicos» porque las personas perciben la sensación más o menos automática de pertenecer los unos a los otros.

Durkheim consideraba que el debilitamiento de la solidaridad mecánica es un rasgo que define la sociedad moderna. Pero esto no significa que la sociedad se disuelva; en lugar de eso, la modernidad genera un nuevo tipo de solidaridad que se apresura a llenar el vacío dejado por las tradiciones abandonadas. Durkheim llamó a esta nueva integración social solidaridad orgánica, definida como los lazos sociales, basados en la especialización, que mantienen unidos a los miembros de las sociedades industriales. En resumen, mientras que la solidaridad una vez encontraba sus raíces en la semejanza, ahora surge de las diferencias entre las personas cuyas actividades especializadas los hacen depender los unos de los otros.

Para Durkheim, entonces, la dimensión clave del cambio es la división del trabajo en expansión de la sociedad, o actividad económica especializada. Como explicaba Max Weber, las sociedades modernas se especializan para fomentar la eficiencia. Durkheim completa esta visión mostrándonos que los miembros de las sociedades modernas cuentan con los esfuerzos de decenas de miles de otros individuos (la mayoría de ellos completos extraños) para asegurarse los bienes y servicios que necesitan cada día.

Así que la modernidad se apoya mucho menos en el consenso moral (el fundamento de las sociedades tradicionales) y mucho más en la interdependencia funcional. Es decir, como miembros de sociedades modernas, dependemos cada vez más de personas en las que confiamos cada vez menos. Entonces, ¿por qué depositamos nuestra confianza en personas que casi no conocemos y cuyas creencias pueden ser radicalmente diferentes de las nuestras? La respuesta de Durkheim es la siguiente: «Porque no podemos vivir sin ellos». En un mundo en el que la moralidad a veces parece sumergirse en arenas movedizas, nos enfrentamos a lo que podría llamarse el «dilema de Durkheim»: el poder tecnológico y la libertad personal en expansión de la sociedad moderna solo pueden avanzar a costa de una moralidad en retroceso y el peligro siempre presente de la anomia.

Como Marx y Weber, Durkheim tenía dudas acerca de la dirección que estaba tomando la sociedad. Pero, de los tres, Durkheim era el más optimista. Su confianza en el futuro surgía de la esperanza de que disfrutaríamos de mayor libertad y privacidad mientras fuéramos capaces de crear nosotros mismos las normas sociales que antes nos venían impuestas por la tradición.


Revisión de las teorías

¿De qué manera han cambiado las sociedades?

Comenzamos con una visión —evolución sociocultural, posterior desarrollo por los sociólogos estadounidenses Gerhard y Jean Lenski (Lenski et al., 1995)— en la cual las sociedades diferían principalmente en términos de tecnologías en continua evolución. La sociedad moderna destaca en este aspecto por su enorme poder productivo.

Karl Marx también hacía hincapié en las diferencias históricas de los sistemas productivos, pero apuntaba a la persistencia del conflicto social a través de la historia humana (excepto quizás entre los pueblos de cazadores y recolectores). Para Marx, la sociedad moderna es capitalista, y se distingue porque pone de manifiesto de manera explícita el conflicto.

Max Weber abordó esta cuestión desde otra perspectiva, encontrando modos de pensamiento en evolución. Las sociedades preindustriales, afirmaba, están guiadas por la tradición, mientras que las sociedades modernas adoptan un punto de vista racional del mundo, donde los burócratas asumen un papel clave. Finalmente, para Emile Durkheim, las sociedades tradicionales se caracterizan por una solidaridad mecánica basada en el consenso moral. Por el contrario, en las sociedades industrializadas la solidaridad mecánica da paso a una solidaridad orgánica basada en la especialización productiva.


¿Por qué cambian las sociedades?

El enfoque materialista de Marx apuntaba a la lucha entre las clases sociales como el «motor de la sociedad» y animaba a las sociedades hacia una reorganización revolucionaria. El punto de vista idealista de Weber argumentaba que los modos de pensamiento también contribuyen al cambio social. Demostró de qué manera el calvinismo impulsó la Revolución Industrial la cual, a su vez, modificó la estructura de gran parte de la sociedad moderna. Finalmente, Durkheim apuntó a una división del trabajo en expansión como la dimensión clave del cambio social.


¿Qué mantiene unidas a las sociedades?

Marx destacó la división social, no la unidad, y trató el conflicto de clases como el sello de marca de las sociedades humanas a través de la historia. Desde su punto de vista, las elites pueden forzar una paz precaria entre las clases, pero estaba convencido de que la verdadera unidad social emergería únicamente cuando el proceso de producción se convirtiera en una empresa cooperativa.

Para Weber, los miembros de una sociedad comparten una visión del mundo particular. Exactamente del mismo modo que las creencias tradicionales mantenían unidos a los pueblos en el pasado, así las sociedades modernas han creado organizaciones racionales a gran escala con sus propias culturas organizativas que fusionan y guían las vidas de las personas. Finalmente, Durkheim hizo de la solidaridad el centro de su trabajo, contrastando la solidaridad mecánica basada en la moralidad de las sociedades preindustriales con la solidaridad orgánica más práctica de las sociedades modernas.


¿Hacia dónde se dirigen las sociedades?

Finalmente, está la cuestión de hacia dónde pueden estar dirigiéndose las sociedades (véase la sección Polémica y Debate). Para Marx, el capitalismo generaría las semillas de su propia destrucción: el cambio revolucionario daría lugar a un nuevo orden social comunista. Sin embargo, en general, los intentos de provocar un orden comunista durante el siglo XX en la antigua Unión Soviética y en China no tuvieron éxito. Weber era muy pesimista: veía el mundo como una jaula de hierro, con una racionalidad creciente y extendida a todos los órdenes de la vida por la actividad de las organizaciones.

Durkheim confiaba en que emergerían nuevas formas de asociación que unirían a los pueblos a pesar de sus diferencias y resolverían el problema de la anomia. Evaluaremos todos estos puntos de vista a medida que avancemos en el presente libro.

Como un caleidoscopio que nos muestra diferentes patrones a medida que lo giramos, estos enfoques revelan un conjunto de percepciones acerca de las diferentes sociedades. Pero ningún enfoque es, en un sentido absoluto, correcto o erróneo. Las sociedades humanas son excesivamente complejas, y conseguiremos un mejor entendimiento de ellas haciendo uso de todos estos puntos de vista, como hacemos en la sección Ventana a Europa (véase también la Tabla 4.3).

Tabla 4.3 - Breve comparación de los teóricos clásicos
Tabla 4.3 - Breve comparación de los teóricos clásicos

Tabla 4.3 - Breve comparación de los teóricos clásicos

Macionis y Plummer: Los tres clásicos de la sociología (Marx, Durkheim y Weber)
Macionis y Plummer: Los tres clásicos de la sociología (Marx, Durkheim y Weber)

Fuente: Macionis, John J. y Plummer, Ken. Sociología. Pearson Educación, Madrid. 2011.

Macionis, John J.; Plummer, Ken. Sociología. Pearson Educación, Madrid, 2011.




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Macionis y Plummer: Desigualdad y estratificación social (Cap. 8)

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Diccionario de sociología: Anomia (Ediciones Paulinas, 1986)

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