Frédéric Le Play: Consideraciones generales sobre la Estadística
Consideraciones generales sobre la Estadística
Frédéric Le Play
El progreso de las sociedades está fundamentado en el empleo simultáneo de dos facultades del espíritu humano, la experiencia y el razonamiento. Los debates que a menudo se han mantenido acerca de la superioridad relativa del método experimental y del método analítico descansan, según nosotros, sobre una falsa base que admite que esas dos grandes palancas de la humanidad no pudieran nunca ser empleadas independientemente la una de la otra. En ciencias como la física, la química, la medicina, la historia natural, la astronomía, etc., que se vinculan más íntimamente que otras al dominio de la experiencia, existe, entre los hechos que son el cuerpo de la ciencia y las grandes leyes que, por así decir, son el alma, un abismo que sólo puede ser franqueado con la ayuda del razonamiento.
En cuanto a las ciencias fundadas más especialmente en el empleo del razonamiento como la filosofía, las matemáticas, el derecho, etc., su doble naturaleza está, sin ninguna duda, menos marcada: la experiencia juega en ellas un papel menos amplio que el razonamiento en las ciencias experimentales; sin embargo, no se puede ignorar que necesariamente tienen como punto de partida, y que emplean constantemente como medios de perfeccionamiento, la observación de ciertos hechos. Estas dos facultades son de tal modo inseparables que no existe observación bien hecha que no implique necesariamente un empleo considerable del razonamiento; y si, por otro lado, fuera posible concebir una ciencia sólo de razonamiento y que pareciera que no afectara en nada a la experiencia, se podría afirmar que esa independencia no sería más que aparente puesto que esa ciencia sería una emanación de la inteligencia humana, que sólo puede desarrollarse bajo esa doble influencia.
Lo que es cierto para todas las ciencias lo es igualmente para la ciencia del gobierno de los Estados, que abarca todos los modos de la actividad humana. Es una ciencia esencialmente experimental, porque la mayor parte de la acción del hombre está dirigida hacia las cosas materiales. Pero al mismo tiempo pertenece eminentemente al dominio de la inteligencia, en lo que, como ya hemos dicho, la experiencia adquiere valor sólo cuando el razonamiento ha dirigido la adquisición o elaborado las consecuencias, y sobre todo porque, en la vida de la humanidad, las creaciones del espíritu ocupan el puesto más elevado, si no el más amplio. Los productos de la actividad del hombre pueden ser comparados a una pirá- mide de ancha base, compuesta de dos partes superpuestas y de igual altura: en la base se encuentran las cosas de la materia, en la cima aquellas de la inteligencia.
Esta doble naturaleza exige que la ciencia del gobierno, al igual que todas las ciencias experimentales, se subdivida en dos ramas principales: la una, teniendo especialmente por objeto el estudio de las leyes generales que deben presidir el gobierno de los Estados, es la política; la otra, en la cual el fin esencial es la observación y la coordinación de los hechos que importan al cuerpo social desde el punto de vista del gobierno, es la estadística.
La primera es el alma o la parte teórica, intelectual, racional de la ciencia; la otra es el cuerpo o la parte práctica, material, experimental: son dos elementos igualmente necesarios de un mismo todo.
La estadística es, pues, a la política y al arte de gobernar lo que la anatomía es a la fisiología en el estudio del cuerpo humano; la observación de los astros a la astronomía; el estudio de las especies de animales, de plantas y de minerales a la historia natural del globo; el análisis de los cuerpos a la química; la física experimental a la física racional, etc. El hombre de Estado que pretenda gobernar sin conocer los hechos importantes que interesan a la sociedad hará, pues, un intento aún más infructuoso que el sabio que se propusiera hacer una clasificación general de los seres que componen los tres reinos de la naturaleza, sin conocer sus caracteres esenciales.
Hemos pensado tener que insistir sobre esta definición, que nos parece caracterizar netamente la naturaleza de la estadística y los límites que la separan de todos los otros conocimientos humanos. Además, nos será sencillo convenir los medios que deben utilizarse para que la estadística ocupe entre estos últimos el elevado puesto que le es debido, y para que, por fin, preste a la política y al arte de gobernar todo el auxilio del cual estas últimas ciencias no sabrían prescindir.
La más esencial de las condiciones que la estadística debe ejercer es la de someterse a todas las conveniencias de la política, la cual por su parte debe, sin cesar, hallar en la estadística los medios de regularizar su acción directriz. Esta condición implica que los aspectos de la ciencia sean esencialmente variables según los tiempos y los lugares. Los hechos sociales que más deben preocupar al hombre de Estado vienen determinados por la naturaleza de las costumbres y de los intereses que presiden los destinos de cada nación. No son los mismos en una época esencialmente religiosa, y en un tiempo donde los intereses del comercio y de la industria se han situado también en el primer puesto; en un pueblo cuya ley es expandirse por la conquista, y en el que, poseedor de límites naturales, halla sus posibilidades de progreso en el desarrollo de los recursos adquiridos. Es, pues, a la política a la que le corresponde trazar el plan que la estadística debe desempeñar, y es conveniente que ésta siga esta dirección con toda la deferencia que debe unir el cuerpo al espíritu.
Otra condición esencial es que la estadística sepa agrupar sus resultados según su importancia y poner cuidadosamente de relieve aquellos que se distingan por su utilidad. Una de las grandes dificultades de la ciencia es la multiplicidad de disciplinas que abarca: caería inevitablemente en la confusión y en la impotencia si no supiera ajustar sobre cada punto la amplitud de sus investigaciones al interés que éstas puedan ofrecer. No perdiendo nunca de vista su verdadero destino será como la estadística evitará el principal escollo que se puede encontrar, el de preocuparse de hechos que no tendrían más que un simple interés de ciencia o de curiosidad, y de salir de sus límites naturales para invadir el dominio de las otras ciencias. Por ejemplo, siendo la agricultura la base de toda actividad para una gran nación, se puede prever que la estadística pondrá siempre en primer término el estudio de los hechos que se refieran a la cultura y al comercio de los principales productos agrícolas.
Pero el objetivo sería evidentemente rebasado si se creyera tener que completar este tipo de investigaciones con la inclusión del estudio de todos los vegetales que el suelo alimenta. Así, mal ampliada a propósito, la estadística se confundiría con la botánica, y se puede prever fácilmente que un ensamblaje tan monstruoso sería igualmente inútil al botánico y al hombre de Estado. El mismo criterio, el punto de vista de una utilidad especial, servirá para trazar de un modo seguro la línea de demarcación que debe ser mantenida entre la estadística y las ciencias naturales, la física, la geografía, la historia, la economía política, etc.
Una de las cuestiones más importantes que plantea un compendio general sobre la estadística es saber a qué clase de la sociedad debe estar confiada la cultura de la ciencia. La respuesta es sencilla pues es evidente que esta misión, para una ciencia experimental, pertenece a aquellos que disponen de los medios de observación. Ahora bien, como estos medios son proporcionados en gran parte por el ejercicio del poder, que es la más importante de las acciones sociales, son en general los agentes de la autoridad soberana los que están autorizados para reunir los elementos de la estadística. Aquí también, los hechos prueban suficientemente que la ciencia debe plegarse a las condiciones de existencia particulares de cada pueblo. Las personas que se han dedicado a estudios de estadística comparada saben la diversidad de recursos que es necesario emplear para llegar al conocimiento de los hechos sociales, según la constitución política de las naciones a las que estos hechos conciernen. Habrá que tener en cuenta, por tanto, esas diferencias esenciales cuando se establezca en cada pueblo el plan y los procedimientos de ejecución de una estadística nacional. En las naciones donde el ejercicio del poder se ramifica hasta en las últimas subdivisiones del cuerpo social, donde inmensas operaciones de comercio y de industria son dirigidas por asociaciones y por simples particulares, será necesario hacer intervenir a todas las corporaciones a las cuales es delegada una parte esencial de la autoridad suprema, y proceder a menudo por encuesta, tal como se hace en Gran Bretaña y en América del Norte. Luego, será necesario recurrir a un pequeño número de administraciones situadas, como en España y en el imperio austriaco, a la cabeza de provincias o de reinos unidos más o menos íntimamente el uno al otro. Luego, al fin, como es el caso de Francia y de Rusia, será suficiente con utilizar una administración central. Es, pues, al gobierno, cualquiera que sea su forma, al que pertenece en todas partes la misión de crear la estadística nacional. Esta conveniencia no resulta únicamente de que el gobierno dispone de los principales medios de observación, sino también de que sólo él puede imprimir a la ciencia la dirección que su política exige. Por otra parte, en cualquier lugar el progreso de la estadística estará proporcionado por el poder de acción y por la influencia moral del gobierno, no menos que por la inteligencia del cuerpo social. Para que este último consienta de buena gana a someterse así a la experiencia, es indispensable, en efecto, que tenga conciencia de la utilidad que debe derivarse para él. El estado de la estadística en una nación es, pues, por varios motivos, una excelente medida de su sabiduría y del progreso que ella ha podido producir en la ciencia del gobierno.
Si esta apreciación es cierta, se puede afirmar que las asociaciones particulares que han sido constituidas con el loable objetivo de desarrollar los estudios estadísticos están fundadas, en Francia más que en otra parte, sobre un falso principio. Compuestas por miembros para los cuales estos estudios no son más que un solaz, faltando por lo demás medios de observación, se encuentran exactamente en la situación de geólogos que no pudieran abandonar su gabinete, o de químicos privados de laboratorios. Su acción debe limitarse a publicaciones sin armonía y sin objetivo definido, compuestas de documentos tomados aquí y allá de diversas fuentes de información. Estas sociedades contribuirían eficazmente al progreso de la ciencia sólo en tanto que pudieran comunicar a los hechos un sello especial de autenticidad; ahora bien, es evidente que esta misión pertenece exclusivamente a aquellos que están en posición de observarlos, o al menos de controlarlos.
Después de haber definido la estadística y haber indicado el rango que le es reservado entre las otras ciencias, los límites entre los cuales debe restringirse, y los medios de acción de los que puede disponer, intentaremos presentar algunas reflexiones sobre la utilidad que el gobierno actual de Francia podría hallar en una estadística nacional creada bajo la inspiración de su política.
Ningún país posee tantos motivos como Francia para desear que sus hombres de Estado se preocupen más de lo que lo han hecho desde hace medio siglo del conocimiento de los hechos que se relacionan con su progreso moral y material. Sin ser injusto con la memoria de los grandes hombres que han creado entre nosotros un nuevo orden social, se puede decir que habrían prevenido grandes desgracias para la humanidad, y ahorrado al país los esfuerzos largos en los cuales todavía se agota hoy, si hubiesen actuado menos exclusivamente bajo la influencia de ciertas teorías de gobierno. Las reglas eternas de justicia que ellos han hecho prevalecer en el derecho y en la política, y de donde un día saldrán, hay que esperarlo, la grandeza de Francia y la felicidad del mundo, habrían brillado con un destello más vivo si hubieran sido liberadas de la mezcla que introdujeron allí errores graves de filosofía y de historia, y sobre todo la ignorancia de los hechos que debían servir de base a la nueva sociedad. La tarea de la generación actual sería mucho menos penosa, y Francia ya se habría alzado al lugar que le es debido, si los promotores de nuestra revolución hubieran comprendido mejor que el gobierno de una gran nación, en el siglo diecinueve, debía sobre todo preocuparse de las costumbres y de los intereses de esta nación, y mucho menos de las formas, muy poco conocidas por otra parte, empleadas hace más de veinte siglos, en algunas pequeñas ciudades de Grecia.
Si el edificio social legado por la antigua monarquía hubiera sido mejor conocido en 1789, los hombres eminentes que comenzaron nuestra revolución le hubieran impreso ciertamente otra dirección. Si la Francia de hoy fuera mejor conocida por nuestros hombres de Estado, si se hicieran una idea más acertada del estado social de las naciones con las cuales Francia mantiene relaciones, no tendríamos ante los ojos el triste espectáculo al cual asistimos. No veríamos a tantos hombres de talento, igualmente concienzudos y consagrados a la cosa pública, agotarse en esfuerzos vanos para hacer prevalecer sucesivamente doctrinas opuestas, totalmente excelentes sobre algunos puntos, totalmente defectuosas sobre otros, porque reposan en observaciones incompletas o inexactas. Estos debates estériles donde la defensa es imposible, donde el ataque es irresistible pero sin resultado porque coloca al vencedor en la falsa posición que ocupaba el vencido, retrasan el desarrollo de Francia e impiden el establecimiento del orden social que en vano buscó hasta el presente a través de tantas revoluciones. Bajo su funesta influencia se está tentado a creer que no existen procedimientos de certeza sobre las doctrinas que más interesan a la felicidad del hombre; y la opinión pública se degrada así poco a poco, acostumbrándose a dudar de la razón humana.
Los hombres consagrados de corazón al progreso de Francia, que conocen sus recursos intelectuales y que tienen fe en sus altos destinos, sienten que no puede permanecer mucho tiempo en esta deplorable confusión de principios. Sin duda, a la vista de las numerosas enfermedades que socavan el cuerpo social, no hay que exagerar la eficacia de un solo remedio. Una parte de las dificultades que pesan sobre nuestro gobierno son debidas a pasiones más o menos respetables, o a vicios más o menos vergonzosos contra los cuales difícilmente prevalecerán los progresos de la experiencia y de la razón. Pero lo malo de la situación actual no se encuentra, principalmente, en estas eternas imperfecciones de la naturaleza humana; en lo esencial consiste en la ausencia de procedimientos de certeza en los hombres que, por otra parte, se proponen un mismo objetivo, la felicidad del país. El desinterés personal y la devoción a la cosa pública son, ciertamente, mucho menos raros de lo que la visión de nuestros debates políticos parecería indicar; pero ¿no es imposible que esta identidad de buenas intenciones introduzca la armonía en la acción mientras nuestros hombres de Estado ignoren la inmensa mayoría de hechos que deberían regular su conducta, y mientras que se encuentren dispuestos, por las influencias más o menos erróneas que han pesado sobre ellos en su juventud, a sacar conclusiones falsas del pequeño número de hechos que les ha sido dado observar? Los hombres que, sin conocer el estado social de Francia, discuten la teoría del gobierno que le conviene, ¿no se parecen en muchos aspectos a los filósofos que, en una época todavía poco alejada de nosotros, hablaban de la combustión sin conocer la composición del aire atmosférico? El único recurso que podríamos emplear para salir de este laberinto inextricable en el que estamos enredados consiste en remontarse al origen de toda certeza en una ciencia eminentemente experimental tal y como es el arte de gobernar, quiero decir a la observación de los hechos.
La armonía en las teorías políticas se restablecerá por la fuerza misma de las cosas cuando la observación del cuerpo social haya sido perfeccionada de tal modo, y cuando los hechos hayan sido puestos en evidencia de tal manera, que a hombres instruidos no les sea ya posible ignorar ningún hecho importante, ni a hombres razonables manifestar dos juicios diferentes sobre el mismo hecho. Tal es la alta misión reservada a la estadística para cuando esta ciencia esté definitivamente constituida y cuando ocupe, como medio educativo y de gobierno, el lugar que le es debido.
Una objeción, basada en la inferioridad actual de la estadística frente a otras ciencias menos importantes, posiblemente se producirá contra esta conclusión: podemos temer que, careciendo de medios de desarrollo, la ciencia jamás se eleve a la altura del papel que le asignamos. Pero para hacerse una idea precisa de los destinos de la estadística, basta con tener en cuenta que la única causa que podría retrasar el desarrollo de una ciencia experimental sería la dificultad de la observación: esta dificultad es inmensa en ciertas ramas de conocimientos tales como la electricidad y el magnetismo, donde la simple comprensión de los hechos ya supone esfuerzos prodigiosos del espíritu. No es lo mismo para la estadística, donde los hechos, para ser importantes, necesariamente deben ser vulgares. La cantidad de trabajo, la continuidad de proyectos, la variedad de los conocimientos y la rectitud de juicio afectan aún más al progreso de esta ciencia que el talento y el espíritu de invención, los cuales también sabrán, sin embargo, imprimir su sello. Se puede, pues, afirmar que la ciencia estará muy cerca de ser creada el día en que su utilidad sea convenientemente aclarada. En cuanto a la inferioridad actual de la ciencia, no se puede de ahí concluir nada contra el futuro que le está reservado: esta inferioridad es sólo un nuevo ejemplo de una curiosa anomalía que presenta la historia del espíritu humano. Parece que este último siempre se hubiera esforzado en acometer en primer lugar las cosas que estaban lo más alejado de su comprensión. Hace varios millares de años que el hombre comenzó a observar los astros; sólo desde ayer, por así decir, ha soñado con conocer los órganos que componen su propio cuerpo. No es, pues, asombroso que hubiera observado los fenómenos más misteriosos del mundo físico antes de estudiar los hechos más vulgares debidos a la acción de la sociedad de la que forma parte.
La estadística no está menos adelantada en Francia que en las otras naciones: si los inconvenientes que señalamos anteriormente son más graves en nuestro país que en cualquier otra parte, hay que buscar la causa no tanto en el estado de esta ciencia, sino en la posición en la que el gobierno se encuentra situado en nuestro país.
Lo que caracteriza a un orden social que resiste desde hace tiempo es que todas las profesiones son allí ejercidas por hombres que han sido clasificados en la sociedad sólo después de un aprendizaje más o menos largo. El sentido común y la experiencia se ponen de acuerdo para establecer que las sociedades asentadas sobre las bases más sólidas son aquellas en las que el mecanismo del gobierno, cualquiera que sea la forma, sitúa en las diversas funciones sociales a aquellos que están mejor preparados.
En los tiempos de revolución, cuando el antiguo mecanismo, arruinado por las faltas del poder soberano, ha dejado de funcionar, esta ley se encuentra momentáneamente invertida por necesidad; pero esto no es siempre con provecho para la cosa pública. La fuerza y el ardor de los recién llegados no pueden, en todos los casos, suplir su inexperiencia, y es sobre todo a propósito de las funciones que atañen al gobierno que esta observación encuentra su aplicación.
En todo gobierno que funcione con precisión, y desde hace mucho tiempo, las más altas funciones corresponden a hombres que pudieron prepararse para ello mediante largos estudios, y adquirir, con la práctica de los asuntos, el conocimiento de los hechos sociales sin el cual toda acción inteligente del poder es imposible. En un gobierno así constituido y que no admita, por otra parte, ninguna intervención directa del cuerpo social, no es absolutamente indispensable que la estadística esté constituida como ciencia ni que forme parte de una educación liberal: podemos estar seguros de que los elementos principales de esta rama de conocimientos no faltarán a aquellos que fundamentalmente los necesitan.
Las circunstancias son totalmente diferentes en el estado de transición donde, en este momento, se encuentra el gobierno de Francia. La parte de la sociedad francesa que hoy interviene directamente en el gobierno del país no se ha elevado completamente a la altura de la posición que ha adquirido: una ruptura demasiado brusca del antiguo mecanismo de gobierno no le ha permitido aún prepararse suficientemente para cumplir con sus nuevos deberes. Los inconvenientes de este estado de cosas difícilmente desaparecerán mientras las primeras influencias educativas que actúen sobre ella sean, aún hoy, más o menos las mismas que en el tiempo en el que otras funciones sociales le eran distribuidas. Como antes de la revolución, las clases medias preparan a sus hijos para las profesiones liberales e industriales; pero todavía no han soñado con hacerles capaces de desempeñar las diversas funciones que más tarde les serán conferidas en el gobierno del país. La ceguera es tan grande a este respecto que tal fabricante, que rechaza de sus talleres, con razón, a cualquiera que no haya hecho un largo aprendizaje de su arte, no vacila en conferir la más difícil de todas las funciones sociales, la de legislador, a un hombre que no se ha preparado para ello con ningún estudio especial. Es ahí verdaderamente donde está el mal de la situación actual de Francia, y no es difícil indicar el remedio. El oficio de gobernar tiene en común con todos los demás que, para ejercerlo bien, es necesario haberlo aprendido. Este punto de vista, muy simple, nos lleva a afirmar que el nuevo orden social estará definitivamente constituido en Francia sólo cuando todos los colectivos que intervienen, por distintos conceptos, en el gobierno del país posean suficientes nociones de la ciencia del gobierno e incluyan, además, a la elite de ciudadanos que, con respecto a esto, son dignos de formar parte de él. Nuestra convicción profunda es que la solución del gran problema que absorbe hoy, sin provecho alguno, la más fecunda actividad de Francia se encontrará sobre todo en este orden de ideas. Otra consecuencia se relaciona íntimamente con la que acabamos de presentar: es que la educación dada en nuestros colegios estará viciada mientras no sea completada por dos cursos elementales sobre la constitución política y la estadística de Francia. Si es indispensable que un hombre joven, consagrado a una profesión liberal y que debe un día participar en el gobierno del país, conozca los pensamientos y las acciones de los grandes hombres de la antigüedad, la composición del globo terrestre, la naturaleza de los vegetales y de los animales que lo habitan, también es importante que no ignore los modos esenciales de actividad de la sociedad en el seno de la cual es llamado a vivir.
Afortunadamente, si es en Francia donde esta necesidad se nota más vivamente, también es en Francia donde es más fácil cubrirla. Los principales elementos de la ciencia existen en las administraciones públicas; ya, bajo la feliz influencia de un régimen de publicidad, comienzan a producirse en informes, entre los cuales se distinguen aquellos que producen anualmente las administraciones de aduanas, de caminos, canales y puertos, de minas, de justicia, etc., etc. En realidad, estos documentos no han sido hasta el día de hoy ni recogidos ni publicados en visiones de conjunto; no están unidos por ningún sitio, y se encuentran privados de ese modo de los principales medios de perfeccionamiento de los que la estadística pudiera disponer. En el estado de aislamiento, y bajo la forma voluminosa en la que aparecen hoy en día, contribuyen sólo mediocremente a la educación pública. En semejante estado de cosas, sólo los hombres dedicados al estudio de cuestiones muy especiales podrían formarse una idea exacta de la utilidad que se podría sacar de este tipo de investigaciones y de la capacidad de los medios de gobierno que allí se encuentran en germen. Desde este punto de vista, la estadística está exactamente en la situación donde estaría la geografía si esta ciencia sólo estuviera compuesta por largas monografías independientes la una de la otra, y dedicada al estudio detallado de un pequeño número de mares, de ríos, de montañas, de ciudades, escogidas al azar, y sin considerar su importancia relativa, sobre la superficie del globo.
En esta reseña nos propusimos únicamente presentar algunas consideraciones generales sobre la estadística y sobre la utilidad tan especial que esta ciencia puede ofrecer en Francia. Si estas primeras conclusiones fueran admitidas, trataríamos de entrar antes en la vía de la aplicación, indicando los medios que el gobierno podría emplear para alcanzar el resultado que pedimos con todos nuestros votos.
Pudiéramos haber conseguido expresar convicciones que consideramos fecundas sobre la verdadera naturaleza y sobre el futuro de la estadística, y que podríamos resumir en pocas palabras así: el hombre de Estado que consiga utilizar convenientemente, para la creación de una estadística nacional, parte de algunas de las fuerzas que todavía hoy permanecen casi improductivas en la administración francesa, habrá hecho dar un gran paso a la educación política del país; habrá, al mismo tiempo, adelantado la consolidación del nuevo orden social en el cual Francia busca vanamente, desde hace medio siglo, los altos destinos que le prometen la capacidad de sus recursos y el talento de sus hijos.
En cuanto al plan detallado de esta estadística nacional, sólo podría ser trazado por un conjunto de hombres convenientemente escogidos, y entre los cuales necesariamente figurarían las personas que, en nuestras diversas administraciones, ya se ocupan con éxito de este tipo de investigaciones o de los estudios generales que se relacionan con ellas. Al terminar estas consideraciones con un Compendio de una estadística general de Francia, no tenemos en absoluto la pretensión de haber acabado una tarea que sabemos que está por encima de las fuerzas de un solo hombre: nuestra única finalidad al presentar este incompleto esbozo es hacer valorar el alcance de la estadística a las personas que no están familiarizadas con el tema, y de dar así una base a las consideraciones que son el objeto de la presente reseña.
Frédéric Le Play: Consideraciones generales sobre la Estadística |
(Traducción de José Ignacio GARRIGÓS MONERRIS).
Play, Frédéric Le (2006). Consideraciones generales sobre la Estadística. Reis. Revista Española de Investigaciones Sociológicas, (115),335-345.[fecha de Consulta 29 de Noviembre de 2021]. ISSN: 0210-5233. Disponible en: https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=99715243012.
Obras
Les Ouvriers européens, 1855.
La Réforme sociale, 1864.
L'Organisation de la famille, 1871.
La Constitution de l'Angleterre, 1875 (en colaboración con M. Delaire).
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