Ely Chinoy: Conformidad y control social (La sociedad. Una introducción a la sociología, 1966)

Conformidad y control social

Ely Chinoy

Parte Cuarta: Orden y desorganización sociales.

Capítulo XVI de La sociedad. Una introducción a la sociología.

Ely Chinoy: La sociedad. Una introducción a la sociología (1966)
Ely Chinoy: La sociedad. Una introducción a la sociología (1966)

El problema del control social

La Sociología, como hemos dicho, comienza con dos hechos básicos: la conducta humana sigue normas regulares y recurrentes, y la gente, en todas partes, vive con los demás y no sola. En su mayor parte, las regularidades en la conducta humana reflejan la presencia de la cultura y de un repertorio ordenado de relaciones sociales, y nuestro análisis se ha ocupado de algunas de las principales formas en que está organizada la vida social, así como de la manera en que las instituciones definen y controlan los actos de los hombres. Así, aunque el orden social está mantenido en cierto sentido por las normas que rigen las relaciones existentes entre los hombres —tradiciones, costumbres, leyes y otras re- glas—, debemos explicar aún por qué los hombres se conforman generalmente a las instituciones que definen la conducta apropiada o exigida.

La conformidad, de la que nos ocuparemos aquí, es corrientemente, para muchos norteamericanos, un schiimpfwort, término odioso que sugiere una creciente estandarización de la acción, la actitud y la creencia, y una decreciente voluntad de enfrentarse a las mareas prevalecientes de opinión y moda. Los críticos sociales lamentan la tendencia a aceptar las cosas tal como son, a asumir la actitud del Pangloss de Voltaire, que veía en todas partes el "mejor de los mundos posibles". Puede haber en verdad bases para estas quejas, aunque alguna medida de conformidad es obviamente un requisito de toda sociedad ordenada. La sociedad no podría existir si la gente no fuese capaz de predecir cómo van a actuar los demás, si los hombres no cumplen con sus deberes ordinarios y si todas las reglas sociales son violadas o ignoradas.

Solamente si la sociedad estuviese ordenada como un panal o un hormiguero, o si, como en el Brave New World de Aldous Huxley, los hombres estuviesen rigurosamente condicionados como embriones para sus futuros papeles sociales, habría una completa conformidad. Algunas áreas de la conducta permanecen no reguladas en todas las sociedades, y aun dentro de una sociedad totalitaria el material humano refractario encuentra a menudo diversas técnicas para oponerse a la subordinación total? Sin embargo, el significado de la individualidad y la no conformidad se encuentran sólo en relación a las normas sociales a que debe conformarse el mayor número de personas durante el mayor tiempo.

La gente está obligada a obedecer los dictados de su cultura según formas diferentes. Desde un punto de vista, las obligaciones son externas, derivadas de la cultura y de las demandas de la vida social, las cuales operan en las situaciones concretas en que se encuentran los hombres.

Hemos visto ya cómo el poder, la autoridad y la religión sirven para imponer el respeto a las normas sociales, y hay otras formas institucionales de control social que deben ser examinadas. Desde otra perspectiva, las obligaciones son internas, derivadas de las necesidades, los deseos y los intereses del individuo. En cierto sentido, estas presiones internas son también desarrollables (biográfica e históricamente), ya que se incorporan a la persona a lo largo de su experiencia social.

Estas dos formas de control social —internas y externas, O desarrollables y situacionables— están estrechamente interrelacionadas. Nuestra tarea consiste aquí en ver cómo la conformidad a la costumbre llega a ser un hábito personal o una obligación; cómo la aceptación de la auto- ridad llega a ser parte de la personalidad; y cómo los objetivos social- mente sancionados llegan a convertirse en ambiciones privadas. Las respuestas a estas cuestiones necesariamente destacan la influencia de la cultura y la sociedad sobre el individuo, pero no es preciso considerar a la persona como una mera creación de su medio social. Como ya señalamos antes (véase el capítulo 1v), la relación entre el individuo y la sociedad es continua y dinámica, e implica procesos recíprocos. Esta relación es a veces armónica, a veces antagónica. La adhesión a las normas sociales —que con frecuencia admite alguna variación en la conducta— puede ser espontánea y voluntaria, libre de incertidumbres y dudas.

Pero también puede ser reluctante y opuesta a la voluntad, o incluso ser aceptada solamente bajo la imposición o la amenaza de la fuerza física, O de otras fuertes sanciones externas. Además, siempre hay aquellos que desprecian algunas o incluso la mayoría de las normas sociales, y tienden a desviarse de sus exigencias. Ningún individuo obedece todas las reglas en todo momento; es decir, nadie refleja exactamente la cultura, un hecho que es inherente a la vida social como sabemos bien. En el capítulo xvII nos ocuparemos de la naturaleza y las fuentes de la conducta desviada. Aquí intentaremos explorar las formas en que la gente es inducida a seguir, con diversos grados de variaciones que corresponden a la idiosincrasia permitida, los dictados de su cultura.


La socialización

Las coacciones internas, que hacen que los hombres obedezcan las reglas de la sociedad, son adquiridas de modo peculiar por cada individuo durante el proceso de socialización que transforma al niño en una persona capaz de participar en la vida social. Al describir este proceso, sin embargo, no necesitamos preocuparnos por las condiciones biológicas de la socialización —por ejemplo, ciertas tendencias orgánicas y la capacidad de aprender y de hablar— o por la compleja secuencia de la maduración y el desarrollo del cual surge, como una estructura distintiva, la personalidad. Tampoco es necesario explorar en detalle la naturaleza de tal estructura o la dinámica psicológica que ella implica: éstos son problemas que corresponden a la psicología. Los sociólogos se preocupan más por los agentes de la socialización y los mecanismos gracias a los cuales se aprenden y llegan a formar parte de la personalidad la conducta social y los patrones morales.

El principal agente en el proceso de socialización es usualmente la familia o el grupo de parentesco, los cuales cuidan al niño en sus primeros años de formación. Casi desde el momento de su nacimiento, se asignan al niño papeles sociales a los cuales debe conformarse —y para los cuales se le prepara— o medida que participa dentro de la familia, al principio en forma pasiva y después como un miembro cada vez más activo de ella. Como nuestros vínculos más estrechos son generalmente aquellos que mantenemos con nuestros padres, nuestros hermanos y con otros parientes, la experiencia y las expectativas familiares suponen un especial peso emocional y tienen por ello particular importancia en la configuración de la personalidad y en la trasmisión de las exigencias culturales.

En todas las sociedades, sin embargo, hay también otras personas O grupos que participan en el proceso de socialización. En algunos pocos casos, otros agentes pueden remplazar prácticamente a la familia. El kibbutz israelita asigna el cuidado de los niños a las niñeras de la comunidad, con excepción de algunas horas durante el día en que los niños son atendidos por sus padres; cuando los niños abandonan la guardería, permanecen todavía con sus compañeros de la misma edad en un establecimiento comunal, en vez de volver a sus familias. Los grupos de compañeros se encuentran de hecho en la mayoría de las sociedades, y en algunas de éstas cumplen importantes funciones en la definición de la conducta apropiada, en la determinación de patrones y en el inculca- miento de finalidades, así como en la imposición de la conformidad mediante distintas sanciones institucionalizadas.: En contraste con la familia, que es más autoritaria (y así es en cierto grado, desde el punto de vista del niño) y más susceptible de trasmitir valores tradicionales, el grupo de compañeros ofrece por lo general una experiencia más igualitaria —aunque también puede en algunos casos llegar a ser bastante autoritaria— y proporciona con frecuencia oportunidades para explorar temas prohibidos en las relaciones con los adultos.

En cualquier sociedad industrial compleja, donde la sola familia no puede formar adecuadamente a los niños para sus papeles adultos, otros agentes, especialmente la escuela, también contribuyen de modo significativo en la preparación para la vida social adulta. No sólo se espera que la escuela trasmita habilidades y conocimientos prácticos, sino también valores culturales importantes: patriotismo, ambición, puntualidad, preocupación por los demás, etcétera. La influencia de la escuela es afectada, por supuesto, por las actitudes y la conducta familiares, que pueden facilitar o impedir los esfuerzos formales de tipo educacional. La propia escuela incluye tanto a la organización formal, con programas preparados y procedimientos establecidos, como a los profesores con los cuales pueden establecer los estudiantes relaciones personales que afectan de manera importante sus actitudes y su conducta; ella también constituye un centro adecuado para el desarrollo de los grupos informales de compañerisnio.

Finalmente, en la sociedad contemporánea los medios de comunicación de masas también contribuyen a la socialización del niño, así como a la constante socialización del adulto. En los modelos de conducta que aportan y los valores que expresan y ejemplifican, los medios de comunicación de masas pueden reforzar los esfuerzos de la familia y la escuela, o bien debilitarlos y diluirlos. Los niños pueden aprender directamente de esos instrumentos, los cuales también pueden comunicar a los padres y amigos los patrones de conducta que trasmiten. Los medios pueden ser utilizados deliberadamente para la educación y el adoctrinamiento, como, por ejemplo, la televisión educativa en los Estados Unidos, o las formas de comunicación de masas que existen en la Unión Soviética, donde el régimen utiliza todos los métodos para difundir y mantener los valores aprobados. En una sociedad compleja y heterogénea, carente de valores "oficiales" y en la que no existen dirección y control centralizados, la influencia de los medios de comunicación de masas es incierta y no responde a un plan, es potencialmente disfuncional en relación a los patrones prevalecientes en ciertos grupos, o en lo que respecta a la sociedad en su conjunto. Aun en una sociedad totalitaria puede haber, sin embargo, un abismo entre la intención y el resultado, con posibles consecuencias no previstas ni deseadas que provienen tanto del contenido como de la técnica de los instrumentos de difusión.

Estos agentes de socialización operan mediante diversos mecanismos. A medida que crece, toda persona aprende a seguir inconscientemente muchas de las rutinas que le son impuestas —por ejemplo, comer tres alimentos al día en vez de dos o cuatro, tomar la comida con instrumentos en vez de hacerlo con los dedos, saludar a la gente con la mano en vez de besarla o rozarle las narices. Los modelos de estas formas convencionales de conducta se encuentran en la familia, entre los compañeros, en la escuela y en los medios de comunicación de masas, nero Hlegan a formar parte de los patrones habituales gracias a la repetición y a la imposición. Como la gente está condicionada para responder a muchos estímulos sociales mediante gratificaciones a la conformidad y castigos a la desviación, sus impulsos son canalizados dentro de lineamientos culturalmente definidos.

Sin embargo, la adquisición de hábitos culturalmente normados no es un proceso mecánico, pero está generalmente ligado a juicios sobre lo recto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo. Estos patrones morales y culturales, que refuerzan y mantienen muchos hábitos individuales, son adquiridos por cada persona en formas diversas y complejas, pero siempre en interacción con los demás. Los valores, como los hábitos, se aprenden en su mayoría de los padres, en parte a través de expresiones de aprobación o desaprobación frente a la conformidad o la no conformidad. Un niño de clase media en los Estados Unidos que tome algo que no le pertenece se ve obligado a "devolverlo" v se le enseña que uno no debe tomar lo que es propiedad de otros. Si él no cumple con alguna tarea que le ha sido asignada —la tarea escolar, la siega de! nasto, la práctica del piano o del violín—, se le recordará la importancia que tiene el persistir y el hacer bien las cosas. En los hogares de clase media se critica el desaliño, la falta de cuidado y la dilación, mientras que se aplaude la limpieza, la precisión y la puntualidad en las tareas domésticas. En otras sociedades, por supuesto, o en otras clases sociales, se estimulan diferentes valores y normas: por ejemplo, la modestia, subrayada generalmente en las familias norteamericanas, puede tener relativamente poca importancia, como ocurre entre los isleños trobriandeses; el respeto a los mayores, que es fuertemente subrayado entre las clases media y alta de la Gran Bretaña, es menos destacado en los Esta- dos Unidos; la igualdad, que es un valor fundamental en Norteamérica, es mucho menos importante en la mayoría de las sociedades de la Europa Occidental.

Los niños adquieren valores no sólo a través de preceptos explícitos y premios y castigos públicos, sino también gracias a la sugestión, a la implicación y al ejemplo. Nada necesita decirse explícitamente para que el niño reconozca las cualidades que son altamente valiosas y aquellas que no lo son. Puede oír en la escuela que "el humilde heredará la tierra", pero también podrá testimoniar admiración hacia el fuerte. Sensible a los matices emocionales que hay en la conducta paterna, puede reconocer a menudo la aprobación o desaprobación implícitas de sus actos o de los de cualquier otra persona, aun si ello no se expresa abiertamente.

Los padres no necesitan decirle que copie su conducta para que logre imitarlos, ya sea abierta o discretamente. En la compleja interacción que hay entre padres e hijos, la persona no sólo aprende acerca de las convenciones y normas que rigen la vida social, sino también las interioriza, es decir, las incorpora a su propia personalidad. El proceso mediante el cual son interiorizados los valores y las reglas específicas es complejo, pero está generalmente vinculado de modo estrecho a las relaciones íntimas que existen entre los hijos y los padres. Debido a estos vínculos emocionales, los hijos tienden a identificarse con sus padres: quieren llegar a ser, hasta donde sea posible, como ellos. Los hijos tienden a identificarse con sus padres, las hijas con sus madres, aunque el proceso es a veces sólo parcialmente completado, a veces no lo es nunca, y a veces asume formas poco usuales o distorsionadas. Los patrones de los padres —que son por lo general también los patrones de la sociedad— llegan a ser eventualmente parte de la personalidad del niño, una especie de guardián interior que vigila y juzga sus actos. En cierto sentido, el padre está siempre presente, y cuando no se logra vivir de acuerdo con los patrones paternos puede generarse un sentimiento más o menos doloroso de culpabilidad, pues estas normas interiorizadas constituyen la conciencia o, en términos de Freud, el super ego.

Por supuesto que podemos por varias razones desobedecer tales reglas y sufrir las congojas de la culpabilidad, pero en la mayoría de los casos parece que el temor a la culpabilidad sirve para inducir la conformidad hacia aquellas normas sociales que fueron incorporadas a los preceptos paternos.

Este proceso sumamente generalizado está sujeto por supuesto, a in- finitas variaciones. Las familias se desintegran y no ocurren las secuencias usuales. Otros adultos remplazan a los padres, que pueden ser rechazados por sus propios hijos. En una sociedad en que todos los niños son cuidados por las mujeres, el original apego del hijo a su madre puede ser tan fuerte que el niño encuentra difícil establecer su fidelidad al padre e identificarse completamente con él. Por distintas razones, el hijo puede quedar ligado a la madre y la hija al padre. En estas variadas circunstancias, puede ocurrir que el niño no llegue nunca a interiorizar los valores de su cultura o no asigne a ciertos valores la misma importancia que tiene para los demás. Alternativamente, el niño puede adquirir valores o tendencias psicológicos apropiados a las exigencias prevalecientes de carácter social y cultural gracias a estas secuencias menos típicas. Como han señalado Warner y Abegglen, por ejemplo, muchos activos ejecutivos de los negocios en los Estados Unidos carecen de fuertes apegos a sus padres, pero están en cambio profundamente influidos por sus madres.2 Si existen diferencias en la estructura familiar, otros parientes distintos al padre o a la madre pueden desempeñar un papel central en el desarrollo de la personalidad.? ; Los valores derivados de los padres o de otros adultos, y asimilados a la personalidad, no consisten solamente en "haz esto" y "no hagas esto", sino también incluyen finalidades y aspiraciones positivas. Al tratar de ser como el padre o vivir de acuerdo con sus expectativas —ahora interiorizadas y formando parte del carácter de la persona—, el individuo es conducido a buscar objetivos socialmente aprobados. Gracias a la influencia de los adultos que sirven como una especie de banda de trasmisión cultural, él aprende a desear lo que la cultura le impone como objeto de su deseo —llegar a ser rico y famoso, realizar algunas tareas socialmente válidas, ser un ciudadano respetable y apegado a la ley—, a menos que su modelo o mentor haya sido un criminal, un excéntrico o un rebelde. Es decir, la persona no está simplemente limitada por restricciones interiorizadas O constreñidas a modos exigidos de conducta por su conciencia, sino también adquiere generalmente por parte de sus padres los resortes de la acción que pueden canalizar los impulsos y energías hacia cauces que son potencialmente útiles desde el punto de vista social y remuneradores desde el punto de vista personal.

Las tendencias hacia la conformidad —y no podemos definir estas fuerzas internas como más determinantes de la conformidad que las tendencias externas, ya que ellas operan en situaciones sociales que pueden afectar también la conducta de modo significativo— derivan no sólo de valores interiorizados, sino también de actitudes y sentimientos genera- dos en el transcurso del cuidado y la formación del niño. Los intelectuales de orientación psicoanalítica han tratado de demostrar la existencia de una relación entre los métodos utilizados para la alimentación, la enseñanza del aseo y la disciplina del niño, y las distintas instituciones, ' creencias y valoraciones.* Aunque parece haber poca evidencia concluyente para aceptar una conexión directa entre las técnicas de la atención infantil y las normas específicas de conducta, los rasgos generales de la personalidad parecen estar afectados en cierto grado de importancia por la manera como han sido cuidados y formados los niños. Por ejemplo, el tipo de disciplina que ha sido impuesta al niño puede generar una actitud hacia la autoridad en general que parece tener alguna importancia en la configuración de las reacciones adultas hacia el ejercicio de la autoridad en diversas situaciones sociales. Los niños educados dentro de familias rígidas y autoritarias, sin suficiente ternura y afección (se ha argumentado sobre la base de por lo menos cierta evidencia empírica), tienden a devenir personalidades rígidas que son sumisas hacia la autoridad constituida y disfrutan al mismo tiempo mandando a los demás.

Bajo ciertas circunstancias, no obstante, estas "personalidades autoritarias" pueden también rebelarse violentamente contra la autoridad debido a que sus propios sentimientos son de hecho profundamente ambivalentes, y su fácil aceptación de la autoridad provoca a menudo una fuerte hostilidad y un gran resentimiento contra la rígida disciplina a la que estuvieron sometidos alguna vez). Otros rasgos importantes de la personalidad —por ejemplo, la agresividad, la retención, la desconfianza, el espíritu de contradicción y la aceptación— reflejan también no solamente los valores explícitos de la cultura, sino los modos de la educación infantil. De allí que la gente no sólo actúe generalmente como se espera que lo haga, sino sea también por lo común la clase de gente que se espera llegue a ser.

En la medida en que los rasgos de la personalidad son coherentes con las tendencias culturales prevalecientes y permiten una fácil adaptación a las exigencias de los papeles sociales que debemos desempeñar, ellos contribuyen en forma importante al orden social. La coherencia entre los rasgos de la personalidad y los requerimientos culturales es siempre incompleta o parcial, y en algunos casos no existe en absoluto.

Por ejemplo, las personas agresivas pueden ser miembros de una sociedad en que la manifestación abierta de las agresiones está prohibida o confinada a ciertos casos y momentos. Aunque hay a menudo una aparente sumisión a los requerimientos adultos, la experiencia en la infancia puede proporcionar de hecho poca preparación emocional para los papeles adultos. Entre los manus de la Nueva Guinea, los niños son libres y no están sometidos a ninguna restricción, carecen de responsabilidad, y están sujetos a muy poca o a ninguna autoridad; sin embargo, cuando llegan a la madurez son introducidos repentinamente a un complejo sistema de deberes, obligaciones y responsabilidades que deben aceptar.

Parece probable, sin embargo, que las sociedades que estimulan sentimientos y tendencias emocionales adecuados a sus requerimientos institucionales aseguran con mayor facilidad la obediencia a sus normas, la diferencia de lo que ocurre en sociedades que imponen requerimientos onerosos, contrarios a las predisposiciones psicológicas adquiridas. (Sin embargo, como veremos después, existen a menudo aparatos institucionalizados que aseguran la conformidad suavizando las tensiones que crean semejante discontinuidad.) Los mecanismos de socialización que operan en el seno de la familia son perceptibles también, según grados diversos, en otros agentes. Los grupos de compañeros o los profesores expresan aprobación y ofrecen premios a la conducta culturalmente sancionada. Si ellos condenan o castigan la violación de las reglas sociales, ayudan por otra parte a extinguir o inhibir las inclinaciones no conformistas. (También pueden, por supuesto, estimular la conducta desviada, como en el caso de las pandillas juveniles.) Las medidas con las cuales los agentes no familiares exigen la conformidad a sus demandas también contribuyen al desarrollo de los rasgos de la personalidad que son apropiados —o impropios— para los papeles que debe desempeñar la gente. Una rígida insistencia en la necesidad de obedecer, y el castigo físico, el desprecio y el ridículo en los casos de transgresión, producen con toda probabilidad resultados psicológicos muy distintos a los que se obtienen cuando existe una tolerancia hacia las diferencias individuales, una explicación racional sobre la necesidad de vivir de acuerdo con las normas, y la expulsión del grupo cuando se desdeñan sus convenciones. Sin embargo, los efectos de cualquiera de estas medidas depende en parte de la naturaleza de las relaciones sociales que tengamos; mientras más estrecha e íntima sea la relación, más efectivo será el amigo, el profesor o cualquier otro como un agente de socialización. Como ya hemos señalado, la influencia dominante de la familia proviene del hecho de que las relaciones con los padres y los hermanos son mucho más fuertes que las que se mantienen con gente que no pertenece a la familia.

Debido a la constante preocupación humana por las opiniones de los demás, los juicios y reacciones que provoca nuestra conducta no sólo contribuyen al aprendizaje y a la interiorización de las normas sociales, sino también sirven directa y continuamente como instrumento de control social. En el ejemplo de teoría sociológica que ofrecimos en el capítulo 1, la premisa mayor era la afirmación de que la gente tiende a vivir de acuerdo con las expectativas de los demás. Esta tendencia, sin embargo, es en sí misma dependiente del proceso de socialización del cual emerge. Los padres, los profesores y los compañeros pueden estimular o desalentar la sensibilidad hacia las actitudes de otra gente, ya sea disminuyendo o acentuando la importancia de la impresión social que uno produce, o ya sea por las actitudes hacia la idiosincrasia, las relaciones interpersonales y el ajuste social. Los padres pueden destacar como más importantes la obtención de amigos que el dominio de habilidades físicas; la escuela puede dar más atención al trato que tengamos con los compañeros de clase que a la importancia de completar cierta tarea; los amigos pueden preferir la "broma sana" hacia las personas que poseen intereses o habilidades poco usuales.

En suma, la socialización estimula la conformidad en tres formas diferentes: inculcando una conciencia de la costumbre y la tradición, inspirando una conciencia autorreguladora que incorpora valores sociales, y sensibilizando al individuo frente a los juicios y expectativas de los demás. Estas tres formas de conformidad se distinguen para los propósitos del análisis; en cualquier situación concreta, están por lo común estrechamente interrelacionados, aunque no siempre se refuercen mutuamente. Pueden, por supuesto, exigir la misma conducta, pero también pueden constituir un conjunto conflictivo e incoherente de presiones que empujan hacia diferentes direcciones. La tradición puede requerir cierta acción, nuestra conciencia puede dictar otra, y otras personas pueden esperar una tercera. Tal incoherencia refleja en parte una falta de integración en la propia sociedad. Pero también refleja los hechos del cambio social y las verificaciones de la opinión pública que pueden no ser ya coherentes con la tradición o la conciencia privada. Además, las situaciones dentro de las cuales debe actuar la gente son frecuentemente complejas; sus respuestas, pues, no son automáticas ni simples. Los hombres deben a menudo escoger entre varias opciones, todas ellas socialmente aceptables; en cierto sentido, su conducta forma parte de un constante drama en el que las personas deben equilibrar la tradición, los patrones personales y las expectativas sociales. La necesidad —y la oportunidad— de tal elección estimula por igual la conciencia y la individualidad que podría inhibir un "sistema estrechamente integrado de control social.


Modos cambiantes de la conformidad

Estos modos de la conformidad —la influencia de la tradición, las normas autoimpuestas y la sensibilidad a los juicios de los demás— no tienen necesariamente la misma importancia, como David Riesman ha subrayado en The Lonely Crowd, sino pueden variar en lo que respecta a su influencia sobre la conducta. Aunque los tres son operativos, en el proceso de socialización uno de ellos puede adquirir un mayor peso que los otros. Por ejemplo, los niños pueden ser estimulados a ser sensibles hacia las opiniones y expectativas de los demás, y su formación puede hacer poco por inculcarles una fuerte e inflexible conciencia. Riesman llama "dirigidas por los otros" a las personalidades que están dominadas por una preocupación hacia las opiniones. Alternativamente, "el carácter" puede tener más importancia que la sensibilidad social, produciendo entonces personalidades "dirigidas internamente". O, en fin, el tercer modo, es decir, la "dirección tradicional", puede ser estimulada a expensas de los otros dos.

La importancia relativa de estos tres modos de la conformidad —al igual que la que tienen los rasgos psicológicos predominantes— parece ser generalmente la misma dentro de los grupos homogéneos. Sin embargo, entre los miembros de una sociedad más grande y compleja, la tradición, la conciencia y la atención hacia los demás están combinadas de diversas maneras, y, en diferentes épocas, puede variar el equilibrio entre tales orientaciones. Los Estados Unidos del siglo XIX, dice Riesman, representaron una era en la que la dirección interna era evidente entre las personalidades más destacadas; fue un periodo que destacó la conciencia individual y en la que prevalecieron los hombres autocontrolados por sus demonios privados. La era moderna, por otra parte, agrega Riesman, está cada vez más dominada por la dirección de los demás, sobre todo en la clase media alta. Este desplazamiento procede de alteraciones fundamentales ocurridas tanto en los valores culturales como en la estructura social. La gente se preocupa más por el consumo que por la producción. Los individuos deben funcionar cada vez más dentro de contextos burocráticos en los que la "personalidad", es decir la manera como impresionamos a los demás, llega a ser más importante que el "carácter". La sensibilidad hacia los demás es, por tanto, más útil para arreglárnosla en el mundo que la independencia y la autoafirmación. Tales cambios han hecho que muchos padres destaquen nuevos valores y sigan diferentes métodos en la educación infantil, estimulando a las escuelas para que adapten sus técnicas y su contenido educacional a las nuevas exigencias. Los libros que se leen y el contenido de los medios de información masiva se orientan en direcciones semejantes.

Como resultado de ello, los niños son estimulados para que desarrollen, según la frase de Riesman, una sensibilidad de "tipo radar" hacia los otros, en vez del "giroscopio" interno que mantiene firme a la persona dirigida internamente.

Aunque la sensibilidad hacia las opiniones de los demás es siempre importante, y quizás haya aumentado en la Norteamérica contemporánea, no siempre tiene relevancia el juicio de cualquier individuo. En vez de ello, la gente se preocupa principalmente por aquellas personas particulares cuya buera opinión merece respeto. Los padres, por supuesto, son particularmente importantes como "otros" cuyos serios juicios merecen atención. Pero, sugiere Riesman, en la clase media alta la influencia paterna ha disminuido en la medida en que se da más atención a las opiniones de los amigos, los cuales juegan por tanto un papel crecientemente importante en la socialización. El grupo de compañeros, a su vez, toma muchos de sus valores directamente de los medios de comunicación de masas, cuyo efecto también ha aumentado.

Los modos dominantes de la conformidad reflejan no sólo los métodos de educación infantil, sino también los valores aceptados, los cuales, a su vez, influyen por supuesto en la manera como se educa a los niños. Los atributos de la personalidad, como la conducta pública, son juzgados mejores o peores, más o menos aconsejables. Los cánones de la amistad y la fácil adaptación de las demandas sociales pueden recibir mayor atención que la perseverancia en la búsqueda irremisible de objetivos privados, aunque sean socialmente aceptables. Por otra parte, el reconocimiento de las normas tradicionales puede ser considerado como más importante que la satisfacción de las necesidades personales o la sociabilidad amistosa; un código de honor "aristocrático", por ejemplo, tiene mayor importancia que otros valores. La propia cultura, por tanto, puede ser caracterizada como cultura dirigida internamente por los demás o por la tradición, y podemos preguntarnos hasta dónde se "adaptan" la cultura y los modos de la conformidad que prevalecen entre los miembros de la sociedad. Cuando los valores y los modos prevalecientes de conformidad tienden a coincidir, la gente es más susceptible de adaptarse con facilidad a sus papeles sociales; cuando los valores determinan una conducta que no congenia con las personas socializadas para responder a otras normas, disminuye la posibilidad de sumisión a las demandas culturales —aunque, sin embargo, las presiones externas pueden ser suficientemente fuertes para asegurar la adhesión a los requerimientos institucionales.

El análisis de Riesman ha sido discutido tanto desde el punto dé vista teórico como desde el terreno histórico. Se ha dicho que la sociedad norteamericana del siglo x1x era ya una sociedad dirigida por los otros; los valores y normas de conducta atribuidos principalmente a la clase media alta de mediados del siglo xx se consideran como característicos de los norteamericanos, del pasado y del presente. Como muchas otras ideas germinales dentro de las ciencias sociales, las interpretaciones históricas de Riesman no resultan fácilmente comprobables, y la evidencia está sujeta con frecuencia a explicaciones alternativas. Por ello, algunos sociólogos han rechazado el análisis de Riesman, ya que, según afirman, éste sólo ofrece aproximaciones sugestivas en vez de presentar un cuerpo de proposiciones científicas comprobables.

A pesar de estas críticas, el trabajo de Riesman tiene considerable valor e importancia. Vincula dentro de un esquema teórico a proposiciones aceptadas relativas a la importancia de la tradición, los valores interiorizados y la interacción social, introduciendo este esquema al análisis del proceso de cambio social. Aun si algunas de las afirmaciones concretas se revelan inadecuadas —como ha ocurrido ya con varias de ellas— y toda la teoría resulta falsa, Riesman tiene ya el mérito de haber introducido nuevas luces en lo que se refiere a las fuentes de la conformidad. Junto con observadores como Erich Fromm, William F. Whyte y David Potter, que encuentran normas semejantes en la cultura y la personalidad norteamericanas, Riesman ha ofrecido también una sugestiva interpretación de la sociedad y la cultura norteamericanas de la época contemporánea. Aunque uno de los objetivos centrales de la investigación sociológica es llegar a proposiciones comprobadas dentro de una teoría sistemática, todavía tienen un papel importante los ensayos convincentes y sugestivos —como The Lonely Crowd— que proporcionan frescas perspectivas y sugieren nuevas hipótesis.

En realidad, el propio progreso científico requiere un intercambio considerable entre la cuidadosa investigación empírica, la teoría siste- mática, las observaciones perceptibles y las interpretaciones especulativas.


La reciprocidad

Aunque el proceso de socialización crea importantes tendencias hacia la conformidad, puede no conducir a una aprobación automática de las normas sociales o las exigencias de los demás. La dinámica de la personalidad y la naturaleza de la propia sociedad impiden tal obediencia infalible e irresistible a los imperativos sociales y culturales. La recompensa personal y la conformidad social están frecuentemente reñidas; aun la más perfecta socialización no podrá subyugar completamente los impulsos privados, y puede, de hecho, crear fuertes presiones para que la gente soslaye las normas sociales. La propia sociedad requiere a menudo una conducta que resulta molesta, difícil y tediosa, y es probable que tengan que movilizarse entonces potentes fuerzas para asegurar la obediencia. El individuo no sólo está en cierta medida motivado y habituado a seguir los dictados de su cultura y su sociedad, sino también está constreñido por diversas circunstancias externas, especialmente por sus relaciones con los demás y las sanciones institucionalizadas.

Toda persona está en cierto grado dentro de .una red de expectativas y obligaciones recíprocas que lo obligan a llevar a cabo ciertas actividades sancionadas socialmente. La importancia de la reciprocidad como un medio para asegurar el cumplimiento de las normas sociales lo ha mostrado claramente Bronislaw Malinowski en su estudio sobre los isleños trobriandeses. El "salvaje", dice Malinowski, no sigue a la tradición y a la costumbre " "servilmente", 'inconscientemente", 'espontáneamente", gracias a una "inercia mental combinada con el miedo a la opinión pública o al castigo sobrenatural; o debido también a un "potente sentimiento de grupo si no es que a un instinto de grupo"."1% Aunque es probable que la mayoría de los hombres acepten voluntaria y espontáneamente buena parte de los dictados de su cultura, existen a veces aquellos que son inclinados a despreciar sus deberes socialmente prescritos a fin de poder satisfacer sus propios intereses personales. La conformidad está asegurada por la necesidad de cumplir con las obligaciones recíprocas. Estos deberes sociales están a menudo claramente definidos: el intercambio económico, por ejemplo, asume la forma de regalos a los clientes regulares. Entre los trobriandeses, 'la aldea interior proporciona verduras al pescador; la comunidad de la costa corresponde con pescados... (este) sistema de obligaciones mutuas... obliga al pescador a corresponder cada vez que ha recibido un regalo de su asociado del interior y viceversa. Ningún asociado puede rehusarse a ello, ni ser avaro en su regalo correspondiente, ni debe retrasarlo".11 Nominalmente, estos obsequios se ofrecen libremente, aunque se conserva un cuidadoso registro, y, a la larga, se espera que las cosas dadas y las recibidas se equilibren, "beneficiando por igual a ambos lados".

Un sistema de intercambio económico es quizás el más obvio y visible ejemplo de reciprocidad, pero también puede encontrarse en muchas otras esferas de la vida social. Como señala Malinowski, los vínculos maritales y familiares entre los trobriandeses descansan en obligaciones recíprocas; el hermano de una mujer le proporciona alimentos, pero su esposo debe hacerle obsequios periódicos a él. El duelo de una viuda por un esposo fallecido —un deber hacia el clan de éste— exige pagos rituales. Las relaciones sociales son rara vez definidas por los participantes en términos de servicios y obligaciones recíprocas, aunque a menudo la gente está ligada por un intercambio correlativo de beneficios. Se espera que los amigos se inviten mutuamente a cenar, que los parientes se intercambien obsequios, que los políticos correspondan a las contribuciones de su campaña con cargos u otros favores. Este dar y recibir también se lleva a cabo de un modo sutil y casi imperceptible. Simmel escribe:

Un individuo, quizás, da "espíritu", esto es, valores intelectuales, mientras que otro muestra su gratitud correspondiendo con valores afectivos. Otro más, por ejemplo, ofrece los encantos estéticos de su personalidad, y el que los recibe, que resulta de una naturaleza más fuerte, le compensa inyectándole poder de voluntad, firmeza y resolución.

La participación en cualquier sistema de reciprocidad depende indudablemente del hábito, de la aceptación de la costumbre y la tradición, y de la preocupación por mantener el buen nombre, pero además existen a menudo recompensas importantes que pueden obtenerse de la conformidad, y también pérdidas que serán sufridas en el caso de no poder cumplir con las obligaciones. Tanto el pescador como el cultivador trobriandeses sacan provecho de su intercambio, y ambos saldrían perdiendo si no llegaran a cumplirse los acuerdos existentes. Los amigos obtienen provecho de su mutua sociabilidad, el esposo y la esposa obtienen placeres recíprocos, los parientes disfrutan con la generosidad de los otros, y los políticos y contribuyentes de su campaña se benefician con la ayuda que se dan mutuamente.

Bajo estas formas de beneficios recíprocos, sugiere Alvin Gouldner, hay una "norma de reciprocidad" que exige que la gente ayude a quien la ha ayudado, y se cuide de molestar a aquellos de quienes ha recibido beneficios. Esta norma, dice Gouldner, se encuentra en todas las sociedades, aunque las obligaciones específicas son por supuesto definidas de modo muy variado por las diferentes culturas, y a menudo son contingentes en lo que se refiere a los valores de los servicios rendidos.


Las sanciones

A pesar de los elementos que inducen a la conformidad y que están incorporados a la personalidad o contenidos en las normas de obligaciones recíprocas, subsisten inevitablemente ciertas tendencias a despreciar la costumbre y la ley. Junto con las exigencias morales y tradicionales de la cultura, y las recompensas positivas por hacer lo que se espera de uno —por ejemplo, la celebridad, el prestigio y la ganancia económica—, hay varias clases de sanciones O penas externas que se aplican a quienes desafían las normas sociales y son descubiertos. Las infracciones privadas o no descubiertas permanecen naturalmente sin castigo, con excepción de la ansiedad o el sentimiento de culpabilidad que pueden provocar.

Es seguro que, en sí misma, la amenaza de sanciones no es siempre suficiente para evitar la no conformidad, pero forma parte de la completa constelación de fuerzas que ejerce presión para que se obedezcan las prescripciones culturales.

Cada organización o grupo tiene sus propias sanciones, las que serán impuestas a sus miembros cuando exista violación a las normas del grupo.

Los miembros de un grupo informal de amigos pueden castigar a un ofensor de sus normas mediante el ridículo y la mofa, o, si la ofensa es grave, mediante la expulsión. Los padres norteamericanos de la clase media utilizan diversas sanciones para hacer efectiva una conducta correcta: prohibición temporal de los placeres habituales como, por ejemplo, ver la televisión o ir al cine; suspensión de la asignación regular; una azotaina, o, en casos extremos, el retiro temporal del afecto.

En las organizaciones formales .hay por lo general castigos regularmente definidos para las ofensas que se cometen contra sus reglas. Un trabajador que desobedece las reglas de la compañía puede ser suspendido por algún tiempo o incluso cesado. La violación del código de la ética profesional de los médicos puede llevar a la expulsión de la Asociación Médica Americana, y, cosa aún más importante, del grupo local de profesionistas, o, en casos graves, la suspensión de la licencia para la práctica profesional. De manera similar, la conducta inmoral de un abogado puede suponer la exclusión de la actividad profesional. Los miembros de un sindicato pueden ser expulsados por "conducta indebida", y los jugadores profesionales de beisbol pueden ser multados por practicar una conducta inadecuada en el campo de juego. Todas estas sanciones pueden ser impuestas sólo por aquellos que están autorizados a hacerlo, y en muchos casos están sujetas a una revisión legal.

En su calidad de asociación, la Iglesia puede también imponer sanciones —excomunión, penitencia, amenaza de condenación eterna—, pero éstas son "suprasociales", ya que afectan no sólo a las relaciones entre el individuo y la Iglesia, sino también a las relaciones que existen con un poder más alto.1* La efectividad de las sanciones religiosas depende de la creencia en las ideas religiosas y en la aceptación de la autoridad o el poder del dirigente o funcionario religioso.

Con excepción de la familia y a veces, de la escuela, que pueden imponer penas físicas menores, sólo el Estado posee el derecho legítimo y reconocido para aplicar la fuerza física con vistas a mantener el orden y la conformidad. Además de la cárcel, del trabajo forzado o la pena de muerte, el Estado puede, por supuesto, aplicar otras penalidades —por ejemplo, multas y suspensión de privilegios legales. Pero detrás de estos castigos se mantiene la posibilidad de medidas coercitivas. Debido a este poder, el Estado constituye claramente una de las instituciones básicas para hacer obligatoria la adhesión a muchas normas sociales. Su influencia, sin embargo, como vimos en el capítulo XIII, también está por lo general definida y limitada mediante la ley y la tradición. Puede esperarse que el Gobierno actúe con grandes restricciones, limitando sus sanciones potenciales a una gama reducida de actos prohibidos o requeridos, o, como ocurre en las sociedades totalitarias, puede tratar de controlar todas las esferas de la vida social.

Las sanciones controlan la conducta ya sea directamente, mediante formas de disuasión de la mala conducta, o indirectamente, mediante el reforzamiento de las reglas establecidas. Aunque es probable que la mayoría de los hombres se vean impedidos de violar las leyes o las convenciones, por lo menos en parte, debido a las posibles consecuencias, hay siempre quienes de un modo voluntario o por descuido se arriesguen a recibir castigos cuando tratan de lograr sus objetivos personales. La posibilidad de ser ejecutado no ha detenido las manos de muchos asesinos, y el criminal profesional supone frecuentemente que es bastante hábil para escapar a la captura. Pero, como ha señalado Durkheim, la importancia sociológica del castigo depende de sus efectos tanto sobre aquellos que lo imponen como sobre aquellos que lo reciben.

La reacción social que llamamos "castigo" se debe a la intensidad de los sentimientos colectivos que ofende el crimen; pero, desde otro ángulo, tiene la útil función de mantener ustos sentimientos en el mismo grado de intensidad, ya que disminuirían muy pronto si no fueran castigadas las ofensas contra ellos.

Es probable que la abierta contravención a la Ley o a la convención, por parte de algunos individuos, pueda provocar en otros ciertos deseos reprimidos u ocultos de hacer lo mismo. El Rey Lear de Shakespeare ve claramente esta posibilidad:

¡Bellaco esbirro, detén tu mano ensangrentada!
¿Por qué azotas a esa prostituta? Desnuda
tu propia espalda, ya que ardes en deseos de cometer
con la moza el delito por que la castigas. El usurero
hace prender al ratero.

El castigo del ofensor ayuda a reprimir este nuevo estímulo de los impulsos y refuerza así el respeto a las normas sociales.


Válvulas de seguridad institucionalizadas

Como sugerimos antes, las sanciones son necesarias debido a la persistencia de los deseos e inclinaciones personales, y a las presiones generadas por la propia sociedad. En el capítulo 1v advertimos que una de las principales contribuciones de Freud a nuestra comprensión de la personalidad es el conocimiento de la tensión persistente que existe entre las tendencias básicas y los requerimientos de la vida social. El propio pro- ceso de socialización, que crea deseos y dirige impulsos dentro de cauces culturalmente aprobados, también impone necesariamente límites a la expresión de las tendencias fundamentales. Aunque muchos de los sentimientos y emociones generados por la experiencia social se adaptan a las necesidades de la sociedad, algunos de ellos son siempre difíciles de ser expresados en formas aceptables. Como advertimos antes, ninguna sociedad está tan organizada —por fortuna— de manera que exista una completa correspondencia entre la cultura y la personalidad, con cada persona adaptándose fácilmente dentro de su nicho social, y adoptando sin ninguna reticencia los medios culturalmente aprobados para buscar fines también socialmente sancionados. Más aún, la propia vida social impone frustraciones y restricciones aun sobre las necesidades y las aspiraciones que ella crea; las incongruencias en la cultura y la organización social dejan insatisfechos casi inevitablemente algunos deseos y ambiciones.

Muchas categorías de normas culturales, entre ellas, por ejemplo, las bromas, los juegos y los deportes, las diversas clases de rituales, v las formas reguladas de conflicto, proporcionan salidas a las tensiones genera- das por las restricciones sociales y por las incongruencias culturales y estrircturales. Sin tales salidas, estas tensiones podrían aparecer bajo la forma de distintas clases de conducta desviada, o conducir a la ruptura de las relaciones sociales establecidas y las estructuras sociales existentes.

Entre las numerosas funciones sociales y psicológicas del humor, está el descanso emocional que proporciona en las situaciones difíciles, un resultado que se logra haciendo conscientes nuestros disturbios o expresando agresión contra personas hostiles o amenazantes. En un malicioso comentario sobre su pobreza crónica, los judíos de Europa Oriental bromeaban diciendo que "si un judío pobre come un pollo, uno de los dos debe estar enfermo". Los gentiles, que representaban un peligro, eran a menudo el blanco de las bromas judías, las cuales resultaban así una salida sana para la hostilidad. Dollard ha advertido una función semejante del humor entre los negros del Sur, los cuales tienen pocas oportunidades para expresar directamente su enojo y su antagonismo hacia los blancos dominantes.1* La siguiente broma, por ejemplo, se contaba entre los estudiantes negros de la universidad.

Una sirvienta de color y su patrona blanca quedaron embarazadas y dieron a luz al mismo tiempo. Pocos meses después, la mujer blanca llegó corriendo a la cocina y dijo: ¡oh, mi niño dijo hoy su primera palabra! | El pequeño niño de color, que se encontraba en una canasta sobre el piso, miró alrededor y le dijo: "¿y qué fue lo que dijo?".

Para los grupos dominantes, el humor puede servir como forma de justificar y mantener su posición privilegiada; los blancos, por ejemplo, cuentan historias para mostrar la buena voluntad con que los negros aceptan un status subordinado, y los gentiles hacen bromas sobre la agresividad de los judíos.

Gran parte del humor se refiere a actividades que están a menudo estrictamente reguladas, como la conducta sexual. En la conversación ligera o mediante las bromas es posible dar salida, aunque sea indirectamente, a los sentimientos que puede provocar una rígida restricción.

De manera semejante, las relaciones que son delicadas o ambiguas, como aquellas que se tienen con las suegras, son con frecuencia el blanco del humor, el cual proporciona una salida institucionalmente aprobada para la hostilidad o el antagonismo. Las relaciones difíciles son a veces suavizadas gracias a bromas o burlas regulares entre las personas implicadas.

Los juegos y los deportes, como el humor, pueden también servir de salidas para las emociones reprimidas. "Todo mundo, dice Max Lerner, por civilizado que sea, debe tener una oportunidad para exigir sangre." 18 (Si Freud tiene razón, la necesidad de este tino de descanso aumenta, más que disminuye, con el progreso de la civilización.) Muchos populares deportes norteamericanos —el box, la lucha libre, el futbol, el hockey— permiten experimentar en forma sustituta el puñetazo, la caída, la "llave" corporal. Y sin embargo, estas actividades resultan ligeras frente a la violencia ritualizada de la corrida de toros, la arena romana, la pelea de gallos o la horca pública. Es una hipótesis plausible, aunque sujeta a ser verificada sistemáticamente, que el grado de violencia tolerada y sancionada en una sociedad varía directamente con la fuerza de los impulsos agresivos generados por el proceso de socialización y las demandas culturales prevaleciente.

El ritual y el ocio también proporcionan descanso a las tensiones que se producen en el desarrollo normal de la vida social. La mayoría de las sociedades primitivas tienen ocasiones regulares en que las rutinas cotidianas son modificadas o alteradas, o, en ciertos casos, remplazadas por la licencia ritualizada. En la Europa Medieval, los días de fiesta constituían interrupciones en la monotonía de las actividades cotidianas, y permitían también un olvido momentáneo de las convenciones establecidas y un escape temporal de las normas aceptadas de deferencia y respeto. Durante la Fiesta de los Tontos, por ejemplo, se celebraba una misa burlesca acompañada con actos de bufonería y seguida por celebraciones festivas. La esencia de la fiesta "era que la relación entre el señor y el siervo, el amo y el esclavo, debía ser trastrocada por un momento".

Aunque las modernas actividades de ocio cumplen otras funciones —por ejemplo, como símbolos de status o cauces de la sociabilidad—, ofrecen obviamente un cambio de ritmo y una oportunidad para la expresión personal. Parece que la difusión de vacaciones formalizadas, la creciente participación en deportes como el golf, el tenis y el boliche, y la gran popularidad que han alcanzado la caza, la pesca, la navegación, esquiar y el paseo en bote en los Estados Unidos, reflejan no sola- mente una prosperidad económica, sino también la necesidad de escapar a la impersonalidad y a la organización formal de una sociedad cada vez más burocratizada. Muchas de estas actividades de recreación llegan a ser en sí mismas altamente vitualizadas y superorganizadas, disminuyen- do así la espontaneidad y el descanso que pueden proporcionar. Pueden encontrarse otras salidas en muchas zonas de la vida social.

El ritual religioso también ofrece oportunidad para la catarsis emocional, al mismo tiempo que refuerza las normas sociales al vincular a la gente dentro de una comunidad unida. "En las sociedades primitivas, dice Clyde Kluckhohn, la brujería puede servir como una salida para la hostilidad, al mismo tiempo que estimula la conformidad por temor de ser encantado." 20 La intensa vida emocional que se resiente en la familia moderna de clase media sirve de descanso, por lo menos en muchos casos, a las tensiones que provoca un mundo de trabajo cotidiano, impersonal, burocrático. Como indica Parsons, la seguridad emocional en algunas relaciones sociales —la comprensión, la aceptación y la seguridad dada por otra persona— disminuye las tendencias hacia la conducta agresiva o desviada.


Solidaridad y consenso

Finalmente, la conformidad hacia las normas sociales es estimulada por el mantenimiento de la solidaridad (cohesión social). Cuanto mayor es la identificación recíproca de los miembros de una sociedad, más fuertes son los vínculos que los unen dentro de un todo social, y menores las probabilidades de que violen la costumbre, la convención o la Ley.

Debe notarse que la solidaridad no es necesariamente buena « mala; sus consecuencias en cada situación deben juzgarse separadamente. Las dictaduras, por ejemplo, pueden estimular un alto grado de devoción hacia la nación, mientras que las democracias favorecen a menudo una mayor preocupación por los intereses privados. Una sociedad de esclavos puede estar estrechamente integrada, con una gran conformidad hacia las normas sociales, mientras que una sociedad libre puede tolerar un gran volumen de excentricidad y de no conformidad. Cualquier sociedad, sin embargo, sea libre o esclava, debe exigir alguna lealtad común « imponer un acuerdo suficiente en torno a valores culturales si desea sobrevivir como una forma ordenada de vida.

En la sociedad primitiva, como ha mostrado Durkheim, la cohesión social descansa principalmente en aquellos valores en los que confían todos los miembros del grupo; en sociedades más complejas y diferenciadas, este consenso no es ya suficientemente amplio para mantener unido al edificio social, ya que varios grupos pueden sostener diferentes, si no contradictorias, concepciones de lo bueno y lo malo, de lo recto y lo equivocado. La solidaridad en las sociedades avanzadas descansa en parte en la interdependencia: la división del trabajo, con su estructura de papeles interrelacionados, obligaciones mutuas y servicios recíprocos.

No obstante, sin la existencia de valores compartidos puede debilitarse O ponerse en peligro la unidad de una sociedad compleja. La sociedad norteamericana, por ejemplo, se mantiene unida, hasta cierto grado, gracias al acuerdo en la conveniencia y la importancia de la realización y el éxito del trabajo, la eficiencia, la igualdad, el progreso, la libertad, la democracia y el patriotismo.23 Pocos norteamericanos negarían la autoridad moral del Decálogo o del Sermón de la Montaña, aun si su relevancia en situaciones concretas es a menudo confusa, o si otras fuerzas sociales mueven a los hombres a desentenderse de ellos.

La justificación y defensa de los valores culturales son los mitos y las leyendas, las versiones aceptadas de la historia, los hechos y los supuestos en torno al hombre, la sociedad y la naturaleza, que, junto con otros valores, constituyen una ideología. Las ideologías se organizan rara vez dentro de un todo lógicamente coherente o cuidadosamente verificado frente a la realidad que tratan de describir y explicar, aunque los "ideólogos" —escritores e intelectuales— tratan frecuentemente de formular una posición intelectual clara y consistente, sobre todo cuando sus valores y creencias son puestos en duda. Los individuos tampoco suscriben necesariamente todos los principios de una ideología. No obstante, las creencias comunes sobre el mundo, aún si son erróneas O incoherentes, también sirven, como los valores que justifican, para unificar a los elementos de una sociedad. Más aún, al proporcionar una interpretación común de los hombres y los hechos, dichas creencias conducen a la gente a definirse y responder ante las situaciones sociales de un modo semejante, aceptando lo apropiado —o lo inevitable— de sus actos y los de los demás. (Las diferencias ideológicas, por supuesto, pueden provocar y justificar la hostilidad y el conflicto; las revoluciones contienen y se apoyan en ideologías que desafían el orden establecido y las diferencias de grupo —internacionales o nacionales— son a menudo reflejadas y apoyadas por ideologías discrepantes.)

Los símbolos y rituales que expresan los valores y creencias comunes, y que destacan la unidad del grupo, también refuerzan el consenso y la solidaridad. La bandera, la corona y la cruz simbolizan a la nación, al imperio, a la comunidad y la doctrina religiosa, y sirven para unificar los focos de interés que estimulan y refuerzan las lealtades comunes. El ritual —por ejemplo, el saludo a la bandera, la toma de posesión de un presidente, la coronación de un soberano o una revista o desfile militar— fortalece la fidelidad al grupo mediante la celebración de acontecimientos colectivos de importancia y solemnidad, recordándole al individuo sus responsabilidades sociales y su carácter de miembros dentro de un todo. Además, el ritual también tiene un significado simbólico, ya que representa el mito, la tradición, los valores comunes y las obligaciones aceptadas.

Cada grupo dentro de la sociedad reclama naturalmente exigencias concretas a sus miembros, cuya efectividad depende en parte del consenso y la solidaridad que existan dentro de él. En la medida en que las clases, los grupos étnicos, las burocracias monopólicas, los sindicatos, las asociaciones profesionales, los movimientos sociales organizados y otros grupos exigen la misma conducta que la sociedad global y están subordinados a sus normas, su cohesión interna contribuye a la unidad de todo el orden social. Pero si algún grupo llega a sostener valores distintos o a aprobar una conducta inaceptable para los otros, su cohesión debilitará precisamente la de toda la sociedad. Los blancos del Sur se sienten envalentonados para desafiar las decisiones de los tribunales y la policía cuando están en presencia de otros que piensan como ellos: los estudiantes negros, conscientes de sus intereses comunes y su mutuo apoyo, organizan manifestaciones desafiando las restricciones legales y las costumbres de la comunidad. Durante la segunda Guerra Mundial, los trabajadores de las minas de carbón fueron a la huelga a pesar de un vigoroso repudio público contra su acción. Se protegieron contra las presiones externas aislándose en pequeñas poblaciones mineras, y fueron apoyados gracias a su gran fidelidad a sus correligionarios y a su sindi- cato, y también por una ideología que responsabilizaba de la situación a los propietarios y gerentes de las minas. La mayoría de los delincuentes juveniles, como veremos en el capítulo XvIT, realizan sus actividades de acuerdo con formas organizadas, a menudo como miembros de grupos solidarios que rechazan los valores de la clase media.

El efecto perturbador del resquebrajamiento social se suaviza a veces gracias a los peligros externos y a los conflictos con los extranjeros. El Enrique IV de Shakespeare aconsejaba a su heredero:

Mantén ocupadas las mentes ociosas
con disputas en el extranjero, que la acción,
que de ello nacerá, consumirá el recuerdo de los días anteriores.

"Las exigencias de la guerra con los extranjeros —escribió Sumner—, atraen la paz interna, ya que existe el miedo de que las discordias interiores puedan debilitar al grupo en la guerra."? Los desacuerdos frecuentemente disminuyen cuando los individuos, los grupos o las naciones se enfrentan a un enemigo común. Las facciones dentro de los grupos minoritarios están dispuestas a olvidar sus diferencias y a cerrar filas , cuando hay elementos ajenos que tratan de intervenir. La mayoría de los estratos pertenecientes a la administración y al trabajo en los Estados Unidos dejaron a un lado sus disputas durante la segunda Guerra Mundial, y la Gran Alianza —la Gran Bretaña, la Unión Soviética y los Estados Unidos— sobrevivió mientras sus miembros tuvieron que combatir juntos contra Alemania.

Cuando existen muchos grupos con intereses contradictorios, el consenso y la solidaridad dependen en parte de la obligación común que tienen en lo que respecta a respetar las reglas que rigen sus conflictos. A menos que sea posible resolver las diferencias de grupo dentro de un marco institucional aceptable para todos, que por lo general depende en parte de cierto grado de consenso ideológico, la sociedad llega a ser un campo de lucha intestina, como ocurrió en el Congo en 1960 y principios de 1961; o bien se somete a una autoridad centralizada que impone la paz y establece un cierto grado de estabilidad sin consideración de ninguna clase hacia alguno o la mayoría de los intereses de grupo.

Aunque algunos sociólogos han considerado al conflicto interno como dañino para la "eficiencia societaria", puede contribuir de hecho al mantenimiento del orden social. Mientras los grupos sociales pueden defender sus intereses contrapuestos dentro del marco de la sociedad no necesitan negar la legitimidad de la estructura social y las instituciones prevalecientes. Pero aquellos que no tienen cauces aceptables a través de los cuales puedan buscar el mejoramiento de sus condiciones, llegan a ser enemigos potenciales explosivos del orden existente o caen en la apatía, que es en sí misma una forma de conducta desviada aunque no constituya un desafío directo a la autoridad, al derecho o a la costumbre.26


La conformidad y la individualidad

La solidaridad y las necesidades del orden social se enfrentan a menudo a las exigencias del individuo, como si la única alternativa a la conformidad fuese la no conformidad, y como si la individualidad sólo pudiera realizarse negando o desdeñando las demandas de la cultura y la sociedad. Por supuesto que la individualidad puede expresarse ignorando las normas sociales —con la excentricidad, el crimen o la acción revolucionaria (que trata de instaurar nuevas normas)—, pero es obvio que también pueden existir dentro de una sociedad ordenada. Maclver y Page escriben:.

...Decimos que un ser social tiene más individualidad cuando su conducta no es simplemente imitativa o resulta de la sugestión, cuando no es totalmente esclava de la costumbre o incluso del hábito, cuando sus reacciones frente al medio social no son automáticas y subordinadas, cuando la comprensión y el propósito personal son factores en sus actividades... el criterio de la individualidad no consiste en advertir la manera como cada uno es divergente del resto. Es más bien la manera como cada uno, en sus relaciones con los demás, actúa autónomamente, según su propia conciencia y de acuerdo con su propia interpretación sobre las exigencias que los otros hacen de él mismo.27

La individualidad, por tanto, no es un rechazo de la sociedad y sus exigencias, sino es en gran parte un producto de la vida social. La propia sociedad puede fortalecer o inhibir la posibilidad de que surja y se exprese la individualidad.

La personalidad está configurada por la experiencia social junto con las potencialidades biológicas y el proceso de madurez, y la conducta está siempre constreñida en cierto grado por fuerzas externas. Pero la estructura social y la cultura pueden proporcionar una gama de alternativas, así como exigir ciertas normas fijas de acción. Aunque nuestro conocimiento de las condiciones que facilitan la autonomía y la individualidad es aún fragmentario y tentativo, parece claro que la capacidad de elegir libre y eficazmente entre las alternativas asequibles es un producto de la propia biografía y las circunstancias en las cuales nos encontramos.

La individualidad puede ser estimulada por los valores prevalecientes, pero no debe confundirse con el "individualismo", una filosofía que a veces considera a la sociedad y a la persona como irreconciliable, ignorando así la inevitable —y fructífera— interdependencia entre ellas.

El estímulo de la racionalidad y la tolerancia de lo excéntrico y lo antitradicional, así como el apoyo al espíritu ercador que desdeña la convención, hacen posible un grado de individualidad que no se logra mediante una rígida insistencia en la conformidad.

Como señala Simmel, la autonomía individual y la autodeterminación también pueden ser fortalecidas gracias a la participación en varios grupos sociales. Aunque estas múltiples afiliaciones pueden provocar conflictos y tensiones, "el ego puede llegar a ser más claramente consciente de su unidad (interna), en la medida en que se vea más obligado a reconcilicrse consigo mismo dentro de una diversidad de grupos de intereses"."9 Como ninguna sociedad está completamente integrada, hay siempre algunas tensiones presentes que estimulan o requieren la auto- comprensión y el juicio independiente, aunque una sociedad sumamente desorganizada es con toda probabilidad menos hospitalaria a la autonomía personal y a la elección racional. Parece que los periodos más creadores de la historia han ocurrido cuando los tradicionales vínculos sociales empezaron a disolverse, pero sin desaparecer totalmente. En tales periodos, los hombres podían encontrar su sostén moral e intelectual en una tradición todavía significativa, pero derivando también fresco discernimiento y nuevas ideas de los cambios que estaban ocurriendo.

Los artistas creadores que trabajaron en tales épocas como el Renacimiento, la edad de Shakespeare y la última etapa del siglo x1x en Rusia no estuvieron enajenados de su sociedad, aunque tampoco se sentían totalmente contentos en ella; su individualidad reflejaba su habilidad para trascender el inmediato medio social y cultural, aunque manteniendo buena parte de él. Los adelantos económicos e intelectuales de los siglos XIX y XX reflejan también la alegre perspectiva de nuevos horizontes sobre las persistentes tradiciones y perspectivas.

La individualidad en el mundo moderno, a juicio de algunos estudiosos, está seriamente amenazada por las exigencias de la burocracia, con sus reglas impersonales y su jerarquía formal; por la complejidad de la vida contemporánea, que hace difícil la convención racional —y por tanto el control— de las fuerzas que determinan nuestro destino; por la posibilidad de una manipulación anónima por parte de quienes controlan las técnicas eficaces o impersonales creadas por la tecnología moderna.

Frente a estas circunstancias, sugiere Wright Mills, el individuo se "adapta". Las alternativas que puede buscar —la broma, el ocio, el deporte— están eventualmente sujetas a fuerzas de la misma magnitud.

Esta adaptación del individuo y sus efectos sobre su medio y su yo tiene por consecuencia no sólo la pérdida de su oportunidad y, con el tiempo, de su capacidad y su voluntad para razonar; afecta también a sus oportunidades y su capacidad para obrar como un hombre libre. Verdaderamente, ni el valor de la libertad ni el de la razón parecen serle conocidos.80

Esta concepción, sin embargo, ha sido discutida no por su teoría de que la posibilidad de lo individual depende de la cultura y la organización, sino debido a su imagen de la sociedad norteamericana. Junto con la burocratización, se dice, la creciente complejidad y las mayores posibilidades utilizables han llevado también a patrones de vida más altos y a una mayor preocupación por las necesidades y la sensibilidad de los otros. Además, —y esto quizás sea más importante—, existe la comprensión racional de los problemas y requisitos de la individualidad que está potencialmente representada por la "imaginación sociológica". La conciencia de las amenazas a la individualidad que son inherentes a la sociedad moderna es quizás el primer paso hacia su alivio.


Notas:

1 Ver, por ejemplo, David Riesman, [ndividualism Reconsidered, Glencoz, 1l.:
The Free Press, 1954, cap. 25, "Some Observations on the Limits of Totalitarian Power."

2 W. Lloyd Warner y James Abegglen, Big Business Leaders in America, Nueva
York: Harper, 1955, cap. 5. Ver también Franz Alexander, "Educative Influence of Personality Factors in the Environment", en Clyde Kluckhohn, Henry A. Murray y David M. Scheneider (eds.), Personality in Nature, Society and Culture, Nueva York: Knopf, 1953, pp. 431-32.

3 Ver Bronislaw Malinowski, Sex and Repression in Savage Society, Nueva York: Meridian, 1955.

4 Ver, por ejemplo, Abram Kardiner y otros, Fronteras psicológicas de la sociedad, trad. de Ramón Parrés (México, F.C. E., 1955).

5 Theodore W. Adorno y otros, The Authoritarian Personality, Nueva York: Harper, 1950.

6 Margaret Mead, Growing Up in New Guinea, Nueva York: W. Morrow éz Co., 1930.

7 David Riesman, en colaboración con Reuel Denney y Nathan Glezer, The Lonely Growd, New Haven: Yale University Press, 1950.

8 Ver Robert Bierstedt, "Sociology in Human Lcarning", American Sociological 1965; David Potter, People of Plenty, Chicago: University of Chicago Press, 1954; y Wiliiam H. Whyte, Jr., El hombre organización, trad. de Carlos Villegas (México, F.C. E., 1961).

9 Ver Robert Bierstedt, "Sociology in Humane Learining", American Sociological Review, XXV, febrero de 1960, 3-9.

10 Bronislaw Malinowski, Crime and Custom in Savage Society, Paterson: Littlefield, Adams, 1959, p. 10.

12 Georg Simmel, Sociology, traducido y editado por Kurt Wolff, Glencce, 1ll.: The Free Press, 1950, p. 390, l

13 Alvin W. Gouldner, "The Norm of Reciprocity", American Sociological Reviev, XXV, abril de 1960, 161-78.

14 Robert M. Maclver y Robert H. Page, Society, Nueva York: Rinehart, 1949, p. 168.15 Émile Durkheim, The Rules of Sociological Method, traducción de Sarah A. Solovay y John H. Mueller, Chicago: University of Chicago Press, 1938, p. 96.

15 Émile Durkheim, The Rules of Sociological Method, traducción de Sarah A. Solovay y John H. Mueller, Chicago: University of Chicago Press, 1938, p. 96.

16 John Dollard, Caste and Class in a Southern Town, Garden City: Doubleday Anchor Books, 1957, pp. 309-10.

17 Russell Middletown y John Moland, "Humor in Negro and White Subcultures: A Study of Jokes Among American1957, Ma Lerner, America as a Civilization, Nueva York: Simon and Schuster,

19%. G. Coulton, ¿Medieval Panorama, Nueva York: Meridian Books, 1955, p. 606. Students", American Sociological Review, XXIV, febrero de 1959, 67.

20 Ver Clyde Kluckhohn, Navaho Witchcraft, Cambridge: Papers of the Peabody Museum of American Archeology and Ethnology, Harvard University Press, vol. XXII, n? 2, 1944, pp. 45-72.

21 Talcott Parsons, The Social System, Glencoe, 11.: The Free Press, 1947, páginas 299-300.

22 Émile Durkheim, The Division of Labour in Society, traducido por George Simpson, Glencoe, 111.: Tre Free Press, 123 Para una descripción y un análisis resumidos de los valores norteamericanos, véase Robin M. Williams Jr., American Society, Nueva York: Knopf, 1960, pp. 415-

23 Para una descripción y un análisis resumidos de los valores norteamericanos, véase Robin M. Williams Jr., American Society, Nueva York: Knopf, 1960, pp. 415-70.

24 William Graham Sumner, Folkways, Boston: Ginn and Company, 1906, p. 12.

25 Ver Kingsley Davis, Human Society, Nueva York: Macmillan, 1949, p. 160.

26 Para un análisis completo sobre las funciones sociales del conflicto véase Lewis A. Coser, Las funciones del conflicto social (México: F.C.E., 1961).

27 Maclver y Page, op. cit., pp. 50-51.

28 Ibid., pp. 5455. Ver también A. D. Lindsay, "Individualism", Encyclopaedia of
the Social Sciences, Nueva York: Macmillan, 1932, vol. VII, pp. 67480.

29 Georg Simmel, Conflict, trad. de Kurt H. Wolff, y The Web of Group Affiliation, trad. de Reinhard Bendix, Glencoe, 111.: The Free Press, 1955, p. 142.

30 C. Wright Mills, La imaginación sociológica, trad. de Florentino M. Torner (México, F.C.E.), pp. 182-183.

31 Ver William L. Kolb, "Values, Politics, and Sociology" (reseña del libro de Mills arriba citado), American Sociological Review, XXV, diciembre de 1960, pp. 966-69.


Ely Chinoy: Conformidad y control social (La sociedad, 1966)
Ely Chinoy: Conformidad y control social (La sociedad, 1966)

La sociedad. Una introducción a la sociología
Ely Chinoy
Fondo de Cultura Económica, 1966

Fecha de publicación original: 1966

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