Erving Goffman: Estigma e identidad social (Estigma. La identidad deteriorada, 1963)
Estigma. La identidad deteriorada.
Erving Goffman.
1. Estigma e identidad social.
Los griegos, que aparentemente sabían mucho de medios visuales, crearon el término estigma para referirse a signos corporales con los cuales se intentaba exhibir algo malo y poco habitual en el status moral de quien los presentaba. Los signos consistían en cortes o quemaduras en el cuerpo, y advertían que el portador era un esclavo, un criminal o un traidor -una persona corrupta, ritualmente deshonrada, a quien debía evitarse, especialmente en lugares públicos-. Más tarde, durante el cristianismo, se agregaron al término dos significados metafóricos: el primero hacía alusión a signos corporales de la gracia divina, que tomaban la forma de brotes eruptivos en la piel; el segundo, referencia médica indirecta de esta alusión religiosa, a los signos corporales de perturbación física. En la actualidad, la palabra es ampliamente utilizada con un sentido bastante parecido al original, pero con ella se designa preferentemente al mal en sí mismo y no a sus manifestaciones corporales. Además, los tipos de males que despiertan preocupación han cambiado. Los estudiosos, sin embargo, no se han esforzado demasiado por describir las condiciones estructurales previas del estigma, ni tampoco por proporcionar una definición del concepto en sí. Parece necesario, por consiguiente, tratar de delinear en primer término algunos supuestos y definiciones muy generales.
Concepciones preliminares.
La sociedad establece los medios para categorizar a las personas y el complemento de atributos que se perciben como corrientes y naturales en los miembros de cada una de esas categorías. El medio social establece las categorías de personas que en él se pueden encontrar. E1 intercambio social rutinario en medios preestablecidos nos permite tratar con "otros" previstos sin necesidad de dedicarles una atención o reflexión especial. Por consiguiente, es probable que al encontrarnos frente a un extraño las primeras apariencias nos permitan prever en que categoría se halla y cuáles son sus atributos, es decir, su "identidad social" -para utilizar un término más adecuado que el de "status social", ya que en él se incluyen atributos personales, como la "honestidad", y atributos estructurales, como la "ocupación".
Apoyándonos en estas anticipaciones, las transformamos en expectativas normativas, en demandas rigurosamente presentadas.
Por lo general, no somos conscientes de haber formulado esas demandas ni tampoco de su contenido hasta que surge un interrogante de índole práctica: ¿serán satisfechas de algún modo? Es entonces probablemente cuando advertimos que hemos estado concibiendo sin cesar determinados supuestos sobre el individuo que tenemos ante nosotros. Por lo tanto a las demandas que formulamos se las podría denominar con mayor propiedad demandas enunciadas "en esencia", y el carácter que atribuimos al individuo debería considerarse como una imputación hecha con una mirada retrospectiva en potencia una caracterización "en esencia", una identidad social virtual—. La categoría y los atributos que de hecho, según puede demostrarse, le pertenecen, se denominarán su identidad social real.
Mientas el extraño está presente ante nosotros puede demostrar ser dueño de un atributo que lo vuelve diferente de los demás (dentro de la categoría de personas a la que él tiene acceso) y lo convierte en alguien menos apetecible -en casos extremos en una persona casi enteramente malvada, peligrosa o débil-.
De ese modo, dejamos de verlo como una persona total y corriente para reducirlo a un ser inficionado y menospreciado. Un atributo de esa naturaleza es un estigma, en especial cuando él produce en los demás, a modo de efecto, un descrédito amplio; a veces recibe también el nombre de defecto, falla o desventaja.
Esto constituye una discrepancia especial entre la identidad social virtual y la real. Es necesario señalar que existen otras discrepancias entre estos dos tipos de identidades sociales; por ejemplo, la que nos mueve a reclasificar a un individuo ubicado previamente en una categoría socialmente prevista, para colocarlo en otra categoría diferente aunque igualmente prevista, o bien la que nos mueve a mejorar nuestra estimación del individuo. Debe advertirse también que no todos los atributos indeseables son tema de discusión, sino únicamente aquellos que son incongruentes con nuestro estereotipo acerca de cómo debe ser determinada especie de individuos. E1 término estigma será utilizado, pues, para hacer referencia a un atributo profundamente desacreditador; pero lo que en realidad se necesita es un lenguaje de relaciones, no de atributos. Un atributo que estigmatiza a un tipo de poseedor puede confirmar la normalidad de otro y, por consiguiente, no es ni honroso ni ignominioso en sí mismo. En Estados Unidos, por ejemplo, hay empleos donde las personas sin preparación universitaria se ven obligadas a disimular esta carencia, mientras en otros países los pocos individuos que la poseen deben mantenerla en secreto, por miedo a que se los señale como fracasados o marginales. Análogamente, a un muchacho de clase media no le produce ningún remordimiento que lo vean camino a una biblioteca pública; sin embargo, un criminal profesional escribe lo siguiente:
Recuerdo que en el pasado y en más de una ocasión, por ejemplo, al dirigirme a una biblioteca pública cercana al lugar donde vivía, miraba por encima del hombro un par de veces antes de entrar, solo para tener la seguridad de que ninguno de mis conocidos anduviera por allí y me viese. Del mismo modo, un individuo que desea pelear por su patria puede ocultar un defecto físico, por temor a que su pretendido status físico se vea desacreditado; tiempo después, el mismo individuo, amargado y con deseos de evadirse del ejército, puede lograr que lo admitan en el hospital militar, donde el descubrimiento de que no posee en realidad una enfermedad aguda puede hundirlo en el oprobio.Un estigma es, pues, realmente, una clase especial de relación entre atributo y estereotipo. Sin embargo, propongo modificar este concepto, en parte porque existen importantes atributos que resultan desacreditadores en casi toda nuestra sociedad.
El término estigma y sus sinónimos ocultan una doble perspectiva: el individuo estigmatizado, ¿supone que su calidad de diferente ya es conocida o resulta evidente en el acto, o que, por el contrario, esta no es conocida por quienes lo rodean ni inmediatamente perceptible para ellos? En el primer caso estamos frente a la situación del desacreditado, en el segundo frente a la del desacreditable. Esta es una diferencia importante, aunque es probable que un individuo estigmatizado en particular haya experimentado ambas situaciones. Comenzaré con la situación del desacreditado para continuar con la del desacreditable, pero sin establecer siempre una separación entre ambos.
Se pueden mencionar tres tipos de estigmas, notoriamente diferentes. En primer lugar, los defectos del cuerpo -las distintas deformidades físicas-. Luego, los defectos del carácter del individuo que se perciben como falta de voluntad, pasiones tiránicas o antinaturales, creencias rígidas y falsas, deshonestidad.
Todos ellos se infieren de conocidos informes sobre, por ejemplo, perturbaciones mentales, reclusiones, adicciones a las drogas, alcoholismo, homosexualidad, desempleo, intentos de suicidio y conductas políticas extremistas. Por último, existen los estigmas tribales de la raza, la nación y la religión, susceptibles de ser transmitidos por herencia y contaminar por igual a todos los miembros de una familia.3 Sin embargo, en todos estos diversos ejemplos de estigma, incluyendo aquellos que tenían en cuenta los griegos, se encuentran los mismos rasgos sociológicos: un individuo que podía haber sido fácilmente aceptado en un intercambio social corriente posee un rasgo que puede imponerse por la fuerza a nuestra atención y que nos lleva a alejarnos de él cuando lo encontramos, anulando el llamado que nos hacen sus restantes atributos. Posee un estigma, una indeseable diferencia que no habíamos previsto. Daré el nombre de "normales" a todos aquellos que no se apartan negativamente de las expectativas particulares que están en discusión.
Son bien conocidas las actitudes que nosotros, los "normales", adoptamos hacia una persona que posee un estigma, y las medidas que tomamos respecto de ella, ya que son precisamente estas respuestas las que la benevolente acción social intenta suavizar y mejorar. Creemos, por definición, desde luego, que la persona que tiene un estigma no es totalmente humana. Valiéndonos de este supuesto practicamos diversos tipos de discriminación, mediante la cual reducimos en la práctica, aunque a menudo sin pensarlo, sus posibilidades de vida. Construimos una teoría del estigma, una ideología para explicar su inferioridad y dar cuenta del peligro que representa esa persona, racionalizando a veces una animosidad que se basa en otras diferencias, como, por ejemplo, la de clase social.4 En nuestro discurso cotidiano utilizamos como fuente de metáforas e imágenes términos específicamente referidos al estigma, tales como inválido, bastardo y tarado, sin acordarnos, por lo general, de su significado real. Basándonos en el defecto original, tendemos a atribuirle un elevado número de imperfecciones y, al mismo tiempo, algunos atributos deseables, pero no deseados por el interesado, a menudo de índole sobrenatural, como, por ejemplo, el "sexto sentido", o la percepción de la naturaleza interior de las cosas. Algunos vacilan a1 tocar o guiar a los ciegos, mientras que otros generalizan la deficiencia advertida como incapacidad total, gritándoles a los ciegos como si fueran sordos o intentando ayudarlos a incorporarse como si fueran inválidos. Quienes se enfrentan con ciegos pueden tener un gran número de creencias aferradas al estereotipo. Pueden pensar, por ejemplo, que están sujetos a un tipo único de discernimiento, suponiendo que el individuo ciego utiliza canales especiales de información, inaccesibles a los demás. Además, podemos percibir su respuesta defensiva a esta situación como una expresión directa de su defecto, y considerar entonces que tanto el defecto como la respuesta son el justo castigo de algo que él, sus padres o su tribu han hecho, y que justifica, por lo tanto, la manera como lo tratamos. Dejemos ahora al individuo "normal" y ocupémonos de la persona con respecto a la cual este resulta normal. Por lo general, parece cierto que los miembros de una categoría social sustentan sólidamente un modelo de opinión que, según su parecer y el de otros sujetos, no les es directamente aplicable. Así, un hombre de negocios puede exigir una conducta femenina de las mujeres o una conducta ascética de los monjes y no concebirse a sí mismo como alguien que debe llevar a cabo cualquiera de estos dos estilos de conducta. La diferencia está entre llevar a cabo una norma, y simplemente sustentarla. E1 problema del estigma no surge aquí sino tan solo donde existe una expectativa difundida de que quienes pertenecen a una categoría dada deben no solo apoyar una norma particular sino también llevarla a cabo. También es posible que un individuo no consiga vivir de acuerdo con lo que efectivamente exigimos de el, y a pesar de ello permanezca relativamente indiferente a su fracaso; aislado por su alienación, protegido por creencias propias sobre su identidad, siente que es un ser humano perfectamente maduro y normal, y que, por el contrario, nosotros no somos del todo humanos. Lleva un estigma, pero no parece impresionado ni compungido por ello. Esta posibilidad es celebrada en relatos ejemplares sobre los menonitas, por ejemplo.
Con todo, actualmente en Estados Unidos los códigos de honor separados parecen encontrarse en decadencia. E1 individuo estigmatizado tiende a sostener las mismas creencias sobre la identidad que nosotros; este es un hecho fundamental. La sensación de ser una "persona normal", un ser humano como cualquier otro, un individuo que, por consiguiente, merece una oportunidad justa para iniciarse en alguna actividad, puede ser uno de sus más profundos sentimientos acerca de su identidad. (En realidad, cualquiera sea su manera de expresarlos, sus reclamos se basan, no en lo que él piensa que se merece todo el mundo, sino solamente aquellos que pertenecen a una selecta categoría social, dentro de la cual, sin duda, él encaja; por ejemplo, toda persona de su misma edad, sexo, profesión, etc. ) Con todo, es posible que perciba, por lo general con bastante corrección, que cualesquiera que sean las declaraciones de los otros, estos no lo "aceptan" realmente ni están dispuestos a establecer un contacto con el en "igualdad de condiciones". Además, las pautas que ha incorporado de la sociedad más amplia lo habilitan para mantenerse íntimamente alerta frente a lo que los demás consideran como su defecto, hecho que lo lleva de modo inevitable, aunque solo sea esporádicamente, a aceptar que, por cierto, está muy lejos de ser como en realidad debería. La vergüenza se convierte en una posibilidad central, que se origina cuando el individuo percibe uno de sus atributos como una posesión impura de la que fácilmente puede imaginarse exento.
Es probable que la presencia inmediata de los "normales" refuerce esta disociación entre las autodemandas y el yo, pero, de hecho, el individuo también puede llegar a odiarse y denigrarse a sí mismo cuando está solo frente a un espejo:
Cuando por fin me levanté (...) y aprendí a caminar nuevamente, tomé un día un espejo de mano y me dirigí hacia un espejo más grande para observarme; fui solo. No quería que nadie (...) se enterara de cómo me sentía al verme por primera vez. Pero no hubo ningún ruido, ningún alboroto; al contemplarme, no grité de rabia. Me sentía simplemente paralizado. Yo no podía ser esa persona reflejada en el espejo. En mi interior me sentía una persona saludable, corriente y afortunada; ¡oh, no como la del espejo! Pero cuando volví mi rostro hacia el espejo, eran mis propios ojos los que me miraban ardientes de vergüenza (...) como no lloré ni emití el menor sonido, me resultó imposible hablar de esto con alguien; a partir de entonces la confusión y el pánico provocados por mi descubrimiento quedaron encerrados en mí, e iba a tener que enfrentarlos solo durante mucho tiempo. Una y otra vez olvidé lo que había visto en el espejo. Aquello no podía penetrar dentro de mi mente y convertirse en parte integral de mi persona. Yo me sentía como si eso no tuviera nada que ver conmigo; era tan solo un disfraz. Pero no era el tipo de disfraz que se pone una persona voluntariamente y con el cual intenta confundir a los demás respecto de su identidad. Como en los cuentos de hadas, me habían puesto el disfraz sin mi aprobación ni mi conocimiento, y era yo mismo quien resultaba confundido respecto de mi propia identidad. Me miraba en el espejo y me sobrecogía de horror al no reconocerme. En el lugar donde me encontraba, con ese persistente júbilo romántico que había en mí, como si fuera una persona favorecida por la suerte para quien todo era posible, veía a un extraño, una figura pequeña, lastimosa, deforme y un rostro que se llenaba de dolor y sonrojaba de vergüenza cuando clavaba la vista en él. Era solo un disfraz, pero lo llevaría puesto eternamente. Allí estaba, allí estaba, era verdadero. Cada uno de estos encuentros era como un golpe en la cabeza. Siempre me dejaba aturdido, mudo e insensible, hasta que lenta y tercamente volvía a invadirme mi persistente y robusta ilusión de bienestar y belleza personal; olvidaba la irrelevante realidad y estaba desprovisto y vulnerable otra vez. Podemos ya señalar el rasgo central que caracteriza la situación vital del individuo estigmatizado. Está referido a lo que a menudo, aunque vagamente, se denomina "aceptación". Las personas que tienen trato con él no logran brindarle el respeto y la consideración que los aspectos no contaminados de su identidad social habían hecho prever y que él había previsto recibir; se hace eco del rechazo cuando descubre que algunos de sus atributos lo justifica.
¿De qué modo la persona estigmatizada responde a esta situación? En ciertos casos, le será posible intentar corregir directamente lo que considera el fundamento objetivo de su deficiencia; es el caso de la persona físicamente deformada que se somete a la cirugía plástica, del ciego que recurre al tratamiento ocular, del analfabeto que intenta una educación reparadora. (Cuando dicha reparación es posible, a menudo el resultado consiste, no en la adquisición de un status plenamente normal, sino en la transformación del yo: alguien que tenía un defecto particular se convierte en alguien que cuenta en su haber con el record de haber corregido un defecto particular.) Aquí debe mencionarse la tendencia a la "victimización", resultante del peligro que para la persona estigmatizada significa caer en manos de servidores fraudulentos que le venden los medios para corregir la elocución, aclarar el color de la piel, estirar el cuerpo, devolver la juventud, curar mediante la fe y obtener aplomo en la conversación. Ya sea que se trate de una técnica práctica o de un fraude, la pesquisa a menudo secreta, que da por resultado, revela hasta qué extremos están dispuestas a llegar las personas estigmatizadas y, por consiguiente, lo doloroso de la situación que las conduce a tales extremos. Se puede citar un ejemplo:
La señorita Peck (una asistente social de Nueva York, pionera en los trabajos referentes a personas con dificultades auditivas) decía que en los primeros tiempos los curanderos y charlatanes que querían enriquecerse rápidamente veían en la Liga (para los duros de oído) un fructífero campo de caza, ideal para la promoción de cascos magnéticos, milagrosas máquinas vibratorias, tímpanos artificiales, sopladores, inhaladores, masajeadores, aceites mágicos, bálsamos y otros curalotodos garantizados a prueba de incendios, positivos y permanentes para sorderas incurables. Los anuncios de tales farsas (hasta alrededor de la década de 1920, en que la Asociación Médica Norteamericana puso en marcha una campaña de investigación) acosaban desde las páginas de los periódicos, incluso de publicaciones prestigiosas, a quienes tenían dificultades de audición. E1 individuo estigmatizado puede también intentar corregir su condición en forma indirecta, dedicando un enorme esfuerzo personal al manejo de áreas de actividad que por razones físicas o incidentales se consideran, por lo común, inaccesibles para quien posea su defecto. Esto aparece ejemplificado en el lisiado que aprende o re-aprende a nadar, a cabalgar, a jugar al tenis o a pilotear un avión, o en el ciego que se convierte en un experto esquiador o escalador de montañas. El aprendizaje distorsionado se puede asociar, desde luego, con la ejecución distorsionada de lo que se aprende: tal el caso de un individuo confinado a una silla de ruedas que se las ingenia para bailar con una muchacha en un salón recurriendo a cierto tipo de mímica de la danza. Por último, la persona que presenta una diferencia bochornosa puede romper con lo que se denomina realidad e intentar obstinadamente emplear una interpretación no convencional acerca del carácter de su identidad social.
Es probable que el individuo estigmatizado utilice su estigma para obtener "beneficios secundarios", como una excusa por la falta de éxito que padece a causa de otras razones:
Durante muchos años la cicatriz, el labio leporino o la nariz deforme fueron considerados como una desventaja, y su importancia en la adaptación social y emocional abarca inconscientemente todo. Es el "gancho" en el cual el paciente ha colgado todas las inadecuaciones, todas las insatisfacciones, todas las demoras y todos los deberes desagradables de la vida social, y del cual ha terminado por depender utilizándolo no solo como un medio razonable para evadirse de la competencia sino como una forma de protegerse de la responsabilidad social.
Cuando la cirugía elimina este factor, el paciente pierde la protección emocional más o menos aceptable que le ofrecía, y no tarda en descubrir, con sorpresa y desaliento, que la vida no es solo un suave navegar, incluso para aquellos que tienen caras "corrientes", sin mácula. No está preparado para enfrentar esta situación sin la ayuda de una "desventaja", y puede recurrir a la protección de las pautas de conducta menos sencillas, aunque similares, propias de la neurastenia, la histeria de conversión, la hipocondría o los estados agudos de ansiedad. También puede pensar que las desgracias que ha sufrido son una secreta bendición, especialmente por aquello tan difundido de que el sufrimiento deja enseñanzas sobre la vida y las personas: Pero ahora, lejos ya de la experiencia del hospital, puedo evaluar lo que aprendí (escribe una madre postrada permanentemente por la poliomielitis). Porque no era solamente sufrir: también era aprender por medio del sufrimiento. Sé que mi conocimiento de la gente aumentó y se profundizó, que quienes me rodean pueden contar para sus problemas con toda mi mente, mi corazón y mi atención. Eso no hubiera podido aprenderlo corriendo en una cancha de tenis. Análogamente, puede llegar a una nueva evaluación de las limitaciones de los "normales", tal como lo sugiere un esclerótico múltiple:
Tanto las mentes como los cuerpos sanos pueden sufrir de invalidez. E1 hecho de que la gente "normal" pueda moverse, ver y oír no significa que realmente vean y oigan. Pueden estar muy ciegos ante las cosas que deterioran su felicidad, muy sordos ante el pedido de afecto de los demás; cuando pienso en ellos no me siento ni más inválido ni más incapacitado. Tal vez pueda, en cierta medida, abrirles los ojos a las bellezas que nos rodean: un cálido apretón de manos, una voz ansiosa de consuelo, una brisa primaveral, una música, un saludo amistoso. Esta gente me importa, v me agrada sentir que puedo hacer algo por ellos. Y un escritor ciego:
Eso llevaría inmediatamente a la idea de que existe una gran cantidad de acontecimientos que pueden reducir el placer de vivir de modo mucho más efectivo que la ceguera; adoptar esta manera de pensar puede ser enteramente sana. Desde este punto de vista podemos percibir, por ejemplo que una deficiencia como la incapacidad de aceptar el amor humano, que, de hecho, disminuye el placer de vivir casi al punto de hacerlo desaparecer, es una tragedia mucho más grave que la ceguera. Pero, por lo general, quien padece de un mal así ni siquiera lo advierte y no puede, en consecuencia, sentir compasión por sí mismo.
Y un inválido:
A medida que la vida continuaba, aprendí que existen muchísimos tipos diferentes de desventajas, no solo físicas, y empecé a darme cuenta de que las palabras de la niña inválida del párrafo anterior (palabras de amargura) también podrían haber sido dichas por jóvenes mujeres que nunca necesitaron muletas, mujeres que se sienten inferiores y diferentes por su fealdad, su impotencia para relacionarse con la gente y muchos otros motivos.
Las reacciones de las personas "normales" y de las estigmatizadas que hasta aquí hemos considerado son aquellas que pueden aparecer durante períodos de tiempo prolongados y cuando no existe entre ellas un contacto corriente. Este libro, sin embargo, se interesa específicamente por el problema de los "contactos mixtos", o sea en los momentos en que estigmatizados y "normales" se hallan en una misma "situación social", vale decir, cuando existe una presencia física inmediata de ambos, ya sea en el transcurso de una conversación o en la simple copresencia de una reunión informal.
La misma previsión de tales contactos puede, naturalmente, llevar a "normales" y estigmatizados a organizar su vida de modo tal de evitarlos. Es probable que esto tenga consecuencias mucho mayores para el estigmatizado, por ser él quien, por lo general, debe realizar el mayor esfuerzo de adaptación: Antes de su desfiguración (la amputación de la porción distal de su nariz) la señora Dover, que vivía con una de sus dos hijas casadas, era una mujer independiente, cálida y amistosa a quien le gustaba viajar, salir de compras y visitar a sus numerosos familiares. Su desfiguración, sin embargo, provocó una definida alteración de su modo de vida. Durante los dos o tres primeros años rara vez salía de la casa de su hija, y prefería permanecer en su habitación o sentarse en el patio trasero. "Estaba desconsolada –dijo-; no quedaban horizontes en mi vida". Carente de la saludable realimentación (feed-back) del intercambio social cotidiano con los demás, la persona que se aísla puede volverse desconfiada, depresiva, hostil, ansiosa y aturdida. Podemos citar la interpretación de Sullivan:
Tener conciencia de la inferioridad significa que uno no puede dejar de formularse conscientemente cierto sentimiento crónico del peor tipo de inseguridad, y eso trae como consecuencia ansiedad y, tal vez, algo aún más grave, si consideramos que los celos son realmente más graves que la ansiedad E1 temor a que los demás puedan faltarle el respeto a una persona por algo que esta exhibe significa que se sentirá siempre insegura en su contacto con otra gente; y esta inseguridad proviene no de fuentes misteriosas y en cierta medida desconocidas, como sucede con la mayor parte de nuestra ansiedad, sino de algo que ese individuo sabe que no puede arreglar. Ahora bien, esto representa una deficiencia casi fatal en el sistema del yo, ya que este no puede ocultar ni excluir una formulación definida: "Soy inferior. Por lo tanto, la gente me tendrá aversión y yo no me sentiré seguro con ellos". Cuando "normales" y estigmatizados se encuentran frente a frente, especialmente cuando tratan de mantener un encuentro para dialogar juntos, tiene lugar una de las escenas primordiales de la sociología, pues, en muchos casos, son estos los momentos en que ambas partes deberán enfrentar directamente las causas y los efectos del estigma.
E1 individuo estigmatizado puede descubrir que se siente inseguro acerca del modo en que nosotros, los "normales", vamos a identificarlo y a recibirlo.25 Podemos citar un ejemplo de un estudioso de la incapacidad física:
Para la persona estigmatizada, la inseguridad relativa al status, sumada a la inseguridad laboral, prevalece sobre una gran variedad de interacciones sociales. Hasta que el contacto no ha sido realizado, el ciego, el enfermo, el sordo, el impedido no puede estar nunca seguros si la actitud de la persona que acaban de conocer será de rechazo o de aceptación. Esta es exactamente la posición del adolescente, del negro de piel clara, de la segunda generación de inmigrantes, de la persona con movilidad social y de la mujer que ingresa a un trabajo predominantemente masculino.26 La incertidumbre del estigmatizado surge no solo porque ignora en qué categoría será ubicado, sino también, si la ubicación lo favorece, porque sabe que en su fuero interno o los demás pueden definirlo en función de su estigma:
Y siempre siento lo mismo con la gente honrada: aunque sean buenos y agradables conmigo, en el fondo ven en mí nada más que a un criminal. Ya es demasiado tarde para cambiar, pero aún siento profundamente que esa es la única forma que tienen de aproximarse, y que son totalmente incapaces de aceptarme de otra manera. De este modo, aparece en el estigmatizado la sensación de no saber qué es lo que los demás piensan "realmente" de él.
Además, es probable que durante los contactos mixtos el individuo estigmatizado se sienta "en exhibición", debiendo llevar entonces su autoconciencia y su control sobre la impresión que produce hasta extremos y áreas de conducta que supone que los demás no alcanzan.
Puede también percibir que se ha debilitado el habitual esquema que permite interpretar los acontecimientos cotidianos. Siente que sus logros menos importantes son considerados como signos de sus admirables y extraordinarias aptitudes. Un criminal profesional nos da un ejemplo:
Me sorprende realmente que usted lea libros como esos; no puedo creerlo. Pensaba más bien que leía historias espeluznantes, libros baratos con tapas sensacionalistas, cosas por el estilo. ¡Y resulta que está leyendo a Claud Cockburn, Hugh Klare, Simone de Beauvoir y Lawrence Durrell! Él no pensaba en lo más mínimo que esto fuera una observación insultante; en realidad, creo que consideraba que había sido honesto al decirme cuán equivocado estaba. Y esa es exactamente la clase de condescendencia que usted recibe de la gente honrada cuando es un criminal. "¡Qué notable! –dicen-. En algunos aspectos usted es exactamente igual a un ser humano". No estoy bromeando; esto me da ganas de estrangularlos.
Una persona ciega suministra otro ejemplo:
Los que antes eran sus actos más corrientes -caminar despreocupadamente por la calle, poner los guisantes en el plato, encender un cigarrillo- son ahora inusitados. E1 ciego se convierte en una persona excepcional. Si lleva a cabo estos actos con tacto y seguridad despierta el mismo asombro que un mago que extrae conejos de su sombrero.
Al mismo tiempo, siente que un desliz sin importancia o una impropiedad accidental pueden ser interpretados como expresión directa de su estigmatizada calidad de individuo diferente Los que fueron enfermos mentales temen a veces verse envueltos en una acalorada discusión con la esposa o el empleador por temor a que estos interpreten erróneamente cualquier signo de emoción. Los deficientes mentales se enfrentan con una situación parecida:
Sucede también que si una persona de bajo nivel intelectual se mete en algún aprieto, la dificultad se atribuye, más o menos automáticamente, a un "defecto mental", mientras que si una persona de "inteligencia normal" se encuentra en una dificultad parecida el hecho no se considera sintomático de nada en particular.
Una muchacha con una pierna amputada, al recordar su experiencia en los deportes, nos brinda otros ejemplos:
Cada vez que me caía se me acercaba una multitud de mujeres que cloqueaban y se lamentaban como un montón de gallinas desoladas. Era muy generoso de su parte, y a la distancia les agradezco sus cuidados, pero en esos momentos me sentía agraviada y sumamente molesta por su intervención. Daban por sentado que ninguno de los riesgos habituales propios del patinar—un palo, una piedra—se habían interpuesto entre las ruedas de mi patín. La conclusión era inevitable: yo me tenla que caer porque era una pobre e impotente inválida.
Ni uno solo de ellos gritó con rabia "¡La tiró ese peligroso potro salvaje!" -cosa que, Dios lo perdone, había hecho en realidad-. Era como si los viejos días del patinaje sobre ruedas me hicieran una horrible visita fantasmagórica. Toda la buena gente se lamentaba a coro: "¡Esa pobrecita se cayó!" Cuando fijamos nuestra atención (por lo general nuestra vista) en el defecto de la persona estigmatizada -cuando, en suma, no se trata de una persona desacreditable sino desacreditada-, es posible que esta sienta que el estar presente entre los "normales" la expone, sin resguardo alguno, a ver invadida su intimidad, situación vivida con mayor agudeza, quizá, cuando los niños le clavan simplemente la mirada. Esta desagradable sensación de sentirse expuesto puede agravarse con las conversaciones que los extraños se sienten autorizados a entablar con él, y a través de las cuales expresan lo que él juzga una curiosidad morbosa sobre su condición, o le ofrecen una ayuda que no necesita ni desea. Podemos agregar que existen ciertas fórmulas clásicas para entablar estos tipos de conversación: "Mi estimada niña, ¿cómo consiguió su audífono?"; "Un tío abuelo mío tenía un audífono, por eso creo que conozco bien su problema"; "Yo siempre he dicho que los audífonos son excelentes y solícitos amigos"; "Dígame, ¿cómo se las arregla para bañarse con el audífono?". Lo que se infiere de estos preámbulos es que un individuo estigmatizado es una persona a la cual los extraños pueden abordar a voluntad con tal de que sean sensibles a situaciones de esta clase.
Sabiendo lo que es posible que enfrente al participar de una situación social mixta, el individuo estigmatizado puede responder anticipadamente con un retraimiento defensivo. Esto puede ser ejemplificado con las palabras de un albañil de 43 años, tomadas de un antiguo estudio sobre la desocupación alemana durante la Depresión:
Qué difícil y humillante es pertenecer a la categoría de los desocupados. Cuando salgo, bajo los ojos porque me siento inferior. Cuando camino por la calle me parece que no puedo ser comparado con un ciudadano corriente, que todo el mundo me señala con el dedo. Instintivamente evito encontrarme con la gente. Los antiguos conocidos y amigos de tiempos mejores han dejado de ser cordiales conmigo. Cuando nos encontramos, me saludan con indiferencia. Ya no me ofrecen un cigarrillo y sus ojos parecen decir: "No te lo mereces, porque no trabajas".37 Una niña lisiada ofrece un análisis ilustrativo:
Cuando (...) comencé a caminar sola por las calles de nuestro pueblo (...) advertí que toda vez que pasaba junto a un grupo de dos o tres chicos, estos me gritaban (...) A veces, incluso, llegaban a perseguirme con gritos y burlas. No podía soportarlo pero tampoco sabía cómo enfrentar la situación (...) Durante algún tiempo estos encuentros callejeros me llenaron de un terror frío frente a todos los niños que no conocía (...) Un día, advertí de pronto que había llegado a tener tanta conciencia de mí misma y tanto miedo de todos los niños extraños que, al igual que los animales, estos sabían que yo estaba asustada, y hasta los más suaves y afables se disponían automáticamente a burlarse de mi retraimiento y mi temor.
En lugar de retraerse defensivamente, el individuo estigmatizado puede intentar establecer contactos mixtos mediante baladronadas agresivas, pero esto puede provocar en los demás una serie de respuestas impertinentes. Se puede agregar que el individuo estigmatizado vacila a veces entre el retraimiento y la bravata, saltando de uno a otra, y poniendo así de manifiesto una modalidad fundamental, en la cual la interacción cara a cara puede volverse muy violenta.
Considero entonces que los individuos estigmatizados -al menos aquellos "visiblemente" estigmatizados deben tener razones especiales para sentir que las situaciones sociales mixtas tienden a una interacción incontrolablemente ansiosa. De ser así, habrá entonces que sospechar que también para nosotros, los "normales", estas resultan molestas. Sentiremos que el individuo estigmatizado es demasiado agresivo o demasiado tímido, y, en cualquiera de los dos casos, demasiado propenso a leer en nuestras acciones significados que no intentábamos darles. Por nuestra parte, podemos sentir que si manifestamos un interés sensible v directo por su condición, nos estamos extralimitando, y que, sin embargo, si olvidamos verdaderamente su defecto podemos llegar a tener con él exigencias imposibles o despreciar, sin pensarlo, a sus compañeros de sufrimiento. Sentimos que el individuo estigmatizado percibe cada fuente potencial de malestar originada en la interacción, que sabe que también nosotros lo percibimos e incluso que sabemos que él lo sabe. Ya están dadas, pues, las condiciones para el eterno retorno de la consideración mutua, que la psicología social de Mead nos enseña cómo iniciar pero no cómo terminar.
Dado lo que el individuo estigmatizado y nosotros, los "normales" introducimos en las situaciones sociales mixtas, resulta fácil comprender que no todo marche sobre ruedas. Es probable que intentemos continuar como si en realidad ese individuo correspondiera por entero a una de las clases de personas que nos son naturalmente accesibles en la situación, ya sea que eso signifique tratarlo como a alguien mejor de lo que creemos que es o como a alguien peor de lo que pensamos que es. Si ninguna de estas conductas es posible, entonces podemos tratar de actuar como si fuera una "no persona", y no existiera como individuo digno de una atención ritual. Ese individuo, a su vez, probablemente continúe con estas estrategias, al menos al principio.
Por consiguiente, la atención se aleja en forma furtiva de sus blancos obligatorios, y aparece la conciencia del yo y "la conciencia del otro", expresada en la patología de la interacción.39 Así se la describe en el caso de los físicamente disminuidos: Sea que se reaccione abiertamente y sin tacto ante la desventaja como tal o, lo que es más común, que no se la mencione en forma explícita, la condición básica de intensificar y acotar la conciencia que de ella se tiene hace que la interacción se articule demasiado exclusivamente en función de ella. Esto, tal como lo describen mis informantes, va por lo general acompañado por uno o más de los habituales síntomas propios de la incomodidad y la falta de soltura: las referencias cautelosas, las palabras corrientes de la vida cotidiana repentinamente convertidas en tabú, la mirada que se clava en otra parte, la ligereza artificial, la locuacidad compulsiva, la solemnidad torpe.
Es probable que en las situaciones sociales en las que interviene un individuo cuyo estigma conocemos o percibimos, empleemos categorizaciones inadecuadas, y que tanto nosotros como él nos sintamos molestos. Existen, por supuesto, frecuentes cambios significativos a partir de esta situación inicial. Y como la persona estigmatizada tiene más oportunidades que nosotros de enfrentarse con estas situaciones, es probable que las maneje con mayor pericia.
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Erving Goffman: Estigma e identidad social (Estigma. La identidad deteriorada, 1963) |
Estigma. La identidad deteriorada.
Stigma: Notes on the Management of Spoiled Identity (1963)
Erving Goffman.
Resumen del libro
Concepciones preliminares.
La sociedad establece los medios para categorizar a las personas y el complemento de atributos que se perciben como corrientes y naturales en los miembros de cada una de esas categorías.
- El medio social establece las categorías de personas que en él se pueden encontrar.
- El intercambio social rutinario en medios preestablecidos nos permite tratar con "otros" previstos sin necesidad de dedicarles una atención o reflexión especial.
- Al encontrarnos frente a un extraño, las primeras apariencias nos permiten prever en que categorías se halla y cuales son sus atributos, su identidad social
Una caracterización "en esencia", una identidad social virtual. La categoría y los atributos que efectivamente le pertenecen sería su identidad social real.
Mientras el extraño está presente ante nosotros puede demostrar ser dueño de un atributo que lo vuelve diferente de los demás y lo convierte en alguien menos apetecible. De ese modo dejamos de verlo como una persona total y corriente para reducirlo a un ser menospreciado. Un atributo de esa naturaleza es un estigma, en especial cuando él produce en los demás, a modo de efecto, un descrédito amplio. Esto constituye una discrepancia especial entre la identidad social virtual y la real. (otras discrepancias pueden llevar a reclasificarla/mejorar estimación)
No todos los atributos indeseables son tema de discusión, sino sólo aquellos que son incongruentes con nuestro estereotipo acerca de cómo debe ser determinada especie de individuos.
Estigma: atributo profundamente desacreditador (un atributo que estigmatiza a un tipo de poseedor puede confirmar la normalidad de otro, por lo tanto un atributo no es honroso ni ignomioso en sí mismo)
El termino estigma y sus sinónimos ocultan una doble perspectiva: el individuo estigmatizado ¿supone que su calidad de diferente ya es conocida o resulta evidente en el acto, o que, por el contrario, ésta no es conocida por quienes lo rodean ni inmediatamente perceptible para ellos? En el primer caso estamos frente a la situación del desacreditado, en el segundo frente a la del desacreditable.
Situación del desacreditado.
Se puede mencionar tres tipos de estigmas.
- Las abominaciones del cuerpo (las deformidades).
- Los defectos del carácter del individuo que se perciben como falta de voluntad, pasiones tiránicas o antinaturales, creencias rígidas y falsas, deshonestidad (perturbaciones mentales, adicciones, homosexualidad, desempleo, etc).
- Estigmas tribales de la raza, la nación, y la religión, susceptibles de ser transmitidos por herencia y contaminar por igual a todos los miembros de una familia.
Daré el nombre de normales a todos aquellos que no se apartan negativamente de las expectativas particulares que están en discusión
Las actitudes que los normales adoptamos hacia una persona que posee un estigma:
- Creemos que la persona que tiene un estigma no es totalmente humana
- Practicamos diversos tipos de discriminación (mediante la cual reducimos sus posibilidades de vida).
El individuo estigmatizado tiende a sostener las mismas creencias sobre su identidad que nosotros: la sensación de ser una persona normal, un ser humano como cualquier otro, que merece una oportunidad justa para iniciarse en alguna actividad. Con todo esto, es posible que perciba que no lo aceptan. (Vergüenza: el individuo percibe uno de sus atributos como iuna posesión impura de la que fácilmente puede imaginarse exento).
El rasgo central que caracteriza la situación vital del individuo estigmatizado esta referido a la aceptación.
¿De que modo la persona estigmatizada responde a esta situación?
- Corregir directamente Ej: cirugía plástica. Puede provocar una transformación del "yo": de poseer un defecto a contar en su haber el haber corregido un defecto. Si cae en manos fraudlentas, puede haber una tendencia a la victimización.
- Corregir su condición en forma indirecta, dedicando un enorme esfuerzo personal al manejo de áreas de actividad que por razones físicas o incidentales se consideran inaccesibles para quien posea su defecto.
Contactos Mixtos: momentos en que estigmatizados y normales se hallan en una misma situación social.
- Ambos deben enfrentar directamente las causas/efectos del estigma
- Inseguridad del estigmatizado , inhibición, retraimiento defensivo o agresividad
- Los normales se siente incómodos.
El igual y el sabio.
Se sugirió al comienzo que podía existir una discrepancia entre la identidad virtual y la real de un individuo. Cuando es manifiesta, esta discrepancia daña su identidad social; lo aísla de la sociedad y de sí mismo, de modo que pasa por ser una persona desacreditada frente a un mundo que no lo acepta.
Entre sus iguales, el individuo estigmatizado puede utilizar su desventaja como base para organizar su vida, pero para lograrlo deberá resignarse a vivir en un mundo incompleto. En él podrá exponer en toda su plenitud el triste relato que da cuenta de la posesión del estigma.
El termino categoría es abstracto y puede ser aplicado a cualquier conjunto, en este caso a personas que poseen un estigma en particular. Gran parte de los que se incluyen dentro de una determinada categoría de estigma bien pueden referirse a la totalidad de los miembros con el termino grupo o un equivalente tal como "nosotros" o "nuestra gente". Quienes están fuera de la categoría pueden designar a los que están dentro de ella en términos grupales. Lo que sí sabemos es que los integrantes de una categoría particular tienden a reunirse en pequeños grupos sociales, cuyos miembros derivan de la misma categoría; estos grupos están también sujetos a organizaciones que los engloban en mayor medida.
Sea que las personas que poseen un estigma particular formen o no la base del reclutamiento para una comunidad que esta consolidada de cierto modo, es probable que subvencionen agentes y agencias que las representen.
He considerado un grupo de individuos de quienes la persona estigmatizada puede esperar cierto apoyo: aquellos que comparten su estigma, en virtud de lo cual son definidos y se definen entre sí como sus iguales. Un segundo grupo es el de los sabios, es decir, personas normales cuya situación especial las lleva a estar íntimamente informados acerca de la vida secreta de los individuos estigmatizados y a simpatizar con ellos; gozan de cierto grado de aceptación y de pertenencia al clan. Son hombres marginales ante quienes el individuo estigmatizado no necesita avergonzarse ni ejercer un autocontrol. Están obligados a compartir parte del descrédito de la persona estigmatizada con la cual los une una relación. (esto explica porque a veces se trata de evitar este tipo de relaciones)
Un tipo de persona sabia es aquella cuya sabiduría proviene de sus actividades en un establecimiento, que satisface tanto las necesidades de quienes tienen un estigma como las medidas que la sociedad adopta respecto de estas personas. Un segundo tipo de persona sabia es aquella que se relaciona con un individuo estigmatizado a través de la estructura social; esta relación hace que en algunos aspectos el resto de la sociedad más amplia considere a ambos como una sola persona.
La carrera moral.
Las personas que tienen un estigma particular a pasar por las mismas experiencias de aprendizaje relativas a su condición y por las mismas modificaciones en la concepción del yo; una "carrera moral" similar que es, a la vez, causa y efecto del compromiso con una secuencia semejante de ajustes personales.
La sincronización e interjuego de esas fases iniciales de la carrera moral crean pautas importantes, estableciendo la base del desarrollo ulterior y proporcionando un medio para distinguir entre las carreras morales accesibles a los estigmatizados. Se pueden mencionar cuatro pautas. Una involucra a los que poseen un estigma innato y son socializados dentro de su desventajosa situación al mismo tiempo que aprenden e incorporan los estándares ante los cuales fracasan. Una segunda pauta deriva de la capacidad de una familia de constituirse en cápsula de su joven miembro. Un niño con un estigma congénito puede ser protegido dentro de dicha cápsula mediante el control de la información. Los que en un momento tardío de la vida son victimas de un estigma ejemplifican una tercera pauta de socialización. Son individuos que han realizado un concienzudo aprendizaje de lo normal y lo estigmatizado mucho tiempo antes de tener que considerarse a sí mismos como personas diferentes. Una cuarta parte esta representada por aquellas personas socializadas inicialmente en una comunidad alienada, que deben luego aprender una segunda manera de ser.
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