George Murkdock: La familia nuclear (Estructura Social, 1949)
La familia nuclear
Por George Peter Murkdock
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George Murkdock: La familia nuclear (Estructura Social, 1949) |
Capítulo I de la obra Estructura Social, que la Universidad Veracruzana publicará en su serie Biblioteca de la Facultad de Pedagogía, Letras y Ciencias. Traducción de Carilo Antonio Castro.
La familia es un grupo social que se caracteriza por tener residencia común, cooperación económica y actividades de reproducción. Incluye adultos de ambos sexos, dos de los cuales, por lo menos, mantienen relaciones sexuales socialmente aprobadas; y uno o más vástagos, propios o adoptivos, de los adultos que mantienen comercio carnal. La familia ha de distinguirse del matrimonio, que es un complejo de costumbres centradas en la relación de un par de adultos sexualmente asociados dentro de la familia. El matrimonio precisa la manera de establecer y terminar tal vinculación, la conducta normativa y las obligaciones recíprocas en su seno, y las restricciones, localmente aceptadas, que ejerce sobre su personal.
El término familia resulta ambiguo cuando se emplea por sí solo. El lego y hasta el científico social lo aplican, frecuentemente, sin discriminación alguna, a diversos grupos sociales que, a despecho de sus funciones similares, muestran importantes puntos de diferencia. Estos deben precisarse analíticamente antes de que el vocablo pueda usarse en el riguroso discurso científico.
De nuestra investigación preliminar de 250 sociedades humanas representativas emergen tres distintos tipos de organización familiar. El primero y fundamental, que aquí llamamos la familia nuclear, consiste, típicamente, en un hombre y una mujer casados, con sus vástagos, aunque en casos particulares puedan recibir con ellos una o más personas adicionales. La familia nuclear le será conocida al lector como el tipo de familia que nuestra propia sociedad reconoce, con exclusión de todos los demás. Sin embargo, en la mayoría de los pueblos de la tierra las familias nucleares se combinan, como los átomos en la molécula, en agregados mayores. Estas formas compuestas de la familia se agrupan en dos tipos, los que difieren en los principios por medio de los cuales se afilian las familias nucleares integrantes. Una familia polígama* consiste en dos o más familias nucleares afiliadas por matrimonios plurales, es decir, por tener un progenitor casado en común.* En la poliginia, por ejemplo, un hombre desempeña el papel de marido y padre en varias familias nucleares y, en consecuencia, las une en un grupo familiar mayor.
Una familia extensa consiste en dos o más familias nucleares que se afilian por medio de una extensión de la relación progenitor-vástago más que por la de la relación esposo-esposa; es decir, por la unión de la familia nuclear de un adulto casado a la de sus padres. La familia extensa patrilocal, a la que comúnmente se nombra patriarcal, nos ofrece un ejemplo excelente. Su tipo común abarca un hombre de mayor edad, su esposa O esposas, sus vástagos célibes, sus hijos casados y las esposas y los vástagos de estos últimos, Tres generaciones, incluyendo las familias nucleares del padre y de los hijos, moran bajo un solo techo, o en un agrupamiento de habitaciones adyacentes.
De las 192 sociedades de nuestro muestrario, acerca de las cuales disponemos de información suficiente, cuarenta y siete tienen normalmente sólo la familia nuclear, cincuenta y tres poseen familias polígamas pero no extensas, y noventa y dos muestran alguna forma de familia extensa, El presente Capítulo tratará exclusivamente de la familia nuclear. A las formas compuestas de la organización familiar se les dispensará atención especial en el Capítulo II.
La familia nuclear constituye un agrupamiento social humano universal. Sea como la única forma que prevalece de su familia o como la unidad básica a partir de la cual se componen formas familiares más complejas, existe como grupo distinto y firmemente funcional en cada una de las sociedades conocidas. Por lo menos no se ha presentado salvedad alguna entre las doscientas cincuenta culturas representativas investigadas para el presente estudio, lo que corrobora la conclusión de Lowie:* "No importa si las relaciones maritales son permanentes o temporarias; si existe poliginia, poliandria o licencia sexual; si las condiciones están complicadas por la adición de miembros no incluidos en sestro círculo familiar: un hecho se destaca entre todos los demás, el de que esposo, esposa y vástagos inmaduros constituyen, dondequiera, una unidad aparte del resto de la comunidad." * Capítulo I de la obra Estructura Social, que la Universidad Veracruzana publicará en su serie Biblioteca de la Facultad de Pedagogía, Letras y Ciencias. Traducción de Carilo Antonio Castro, El punto de vista de Linton,* de que la familia nuclear desempeña "un papel insignificante en la vida de muchas sociedades" no deriva apoyo alguno de nuestros datos. En ningún caso hemos visto que un etnógrafo digno de confianza niegue la existencia o la importancia de este elemental grupo social. Linton menciona a los nayares de la India como sociedad que excluye al marido y padre de la familia, pero no cita autoridades, y las fuentes que nosotros hemos consultado por lo que toca a esta tribu nayar, no fundamentan su afirmación. Cualesquiera sean las formas familiares mayores que puedan existir y la extensión con que las unidades más grandes puedan asumir algunas de las cargas de las más pequeñas, la familia nuclear se reconoce siempre y sigue teniendo sus funciones distintivas y vitales —sexual, económica, reproductiva y educativa— que, en breve, consideraremos detalladamente. Es distinta, por lo común, tanto espacial como socialmente. Aun en el caso de la poliginia se les reserva a cada esposa y a sus hijos una morada o habitación aparte.
Las razones de su universalidad no se evidencian con plenitud cuando se contempla a la familia nuclear meramente como un grupo social. Sólo cuando se la analiza en sus relaciones constitutivas, y éstas se examinan tanto individual como colectivamente, logra el estudioso una concepción adecuada de la multifacética utilidad de la familia y, en consecuencia, de su inevitabilidad. Un grupo social se desenvuelve cuando una serie de relaciones interpersonales, que pueden definirse como conjuntos de respuestas habituales recíprocamente ajustadas, liga a cierto número de participantes individuales, colectivamente, uno con otro. En la familia nuclear, por ejemplo, las relaciones de grupo son ocho: esposo-esposa, padre-hijo, padre-hija, madre-hijo, madre-hija, hermano-hermano, hermana-hermana y hermano-hermana.* Los miembros de cada uno de estos pares interactuantes están ligados entre sí, tanto directamente por medio de la conducta recíproca fortalecedora, como indirectamente, según las relaciones que cada uno de ellos tiene con cada uno de los otros miembros de la familia, Cualquier factor que refuerce el nexo entre un miembro y otro opera también, indirectamente, ligando al primero con un tercero con quien el segundo mantiene una Íntima relación. En consecuencia, una explicación de la utilidad social de la familia nuclear, y por lo tanto de su universalidad, debe buscarse no sólo en sus funciones como colectividad, sino también en los servicios y las satisfacciones en las relaciones entre sus miembros constitutivos.
El vínculo entre padre y madre en la familia nuclear se afirma por el privilegio sexual que todas las sociedades acuerdan a los cónyuges. Tomado en su condición de impulso poderoso, que a menudo lleva a los individuos a una conducta que disloca las relaciones de cooperación en las que se basa la vida social humana, el sexo no puede, sin riesgo, quedar sin restricción. En consecuencia, todas las sociedades conocidas han procurado gobernar sus expresiones rodeándolo de trabas de varias clases.
Por otra parte, no debe llevarse esta regulación al exceso, pues la sociedad sufrirá los consecuentes desajustes de personalidad o una reproducción insuficiente para mantener su población. Todos los pueblos se han enfrentado al problema de reconciliar la necesidad de refrenamiento con la opuesta necesidad de expresión, y todas han resuelto el punto precisando culturalmente una serie de tabús y permisos sexuales. Estos contrapesos difieren ampliamente de cultura a cultura pero, sin salvedad alguna, se concede a los cónyuges, en la familia nuclear, dondequiera, un gran margen de libertad sexual. El marido y la esposa han de cumplir con la etiqueta sexual y deben, como regla, observar ciertas restricciones periódicas, tales como los tabúes que ejercen su acción en el coito durante la menstruación, la preñez y la lactancia; pero jamás se les niega permanentemente su normal gratificación sexual.
Este privilegio no debe ser visto como algo que por sabido se calla. Por el contrario, en vista de la casi ilimitada diversidad de las culturas humanas en tantos aspectos, debe considerarse verdaderamente asombroso el hecho de que, en alguna parte, una sociedad no haya prohibido la cópula entre los cónyuges, limitándolos, por ejemplo, a la cooperación económica y permitiéndoles un escape sexual mediante alguna otra relación, De hecho, una de las sociedades que figuran en nuestro muestrario, los banaro de Nueva Guinea, presenta un enfoque que sugiere remotamente tal arreglo. En esta tribu no se le permite al recién casado que se aproxime a su joven esposa, sino hasta que ésta haya dado a luz una criatura, concebida de un amigo especial de la sib de su padre. Ciertas comunidades campesinas de la Europa oriental tienen, según los registros, una costumbre algo parecida. El papá arregla el matrimonio de su hijo inmaduro con una mujer adulta, con la que él propio vive y tiene descendencia hasta que su hijo ha crecido lo bastante para asumir sus derechos maritales." Estas salvedades son especialmente interesantes, ya que asocian los derechos sexuales, no con la relación esposo-esposa que crea el matrimonio, sino con el vínculo padre-madre establecido por la fundación de una familia.
Como medio de expresar y reducir un poderoso impulso básico, así como de satisfacer varios apetitos adquiridos o culturales, el comercio sexual refuerza en gran manera las respuestas que lo anteceden. Estas son mayormente sociales, por su propia naturaleza e incluyen actos de cooperación que deben, como el galanteo, ser considerados réplicas instrumentales. De este mudo, <l »cao tiende a fortalecer todos los hábitos recíprocos que caracterizan la interacción de los padres casados, e, indirectamente, a envolverlos en la malla de relaciones familiares en que el otro está comprometido.
El considerar al sexo como el único factor, o como el más importante, que lleva a un hombre y a una mujer a contraer matrimonio y los envuelve en la estructura de la familia, sería, no obstante, un serio error.
Si todas las culturas, como la nuestra, prohibiesen y penaran el comercio sexual, salvo en la relación marital, ral supuesto podría parecer razonable. Pero éste, debemos hacer hincapié, no es el caso. Entre aquellas de nuestras 250 sociedades cuya información nos es asequible, 65 le dan a las personas solteras y no emparentadas una completa libertad en materia sexual, y otras 20 las consienten con reservas, en tanto que sólo 54 prohíben o desaprueban las ligas premaritales entre personas no emparentadas, y muchas de éstas permiten las relaciones sexuales entre parientes específicos, como primos cruzados." Allá donde la licencia premarital es común, no puede, por cierto, sostenerse que el sexo sea la fuerza primaria que lleva a la gente a contraer matrimonio.
Tampoco es posible mantener que, aun después del casamiento, el sexo opere exclusivamente para reforzar las relaciones matrimoniales. Sin duda, el comercio sexual entre un hombre casado y una mujer no emparentada con él, casada con otro, queda prohibido en 126 de las sociedades de nuestro muestrario, y se permite libre o condicionalmente en sólo 24 de ellas. Sin embargo, estas cifras dan una impresión exagerada de la preponderancia de las restricciones culturales sobre la sexualidad extramarital, ya que por lo común se permiten lances entre ciertos parientes, aunque se prohíben con los que no lo son. De tal manera, en la mayoría de las sociedades de nuestro muestrario, sobre la que disponemos de informes, un hombre casado puede legítimamente tener amoríos con una o más de sus parientes, incluso su cuñada en 41 casos." Tal evidencia demuestra COncluypentamans que he mstareniomsts euxual nO ca siempre, de ningún modo, confinada a la relación matrimonial, ni siquiera en teoría. Si puede reforzar de igual modo otras relaciones, como lo hace comúnmente, no es posible considerarla conducente al matrimonio, en forma peculiar, o únicamente responsable de la estabilidad del vínculo más crucial en la omnipresente institución de la familia.
A la luz de hechos como los arriba indicados, la atribución del matrimonio, primariamente, al factor sexo debe considerarse como reflejo de una propensión que deriva de nuestras propias costumbres sexuales, tan aberrantes. Los autores que han tomado esta posición han caído con frecuencia en el consecuente error de derivar el matrimonio de los fenómenos de aparejamiento que se registran entre los animales inferiores.** Estas falacias fueron primeramente señaladas por Lippert** y han sido reconocidas por varias autoridades posteriores.*".
En vista de la frecuencia con que se permiten las relaciones sexuales fuera del matrimonio, parecería que la precaución científica debiera meramente suponer que el sexo es un factor importante, aunque no exclusivo, del mantenimiento de la relación marital dentro de la familia nuclear, y buscar apoyos auxiliares en alguna otra fuente. Tal se encuentra en la cooperación económica, basada en una división del trabajo de acuerdo con el sexo.'* Ya que la colaboración, de igual modo que la asociación sexual, la logran más presta y satisfactoriamente personas que viven habitualmente juntas. Las dos actividades, cada una de las cuales deriva de una necesidad biológica básica, son compatibles por entero. Ciertamente, la satisfacción de cada una de ellas sirve admirablemente para reforzar a la otra.
En virtud de sus diferencias sexuales primarias, un hombre y una mujer constituyen una unidad cooperativa excepcionalmente eficaz.** El hombre, con su fortaleza física superior, puede emprender de mejor manera las tareas más extenuantes, el corte de la leña, la minería, el aprovechamiento de las canteras, la limpia de la tierra y la construcción de moradas. Sin que lo obstaculice, como es el caso de la mujer, la carga fisiológica de la preñez y la lactancia, el hombre puede internarse en los montes a cazar, pescar, reunir el ganado o comerciar. Sin embargo, en las tareas livianas mo se encuentra la mujer en posición desventajosa, ya que puede desempeñarlas en la casa, o cerca de ella, por ejemplo, el acopio de productos vegetales, el acarreo de agua, la preparación de los alimentos y la manufactura de ropa y utensilios. Todas las sociedades humanas conocidas han propiciado la especialización y la cooperación de los sexos, grosso modo, a lo largo de esta línea de escisión determinada biológicamente.'" No es necesario invocar las diferencias psicológicas innatas como responsables por la división sexual del trabajo; las indiscutibles diferencias de las funciones reproductivas son suficientes para establecer las vastas líneas divisorias. Las nuevas tareas, según van apareciendo, se asignan a una u otra de las esferas de actividad, de acuerdo con la conveniencia y los precedentes. El habituarse a distintas ocupaciones en la edad adulta y los tempranos modelos sexuales en la niñez, pueden explicar perfectamente las diferencias de temperamento que se observan según el sexo, más bien que viceversa.**.
Las ventajas inherentes a una división sexual del trabajo son, presumiblemente, las responsables de su universalidad. Mediante la concentración y la práctica cada uno de los socios adquiere habilidad especial en Sus tareas particulares. Pueden aprenderse las partes complementarias de una actividad que requiera esfuerzo conjunto, Si han de ejecutarse dos tareas al mismo tiempo, pero en distintos lugares, ambas pueden emprenderse y sus productos compartirse. La labor de cada uno de los socios le da seguridad al otro. Quizá el hombre retorne de un día de caza, arerido, sin éxito y con sus vestiduras sucias y desgarradas, encontrando el calor del fuego que él no pudo haber conservado, tomando el alimento obtenido y cocinado por la mujer, en vez de continuar hambriento; y recibir ropas limpias para el día siguiente, preparadas, zurcidas o lavadas por aquélla. O tal vez la mujer no haya encontrado legumbres, o carezca de arcilla para hacer vasijas, o de pieles para hacer vestidos, que sólo se obtienen a distancia considerable de su morada, que ella no puede abandonar, puesto que sus niños requieren de su cuidado; el hombre, en su aventurado recorrido tras su presa, puede de buena gana surtir las demandas de su compañera. Además de eso, si cualquiera de los dos resulta herido o enfermo, el otro puede cuidarlo hasta que se restablezca. Estas compensatorias experiencias, y otras semejantes, cotidianamente repetidas, bastarían por sí mismas para consolidar la unión. Cuando se añade el poderoso refuerzo del sexo, se hace inevitable el compañerismo, la asociación de hombre y mujer.
Las uniones sexuales sin cooperación económica son comunes, y existen relaciones entre hombres y mujeres que implican una división del trabajo sin satisfacción sexual, por ejemplo, entre hermano y hermana, amo y criada, o patrón y secretaria; pero el matrimonio existe sólo cuando lo sexual y lo económico concurren en una relación y esta combinación ocurre únicamente en el matrimonio, De esta manera definido, el matrimonio se encuentra en cada una de las sociedades humanas conocidas. Lo que es más, incluye en todas la cohabitación residencial y ello constituye la base de la familia nuclear. Los universales culturales genuinos son extremadamente raros. Por lo tanto, es muy asombroso que nosotros encontremos aquí varios de ellos, no sólo omnipresentes, sino ligados uno a otro, donde quiera, del mismo modo.
La cooperación económica no sólo liga el esposo a la esposa, sino que también refuerza las varias relaciones entre padres e hijos dentro de la familia nuclear. Aquí, por supuesto, entra en juego una división de trabajo de acuerdo con la edad más bien que con el sexo. Lo que la criatura recibe en estas relaciones es obvio: casi todas sus satisfacciones dependen de sus progenitores. Pero las ganancias no son, por ningún concepto, unilaterales. En la mayor parte de sociedades, los niños que tienen una edad de seis o siete años son capaces de desempeñar quehaceres que proporcionan a sus padres un alivio y una ayuda considerables, y mucho antes de que lleguen a la edad adulta y a ser casaderos, se tornan elementos económicos de importancia definida. Sólo es necesario pensar, a este propósito, en la utilidad que los muchachos tienen para sus padres, y las muchachas para sus madres, en una típica granja europea o norteamericana. Además, los vástagos representan una especie de inversión o póliza de seguros: aunque diferidos en unos cuantos años, los dividendos son eventualmente pagados con genercsidad en forma de ayuda económica, de sostenimiento durante la vejez y, a veces todavía, de retribuciones en efectivo, como cuando se recibe el precio de la novia por una hija al casarse ésta.
Los siblings'* están ligados el uno al otro, similarmente, mediante el cuidado y el auxilio que le proporciona el mayor al más joven; por medio de la cooperación en los juegos infantiles, en los que se imitan las actividades de los adultos, y por la asistencia económica mutua a medida que van creciendo. De esta manera, hijos e hijas están vinculados, mediante servicios materiales recíprocos, a padres y madres, y entre sí, y el grupo familiar íntegro recibe un firme apoyo económico.
La cohabitación sexual conduce inevitablemente al alumbramiento de los vástagos. Estos deben ser nutridos, atendidos y llevados a su madurez física y social si los padres han de cosechar las ventajas previamente mencionadas. Aun en el caso de que la onerosa responsabilidad de la reproducción y el cuidado del infante sobrepase las ganancias egoístas de los padres, la sociedad en su conjunto desempeña una parte tan importante en el mantenimiento de sus miembros, como fuente de fortaleza y seguridad, que insistirá en que los progenitores cumplan plenamente con sus obligaciones. El aborto, el infanticidio y el descuido, a menos que ocurran dentro de los límites de la seguridad, amenazan a la comunidad entera e impulsan a sus componentes a aplicar severas sanciones sociales a los padres recalcitrantes. De esta manera queda añadido el miedo al interés propio como motivo para la crianza de los niños. El amor parental, que se basa en varias satisfacciones derivadas, no puede pasarse por alto como motivo alentador; en verdad, no es más misterioso que el afecto que mucha gente les tiene a ciertas costosas mascotas animales, que no son capaces de dar mucho en cambio del mismo, Las ventajas individuales y sociales operan, de tal suerte, en una variedad de formas para reforzar los aspectos reproductivos de las relaciones progenitor-vástago dentro de la familia nuclear, La más fundamental de estas relaciones es, por supuesto, la que se establece entre la madre y su criatura, ya que este nexo se basa en los hechos fisiológicos de la preñez y la lactancia, y está al parecer sostenida por un especial mecanismo reforzador innato: el placer o liberación de la tensión que la madre experimenta al amamantar a su tierno vástago.
El padre se compromete menos directamente en el cuidado del infante, compartiendo ciertas tareas con la madre. Los hijos mayores asumen también, con frecuencia, la responsabilidad parcial de sus hermanos y hermanas menores, en cuanto a quehaceres apropiados a su edad. La familia entera participa así en el cuidado de los infantes y, a través de esta cooperación, logra unificarse más, No menos importante que el cuidado físico de los hijos, y con probabilidad más difícil, es su crianza dentro de las normas sociales. El animal humano joven debe adquirir una inmensa cantidad de conocimientos y habilidades tradicionales y aprender a dominar sus impulsos innatos de acuerdo con las muchas disciplinas que su cultura prescribe, antes de que pueda ocupar su sitio como miembro adulto de su sociedad. El peso de la educación y la socialización recae primariamente, dondequiera, en la familia nuclear, y la tarea es, por lo general, distribuida en forma más equitativa que el cuidado físico. El padre debe participar tan plenamente como la madre porque debido a la división sexual del trabajo, únicamente él es capaz de adiestrar a los hijos varones en las actividades y disciplinas de los adultos.** Los siblings mayores desempeñan, asimismo, una parte importante, impartiendo sus conocimientos y disciplinas a lo largo de la cotidiana interacción laboral y lúdica. Tal vez más que cualquier otro factor particular, la responsabilidad colectiva de la educación y la socialización amalgama con firmeza las distintas relaciones que se dan en la familia.
En la familia nuclear o en sus relaciones constitutivas contemplamos el ensamble de cuatro funciones fundamentales para la vida social humana: la sexual, la económica, la reproductiva y la educativa. Sin tomar provisiones para el desempeño de la primera y la tercera, la sociedad se extinguiría; para la segunda, la vida misma cesaría; para la cuarta, la cultura llegaría a su término, La inmensa utilidad social de la familia nuclear y la razón básica de su universalidad comienzan, de tal modo, a adquirir un firme relieve.
Las agencias o relaciones extrafamiliares pueden, seguramente, compartir el pleno cumplimiento de cualquiera de estas funciones; pero jamás suplen a la familia. Como ya lo hemos visto, existen sociedades que permiten la satisfacción sexual con otras relaciones, pero ninguna que se la niegue a los cónyuges. Podrá darse una extraordinaria expansión de la especialización económica, como sucede en la moderna civilización industrial, más la división de labores entre marido y mujer persistirá todavía. Puede existir, en casos excepcionales, una escasa desaprobación social de los nacimientos fuera del matrimonio, y los parientes, los criados, las enfermeras o los pediatras contribuirán al cuidado de la criatura; pero la responsabilidad primordial de su mantenimiento y desarrollo le queda siempre a la familia. Por último, los abuelos, las abuelas o las sociedades secretas de iniciación pueden prestar ayuda en el proceso educativo, más los progenitores retienen universalmente la parte principal en la enseñanza y la disciplina. En breves palabras, ninguna sociedad ha logrado encontrar un substituto idóneo de la familia nuclear, al que pueda transferir estas funciones. Es de sobra dudoso el que alguna sociedad pueda jamás tener éxito en tal intento, a pesar de las utópicas propuestas que aboguen por la abolición de la familia.
Las funciones arriba mencionadas no son, en modo alguno, las únicas que la familia nuclear desempeña. En cuanto a su calidad de fieme constelación social, se apropia frecuente, aunque no universalmente, de varias otras. Es así por lo común el centro de la adoración religiosa, con el padre de sacerdote familiar. Puede constituir la unidad primordial en la tenencia de la tierra, la venganza o la recreación. El status social puede depender más de la posición de la familia que de los merecimientos individuales, Y así sucesivamente. Estas funciones adicionales, allá donde ocurran, aportarán mayor fortaleza a la familia, aunque no la explican.
De igual modo que la comunidad, la familia nuclear se encuentra en sociedades subhumanas, aunque en éstas el padre es un miembro menos típico y, donde existe, está por lo común menos firmemente apegado.
Pero los parientes animales más cercanos del hombre poseen solamente, en el mejor de los casos, una rudimentaria división sexual del trabajo y se muestran por completo carentes de cultura, La participación universal del padre en la familia humana parecería así depender principalmente de la especialización económica, y el desarrollo de un cuerpo de conocimientos tradicionales transmitirse de una generación a la siguiente.
Como ambos son productos de la evolución cultural —ciertamente, entre los más antiguos— la familia humana no puede explicarse sobre una base instintiva o hereditaria.
Esta estructura social universal, producida mediante la evolución cultural en cada sociedad humana supuestamente como el único ajuste factible de una serie de necesidades básicas, forma una pacte crucial del ambiente en que cada individuo crece hasta la madurez. Las condiciones sociales del aprendizaje durante los años formativos iniciales de la vida, así como los innatos mecanismos psicológicos del conocimiento, son esencialmente los mismos para la humanidad en su conjunto. La participación de un científico social parecería tan decisiva como la del psicólogo en la comprensión del comportamiento que se adquiere bajo tales condiciones. Es probable, en grado sumo, por ejemplo, que muchas de las manifestaciones de la personalidad que la psicología profunda estudia estén arraigadas en una combinación de constantes psicológicas y socioculturales, De este modo, el complejo de Edipo de Freud sólo parece comprensible como un conjunto de ajustes característicos de la conducta hechos durante la niñez frente a una situación que se repite una y Otra vez en la familia nuclear.*".
El más tremendo efecto de la estructura familiar en la conducta individual se observará, tal vez, en el fenómeno de los tabúes de incesto.
Como en el Capítulo X presentaremos un extenso una teoría de la génesis y la amplitud de tales tabúes, no necesitamos aplicarlos en éste. Sin embargo, deben ofrecerse aquí los factores esenciales, puesto que su comprensión es absolutamente crucial para el posterior análisis de la estructura social. A pesar de la extraordinaria variabilidad y aparente arbitrariedad en la incidencia de los tabúes incestuosos de las diferentes sociedades, éstos se aplican sin variación a cada una de las relaciones entre los sexos dentro de la familia nuclear, salvo la que se verifica entre los cónyuges. En ninguna de las sociedades conocidas es convencional, o permisible siquiera, que el padre y la hija, la madre y el hijo, o el hermano y la hermana tengan comercio sexual o contraigan matrimonio.
A despecho de la tendencia que los etnógrafos muestran a registrar reglas de casamiento bastante más ampliamente que regulaciones que gobiernan el incesto pre y postmatrimonial, es concluyente la evidencia que de nuestras 250 sociedades presentamos en el Cuadro 1.
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Las pocas excepciones aparentes, demasiado parciales en cada caso para aparecer en el cuadro, resultan, sin embargo, iluminadoras y, por lo tanto, todas las encontradas habrán de mencionarse. Á ciertos nobles azande, de alta alcurnia, se les permite casarse con sus propias hijas, y entre los miembros de la antigua aristocracia hawaiana se preferían los matrimonios de hermano con hermana, lo mismo que en la real familia inca. En ninguno de estos casos, sin embargo, podía la población común contraer uniones incestuosas, ya que éstas constituían el símbolo y la prerrogativa de un status elevado. Entre los dobus no es excesivamente mal visto el comercio carnal con la madre si el progenitor ya está muerto; se le considera un problema privado más bien que una ofensa pública. Los balineses de Indonesia permiten que los hermanos y hermanas gemelos se casen, considerando que ya han estado ilícitamente unidos en el útero materno. Entre los thonga del África puede un cazador notable tener relaciones sexuales con su hija, en vías de prepararse para una gran cacería, considerándose tales relaciones, en otras circunstancias, acto nefando. Estos casos, por las circunstancias especiales que los rodean o por su carácter excepcional, sirven más bien para dar énfasis que para desaprobar la universalidad de los tabús incestuosos intrafamiliares.
La primera consecuencia de tales tabúes es que condicionan una solución de continuidad de la familia nuclear a lo largo del tiempo y la limitan a dos generaciones. Si los matrimonios entre hermano y hermana fueran usuales, por ejemplo, una familia podría estar constituida normalmente por los abuelos casados, sus hijos e hijas unidos matrimonialmente entre sí, los vástagos de éstos y, todavía más, la progenie resultante de las uniones incestuosas entre los últimos. La familia, de igual manera que la comunidad, el clan y muchos otros grupos sociales, sería permanente, llenando los nuevos nacimientos las pérdidas causadas por los decesos.
Los tabúes de incesto alteran por completo tal situación. Obligan a cada uno de los vástagos a buscarse cónyuge en otra familia, con quien ha de establecerse la relación marital. Consecuentemente, todo adulto normal en cualquier sociedad humana pertenece a dos familias nucleares por lo menos: una familia de orientación en cuyo seno nació y fue criado, la que incluye a su padre, su madre, sus hermanos y hermanas; y una familia de procreación?" que establece por medio del matrimonio y que incluye a su esposo o esposa, sus hijos e hijas.
Esta situación tiene importantes repercusiones en el parentesco. En una hipotética familia incestuosa, sólo sería necesario diferenciar a los no-miembros de los miembros y clasificar a cada uno de ellos según su edad y sexo. Un sistema de parentesco sencillo en extremo bastaría para satisfacer todas las necesidades prácticas. No obstante, los tabúes de incesto crean un traslapamiento de familias y disponen a sus miembros conforme a diferentes grados de proximidad o lejanía en su parentesco.
Una persona tiene parientes primarios:?? sus progenitores y sus siblimgs (hermanos y hermanas), en su familia de orientación, y su cónyuge y sus vástagos, en la familia de procreación. Cada uno de estos individuos tiene sus propios parientes primarios quienes, si no están emparentados con ego de modo semejante, quedan con el rango de parientes secundarios de éste, por ejemplo, el padre de su padre, la hermana de su madre, la madre de su esposa, el hijo de su hermano y el marido de su hija. Los parientes primarios de sus allegados secundarios son los parientes terciarios de ego, tales como el marido de la hermana de su padre, la hija de la hermana de su esposa y cualquiera de sus primos en primer grado.
Esta graduación de los parientes en el sentido de su afinidad se extiende indefinidamente, creando innumerables categorías distintas de vínculos genealógicos. Para evitar un embarazoso sistema de nomenclatura, cada sociedad se ha visto precisada a reducir el número total de términos de parentesco a proporciones manejables, aplicando algunos de tales vocablos a diferentes categorías de parientes, Los principios que gobiernan esta reducción y los tipos de estructura parental que resultan bajo diferentes condiciones sociales serán analizados en los Capítulos VI y VII.
Algunas de las características de intimidad de las relaciones en el seno de la familia nuclear tienden a fluir al exterior, por los ramificados canales de los vínculos de parentesco. Un hombre, por ejemplo, se siente por lo común más cerca de los hermanos de su padre, de su madre y de su esposa que de otros hombres de la tribu o de la comunidad con los que no está emparentado, Cuando necesita auxilio o servicios, aparte de los que su familia de orientación o de procreación puede darle, está más predispuesto a pedírselo a sus parientes secundarios, terciarios o remotos que a las personas que no lo son. Pero, ¿a cuál de estos allegados recurrirá? Debido a la ramificación de los nexos de parentesco que resulta de los tabús incestuosos, una persona puede tener treinta y tres tipos diferentes de parientes secundarios y ciento cincuenta y uno de allegados terciarios, y un solo tipo, como el de hermano del padre, puede incluir cierto número de individuos. Todas las sociedades confrontan el problema de establecer la prioridad, como fuere, es decir, de definir el particular grupo de parientes al que los individuos tienen el privilegio de acudir, en primera instancia, en busca de apoyo, ayuda material o servicios ceremoniales. Todas las culturas abordan este problema adoptando una regla de descendencia. Una regla de descendencia establece la afiliación del individuo, a su nacimiento, con un grupo particular de parientes con quienes tiene una especial intimidad y de quienes puede esperar ciertas clases de servicios que no puede pedirles a los que no están emparentados con él o, ni siquiera, a otros de sus parientes. Las reglas fundamentales de descendencia sólo son tres: descendencia patrilineal, que afilia a la persona con un grupo de parientes con los que se vincula únicamente por medio de varones; descendencia matrilineal, que la asigna a un grupo de parientes cuyo nexo queda establecido por medio de hembras, y descendencia bilaseral,?? que la asocia con un grupo de parientes muy próximos sin perjuicio de su particular nexo genealógico con él. Una cuarta regla, denominada descendencia doble?* combina las descendencias patrilineal y matrilineal, asignando a la persona a un grupo de cada tipo.
Una generación anterior de antropólogos malentendió por completo las reglas de descendencia, asumiendo que éstas implicaban el reconocimiento de ciertos vínculos genealógicos con la exclusión de otros, por ejemplo, que un pueblo matrilineal ignora, o prefiere pasar por alto, las relaciones biológicas de una criatura con su padre. La ciencia le debe a Rivers** la puntualización de que la descendencia sólo se refiere a la colocación social, al señalamiento del puesto social (alocation), y nada tiene que ver, fundamentalmente, con las relaciones genealógicas o el reconocimiento de éstas. Hoy se sabe que los hopi y la mayoría de las sociedades que tienen descendencia matrilineal no niegan u omiten la relación de una criatura con su padre o sus parientes patrilincales; frecuentemente, por cierto, la reconocen de modo específico prohibiendo el matrimonio con los allegados paternos al igual que con los maternos.
Entre los pueblos patrilineales predomina una situación parecida. En verdad, cierto número de tribus australianas siguen de hecho la descendencia patrilineal, en tanto que niegan específicamente la existencia de cualquier nexo biológico entre padre y vástago. En el África y en cualquiera otra parte, a mayor abundamiento, es común que los hijos ilegítimos que una mujer casada ha tenido con otro hombre estén afiliados por descendencia patrilineal con el marido de aquélla, incuestionablemente; es decir, con su "padre sociológico".
En conclusión, la descendencia no implica necesariamente la creencia de que ciertos vínculos genealógicos son más cercanos que otros, y mucho menos el reconocimiento del parentesco con uno de los padres,* excluyendo al restante, aunque se han registrado tales nociones en casos excepcionales. Se refiere meramente a la regla cultural que afilia al individuo con un grupo particular de parientes elegido para ciertos propósitos sociales, como los de asistencia mutua o regulación del matrimonio.
Los diversos tipos de grupos emparentados que resultan de las diferentes reglas de descendencia serán analizados en el Capítulo HI.
Los tabúes de incesto que predominan por lo regular en el seno de la familia nuclear ejercen otro efecto, en extremo importante, sobre la organización social. En unión con el requisito universal de la cohabitación residencial del matrimonio, dan como resultado, inevitablemente, una dislocación de la residencia dondequiera que ocurra un casamiento. El marido y la esposa no pueden permanecer ambos con sus respectivas familias de orientación al fundar una nueva familia de procreación. El uno o la otra, o los dos, deben mudarse. Las alternativas posibles son unas cuantas, y todas las sociedades han debido adoptar una u otra de ellas, o alguna combinación de las mismas, como regla cultural preferente de residencia, Si la costumbre requiere que el recién casado deje el hogar de sus progenitores y viva con la desposada, sea en la casa de los padres de ésta, o en una morada cercana, se le llama masrilocal a la regla de residencia. Si por otra parte, la recién casada se pasa a vivir en el hogar de los padres del novio, o en su vecindad, se dice que la residencia es pasrilocal. Deberá hacerse hincapié en que esta regla implica no sólo que la esposa vaya a vivir con su marido, sino que ambos establecen domicilio en la casa de los papás del varón, o en sitio próximo.
Algunas sociedades le permiten a la pareja casada habitar con los progenitores de cualquiera de sus integrantes, o en las cercanías, en cuyo caso ellos mismos escogen el lugar, matri o patrilocalmente, de acuerdo con factores tales como la relativa buena posición económica o social de las dos familias, o sus preferencias personales. A esta regla de residencia se le nombra bilocal.** Cuando una pareja recién casada establece un domicilio independiente de la localización del hogar de los padres de cualquiera de los esposos, como sucede en nuestra propia sociedad, y quizá hasta a una considerable distancia de ambas casas, puede llamarse neolocal a la residencia. Desafortunadamente, en la literatura etnográfica se confunde esta regla, a menudo, con la residencia patrilocal. Una quinta alternativa, que llamaremos residencia avsenculocal?* predomina en unas cuantas sociedades que prescriben que la pareja casada resida con un tío materno del novio, o en la vecindad, más que con los padres de cualquiera de los esposos o que en un hogar propio separado.
Aunque es teóricamente posible que existan otras reglas de residencia, las cinco posibilidades alternas descritas arriba, sea solas o en combinación, abarcan todos los casos efectivos que se dan en nuestro muestrario de doscientas cincuenta sociedades. Los dobus de Melanesia muestran una especial combinación de residencia matrilocal y avunculocal de acuerdo con la cual alternan las dos reglas, periódicamente, a través de la vida de los casados. Un término medio más frecuente consiste en requerir la residencia matrilocal durante un período inicial, un año por lo común o hasta que nazca el primer vástago, a cuyo lapso sigue la residencia patrilocal permanente. Para esta combinación, que en realidad es sólo una variante especial de la residencia patrilocal, proponemos el término matripatrilocal, preferible a residencia "intermedia" o "de transición".2? La distribución de estas distintas reglas entre nuestras 250 sociedades es ésta: 146 patrilocales, 38 matrilocales, 22 mactri-patrilocales, 19 bilocales, 17 neolocales y 8 avunculocales, No obstante, es probable que algunas de las tribus para las cuales se registra una regla patrilocal sigan de hecho la neolocal.
Las reglas de residencia reflejan las condiciones económicas sociales y Culturales en general. Cuando las condiciones subyacentes cambian, las reglas de residencia tienden a modificarse en concordancia. El alineamiento local de los parientes, por lo tanto, se altera con el resultado de que se inicia una serie de cambios de adaptación que puede producir, por último, una reorganización de la estructura social íntegra. El papel fundamental de las reglas de residencia en la evolución de la organización social se demuestra en el Capítulo VIII.
El efecto primordial de una regla de residencia es el de reunir en una localidad un agregado particular de parientes con sus familias de procreación. Las residencias patrilocal y matrilocal congregan cierto número de varones, emparentados patrilinealmente, con sus esposas y vástagos.
Las residencias matrilocal y avunculocal forman un agregado de parientes matrilineales y sus familias. La residencia bilocal produce un alineamiento de los parientes bilaterales. De estos agrupamientos locales de parientes pueden surgir dos tipos principales de grupos sociales: las familias extensas y los clunes, que se tratarán, respectivamente, en los Capítulos II y IV. La residencia neolocal es la única regla que milita definitivamente contra el desarrollo de tales agrupaciones mayores de parientes.
El cónyuge que no tiene que cambiar su residencia con el matrimonio goza de ciertas ventajas sobre el otro. El o ella permanecen en su hogar, en ambientes físico y social conocidos, y su familia de procreación puede mantener un contacto íntimo con su familia de orientación. El otro cónyuge, sin embargo, ha de romper en cierta medida con su pasado y establecer nuevos lazos sociales, Esta ruptura no es seria cuando el matrimonio se contrae normalmente en el seno de la misma comunidad local, ya que el esposo que ha cambiado de residencia continúa aún estrechamente ligado a su familia de orientación, lo que le permite proseguir cotidianamente las asociaciones interpersonales. No obstante, allá donde los matrimonios son exógamos?" con respecto a la comunidad, los cónyuges de un sexo se encuentran viviendo entre individuos comparativamente extraños, con quienes deben hacer nuevos ajustes personales y de quienes dependen, en parte, en lo que toca a mantenimiento, protección y satisfacciones sociales, que previamente recibieran de sus parientes y antiguas amistades. De este modo, se hallan en condiciones sociales y psicológicas considerablemente desventajosas, en comparación con el cónyuge que se quedó en casa, Aunque es teóricamente posible un cambio de comunidad bajo cualquier regla de residencia, los datos de nuestro muestrario revelan que tal costumbre es muy rara, salvo cuando la residencia es patrilocal, matripatrilocal, o avunculocal; es decir, cuando es más bien la mujer que el hombre quien, con regularidad, cambia de domicilio. Las evidencias se presentan en el Cuadro 2. En tanto que el dominio masculino, consecuencia de la superioridad física, pueda resultar parcialmente responsable de la frecuencia enormemente más grande con que las mujeres se trasladan a una nueva comunidad al contraer matrimonio, el autor se inclina, con Linton,?" a buscar la explicación del fenómeno principalmente en factores económicos, en particular los que derivan de la división sexual del trabajo. Estos serán considerados con plenitud en el Capítulo VIII, en conexión con el peso excesivamente importante de los hechos tratados sobre la evolución de la organización social.
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George Murkdock: La familia nuclear (Estructura Social, 1949) |
Las reglas de residencia, especialmente la extensión en que implican el cambio a una nueva comunidad por parte de la mujer, se relacionan significativamente con las maneras de contraer matrimonio. Si una desposada se aleja del hogar de sus progenitores al establecerse el nuevo vínculo, su familia nuclear sepárase de una ayudante productiva. Sus padres, en particular, pierden una fuente potencial de ayuda y apoyo para sus años postreros. Lo que es más, renuncian al posible auxilio de un yerno, que viviría con ellos y trabajaría a favor suyo si la residencia fuera matrilocal. Poco puede maravillarnos, entonces, que los padres sólo consientan que los deje una hija, en el matrimonio patrilocal o avunculocal, si reciben una compensación substanciosa, Si una mujer, aun cuando se traslade al hogar de su esposo al casarse, permanece todavía en la misma comunidad, la pérdida es menos severa para sus padres. La ayuda y el mantenimiento que ella y su marido puedan proporcionarles llegarán, a veces, a compensarlos con plenitud.
Sin embargo, si ella se muda a otro poblado, se vuelve indispensable alguna otra forma de compensación.
Las maneras de contraer matrimonio se dividen en dos clases principales: las que requieren una recompensa y las que no requieren tal.?* Cuando se requiere una compensación, ésta puede hacerse en géneros, en especie, o en servicios, dando respectivamente como resultado el pago del precio de la novia, el canje de una hermana u otra pariente por la esposa, y el servicio por la novia que se desempeña a favor de los progenitores de ésta. Cuando no se pide una recompensa, el matrimonio puede solemnizarse solamente por medio de un intercambio de regalos, cuyo valor es aproximadamente igual, entre las familias de los contrayentes, o la desposada puede entregarse con una dote de bienes valiosos, o la boda deberá estar desprovista de cualquier transferencia de propiedad y ser contraída por medio de la captura de la esposa, la fuga o el inicio, relativamente informal, de la cohabitación. La captura de la novia, o secuestro, es raro en exceso como manera normal de casorio, y no aparece como tal en ninguna de las sociedades de nuestro muestrario, y las fugas se legitiman posteriormente, por lo general, con el desempeño de las ceremonias de costumbre y las transacciones de propiedad.
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George Murkdock: La familia nuclear (Estructura Social, 1949) |
Los datos de nuestras 250 sociedades, que se compilan en el Cuadro 3, revelan que alguna forma de recompensa acompaña al matrimonio, ordinariamente, cuando las reglas de residencia llevan a la recién casada fuera de su hogar. El pago del precio de la novia y la dádiva de una hermana u otra pariente, en cambio por una esposa, están exclusivamente asociadas con la residencia patrilocal, El servicio por la novia va de consuno, normalmente, con la residencia matri-patrilocal, y es también muy común bajo el régimen de residencia matrilocal, del cual no se le diferencia siempre con claridad en los escritos al respecto. El pago del precio de la novia, u otra recompensa, resulta particularmente común en la residencia patrilocal o matri-patrilocal, cuando la recién casada se muda no sólo de su hogar sino de la comunidad lugareña en que ha crecido. La evidencia se muestra en el Cuadro 4, excluyendo otras reglas de residencia.
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George Murkdock: La familia nuclear (Estructura Social, 1949) |
Los casos particulares son con frecuencia esclarecedores. Entre los abelam, por ejemplo, el usual precio de la novia se omite cuando la pareja casadera proviene de la misma aldea. Entre los esquimales de Copper, si una hija permanece en la comunidad después del matrimonio, ella y su marido le prestan auxilio a los parientes de la primera y no se requiere el pago de su precio; pero en el caso excepcional de que hubiere una boda patrilocal, entre miembros de diferentes aldeas, el novio deberá recompensar a los progenitores de su desposada por su pérdida, Entre los hupa y yurok del Noroeste de California, que son patrilocales, el hombre que no puede cubrir plenamente el precio de la novia paga la mitad y reside con su suegro, laborando en favor suyo, a cuya situación se le nombra "medio matrimonio". Ocho de nuestras sociedades revelan un ajuste que resulta especialmente común en Indonesia, donde se le llama ambil-anak.** En estas sociedades, cuando una familia tiene hijas pero no hijos, se hace una excepción a la acostumbrada regla patrilocal en el caso de una hija, quien contrae matrimonio sin el precio de la novia usual y cuyo marido viene a residir matrilocalmente con los progenitores de su esposa y toma el lugar de un hijo.
El precio de la novia constituye algo más que una compensación dada a los padres por la pérdida de una hija que se aleja de su hogar al casarse. Por lo común es, asimismo, una garantía de que la joven esposa será bien tratada en su nueva morada, Si no lo es, puede regresar, ordinariamente, al seno de su hogar anterior, con el resultado de que su marido pierde la inversión financiera que por ella hizo. Una generación de antropólogos ha señalado que tales son las verdaderas funciones del precio de la novia, y los estudiosos de las civilizaciones antiguas han llegado a la misma conclusión.?? Si acaso, raramente, se considera parangonable al precio que se paga por los bienes muebles, o la suma que se paga por una esclava.
A causa de que la efectuación de un matrimonio es el medio normal de establecer una familia nuclear; en razón de que la relación marital forma la propia urdimbre de la tela familiar, y a causa de que la regulación del matrimonio por medio de los tabués sexuales produce efectos de gran alcance en la misma estructura de la familia, ha sido necesario examinar estos aspectos del matrimonio. Otros han de considerarse en capítulos posteriores, para aclarar distintos rasgos de la estructura social. Sin embargo, en lo que respecta a las ceremonias nupciales, los usos del divorcio y otros aspectos no estructurales del casamiento, el lector debe acudir a las obras de Westermarck y demás autoridades aceptadas.
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George Murkdock: La familia nuclear (Estructura Social, 1949) |
Social Structure
Por George Peter Murkdock
Social Structure. New York: The MacMillan Company. 1949
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