Karl A. Wittfogel: Despotismo oriental. Estudio comparativo del poder totalitario, cap. 1 (1957)
Despotismo oriental
Estudio comparativo del poder totalitario
Karl A. Wittfogel
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Karl A. Wittfogel: Despotismo oriental. Estudio comparativo del poder totalitario (1957) |
I. EL PODER DESPÓTICO TOTALITARIO Y NO BENÉFICO
El carácter despótico del gobierno hidráulico no se ha puesto seriamente en duda. El término “despotismo oriental”, que se emplea generalmente para las variantes de este fenómeno en el viejo mundo, connota una forma extraordinariamente dura de poder absolutista.
Pero los que admiten la crueldad del despotismo oriental, a menudo insisten en que regímenes de este tipo estaban limitados por controles institucionales y morales que les hacían tolerables y a veces incluso benéficos. ¿En qué medida fue soportable y benéfico el despotismo hidráulico? Sin duda, esta cuestión puede contestarse solamente con un examen comparativo y razonado de los hechos pertinentes.
A. PODER TOTALITARIO
1. Ausencia de frenos constitucionales eficaces
La existencia de regulaciones constitucionales no implica necesariamente la existencia de un gobierno constitucionalmente controlado. Todos los gobiernos que duran cierto tiempo –y muchos otros también– tienen un cierto patrón (Constitución). Este patrón puede expresarse en forma escrita. Bajo condiciones culturales adelantadas, esto se hace frecuentemente, y a veces en una colección ordenada, un código. El desarrollo de una Constitución escrita no es, en absoluto, idéntico al desarrollo de un gobierno “constitucionalmente controlado”. Lo mismo que la ley puede ser impuesta por el gobierno (lex data) o acordada de común acuerdo por la autoridad gubernamental y las fuerzas no gubernamentales (lex rogata), también una Constitución puede ser impuesta o acordada. El término constituciones se refería originalmente a los edictos, rescriptos y mandatos que emitían los emperadores romanos autocráticamente y por su cuenta.
Incluso un código legal muy sistematizado no obliga a los legisladores autócratas con restricciones que no sean inherentes a las normas impuestas por ellos mismos. El gobierno que ejerce completa autoridad administrativa, directiva, judicial, militar y fiscal puede emplear su poder para hacer cualquier ley que él y sus ayudantes juzguen conveniente. Su eficiencia y la inercia favorece en la perpetuación de la mayoría de estas leyes, pero el régimen absolutista tiene libertad de alterar sus formas en cualquier momento; y la historia de las culturas hidráulicas atestigua la promulgación periódica de nuevas leyes y códigos. Las “regulaciones compiladas” (hui yao) de la China imperial1, los Libros de las Leyes (dharma shastra) de la India2 y los escritos administrativos y judiciales del Oriente bizantino e islámico son casos de lo que decimos.
Habiendo sido impuestas unilateralmente, las regulaciones constitucionales también se cambian unilateralmente. En China «todos los poderes, legislativo, ejecutivo y judicial pertenecían al emperador»3. En la India hindú, «el rey tenía constitucionalmente poder para aceptar o repudiar las leyes aceptadas por su predecesor»4. En Bizancio «no había ningún órgano del Estado con derecho a controlarle (al emperador)». O más específicamente: «para los actos legislativos y administrativos el monarca no era responsable ante nadie, excepto ante el cielo»5.
En la sociedad islámica el califa, como todos los demás creyentes, estaba obligado a someterse a la Ley Sagrada6, y generalmente estaba dispuesto a mantenerlo como parte del orden religioso dominante. Pero ejercía su poder cuantas veces lo juzgaba necesario, estableciendo tribunales seculares (administrativos) y dirigiéndolos mediante decretos especiales (qanun o siyasa)7. Y los jueces religiosos, los cadies, se apresuraban a apoyar un gobierno que los nombraba y los deponía a su voluntad8. De este modo la ausencia teórica de una legislatura modificaba el aspecto, pero no la sustancia del absolutismo islámico: «El califato [...] era un despotismo que ponía un poder sin límites en manos del gobernante»9.
En estos y otros casos parecidos el régimen representa un patrón definitivo, estructural y operacional, una “Constitución”. Pero este patrón no es discutido por las partes interesadas. Está dado desde arriba, los gobernantes de la sociedad hidráulica lo crean, mantienen y modifican, no como agentes controlados de la sociedad sino como sus dueños.
2. Ausencia de controles sociales eficaces
a) Ausencia de controles
Por supuesto, la ausencia de controles constitucionales formales no implica necesariamente la ausencia de fuerzas sociales cuyos intereses e intenciones debe respetar el gobierno. En la mayoría de los países de la Europa postfeudal los regímenes absolutistas estaban controlados no tanto por constituciones oficiales como por la fuerza efectiva de la nobleza campesina, la Iglesia y las ciudades. En la Europa absolutista todas estas fuerzas no gubernamentales estaban políticamente organizadas y articuladas. Por ello diferían profundamente de los representantes de la propiedad rústica, religión o profesiones urbanas en la sociedad hidráulica.
Algunos de estos grupos estuvieron pobremente desarrollados en Oriente, y ninguno de ellos fraguó en cuerpos políticos capaces de restringir al régimen hidráulico. El erudito indio K. V. Rangaswami describe correctamente la situación cuando, en su discusión del absolutismo hindú, define al absolutismo genuino como «una forma de gobierno en la que todos los poderes deben confluir en las manos del gobernante, no habiendo ningún otro concurrente y autoridad independiente, habitualmente obedecido por el pueblo como aquél, y que le resista legalmente o le pida cuentas»10.
b) El llamado derecho de rebelión
La falta de medios legales de resistir al gobierno es, sin duda, un riesgo significativo del despotismo. Cuando faltan estos medios los descontentos y desesperados de vez en cuando se levantan en armas contra su gobierno, y muy excepcionalmente a veces logran destronarlo. Seguidamente el nuevo gobernante justifica su procedimiento comparando la justicia de su causa a la injusticia del régimen anterior; y los historiadores y filósofos han explicado de esta misma manera los cambios dinásticos periódicos. De los sucesos e ideas de esta clase se ha derivado el llamado derecho de rebelión.
El término “derecho de rebelión” es desafortunado en cuanto confunde un hecho legal y otro moral. Las discusiones oficiales sobre el surgimiento y decadencia del poder dinástico se presentaban más como advertencias contra la acción rebelde que como consejos animando a ella, y ciertamente no fueron incorporados en ninguna regulación o ley oficial constitucional. El derecho a la rebelión no podía ejercerse más que violando las leyes existentes y con riesgo de la vida para el que las violase.
Pueden encontrarse trazas del llamado derecho de rebelión virtualmente en todas las sociedades hidráulicas. El folclore Pueblo relata con orgullo la acción afortunada contra los caciques indignos11, y así se han justificado las revoluciones en Balí12. Los gobernantes hindúes y musulmanes han sido advertidos de un modo parecido, y desafiados de la misma manera13. El hecho de que en China se formule el derecho de rebelión en los clásicos confucianos hizo tan poco para controlar el poder total14 como lo hace en la Unión Soviética la presencia de los escritos de Marx y Lenin, que postulan la acción revolucionaria contra la opresión.
c) La elección del déspota no es remedio
Ni el régimen se hace menos despótico porque el gobernante llegue a su puesto mediante la elección en vez de la herencia. La transferencia del título y autoridad a un pariente próximo del soberano muerto, con preferencia al hijo mayor, favorece la estabilidad política, mientras que la elección favorece el caudillaje del más dotado. El primer principio prevalece entre los gobernantes indígenas de las sociedades hidráulicas, el segundo entre los pueblos pastores u otros que, como conquistadores de estas sociedades, con frecuencia perpetuaron sus patrones originarios de sucesión15.
La costumbre bizantina de nombrar emperador por elección se remonta a la república romana. Era adecuado a las condiciones de comienzos del imperio, el cual, estando controlado en gran medida por funcionarios militares, escogía a sus soberanos entre «el ejército»16 más a menudo que entre el cuerpo superior y funcionarios civiles. Cuando a partir de Diocleciano el Senado tomó una parte más destacada en la elección del emperador, el centro político de gravedad pasó de la rama militar a la rama civil del funcionariado17. La elección no fue el mejor método para establecer un nuevo emperador, pero arropada en el manto de la tradición y la legitimidad se demostró en definitiva compatible con las exigencias del absolutismo burocrático18. Y los cambios frecuentes en la persona del caudillo supremo no privaron a su posición ni a la jerarquía por él dirigida de su carácter despótico.
En el antiguo México y en la mayoría de las dinastías chinas de conquista el nuevo gobernante fue elegido entre miembros del grupo gobernante. El procedimiento combinaba el principio de herencia con el de elección limitada; y, como en el caso de Bizancio, los que hacían la elección eran miembros superiores de la jerarquía política. Este arreglo aumentó las oportunidades políticas entre los amos del aparato, pero no aumentó la autoridad de las fuerzas no gubernamentales de la sociedad. Dos paralelos, tomados en el mundo no hidráulico, pueden ayudar a eliminar el falso concepto de que el poder despótico se democratiza por un sistema electivo de sucesión. El régimen de Gengis Khan, que se perpetuó mediante la elección limitada, permanece como uno de los ejemplos más terroríficos de poder absoluto. Y la transferencia de caudillaje de un miembro a otro del politburó bolchevique hace que el gobierno soviético sea temporalmente menos estable pero ciertamente no más democrático.
Mommsen denominó el estado romano oriental «una autocracia templada por una revolución que legalmente se reconoce como permanente»19. Bury traduce la formulación de Mommsen por «una autocracia templada por el derecho legal de revolución»20. Ambas expresiones son problemáticas porque implican que los súbditos estaban legalmente autorizados a sustituir a un emperador por otro. De hecho no existía este derecho. Diehl lo reconoce al decir que era «una autocracia templada por la revolución y el asesinato»21; y Bury admite que «no había un procedimiento formal de destitución de un soberano». Pero añade:
«los miembros de la comunidad tenían medios de destronarlo, si el gobierno no les satisfacía proclamando un nuevo emperador»22.
Este fue realmente el patrón establecido por los funcionarios militares de la Roma oriental; y de acuerdo con él se consideró legítima la usurpación si tenía éxito. Esto es, la revolución se hace legal post festum. Dice Bury: «si él [el pretendiente] no tenía suficientes seguidores para hacer efectiva la proclamación y era suprimido, era tratado como un rebelde»23.
En Bizancio, como en otros estados del mundo hidráulico, cualquiera podía intentar usurpar el poder; y la naturaleza electiva de la soberanía combinada con el dominio temporal del caudillaje militar inspiraba frecuentes intentos de esta clase. Pero ninguna ley protegía estas acciones mientras eran emprendidas. En Bizancio las personas que atacaban el gobierno existente eran castigadas con bárbara brutalidad24. En China se ejecutaba a las personas que intentaban ejercer el derecho de rebelión. Bajo las tres últimas dinastías eran descuartizadas25.
Si el conflicto armado, la rebelión y el asesinato de gobernantes débiles no hicieron más democrático al despotismo oriental, ¿dieron por lo menos a la población algún alivio de la opresión? El argumento tiene menos fuerza de lo que parece a primera vista. Estas diversiones raras veces reducían de un modo decisivo las presiones administrativas y judiciales tradicionales; y la inclinación a ejercer el caudillaje supremo mediante la violencia abierta se inclinaba más a intensificar la tendencia a la brutalidad entre los que detentaban el poder. Además, las devastaciones de una guerra civil generalmente aumentaban las cargas económicas sobre los plebeyos. La aparición frecuente de la violencia dentro de los círculos gobernantes, lejos de aminorar el despotismo, tiende a hacerlo más opresor.
d) Influencias intragubernamentales: absolutismo y autocracia
¿Pero hay acaso dentro del gobierno fuerzas que mitiguen la crudeza del despotismo agroadministrativo? Esta cuestión concentra la atención sobre la relación entre absolutismo y autocracia. Absolutismo y autocracia no son idénticos, pero se interfieren íntimamente. Un gobierno es absolutista si su mando no está controlado de un modo efectivo por fuerzas no gubernamentales. El gobernante de un régimen absolutista es un autócrata si sus acciones no son frenadas de un modo efectivo por fuerzas intragubernamentales.
Los regímenes absolutistas de la sociedad hidráulica generalmente26 están dirigidos por un solo individuo en cuya persona se concentra todo el poder sobre las decisiones importantes. ¿Por qué es así? ¿Necesitan un caudillaje autocrático las grandes obras que caracterizan a las zonas nucleares del mundo hidráulico y que realmente requieren una dirección centralizada? Después de todo, los gobiernos controlados (democráticos o aristocráticos) también inician y mantienen grandes empresas públicas. Dominan grandes ejércitos y flotas disciplinadas; y hacen esto durante períodos importantes sin desarrollar patrones autocráticos de gobierno.
Claramente la ascensión del poder autocrático depende de más cosas que la existencia de empresas estatales. En todas las sociedades hidráulicas propias estas empresas desempeñan un papel considerable; y allí, como en el margen institucional, siempre encontramos ejércitos disciplinados y casi siempre organizaciones de comunicación e inteligencia que cubren todo el país. Pero no hay razón técnica por la que estas distintas empresas no puedan ser dirigidas por varios funcionarios directores. Este es realmente el caso en los gobiernos controlados, cuyos jefes de departamento están cuidadosamente separados unos de otros y contrapesados entre sí.
Sin embargo, los estados despóticos carecen de una mecánica de control exterior y equilibrio interior. Y en estas condiciones desarrollan lo que se puede llamar una tendencia cumulativa hacia el poder incontrolado. Esta tendencia podía ser equilibrada si todas las subsecciones mayores de autoridad fueran más o menos igualmente poderosas; si los jefes de los trabajos públicos, del ejército, y del servicio de inteligencia, y del sistema de ingresos fueran más o menos igualmente fuertes en cuanto a poder organizador de comunicaciones, y coercitivo. En tal caso, el régimen absolutista podía ser dirigido por una oligarquía equilibrada, un “politburó” cuyos miembros actuarían más o menos en plan de igualdad, y participarían en el ejercicio de la autoridad suprema. Sin embargo, el poder organizador, de comunicación y de coerción de los sectores mayores de cualquier gobierno raras veces, si algunas, está así equilibrado; y bajo condiciones absolutistas el detentador de la posición más fuerte, beneficiándose de la tendencia cumulativa hacia un poder incontrolado, tiende a extender su autoridad mediante alianzas, maniobras y procedimientos crueles hasta que predomina él solo después de haber conquistado los demás centros de decisión suprema.
El punto en que el crecimiento de funciones gubernamentales impide un control exterior efectivo difiere en las distintas configuraciones institucionales. Pero puede decirse sin duda que en cuanto se pasa este punto crítico, la fuerza cumulativa de poder superior tiende a producir un centro autocrático único de organización y decisión. La importancia cultural de este centro no se niega por el hecho de que el detentador del poder supremo puede delegar el manejo de sus negocios a un ayudante de rango superior, un visir, canciller, o primer ministro. Tampoco es negado por el hecho de que el soberano o su ayudante pueda apoyarse buscando consejo y acción rápida en grupos selectos de funcionarios estratégicamente situados y cuidadosamente probados. El aparato gubernamental en conjunto no cesa de ser absolutista porque el centro real de decisión haga temporalmente, y a veces de un modo velado, cambios de personas o grupos inferiores al gobernante.
El soberano de un Estado agroburocrático puede estar completamente bajo la influencia de sus cortesanos o administradores; pero esta influencia difiere cualitativamente de los controles institucionales de poder equilibrado. A la larga la cabeza de un gobierno controlado debe ajustarse a las fuerzas no gubernamentales de la sociedad, mientras que la cabeza del régimen absolutista no se ve restringida de igual modo. El más simple interés egoísta obliga al déspota inteligente a escuchar a las personas experimentadas. Los consejeros han existido en la mayoría de las culturas agroadministrativas, y no sin frecuencia los consejos han sido un rasgo estándar del gobierno. Pero el gobernante no tiene obligación de aceptar sus sugerencias27.
El hecho de que el soberano sea su propio jefe ejecutivo, que delegue muchas de sus funciones en un visir, o que él y su visir sigan en muchos casos el consejo de consejeros funcionarios y no funcionarios dependió, además de la costumbre y las circunstancias, de la personalidad del gobernante y sus ayudantes. Pero, a pesar de los intentos burocráticos significativos para subordinar el soberano absoluto al control de sus funcionarios, el gobernante podía siempre gobernar, si se determinaba a hacerlo. Los grandes monarcas del mundo oriental fueron casi sin excepción autócratas.
3. Las leyes naturales y los patrones de cultura no son controles efectivos
Los observadores serios no discutieron nunca estos hechos. Sin embargo, no pocos tratan de minimizar su significado con referencias a costumbres y creencias, que se suponen haber restringido incluso al régimen más tiránico.
Las costumbres y creencias realmente desempeñan un papel; y lo hacen las leyes de la naturaleza. Sin embargo, las víctimas en potencia del poder despótico parece que encuentran poco consuelo en ello. Saben que la conducta de sus amos, como la suya propia, está afectada por las leyes de la naturaleza y por circunstancias culturales establecidas con mayor o menor firmeza. Pero saben también que a pesar de todo y en última instancia, su suerte será determinada por la voluntad de los que detentan el poder total.
La mecánica de la administración y la coerción dependen de la penetración del hombre en las leyes de la naturaleza y su capacidad de emplearlas. Un régimen despótico procederá de una manera en la época neolítica, de otra en la edad de hierro, y de otra en nuestros tiempos. Pero en cada caso el grupo gobernante asegura su superioridad total sobre las condiciones naturales de hecho y por medio de la tecnología de que se disponga en aquel momento. La víctima de una forma cruda de despotismo no considera a sus perseguidores menos poderosos, porque, bajo condiciones técnicas más adelantadas, puedan cogerle y destruirle por diferentes métodos o con mayor rapidez.
Ni duda de su absoluta superioridad porque actúen conforme a los patrones culturales predominantes. Tales patrones siempre moldean la manera en la que el gobernante (y sus súbditos) actúan; y ocasionalmente mitigan o prolongan los procedimientos gubernamentales en escenarios particulares. Pero no evitan que el gobierno alcance su meta final. El hecho de que en muchos países las personas sentenciadas a muerte no se ejecuten en ciertas situaciones o ciertos días28 no significa que escapen a su suerte. Y el hecho de que una religión dominante alabe los actos de clemencia no significa que evite la invocación de medidas de extrema dureza. La víctima potencial de la persecución despótica conoce muy bien que las condiciones naturales y culturales, aunque le den cualquier dilación, no evitan su destrucción final. El poder del gobernante despótico sobre sus súbditos tampoco es menos total por el hecho de estar limitado por factores que moldean la vida humana en todo tipo de sociedad.
B. LA DEMOCRACIA DE LOS MENDIGOS
El poder del despotismo hidráulico es incontrolado (“total”), pero no actúa en todas partes. La vida de la mayoría de los individuos dista de estar totalmente controlada por el Estado; y hay muchas aldeas y otras unidades que no están totalmente controladas.
¿Qué es lo que evita que el poder despótico ejerza su autoridad en todas las esferas de la vida? Modificando una fórmula clave de la economía clásica podemos decir que los representantes del régimen hidráulico actúan (o dejan de actuar) en respuesta a la ley de disminución del rendimiento administrativo.
1. Variante institucional de la ley del cambio del rendimiento administrativo
La ley de disminución del rendimiento administrativo es un aspecto de lo que podemos llamar la ley de variación del rendimiento administrativo29. La variación de esfuerzos produce una variación de resultados no sólo en la economía basada en la propiedad30 sino también en la empresa gubernamental. Este hecho afecta de un modo decisivo tanto a la economía política como a la amplitud del control estatal en las sociedad hidráulica.
a) Agricultura hidráulica: ley de crecimiento del rendimiento administrativo
En un paisaje caracterizado por una aridez completa la agricultura permanente se hace posible sólo si (y cuando) la acción humana coordinada traslada un suministro de agua abundante y accesible desde su localización originaria a un suelo potencialmente fértil. Cuando se hace esto la empresa hidráulica dirigida por el Estado se identifica con la creación de la vida agrícola. Este momento primero y decisivo puede llamarse, pues, “punto de creación administrativa”.
Teniendo acceso a tierra arable y agua de riego, la sociedad hidráulica pionera tiende a establecer formas de control público estatales. Ahora el presupuesto económico se transforma en unilateral y sujeto a planificación. Los nuevos proyectos se emprenden en una escala cada vez mayor y, si es necesario, sin concesiones a los plebeyos. Los hombres a quienes el gobierno moviliza para el servicio de prestación de trabajo pueden no ver razón alguna para una expansión ulterior del sistema hidráulico; pero el grupo director, confiado en las ventajas ulteriores, sigue adelante a pesar de ello. Realizadas con inteligencia, las nuevas empresas pueden suponer un gasto adicional relativamente pequeño. Una discrepancia tan prometedora, sin duda, da un gran estímulo para la acción gubernamental posterior.
b) Ley de rendimiento administrativo equilibrado
La expansión de la empresa hidráulica dirigida por el gobierno generalmente se va debilitando cuando los gastos administrativos se acercan a los beneficios administrativos. El movimiento ascendente ha alcanzado entonces “el punto de saturación ‘A’ (ascendente)”. Más allá de este punto la expansión puede producir recompensas adicionales más o menos en proporción con el esfuerzo administrativo adicional; pero cuando se acaban los potenciales mayores de suministros de agua, suelo y locación, la curva alcanza ‘‘el punto de saturación ‘D’ (descendente)’’. La zona entre los puntos A y D se caracteriza por lo que llamamos ley de rendimiento administrativo equilibrado.
c) Ley de disminución del rendimiento administrativo
Si los puntos de saturación A y D están muy juntos o muy separados, o si coinciden, todo movimiento más allá de esta zona de rendimiento equilibrado lleva la acción del hombre a un área de discrepancia descorazonada. Aquí los esfuerzos administrativos similares, y aun aumentados, cuestan más de lo que producen. Bajo estas condiciones es cuando observamos los efectos de la ley de disminución del rendimiento administrativo. El movimiento descendente se completa cuando un gasto adicional no produce recompensa adicional alguna. Entonces hemos alcanzado el punto absoluto de frustración administrativa.
d) Curva ideal y realidad de la variación de rendimiento
Esta curva ideal no describe el desarrollo de cualquier sistema específico dirigido por el gobierno de obras hidráulicas en cualquier sociedad hidráulica específica. Indica de una manera esquemática los puntos críticos por los que pasa toda empresa hidráulica, si se mueve firmemente por todas las zonas de aumento y disminución de rendimiento.
Raras veces, si algunas, coinciden las curvas reales con las irreales. La geología, meteorología, potamología, y circunstancia histórica originan variaciones incontables. El progreso hacia la saturación y más allá puede interrumpirse por contramovimientos largos o breves. Pero cada sección de la curva refleja una tendencia auténtica; y toda la curva combina estas tendencias para indicar todas las fases mayores de creación y frustración en la empresa hidráulica.
e) Esferas no hidráulicas de la economía política
En la esfera de la producción agrícola misma la acción coordinada y dirigida por el gobierno sólo produce rendimientos administrativos y crecientes bajo condiciones primitivas y especiales. Sólo en sociedades hidráulicas tecnológicamente rudas predomina el trabajo masivo en los “campos” comunales. E incluso en estas sociedades el gobierno no trata de asumir una dirección directora sobre los campos que han sido puestos aparte para sostén de cada campesino. El punto de creación administrativa y el punto de frustración administrativa tienden a coincidir. Porque allí el régimen hidráulico prefiere inhibirse de la produción agrícola, que desde el punto de vista del rendimiento administrativo es llevada más razonablemente por pequeñas unidades cultivadoras, individuales y muy numerosas.
Por supuesto, las necesidades políticas prevalecen sobre las consideraciones económicas. Las grandes empresas agroadministrativas de comunicación y defensa son casos aparte, como lo son algunos talleres dirigidos por el gobierno (arsenales, astilleros). Sin embargo, la repugnancia del régimen hidráulico a asumir el control directo sobre industrias de transformación se deriva de la convicción de que en este campo la administración estatal implicaría déficit en vez de ganancias. En la sociedad hidráulica, lo mismo que en otras sociedades agrarias, el gobierno se satisface con dejar el grueso de todas las manufacturas a pequeños productores individuales.
2. La ley de cambio del rendimiento administrativo en la esfera del poder
a) Esfuerzos indispensables y útiles
Es fácil conocer los efectos de la ley del cambio de rendimientos administrativos también en la esfera del poder político. Los esfuerzos del régimen hidráulico por mantener un control incontestado militar y político sobre la población se demuestran cada vez más productivos hasta que los centros independientes de coerción son destruidos. Los gastos producidos por el mantenimiento de comunicaciones e inteligencias rápidas siguen un mismo patrón; y la expansión de la acción fiscal y judicial aparece razonable mientras satisface el deseo de una hegemonía política y social incontestada del gobernante.
Algunas de estas operaciones son imperativas; otras, por lo menos útiles. Pero llevadas más allá del punto de saturación D todas se tornan problemáticas. Esta discrepancia disuasoria entre esfuerzo continuado y recompensas políticas decrecientes hacen que el gobierno se resista a utilizar su aparato muy por debajo de este punto
b) El coste prohibido del control social total en una sociedad semiadministrativa
El Estado de aparato industrial desarrollado de la Unión Soviética ha aplastado todas las organizaciones independientes a escala nacional (militares, políticas, propietarias, religiosas); y su economía estatal totalitaria permite el establecimiento de innumerables bases burocráticas para controlar todas las agrupaciones profesionales secundarias (locales) e incluso el pensamiento y la conducta de los individuos. El Estado de aparato hidráulico no tiene iguales facilidades. Es bastante fuerte para evitar el crecimiento de organizaciones primarias efectivas; y, al hacerlo, produce esa concentración de poder unilateral que le distingue de las sociedades agrarias antiguas y medievales del Occidente. Pero siendo sólo semiestatal carece de las bases ubicuas que permiten a los hombres del aparato extender su control total sobre organizaciones secundarias y súbditos individuales. En la Unión Soviética el control total fue iniciado mediante la nacionalización de la agricultura (la “colectivización” de las aldeas); y fue alcanzado mediante la pulverización de las relaciones humanas no gubernamentales. La sociedad hidráulica nunca dio el primer paso, y por ello nunca echó los fundamentos para el segundo.
A decir verdad, la noción de control ubicuo también atraía a las mentes de los amos del despotismo hidráulico. Gracilaso de la Vega, un descendiente de la realeza indígena, dijo que bajo el gobierno incaico funcionarios especiales iban de casa en casa para asegurarse que todo el mundo estaba ocupado. Los haraganes eran castigados con golpes en brazos y piernas, «y otras penas prescritas por la ley»31. La gran “utopía” china del gobierno burocrático, el Chou Li, enumera varios oficiales que en un Estado bien administrado debían regular la vida del pueblo en aldeas y ciudades.
No hay razón para dudar que los incas deseaban que sus súbditos trabajasen todo lo posible; pero una inspección efectiva de la vida doméstica de los plebeyos requeriría un ejército de funcionarios, que [se] hubieran comido la mayor parte de los ingresos públicos sin producir un aumento compensatorio en ellos. Es, pues, difícil de creer que las “leyes” mencionadas por Garcilaso pasaran de una supervisión general, y por tanto no demasiado costosa. Lo mismo puede decirse del libro clásico de la burocracia china. Todos los funcionarios chinos ilustrados estudiaban el Chou Li; pero, una vez en el cargo, pronto aprendían a distinguir entre el dulce sueño de un control social total y la sobria realidad administrativa. Excepto algunos intentos efímeros de interferencia extrema, se contentaban con conservar un firme control sobre las esferas de su sociedad estratégicamente importantes.
c) El control social total no es necesario para la perpetuación del despotismo agroadministrativo
Decir que la ley de disminución del rendimiento administrativo desanima al Estado hidráulico de intentar un control de individuos y organizaciones secundarias totalmente es sólo otro modo de decir que el gobierno no siente necesidad fundamental de hacerlo. Si fuera de otra manera –esto es, si el control total fuese imperativo para la perpetuación del régimen despótico– los gobernantes habrían podido gastar todo su ingreso para afirmar su seguridad. Sin duda, tal sistema de poder sería imposible.
La experiencia histórica muestra que durante largos períodos de paz y orden los gobernantes hidráulicos pueden mantenerse sin recurrir a medidas excesivamente costosas. También demuestra que bajo condiciones “normales” no necesitan hacer grandes sacrificios materiales. Excepto en tiempos de intranquilidad, están protegidos suficientemente por su red amplísima de inteligencia y coerción, la cual bloquea con éxito la aparición de organizaciones primarias independientes a escala nacional, y evita que los individuos u organizaciones secundarias descontentas ganen preminencia.
Las crisis políticas que se desarrollan periódicamente pueden ser causadas en parte por la insatisfacción de estos individuos y organizaciones32. Pero el descontento serio, sea cualquiera su origen, pronto asume una forma militar, y es combatido por medidas militares excepcionales. Respondiendo a la ley de disminución de rendimiento administrativo, los amos del Estado de aparato agrario corren el riesgo de levantamientos ocasionales y hacen lo que sus sucesores industriales modernos no tienen que hacer: otorgan cierta cantidad de libertad a la mayoría de los individuos y a ciertas organizaciones secundarias.
3. Sectores de libertad individual en la asociación hidráulica
a) Limitaciones del control directivo
La duración de la prestación del trabajo al Estado determina el período durante el cual un miembro de la sociedad hidráulica está privado de su libertad de acción. La prestación puede tener muchos objetivos, pero debe permitir a la masa de trabajadores –los campesinos– el tiempo suficiente para atender a sus propios asuntos económicos. Por supuesto, incluso en las aldeas los campesinos pudieron haber tenido que someterse a la política de planificación económica; pero a lo sumo esta política implica solamente tareas mayores, como el arado, la siembra, la cosecha, y quizá la elección de cosecha principal. A veces, esto no llega muy lejos, y a veces incluso falta por completo.
Bajo condiciones tecnológicas avanza-das, la prestación también tiende a cambiar y reducirse. El trabajo en los campos comunales puede ser sustituido por un impuesto; y partes más o menos grandes de la prestación agrícola pueden conmutarse de un modo parecido.
Pero cualquiera sea el carácter de las comunidades rurales y la duración del servicio de trabajo público, hay períodos definidos, y a veces considerables, en la vida del agricultor, durante los cuales procede a su propia discreción. Esto es aún más verdadero para los plebeyos no agrícolas. Los artesanos y mercaderes que en una sociedad diferenciada persiguen sus ocupaciones profesionalmente y de modo privado pueden ser más valiosos como contribuyentes que como trabajadores forzados. Su libertad de movimiento aumentará de un modo correspondiente.
Marx habla de la “esclavitud general” del Oriente. Según él, ese tipo de esclavitud, que es inherente a la vinculación del hombre a la comunidad y Estado hidráulicos33, difiere esencialmente de la esclavitud y servidumbre occidentales34. El mérito de la fórmula de Marx descansa en el problema que plantea más bien que en la contestación que da. Una persona obligada a trabajar para un Estado “asiático” es un esclavo del Estado mientras que está ocupado en ello. Se da cuenta perfecta de la falta de libertad, que implica su condición, y es igualmente consciente del placer de trabajar para sí mismo. Comparada con la esclavitud estatal total de la sociedad industrial totalmente directiva, la esclavitud estatal parcial de la sociedad hidráulica parcialmente directiva hace, de hecho, considerables concesiones a la libertad humana.
a) Limitaciones del control del pensamiento
Una tendencia parecida a hacer concesiones se manifiesta también en la esfera del control de pensamiento. Para apreciar plenamente lo que esto significa, debemos comprender el enorme peso que los amos del Estado hidráulico hacen sobre las ideas dominantes de la sociedad. La estrecha coordinación de autoridad secular y religiosa les facilita aplicar este peso tanto a los estratos altos como a los bajos de la sociedad. Los hijos de la elite dominante son educados generalmente por representantes del credo dominante; y toda la población está en un contacto continuo y promovido por el gobierno con los templos vinculados al Estado y sus sacerdocios.
La educación generalmente es un largo proceso, y su influencia profunda. En la India el joven brahmán que se prepara para el oficio sacerdotal tiene que estudiar uno, dos o los tres Vedas, dedicándose a cada uno de ellos durante doce largos años. Y a los miembros de la casta “protectora” kshatriya, e incluso a los de la siguiente casta inferior, los vaisya, se le recomendaba también estudiar los libros sagrados35. En China “el estudio” –de las escrituras canónicas (clásicas)– era ya considerado un requisito básico para los cargos administrativos en la época de Confucio36. La sistematización creciente llevó a establecer exámenes elaborados y graduados, que fomentaban un estado de alerta ideológico perpetuo en todos los jóvenes enérgicos y ambiciosos, y en muchos miembros de media edad, e incluso ancianos, de la clase gobernante.
Pero las mismas fuerzas sociales que llevaron a la perpetuación sistemática de las ideas dominantes también favorecieron una variedad de religiones secundarias.
Muchas culturas hidráulicas simples toleraron hechiceros y adivinos independientes37, cuyas actividades menestrales a pequeña escala complementaron modestamente las operaciones coordinadas del credo principal tribal o nacional. Bajo condiciones más complejas, tendió a aumentar la divergencia ideológica. A menudo el súbdito de un Estado hidráulico podía adherirse a una religión secundaria sin peligro de su vida. Los credos no brahamánicos, como el jainismo o el budismo, están documentados para la India desde el primer milenio antes de Cristo. El budismo persistió en la China tradicional, a pesar de persecuciones temporales, casi durante dos mil años. Y el Próximo Oriente, India y Asia Central islámicos fueron igualmente indulgentes.
En la esfera ideológica, como en la institucional, las políticas del Estado de aparato agrario contrastan fuertemente con las políticas de los estados de aparato industriales modernos, que, fingiendo respeto para la cultura y la religión tradicionales (“nacionales”), extienden la doctrina marxistaleninista con la pretensión confesada de aniquilar de paso todas las demás ideologías. Una vez más la diferencia entre sus políticas no se debe a una innata tolerancia por parte de los gobernantes agroburócratas, cuya insistencia en la posición única de la religión dominante siempre es incomprensiva y con frecuencia despiadada. Pero la ley de disminución del rendimiento administrativo pone un precio exorbitante al intento de mantener un control ideológico total en una sociedad semidirectiva diferenciada. Y aquí, como en el sector operacional, la experiencia muestra que el régimen absolutista puede perpetuarse sin un esfuerzo tan costoso.
4. Grupos que gozan de distintos grados de autonomía
La experiencia demuestra aún más. Asegura que los gobernadores hidráulicos pueden –por las mismas razones– permitir alguna autonomía no sólo a sus súbditos particularmente sino a ciertos grupos secundarios también. Refiriéndonos a los credos heterodoxos, nos damos cuenta de que sus partidarios generalmente tienen permiso para establecer congregaciones que sostienen sacerdotes o sacerdocios grandes o pequeños. Desde los primeros días de la historia escrita los artesanos y mercaderes de las culturas hidráulicas han formado organizaciones profesionales (gremios). Más antiguas aún son las comunidades aldeanas que probablemente han existido durante toda la vida de la civilización hidráulica. Los grupos familiares son institucionalmente más viejos que la agricultura; y, como la comunidad aldeana, están presentes en todas partes en el mundo hidráulico.
Estos tipos de asociaciones difieren mucho en distribución, composición, cualidad y propósito. Pero tienen una cosa en común. Todos ellos son tolerados por el régimen despótico. A pesar de muchas medidas supervisoras no están sometidos a un control total.
a) Menos independientes de lo que generalmente se cree
Los observadores románticos han tomado la ausencia de este control como evidencia de la existencia de instituciones democráticas genuinas en los escalones inferiores de la sociedad hidráulica. En esta forma no puede aceptarse esta teoría. En todo el mundo hidráulico la autoridad gubernamental y la autoridad familiar están entrelazadas; y las medidas de control político afectan a la mayoría de las aldeas, gremios y organizaciones religiosas secundarias. Pueden encontrarse paralelos en otras sociedades agrarias para la mayoría de estas tendencias restrictivas. (Los gremios libres de la Europa feudal son tan excepcionales como significativos). Sin embargo, esto no nos interesa aquí. Lo que nos interesa es si, a diferencia de los desarrollos correspondientes en otros estados despóticos –y también a diferencia de los desarrollos restrictivos en otras civilizaciones agrarias–, las organizaciones secundarias de la sociedad hidráulica fueron genuinamente autónomas. La contestación a la pregunta es “no”.
1. La familia
La familia de la China tradicional ha sido, a menudo, considerada como una institución que dio a la sociedad china su carácter y fuerza peculiares. Esta tesis es correcta en tanto en cuanto subraya a la familia como un componente básico de la sociedad; pero es equivocada en la medida en que implica que la familia determinó la cualidad y poder de la trama institucional de que formó parte.
La autoridad del pater familias chino era mucho más fuerte de lo que exigía el caudillaje intrafamiliar38; y debía su extraordinario poder especialmente al respaldo del Estado despótico. La desobediencia a sus órdenes era castigada por el gobierno39. Por otro lado, los funcionarios locales podían golpearle y aprisionarle, si era incapaz de evitar que los miembros de su familia violaran la ley40. Actuando como un policía litúrgico (semioficial) de su grupo familiar, a duras penas puede considerársele jefe autónomo de una unidad autónoma.
El padre babilónico, que podía poner a su mujer, hijo o hija al servicio de una tercera persona por varios años41, también debía su poder al gobierno que le respaldaba en su decisión. No está claro si era legalmente responsable de la conducta de los miembros de su familia. Se ha comparado la patria potestas del antiguo Egipto con la de Roma. La sociedad fuertemente militarizada de la Roma republicana ciertamente no favorecía el desarrollo de unas relaciones familiares muy autoritarias; pero el padre egipcio parece haber tenido un poder aún más grande que su colega romano42.
En el mundo islámico la ley sagrada prescribe respeto a los padres43; y el grado en que operaba la autoridad paternal, particularmente en las aldeas, puede juzgarse por el hecho de que en países como Siria el padre tradicionalmente era jefe de su familia hasta su muerte44.
Los Libros de la ley de la India dan al padre un poder casi real sobre los miembros de su grupo familiar45. A pesar de varias restricciones46, su autoridad sobre su mujer e hijos parece haber sido extraordinariamente grande47.
Evidentemente el poder del padre variaba de manera notable en las distintas civilizaciones hidráulicas. Pero casi generalmente el gobierno se inclinaba a elevarlo sobre el nivel exigido por sus funciones de cabeza de familia.
2. La aldea
Por lo general las aldeas de las civilizaciones hidráulicas están bajo la jurisdicción de jefes que o son nombrados por el gobierno o elegidos por sus colegas aldeanos. El nombramiento parece ser frecuente en las comunidades rurales reguladas de civilizaciones fuertemente hidráulicas, mientras que la libre elección tiene más posibilidades de ser permitida en sociedades hidráulicas menos acusadas. En el Perú incaico los funcionarios locales hasta el funcionario más bajo –el cabeza de diez familias– eran nombrados48. En el México prehispánico, también, la tierra de la aldea estaba regulada comunalmente. Pero su economía agraria estaba mucho menos burocratizada que la del imperio incaico. Los cabezas de las unidades administrativas locales de México, los capulli, eran elegidos49.
Sin embargo, esta correlación por lo general no prevalece quizá porque el nombramiento es sólo una de las muchas maneras de controlar a un funcionario local. Casi universalmente el gobierno hidráulico hace al cabeza responsable de las obligaciones de sus coaldeanos. Así le coloca en una posición de dependencia del Estado. Donde la tierra es comunal y donde los impuestos se pagan comunalmente, el cabeza de aldea gozó, con toda probabilidad, de un poder considerable. Asistido por un escriba y uno o varios policías, puede llegar a ser una especie de déspota local.
Las inscripciones del Oriente Próximo antiguo muestran los funcionarios regionales ocupados activamente de la roturación y de la recaudación de ingresos50; pero no podemos lograr un cuadro claro de cómo los funcionarios aldeanos se adaptaban al nexo administrativo51. Como en otras esferas de la vida, los persas y sus sucesores helenísticos y romanos pudieron haber perpetuado un patrón aldeano más antiguo. En el Egipto ptolemaico y romano el principal funcionario de la aldea, el escriba, asistido por los ancianos, ejecutaba sus tareas impuestas por el gobierno52. Estos hombres, tanto si eran nombrados53 como si eran elegidos como los ancianos54, todos «dependían directamente del gobierno central [...] y todos obedecían especialmente al strategos del distrito»55.
Los datos de la Siria romana parecen sugerir una considerable participación popular en los asuntos de la aldea56, mientras que los funcionarios de aldea egipcios probablemente actuaban de un modo muy autoritario. Pero esta divergencia no nos debe hacer pasar por alto las similitudes básicas que existían en todo el Oriente Próximo en la organización aldeana y la dependencia del gobierno57. En la época helenística58, como antes, los campesinos “reales” estaban vinculados a la tierra que cultivaban59. Parece, pues, que es posible concluir que en la época prerromana así como en la romana los labradores de Siria y Asia Menor no administraban sus aldeas de una manera autónoma.
En el Egipto árabe, como en el Egipto bizantino60, la administración de la aldea estaba en manos de un jefe y los ancianos. Bajo los árabes el jefe, que posiblemente era nombrado por los campesinos y confirmado por el gobierno61, parece haber repartido y recaudado el impuesto62. Él designaba los trabajadores de prestación personal y ejercía las funciones policiales y judiciales63. En las provincias árabes del Próximo Oriente turco el jefe de la aldea (sheikh) asistía a los representantes oficiales y semioficiales del gobierno en la distribución del impuesto64. Él «vigilaba a los fellahs que cultivaban las tierras a su cargo, y el seyh principal actuaba como magistrado y árbitro, con autoridad no sólo sobre los cultivadores sino también sobre todos los habitantes»65.
Controlando a sus labradores de una manera arbitraria y siendo a su vez controlado con igual severidad por la burocracia estatal66, ciertamente no era representante de una comunidad aldeana rural libre.
En la India el jefe de la aldea pudo haber sido elegido originariamente67; pero, a partir de la época de los últimos Libros de la ley –esto es, desde finales del primer milenio a. C.–, está documentado su nombramiento68. Como representante del rey en las aldeas, que «recaudaban impuestos para él»69 y que también cumplían funciones de policía y judiciales70, el cabeza de aldea mantenía una posición de autoridad no distinta a la que gozaba su colega del Oriente Próximo. El gobierno musulmán no alteró fundamentalmente este arreglo conveniente desde el punto de vista administrativo, que, de hecho, persistió en la mayoría de todas las aldeas sirias hasta la época moderna71.
En China hace más de dos mil años la aldea regulada dio paso a un patrón basado en la propiedad. Los deberes de los funcionarios aldeanos disminuyeron, en consecuencia, pero no desaparecieron totalmente. A finales del período imperial las aldeas mayores tenían por lo menos dos funcionarios, un jefe, chuang chang, y un comisario local de policía, ti fang o ti pao72. El jefe, que generalmente era elegido por los aldeanos, ejercía las funciones directoras, y el comisario, generalmente nombrado por el gobierno73, ejercía las funciones coercitivas del gobierno aldeano. Cooperaban en sus tareas oficiales: la recaudación de impuestos y materiales para las construcciones públicas, la organización y dirección de los servicios de prestación laboral («transporte gubernamental [...] trabajo en las márgenes de los ríos, patrullas por las carreteras imperiales», etc.)74 y la preparación de los informes de inteligencia75.
Todas estas actividades ligaban al jefe de aldea con el gobierno central, aunque no formara parte de su burocracia76. Los aldeanos encontraban dificultad en producir quejas contra él, aunque tuvieran razón, porque monopolizaba la comunicación con la magistratura del distrito77. El comisario era controlado por los funcionarios regionales. Podían «pegarle hasta hacerlo gelatina» por negligencia en sus deberes como agente local de inteligencia78.
Las aldeas de la China imperial estaban menos controladas que las del Perú prehis0pánico, India y la mayoría de las culturas del Oriente Próximo, pero tampoco se gobernaban a sí mismas. Sus principales funcionarios, nombrados o confirmados por el gobierno, estaban ligados sin remedio a un sistema operacional que servía los intereses del gobierno antes que los intereses de los aldeanos.
3. Los gremios
Las corporaciones profesionales de artesanos y comerciantes en las culturas hidráulicas estuvieron condicionadas de un modo similar. También es significativo el nombramiento del funcionario más importante; pero también es una de las varias maneras de que el Estado despótico asegure su superioridad incontrolada y la debilidad de la organización tolerada.
El Egipto helenístico parece haber seguido una antigua costumbre al tener personas «trabajando para el Estado en la industria, transporte, minería, construcción, caza, etc.», reunidas en grupos profesionales que eran «organizados y estrechamente supervisados por la administración económica y financiera del rey»79.
En la última época del imperio Romano y en Bizancio, el gobierno «regulaba estrictamente» la actividad de los gremios80. Hasta el siglo III los miembros elegían a sus propios jefes; pero desde esa época el gobierno tomó la decisión última sobre los jefes nombrados por los gremios, quienes, después de su instalación, eran supervisados y disciplinados por el Estado81.
En la Turquía otomana los funcionarios inspeccionaban los mercados82 y controlaban los precios, pesos y medidas83, cumpliendo así funciones que en las ciudades de la Europa medieval, controladas por la burguesía, caían generalmente bajo la responsabilidad de las autoridades urbanas84. Además, el Estado, que en la mayoría de los países de la Europa feudal, recaudaba pocas, si algunas, tasas regulares de los centros urbanos, en los que existía un poder gremial desarrollado, en Turquía podía imponer impuestos sobre los gremios y, como en otros lugares de Oriente, emplear como agentes fiscales suyos a los jefes de estas corporaciones, quienes «distribuían los tantos de impuestos de sus miembros» y que eran «responsables personalmente de su pago»85.
En la India hindú, el setthi, cabeza del gremio de mercaderes, era un semifuncionario estrechamente vinculado a la administración fiscal del gobernante86. Los mercaderes representaban una riqueza considerable y sus corporaciones parecen haber sido mucho más respetadas que las de los artesanos87. Pero esto no hacía que el gremio de mercaderes fuese una entidad política de significación.
Se ha dicho que los gremios indios adquirieron importancia en los comienzos de la época budista88. Sin embargo, al admitir esta observación debemos de cuidar de no exagerar su significado político. Según Fick, «las corporaciones de manufactureros caen –parcialmente por lo menos–, sin duda, bajo la categoría de las castas inferiores»89; y Rhys Davids insiste en que «no se ha aducido ningún ejemplo de los documentos budistas antiguos que apunte a una organización corporativa de la naturaleza de un gremio o liga hanseática»90. Una leyenda del siglo III o IV que se suponía mostrar que la ciudad de Thana (Poona, al sur de la moderna Bombay) estaba «gobernada por un fuerte gremio mercantil», de hecho, describe el intento fracasado de un grupo de mercaderes para combatir a un competidor en abastecer de trigo el mercado91.
En China la existencia de gremios está bien documentada solamente a partir de la segunda mitad del primer milenio a. C. Bajo las dinastías T’ang y Sung, los jefes de los gremios podían ser responsables de la conducta profesional defectuosa de sus miembros, como las violaciones de las regulaciones monetarias92, robo y otros delitos. Y en muchos casos el nombramiento era obligatorio93. Los gremios como unidad también tenían que prestar servicios especiales al Estado94. En los siglos recientes el gobierno parece haber dejado los gremios de comercio e industria menos importantes a sus propios designios95; pero las corporaciones de grupos de cierta importancia, como mercaderes de la sal96 y numerosas firmas de cantón, que trataban en comercio exterior97, eran estrechamente supervisadas.
4. Religiones secundarias
Nuestra información sobre las religiones secundarias es particularmente completa para la sociedad islámica y la China tradicional. Los gobernantes musulmanes toleraron el cristianismo, judaísmo y zoroastrismo98. Pero los seguidores de estos credos tenían que aceptar un estatus inferior tanto político como social, y se les impedía extender sus ideas. Las leyes prohibían la conversión del cristianismo al judaísmo o viceversa; y las penas por la apostasía del Islam eran severas. A los cristianos no se les permitía golpear con fuerza sus tablas de madera99 o cantar en sus iglesias en voz alta, o reunirse en presencia de musulmanes y ostentar su «idolatría», «ni invitar a ella, ni exponer una cruz» en sus iglesias100. No es extraño que las minorías religiosas, que durante la época turca fueron apartadas en organizaciones llamadas millet101, vegetasen más que floreciesen. El jefe del millet era nombrado por el millet (¿o su clero?), pero confirmado por el sultán102; una vez en el cargo se le daba «el poder ejecutivo justo para permitirle recaudar los impuestos fijados a su comunidad por el Estado»103.
En la China tradicional el budismo fue la religión secundaria más importante. Alcanzó su mayor importancia en las dinastías bárbaras de infiltración y conquista que gobernaron sobre los viejos centros septentrionales de la cultura china durante el período medio del primer milenio d. C.104. Las duras persecuciones de 845 iniciaron una política que con el tiempo lo redujeron a una religión secundaria cuidadosamente restringida.
Oficiales especialmente designados supervisaban el budismo y otros credos no ortodoxos105. El gobierno limitaba la erección de los monasterios y templos106; daba licencia a los sacerdotes y monjes107, prohibía ciertas actividades religiosas que en otros países eran libres, y prescribía que «el clero budista y taoísta no haría lecturas de sutras en los mercados ni andaría con el cuenco de las limosnas, ni explicaría los frutos de salvación ni recogería dinero»108. Resumiendo su tratado clásico de lo que otros han saludado como elementos de libertad religiosa, De Groot pregunta:
«¿Cuál es el bien de esta libertad donde el Estado ha acuñado su sistema de certificación del clero dentro de los límites tan estrechos, y ha hecho extremadamente difícil la admisión de discípulos varones, casi imposible la de las mujeres, de tal manera que el número de los que podrían gozar de esta libertad se reduce a un porcentaje miserable de la población? Esto hace que esta pretendida libertad sea una farsa»109.
b) Elementos genuinos de libertad, presentes a pesar de todo
De este modo el Estado hidráulico coarta prácticamente todos los grupos secundarios de organización, pero no los integra completamente en su sistema de poder.
La familia china tradicional, cuyo jefe goza de una posición jurídica particularmente distinguida, no fue obligada por la presión política y policial a enfrentar entre sí a los miembros de una familia, como es el caso en el Estado moderno de aparato. En la China y en la India el gobierno permitía a los grupos familiares arreglar sus negocios internos de acuerdo con las “leyes” de familia propias110. En otras civilizaciones hidráulicas las familias gozaban de una cuasi autonomía menos formal, pero igualmente eficaz.
El control del gobierno sobre las aldeas, aunque muy específico, también está limitado de un modo definido. Aun donde los funcionarios de la aldea gozaban de un gran poder, los labradores que vivían junto con ellos tenían muchas oportunidades de hacer sentir el peso de sus opiniones sobre los asuntos diarios de la comunidad. Una vez que se satisfacían las exigencias del gobierno, el jefe y sus ayudantes generalmente arreglaban los asuntos de la aldea con poca interferencia, si alguna, de arriba.
Parecen haber existido ciertas posibilidades de gobierno autónomo en las aldeas de la Siria romana111 y en las aldeas egipcias de la época romana y bizantina112. El jefe de la aldea de la Turquía otomana, como sus colegas en otras civilizaciones orientales, actuaba con gran independencia en lo que afectaba a los negocios internos de la comunidad rural113. El jefe de una aldea india podía cumplir sus funciones con éxito sólo tratando de «conciliar a los aldeanos»114. No podía ser «orgulloso, intolerante y altivo como los brahmanes»; en su lugar tenía que ser «educado y complaciente» hacia sus iguales, y «afable y condescendiente» con sus inferiores115. Las organizaciones en forma de grandes comités se limitaban probablemente a la pequeña minoría de asentamientos rurales dominados por grupos terratenientes, principalmente brahmanes116. Pero la asamblea no formal de los ancianos de la aldea (panchayat) o de todos los aldeanos se dice que ha sido una institución general117, y su reuniones parece que suavizaban la autoridad del jefe de la aldea. Dado que las aldeas, excepto para las exigencias oficiales, seguían estando más o menos a cargo de los jefes y sus ayudantes, de hecho, eran islas rurales que gozaban de una autonomía parcial118.
En las aldeas chinas tradicionales los funcionarios locales estaban aún más vinculados a los coaldeanos no funcionarios, quienes, particularmente si pertenecían a las familias ricas o hidalgas, podían ejercer gran influencia en los negocios locales119. Las críticas de un grupo “extraño” de aldeanos podían obligar al jefe y a sus partidarios a la dimisión. Bajo tal presión una «banda de hombres» que había estado en el poder por largo tiempo podía retirarse «de sus puestos, dejándolos a los que habían hecho las críticas»120.
Esta conducta no implica un patrón oficialmente democrático; pero tiene un cierto sabor democrático. Por supuesto, hay distintas clases de requisitorias oficiales, y hay siempre un jefe de policía, y a menudo un recaudador de impuestos, ambos nombrados por el gobierno y ambos representantes distinguidos de los intereses del aparato burocrático. Pero aquí termina generalmente el control exterior. El gobierno «no pone restricciones prácticas sobre el derecho de asamblea del pueblo para el estudio de sus propios negocios. El pueblo de toda aldea puede decidir una reunión cada día del año. No está presente ningún censor gubernamental, y no hay restricción sobre la libertad de discusión. El pueblo puede decir lo que quiera, y la magistratura local no conoce ni se preocupa de lo que se ha dicho»121.
En muchas civilizaciones hidráulicas el gobierno se ocupaba poco de los negocios internos de los gremios. Los Libros de la ley indios recomendaban al rey reconocer los estatutos (leyes) de los gremios122. Y por todas partes existían estatutos similares123. Los gremios turcos estaban sujetos a «la autoridad suprema de los poderes temporales y espirituales, representados por los gobernadores, oficiales de policía y kadis»124, y sus jefes eran responsables ante el gobierno de la ejecución de sus deberes fiscales. Sin embargo, por otra parte, y «dentro de los límites impuestos por la religión, tradición y la “costumbre” [...] las corporaciones eran relativamente libres y autónomas»125. Por ello Gibb y Bowen las enumeran entre «los grupos casi autónomos»126.
La fórmula de Gibb y Bowen es también válida para las religiones secundarias. Sin embargo, a pesar de todas las restricciones externas, estas religiones gozaron «de alguna libertad religiosa». En la China tradicional los sacerdotes de las religiones secundarias, «que buscan su salvación propia y la de las demás gentes, no se les prohíbe predicar, recitar sutras y realizar ceremonias en privado»127. Y bajo el Islam «toda congregación no musulmana administra sus propios negocios bajo su cabeza responsable, un rabbi, obispo, etc.»128. En tanto que su culto no moleste a los «verdaderos creyentes», y en tanto que su organización no ofrezca amenaza para la seguridad, el gobierno generalmente permitía a las minorías religiosas vivir, dentro de sus congregaciones, una vida más o menos autónoma.
5. Conclusión
a) Libertades políticamente irrelevantes
¡Realmente estas son libertades modestas! Aparecen distintas combinaciones en varias esferas de la vida. Y ahora podremos comprender por qué aparecen y por qué son limitadas.
La sociedad hidráulica no es inmune a los movimientos revolucionarios, pero las organizaciones familiares, incluso en sus formas más amplias, no son una amenaza política para el funcionamiento normal del despotismo agroburocrático. Tampoco las aldeas constituyen una amenaza seria. La autonomía relativamente grande de la aldea china tradicional podía, en caso de insurrección, «ser suprimida en un momento, hecho del que todo el pueblo tenía conciencia perfecta»129. Los grupos religiosos secundarios podían ser un peligro en tiempos de gran inquietud. Y probablemente por esto el gobierno de la China imperial nunca aflojó su control sobre los credos tolerados y estuvo tan dispuesto a suprimir ciertas sectas130. El potencial de rebelión inherente a los gremios no fue quizá nunca completamente eliminado, pero el gobierno hidráulico podía paralizarlo sin agotar sus ingresos. Grunebaum encuentra «que es notable observar lo poco que el Estado musulmán se veía coartado, de hecho, en su funcionamiento por el peso muerto de estas organizaciones semiextranjeras dentro de su estrucctura»131. Y otros han comentado en el mismo tono el efecto político de los gremios en las civilizaciones hidráulicas. El primitivo Estado bizantino no tuvo necesidad de liquidar los gremios romanos aún existentes, «porque no eran en absoluto peligrosos políticamente, y porque no podían ejercer presión de ninguna clase sobre el gobierno y administración, como lo hicieron, por ejemplo, los gremios alemanes de la Edad Media»132. Massignon, que entre sus colegas es el que considera los gremios musulmanes un factor político de más importancia, por lo menos temporalmente, sin embargo se da cuenta de que «nunca alcanzaron una influencia política comparable a la de los gremios europeos medievales»133. Gibb y Bowen consideran el poder de los gremios medievales en Europa mucho más amplio que el de las corporaciones islámicas, y dudan de la propiedad del término “gremio” para los últimos134. Por razones similares se ha rechazado una equiparación de los gremios del Occidente medieval con los de la India135 o China136.
A decir verdad, existían muchas semejanzas entre los dos tipos de corporaciones; semejanzas creadas por las peculiaridades y necesidades de las profesiones gremiales137; pero las condiciones sociales profundamente distintas en que operaban les daban cualidades políticas y sociales que diferían profundamente. Los gremiales de la baja Edad Media europea llegaron a ser amos de sus ciudades, y como tales podían desempeñar una parte importante en las luchas por el poder de su tiempo. Los gremiales del mundo hidráulico gozaban de cierta autonomía, no porque fueran tan fuertes, políticamente hablando, sino porque eran tan irrelevantes.
b) Democracia de mendigos
En los estados totalitarios modernos los inquilinos de los campos de concentración y trabajos forzados tienen permiso de vez en cuando para reunirse en grupos y charlar a voluntad; y con cierta frecuencia a algunos de estos se les encarga de trabajos menores de supervisión. En términos de la ley de disminución de rendimiento administrativo estas ‘‘libertades’’ rinden. Al mismo tiempo que ahorran personal no amenazan el poder del comandante y sus guardias.
Las aldeas, gremios y organizaciones religiosas secundarias de sociedad agroadministrativa no fueron campos de terror. Pero, como ellos, gozaron de algunas libertades políticamente insignificantes. Estas libertades –que en algunos casos fueron considerables– no dieron paso a una autonomía completa. En el mejor de los casos establecieron una especie de democracia de mendigos.
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Karl A. Wittfogel: Despotismo oriental. Estudio comparativo del poder totalitario (1957) |
Año de publicación original: 1957.
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