Gilles Lipovetsky: La moda y su destino en las sociedades modernas (El imperio de lo efímero, 1987)

El imperio de lo efímero

La moda y su destino en las sociedades modernas

Gilles Lipovetsky

Año: 1987

Gilles Lipovetsky: El imperio de lo efímero (1987)
Gilles Lipovetsky: El imperio de lo efímero (1987)

La moda cambia, pero sus explicaciones siguen siendo las mismas. Un problema aparentemente fútil, y sin embargo de una infinita complejidad, que se inserta en el centro mismo de la modernidad occidental. El objetivo primero de este libro es el de reinterpretar este problema en su totalidad. ¿Cómo entender la aparición de la moda en Occidente a finales de la Edad Media? ¿Cómo explicar la versatilidad de la elegancia, algo que no había sucedido en ninguna otra civilización? ¿Cuáles son los grandes momentos históricos, las grandes estructuras que han determinado la organización social de las apariencias? Tales son las preguntas a las que responde la primera parte del libro. Pero, hoy en día, la moda no es sólo un lujo estético y periférico de la vida colectiva, sino que se ha convertido en un elemento central de un proceso social que gobierna la producción y consumo de objetos, la publicidad, la cultura, los medios de comunicación, los cambios ideológicos y sociales. Hemos entrado en una segunda fase de la vida secular de las democracias, organizadas cada vez más por la seducción, lo efímero, la diferenciación marginal; la segunda parte del libro analiza la progresión de esta forma-moda y su repercusión respecto a la vitalidad de las democracias y a la autonomía de los individuos. Más allá de las inquietudes que pueda suscitar una sociedad abocada a la obsolescencia de las cosas y del sentido, la moda aparece, paradójicamente, como un instrumento de consolidación de la democracia, de las sociedades liberales, como un vehículo inédito de la dinámica modernizadora. Tal es la provocativa tesis del autor.


Presentación

Entre la intelectualidad el tema de la moda no se lleva. Es un fenómeno destacable que mientras la moda no cesa de acelerar su normativa escurridiza, de invadir nuevas esferas, de atraer a su órbita a todas las capas sociales, a todos los grupos de edad, deja indiferentes a aquellos cuya vocación es explicar los resortes y funcionamiento de las sociedades modernas. La moda es celebrada en el museo y relegada al trastero de las preocupaciones intelectuales reales: está en todas partes, en la calle, en la industria y en los media, pero no ocupa ningún lugar en la interrogación teórica de las mentes pensantes. Esfera ontológica y socialmente inferior, no merece la investigación científica; cuestión superficial, desanima la aproximación conceptual. La moda provoca el reflejo crítico antes que el estudio objetivo, se la evoca para fustigarla, marcar distancias, deplorar la estupidez de los hombres y lo viciado de sus asuntos: la moda son siempre los demás. Estamos sobreinformados por crónicas periodísticas y subdesarrollados en materia de inteligencia histórica y social del fenómeno. A la plétora de revistas responde el silencio de la intelligentsia; la comunidad erudita se caracteriza menos por «el olvido del Ser» que por el olvido de la moda como locura del artificio y nueva arquitectura de las democracias.

Las obras dedicadas al tema son numerosas. Disponemos de magistrales historias del vestido, no faltan ni precisas monografías sobre los oficios y los creadores de moda, ni datos estadísticos sobre las producciones y los consumos, ni estudios históricos y sociológicos sobre las variaciones de los gustos y los estilos. Riqueza bibliográfica e iconográfica que sin embargo no debe ocultar lo más importante: la crisis profunda, general y en gran parte inconsciente en que en realidad se encuentra inmersa la comprensión global del fenómeno. Situación casi única en el universo de la reflexión especulativa, he aquí una cuestión que no origina ninguna batalla problemática verdadera, ninguna disensión teórica mayor, una cuestión que, de hecho, realiza la hazaña de unificar casi todas las opiniones. Desde hace un siglo es como si grosso modo el enigma de la moda estuviera regulado; nada de guerras de interpretación fundamental, la corporación pensante, en un hermoso impulso unificado, ha adoptado sobre el tema un credo común: la versatilidad de la moda encuentra su lugar y su verdad última en la existencia de las rivalidades de clase, en las luchas de competencia por el prestigio que enfrentan a las diferentes capas y fracciones del cuerpo social. Este consenso de fondo permite, por supuesto según los teóricos, matices interpretativos, ligeras desviaciones, pero, apenas con algunas variantes, la lógica inconstante de la moda así como sus diversas manifestaciones son invariablemente explicadas a partir de fenómenos de estratificación social y de estrategias mundanas de distinción honorífica. En ningún otro terreno el conocimiento erudito se ha instalado hasta tal punto en la tranquila machaconería, en la razón perezosa, explotando la misma receta marco. La moda se ha convertido en un problema vacío de pasiones y de compromisos teóricos, en un pseudoproblema cuyas respuestas y razones son conocidas de antemano; el caprichoso reino de la fantasía no ha conseguido provocar más que la pobreza y la monotonía del concepto.

Hay que volver a dinamizar, promover de nuevo la interrogación sobre la moda, objeto fútil, fugitivo, «contradictorio» por excelencia pero que, por ese mismo motivo, debería estimular tanto más la razón teórica. La opacidad del fenómeno, su rareza, su originalidad histórica, son considerables: ¿cómo una institución esencialmente estructurada por lo efímero y la fantasía estética ha podido conseguir un lugar en la historia humana? ¿Por qué en Occidente y no en otra parte? ¿Cómo la edad del dominio técnico, del reconocimiento del mundo, puede, al mismo tiempo, ser la del desatino de la moda? ¿Cómo interpretar y explicar la movilidad frívola erigida en sistema permanente? Situada en la inmensa duración de la vida de las sociedades, la moda no puede ser identificada con la simple manifestación de las pasiones vanidosas o distintivas, sino que se convierte en una institución excepcional, altamente problemática, una realidad sociohistórica característica de Occidente y de la propia modernidad. Desde ese punto de vista, la moda no es tanto signo de ambiciones de clase como salida del mundo de la tradición; es uno de los espejos donde se ve lo que constituye nuestro destino histórico más singular: la negación del poder inmemorial del pasado tradicional, la fiebre moderna de las novedades, la celebración del presente social.

El esquema de la distinción social, que se impone como la clave soberana de la inteligibilidad de la moda, tanto en la esfera del vestido como en la de los objetos y la cultura moderna, es fundamentalmente incapaz de explicar lo más significativo: la lógica de la inconstancia, las grandes mutaciones organizativas y estéticas de la moda. Esta es la idea que está en la base de la reinterpretación global que proponemos. Retomando a coro la cantinela de la distinción social, la razón teórica ha considerado principal motor de la moda lo que en realidad ha sido su aprehensión inmediata y común; ha seguido siendo prisionera de la razón vivida de los actores sociales, ha colocado como origen lo que no es más que una de las funciones sociales de la moda. Esta asimilación del origen a la función se halla en la base de la extraordinaria simplificación que caracteriza las explicaciones genealógicas de la «invención» y las transformaciones de la moda en Occidente. Especie de inconsciente epistemológico del discurso sobre la moda, la problemática de la distinción se ha convertido en un obstáculo para la comprensión histórica del fenómeno, obstáculo que va acompañado de un ostensible juego de volutas conceptuales destinado a ocultar la indigencia de la propuesta erudita. Se impone un lifting teórico; ha llegado el momento de rescatar los análisis de la moda de la artillería pesada de las clases sociales, de la dialéctica de la distinción y de las pretensiones clasistas. A contrapié del imperialismo de los esquemas de la lucha simbólica de clases, hemos mostrado que, en la historia de la moda, los valoresy las significaciones culturales modernas, dignificando en particular lo Nuevo y la expresión de la individualidad humana, han desempeñado un papel preponderante, son los que hicieron posible el nacimiento y el establecimiento del sistema de la moda en la tardía Edad Media, los que han contribuido a dibujar, de manera insospechada, las grandes etapas de su camino histórico.

Lo que se va a exponer es una historia de la moda, historia conceptual y problemática, guiada no por la voluntad de relatar los inagotables contenidos, sino por la de plantear una interpretación general del fenómeno y sus metamorfosis en un amplio plazo de tiempo. No la historia cronológica de los estilos y las mundanidades elegantes sino los grandes momentos, las grandes estructuras, los puntos de inflexión organizativos, estéticos, sociológicos, que han determinado el recorrido plurisecular de la moda. Se ha optado deliberadamente por la inteligibilidad del conjunto en detrimento de los análisis de detalle: lo que más nos falta no son conocimientos concretos sino el sentido global, la economía profunda de la dinámica de la moda. Este libro se ha escrito con una doble intención. Por una parte comprender el surgimiento de la moda al final de la Edad Media así como las líneas maestras de su evolución en el tiempo. Para ello, con el fin de evitar las generalizaciones psicosociológicas sobre la moda, pobres en comprensión histórica, y con la intención de no caer en la trampa de los grandes paralelismos, múltiples pero demasiado a menudo artificiales, hemos preferido ceñirnos a un objeto relativamente homogéneo, el más significativo del fenómeno: el ornato indumentario, el terreno arquetípico de la moda. Por otra parte, comprender el auge de la moda en las sociedades contemporáneas, el lugar central, inédito, que ocupa en las democracias comprometidas con la vía del consumo y la comunicación de masas. El hecho capital de nuestras sociedades, que ha contribuido no poco al proyecto de emprender este libro, es precisamente la extraordinaria generalización de la moda, la extensión de la forma moda a esferas anteriormente externas a su proceso, el advenimiento de una sociedad reestructurada en todos sus aspectos por la seducción y lo efímero, por la lógica misma de la moda. De ahí la desigual composición de esta obra, medida con el rasero del tiempo histórico. La primera parte tiene como objeto la moda en sentido estricto, la fashion, y cubre más de seis siglos de historia. La segunda analiza la moda en sus múltiples elementos, de los objetos industriales a la cultura mediática, de la publicidad a las ideologías, de la información a lo social, y comprende una duración histórica mucho más corta, la de las sociedades democráticas orientadas hacia la producción-consumo-comunicación de masas. Diferencia de tratamiento e investigación del tiempo histórico que se justifica por el lugar nuevo, altamente estratégico, que, a partir de ahí, ocupa el proceso de la moda en el funcionamiento de las sociedades liberales. La moda ya no es un placer estético, un accesorio decorativo de la vida colectiva, es su piedra angular. Estructuralmente, la moda ha acabado su carrera histórica, ha llegado a la cima de su poder, ha conseguido remodelar la sociedad entera a su imagen: era periférica y ahora es hegemónica; he aquí las páginas que han querido ilustrar esa ascensión histórica de la moda, comprender el establecimiento, las etapas, el apogeo de su imperio.

La moda se halla al mando de nuestras sociedades; en menos de medio siglo la seducción y lo efímero han llegado a convertirse en los principios organizativos de la vida colectiva moderna; vivimos en sociedades dominadas por la frivolidad, último eslabón de la aventura plurisecular capitalista-democrática-individualista. ¿Hay que sentirse preocupado? ¿Anuncia este hecho un lento pero inexorable declive de Occidente? ¿Hay que reconocer en ello el signo de la decadencia del ideal democrático? Nada más banal, más comúnmente extendido que estigmatizar, por otra parte no sin alguna razón, el nuevo régimen de democracias carentes de grandes proyectos colectivos movilizadores, aturdidas por los goces privados del consumo, infantilizadas por la cultura-minuto, la publicidad, la política-espectáculo. El reino último de la seducción, se dice, aniquila la cultura, conduce al embrutecimiento generalizado, al hundimiento del ciudadano libre y responsable; el lamento sobre la moda es el hecho intelectual más compartido. Nosotros no hemos cedido ante esas sirenas. La interpretación del mundo moderno que aquí proponemos es una interpretación adversa, paradójica, revelando, más allá de las «perversiones» de la moda, su poder globalmente positivo, tanto frente a las instituciones democráticas como frente a la autonomía de las conciencias. La moda no ha acabado de sorprendemos: cualesquiera que sean sus aspectos nefastos en cuanto a la vitalidad del espíritu y de las democracias, se presenta ante todo como el agente por excelencia de la espiral individualista y de la consolidación de las sociedades liberales.

Sin duda el nuevo reparto frívolo de naipes tiene con qué alimentar un cierto número de inquietudes: la sociedad que perfila está bastante lejos del ideal democrático y no permite abordar en las mejores condiciones la salida del marasmo económico en el que nos hallamos inmersos. Por un lado los ciudadanos se sienten poco interesados por la cosa pública, en todas partes predomina la desmotivación y la indiferencia hacia la política; el comportamiento del elector está en trance de alinearse con el del consumidor. Por otro lado los individuos, absorbidos por sí mismos, están poco dispuestos a considerar el interés general, a renunciar a los privilegios adquiridos; la construcción del futuro tiende a sacrificarse a las satisfacciones categoriales e individuales del presente. Comportamientos altamente problemáticos tanto en lo concerniente al vigor del espíritu democrático como respecto a la capacidad de nuestras sociedades para recobrarse, para reconvertirse a tiempo, para ganar la nueva guerra de los mercados.

Todas estas imperfecciones son ampliamente conocidas —han sido analizadas extensamente—, lo es mucho menos el potencial futuro de las democracias. Para decirlo brevemente, las democracias frívolas no carecen de armas para afrontar el futuro; en el presente disponen de recursos inestimables, aunque éstos sean poco espectaculares o no mesurables, a saber, un «material» humano más flexible de lo que se piensa, que ha integrado la legitimidad del cambio, que ha renunciado a las visiones maniqueo-revolucionarias del mundo. Bajo el reinado de la moda las democracias disfrutan de un consenso universal respecto a sus instituciones políticas, los maximalismos ideológicos declinan en beneficio del pragmatismo, el espíritu de empresa y de eficacia ha sustituido al hechizo profético. ¿Hay que menospreciar esos factores de cohesión social, de solidez institucional, de «realismo» modernista? Cualesquiera que sean los desacuerdos sociales y las crispaciones corporativistas que frenan el proceso de modernización, éste está en marcha y se acelera; la Moda no anula las reivindicaciones y la defensa de los intereses particulares sino que los hace más negociables. Persisten las luchas de intereses y los egoísmos, pero no son redhibitorios, nunca llegan a amenazar la continuidad y el orden republicanos. Nosotros no compartimos las opiniones desmoralizadas de algunos observadores sobre el futuro de las naciones europeas; estas páginas se han escrito con la idea de que nuestra historia no estaba decidida, que el sistema consumado de la moda representaba a largo plazo una oportunidad para las democracias, liberadas hoy de las fiebres extremistas, para bien o para mal adictas al cambio, a la reconversión permanente, a tener en cuenta las realidades económicas nacionales e internacionales. Principales paradojas de nuestra sociedad: cuanto más se despliega la seducción, más tienden las conciencias a lo real; cuanto más arrebata lo lúdico, más se rehabilita el ethos económico, cuanto más gana lo efímero, más estables son las democracias, menos desgarradas, más reconciliadas con sus principios pluralistas. Aunque no cuantificables, se trata de triunfos inmensos en la construcción del porvenir. Cierto que, con referencia a la historia inmediata, los datos son poco estimulantes; cierto, todo no va a hacerse en un día, sin esfuerzo colectivo, sin tensiones sociales, sin voluntad política, pero en una era reciclada por la forma moda la historia está más abierta que nunca, la modernidad ha conquistado una legitimidad social tal, que la dinámica del enderezamiento de nuestras naciones es más probable que su lenta desaparición. Guardémonos de leer el porvenir con la única luz de las tablas cuantificadas del presente: una era que funciona con la información, con la seducción de lo nuevo, con la tolerancia, la movilidad de opiniones, prepara —si sabemos aprovechar su buena tendencia— los trofeos del futuro. El momento es difícil pero no carente de salida; las promesas de la sociedad-moda no darán sus frutos inmediatamente, hay que darle al tiempo la oportunidad de construir su obra. De forma inmediata no se ve apenas más que paro en alza, precariedad del trabajo, bajo crecimiento, economía átona; fijando la mirada en el horizonte los motivos de esperanza no están totalmente ausentes. La terminal de la moda no es la vía de la nada; analizada con cierta distancia conduce a una doble opinión sobre nuestro destino: pesimismo del presente, optimismo del futuro.

La denuncia de la moda en su estadio pleno ha encontrado sus más virulentos acentos en el terreno de la vida del espíritu. A través del análisis de la cultura mediática, entendida como máquina destructora de la razón y empresa totalitaria de erradicación de la autonomía de pensamiento, la intelligentsia forma un solo bloque que estigmatiza a coro la dictadura degradante de lo consumible, la infamia de las industrias culturales. Ya en los años cuarenta Adorno y Horkheimer se rebelaban contra la fusión «monstruosa» de la cultura, la publicidad y la diversión industrializada, que entrañaba la manipulación y estandarización de las conciencias. Más tarde Habermas analizará el listo-para-consumir mediático como instrumentó de reducción de la capacidad de utilizar la razón de forma crítica; Guy Debord denunciará la «falsa conciencia», la alienación generalizada, inducidas por la pseudocultura espectacular. Hoy mismo, cuando el pensamiento marxista y revolucionario ya no se lleva, la ofensiva contra la moda y la cretinización mediática se extienden de lo lindo: otro tiempo, otra boga para decir lo mismo, en lugar del comodín Marx se saca la carta Heidegger, ya no se esgrime la panoplia dialéctica de la mercancía, la ideología, la alienación; se medita sobre la dominación de la técnica, la «autonegación de la vida», la disolución de la «vida con el espíritu». Abrid pues los ojos al inmenso infortunio de la modernidad, estamos condenados a la degradación de la existencia mediática; en las democracias se ha instalado un totalitarismo de tipo sofi que ha conseguido sembrar el odio a la cultura, generalizar la regresión y la confusión mental. Decididamente nos hallamos en la «barbarie», último estribillo de nuestros filósofos antimodernos. Se despotrica contra la moda pero al hacerlo no se deja de adoptar una técnica hiperbólica análoga, el must de la sobrepuja conceptual. No importa, el hacha de guerra apocalíptica no ha sido enterrada, la moda será siempre la moda, su denuncia sin duda es consustancial a su propio ser, es inseparable de las cruzadas de la elevada alma intelectual.

La unanimidad crítica que provoca el imperio de la moda lo es todo salvo accidental; tiene sus raíces en lo más profundo del proceso de pensamiento que inaugura la propia reflexión filosófica. Desde Platón se sabe que los juegos de luces y sombras en la caverna de la existencia obstaculizan el paso de lo verdadero; la seducción y lo efímero encadenan el espíritu, son los signos de la cautividad de los hombres. La razón, el progreso en la verdad, no pueden acontecer más que en y por una persecución implacable de las apariencias, del devenir, del encanto de las imágenes. No hay salvación intelectual en el universo de lo proteiforme y de la superficie, es este paradigma el que, aún hoy, ordena los ataques contra el reino de la moda: el ocio fácil, la fugacidad de las imágenes, la seducción distraída de los mass media, sólo pueden someter la razón, enviscar y desestructurar el espíritu. El consumo es superficial, vuelve infantiles a las masas; el rock es violento, no verbal, acaba con la razón; las industrias culturales están estereotipadas, la televisión embrutece a los individuos y fabrica moluscos descerebrados. El feeling y el zapping vacían las cabezas, el mal, en todas sus formas, es lo superficial, sin que ni por un segundo se llegue a sospechar que los efectos individuales y socialescontrarios a las apariencias puedan ser la verdad histórica de la era de la seducción generalizada. Aunque se sitúen tras la estela de Marx o de Heidegger, nuestros sabios siguen siendo moralistas prisioneros de la espuma de los fenómenos, incapaces de aproximarse, de la manera que sea, altrabajo efectivo de la moda, a la trampa del desatino de la moda hay que entender. Esta es la mayor y más interesante lección histórica de la Moda: en las antípodas del platonismo, se debe comprender que, actualmente, la seducción es lo que reduce el desatino, lo artificial favorece el acceso a lo real, lo superficial permite un mayor uso de la razón, lo espectacular lúdico es trampolín hacia el juicio subjetivo. El momento terminal de la moda no concluye la alineación de las masas, es un vector ambiguo pero efectivo de la autonomía de los seres y, a través mismo de la heteronomía de la cultura de masas, colmado de las paradojas de lo que a veces se llama posmodernidad. En efecto, la independencia subjetiva crece de forma paralela al imperio del desposeimiento burocrático, cuanta más seducción frívola, más avanzan las Luces, aunque sea de manera ambivalente. El proceso no salta a la vista de forma inmediata —hasta ese punto se imponen los efectos negativos de la moda—, sólo se accede a la verdad del mismo comparándolo con épocas anteriores de la tradición omnipotente, del racismo triunfante, del catecismo religioso e ideológico. Hay que dar una nueva interpretación a la era fútil del consumo y la comunicación, caricaturizada hasta el delirio por aquellos que la desprecian, tanto de derechas como de izquierdas. La Moda no se identifica en absoluto con un neototalitarismo blando, por el contrario permite que se extienda la controversia pública, la mayor autonomización de los pensamientos y de las existencias subjetivas; es el agente supremo de la dinámica individualista en sus diversas manifestaciones. En un trabajo anterior,[1] habíamos intentado identificar las transformaciones contemporáneas del individualismo; aquí se ha buscado comprender por qué vías, por medio de qué dispositivos sociales, el proceso de individualización ha entrado en el segundo ciclo de su trayectoria histórica.

Permítansenos unas palabras para precisar la idea de historia implicada en el análisi s de la Moda como fase última de las democracias. Es evidente que, en cierto sentido, hemos reunido aquí las problemáticas filosóficas de las «astucias de la razón»: en efecto la razón colectiva avanza por medio de su contrario, la diversión, la autonomía individual se desarrolla por el cauce de la heteronomía de la seducción, la «sabiduría» de las naciones modernas se dispone en la locura de los entusiasmos superficiales. No del mismo modo que en el tradicional juego desordenado, de pasiones egoístas, que constituye la construcción de la Ciudad racional, sino por medio de un modelo formalmente equivalente: el papel de la seducción y de lo efímero en el progreso de las subjetividades autónomas; el rol de lo frívolo en el desarrollo de las conciencias críticas, realistas, tolerantes. La marcha sin rumbo del ejercicio de la razón se realiza, como en las teodiceas de la historia, por la acción de su otro aparente. Pero ahí se acaba nuestra connivencia con las teorías de la trampa de la razón. Aquí no se tiende a la estricta dinámica de las democracias contemporáneas, no se extrae ninguna concepción global de la historia universal, no se implica ninguna metafísica de la seducción. Dos observaciones a fin de evitar malentendidos. En primer lugar, la forma moda que analizaremos no es antitética de lo «racional», la seducción tiene ya en sí misma una lógica racional que integra el cálculo, la técnica, la información, propias del mundo moderno; la moda plena celebra la boda de la seducción y la razón productiva, instrumental, operativa. No se trata en absoluto de una visión dialéctica de la modernidad que afirma la realización progresiva de lo universal racional mediante el juego contrario de los afines particulares, sino el poder de autonomía de una sociedad armonizada por la moda, allá donde la racionalidad funciona con lo efímero y lo frívolo, donde la objetividad se instituye en espectáculo, donde la dominación técnica se reconcilia con lo lúdico, y la dominación política con la seducción. En segundo lugar, no nos adherimos sin reservas a las idea del progreso de las conciencias; en realidad las Luces avanzan, aunque mezcladas indisociablemente con su contrario; el optimismo histórico implícito en el análisis de la Moda debe ser confinado en límites estrechos. En conjunto, las personas están más informadas aunque más desestructuradas, son más adultas pero más inestables, menos «ideologizadas» pero más tributarias de las modas, más abiertas pero más influibles, menos extremistas pero más dispersas, más realistas pero más confusas, más críticas pero más superficiales, más escépticas pero menos meditativas. La independencia, más presente en los pensamientos, va unida a una mayor frivolidad, la tolerancia se acompaña con más indiferencia y relajamiento en el tema de la reflexión, la Moda no encuentra el modelo adecuado ni en las teorías de la alienación ni en las de alguna óptima «mano invisible», no crea ni el reino de la desposesión subjetiva final ni el de la razón clara y firme.

Aunque próximo a las teorías de las astucias de la razón, ese modelo de evolución de las sociedades contemporáneas no hace menos significativa la iniciativa deliberada de los hombres. En tanto que el orden final de la moda engendra un momento histórico de la conciencia ambivalente en lo esencial, la acción lúcida, voluntaria, responsable, de los hombres, es más posible que nunca y necesaria para progresar hacia un mundo más libre, mejor informado. La Moda produce de forma inseparable lo mejor y lo peor, la información veinticuatro horas sobre veinticuatro y el grado cero del pensamiento, viene a combatirnos a nosotros, allá donde estemos, los mitos y los apriorismos, a limitar los perjuicios de la desinformación, a sentar las bases de un debate más abierto, más libre, más objetivo. Decir que el universo de la seducción contribuye a la dinámica de la razón no condena necesariamente al pasotismo, al «todo va a parar a lo mismo», a la beata apología del show-biz generalizado. La Moda se acompaña de efectos ambiguos, lo que vamos a hacer es intentar reducir su vertiente «oscurantista» y acrecentar la «clara», no pretendiendo borrar de un trazo el oropel de la seducción sino utilizando sus potencialidades liberadoras para la mayoría. La finalidad frívola no apela ni a la defensa incondicional ni a la excomunión de su orden; si bien el terreno de la Moda es favorable al uso crítico de la razón, de igual manera puede provocar el exilio y la confusión del pensamiento: hay mucho que corregir, que legislar, que criticar, que explicar sin fin; la trampa de la sinrazón de la moda no excluye la inteligencia, la libre iniciativa de los hombres, la responsabilidad de la sociedad respecto a su propio porvenir. En la nueva era democrática el progreso colectivo en la libertad de espíritu no será posible fuera del juego de la seducción. Tendrá como base la forma moda pero estará secundado por otras instancias, reforzado por otros criterios, por el trabajo específico de la escuela, por la ética, la transparencia y la exigencia propia de la información, por las obras teóricas y científicas, por el sistema corrector de leyes y reglamentaciones. En el avance lento, contradictorio y desigual de las subjetividades libres, la Moda, como resulta evidente, no es la única en la pista y el futuro sigue siendo muy inconcreto en cuanto a las características de lo que será la autonomía de las personas: la lucidez siempre está por conquistar; la ilusión y la ceguera, igual que el ave Fénix, renacen siempre de sus cenizas. La seducción sólo realizará plenamente su obra democrática armonizándose con otros parámetros, no asfixiando las reglas soberanas de lo verdadero, de los hechos, de la argumentación racional. Contrariamente a los estereotipos que se le suponen, la era de la moda es lo que más ha contribuido a arrancar a los hombres en su conjunto del oscurantismo y el fanatismo, a construir un espacio público abierto, a modelar una humanidad más legalista, más madura, más escéptica. La moda plena vive de paradojas: su inconsciencia favorece la conciencia, sus locuras el espíritu de tolerancia, su mimetismo el individualismo, su frivolidad el respeto por los derechos del hombre. En la película revolucionada de la historia moderna, empieza a ser verdad que la Moda es el peor de los escenarios, con excepción de todos los demás.




Título original: L’Empire de l’éphemére. La mode et son destin dans les sociétes modernes

Gilles Lipovetsky, 1987

Traducción: Felipe Hernández y Carmen López

Comentarios

Entradas populares de este blog

La sociología de Pierre Bourdieu: Habitus, campo y espacio social

Macionis y Plummer: Los tres clásicos de la sociología (Marx, Durkheim y Weber)

Metodología de la Investigación Social: Introducción general (Alfredo Poviña)

Maurice Halbwachs: La memoria colectiva (fragmentos) (1925)

Berger y Luckmann: Resumen de La sociedad como realidad subjetiva (Cap. 3 de La construcción social de la realidad, 1966)

Investigación social: tema y problema en investigación (2013)

Stuart Hall: ¿Quién necesita «identidad»? Cap. 1 de Cuestiones de identidad cultural (1996)

Macionis y Plummer: Desigualdad y estratificación social (Cap. 8)

Teoría de la privación relativa de Robert Merton (Teoría y Estructura Social, 1949)

Georg Simmel: La moda (Sobre la aventura) [1911]