Diccionario de Sociología: Trabajo (1986)
Trabajo
Diccionario de Sociología de Ediciones Paulinas dirigido por Franco Demarchi y Aldo Ellena.
Sumario: I. Definición - II. División social del trabajo - III. Transformaciones sociales del trabajo obrero: 1. Del artesano al artesano parcial; 2. Del artesano parcial al obrero común; 3. Del obrero común a la reconstrucción del trabajo en la máquina - IV. Mayo y las industrial relations.
Demarchi, F.; Ellena, A. [Comp] (1986). Diccionario de Sociología. Ediciones Paulinas, Madrid. |
I. Definición
El término trabajo no sólo es uno de esos conceptos que se han modificado en el transcurso del tiempo al ritmo de la evolución de las estructuras sociales, sino que además ha merecido la atención de los mayores pensadores desde la edad antigua a la contemporánea.
Ante todo, hay que decir que históricamente siempre se ha tomado el trabajo manual como paradigma, pues hasta una época muy reciente no se ha empezado a considerar como trabajo la actividad intelectual.
Pero, volviendo a la definición del concepto de trabajo, se puede observar con W. Mills que el trabajo puede ser un simple medio para ganarse el pan o también el aspecto más significativo de nuestra vida interior. Puede vivirse como una expiación o como manifestación exuberante de nuestro yo, como un deber impuesto desde arriba o como instrumento del desarrollo de la naturaleza universal del hombre. Ni el odio ni el amor al trabajo son factores innatos en el hombre o inherentes a un tipo determinado de trabajo. El trabajo, en efecto, no tiene ningún significado intrínseco.
Por tanto, está claro que el significado que se atribuya al trabajo depende de cada sociedad históricamente determinada. En este sentido, el trabajo, que en la antigua Grecia estaba exclusivamente destinado a los esclavos, se consideraba como un mal que tenía que evitar la clase dominante, dedicada más bien a la especulación filosófica o al cultivo de las artes. El paleocristianismo concebía el trabajo como un castigo por el pecado original, mientras que para san Agustín el trabajo se convierte en un hecho positivo y obligatorio, que se sitúa entre las necesidades materiales de la comunidad. Pero con Lutero y el protestantismo el trabajo adquiere una dimensión central, convirtiéndose en el fundamento y la clave de la existencia: trabajar es servir a Dios, mientras que el ocio va contra la naturaleza. El valor religioso del trabajo se refuerza con Calvino y configura ese tipo de hombre religioso que, según M. Weber, coincide con el hombre económico y se identifica con el empresario burgués, que realiza en el trabajo su propia existencia.
Pero el fundamento de toda visión laica posterior del trabajo está en la concepción que del mismo se formó en el período del Renacimiento, concepción que veía en el trabajo un medio de realización de la personalidad, un medio a través del cual el hombre podía ser o convertirse en creador. A esta concepción del trabajo se hacen continuas referencias en el siglo XIX, contraponiéndola a las teorías utilitaristas de Locke, para quien el trabajo es el origen de la propiedad y la fuente de todo valor económico, y a las de Smith.
Especialmente en el siglo xix se apela con frecuencia al ideal de la laboriosidad del artesano productor y dueño total de su producto.
Pero hasta que no llega Marx no se tiene un análisis riguroso del trabajo y de la relación entre hombre y trabajo. Para Marx, la esencia del individuo tiene como fundamento el trabajo: Lo que son (los hombres) coincide con su producción, ya sea con lo que producen, ya con el modo como producen. La naturaleza de los individuos depende, por tanto, de las condiciones materiales que determinan la producción.
Con Marx asume ya una forma definitiva el intento de definir el trabajo como relación dinámica entre hombre y naturaleza, intento que había comenzado ya de algún modo con Bacon y con Descartes. En primer lugar, el trabajo —escribe Marx en El capital— es un proceso que se desarrolla entre el hombre y la naturaleza, en el cual el hombre, por medio de su acción, produce, regula y controla el recambio orgánico entre él mismo y la naturaleza; se contrapone a sí mismo, como una más de las potencias de la naturaleza, a la materialidad de la naturaleza. El hombre pone en movimiento las fuerzas naturales que pertenecen a su corporeidad, brazos y piernas, manos y cabeza, para apropiarse de los materiales de la naturaleza, de manera que sean utilizables para su propia vida. Actuando mediante este movimiento en la naturaleza externa a sí mismo y transformándola, el hombre cambia al mismo tiempo su propia naturaleza y desarrolla las facultades que están aletargadas en ella.
Estas definiciones marxistas, a pesar de su parcialidad por no tener en cuenta el trabajo no productivo y por no fijarse —como hacen otros— en el valor ético-religioso del trabajo, parece que pueden significar (al menos para el sociólogo del trabajo y para el sociólogo de la economía) un punto de partida satisfactorio.
II. División social del trabajo
Si se ha discutido mucho sobre el concepto de trabajo, no menos rica ha sido la producción literaria concerniente al tema de la división del trabajo; también en esto podríamos remontarnos a la antigüedad (Platón, Tomás de Aquino, etc.); pero en la medida en que la división social del trabajo es históricamente una función de la división técnica, el problema asume particular importancia en la época más reciente, en la que el advenimiento de la industria, al fraccionar cada vez más el trabajo, pone todavía más de manifiesto la realidad de la división social del trabajo.
Para empezar, conviene abandonar cierta ambigüedad terminológica, advirtiendo que suelen entenderse por división del trabajo dos fenómenos diversos entre sí, aunque estén estrechamente relacionados. Por un lado, tenemos la división técnica o económica del trabajo, que no implica, al menos en teoría, ningún reflejo social directo, sino que indica el fenómeno de distribución de los cometidos, necesario ab origene para aumentar y racionalizar la producción de bienes. La división social del trabajo, en cambio, representa el fenómeno, históricamente comprobado y comprobable, por el que la división técnica ha llevado a una diferenciación social.
Las primeras teorías generales sobre la división del trabajo aparecen después de la primera revolución industrial, después de que la evolución de la economía, rompiendo el sistema social precedente, puso en evidencia toda la importancia económica del trabajo.
Los primeros escritos, ya no filosóficos, sino económico-sociológicos, se remontan a finales del siglo XVIII con Ferguson (1723-1816), Smith (1723-1790). En estos primeros autores está ya presente, aunque no de forma explícita, la que nos parece la cuestión teórica decisiva, cual es la distinción y la relación entre división técnica o económica y división social del trabajo. Según Ferguson (Ensayo sobre la historia de la sociedad civil), la división del trabajo, que es fundamentalmente un instrumento de diferenciación social, se deriva sobre todo de factores demográficos y de factores de concentración que inducen e imponen un aumento de producción, lo que a su vez implica una diferenciación profesional. Pero, continuando con el pensamiento de Ferguson, que en esto se acerca bastante al que será el pensamiento de Durkheim, la división del trabajo implica también la aparición de un tipo particular de solidaridad entre los hombres, solidaridad que no brota simple y exclusivamente de necesidades económicas y organizativas, sino que tiene su originalidad en estar basada en valores ético-sociales y culturales.
Totalmente distinto es el pensamiento de A. Smith (Sobre la riqueza de las naciones), para quien el elemento económico resulta dominante y representa tanto el origen de la división del trabajo como la causa de su progresivo aumento.
Efectivamente, para A. Smith la división del trabajo nace no ya de la necesidad, sino del interés y de la voluntad de incrementar la producción, de forma que cuanto más se quiere incrementar la producción tanto más crece la división del trabajo. Por eso precisamente Smith considera la división del trabajo no como una especialización profesional, sino como una fragmentación (hoy se diría parcelación) del trabajo en operaciones simples. En este sentido, la solidaridad que se crea deriva únicamente de una necesidad de racionalización, fundamentada no en valores ético-sociales, sino en un sistema de objetivos egoístas, que tiene su eje central en la producción y en el aumento de la riqueza.
La lucidez de Smith al identificar las dimensiones estrictamente económicas y la necesidad de progresar en una división del trabajo cada vez más radical como hechos fundamentales del naciente capitalismo, proporcionaría a su pensamiento un éxito que persiste en la actualidad.
No por nada entre los seguidores de Smith encontramos autores como Babbage que, saltándose totalmente el problema de la división social, se ocupan de estudiar los mecanismos industriales en orden a expresar, incluso con relaciones matemáticas, fórmulas organizativas que permitan racionalizar el trabajo e incrementar la producción.
En este período hay también grandes pensadores, como Hegel, que se ocupan del problema enfocándolo, a nuestro entender, de tal forma que confirman ciertas tesis de Smith y avalan la opinión de que la división técnica es igual a la división social, razón por la cual la diferenciación social que de ello se deriva no sería solamente un hecho necesario, sino incluso natural. En efecto, Hegel, en su obra Líneas maestras de la filosofía del derecho, sostiene que la universalidad y la objetividad del trabajo reside en la abstracción, que efectúa la especificación de los medios y de las necesidades y que, por lo mismo precisamente, especifica la producción y produce la división de trabajos. La división hace más sencillo el trabajo del individuo y mayor su aptitud para el trabajo abstracto, así como la cantidad de sus producciones, lo cual implica la dependencia recíproca de los hombres en el intercambio y la necesaria desigualdad de los patrimonios y de las actitudes de los individuos, y de la misma educación intelectual y moral.
Las distinciones que hasta aquí se han hecho (con frecuencia concernientes más al uso de los términos que a la sustancia) entre división técnica y división social del trabajo, no se corresponden con la distinción que propone Marx entre división social y división manufacturera del trabajo.
En efecto, para Marx existe una división social de origen natural, que brota, en el seno de la familia y de la tribu, de las diferencias personales de sexo y de edad, a la cual hay que contraponer la división manufacturera. Esta última tiene a la primera como inevitable presupuesto histórico, en cuanto que sólo a partir de cierto grado de diferenciación profesional se puede iniciar un proceso de fragmentación del trabajo.
En la fábrica, que para Marx es ante todo una relación social de producción, se crea la división técnica del trabajo, y la máquina, lejos de reconstruir el trabajo como creía Prudhon, aumenta más la fragmentación. En efecto, a medida que se desarrolla la concentración de los instrumentos, se desarrolla también la división del trabajo, y viceversa. Esto determina el hecho de que todo gran invento de la mecánica es seguido por una mayor división del trabajo, mientras todo aumento de la división del trabajo conduce a su vez a nuevas invenciones mecánicas.
Así pues, la industria moderna y la tecnología fraccionan cada vez más el trabajo, con lo que el mismo trabajador se convierte en un simple fragmento, en un trabajador parcial.
En este sentido, la división manufacturera influye a su vez en la división social del trabajo. El trabajador, el artesano que antes producía mercancías particulares, ahora ya no las produce, sino que vende fuerza-trabajo, convertido él mismo en una mercancía. Pero en la división del trabajo de tipo manufacturero no es sólo el trabajo lo que queda desintegrado y expropiado de su ser, sino también el conocimiento y la inteligencia del trabajador. En efecto, según Marx se produce una separación progresiva entre conocimiento y trabajador, separación que va desarrollándose con la fragmentación del trabajo y se completa en la gran industria, que separa la ciencia, haciendo de ella un poder productivo independiente del trabajo, y que la somete al servicio del capital. La división del trabajo, en cuanto que representa el modo concreto en que se realiza la actividad del hombre como transformador de la naturaleza, para Marx no es un mal en sí mismo; lo que es un mal es la división capitalista del trabajo, en la cual la actividad humana es determinada por la separación entre productores y medios de producción, con lo que ya no se puede hablar realmente de trabajo, sino de trabajo alienado.
Desde un punto de vista estrictamente sociológico, la obra más sistemática que se ocupa del problema se debe a E. Durkheim: La división del trabajo social.
Según Durkheim, no es cierto que la división del trabajo, entendida por él sobre todo como especialización profesional, sea causa de fragmentación y, por tanto, de disgregación social, sino que representa muchas veces un factor asociativo fundamental no sólo entre sujetos caracterizados por semejanzas, sino también entre individuos diversos.
Durkheim se plantea el problema específico de la importancia sociológica de la división del trabajo preguntándose si la división del trabajo, regulada y no anónima, no cumplirá, en contra de lo afirmado por algunas teorías precedentes, la función específica de garantizar la unidad social en el seno de la sociedad.
La división del trabajo no sólo sirve para incrementar las fuerzas productivas y la capacidad de los trabajadores, sino que además constituye la condición necesaria del desarrollo intelectual y material de la sociedad. Sin embargo, su función no consiste sólo en desarrollar la civilización, sino también en configurar un carácter moral, en cuanto que desarrolla necesidades de orden, de armonía y solidaridad social, que se consideran necesidades morales. En las sociedades primitivas, que Durkheim define con el nombre de segmentarias, en cuanto que están caracterizadas por la repetición de segmentos homogéneos entre sí (clan, familia, casta), en las que domina el derecho represivo y prevalecen las semejanzas entre los individuos y, por tanto, la conciencia colectiva sobre la conciencia individual, encontramos una forma de solidaridad que Durkheim califica de mecánica.
A la solidaridad mecánica se contrapone la solidaridad orgánica, característica de las sociedades complejas y producida por la división del trabajo.
Mientras que la primera implica el hecho de que los individuos se asemejen, esta última presupone que se diferencien los unos de los otros. El rol cohesivo que desempeñan el derecho represivo y la conciencia colectiva es asumido a su vez por el derecho cooperativo y por la división del trabajo. Es sobre todo la división del trabajo lo que mantiene unidos a los agregados sociales de tipo superior; Durkheim ve en esto la verdadera función de la división social del trabajo, mucho más importante que la que le atribuyen los economistas.
La división del trabajo no determina sólo el tipo de solidaridad, sino también la estructura misma de la sociedad. Efectivamente, allí donde prepondera la solidaridad orgánica, las sociedades se constituyen no por una repetición de segmentos similares y homogéneos, sino por un sistema de órganos diferentes, cada uno de los cuales tiene un rol específico, y que a su vez están formados por partes diferenciadas. Se da, pues, precisamente por el desarrollo de la división del trabajo, una ley histórica, por la cual la solidaridad mecánica... pierde progresivamente terreno y la solidaridad orgánica se hace progresivamente preponderante.
Por tanto, la división social del trabajo adquiere en Durkheim un valor central y positivo, tanto para la evolución de las estructuras sociales como desde el punto de vista ético.
Sólo hay un caso en que la división del trabajo tiene una polaridad negativa, y es cuando en lugar de producir solidaridad lleva a resultados diferentes o incluso opuestos. Esto tiene lugar tanto en el conflicto entre capital y trabajo como cuando, al pasar de la especialización a la fragmentación o parcelación, el trabajador se queda aislado y ya no percibe el vínculo de solidaridad y cooperación que lo une a los demás. De esta forma aparecerían los casos de anomía, que, según Durkheim, se pueden superar actuando de forma que cada individuo no sólo tenga su propio cometido que desarrollar, sino que además este cometido sea adecuado a sus capacidades personales.
La mayor limitación del análisis de Durkheim parece consistir precisamente en el hecho de que se limita a catalogar como anémicos fenómenos tales como la lucha de clases o la parcelación del trabajo, que a su vez serán los elementos más característicos y emblemáticos del trabajo y de la división del trabajo en la época actual.
Con Durkheim se cierra lo que podríamos definir como el debate clásico en torno a la división social del trabajo, en el que han participado otros autores, como Tónnies, Schmoller o Bucher. Este debate concluye porque la rápida evolución industrial y la influencia de Taylor y sus sucesores en la división del trabajo han desplazado en parte el interés de los estudiosos de ciencias humanas desde el problema de la división social del trabajo a los problemas y las consecuencias de la parcelación del trabajo en las fábricas. En efecto, gran parte de la bibliografía sociológica actual se ocupa de manera casi exclusiva del trabajo asalariado y de las transformaciones que éste sufre o ha sufrido en relación con los procesos de industrialización. En este marco se encuadran también los estudios que nacen de una relación, no sólo científica, sino también aplicada, del sociólogo con la industria.
Intentaremos por ello analizar rápidamente y a grandes rasgos este proceso, deteniéndonos particularmente en la organización científica del trabajo y en el principal enfoque sociológico de la realidad industrial, las industrial relations.
III. Transformaciones sociales del trabajo obrero
1. Del artesano parcial al obrero común
Adoptando todas las cautelas que recomienda el mismo Touraine, nos parece utilizable el esquema por él propuesto, que trata de sintetizar la evolución industrial en una tipología ejemplificada.
La evolución profesional de la industria puede describirse como un tránsito de la fase A, caracterizada por el predominio de la acción autónoma del obrero cualificado, a la fase B, en la que domina la organización centralizada del trabajo, juntamente con el mantenimiento del trabajo ejecutivo directo, y a la fase C, que aparece cuando los cometidos desarrollados por los trabajadores no están ya sino indirectamente vinculados con la producción.
La fase A describe bastante bien la situación que encontramos en la primera formación industrial, la industria manufacturera. En la industria manufacturera, la mercancía no es producto del trabajo individual, sino que, gracias a la cooperación, es producto del trabajo social. El producto nace de la cooperación de artesanos del mismo oficio o de oficios diversos. Cada artesano se dedica a una sola operación (típica de su propio oficio); las operaciones juntas de varios artesanos dan como resultado el producto.
El trabajo es aún una función de las capacidades técnicas y personales de cada trabajador, por lo que el artesano sigue siendo el eje central del proceso productivo.
En este contexto, Touraine acierta a descubrir la coexistencia de dos universos: el de la fabricación, en el que el obrero cualificado poseía una amplia autonomía de decisión, y el de la gestión, reservada en la casi totalidad de los casos a la iniciativa patronal... Los obreros poseen una amplia autonomía profesional que se traduce... en una libertad casi total frente a la empresa.
La misma profesionalidad del obrero está determinada no sólo por sus conocimientos y aptitudes que lo caracterizan, sino sobre todo por su capacidad de decisión, por su capacidad de resolver los problemas organizativos del trabajo.
2. Del artesano parcial al obrero común
Las nuevas exigencias de desarrollo del capital y la sustitución de las máquinas universales por otras especializadas determinan cambios profundos en la organización del trabajo, influyendo decisivamente en la cualidad del trabajo obrero.
Se pasa de un sistema profesional, la división del trabajo basada en el oficio, a un sistema técnico, en el sentido de que ahora el ciclo productivo es un dato, un conjunto de condiciones materiales que le son dadas de antemano al obrero. El aparato técnico de la producción es ya independiente de los obreros que lo hacen funcionar.
Cada vez con mayor rapidez desaparece el obrero artesano con su máquina polivalente para dejar su lugar al obrero social. La cooperación no consiste ya en una suma de oficios parciales ni es ya el simple intento de acelerar el proceso productivo, sino que a partir de ahora viene impuesta por la naturaleza misma de las máquinas.
Ha tenido lugar una profunda inversión de términos, pues ya no es el hombre quien utiliza la máquina para las diversas necesidades de la producción, sino que es la máquina la que determina la naturaleza y cualidad del trabajo.
En este contexto, el obrero parcelizado tiene que llevar a cabo uno o varios movimientos elementales, estandarizados, que han perdido todo significado para él y que ya no constituyen una operación parcial que contribuya a formar el producto final, sino que se le aparecen simplemente como gestos y movimiento incomprensibles e impuestos desde arriba.
Todas las características descritas hasta aquí encuentran su forma más típica en el trabajo en la cadena de montaje, en el que la parcelación resulta especialmente rápida e intensa.
Esta nueva realidad de la fábrica tiene como consecuencia un nuevo tipo de trabajador: el trabajador común o semicualificado. En efecto, mientras el obrero especializado es excluido cada vez más de la producción, quedando relegado a tareas de mantenimiento y reparación, en la fábrica trabajan casi exclusivamente obreros que deben tener características totalmente distintas de las que caracterizaban al antiguo artesano parcial. No se trata ya de la capacidad de realizar una operación manual, sino de la aptitud para adaptarse a las condiciones de la producción mecanizada a gran escala, cosa que caracteriza al obrero común de la industria moderna.
3. Del obrero común a la reconstrucción del trabajo en la máquina
La nueva fase se caracteriza ante todo por las máquinas automáticas, que desarrollan los dos principios fundamentales introducidos por la cadena de montaje: la línea y la continuidad. En efecto, ahora el trabajo lo desarrolla exclusivamente la máquina; las operaciones se suceden unas a otras como operaciones de la máquina y no del obrero que trabajo con la máquina.
La máquina constituye un conjunto mecánico que cumple, sucesivamente y a lo largo de un único segmento, toda una serie de operaciones; es decir, la pieza entra y es transportada a lo largo de todas las operaciones de la máquina. Las operaciones parciales se realizan ya sin solución de continuidad o, mejor aún, la máquina desarrolla en síntesis todo lo que antes se dividía en varias operaciones elementales. Por tanto, el obrero ya no interviene directamente en el objeto de trabajo, sino que su tarea depende exclusivamente de la máquina; es ésta la que manda. El trabajo se integra en un conjunto orgánico dependiente de la máquina y no del hombre. El trabajo ya no está parcelado, pues el obrero debe tener un buen grado de adaptabilidad y movilidad dentro del ciclo productivo, ha de saber responder a una serie de estímulos y hacer frente a los imprevistos. En esta lógica, la cualidad profesional del obrero no la definen sus conocimientos, sino sus aptitudes y algunos aspectos de su personalidad; como consecuencia, la interdependencia de los puestos de trabajo ofrece pocas posibilidades de favorecer la reaparición de una carrera profesional obrera. Además, puede suceder que la mayor edad acabe por desempeñar aquí un rol contrario al que le correspondía en la fase A. En efecto, los obreros jóvenes son más resistentes a la fatiga perceptiva, más rápidos en los movimientos y, sobre todo, más capaces de adaptarse a condiciones profesionales, en perpetua transformación.
En las transformaciones del trabajo obrero, sobre todo en el tránsito de la manufactura a la industria en serie, han tenido una profunda influencia el taylorismo y sus teorías sobre la organización del trabajo.
El objetivo principal de la organización científica del trabajo es el bienestar máximo tanto para el empresario como para el trabajador; es decir, se daría una absoluta o casi absoluta coincidencia de intereses entre empresarios y trabajadores; que luego el bienestar máximo tenga efectos unidireccionales en cuanto que, según Taylor, coincide con el rendimiento máximo, con la productividad máxima obtenible del trabajador, no es una contradicción, sino la consecuencia lógica de su ideología productivista.
El Task managemení, o sistema de organización basado en la asignación de cometidos preestablecidos y bien definidos, descansa en dos órdenes de principios: uno que podríamos llamar general y otro más técnico. El primero, que, según Eysenck, podría representar el manifiesto de la psicología industrial, implica tres puntos fundamentales. Para obtener un buen rendimiento de la. mano de obra es esencial: 1) poner al hombre adecuado en el puesto adecuado, al hombre buey en el establo modelo, como llegó a decir J. A. C. Brown (selección); 2) instruir bien a la mano de obra (instrucción); 3) incentivarla bien con el salario (motivación). Pero si los principios generales nos dan una primera idea de lo que se preestablecía, son los principios técnicos los que muestran cómo conseguir estos objetivos: 1) ante todo, existe el modo mejor (el más económico) para efectuar una operación determinada, el one best way; 2) para descubrirlo es preciso realizar un estudio científico de la operación mediante la medición de los tiempos; 3) este estudio debe hacerlo la dirección, pues ésta es la que estudia y programa, mientras que lo propio del obrero es ejecutar.
El trabajo, pues, se programa meticulosamente en todos sus aspectos y etapas, de forma que el obrero no sabe lo que va a hacer hoy; la dirección, en cambio, sabe ya incluso lo que hará mañana. Al obrero se le expropia totalmente de sus capacidades profesionales y, por tanto, de cualquier tipo de autonomía.
El ambiente de trabajo que brota del taylorismo es, en definitiva, un ambiente controlado y controlador; el rigorismo que se instaura en el lugar de trabajo se exige inevitablemente incluso fuera del mismo.
IV. Mayo y las industrial relations
Después de los descubrimientos de Taylor y las primeras aplicaciones de su método, los psicólogos industriales desarrollaron al máximo dos tareas dentro de las empresas: siguiendo las orientaciones tayloristas, se dedicaron a los problemas concernientes a la selección de la mano de obra y al estudio de las relaciones entre condiciones ambientales y productividad.
En cuanto al ambiente de trabajo, ya le habían atribuido gran importancia los discípulos de Taylor, los cuales, en algunos principios acerca de la dirección científica, colocaban la iluminación entre los factores ambientales más importantes para la productividad. Por lo demás, como veremos, los mismos descubrimientos de Mayo nacen casualmente dentro de una larga investigación sobre el ambiente de la fábrica.
La hipótesis de trabajo fundamental de la psicología industrial de los años veinte y treinta, sobre la cual se fundaba la investigación que se llevó a cabo en Hawthorne desde el 1925, establecía las condiciones ambientales físicas del trabajo en estrecha y significativa correlación con la felicidad y la productividad de cada uno de los ejecutores.
Fueron muchos los experimentos que, desde 1925 a 1927, se realizaron en Hawthorne sobre la iluminación; pero, contra todas las previsiones, tuvo que aceptarse que, durante el período que se estudiaba, la productividad crecía independientemente de las condiciones de iluminación. Este fenómeno extrañó tanto, que Busch, uno de los investigadores, se sintió impulsado a organizar reuniones sobre este tema.
De este modo comenzó una nueva fase: un equipo interdisciplinar dirigido por Mayo inició su estudio en una sala de prueba expresamente preparada para el montaje de relés. Aquí se operaba con todas las variables que pudieran comprobar los investigadores: desde el sistema retributivo hasta las pausas de descanso y a las condiciones ambientales. Sin embargo, también en esta fase se advirtió que la tendencia, aunque experimentase altibajos, era hacia un constante aumento de la productividad, independientemente de las modificaciones objetivas inducidas por los investigadores. Así pues, finalmente se hizo patente que el factor determinante consistía en el hecho de que, en el prolongadísimo lapso de tiempo durante el cual se investigó en la Test Room, se habían producido modificaciones profundas entre las obreras, es decir, se había creado un grupo más compenetrado. Además, tuvo gran influencia la relación de colaboración que se había instaurado entre los investigadores y las trabajadoras.
Se había llegado así a una primera conclusión: eran los cambios sociológicos y psicológicos los que habían determinado los aumentos de producción. Pero las chicas sometidas al experimento, dado el aislamiento en que habían trabajado, así como su número reducido y atípico con respecto a la realidad de la fábrica, no podían servir de muestra.
Se decidió entonces someter a observación un equipo de trabajadores de hilaturas, sin que éstos se dieran cuenta. Fue en esta ocasión cuando Mayo hizo su descubrimiento fundamental. Advirtió que los obreros estaban íntimamente vinculados entre sí en una compleja organización social: Los individuos que componen un taller no son simples y meros individuos, sino que constituyen un grupo dentro del cual cada individuo desarrolla hábitos en sus relaciones recíprocas, con los superiores, con el trabajo y con los reglamentos de empresa.
Se descubre así el grupo informal, tanto más importante en cuanto que el principal de los objetivos que persigue a través de su normativa, mediante su capacidad de control sobre los individuos, es la reglamentación de la producción, el mantenimiento de la producción en niveles que, independientemente de las órdenes de la dirección, los trabajadores consideran como niveles de seguridad.
También en este caso nos parece que a nivel investigativo la psicología industrial sigue siendo deudora de Taylor, el cual, a propósito del taller en el que había trabajado como peón y como capataz, observaba que la mano de obra había establecido colectivamente en cuánto tiempo se debía realizar cada operación y había determinado para cada máquina del taller una marcha que limitaba la producción diaria a aproximadamente un tercio de la producción que se podía obtener. Cada obrero nuevo que llegaba a este establecimiento recibía información de los otros acerca de la cantidad exacta que había que producir en cada tipo de trabajo, y si no obedecía tales instrucciones, era seguro que antes o después era expulsado por los demás obreros.
Sin embargo, Osl se volvía contra este tipo de comportamiento obrero, por lo que el verdadero descubrimiento de Mayo fue haber comprendido que no era con el estudio de los tiempos y de los métodos como se podía resolver el problema. Era necesario hacer que el obrero se sintiera estimado y respetado, ya que la motivación para el trabajo no es meramente económica. Era preciso sacar a la luz la tendencia natural a la cooperación, innata en todo trabajador. De estas consideraciones extrajo Mayo la necesidad de hacer a los obreros partícipes de las decisiones empresariales y el intento de hacerles corresponsables de los fines de la empresa. Así nacen las industrial relations, que en Hawthorne se concretaron en un nutrido grupo de psicólogos asesores, que entrevistaban a los obreros con el fin de hacerlos más felices.
Las industrial relations tienen como objetivo evitar, mediante la comprensión sociológica y psicológica del factor humano, las fricciones y los conflictos derivados de la aplicación rígida y masificada de la lógica de la eficacia.
Apoyando estas investigaciones prácticas en la noción de una estructura social de la empresa considerada como unidad distinta, y esforzándose por preservarla de todos los factores de disgregación y de división, el equipo de investigadores de Hawthorne respondían a los deseos más ocultos de los grandes industriales, favoreciendo así todas las medidas con las que un empresariado renovador trata de combatir y neutralizar, mediante corrientes centrípetas, las corrientes centrífugas (políticas, económicas y sindicales), que desvían de la empresa el interés y la simpatía del obrero para polarizarlos hacia otros centros externos a la fábrica; y contribuyendo al estudio de los medios encaminados a integrar al obrero en la fábrica como entidad colectiva.
En conclusión, el hecho de que las industrial relations consagren la primacía del factor social sobre el factor humano no hace variar lo más mínimo la lógica en la que se mueven las ciencias humanas aplicadas al trabajo.
A pesar de ello, el estudio psicosociológico de los comportamientos humanos podría y debería tener un valor favorable también para los obreros; mas esto no es posible mientras los psicólogos y los sociólogos del trabajo acojan acríticamente un sistema de valores que concibe la felicidad humana en función de los beneficios, de la eficiencia o de la productividad empresarial.
En esta línea se sitúan también las posiciones más avanzadas de la sociología moderna del trabajo, que, mirando con cierto pesimismo las experiencias del pasado y el énfasis aplicativo de la psicotécnica, tratan de modificar y precisar sus propias posiciones teóricas e ideológicas en dirección a un reformismo moderno.
Friedmann niega el modelo armónico de una sociedad construida sobre las human relations, deduciendo la imposibilidad de que la psicología industrial resuelva con su intervención los conflictos que se manifiestan en la relación entre capital y trabajo. Conflictos éstos que no dependen de las condiciones psicosociológicas y ambientales internas a la empresa, o de los factores económicos y políticos que están en la base de la relación de fábrica, sino que se extienden por encima de ésta, para implicar a la sociedad entera, saliéndose, por tanto, del terreno de la sociología industrial [ / Industria].
— G. Rados.
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— Demarchi, F.; Ellena, A. [Comp] (1986). Diccionario de Sociología. Ediciones Paulinas, Madrid.
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