Judith Butler: La performatividad del género como subversión de la naturalización del «sexo»

La performatividad del género como subversión de la naturalización del «sexo» según la postura teórica de Judith Butler

Leonardo Pittamiglio

Seminario de Género, familia y relaciones amorosas
4to año de Sociología
Octubre 2021

Paris is Burning (París en llamas, 1990)
Paris is Burning (París en llamas, 1990)

Índice

Presentación

La performatividad del género como subversión de
la naturalización del «sexo» según la postura teórica de Judith Butler


Introducción
El género performativo
Derivaciones políticas
Conclusión
Bibliografía


Presentación (o propuesta del parcial)

Es muy común que oigamos en el debate público que el “sexo no puede escogerse”, que “no depende de la autopercepción”, que “la naturaleza no puede negarse”, que “los genitales no determinan un sexo o un género”, o que “una cosa como la otra son socialmente construidos”, y que por tanto, “responden a contextos históricos” o a la “hegemonía del momento”. También hemos oído decir que vivimos en un “régimen de heteronormatividad obligatorio”, que “existe un régimen patriarcal que impone su poder a través de un discurso hegemónico”, o que los “roles de género no guardan relación necesaria con el sexo biológico”.

Vivimos en lo que podemos llamar “La revolución del género” (y esto incluye a los propios y extraños), por utilizar una expresión utilizada por National Geographic en un documental que intenta captar el clima de época. Antes suponíamos que la maduración sexual era suficiente para constituirnos como identidades fijas y espontáneas: los niños vestían azul y las niñas rosa; los primeros jugaban con autos y las segundas con muñecas. Esta revolución supone una subversión a lo anterior, un desenmascaramiento del mundo que dábamos por supuesto —por utilizar una expresión de Alfred Schütz.

Creemos que una de las autoras que mayor luz arroja sobre las cuestiones que hemos mencionado es Judith Butler, por su gran herencia intelectual y académica, quien ha sido capaz de producir un manantial de conceptualizaciones de donde beben gran parte de los estudios de género de los últimos diez, veinte o treinta años, especialmente luego de que publicara El género en disputa: El feminismo y la subversión de la identidad en 1990; aunque, como sabemos, todo puede remontarse un poco atrás.

Si bien no creemos que la revolución del género pueda deberse a una sola persona ni mucho menos a una obra filosófica concreta —por lo demás densa y de difícil lectura para el público en general—, sí creemos que Butler tuvo la capacidad intelectual para recoger el espíritu de los tiempos e incluso para darle un nuevo destino —o al menos abrir un abanico más amplio de posibilidades intelectuales para pensar nuestra identidad.

Si entendemos cabalmente el pensamiento de Butler (o humildemente, podemos traslucir parte de él), entonces estaríamos dando cuenta de lo que significa esta revolución, esta disidencia, esta desobediencia, y podríamos —sin prejuicios ni resistencias injustificadas— hablarnos uno al otro sin vergüenzas y de cara al sol sobre lo que estamos tratando aquí.

He escogido como título para este trabajo La performatividad del género como subversión de la naturalización del «sexo» según la postura teórica de Judith Butler inspirado en uno de los pasajes de la conclusión final de El género en disputa en que la autora declara que su tarea llevada a cabo es una exigencia por realizar una genealogía crítica de la naturalización del sexo y del cuerpo en general.

Seguidamente, trataremos las derivaciones políticas que supone su posición teórica, la posibilidad de politizar las relaciones íntimas y los vínculos amorosos. Esto quiere decir, someterlos a la reflexión pública.


Introducción

En este trabajo final del Seminario de Género, familia y relaciones amorosas ahondaremos en la postura teórica sostenida por la filósofa estadounidense Judith Butler, según la cual el «sexo» siempre fue género. Creemos que la sentencia —que solo vine a sintetizar el recorrido realizado tras un profundo análisis social— inaugura un nuevo campo de reflexión sobre construcción de la subjetividad, que a diferencia de los estudios anteriores, rompe con toda visión esencialista o naturalista de la identidad de género. Si para Simone de Beauvoir el sexo todavía era una marca perpetrada por la naturaleza en el cuerpo, sobre el que luego las normas sociales operaban para convertir ese cuerpo en mujer (es decir en género), para Judith Butler la misma marca sexual es anterior al discurso científico; de allí que afirme que el «sexo» quizás esté tan culturalmente constituido como el género, de modo que siempre fue género. Según esta posición, los sexos naturales son igualmente construcciones sociales que nacen de un régimen de verdad que los señala como tales. El proceso es inverso al que se sostiene desde la práctica médica: son las categorías binarias de hombre/mujer del discurso científico las que determinan que un cuerpo sea sexuado en una vía u otro, es decir, que sea determinado como masculino o femenino. Según este discurso, la mujer nace femenina como el hombre, masculino, y luego la maduración biológica moldeará el género más o menos imperfectamente. Butler se coloca en el final de este discurso para ubicarlo en el principio, invirtiendo la secuencia de lo que está antes y después. El discurso científico binario es anterior a la naturaleza de los sexos, es preexistente con respecto la esencia del cuerpo y a la materialización sexuada. En el debate televisivo Chomsky/Foucault —por establecer un paralelismo que viene perfectamente al caso— el primero se colocaba en la primera parte de la secuencia, y el segundo (al igual que Butler) en la parte final para invertirla. Decía Foucault desconfiar de que la naturaleza humana hablara por sí misma, y sostenía que la propia noción de naturaleza humana había sido una invención analítica reciente. Butler va a utilizar el mismo razonamiento que el de su maestro Foucault para emplearlo en el estudio de la genealogía de los sexos. En este sentido, no hay mujer u hombre si no hay antes un discurso, una normatividad, que les dé nombre y los haga aparecer como cosas. No es opuesta a la posición de Foucault y Butler la cita que aparece en Cuerpos que importan de uno de sus maestros (sino su principal), escrita por Jacques Derrida: «No hay ninguna naturaleza, sólo existen los efectos de la naturaleza: la desnaturalización o la naturalización». Este dilema coloca a la biología y a las ciencias naturales, en el mismo orden que la del discurso filosófico y las convierte en herramientas del lenguaje: les quita toda pretensión de neutralidad pre-social adjudicándoles una intencionalidad política (ya en este trabajo analizaremos las derivaciones políticas). En todo caso, las ciencias naturales naturalizan la naturaleza, y el constructivismo la desnaturaliza. De estas primeras líneas podemos entresacar que la categoría de sexo no es ni invariable ni natural, es decir la materialidad del sexo (de la que parte el discurso naturalista de la constitución del género), más bien es una utilización especialmente política de la categoría de naturaleza que obedece a los propósitos de la sexualidad reproductiva. «Como consecuencia, el género no es a la cultura lo que el sexo es a la naturaleza; el género también es el medio discursivo/cultural a través del cual la naturaleza sexuada o un sexo natural se forma y establece como prediscursivo, anterior a la cultura, una superficie políticamente neutral sobre la cual actúa la cultura» (Butler: 2007). Y aquí topamos con una de la claves que nos deja el pensamiento de la filósofa estadounidense: El sexo no es lo natural y el género lo construido sobre ello, sino que lo natural mismo ha sido moldeado por una normativización anterior (lo que Butler identifica con lo prediscursivo). Es decir, el género se constituye a través de relaciones de poder dentro de un marco normativo de prácticas sexuales que actúan sobre el cuerpo; el género sería la intersección en el tiempo de las disputas sociales o de los discursos dialécticos. De otra manera lo había dicho Nietzsche en Más allá del bien y el del mal (antecesor de Genealogía de la moral, libro tan caro a Butler como a otros de sus maestros, Foucault) cuando escribió que «no existen fenómenos morales sino interpretaciones morales de los fenómenos».

En este primer párrafo hemos delineado a grandes rasgos el gran giro copernicano que supone la posición teórica de Judith Butler con relación al género y a la genealogía desescencializada de los sexos. En las próximas páginas indagaremos en algunas obras de la autora para recorrer junto a ella el camino teórico que realiza para dar luz y fundamentar este giro, especialmente en El género en disputa escrito de 1989 y Cuerpos que importan de 1993, obra en que continúa y “aclara” algunos de los puntos más controversiales, confusos o incomprendidos del primero —según las propias palabras de su autora.


El género performativo

Para comprender la estructura del género como acto performativo, como repetición ritualizada de la heteronormatividad, debemos tener presente que Judith Butler adopta una postura filosófica fenomenológica (Schütz, Hegel, Heiddegger, Husserl, Berger y Luckmann) según la cual la realidad no está fuera de los sujetos, en el mundo material, sino dentro de la propia experiencia subjetiva. Cuando la autora aborda la genealogía del género lo hace desde el sentido de la acción que las propias personas le dan a su experiencia en la vida cotidiana, y no desde hechos sociales materiales independientes de la voluntad de los individuos. De allí que ella critique la expresión de Simone de Beauvoir según la cual “no se nace mujer: se llega a serlo”, la sólo superficialmente pareciera ir en la misma línea de pensamiento de Butler. Cuando Butler profundiza en la naturaleza de la expresión de De Beauvoir, concluye que la filósofa existencialista todavía considera el ser mujer como una dotación de la naturaleza, y que en todo caso llegar a ser mujer es adoptar exteriormente los rasgos femeninos que corresponderían a una persona de ese sexo. Butler, contrariamente, va a decir el «sexo» [quizás] siempre fue género, incluso el que está dotado por la información biológica. Podríamos simplificarlo en una oración como la siguiente: no es la materialidad del sexo la que determina el género socialmente construido, sino que es el género el que determina el sexo.

Butler colocar primero los discursos y las prácticas (la normatividad) sobre el género, y luego la información biológica que proviene del nacimiento. El cuerpo médico y científico parte ya de una concepción pre-discursiva sobre lo que es una mujer y lo que es un hombre, y luego de ella deciden qué sujetos van a ser marcados como mujer u hombre; es decir, hay ya un sustrato pre-existente que materializa los cuerpos como sexuados. Es el discurso el que crea el género, y no a la inversa. Esto supone una deconstrucción total de las ideas esencialistas o biologicistas que provienen de las ciencias naturales.

Entonces Butler concluye que no es la materialidad del sexo la base sobre la que luego se construye la idea de género, sino que es el género mismo y su normatividad social la que crea un cuerpo sexuado para un lado o para el otro, es decir, de manera binaria. El «sexo» es para Butler una categoría que ya ha sido generizada, ya ha sido construida. La idea de mujer y de varón no está propiamente en la realidad material (como todavía creía Simone de Beauvoir y las feministas de su época), sino en la subjetividad de las personas que aceptan, aprenden o adoptan los discursos normativos con que son socializados desde que nacen (primero es el discurso, luego es el significado).

Hablar de género es entonces hablar de relaciones de poder inscritas en las subjetividad de las personas, de las cuales las instituciones hegemónicas son las determinantes y las que se encargan de transmitirlas. El género es entonces performativo, es decir, es negociado en la interacción social y dentro de las relaciones de poder que indican qué actuaciones (performances) son propias de un género o de otro. Pero que sea performativo no quiere decir que sea una actuación libre en el escenario, por establecer una analogía con el teatro, sino que la misma actuación está guionada, condicionada, manipulada por una serie de normas sociales que indican y separan lo correcto de lo incorrecto, lo acertado de lo erróneo; el género no es una actuación voluntaria en la que uno mismo se marque los gestos y las prácticas que va a realizar, sino que vienen impuestas por un régimen político heteronormativo, y que solo ideológicamente se cubre de una capa exterior de neutralidad científica. El género además es performativo también por otra vía: la actuación debe repetirse a lo largo del tiempo e incluso a lo largo de una vida; antes que a una acción responde a una ritualización de prácticas reguladas. Si una performance de género no es del todo consecuente con esta repetición de los patrones establecidos, entonces la sociedad heteronormativa sanciona, castiga, corrige esta subversión, esta incongruencia entre género y expresión de género, colocando una presión para que el cuerpo vuelva a la performatividad “correcta”, “aceptada”, “normal” o “esperable”, es decir: o la de mujer o la de varón.

Escribirá Leticia Sabsay en el artículo “Judith Butler para principiantes” (2009b):

La actuación que podamos encarnar con respecto al género estará signada siempre por un sistema de recompensas y castigos. La performatividad del género no es un hecho aislado de su contexto social, es una práctica social, una reiteración continuada y constante en la que la normativa de género se negocia.

Lo que viene a esclarecer lo que Butler escribía en Cuerpos que importan: «La performatividad debe entenderse (…) como la práctica reiterativa y referencial mediante la cual el discurso produce los efectos que nombra. (…) las normas reguladoras del «sexo» obra de una manera performativa para constituir la materialidad de los cuerpos, (…) para materializar el sexo del cuerpo, para materializar la diferencia sexual en aras de consolidar el imperativo heterosexual» (Butler, 2002:18).

De modo que no es en sí mismo el discurso lo que inaugura los sexos materiales, sino el discurso producido en el marco de la performatividad de prácticas reiterativas o ritualizadas. El sujeto no se generiza a través de su performatividad libre y personal, sino a la inversa, el sustrato discursivo que existe más allá de su individualidad lo generiza a él, obligándolo interpretar el rol de género que le fue ordenado. La performatividad no es un acto singular, no responde a cuestiones voluntaristas o individualistas de un sujeto que escoge, sino una reiteración de un conjunto de normas inscriptas en un régimen de discurso/poder: es «performativa aquella práctica discursiva que realiza o produce lo que nombra» (2002:34).

La prueba de que el acto performativo de género no es un acto individual y voluntario, es que si lo comparamos con el teatro en donde cada género dramatiza sus roles, la dramatización que hace el sujeto, «el acto que uno ejecuta, es un acto que ya fue llevado a cabo antes de que uno llegue al escenario» (1990:306). Podríamos decir que la actuación de género, la performance, es una dramatización ya escrita y ensayada antes porque la regulación normativa ya escribió el libreto para el acto teatral o performativo. En un régimen de heterosexualidad obligatoria —tal como lo caracteriza Butler—, el sujeto debe actuar su propio género comprendido en un marco binario (no el que venga a su imaginación).

Para terminar de delinear el pensamiento de Judith Butler acerca de la performatividad del género, vamos cerrar este inciso citando un párrafo de Cuerpos que importan a modo de síntesis de todo lo que hemos expuesto sobre este tema. Creemos que si ya no es necesario explicarlo y traslucirlo, habremos comprendido cumplido nuestra tarea:

«(…) si puede mostrarse que en su historia constitutiva esta materialidad [de los sexos] “irreductible” se construye a través de una problemática matriz generizada, la práctica discursiva mediante la cual se le atribuye el carácter irreductible a la materia simultáneamente ontologiza y fija en su lugar esa matriz generizada. Y si se juzga que el efecto constituido de esa matriz es el terreno indiscutible de la vida corporal, parecería que queda excluida de la indagación crítica toda posibilidad de hacer una genealogía de esa matriz. Contra la afirmación de que el postestructuralismo reduce toda materialidad a materia lingüística, es necesario elaborar un argumento que muestre que desconstruir la materia no implica negar o desechar la utilidad del término. Y contra aquellos que pretenden afirmar que la materialidad irreductible del cuerpo es una condición previa y necesaria para la práctica feminista, sugiero que esa materialidad tan valorada bien puede estar constituida a través de una exclusión y una degradación de lo femenino que, para el feminismo, es profundamente problemática» (2002:56).


Derivaciones políticas

De la intrépida propuesta teórica de Butler se desprenden algunas derivaciones éticas o políticas. Al quitar de escena el discurso biologiscista tradicional de la constitución de género, entramos en un campo abierto para la discusión y la negociación de las identidades. Si ser hombre y ser mujer, ser masculino o ser femenino no responde a un orden natural como el que impondrían las leyes de la gravitación universal o la producción de oxígeno, entonces la discusión de la naturaleza del género es política. Por esta vía, Butler realiza un estudio político de la genealogía de los sexos, y convierte una cuestión de orden inexpugnable, en un campo abierto para la discusión y la negociación en la arena pública. Por ello ella sienta las bases para una revolución del género, o como decíamos antes, al menos contribuye a eso. No abrió más que una puerta, pero detrás de ella se abrieron otras mil.

Escribe Butler en El género en disputa:

«A partir de un estudio político de la heterosexualidad obligatoria ha sido preciso poner en duda la construcción del sexo como binario, como una relación binaria jerárquica. (…) se han planteado preguntas acerca del carácter fijo de la identidad de género como una profundidad interior que supuestamente se exterioriza en diversas formas de «expresión». (…) se ha expuesto que las estrategias de exclusión y jerarquía continúan planteando la distinción sexo/género y recurriendo al «sexo» como lo prediscursivo, así como priorizando la sexualidad respecto de la cultura y, concretamente, la construcción cultural de la sexualidad como lo prediscursivo (2007:141).

Y continúa:

La deconstrucción de la identidad no es la deconstrucción de la política; más bien instaura como política los términos mismos con los que se estructura la identidad. (…) Si las identidades ya no se establecieran como premisas de un silogismo político, y si ya no se creyera que la política es una serie de prácticas derivadas de los supuestos intereses que incumben a un conjunto de sujetos preconcebidos, seguramente nacería una nueva configuración de la política a partir de las ruinas de la anterior. Las configuraciones culturales del sexo y el género podrían entonces multiplicarse o, más bien, su multiplicación actual podría estructurarse dentro de los discursos que determinan la vida cultural inteligible, derrocando el propio binarismo del sexo y revelando su antinaturalidad fundamental (2007:141).

Llegamos así por intermedio del carácter político inherente a las construcciones naturalistas del sexo, a una desnaturalización del género como tal. Nuestra imagen retórica de una puerta que abre mil puertas, se manifiesta claramente en la expresión de la cita anterior entorno a que las configuraciones culturales del sexo y el género podrían entonces multiplicarse.

Las derivaciones políticas de la desnaturalización del ya no del género, sino del «sexo», son muchos más amplias que las que planteaba la teoría feminista anterior, que todavía mantenía la dualidad sexo/género o naturaleza/cultura. Entonces la identidad aparece como una página en blanco, o al menos ofrece la posibilidad política para ello, ya que Butler sitúa lo político entorno de las instituciones que regulan y desregulan la identidad. Si esto funciona así, entonces la acción política consciente puede incidir en los agentes de poder que fundamentan las distintas configuraciones culturales de género.

Ya en el prefacio escrito en 1999 a El género en disputa, la autora misma indica que la tesis de la performatividad del género es al mismo tiempo una teoría sobre la capacidad para la acción política, ya que traslada la discusión sobre la formación de la identidades desde las ciencias naturales y la psicología a una discusión acerca de las jerarquías y las relaciones de poder. Por esto podríamos decir que vivimos en un tiempo de identidades politizadas; lo doméstico, lo familiar, lo privado, lo personal se someten a la esfera pública. Amén de la situación que planteamos, viene a coincidir la idea misma de la performatividad del género que en su propia definición se haya la necesidad de la repetición de la norma reguladora, del ideal regulatorio; debido a lo cual, el sistema de repetición de la performatividad es entonces inestable, porque puede interrumpirse (de hecho, si los géneros madurasen naturalmente sobre la materialidad del sexo, entonces este proceso sería espontáneo, continuo y natural, como el crecimiento de plantas o fenómenos atmosféricos). Gracias a que muestra fragilidad, dice Butler, esta incesante repetición de normas, es posible actuar políticamente para desviarlo, subvertirlo, es decir, politizarlo. Fijémonos entonces que claro se vuelve este párrafo de Cuerpos que importan y que ya en 1993 adelantaba muchos de los fenómenos actuales:

«(…) la movilización de las categorías de sexo dentro del discurso político se caracterizará, de algún modo, por las inestabilidades mismas que tales categorías efectivamente producen y rechazan. Aunque los discursos políticos que movilizan las categorías de identidad tienden a cultivar las identificaciones en favor de un objetivo político, puede ocurrir que la persistencia de la desidentificación sea igualmente esencial para la rearticulación de la competencia democrática. En realidad, es posible que tanto la política feminista como la política queer (queer politics) se movilicen precisamente a través de prácticas que destacan la desidentificación con aquellas normas reguladoras mediante las cuales se materializa la diferencia sexual. Tales desidentificaciones colectivas pueden facilitar una reconceptualización de cuáles son los cuerpos que importan y qué cuerpos habrán de surgir aún como materia crítica de interés» (2002:21).

Esta posición de Butler que subvierte la «ley simbólica» que demarca cuales son los cuerpos que importan (los cuerpos heterosexuales), coloca por la misma vía en evidencia que hay entonces cuerpos abyectos o desligitimados, cuerpo excluidos por el propio discurso performativo. De aquí que estos cuerpos sin nombre (aislados del discurso que nombra) puedan tomar conciencia del régimen de verdad que los excluye, que los considera inviables; lo cual tiene claras derivaciones políticas en cuanto a la toma de conciencia de quienes sienten no pertenecer a la categoría de alguno de los cuerpos que importan, pero que pueden ofrecer una oposición, una denuncia a esa hegemonía simbólica; que como decíamos antes, contiene una inestabilidad inherente debido a la necesidad de su iterabilidad.

Precisamente, Butler considera el no estar el género determinado socialmente ni determinado naturalmente (con que no esté determinado se refiere a que no está inscripto en el cuerpo de una manera que responda a leyes generales y fija, no a que no esté coaccionado o condicionado), y al responder éste a los actos continuados y performativos, se establece en el campo de lo político la posibilidad inédita de ampliar el campo simbólico para la subversión de diversos géneros, no ya únicamente de la mujer. En efecto, la teoría de Butler no quiere distanciarse del sujeto mujer como actor político, pero tampoco quiere caer en una definición ontológica y necesaria de mujer; lo que llevaría a mantener el mismo esencialismo que somete a la mujer (1990:314).

Este problema es justamente el que comienza tratando en las primeras páginas de El género en disputa, en que da un vuelco a la teoría feminista y a la política feminista para abrirle paso a una discusión mucho más radical y profunda sobre cómo se establece la dominación masculina, e sentando, de alguna manera, las bases para una teoría queer y una política queer, es decir, una propuesta post-feminista en que la «mujer» como sujeto político no sea ya el centro de la movilización social. Si el feminismo anterior seguía siendo binario, el feminismo posterior a Butler, deja de serlo (o al menos eso pretende), en el entendido de que la categoría «mujer» como la de «sexo» no tienen para Butler un significado ontológico puro y anterior a la práctica discursiva.

La teoría queer tiene implicaciones políticas diferentes que el feminismo anterior que defendía el dimorfismo sexual. Butler cuestiona aquel feminismo por tener consecuencias homofóbicas, incapaces de entender el deseo, el género y el amor homosexual y lésbico como fenómenos propios, que se explican por sí mismo, sin tener que referirlos a un supuesto repudio por la heterosexualidad, o como consecuencia de malas experiencias o frustraciones que hubiesen tenido en relaciones heterosexuales previas; este es un imaginario que todavía perdura: el de explicar las disidencias sexuales como desviación de la norma a causa de desengaños anteriores en el campo de la heteronormatividad. El feminismo, entonces, deberá someter a autocrítica sus propios presupuestos para no replicar la misma estrategia de la dominación; y para esto debe proporcionar una visión del género diferente que contenga todas las identidades subalternas del sistema patriarcal. Por ejemplo, que desde el feminismo se critique al travestismo femenino por considerarlo una usurpación de la «mujer» y su imagen por parte de los hombres, reproduce la misma homofobia que promueve la regulación heterosexual; de aquí que Butler se enfoque en la diversidad sexual como agente político y no en un sujeto ontológico de «mujer». La misma crítica emplea en las visiones de Lacan y de Freud sobre la interpretación que realizan de la homosexualidad, especialmente en el capítulo 2 de El género en disputa, donde leemos que tanto el uno como el otro asocian la homosexualidad a una «inversión» sexual como respuesta a una heterosexualidad fallida.

Butler desplaza los conceptos de sexo y género más allá, y les otorga una especificidad propia a cada ordenación de género sin remitirla a una forma estandarizada heterosexual. De aquí que las derivaciones políticas de tu teoría sean tan abundantes: la pérdida de las reglas de género multiplica las configuraciones de género, desestabilizaría la identidad sustantiva y privaría a las narraciones naturalizadoras de la heterosexalidad obligatoria de sus protagonistas esenciales: «hombre» y «mujer» (2007:280). Es esta subversión de la identidad la que multiplica las configuraciones políticas del género y las posibilidades para la acción pública en el campo de la diversidad sexual, es decir, la política queer. Su tarea intelectual, amplía la noción misma de lo político mediante una desestabilización de la identidad y una devolución de la noción fantasmática del género.


Conclusión

La exposición de Butler sobre los medios sociales de los nace la construcción del género y de la identidad, es sumamente radical y novedosa. No se atiene a desvelar meramente los elementos superficiales de la dominación, sino que asalta directamente lo más profundo de ella, de aquí lo revolucionario de su planteo que no solo sorprende a los extraños, sino también a los propios. Butler lleva la problematización del género muchos más lejos de lo que lo hicieron sus predecesores (Simone De Beauvoir, Monique Vittig, Kate Millett o Michel Foucault), convirtiendo en un tema abierto para la discusión pública el mismo esquema del diformismo sexual sustentado por las ciencias de la naturaleza. Si antes discutíamos el género como una categoría cultural, la discusión era mucho más inocente; pero si a partir de Butler discutimos la propia «naturaleza de los sexos», la discusión se vuelve mucho más profunda, y éste era el tema que especialmente yo quería abordar (de allí que titulara este trabajo como una subversión a la naturaleza de los sexos). Debido a esto, su tarea intelectual es muy admirable, ya que le exige un esfuerzo filosófico mayúsculo para dejar de dar por sentado las cuestiones que justamente más dábamos por evidentes. Esta desnaturalización de las identidades sexuales lleva a una deconstrucción del logos mismo, es decir las leyes universales del mundo o el espíritu absoluto como se lo llama en Ontología. Por eso hay un antes y un después de Butler. Con respecto al antes, ha hecho que hiciera una re-interpretación de autores como Georg Simmel y su ensayo Para una filosofía de los sexos y Cultura femenina, por ejemplo, como de la literatura de ficción erótica de Georges Bataille, así como de su ensayo filosófico El erotismo. El después es el proceso histórico que estamos atravesando ahora, casi más de treinta años después de que escribiera El género en disputa. Esta desestabilización del «sexo» como materialidad ontológica, no puede dejarse pasar a la ligera. De alguna manera ya hemos sido heridos por su planteo, de tal forma que ni el mismo movimiento feminista puede seguir permaneciendo igual. Creemos que la pertenencia de Butler a una minoría sexual la ha inclinado a pensar una filosofía del género que sea muchísimo más amplia que la que suponían las feministas anteriores (aunque muchas de ellas también fueran lesbiana), pues así como la categoría del «sexo» es herida en su ontología, también lo es el de «mujer», una categoría construida fundamentalmente sobre la diferencia sexual y de la categoría fija del «sexo». Con Butler arribamos a que el carácter simbólico del ser humano no sólo nos hace comprender simbólicamente el exterior de la vida subjetiva, sino que el mismo carácter simbólico lo aplicamos a la comprensión sobre la constitución inherente del sujeto y del cuerpo; los conceptos se desplazan—como le gusta decir a Butler—, pierden su fijeza, tras lo cual podemos establecer nuevas relaciones entre cuerpo, sexo, amor y género. A partir de ella, un cuerpo gestante no es inequívocamente una mujer embarazada; puede serlo un hombre (según su dato biológico) que ha traspasado las líneas discursivas y normativas. Ella misma alega que esto puede ser controversial, pero es sinceramente lo que cree cuando dice que para empezar, nadie es realmente un género; de lo que seguidamente tenemos que concluir que somos entonces cuerpos, nada más que cuerpos, anteriores a cualquier discurso; cuerpos mudos, anteriores a la cultura. En efecto, los estudios de género actuales se anclan en esta postura epistemológica, y si en años recientes arribamos a lo que llamamos los estudios de las nuevas masculinidades ello no puede deberse sino a que la masculinidad no es propiamente exclusiva del género heterosexual (y por ende heteronormativo), sino de un abanico más grande de posibles identidades masculinas de género.

Si bien la prosa de Butler puede parecer densa e intrincada, con el ejercicio de la lectura se vuelve muy cristalina. Fue un interés primordial de este trabajo conocer directamente de la fuente lo que la autora tenía para decir, salteando las relecturas que han popularizado sus seguidores. Nos hemos centrado especialmente en El género en disputa y Cuerpos que importan. Y tras de haberme empapado de algunos cientos de páginas de los dos libros fundamentales de Butler, tengo la sensación de que la autora se siente profundamente identificada con las trayectorias personales fragmentadas, disidentes, la vidas interiores más vulnerables de nuestra sociedad, que no son precisamente las «mujeres» a manos de los hombres en un régimen patriarcal, sino las disidencias sexuales (lo que está muy claro si decimos que inaugura la teoría y la política queer, pero no me parece menor recalcarlo). Esto, naturalmente se expresa en su pensamiento teórico profundo, pero es claramente patente en los capítulos de Cuerpos que importan dedicados a analizar la película París en llamas (1991) de Jennie Livingston. El film retrata las experiencias personales de gays latinos y afro-americanos en Nueva York durante la década de los ochenta, así como personas de la comunidad transgénero, que simultáneamente se ven envueltos en situaciones de riesgo, de exclusión social y de pobreza. La doble estigmatización de disidencia sexual y minoría racial, e incluso triple estigmatización si tenemos en cuenta las situaciones de pobreza, me hace pensar que cuando Butler desestabiliza la noción de «sexo» y género, está pensando en los discursos hegemónicos que no tienen nombres para la identidad de estas subordinaciones de género, ni instituciones para la inclusión de ellas (que no sean las cárceles o los hospitales psiquiátricos). Se percibe que lo que Butler intenta hacer cuando escribe, es hablar por esta categoría de cuerpos que han sido excluidos no únicamente del sistema de heterosexualidad obligatoria, sino también de los discursos feministas anteriores. Butler, por supuesto, no opone una política queer a una política feminista (como puede leerse en el final del capítulo 1 de El género en disputa), sino en encontrar un camino teórico que abra un paraguas común que incluya a todas las identidades subalternas. Esta posición la lleva incluso a distanciarse de la misma perspectiva de Jennie Livingston —una directora lesbiana y blanca— que todavía mira con distancia y desde cierta posición de autosuficiencia (anclada en el sujeto «mujer») a un grupo de disidencias sexuales con las que no se siente en ningún momento identificada. De hecho, la cámara y la trama del film —un gran documento histórico—, trata a los sujetos que aparecen en pantalla con la misma distancia que un etnólogo coloca entre él y la comunidad tribal que va a estudiar. Butler simpatiza con los personajes, no con la directora, aunque ambas pertenezcan, en principio, a la misma identidad étnica y de género. Creo que esta posición que Butler toma en favor de las trayectorias individuales deterioradas, subalternas, violentadas, estigmatizadas por su carácter étnico y sexual se haya de alguna manera detrás de todo lo que ha escrito sobre el género.


Bibliografía

Butler, Judith (1990). Actos performativos y constitución del género: un ensayo sobre fenomenología y teoría feminista. Publicado en Sue-Ellen Case (ed.), Performing Feminisms: Feminist Critical Theory and Theatre, Johns Hopkins University Press, 1990, pp. 270-282. Trad.: Marie Lourties.

Butler, Judith (2002). Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del «sexo». Paidós, Buenos Aires.

Butler, Judith (2007). El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Paidós, Barcelona.

Butler, Judith (2009). Dar cuenta de sí mismo. Violencia ética y responsabilidad. Amorrortu, Buenos Aires. pp. 37 y ss.

Sabsay, Leticia (2009b). “Judith Butler para principiantes”. Suplemento del 8 de mayo de 2009, Página 12, Buenos Aires.


Judith Butler: La performatividad del género como subversión de la naturalización del «sexo»
Judith Butler: La performatividad del género como subversión de la naturalización del «sexo»


Butler, Judith (2007). El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Paidós, Barcelona.


Textos de Judith Butler

Judith Butler: Actos performativos y constitución del género: un ensayo sobre fenomenología y teoría feminista (1990)

Judith Butler: La performatividad del género como subversión de la naturalización del «sexo»

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