Ely Chinoy: Conducta desviada y desorganización social (La sociedad, 1966)
Conducta desviada y desorganización social
Ely Chinoy
Parte Cuarta: Orden y desorganización sociales.
Capítulo XVII de La sociedad. Una introducción a la sociología.
La conducta desviada y la estructura social
A pesar de los numerosos mecanismos que imponen o favorecen la conformidad, ninguna sociedad —o grupo dentro de ella— es completamente inmune a ciertas formas de desdén por sus normas, a cierta desviación de sus patrones de conducta. La conducta desviada varía desde los pequeños pecadillos de la mayoría de la gente hasta el incesto, el asesinato y la traición. Incluye igualmente diversos actos como la excentricidad, que trata solamente de divertir o irritar, la negligencia apática de las responsabilidades convencionales, las violaciones a los reglamentos burocráticos, el abierto desafío a las costumbres sexuales, la delincuencia y el crimen.
Desde un punto de vista psicológico, los orígenes de la conducta desviada descansan en la personalidad: en las necesidades insatisfechas, en las tendencias incontrolables o en los problemas de tipo emocional. En El malestar en la civilización, Freud encuentra las raíces de la no conformidad en los impulsos biológicos que tratan constantemente, de manifestarse a través de las restricciones culturales. Aunque las tensiones pueden en realidad producirse en la interacción entre las necesidades o tendencias humanas y el orden social, una teoría que destaque solamente la fuerza de tales impulsos es claramente inadecuada para explicar por qué ellas irrumpen a través de los controles sociales en ciertas épocas o los actos específicos que precipitan.
Las interpretaciones psicológicas de la conducta criminal o no convencional no necesitan apoyarse en los instintos o en las tendencias innatas, como el propio Freud lo sugiere en sus análisis de la dinámica de la personalidad. Los individuos pueden llegar a ignorar los dictados culturales debido a su particular experiencia social. El descuido paterno, las exigencias excesivas sobre el niño, la autoridad rígida o el constante conflicto entre el padre y el hijo, por ejemplo, pueden producir tendencias psicológicas que estimulan el rechazo o el desdén de las prescripciones culturales. Como las primeras experiencias son particularmente importantes en la formación de la personalidad, la no conformidad parece reflejar a menudo el fracaso de la socialización: la poca voluntad o la incapacidad para inculcar el respeto a los demás o hacia los valores sociales prevalecientes, el estímulo de los sentimientos hostiles o agresivos, O aún la directa trasmisión al niño de hábitos o intereses social- mente objetables.
El análisis de las fuentes psicológicas de la desviación y sus raíces en la biografía de cada persona es necesaria y conveniente para la comprensión de los casos individuales. Todo asesino o delincuente, todo excéntrico o enemigo de la organización tiene una historia privada que explica sus actos. Pero los hechos sobre la experiencia individual o la personalidad no pueden dar razón de la frecuencia con que se manifiestan las formas específicas de la desviación o su distribución entre diversos grupos o categorías sociales. El crimen, la delincuencia y el índice de suicidios fluctúan de año en año, y a veces de época en época; el juego ilegal, el desdén por las normas sexuales y la corrupción política son más o menos importantes según las circunstancias cambiantes. Muchas formas de la no conformidad están raras veces distribuidas equitativamente en todos los sectores de la sociedad. El robo de automóviles, el hurto y el asalto son más frecuentes entre las clases bajas, en tanto que el fraude o el desfalco se dan más en la clase media. Las pandillas juveniles de delincuentes son en gran medida, aunque no totalmente, un fenómeno característico de los barrios bajos urbanos. Los hombres de la clase baja favorecen con más frecuencia la prostitución que los de la clase media, mientras que estos últimos son más propensos al jugueteo sexual y a las formas desviadas de la conducta erótica. Tales hechos sólo pueden explicarse haciendo referencia a variables sociológicas y, a veces, psicosociales. Desde una perspectiva sociológica, las violaciones a la ley y a la costumbre provienen de las características de la cultura y de la organización social en que ocurren. Son las relaciones entre los hombres, los papeles que desempeñan, sus instituciones y valores, y los vínculos entre estas variables, lo que afecta a la forma, proporción y distribución de la conducta desviada.
Como la cultura y la organización social no están nunca totalmente integradas, con sus complejos y variados elementos adecuándose y apoyándose recíprocamente, hay siempre tendencias a la no conformidad que son inherentes a la propia vida social. La fuerza de tales tendencias varía con el grado de desorganización social, que está siempre parcialmente presente, pero que puede agudizarse en ciertas partes de la sociedad o llegar a ser incluso característico del conjunto. El estudio de la desorganización es, en aspectos importantes, inseparable del estudio de la organización; en un análisis acabado de la sociedad y la vida social deben ser incluidos los dos.
La desorganización social es un concepto que abarca variados fenómenos como el conflicto social, el conflicto de culturas, el desajuste entre los medios y los fines socialmente aprobados, y otros tipos de incompatibilidades o contradicciones. Los grupos o individuos que están más expuestos a las presiones generales por estas formas de desorganización son más susceptibles de ignorar o violar las normas sociales. Sus reacciones dependen de los valores, expectativas y necesidades que llevan consigo cuando se enfrentan a las particulares dificultades que les crean sus circunstancias.
Ely Chinoy: La sociedad. Una introducción a la sociología (1966) |
El papel y el conflicto de valores
La desorganización social asume a veces la forma de normas y valores incompatibles o contradictorios que parecen exigir diferentes tipos de conducta en una misma situación. ¿Será el hombre de negocios escrupulosamente honesto o utilizará algunas indebidas estratagemas de dudosa legitimidad al tratar de aumentar sus ganancias? ¿Debe el político expresar sus puntos de vista sinceramente o confeccionar sus pronunciamientos públicos en interés de la conveniencia política? ¿Debe el revolucionario que ha tenido éxito mantener fidelidad a los ideales que motivaron su rebelión, o a las necesidades de sostenerse en el poder? ¿Debe el hijo de padres inmigrantes obedecer los valores de éstos, o más bien los patrones de la nueva sociedad en la que viven? "Tales contradicciones culturales imponen con frecuencia difíciles elecciones. Si la existencia de valores opuestos se acepta generalmente como válida, la gente encuentra difícil el admitir uno y rechazar cl otro. En vez de ello, sin un rechazo abierto de cualquiera de dichos valores, el individuo ofrece frecuentemente alguna razón socialmente aceptable para ignorar cualquiera de éstos. El hombre de negocios culpable de falta de ética se refugia en la máxima de que "los negocios son los negocios" o en cualquier otra equivalente, o bien argumenta que, desde el momento en que no ha violado ninguna ley, no ha cometido falta alguna a la moral. El político que olvida sus principios para mantener su cargo destaca la contribución que puede hacer mediante la política que sigue, al mismo tiempo que oculta o niega sus violaciones a cualquier regla moral. Estas racionalizaciones se incorporan a la cultura como normas de conveniencia, ayudando a perpetuar la existencia de valores incompatibles a pesar de la inevitable necesidad de ignorar a veces cualquiera de ellos.
Si ninguno de los valores opuestos permite la presencia del otro (si no existe, por ejemplo, ninguna justificación aceptable para ignorar alguna de las alternativas), puede surgir entonces una tendencia hacia otra solución, quizás desviada. La doctora Alice Hamilton, que antes de la primera Guerra Mundial trabajó durante algún tiempo en Hull Housc, un famoso conjunto urbano en los arrabales de Chicago, relata el siguiente incidente:
[Un día] invité a un grupo de mujeres italianas a pasar conmigo la tarde del domingo en Hull House, todas ellas eran casadas y con numerosas familias. La conversación se orientó muy pronto en torno a los abortos y a los mejores métodos para producirlos, y quedé consternada al oír las experiencias de estas mujeres, las cuales habían pasado graves riesgos y sufrimientos con tal de no agregar nuevos hijos a sus ya repletas casas. Una de ellas dijo que se había arrojado dos veces por las escaleras de la bodega sin ningún resultado. Otra contestó: "La próxima vez toma una tina de agua y arrójate con ella. Yo ya lo hice y funcionó bien." Estas mujeres eran católicas, pero cuando les hablé de ello alzaron simplemente los hombros.
El conflicto entre los principios de la Iglesia, que prohibe el control de la natalidad, y sus responsabilidades maritales, por un lado, y su deseo de limitar el número de sus familiares, por el otro, condujo a semejantes soluciones de desesperación. El choque constante de valores, sin embargo, puede debilitar progresivamente el apego a ambas alternativas, aumentando así la posibilidad de que ninguna de ellas puedan servir como una guía eficaz para la acción.
En los Estados Unidos, por ejemplo, los hijos de inmigrantes, que carecen de un fuerte apego a las normas de sus padres o a las de una cultura más amplia, han contribuido a aumentar desproporcionadamente el número de criminales y delincuentes. Debe notarse que los propios inmigrantes han estado al margen de ello; en realidad, muchos estudios informan que los índices de criminalidad son más bajos entre los extranjeros que entre los nativos. Pero aquellos que llegan al país siendo niños cometen más violaciones a las leyes que quienes llegan como adultos. Mientras mayor es la diferencia entre la cultura de los inmigrantes y las formas de vida norteamericanas, más alto es el índice de criminalidad entre los nacidos fuera y sus hijos,* aunque hay notables excepciones a estas reglas, por ejemplo, entre algunos grupos de chinos y judíos.
Además de estos conflictos generalizados de valores, hay con frecuencia normas o valores contrapuestos que derivan de los papeles incompatibles en que puede encontrarse simultáneamente un individuo. Un policía que descubre a su hijo comprometido en actividades delictivas debe elegir entre los sentimientos paternos y sus responsabilidades oficiales. Un empresario que tiene tratos con un pariente puede tener dudas sobre la manera correcta de tratarlo. Los jóvenes comunistas de Rusia tienen a veces el problema de escoger entre las exigencias del régimen y la fidelidad a sus padres que lo critican. Una estudiante universitaria que asiste a un salón en el que hay coeducación puede tener que decidir a veces desarrollar sus habilidades académicas o seguir siendo una mujer "femenina", atractiva ante sus compañeros masculinos.
Las consecuencias de tales conflictos de papel son similares a las que resultan de los conflictos de valores más amplios; a menos que pueda encontrarse algún método para reconciliar o evitar exigencias incompatibles, debemos ignorar una u otra norma. El policía protege a su hijo; el empresario ignora la posibilidad de obtener ganancias al tratar con un pariente; el joven comunista rechaza a sus padres; la estudiante da poca importancia a sus conocimientos. Estas elecciones, por supuesto, pueden crear tensiones en las relaciones que se tienen con aquellas personas cuyas expectativas desdeñamos.
Para escapar a las tensiones que surgen con las exigencias de papeles incompatibles, la gente trata a veces de evitar las situaciones conflictivas. Los empresarios evitan el trato con los parientes. Los padres e hijos: en la Unión Soviética, que discrepan sobre cuestiones políticas, sobre todo entre "la minoría intelectual, tienden a evitar la discusión abierta sobre sus diferencias.3 Los ajustes o racionalizaciones provocados por papeles incongruentes o valores generales opuestos pueden también producir cambios sociales O culturales. Los papeles incompatibles favorecen la aparición de nuevas definiciones de la conducta adecuada o necesaria: nuevos valores surgen de los viejos. Algunos grandes monopolios, por ejemplo, han establecido reglas que prohiben el nepotismo, o incluso el empleo de cualquier pariente, de manera que no pueda surgir alguna situación en que el empleado tenga que escoger entre la lealtad a la empresa y las obligaciones con los parientes. Cuando el interés material se coloca por encima de las reglas éticas aceptadas o amenaza los valores comunes, el Estado —como resultado de presiones políticas— puede intervenir mediante alguna legislación restrictiva o regulativa.
La existencia de conflicto de papeles o de valores no necesita resolverse necesariamente en una conducta desviada o producir cambios en las instituciones, las creencias o. las relaciones sociales. Valores aparentemente contradictorios pueden ser situados de hecho en una jerarquía de prioridades, de manera que el valor dominante precederá por lo general a los demás. Por ejemplo, en un choque entre las necesidades de la seguridad nacional y la insistencia de los científicos para que se publiquen los resultados de la investigación, preponderarán por lo general las medidas de seguridad.
Los conflictos de valores también pueden resolverse vinculando las normas opuestas a papeles diferentes, los cuales se separan entonces unos de otros. Los valores económicos y familiares en los Estados Unidos son muy diferentes: los primeros están dominados por la racionalidad, la impersonalidad y el interés; los segundos por el amor, la intimidad y la entrega. Estos valores abiertamente opuestos crean pocos problemas, ya que se aplican papeles claramente diferenciados que por lo común no se desempeñan al mismo tiempo. El papel del marido como sostén de la familia exige cierta racionalidad económica, pero se supone que no la extenderá hacia las otras actividades familiares.
Aun si los conflictos de papeles y valores no son resueltos con tales expedientes, no conducen inevitablemente a una conducta desviada, ya que muchas personas no se sienten impelidas a violar las convenciones vigentes. En numerosos casos, las fuerzas de control social evitan con eficacia la conducta desviada. Sólo una minoría de la segunda generación de norteamericanos llegan a ser delincuentes o criminales, aunque los índices de criminalidad y delincuencia son más altos entre ellos que entre los demás. La propiedad de algún negocio y la conducta política pueden ser dudosas, pero la mayoría de los empresarios y los políticos probablemente resuelven sus conflictos de papeles y de valores sin graves consecuencias. Las características distintivas de aquellos que responden a estos dilemas culturales en forma desviada no han sido exploradas en forma completa. Sólo la investigación detallada en cada tipo dc situación puede identificar los rasgos personales importantes o las circunstancias sociales.
La desorganización social: cultura y estructura social
De mayor importancia que los conflictos de papeles o de cultura como fuente de conducta desviada es probablemente el desajuste que se encuentra a menudo entre la cultura —normas y valores— y la estructura social —el sistema organizado de papeles y status que definen las relaciones entre grupos e individuos. Toda cultura establece objetivos e intereses que los miembros de la sociedad deben buscar, y prescribe los métodos que deben utilizarse para alcanzar estas finalidades aprobadas.
Para alcanzar popularidad entre los jóvenes, se espera que las muchachas norteamericanas aprendan a comportarse, subrayen su femineidad, sepan mantener una conversación ligera y adulen el ego masculino. Los boxeadores que se preparan para una pelea evitan las actividades normales recluyéndose en un campo de entrenamiento donde se ajustan a las normas tradicionales de preparación física y psicológica. La gente con aspiraciones políticas adquiere gradualmente la habilidad para hablar en público y el trato privado que son supuestamente necesarios para obtener un cargo público. Mientras los medios institucionalizados permitan la realización de fines socialmente valiosos, la gente obtiene recompensa "como producto y como proceso, como resultado y como actividades. Pero si se pone énfasis excesivo en los objetivos o si los medios definidos se revelan inadecuados o inaccesibles, las presiones hacia la conducta desviada pueden aparecer en aquellos que son incapaces, debido a su posición en la estructura social, de obtener los fines que han llegado a valorar y desear.
Este tipo de desorganización social se muestra con claridad en la tendencia norteamericana a destacar el éxito económico dentro de una sociedad en la que algunos grupos no tienen las mismas oportunidades para llegar a puestos de alto nivel o para enriquecerse. La cultura norteamericana no sólo atribuye gran valor al logro económico, asignándole un alto prestigio a quien ha llegado a ser rico, sino también estimula a todo mundo para que se proponga los mismos objetivos. Los padres, los profesores y los líderes religiosos estimulan la ambición; los periódicos, las revistas, el cine, la radio y la televisión destacan los valores pecunierios y afirman la existencia de una realidad que permite la oportunidad y la posibilidad de éxito. A pesar de un volumen sustancial de movilidad social en los Estados Unidos, las oportunidades para el mejoramiento económico no son de hecho igualmente asequibles a todos los grupos; los negros, los puertorriqueños, los trabajadores manuales y sus hijos encuentran graves obstáculos para su mejoramiento; y muchas personas de la clase media, cuyas oportunidades son mayores que las de la clase trabajadora, tampoco encuentran manera de vivir de acuerdo con las prescripciones de la cultura.
Quienes tienen que elegir entre los incentivos culturales y las realidades sociales pueden reaccionar de varias maneras ante las circunstancias difíciles. Algunos individuos persisten tenazmente en sus esfuerzos para tener éxito, a pesar de los obstáculos que encuentran. Los que son incapaces de resistir las tensiones creadas por la discrepancia entre la cultura y la estructura social son susceptibles de desviarse de las normas sociales establecidas, pero su conducta desviada, como señala Merton, puede asumir diferentes formas. Merton identifica cuatro tipos distintos de no conformidad: el ritualismo, el retraimiento, la innovación y la rebelión.
1. Ritualismo. Incapaz de realizar los objetivos valorados, el ritualista renuncia a ellos, pero continúa no obstante conformándose a las reglas prevalecientes que rigen el trabajo y el esfuerzo. No hay evidencia pública de desviación, pero su reacción interna es claramente "un alejamiento del modelo cultural en que los individuos están obligados a esforzarse activamente, de preferencia mediante procedimientos institucionalizados, para avanzar y ascender en la jerarquía social". Junto con esta renuncia a la lucha aparece con frecuencia una adhesión compulsiva a las formas externas, un ritualismo que puede aliviar las ansiedades creadas por la disminución de los niveles de aspiración. La perspectiva del ritualista es la del tímido empleado o la del burócrata rígidamente apegado a los reglamentos.
2. Retraimiento. A diferencia del ritualista, que renuncia a los objetivos pero se adhiere a las normas sancionadas de conducta que se supone conducen a tales objetivos, la víctima del retraimiento renuncia a ambos. El total escape de las contradicciones de la situación se manifiesta en el vagabundo, cl alcohólico, el drogadicto, el psicótico; recientemente puede observarse también entre los beatniks, algunos de los cuales niegan la conveniencia del éxito y se rehusan a conformarse a las exigencias de la moral de clase media, frecuentemente sin sustituir sus valores con otros que sean eficaces o tengan sentido.
El retraimiento también lo encontramos en la apatía de los campesinos de un pueblo relativamente aislado del sur de Italia, estudiado por Edward Banfield. La pobreza trituradora, los violentos antagonismos de clase, un gobierno distante y endurecido, y la ausencia de cualquier organización efectiva de la comunidad —así como la falta de cualquier institución o sistema de valores que pudieran estimular los esfuerzos cooperativos para el mejoramiento personal o del grupo— representan graves barreras para que dichos campesinos puedan mejorar sus condiciones, aun cuando el contacto creciente con el mundo externo estimula sus deseos. Como resultado de ello,
el campesino se siente parte de una vasta sociedad en cuyo seno "está", pero a la que no pertenece. Vive dentro de una cultura en la que tiene eran importancia el ser admirado, y se da cuenta de que, de acuerdo con los patrones de ella, no puede ser admirado de ninguna manera; mediante dichos patrones, él y todo lo que le rodea son despreciables o ridículos. Sabiendo esto, se siente fastidiado por su suerte y le enoja el destino que le ha sido asignado.
A pesar de este resentimiento y frustración, el campesino no hace prácticamente nada, hundiéndose en "la torva melancolía —la miseria— que ha sido la atmósfera constante de la aldea durante más tiempo del que cualquiera puede recordar".*
3. Innovación. Quizá la reacción desviada más fácilmente perceptible frente al desajuste entre la cultura y la estructura social es la innovación, el uso de nuevas o ilícitas técnicas para obtener los propósitos deseados. Cuando estos objetivos son más destacados por la cultura que los métodos mediante los cuales pueden ser alcanzados, la gente tiene propensión a soslayar las restricciones morales, legales y habituales sobre los esfuerzos que realizan para lograr sus fines. Como la Lady Wishfort del Way of the World, de William Congreve, su lema llega a ser: "toda oportunidad es legítima". El amplio uso de drogas que hacen los corredores profesionales de bicicleta en Europa muestra la influencia que tiene el atribuir demasiada importancia a los fines. Son tan grandes las recompensas que obtiene un corredor que ha triunfado —y tan extenuantes las pruebas y dura la competencia—, que muchos hombres toman drogas durante las pruebas de distancia para reducir la fatiga y estimular cl esfuerzo. A pesar de algunos escándalos o tragedias (por ejemplo, la muerte de un ciclista danés durante los juegos olímpicos de 1960, debido al empleo de un estimulante antes de la competencia y con una temperatura de 93"), los intentos para eliminar el uso de drogas han fracasado, pues siguen persistiendo las condiciones que estimulan la "lubricación" de los ciclistas.
Las presiones para que sean ignorados los métodos convencionales para alcanzar objetivos culturalmente aprobados son por supuesto mayores entre aquellos cuyo acceso está bloqueado debido a su posición dentro de la estructura social. En tanto que algunos hombres de negocios se ven obligados a emplear prácticas astutas debido a su deseo de incrementar sus ganancias, aquellos que se encuentran en la base de la sociedad o cerca de ella pueden llegar al crimen o al juego. Como lo han señalado muchos observadores, el crimen y la corrupción política han sido durante mucho tiempo escalones de la movilidad social en la sociedad norteamericana. El juego —sobre todo la apuesta en las diversas formas ilegales de lotería— ha sido popular durante mucho tiempo entre los negros de los arrabales; no teniendo apenas oportunidad para mejorar sus condiciones mediante el trabajo rudo, la frugalidad, la abstención y la sobriedad, el pobre apuesta sus monedas con la esperanza de que la suerte le aporte amplias ganancias.
La innovación, sin embargo, no necesita tomar la forma de conducta desviada. Puede lograrse un importante margen de acción gracias a nuevos métodos y técnicas restringidos sólo por las formas generales de propiedad y legalidad. En una sociedad liberal puede también ser posible buscar cambios en las instituciones que limitan el acceso a los fines culturalmente sancionados; las oportunidades para que la gente de la clase baja y los miembros de grupos minoritarios "progresen" pueden ser incrementadas, por ejemplo, extendiendo las facilidades educativas o eliminando la discriminación racial y étnica.
4. La rebelión. Finalmente, las frustraciones que surgen cuando existen oportunidades limitadas para alcanzar u obtener fines culturalmente sancionados pueden conducir a un rechazo total de los fines y las instituciones que permiten su obtención, seguido de la defensa o la introducción de valores distintos y nuevas formas institucionales y de organización. La rebelión, no obstante, debe distinguirse del resentimiento, en el cual la condenación explícita de los valores tradicionales oculta en el fondo una profunda vinculación a ellos. En tales casos, el odio y la hostilidad, un sentimiento de impotencia y una idea constante de frustración, se expresan en la renuncia abierta a los fines que no pueden alcanzarse. "En el resentimiento condena uno lo que anhela en secreto; en la rebelión, condena el anhelo mismo. Pero aunque son dos cosas diferentes, la rebelión organizada puede aprovechar un vasto depósito de resentidos y descontentos a medida que se agudizan las dislocaciones institucionales.".
Los beatniks, algunos de los cuales parecen ser meros nihilistas pasivos que rechazan el mundo pero no ofrecen ningún otro (víctimas del retraimiento), también proporcionan ejemplos de rebelión y resentimiento. Bajo el rechazo abierto de las normas prevalecientes, probablemente subsiste en muchos casos una constante aceptación de los valores convencionales a los que volverán los beatniks después de cierto tiempo. Pero algunos beatniks buscan nuevos valores, sobre todo destacando el "acto creador" 1M y las "experiencias" de todo tipo —sexual, mística, o incluso la que se logra mediante drogas-- a través de los cuales buscan ellos penetrar en la "realidad última". Junto con estos valores hay un estilo diferente de vida: el "pad",* la barba, el jazz, la jerga y las ocupaciones intermitentes que no exigen especial destreza.
Aunque esta rebelión ha tenido poca influencia en los valores básicos del mundo que rechazan los beatniks, sus innovaciones en lo que respecta al vestido, al habla, a la música y a la literatura, se han diseminado ampliamente gracias a los medios de comunicación de masas. (La moderna sociedad norteamericana, que busca la evidencia de originalidad y diferenciación, tiende a absorber dentro de la "cultura de masas" algunos de aquellos que critican y desafían la convención y la tradición; es difícil mantener hoy un verdadero círculo bohemio.) Los tipos más importantes de rebelión asumen una forma política; para realizar nuevos valores que sustituyan a los viejos, se hacen esfuerzos deliberados para ganar el poder político y alterar la estructura social en la que se localizan las fuentes de la frustración. Si los valores e instituciones centrales de una sociedad son puestos en duda, puede ocurrir una revolución fundamental —por ejemplo el derrocamiento de las jerarquías tradicionales en las revoluciones francesa y rusa—, aunque, por supuesto, también pueden estar presentes otras circunstancias que expliquen los cambios que ocurren. La revolución requiere por lo general al menos la desafección de la masa, un conflicto violento entre gobernantes y gobernados, y líderes revolucionarios eficaces, además de la crisis que provoca una "situación revolucionaria". En la mayoría de los casos, por supuesto, o quizás en todos, el proceso de reforma o de revolución abarca una mezcla compleja de valores nuevos y viejos, de apego a las vías tradicionales junto con la defensa de cambios institucionales y organizativos.
La posibilidad de que la conducta desviada resulte de las incongruencias entre la cultura y la estructura social —y la naturaleza de tal conducta— varía de un grupo a otro, de acuerdo con los valores prevalecientes y la situación general de carácter social y cultural. No todos los norteamericanos, por ejemplo, aceptan por igual la necesidad de ser ambiciosos; la falta de interés aparece con más frecuencia entre los trabajadores manuales que entre los empleados no manuales. Aquellos que nunca buscan el mejoramiento o que aceptan valores alternativos, aunque socialmente aceptables, probablemente no experimentan con la misma fuerza las contradicciones que pueden estimular la conducta aberrante.
El tipo de reacción desviada que se encuentra en aquellos que se sien- ten frustrados porque ven pocas relaciones entre sus esfuerzos y las recompensas presentes o los prospectos futuros, está vinculado a la posición que tienen en la estructura social. La innovación, la rebelión y el retraimiento ocurren con más frecuencia entre los trabajadores manuales que entre los empleados asalariados que se siente "clavados", mientras que estos últimos son más propensos al ritualismo, como sugiere Merton, debido a la "fuerte disciplina para la conformidad" que caracteriza la cultura de la clase media baja.3 El liderazgo en el crimen organizado ha cambiado de manos y la forma de actividad criminal va- ría a medida que los grupos sucesivos de inmigrantes y sus hijos han - tenido que enfrentarse a las limitadas perspectivas de mejoramiento.
Los irlandeses desempeñaban papeles dirigentes en la corrupta maquinaria política de las zonas urbanas, los judíos en el gangsterismo industrial y laboral, y los italianos en el juego y el tráfico de licores. Estas diferencias reflejan por igual las cambiantes circunstancias históricas y las características económicas y sociales peculiares de dichos grupos étnicos. A medida que sus miembros han encontrado mayores oportunidades, de acuerdo con formas más convencionales, el propio grupo llega a ser menos importante en el mundo de los alborotos, el gangsterismo y la trampa.
La subcultura desviada: el caso de la delincuencia juvenil
Al tener que enfrentarse y resolver los problemas creados por la des- organización social, los individuos encuentran frecuentemente soluciones desviadas ya existentes. Los estudiosos de la criminalidad y la delincuencia, por ejemplo, han advertido a menudo la existencia de subculturas que educan y apoyan a los ofensores de la ley, ya sean adultos o jóvenes.
La importancia de la subcultura se revela en el hecho de que sólo alrededor de una quinta parte de los delincuentes juveniles actúan aislada- mente, según se ha estimado, mientras que la gran mayoría lleva a cabo sus actividades en compañía de otros que sostienen semejantes actitudes y valores. Los beatniks, algunos homosexuales y ciertos drogadictos han liegado también a desarrollar sus actividades de acuerdo con formas de vida organizadas que parecen representar una respuesta a algunos de sus problemas.
De acuerdo con el "principio de la asociación diferencial", sugerido por Edwin H. Sutherland, muchos criminales y delincuentes se reclutan entre aquellos que han tenido acceso a una subcultura existente, de la que han adquirido hábitos, motivos, actitudes y habilidades de carácter criminal. Los ciudadanos respetuosos de la ley pueden tener impulsos que conduzcan al crimen, pero no han tenido la oportunidad de aprender la destreza necesaria ni han desarrollado los sentimientos y actitudes apropiados a ello. El análisis del proceso de "trasmisión cultural", por el cual los hábitos, opiniones, conocimientos y valores desviados se trasmiten a neófitos receptivos, arroja considerable luz sobre los orígenes de la conducta desviada, pero las cuestiones sociológicas más importantes se refieren a la existencia de la propia subcultura. ¿Qué es lo que explica su desarrollo? ¿Cuáles son las condiciones que permiten su persistencia? Es seguro que no toda conducta desviada puede vincularse a una subcultura desviada. Por ejemplo, los crímenes pasionales y los "crímenes de cuello blanco", como el desfalco y el fraude, son cometidos frecuentemente por individuos que tienen poco contacto o ninguno con otro tipo de ofensores, y carecen de cualquier conocimiento sobre las formas de la criminalidad. Estos hechos, sin embargo, sólo subrayan el carácter clásico de conceptos como crimen y delincuencia, conceptos que abarcan diversos tipos de conducta, cada una de las cuales exige una explicación distinta. Aquí nos ocuparemos de la "delincuencia subcultural", que se encuentra por lo general en las pandillas juveniles, como un ejemplo de reacción regulada frente a los aspectos desorganizados de la vida social.
La mayoría de las pandillas de delincuentes se localizan en los arrabales urbanos, y a veces se atribuye su existencia a los rigores de la pobreza, a los hogares rotos, a las familias desorganizadas y a otras difíciles condiciones que allí se encuentran. Aunque esas condiciones son parte de la constelación de factores que generan la delincuencia, ni la pobreza ni otras situaciones de ruptura pueden explicar por sí mismas la frecuencia de las actividades delictivas o las formas que asumen. La pobreza, por ejemplo, es capaz de llevar a una conducta delictiva y a la aparición de una subcultura desviada sólo cuando va asociada con un desajuste entre los fines culturalmente sancionados y las oportunidades disponibles; muchos estudios comparativos revelan que no hay una correlación consistente entre los hechos de la pobreza y los índices de criminalidad o delincuencia. - En un penetrante análisis, Albert K. Cohen encuentra los orígenes de las pandillas delincuentes en los problemas de status a que se enfrentan los jóvenes de la clase trabajadora." Su educación y experiencia los dejan frecuentemente mal preparados para participar en un mundo más amplio en el que debe tenerse generalmente un status aprobado. La cultura urbana de la clase trabajadora tolera más la agresión que la que permite usualmente la clase media. A diferencia de los hijos de trabajadores no manuales o de empresarios independientes, los hijos de la clase trabajadora frecuentemente no aprenden a posponer los beneficios presentes en aras de las recompensas futuras ;18 ni con tampoco estimulados para que sean ambiciosos, racionales y responsables.!'% No aprenden las maneras "propias", ni adquieren con frecuencia ningún respeto por la propiedad privada. El contacto con el mundo de la clase media, sobre todo en la escuela, su falta de maneras, actitudes y valores apropiados les significa una pérdida de nivel; como la conformidad hacia las expectativas de la clase media exige el usual requisito de "progresar en cl mundo", sus oportunidades para lograrlo son muy estrechas. "En la medida en que valúa el status de la clase media, ya sea porque aprecia la buena opinión de las personas de dicha clase o porque ha interiorizado en cierta medida los patrones de ella (el joven de la clase trabajadora) se enfrenta a un problema de ajuste y necesita encontrar una solución.".
Es cierto que el problema existe sólo hasta el grado en que son realmente aceptados los fines de la clase media; si existe, por ejemplo, poco interés por los valores expresados en los productos ubicuos los medios de información de masas, hay entonces poca tensión y tirantez de este tipo particular. Pero parece muy probable que la mayoría de los niños de la clase trabajadora no pueden escapar a la influencia de la cultura dominante. La manifestación de los valores de la clase media en la escuela y a través de los medios de información para las masas sin duda ejerce una influencia considerable en las esperanzas y deseos. Aun los padres, incapaces de proporcionar a sus hijos los conocimientos, la calificación o las actitudes que les permitan tener éxito, estimulan a me- nudo las ambiciones sancionadas por la ideología del éxito.
Es claro que la solución delictiva a estas dificultades es sólo una de las diversas posibilidades abiertas a la juventud de la clase obrera. Aquellos que dispongan de la habilidad requerida y el suficiente estímulo de los padres o de otros adultos pueden emprender activamente la búsqueda del mejoramiento y del éxito, rechazando muchos de los valores del tipo de cultura obrera en que fueron educados. Otros tratan de arreglárselas lo mejor posible dentro de sus condiciones, encontrando un status y un respeto dentro de los grupos que les son familiares. Los delincuentes rechazan explícitamente los valores de la clase media y encuentran una fuente alternativa de status en la participación dentro de una subcultura que Cohen describe como maliciosa, no utilitaria y negativa. Expresan abiertamente una agresión que desagrada a la clase media; se burlan de los convencionalismos en las maneras y destruyen deliberadamente a la propiedad. Roban más para "mandar al diablo la cosa", que por el uso o la utilidad que pueden sacar de ella.
Esta fuerte reacción contra los valores de la clase media, dice Cohen, refleja la constante atracción de dichos valores entre la juventud de la clase trabajadora. Como los patrones de la clase media están profunda- mente arraigados y tienen una gran influencia, no pueden ser simplemente ignorados, sino deben ser más bien enérgica y persistentemente reprimidos. Un aspecto muy importante de la agresión, de la destructividad, de la rapiña y de otras formas de violencia y daño malicioso aparentemente sin propósito, es el significado simbólico y emocional que tienen para el delincuente, más que su valor utilitario. Conformándose a estos patrones desviados, muchos delincuentes se aseguran un status frente a sus compañeros, como un sustituto del que no pueden encontrar en una comunidad más amplia.
La subcultura y el grupo en el que ella se expresa surgen gradualmente entre la gente joven que se enfrenta a problemas similares; a medida que se relacionan unos con otros, tienden a explorar tentativamente algunas soluciones alternativas a sus dificultades, hasta que finalmente se configuran un patrón común de conducta y un repertorio de normas que encauzan sus emociones y sus deberes. Mientras la subcultura proporciona un medio para resolver —o aparenta resolver— sus dificultades, ella persiste, atrayendo nuevos miembros que también encuentran en ella una solución a sus propios problemas. Eventualmente, observa Cohen, "ella puede durar más tiempo que la vida de quienes han participado en su creación, pero sólo subsistirá mientras continúe sirviendo a las necesidades de aquellos que han sucedido a sus creadores".
A pesar de su apego a esta subcultura, muchos delincuentes, señalan Gresham M. Sykes y David Matza, no están totalmente liberados de un sentimiento de culpabilidad que refleja un fuerte apego a los valores y normas que han sido rechazados. Al "neutralizar" este sentimiento de culpa y mitigar la fuerza de los patrones convencionales —facilitando así el camino para la conducta delictiva—, la subcultura aporta un repertorio de justificaciones capaces de parecer válidas a los miembros adolescentes de la banda. La fidelidad a ésta se considera más importante que cualquier otro tipo de lealtad. La crítica externa y el peligro de la auto-acusación pueden evitarse asignando la responsabilidad de su conducta a fuerzas impersonales que han hecho de los delincuentes lo que son y sosteniendo que nadie sufre realmente con acciones como el tomar "prestado" el automóvil de alguien. Se defiende la agresión contra los demás afirmando que las víctimas de la violencia —el empleado deshonesto, el profesor injusto o el homosexual— "recibieron sólo lo que tenía que llegarles". Se desafía la legitimidad del castigo real o potencial atacando la honestidad o la integridad de los policías, los profesores, los jueces o incluso los padres.
Aunque la subcultura analizada por Cohen y por Sykes y Matza comprende una sustancial —aunque no especificada— proporción de la delincuencia pandillera, es obvio que no la comprende a toda. Richard Cloward y Lloyd Ohlin han dado así otro paso más en el estudio de la delincuencia al estudiar tres clases de pandillas delincuentes: la criminal, la conflictiva y la víctima del retraimiento. Las bandas criminales se dedican principalmente al robo, al secuestro y a otros tipos de actividades ilícitas con fines monetarios. Son más racionales que las bandas descritas por Cohen y más preocupadas por obtener el dinero que les permita comprar el estilo de vida y los símbolos materiales del status apreciado en la comunidad general. Los grupos conflictivos, que parecen semejantes a los analizados por Cohen, consideran la violencia como la fuente fundamental del status. La pandilla de retraimiento destaca el uso de drogas, un problema cada vez más grave entre los jóvenes de clase baja en las zonas urbanas, y otras "protestas" que están "fuera de este mundo".
Las condiciones básicas que dan nacimiento a estos tres tipos de pandillas son en buena medida las mismas y derivan del abismo que existe entre los objetivos y las oportunidades. El tipo de subcultura que surja de ello dependen en gran parte de la naturaleza de la vecindad urbana en que aparece.25 En aquellas zonas en que existe un mundo criminal adulto que ofrece a los adolescentes modelos de posibilidades de "carrera" ilícita, aunque atractiva, y además proporciona ayuda, estímulo e información, el grupo juvenil está en condiciones de convertirse en una banda criminal. Donde no hay un trasfondo adulto, los adolescentes carecen no sólo de oportunidades legítimas para tener acceso a los valores de la clase media, sino también de las oportunidades ¿legítimas que proporcionan las actividades criminales organizadas. Sin una guía, los jóvenes tienden a las manifestaciones explosivas y violentas con las que expresan sus sentimientos y se aseguran recíprocamente un estatus. El uso de drogas u otras formas de retraimiento, según Cloward y Obhlin, refleja un fracaso no sólo en las actividades convencionales, sino también en las conductas ilegales que están abiertas algunas veces a los adolescentes formados en los arrabales.
Estos tres tipos de subculturas delictivas son naturalmente abstracciones de la compleja y concreta realidad en que se dan las actividades y la organización de las bandas juveniles. Las pandillas criminales, por ejemplo, no están al margen de la violencia o incluso, en ciertas ocasiones, del uso de drogas, aunque pueden tratar de limitar ambas actividades.
Los grupos conflictivos también utilizan a veces las drogas o llevan a cabo robos bien planeados para obtener algún objeto deseado y no solamente como una forma de desafiar los valores de la clase media. Aun las bandas víctimas del retraimiento llegan a veces a la violencia, a la destrucción y al crimen.
A pesar de esta yuxtaposición, hay una tendencia en cada banda hacia uno u otro de estos patrones subculturales, y el predominio de un tipo de actividad puede influir significativamente en el futuro de los miembros del grupo. A medida que el joven delincuente se acerca a la madurez, aumentan las presiones que exigen la conformidad hacia las costumbres vigentes y la mayoría de ellos probablemente se convierten en adultos apegados a la ley. Sin embargo, entre aquellos que han vivido dentro de la subcultura criminal, los más adeptos a ella y más capaces se incorporan al mundo adulto del crimen en el que forian exitosas "carreras". Si los otros, junto con los miembros de grupos conflictivos que han restringido sus oportunidades de llegar a ser criminales "profesionales", no logran tener la adaptación necesaria a papeles adultos respetables, tenderán probablemente hacia alguna forma de conducta retraída.
Evasiones institucionalizadas
Semejantes en algunos aspectos a la desviación subcultural del tipo delictivo, existen varias "evasiones institucionalizadas" de las normas sociales.26 Actividades desviadas como la colusión en los casos de divorcio, el embotellamiento de licores en la época de la Prohibición, el empleo de "escritores fantasmas" en los trabajos académicos y el concubinato, son formas reguladas de conducta muy difundidas a pesar de los reproches que se les hacen. Al igual que lo que ocurre con una gran proporción de la delincuencia, son generadas usualmente por la propia vida social y por las normas que prohiben —o dificultan— su satisfacción. A diferencia de la mayoría de los casos de delincuencia, estas desviaciones de la ley o de la convención, aunque se sabe ampliamente que existen, provocan pocos esfuerzos para reprimirlas; en vez de ello son por lo común ignoradas O toleradas a menos que, por alguna circunstancia, ciertos casos individuales lleguen a atraer la atención pública.
Las evasiones reguladas se desarrollan sólo cuando la gente está de- terminada a hacer algo que está formalmente prohibido y la correspondiente ley o costumbre está tan firmemente apoyada que no puede ser repudiada o cambiada con facilidad. Como se mostró en el capítulo vII1, por ejemplo, muchos matrimonios no tienen éxito debido a ciertas características de la familia moderna, y muchas parejas llegan a divorciarse o desean hacerlo. En ningún Estado de Norteamérica, sin embargo, puede obtenerse el divorcio legalmente sobre la base del mutuo consentimiento o el simple deseo de marido y mujer. Se debe iniciar un juicio contra el otro; uno debe ser el culpable, el otro la víctima de esa culpa. En la práctica, pues, si ambos cónyuges desean disolver su matrimonio, se hacen por lo general discretos arreglos para que uno de ellos acuse al otro de actos que constituyen bases legales para el divorcio. Se ha calculado que la colusión, que en los Estados Unidos constituye un impedimento específico de divorcio si es conocida por la Corte, ocurre realmente en más del 90 por ciento de todos los casos. En el Estado de Nueva York, la única causa legal realmente efectiva para el divorcio es el adulterio, el cual, cuando ocurre, no es con frecuencia la razón más importante para disolver un matrimonio. Sin embargo, debido a las exigencias legales, se fabrica frecuentemente la evidencia con el acuerdo de ambas partes, colocando por lo general al marido en circunstancias aparentemente comprometedoras.
El juego en los Estados Unidos ofrece otro ejemplo de evasión institucionalizada de las normas sociales. Algunos juegos son legítimos, por ejemplo, las apuestas en el sistema de "quinielas" que admiten ciertos Estados de la Unión, pero otras formas —las apuestas de trasmano en las carreras, las "loterías" privadas, las máquinas traga-monedas— son ilegales en la mayoría de los Estados, con excepción de Nevada, que tiene toda una industria legalizada de juego. La tendencia al juego, que ha favorecido la aparición de una industria que se considera como una de las más grandes y productivas de la nación, tiene diversas causas. Para muchos negros y blancos de las clases bajas, el juego a los números ofrece cierta excitación al mismo tiempo que una oportunidad para obtener grandes sumas a cambio de pequeñas apuestas; sabiendo que hay poca probabilidad de que un esfuerzo serio y trabajador sea grandemente remunerado, vuelven sus esperanzas: hacia la suerte, esperando que la fortuna les sonreirá. Para los miembros de la clase media, no hay duda de que la apuesta, legal o ilegal, o las máquinas traga-monedas de juego, les proporcionan una emoción —al mismo tiempo que la posibilidad de obtener algún dinero extra— dentro de una rutina que de otro modo sería tediosa. Como alguna vez hizo notar el Mr. Dooley de Finley Peter Dunne, "el vicio sirve en gran medida para hacer soportable la vida... Hasta el mejor de los hombres saboreará siempre un pequeño vicio".
Durante la segunda Guerra Mundial y en los años subsecuentes, como dice Bell, "la fiebre del juego" alcanzó a "la nueva clase media alta que tenía su primera oportunidad para hacer un consumo considerable".
A pesar de la gran propensión al juego que se observa entre los miembros de varios grupos, han resultado infructuosos los esfuerzos tendientes a legalizar las apuestas clandestinas o manejar loterías públicas que canalizarían hacia el tesoro público algunos de los 12 a 30 mil millones de dólares que, según los cálculos, se gastan anualmente en los Estados Unidos. Los adversarios de la legalización del juego discuten su moralidad y expresan su temor en torno a las posibles consecuencias que tendría el sancionar públicamente una conducta que, aunque esté muy difundida, es considerada todavía por muchas personas, si no es que por la mayoría de ellas, como una conducta que no es completamente recta o adecuada. Por tanto, el juego ilícito continúa, interrumpido a veces por las redadas policiacas de corredores de apuestas clandestinas, organizadores de loterías y casas de juego. Estas redadas significan una reafirmación simbólica de la ley y de los principios morales que la inspiran, pero no sirven gran cosa para desterrar el gran deseo de arriesgar poco dinero con la esperanza de obtener ganancias rápidas.
Muchas evasiones reguladas pueden subsistir sin ninguna interferencia mientras no lleguen a tener amplia publicidad, en cuyo caso puede favorecerse la tentación de otros a violar las reglas correspondientes. Los funcionarios públicos pueden ignorar los aspectos turbios de la vida urbana (y muchas veces sacar provecho de ellos), a condición de que los reformadores no insistan en llamar la atención sobre el verdadero estado de cosas.
Los amantes no son sancionados a pesar de que sus amigos conocen sus actividades; los estudiantes pueden copiar sus trabajos académicos sin ninguna crítica por parte de sus compañeros. Pero si los amantes o los estudiantes tramposos son exhibidos públicamente, deben sufrir entonces las consecuencias.
Un ejemplo adicional de la relación que existe entre la sanción y la manifestación pública de las evasiones reguladas lo encontramos en las Islas Trobriand, donde, según informa Malinowski, son frecuentes las violaciones al tabú del incesto, por lo menos hasta donde éste:se aplica fuera de la familia nuclear; dichas violaciones no provocan por lo general ninguna acción, aun cuando sean conocidas por los otros miembros de la comunidad. Pero si llega a hacerse pública cualquiera de estas transgresiones, los ofensores deben ser castigados de acuerdo con la ley y la costumbre, a pesar de que haya otros que continúen llevando a cabo discretamente las mismas actividades.
Si las evasiones reguladas llegan a ser suficientemente difundidas, las propias normas pueden ser puestas en duda y cambiar. Los esfuerzos por reformar las leyes sobre el divorcio y legalizar el juego se suceden constantemente, aunque las fuerzas que sostienen las normas vigentes han sido bastante potentes para resistir a la mayoría de los cambios propuestos. Pero el conocimiento de que existen violaciones de ciertas leyes, extendidas y discretamente toleradas, puede corromper su moral o su autoridad legal. La Ley seca, por ejemplo, apenas sobrevivió una docena de años; su incapacidad para controlar el constante apoyo político y el desprecio general a las restricciones legales sobre las bebidas condujo finalmente al retiro de la Enmienda Octava.
Desorganización social y cambio social
Las diversas formas de desorganización social que conducen a la conducta desviada están estrechamente relacionadas con el continuo pro- ceso de cambio social. Es muy probable que no todos los cambios en los valores, instituciones, papeles, relaciones sociales y tecnología provocan desorganización. Muchas alteraciones culturales y estructurales representan mecanismos de ajuste a las nuevas circunstancias, o implican una solución a problemas persistentes y la eliminación de fenómenos de desorganización. No obstante, las innovaciones tecnológicas e institucionales, las transformaciones graduales de las prácticas y las creencias, y los nuevos patrones de interacción social, crean frecuentemente contra- dicciones y tensiones que generan la conducta no conformista.
En muchas partes del mundo, el cambio social impuesto por los extranjeros ha causado una desorganización sustancial de la cultura y la sociedad. Dondequiera que los europeos han ganado el control político, por ejemplo, en Asia, en Africa, en Oceanía y en Norteamérica, tienden a debilitar o destruir la autoridad de jefes y gobernantes locales. Los misionarios cristianos han tratado en muchas partes —por la fuerza, con el apoyo de las autoridades civiles o por la persuasión— de eliminar prácticas tradicionales, aunque no cristianas, como la poligamia y las relaciones sexuales-premaritales. La abolición de las prácticas acepta- das que han cumplido importantes funciones dentro del orden social exigen complejos reajustes que no siempre se logran exitosamente. Las innovaciones, aun introducidas con la mejor intención, han tenido a menudo efectos imprevistos y destructivos. Como dijera a la antropóloga Ruth Benedict un Digger* indio de California, "en el principio, Dios dio a todos una copa, una copa de arcilla, y de esta copa han bebido su vida... Todos la han sumergido en el agua, pero sus copas eran diferentes. Nuestra copa se ha roto ahora; ha desaparecido".
Sin embargo, la cultura europea no sólo ha sido impuesta por la fuerza, pues los pueblos nativos de casi todas partes copian ávidamente muchos objetos, técnicas e ideas de los occidentales. Las armas Ge fuego, los instrumentos modernos, la ropa procedente de fábricas y Otros productos manufacturados poseen un gran atractivo para quienes viven prácticamente en un nivel de subsistencia. Por ejemplo, en una de las tribus bantu de Sudáfrica, los BaKxatla, después de haber tenido contacto con la civilización europea, "las telas para vestir, las mantas, la ropa masculina, los arados, las Ollas, las hachas, los azadones, las cube- tas, las jofainas, los espejos, la loza, los abalorios, los aretes, los cerillos, el tabaco, la sal, el jabón, el té, el azúcar y el pan (encontraron) fácil venta, y muchos de ellos (llegaron) a ser considerados como objetos de primera necesidad más que de lujo".31 Aunque muchos africanos se vieron obligados a ir a las ciudades debido a la sobrepoblación moral y a la necesidad de obtener dinero para pagar los impuestos, también fueron estimulados por la posibilidad de ganar lo suficiente para comprar estos nuevos productos. Debido en parte a la superioridad tecnológica y política de los europeos, los nativos de muchas regiones adoptaron igual- mente otros rasgos culturales del Occidente —por ejemplo, el nacionalismo, el cristianismo y la creencia en la democracia—, aunque a menudo enfatizaban ciertos aspectos de las ideas e instituciones occidentales o las modificaban de acuerdo a sus propias necesidades.
Entre los BaKxatla, el contacto con la cultura europea y la dominación de los blancos significaron una considerable desorganización. La necesidad económica y el deseo de obtener un nivel de vida material más alto gracias a los blancos condujeron a muchos nativos a desplazarse a las ciudades, a las minas o a las grandes plantaciones donde podían obtener trabajo seguro.
La emigración llegó a ser eventualmente una regla normal entre la mayoría de los jóvenes. Aunque muchos regresaban a las aldeas durante alguna época del año o se quedaban allí definitivamente, otros permanecían fuera por largos periodos. Este ir y venir ha tenido graves repercusiones, sobre todo en el marco de la familia. En ausencia de su esposo, la mujer disfruta de una nueva independencia a la que con frecuencia no quiere renunciar cuando regresa el marido. Si éste permanece fuera mucho tiempo, la esposa puede buscarse un amante. Los hombres que viven solos por algún tiempo en una comunidad urbana heterogénea adquieren nuevas actitudes hacia la conducta sexual, de manera que cuando regresan a la aldea tienden a desdeñar frecuentemente las restricciones convencionales. Como numerosos jóvenes viven fuera de la tribu y la poligamia ha sido prohibida por la Iglesia, muchas muchachas que no quieren esperar a encontrar un hombre casadero se convierten en concubinas o emigran también a las ciudades.
El verse expuesto a normas o valores conflictivos, como ya indicamos, puede conducir al rechazo de ambas alternativas, esto es, a un estado de anomia, o carencia de normas, en el que no existen reglas sociales efectivas que rijan la conducta. Ante la disyuntiva de lo nuevo y la viejo, los hombres ignoran ambos y tratan de satisfacer sus deseos momentáneos sin tener muy en cuenta las normas de lo correcto o lo equivocado, sin ninguna seria preocupación por las aficiones sobrenaturales o la autoridad establecida. Como los lazos sociales tradicionales se han debilitado, quedan pocas formas efectivas de control social que pudieran prevenir la conducta desviada o evitar el colapso personal que es con frecuencia un resultado de la desorganización social. La anomia parece ser una característica importante entre los bantu que se han desplazado hacia las grandes ciudades de Sudáfrica. Los arrabales nativos en que están confinados los africanos, en los aledaños de ciudades como Johannesburg y Natal, muestran elevados índices de criminalidad, de alcoholismo, de prostitución y otras formas de conducta estigmatizada tanto por la cultura nativa como por la europea. En dichas ciudades se desarrollan también ideologías y movimientos políticos que buscan sin duda el poder, pero que representan por igual esfuerzos destinados a restaurar el sentido y el orden dentro de la sociedad africana.
Es claro que las influencias externas no son la única causa de cambio o desorganización. Aún las sociedades más tradicionales, estables y aisladas sufren en su oportunidad algunas modificaciones, y en las sociedades industriales son poderosas y persistentes las fuerzas inmanentes que llevan al cambio. Allí donde es estimulada la innovación, pueden introducirse con facilidad los nuevos objetos, técnicas, prácticas e ideas, a menudo con grandes e imprevisibles consecuencias. Los nuevos implementos o productos debilitan las costumbres que están ligadas a la tecnología tradicional. El automóvil, por ejemplo, aumentó la libertad de movimiento que por mucho tiempo ha sido considerada fundamental en la cultura norteamericana, y en alguna época el deseo de aprovechar esta libertad contribuyó en muchos lugares a hacer declinar la costumbre de ir a la iglesia los domingos.33 Al permitirle a la gente escapar de su comunidad local, el automóvil ayudó también a la disminución de las restricciones sociales sobre la conducta, permitiendo una mayor libertad que algunas veces puede desembocar en distintas formas de desviación o de creación.
A diferencia de la inventiva, los cambios en la estructura social aparecen a menudo casi en forma imperceptible, como resultado de la conformidad hacia las normas y los valores vigentes, aunque estos cambios pueden, por supuesto, ser promovidos o decretados por la propia ley.
A. este respecto, las instituciones pueden contener en su seno las semillas de nuevas relaciones y normas sociales. En los Estados Unidos, por ejemplo, los empresarios independientes que buscan su propio interés han transformado el sistema competitivo de pequeños productores en un sistema casi monopólico de grandes empresas. La industria y la ciencia contribuyeron a la prolongación de la esperanza de vida que ha cambiado la distribución de los grupos de edad; y el incremento en la proporción y número de los ancianos ha impuesto otras cargas a un nuevo sistema de familia nuclear incapaz de atender adecuadamente a miembros de edad avanzada. En la India, la práctica de dividir la tierra entre todos los herederos, en vez de trasmitir toda la granja a un solo hijo, ha dejado a muchos campesinos en posesión únicamente de pequeñas parcelas que no bastan para el sustento de sus familias, disminuyendo así el nivel de vida y forzando a mucha gente a abandonar la tierra para ir a las ciudades. Cuando tales cambios imprevistos crean problemas que no pueden resolver adecuadamente las instituciones y organizaciones establecidas, se producen presiones que pueden conducir a una conducta desviada, a cambios en la práctica o en la estructura, a la aparición de nuevos valores, o a todos estos resultados juntos.
Cuando los grupos numerosos son afectados por cambios sociales que rompen sus rutinas tradicionales o ponen en duda su status o sus : valores, pueden surgir esfuerzos organizados para introducir las reformas necesarias a la solución de sus dificultades: Así, los ancianos que se enfrentan a problemas económicos que no pueden resolver individual- mente, presionan en favor de pensiones y otras ayudas, creando algunas veces poderosos movimientos sociales y económicos, como ocurrió en California y en otras partes en los años treinta. Los trabajadores que son víctimas de la mecanización, más recientemente, de la automatización, apoyan a menudo las medidas destinadas a amortiguar el efecto de los cambios tecnológicos; en Inglaterra, entre 1811 y 1816, los luddistas* trataban de destruir las nuevas máquinas que, a sus ojos, amenazaban su subsisiencia y provocaban desempleo, mientras que los sindicatos norteamericanos están presionando actualmente en favor del reparto de utilidades y de las pensiones de retiro para ayudar a los que están siendo desplazados por la tecnología automatizada. Hoy en día, en los Estados Unidos, muchos pequeños empresarios amenazados por las grandes empresas y los grandes sindicatos tratan de limitar el poder de alguno de estos grupos, o de ambos, adoptando posiciones políticas conservadoras; lo mismo ocurrió en Francia, en época reciente, cuando esos mismos sectores apoyaron al movimiento semi-fascista de Poujade. El éxito o fracaso de estos esfuerzos depende de factores tan complejos e inciertos como el liderazgo, la organización, la ideología y las relaciones entre las fuerzas políticas actuantes.
Los movimientos sociales y políticos pueden también satisfacer otras necesidades que han sido estimuladas por cambios sociales de grandes dimensiones y por la desorganización que éstos generan. Si nuestra posición social es puesta en entredicho, la participación dentro de un nuevo grupo puede proporcionarnos una base alternativa de status. Para mucha gente, la participación en algunos nuevos esfuerzos colectivos sirve psicológicamente para remplazar los vínculos que han sido debilitados o destruidos. Si la vida parece vacía o sin sentido debido a que las ideologías o valores vigentes hasta entonces no parecen ya válidos, los nuevos patrones y creencias representan sustitutivos que dan cierto significado a la acción y proporcionan una aparente explicación satisfactoria sobre las cosas del mundo y el lugar que ocupamos en él.
Estas funciones de los movimientos sociales parecen haber ganado creciente importancia durante las pasadas seis o siete décadas a causa de las tendencias hacia la desorganización que parecían ser inherentes a la sociedad occidental. Muchos escritores —incluyendo, por ejemplo, a sociólogos como Émile Durkheim, Georg Simmel y Pitirim Sorokin, e intérpretes de las tendencias sociales como Lewis Munford y Erich Fromm— han sugerido que la gran división del trabajo, la difusión del individualismo, las crecientes aglomeraciorf8s urbanas y la extensión de la organización racional e impersonal dentro de la economía, el gobierno, etcétera, han debilitado o destruido los vínculos comunales, disminuyendo así el peso de los valores tradicionales y diluyendo las fuerzas del control social*5 La anomia que surge de estas tendencias favorece el aumento del colapso personal —suicidio y enfermedades mentales— y las distintas formas de conducta desviada, como el crimen, la delincuencia, la "bohemia" y otras excentricidades. También estimula los movimientos políticos totalitarios que ofrecen resolver los apremiantes problemas económicos y políticos, y devolver el sentido, la estabilidad y la seguridad —aunque sea a costa de un precio elevado.
La desorganización —y la reorganización— no son meros aspectos estáticos de la estructura social y cultural, sino procesos que están en movimiento continuamente, incluso en forma simultánea, dentro de la vida social. Cuando la desorganización llega a extenderse, es probable que algún grupo o grupos introduzcan nuevos valores o traten de ajustar mejor la realidad a sus necesidades y deseos. A medida que varios grupos se empeñan en eliminar las fuentes de donde proceden sus dificultades, surgen eventualmente las soluciones que pueden restablecer el consenso, la solidaridad y la integración de la cultura y la estructura social que se requiere para que la gente viva unida dentro de una sociedad ordenada —sólo para tener que enfrentarse, inevitablemente, a nuevos problemas que afectan por igual a los grupos y a los individuos.
Ely Chinoy: Conducta desviada y desorganización social (La sociedad, 1966) |
La sociedad. Una introducción a la sociología
Ely Chinoy
Fondo de Cultura Económica, 1966
Fecha de publicación original: 1966.
Conducta regulada y vida colectiva
ResponderEliminarLa sociología comienza con dos hechos básicos: la conducta de los seres humanos muestra normas regulares y recurrentes, y los seres humanos son animales sociales y no criaturas aisladas