Ely Chinoy: Cultura, sociedad e individuo (La sociedad, 1966)

Cultura, sociedad e individuo

Ely Chinoy

Capítulo IV de La sociedad. Una introducción a la sociología.


Sociología e individuo: el problema

La vida humana, decíamos, es vida social. El individuo aislado es una ficción filosófica (el "buen salvaje" de Rousseau o el hombre pro-social de Hobbes en constante lucha contra los demás seres humanos) o un accidente trágico, como en el caso del hombre salvaje. Los hombres no se aíslan para buscar separados una solución al problema de supervivencia. Viven juntos y participan de una misma vida común (una cultura) que regula su existencia colectiva y les ofrece métodos para adaptarse al mundo circundante y para controlar y manejar, dentro de ciertos límites, las fuerzas naturales.

Al considerar la experiencia humana desde un punto de vista sociológico, subrayando los aspectos colectivos de la vida social y los patrones de conducta establecidos y compartidos, parece que descuidamos al individuo. Los sociólogos estudian la sociedad y la cultura, las normas y las relaciones sociales, las creencias colectivas y los valores generales, la estructura social y la conducta, como entidades diferentes a los individuos que se desvían o se ajustan a las normas sociales, que se adhieren a las creencias y valores que predominan en su grupo, y que participan en las relaciones que integran las estructuras sociales. Sin embargo, sociedad y cultura, como todos los demás términos abstractos que utilizamos, no viven, ni se comportan, ni responden, ni se adaptan, ni se ajustan a nada, como no sea únicamente en sentido metafórico. Hay que recordar que la sociedad está formada de individuos que se relacionan entre sí y como miembros de distintos grupos. La cultura abstracta se concreta sólo en las mentes y acciones de las personas individuales.

Este postulado no significa que critiquemos esos conceptos, pues, como indicábamos más arriba, es precisamente el proceso de abstracción y de análisis, y la utilización de las ideas que de él resultan, lo que constituye el meollo de la ciencia social y de cualquier otra ciencia.

Puesto que el carácter abstracto del análisis sociológico parece contrastar tajantemente con el aspecto concreto de la persona individual (aunque en este caso podemos afirmar que la psicología también utiliza abstracciones: el yo, la actitud, el impulso, la represión, el estímulo, etc.), es necesario considerar la relación entre sociedad e individuo, entre cultura y personalidad. Esta discusión será forzosamente parcial porque la aclaración fundamental se realizará cuando analicemos posteriormente sociedad y cultura.

Podemos aceptar, en parte, este procedimiento que ignora a los individuos y las diferencias que existen entre ellos, debido a que la sociedad y la cultura no dependen de ninguna persona específica, en cuyas actitudes y acciones encuentren su expresión; con todo, estos factores pueden cambiar durante la vida del individuo o alterarse por su esfuerzo, y cstán presentes cuando aparece y persisten cuando desaparece. Linton afirma:

Aunque desagrade a los vanidosos, hay muy pocos individuos que sean algo más que simples incidentes en la historia de la vida de las socie dades a que pertenecen. Desde hace mucho nuestra especie alcanzó aquel punto en que los grupos organizados, y no sus miembros aislados, llegaron a ser las unidades funcionales en la lucha por la existencia.


El individuo como producto social

A grandes rasgos, el individuo puede considerarse como un producto de su sociedad y su cultura. Al nacer, el niño recibe como herencia algunos patrones fijos de conducta, y, en primer término, las respuestas automáticas conocidas como reflejos: agarrar, chupar, parpadear, reflejo rotular, etc.; posee un aparato físico más o menos determinado y puede crecer y madurar. Es capaz de aprender y este hecho es distintivo del organismo humano; tiene impulsos y necesidades —hambre y alimento, sed y bcbida, libido (para utilizar la terminología freudiana) y satisfac ción sexual, así como todas las potencialidades de respuestas emocionales : enojo, temor, amor, odio. Pero los rasgos genéticos y las potencialidades individuales sólo se desarrollan y adquieren forma dentro de una experiencia en el ámbito social. Lo que se come, cuándo y cómo, si se emplea leche de cabra, de vaca, agua de coco, o vino para saciar la scd, con quién se asegura la satisfacción sexual y los objetos y naturaleza de las respuestas emocionales, depende de la cultura y de la estructura de la sociedad.

El organismo humano en bruto, el material biológico, se transforma en una persona social capaz de participar en la vida de su sociedad sólo mediante la experiencia social; su supervivencia misma depende de los demás. Estas conclusiones no tienen nada de novedoso; últimamente se ha descubierto un "experimento" que en el siglo x111 realizó el emperador Federico II.

Otras de sus locuras era averiguar qué lenguaje y modos de expresión emplearían ciertos niños, cuando creciesen, sin que antes se les hubiese hablado. Así que ordenó a sus madres adoptivas y a sus nodrizas que amamantaran a los niños, que los bañaran y los lavaran, pero que de ningun manera los .arrullasen o les hablasen porque quería saber qué lengua hablarían primero: ¿el hebreo —la lengua más antigua— el griego, el latín, el árabe o, quizás, la lengua de sus padres? Pero su trabajo fue inútil porque todos los niños murieron: no podían vivir sin las caricias, las sonrisas y las dulces palabras de sus madres adoptivas. De allí que ese tipo de canciones se llamen de cuna, porque una mujer canta cuando mece la cuna de su niño, al dormirlo; sin ellas, todos los niños duermen mal y jamás descansan.?2 Esta conclusión se ha reforzado empíricamente gracias a investigaciones recientes dirigidas en particular por René Spitz, que comparó a los niños de un orfanatorio, y a los niños de un pueblecillo aislado de pescadores, cuyas condiciones físicas eran deficientes, con un grupo de niños de clase media y, especialmente, con los bebés de una guardería adjunta a una institución penal para muchachas delincuentes.? En el orfanatorio, las condiciones médicas, nutritivas e higiénicas eran buenas, pero los niños recibían muy poca atención personal por parte de las niñeras (cada niñera, por más maternal que fuese, podía dedicarle poco tiempo a un solo niño, porque era responsable de ocho). En la institución venal las condiciones físicas eran semejantes, pero los niños estaban mejor cuidados por sus madres. La conclusión que se obtuvo de estas observaciones fue que "la ausencia del cariño, el estímulo y el amor maternos producía no sólo un desarrollo físico y emocional limitados, sino también una alta tasa de mortalidad". O, utilizando las palabras de un famoso psicoanalista, diremos que "los niños sin cariño se mueren".! (Esta conclusión se aplica principalmente, sin embargo, a la segunda mitad del primer año de vida del infante.) Los descubrimientos específicos de Spitz han sido criticados principalmente desde un punto de vista metodológico, pero otras investigaciones han comprobado, por lo general, el hecho de que una relación "paterna" o "materna" adecuada es vital para el desarrollo".*

El niño, así como el adulto más tarde, aprende sus hábitos, sus actitudes, sus creencias y los valores de su cultura de quienes lo cuidaron cuando era pequeño y luego de otras personas. Aprende a satisfacer sus necesidades dentro de los cánones aprobados por su sociedad para poder desempeñar más tarde las funciones que se le exigirán. Sus gustos y sus aversiones, sus esperanzas y sus ambiciones, las mismas interpretaciones que formula acerca de su sociedad y de lo sobrenatural (si algún día llega a tener nociones de este tipo) se desprenden del mundo que lo rodea. Tanto los patrones de respuestas emocionales (la formalidad y la reserva británica, así como la campechanería y sinceridad norteamericanas, son tradicionales y, en parte, clisés justificados), como los modos de percepción y entendimiento, están bajo la influencia de la cul tura que va a llegarnos a través de las actividades de otras personas.

La influencia social permea hasta el fenómeno ostentosamente "privado" de la percepción; para ilustrarlo echemos mano de la "historia moral del campesino y el grillo".

Un campesino, que caminaba por una ruidosa calle citadina, tomó del brazo a su amigo, nativo de la ciudad, y le dijo:.

—Escucha el chirrido del grillo.

El citadino no oyó nada hasta que su bucólico amigo lo llevó hasta una grieta en la fachada de un edificio; el grillo se exhibía sin que las multitudes lo oyesen.

—¿Cómo es posible que adviertas ese sonido tan débil en medio de tanto ruido? —preguntó maravillado el citadino.

—Mira —contestó el otro, al tiempo que arrojaba una moneda sobre la banqueta. Más de una docena de peatones volvió la cabeza al oír el débil sonido." Personalidad y experiencia social.

El individuo es mucho más que un mero conjunto de costumbres, creencias, objetivos, valores, respuestas emocionales o actitudes, que responden siempre a patrones culturales. Este conjunto de elementos psicológicos se organiza dentro de una estructura que se conoce generalmente como la "personalidad" del individuo, en la que todas las partes no están dispuestas al azar sino en relación las unas con las otras. Una personalidad posee atributos que la convierten en algo más que la simple suma de esas partes (el término personalidad es tan difícil de definir y es empleado de maneras tan diversas, como el término sociedad, o quizás más aun. Con todo, muchos psicólogos convendrán en que de cualquier modo que se emplee esa palabra, se designará siempre a algún tipo de organización o estructura psicológica. Los psicólogos no concuerdan entre sí cuando se ponen a investigar los elementos que constituyen la personalidad o cuando hablan de los mecanismos con los que funciona un sistema psicológico en su totalidad ).

La estructura de la personalidad, así como muchos de sus componentes —costumbres, actitudes, valores, creencias— se apoya en bases fisiológicas y anatómicas, pero deriva principalmente de la cultura, a través de las relaciones sociales. Nuestro conocimiento de los procesos mediante los cuales la cultura y la sociedad afectan el desarrollo de la personalidad se debe en gran medida a las contribuciones de tres investigadores: Charles Horton Cooley, un economista que se hizo sociólogo y uno de los más importantes teóricos y maestros de la sociología; George Herbert Mead, contemporáneo de Cooley, filósofo y psicólogo social; y Sigmund Freud, el fundador del psicoanálisis y quizás el hombre que más influencia ha tenido en el estudio de la conducta humana en los últimos setenta y cinco años.

Cooley fundamentó sus conclusiones principalmente en observaciones cuidadosas, aunque poco sistemáticas, de la conducta de sus propios hijos y de las cosas que sucedían a su alrededor; eso, unido a su profundo conocimiento de la literatura antigua, le permitió subrayar la importancia de pertenecer a "grupos primarios": la familia, los grupos de juego y las vecindades. Durante la infancia, el periodo más plástico del desarrollo, el individuo es fundamentalmente miembro de esos grupos; dentro de ellos, adquiere los sentimientos y características básicamente humanos, al mismo tiempo que aprende los modos de vida de su sociedad. (Estos grupos son "primarios" porque son "esenciales" para determinar la naturaleza social y los ideales del individuo": son "la casa cuna de la naturaleza humana".).

Utilizando los trabajos anteriores de William James y del psicólogo James M. Baldwin, Cooley exploró también la relación entre la sociedad y el "sí-mismo", la conciencia y el sentimiento individual de la propia identidad social y personal. Aunque para Cooley "la emoción o el sentimiento de ser "sí-mismo' debe considerarse como un instinto" (punto de vista que no comparten otros estudiosos de la personalidad), éste sólo se "define y se desarrolla con la experiencia"? y particularmente con la experiencia social. A través del lenguaje, que posee sin lugar a dudas un carácter social, el individuo obtiene las ideas que adopta como propias. La actitud con que cada individuo considera su propio carácter —+físico, psicológico y social—, puede cambiar significativamente ante la actitud de los demás. Si los demás aprueban sus acciones o su aspecto, o él piensa que así es, entonces él también las aprueba, o al contrario.

Cooley llamó a esta auto-imagen el espejo del "sí-mismo" que "parece tener tres elementos principales: la imagen de nuestro aspecto para otras personas; la imagen de su juicio sobre ese aspecto; y una especie de sentimiento personal como el orgullo o la mortificación".

El "sí-mismo" es uno de los elementos más importantes entre los que integran la personalidad; la importancia de las costumbres, de las actitudes, de los valores y creencias depende de su relación con los sentimientos que uno tenga acerca de su propio ser. Se responde con mayor rapidez e intensidad a los acontecimientos externos que afectan a la imagen que tenemos de nosotros mismos, que aquellos en los que el propio ser no está incluido. El que participa en una conversación de grupo pone mayor atención cuando oye alguna alusión vaga sobre él, aunque provenga de un rincón alejado y no "oiga" nada más. Se mantiene calmado y objetivo ante la discusión de distintos temas y sólo se levanta indignado o complacido cuando los comentarios pueden referirse a su persusa, a sus actividades o a su relación con los demás.

La contribución de Mead —considerada, tanto por él como por otros, como una continuación de las ideas de Cooley—, centra su enfoque también sobre el "sí-mismo" en tanto que producto social. "El "sí-mismo', escribe, tiene un carácter diferente del organismo fisiológico en sí. El "sí-mismo' es algo que se desarrolla, que no está originalmente en el nacimiento, sino que surge del proceso de la experiencia y la actividad sociales; es decir, se desarrolla en un individuo dado como un resultado de sus relaciones con ese proceso en su totalidad y con otros individuos envueltos en ese proceso." 11 La cualidad distintiva del "sí mismo" es que "es un objeto para sí"; puede lograr alguna objetividad y distancia al mirarse o evaluarse. Los elementos principales para que el "sí-mismo" emerja, son el lenguaje y el desempeño de ciertas funciones. La importancia crucial del lenguaje está en el hecho de que permite que el individuo se coloque en el lugar de los demás y actúe como ellos pudieran hacerlo. Como resultado de este proceso continuo de desempeñar el papel de los demás, surge un "sí-mismo" que posee la capacidad de considerarse desde ese punto de vista y, por tanto, capaz de orientar su conducta según los otros lo deseen. "El individuo, dice Mead, se experimenta a "sí-mismo" no directa, sino indirectamente a través de las cpiniones de otros miembros individuales de su mismo grupo social o desde el punto de vista generalizado del grupo social al que pertenece."

Cuando los miembros de un grupo comparten un punto de vista hacia los demás y responden de la misma manera a su conducta, se crea una institución.

Los trabajos de Mead son principalmente especulativos v se basan en las observaciones que hizo acerca de su propia conducta y de los que lo rodeaban; además, incluyó sus estudios sobre literatura filosófica y psicológica. Sin embargo, se han obtenido los mismos resultados mediante la cuidadosa investigación empírica. El conocido psicólogo suizo Jean Piaget rcsumió los resultados de un estudio meticuloso y arduo sobre la conducta infantil, con las palabras siguientes: "La vida social es necesaria si el individuo pretende tomar conciencia de su propia mentalidad."

Para Freud, las relaciones familiares son el factor central para el desarrollo de la personalidad, a pesar de que mantiene una creencia firme en el carácter instintivo y permanente de los impulsos humanos. Sin detenerse a examinar el carácter institucional de la familia, examinó con minucia la interacción compleja que existe entre la madre, el padre y los hijos, y sus consecuencias psicológicas. En esta interacción, el niño se identifica con sus padres —generalmente el hijo con el padre y la hija con la madre— e incorpora en su propia personalidad las normas que ellos le imprimen. Este padre "introyectado", es decir, la imagen paterna que se integra en la personalidad infantil, es llamada por Freud el "super-ego"; además, señala que sirve "como vehículo de la tradición y de todos los valores establecidos que se trasmiten de generación en generación". El super-ego no sólo incorporados valores con que la persona juzga su "sí-mismo" o su yo, sino todos aquellos conceptos de la realización que le llegan principalmente a través de sus padres, y que el individuo trata de realizar para lograr el ego ideal, si lo decimos en lenguaje freudiano. (Como Mead, Freud también advirtió que "el yo puede considerarse o tratarse como un objeto, observarse, criticarse y hacer todo lo que le venga en gana consigo mismo".15 Objetivos e ideales, así como normas y patrones morales, derivan de la interacción social y psicológica que hay entre los padres, o sus sustitutos, y el niño.

Trabajos psicoanalíticos recientes, sin tomar en cuenta a los analistas ortodoxos, han subrayado el papel de la cultura y de los elementos "interpersonales" en el desarrollo de la personalidad; enfoque que refuerza la estrecha relación que existe entre el individuo y su cultura y la sociedad.

Este resumen excesivamente breve no hace justicia a las contribuciones que Freud nos ofreció para comprender mejor al hombre. Su obra capital fue esencialmente psicológica y trata de la estructura y el funcionamiento de la personalidad, sus desórdenes y el desarrollo de los métodos susceptibles de paliar esos desequilibrios. Su obra posterior intentó explicar psicológicamente muchos fenómenos sociales, pero ni ella, ni sus teorías específicamente psicológicas, nos conciernen en este capítulo.

La obra de estos iniciadores ha sido elaborada y estudiada con gran cuidado por otros investigadores; el análisis teórico ha sido corregido y enriquecido por ellos, y han utilizado la investigación empírica para explorar los procesos por los cuales se forma una personalidad. Sólo que la influencia de la cultura y la sociedad sobre la personalidad y el individuo no se limita a los primeros años de vida y al proceso de socialización: ningún individuo se evade de su ambiente social. Como ya lo hemos afirmado, parte de la cultura la incorpora a su personalidad —interiorizándola o exteriorizándola según sea el caso— a través de patrones de respuesta, de valores, de actitudes, de deseos y hasta de puntos de vista sobre el mundo que lo rodea; este conjunto de patrones afecta su conducta ulterior. Las relaciones sociales que crea en su vida inicial moldean definitivamente su personalidad, como Freud lo demostró plenamente. Con todo, la personalidad no es sólo un producto de la experiencia pasada, sino que se inserta en procesos sociales en constante desarrollo. El individuo es siempre "un foco de asociación",16 pertenece a un número mayor o menor de grupos que pueden ir graduándose en tamaño y en carácter, desde la familia y la amistad informal hasta la nación. Además, puede ocupar status que no lo afectan necesariamente en ningún grupo social en particular. Cada afiliación y status lleva consigo un papel, un conjunto de posibilidades de conducta que pueden incorporarse a la personalidad individual o violentarla mediante las sanciones sociales. Sus respuestas a las exigencias sociales y a las de otras personas con las que se pone en contacto adquirirán el tinte de la personalidad que se le imprimió en su edad temprana, aunque ésta puede a su vez cambiar de distintas maneras.


La explicación sociológica

La estrecha relación que existe entre el individuo y su medio social hace posible explicar algunos aspectos de la conducta humana sin acudir directamente a referencias de carácter psicológico. La mayor parte de la gente está tan socializada que tiende a imitar las normas de los grupos a que pertenece; y con excepción de los casos en que se producen presiones psicológicas o sociales que señalan lo contrario, basta saber el tipo de grupo al que el individuo se ha asociado para predecir o establecer algunas de sus acciones. Si se sabe la clase social a la que pertenece un inglés se puede predecir casi de antemano si dirá "casa" u "hogar" cuando se refiera a su residencia (lo primero corresponde a la clase alta; lo segundo, no), o si dirá "rico" o "adinerado" cuando se refiera a sus circunstancias económicas o a las de otros (el primer adjetivo lo empleará un hombre de la clase alta, el segundo no). Es posible asegurar que los norteamericanos de la clase media —aunque puedan tener distintas personalidades— tienen sólo una esposa, se refieren a la "cena" cuando se trata de la comida de la noche, tienen coche, refrigerador, televisión y esperan enviar a sus hijos a la universidad.

Desde el punto de vista de la relación que existe entre el individuo y su sociedad y su cultura, es posible suponer también que las personas que tienen características sociales similares y que han pasado por las mismas experiencias podrán comportarse, en general, aproximadamente de la misma manera, aun cuando su conducta no se incluye dentro de lo que prescriben ciertas instituciones o cuando tiene distintas alternativas que la misma cultura les ofrece. Si los norteamericanos participan del mismo status económico, del mismo lugar de residencia y del mismo ambiente religioso, es posible predecir, con un buen margen de seguridad, la manera como habrán de votar en las elecciones (los porcentajes de seguridad aumentan si se excluye al sureño, que pertenece sólo a un partido). La educación de cada gente determina también la forma de su conducta: los libros que lee, los programas de radio o televisión que sigue, sus diversiones o intereses, etcétera.

Estas mismas proposiciones generales pueden ser útiles también para explicar ciertos cambios de conducta. Si se observan diferencias en el lenguaje, en el vestido, en la forma de votar, en la forma de comer, en las relaciones entre padres e hijos, en las actitudes, en las creencias, etcétera, es posible que las expliquemos, en parte, con las normas contradictorias de los grupos a que pertenecen los hombres y en la variada experiencia social que la gente puede tener.

Debe entenderse, sin embargo, que las conclusiones empíricas específicas que se obtengan de esas proposiciones son siempre postulados de frecuencia o probabilidad relativa. Los obreros manuales tienden casi siempre a considerarse como miembros de la clase trabajadora, pero un reciente estudio ha demostrado que sólo el 77 % de los obreros manuales urbanos hacen esta distinción.18 Muchas personas "juran" que cumplirán con su deber cuando se les da un cargo oficial en los Estados Unidos, pero sólo muy pocos "afirman" que lo harán. O para cambiar de ejemplo, la moral de los trabajadores industriales aumenta cuando hay grupos de trabajo bien establecidos dentro de la fábrica, pero su moral baja cuando los grupos de trabajo se enfrentan a ciertos problemas.

Estas proposiciones empíricas se fundamentan estadísticamente debido en parte a la complejidad de la vida social. Los trabajadores manuales poseen además de su ocupación otros atributos que pueden influir para que se identifiquen a cierta clase social. Los trabajadores manuales que no se consideran como miembros de la clase obrera son generalmente más educados y provienen de familias de empleados con mucho mayor frecuencia que aquellos que aceptan la identificación de obreros.20 Las creencias religiosas hacen que los cuáqueros "afirmen" su responsabilidad cuando asumen un cargo público, en lugar de "jurar" según la forma convencional. Otros muchos factores, además de las relaciones que hay entre los compañeros de trabajo, pueden influir en la conducta de los trabajadores de una fábrica. Desde el momento en que es imposible tomar en cuenta todas las variantes sociales y culturales que afectan la conducta humana, se presentará siempre un margen de error en los análisis y predicciones sociológicos. En este sentido, la sociología no es un campo aparte, porque todas las ciencias empíricas pueden presentar, en mayor o menor grado, la misma desventaja.


Personalidad y cultura

Las proposiciones sociológicas se presentan a menudo bajo la forma de postulados de frecuencia o probabilidad; ello obedece no sólo al número y complejidad de las variantes sociales y culturales que se encuentran en juego, sino también a que los atributos personales pueden alterar las respuestas individuales frente a ciertas normas culturales o frente a las demandas o exigencias de los demás. Las personas sugestionables seguirán inmediatamente los consejos de un anuncio comercial de la televisión, mientras que otras permanecen indiferentes; los niños agresivos participan rápidamente en cierto tipo de juegos, en tanto que los niños tímidos buscan otras actividades. La sugestión de ciertos sociólogos y psicólogos sociales en el sentido de que la personalidad es esencialmente el "aspecto subjetivo de la cultura"? puede considerarse como una extremada simplificación de las complejas relaciones que existen entre la personalidad y la cultura. Esta proposición, que ha logrado gran difusión, se apoya en una concepción errónea de la naturaleza de la cultura, e ignora algunos descubrimientos psicológicos de gran envergadura. La cultura, como ya lo señalábamos, es un concepto abstracto que representa un esfuerzo por descubrir e identificar los patrones repetitivos de conducta compartidos por los miembros de un grupo, no toma en cuenta o soslaya los aspectos individuales y la idiosincrasia de la conducta a que se enfrentan los estudiosos de la personalidad. Un concepto que deriva de la observación de la conducta de los individuos concebidos como miembros de grupos, no puede aplicarse fácilmente a la estructura y a la dinámica de la personalidad.

Considerar la personalidad como "el aspecto subjetivo de la cultura" es, pues, reducir al mínimo las diferencias individuales que persisten tanto por razones sociales como psicológicas. Ningún individuo particular puede incorporar la totalidad de su cultura; ni siquiera todos los elementos que de ella entran en su experiencia. El niño norteamericano de clase media no estará expuesto a los mismos patrones culturales que el hijo de un obrero minero o el hijo de una estrella de Hollywood. Aunque los tres vean las mismas películas o los mismos programas de televisión, lean los mismos libros, el contenido específico de cada cosa será interpretada de manera distinta, en algún grado al menos, y por lo mismo tendrá consecuencias diversas.

El seguir las mismas normas sociales no influye necesariamente y de la misma manera en todas las personas. Un niño puede verse obligado a estar limpio desde muy pequeño o puede aprender gradualmente que es mejor estar limpio que sucio. En ambos casos ha aprendido la norma social, pero los resultados emocionales no serán los mismos. Cualquier elemento que derive de la cultura puede jugar distintos papeles en la economía psíquica de los individuos.

Ni siquiera la identidad del ambiente cultural y la experiencia social pueden eliminar las variaciones individuales, porque el equipo biológico singular que cada persona posee influye necesariamente en la formación de su personalidad. El hombre no es una fabula rasa sobre la que inscribe sus rasgos la cultura; ni, para cambiar de imagen, es un montón de barro que pueda moldear la sociedad. Su personalidad es el producto de la interacción entre su equipo biológico congénito y su experiencia en la cultura y la sociedad; no es la suma que se obtiene de la simple adición de la cultura al organismo. Lo que se llama muchas veces temperamento, es decir, la manera generalizada de la respuesta —rápida o lenta, flemática o vivaz— parece resultar esencialmente de las funciones biológicas. "Ninguna cultura ya estudiada, comenta Ruth Benedict, ha sido capaz de borrar las diferencias en los temperamentos de las personas que la componen." Las variaciones temperamentales, a su vez, pueden afectar las respuestas individuales del individuo a la cultura dentro de la cual ha nacido una persona. Una persona flemática que viva en una cultura rápida y extenuante, responderá de manera diversa a como lo hace una persona activa y vivaz; la función que escoja (si puede elegir) y la manera como la realice pueden cambiar según sus características temperamentales.

La estrecha relación que existe entre el individuo y su medio social, y el hecho de que derive gran parte de su personalidad de la cultura de su grupo y a través del proceso de interacción con los demás, no puede significar que es simplemente el instrumento de su sociedad o que su personalidad sea sólo un reflejo de su cultura. La relación entre sociedad o individuo no es la de titiritero y títere, en la que el individuo se mueve según se jalen las cuerdas. "Ningún antropólogo (o sociólogo), dice Ruth Benedict, que tenga cierta experiencia sobre otras culturas, puede pensar que los individuos son autómatas guiados mecánicamente por los designios de su civilización."28 El individuo no es simplemente una cinta magnética de su cultura, si es posible usar esta metáfora, aunque a veces reproduzca parte de lo grabado, según las circunstancias.

Debe considerársele como un ser activo que puede o no actuar de una manera estandarizada, pero que también posee la capacidad de innovación y desviación para que, mediante sus acciones, pueda alterar e influir en la naturaleza de su cultura y su sociedad.


Las perspectivas psicológicas y sociológicas

La sociedad y la cultura, por una parte, y el individuo y la personalidad, por la otra, no son entidades diferenciadas tajantemente, aunque intentamos analizar sus relaciones entre sí como fenómenos distintos. Mejor dicho, cada uno representa una faceta de la vida humana; cada uno se relaciona y depende del otro. Constituyen diferentes focos conceptuales para explorar la naturaleza de la acción humana. Los individuos no pueden subsistir fuera de la cultura y la sociedad, y esta última adquiere su realidad sólo en la personalidad y conducta de los individuos. Cada persona es, simultáneamente, un participante en la vida del grupo, un portador de cultura y una personalidad distinta, así como un organismo biológico sensible. Edward Sapir ha diferenciado gráficamente la cultura de la personalidad, considerándolas como perspectivas alternativas para observar y analizar la conducta humana: Si veo que mi hijo juega a las canicas, no deseo, por lo general, alcanzar el conocimiento de la técnica del juego. Casi todo lo que yo observo acerca de él tiende a interpretarse como una contribución al conocimiento de la personalidad del niño: es audaz o tímido; alerta o se confunde fácilmente; sabe perder o no sabe, etcétera. El juego de canicas sería en resumen una excusa para revelar ciertos datos o teorías acerca de la constitución psíquica de un individuo en particular. Pero cuando veo que un obrero calificado aceita un generador eléctrico o que un mandarín refinado se sienta a la mesa en calidad de huésped académico, es casi inevitable que mis observaciones revistan la forma de notas etnográficas cuyo resultado neto pueden ser hechos o teorías acerca de ciertos patrones culturales, como el de manejar un generador eléctrico o el de las costumbres de los chinos.

Los mismos problemas de conducta pueden conceptualizarse desde un punto de vista sociológico o psicológico. La conducta humana puede estudiarse en relación con la organización y funcionamiento de la cultura y la sociedad. Comprar un abrigo de armiño, por ejemplo, puede considerarse como una acción que produce cierta satisfacción al yo del que lo compra (o a su esposo), o como una conducta que contribuye al status de una mujer (o de su familia) en la comunidad. Estas dos perspectivas son obviamente las de la psicología y la sociología. Pueden unirse naturalmente en una observación como la siguiente: la compradora debe en parte la satisfacción de su yo al status que adquiere en la comunidad.

Las preocupaciones características del psicólogo y del sociólogo los conducen a menudo a interpretaciones distorsionadas de la conducta humana, contra las que ambos deben prevenirse. Cuando observa al individuo, el psicólogo pierde de vista a veces, la influencia de las normas sociales y de la estructura social sobre la personalidad. Por su parte, el sociólogo suele equivocar ciertos conceptos como cultura, sociedad, institución y papel, haciendo que abstracciones que se apoyan en la observación de acciones repetidas se conviertan en entidades concretas y activas que poseen aparentemente la fuerza y el poder "de forzar y modelar a la gente", con fines y propósitos muy distintos de los que corresponden a seres humanos y activos.

Cada una de estas aproximaciones nos permite explicar distintos aspectos de la conducta; aisladamente, son incapaces de explicarla en su totalidad. El sociólogo pretende explicar, por ejemplo, la recurrencia de cierta especie de enfermedad mental dentro de algunos grupos sociales, mientras que el psicólogo trata de entender la enfermedad mental de individuos particulares dentro de ese grupo o la dinámica interna de la enfermedad en sí. De la misma manera, cl estudioso de la sociedad trata de probar que el porcentaje de alcoholismo es bajo entre los judíos y alto entre los católicos irlandeses. Las preguntas importantes serían: ¿Cuáles son las diferencias en los valores, en la experiencia, en las actitudes y en las relaciones sociales, que pueden explicar los distintos porcentajes de alcoholismo? El explicar por qué una persona en particular —un judío o un irlandés católico— se vuelve alcohólica, mientras que otro no, está dentro del dominio de una encuesta psicológica. El alcoholismo o cualquier enfermedad mental pueden ser vistos como una aflicción que sufre el individuo o como una forma de patrones de conducta que opera en cierta medida dentro un grupo determinado.

Hay, por supuesto, un área indeterminada de imbricación en donde cada una de las perspectivas (o las dos juntas) puede ser útil e importante. Relativamente pocos judíos se vuelven alcohólicos; pero para explicar ese hecho pueden necesitarse categorías sociológicas o psicológicas, o utilizarse unidas. Sólo la investigación sociológica puede probar las alternativas. Los judíos que se vuelven alcohólicos pueden ser personalidades características o pueden encontrarse en situaciones particularmente difíciles o haber tenido experiencias sociales poco frecuentes. Así, su afición al alcohol puede explicarse por la interacción de los rasgos específicos de la personalidad, y por las circunstancias sociales y culturales.

Al conceptualizar el mismo fenómeno, el sociólogo y el psicólogo llegan a distintos planteamientos. El tipo de preguntas ayuda a determinar obviamente la naturaleza de las respuestas que se reciban. Si se trata de explicar por qué un individuo se da a la bebida, se requiere una respuesta psicológica; una respuesta que se refiera sólo a valores, instituciones O relaciones sociales es muy poco significativa. Por otro lado, los procesos psicológicos no podrán explicar cl porcentaje de alcoholismo en ningún grupo: este hecho deberá explicarse por razones sociológicas.

Pero el hecho de que el análisis psicológico y sociológico deba conducirse independientemente, no hace ni deseable ni posible que las dos perspectivas se separen totalmente. La compleja realidad de la vida humana y la obvia interdependencia del individuo y la sociedad exigen que cada disciplina se utilice para ayudar a la otra. Ya hemos señalado algunas de las maneras mediante las cuales se altera la personalidad por la cultura y la estructura social. Aun cuando muchos planteamientos psicológicos puedan resolverse sin referirse a las fuerzas externas al individuo, frecuentemente es necesario colocar sus problemas dentro de un contexto cultural y social. La culpa y la frustración, por ejemplo, son procesos psicológicos de considerable importancia en la dinámica de la personalidad, pero su presencia y a menudo su significación derivan de la experiencia social de la persona. La culpa sólo puede desarrollarse cuando se ha violado —o se cree haber violado— alguna norma social que ha sido incorporada a la personalidad. La frustración es a menudo el resultado de un fracaso para lograr algún objetivo socialmente definido, o el impedimento social para satisfacer los impulsos biológicos primarios.

De la misma manera, la sociología debe tomar en cuenta los fenómenos psicológicos y utilizar también conceptos psicológicos. Las organizaciones y los valores sociales producen respuestas psicológicas que pueden jugar un papel importante para determinar ciertos patrones de conducta recurrentes. Cuando se examinó por qué Kate Smith pudo vender en un solo día 39 millones de dólares en bonos de guerra, durante la segunda Guerra Mundial, se encontró que una de las principales razones del éxito fue la aparente sinceridad de la vendedora. Esta cualidad atrajo al público que, fascinado por la experiencia y posición social de la vendedora, sintió "un anhelo de seguridad, una necesidad imperiosa de creer, un vuelo hacia la fe".26 Como lo muestra este caso, las respuestas psicológicas que produce la sociedad pueden tener consecuencias sociales importantes. Se ha señalado que la cultura norteamericana propicia los sentimientos de culpa y autocastigo entre aquellos que no logran un éxito económico, al asignar a cada individuo la total responsabilidad de su suerte económica. Estos sentimientos desempeñan a la vez una función social muy significativa porque su centro de crítica es el individuo y no las instituciones y estructuras sociales que impiden que ciertos grupos logren éxito en este aspecto.

El proceso que socializa a los individuos y las exigencias que la sociedad impone a sus miembros crean casi inevitablemente problemas psicológicos, al reprimir los deseos de los hombres y al reforzar modos de conducta que van contra los impulsos e instintos, tanto congénitos como adquiridos. Unas de las principales contribuciones de Freud al entendimiento de la dinámica de la personalidad, es la demostración de la existencia de un grado inevitable de tensión entre los impulsos heredados y los impulsos orgánicos frente a las exigencias de la sociedad.

Sin embargo, podemos aceptar el hecho de que el hombre paga un precio psicológico por adquirir cultura, sin aceptar al mismo tiempo la teoría freudiana de que la cultura es antes que nada el producto de los impulsos sexuales reprimidos: un premio por renunciar a la satisfacción instintiva o un sustituto de esa satisfacción. El organismo tendrá que cumplir con diversas exigencias de su experiencia socias : aprender a controlar por lo menos algunos de sus impulsos, y a canalizar sus instintos por los cauces aceptados.

Pero los problemas psicológicos no provienen sólo del conflicto entre el impulso y cultura, sino también de la misma naturaleza del proceso social en sí. Demandas contradictorias se le exigen a la vez a la misma persona; los sentimientos y deseos que la misma sociedad propicia deben realizarse en medio de una vida rutinaria que nunca cambia. Se exigen sacrificios para el bienestar de los demás, sin tomar en cuenta los deseos personales. "Dulce et decorum est pro patria mori —según Linton—, expresa el punto de vista social. El individuo que muere O haya de ser sacrificado bien puede convenir en lo adecuado del acto, pero no es pro: bable que lo encuentre agradable."?8 Los problemas psicológicos que crea la sociedad y la cultura plantean a su vez problemas a la sociedad.

"Para que la sociedad sobreviva —continúa Linton—, la cultura no sólo debe contar con técnicas para preparar y refrenar al individuo; debe ofrecerle también comparaciones y salidas. Si le contraría y le reprime en ciertas direcciones, debe ayudarle a que se explaye en otras... [y] también debe facilitar al individuo pasatiempos inofensivos para sus deseos reprimidos socialmente."

Muchos de los problemas fundamentales de la sociología no podrían explorarse sin tomar en cuenta el proceso psicológico y las características de la personalidad individual. Con todo, en muchos casos, quizás en la mayoría, estas variantes psicológicas se tratan mmás según los hechos de la organización social que de acuerdo con la estructura y el funcionamiento de la personalidad. Quedan, sin embargo, muchos problemas en los que las categorías del individuo y la sociedad están Inez.

clados inextricablemente. Puesto que el hombre no obedece automáticamente a los postulados culturales ni responde mecánicamente a las presiones sociales, es necesario explorar los procesos psicológicos y los mecanismos que lo obligan a conformarse a ellos y el porqué esto no sucede frecuentemente. No basta con afirmar que existen dentro de la personalidad motivos para conformarse, o que los hombres han sido condicionados a conducirse culturalmente de una manera estándar, aunque estas dos aseveraciones tengan elementos muy importantes de verdad.

Es necesario ir más lejos y evitar las generalizaciones; nuestro objetivo ulterior será explorar los elementos de este complejo juego de personalidad y fuerzas culturales y sociales. Debemos tratar de explicar, si seguimos los postulados de Talcott Parsons, "cómo los papeles-expectativos del sistema social" se convierten en las disposiciones necesarias de la personalidad".30.

Aunque estas observaciones puedan sugerir la dificultad de trazar líneas tajantes y definidas entre el estudio de la sociedad y el estudio del individuo, debido a que ambos dependen del otro y a que deben utilizar conceptos y teorías formuladas en su interior, no pueden confundirse las dos disciplinas, ni es posible que se unifiquen en un futuro cercano.

La más fructífera colaboración, así como el trabajo más productivo, surge de una clara visión de sus diferencias y de sus relaciones mutuas.

Parte del valor de la sociología reside en la ayuda que puede ofrecer a los que estudian la personalidad, así como la psicología puede contribuir significativamente para comprender la organización social y la conducta de grupo. Pero la tarea principal de la sociología sigue siendo el análisis de la estructura social, los sistemas institucionales y las perspectivas culturales.


Postcriptum

El problema que nos ha ocupado en este capítulo, las relaciones entre el individuo y la sociedad, no es sólo de interés para los especialistas. Es un problema que persistentemente le ha preocupado al hombre a lo largo de su historia y cuya respuesta presupone implicaciones morales y políticas. Es un problema de particular importancia para el mundo contemporáneo, donde las organizaciones en gran escala y los regímenes totalitarios amenazan despiadadamente con subordinar al individuo a los propósitos de grupo, para controlar y manipular sus actividades diarias, sus creencias y sus actitudes, despojándolo de ese respeto por el individuo que ha constituido una de las venas más ricas de la tradición cultural del Occidente.

No podemos explicar las implicaciones de las múltiples respuestas que se han dado en el pasado a estos problemas. Hacerlo, sería llevarnos prematuramente a los problemas de la historia intelectual y a la sociología de las ideas y del conocimiento. En algunos puntos discutiremos necesariamente varios aspectos de las relaciones entre el individuo y la sociedad, especialmente en el capítulo xv1. Aunque la discusión se centre alrededor de los conocimientos más fundados que poseamos, el lector debe recordar —como ocasionalmente nosotros lo hacemos— que las controversias teóricas y los descubrimientos empíricos pueden tener una proyección más amplia que la científica y que la sociología no puede librarse de su contexto social. El que estudia a la sociedad ha de tratar de disociarse de sus valores en cuanto toca sus propósitos científicos, pero no puede tampoco olvidar que es miembro de una sociedad y que sus descubrimientos y sus conclusiones tienen consecuencias sociales.


Notas:

1065 Ralpn Linton, Cultura y personalidad, México, Fondo de Cultura Económica, p. 27.

2 James B. Ross y Mary M. McLaughlin (eds.), The Portable Medieval Reader, Nueva York: Viking, Press, 1949, pp. 366-67.

3 René A. Spitz, "Hospitalism: An Inquiry Into the Genesis of Psychiatric Conditions in Early Chilhood", Psychoanalytic Study of the Child, 1 (1945), 53-74; "Hospitalism: A Follow-up Report", Ibid., 11, 113-17.

4 Sandor Ferenczi, citado por Abram Kardiner, en Linton, op. cit., p. 24.

5 L. Joseph Ston2 y Joseph Church, Childhood and Adolescence, Nueva York: Random House, 1957, p. 63. Ver pp. 58-66 para obtener una mayor información acerca dc las publicaciones sobre este tema.

6 E. Adamson Hoebel, "The Nature of Culture" en Harry L. Shapiro (ed.), Man, Culture, and Society, Nueva York: Oxford University Press, 1956, pp. 175-76.

Wi Vease Calvin Hall y Gardner Lindsey, Theories of Personality, Nueva York:

8 Charles H. Cooley, Social Organization, Nueva York: Scribner, 1929 (edición original publicada en 1909), p. 23.


9 Charles H. Cooley, Human Nature and the Social Order, Nueva York: 1902, p. 139.

30 [bid., p. 152.

11 George H. Mead, Mind, Self, and Society, Chicago: University of Chicago Press, 1934, p. 135.

12 Ibid., p. 138.

13 Jean Piaget, The Moral Judgement of the Child, traducción de Marjorie Gabain, Glencoe, 111.: The Frec Press, 1948, p. 407.

14 Sigmund Freud, New Introductory Lectures on Psychoanalysis, traducción de W. J. H. Sprott, Nueva York: Norton, 1933, p. 95.

15 Ibid., p. 94.

16 Robert M. Maclver y Charles H. Page, Society: An Introductory Analysis, Nueva York: Rinehart, 1949, p. 217.

17 Estos ejemplos se han tomado del libro de Nancy Mitford, Noblesse Oblige, Nueva York: Harper, 1956. Una lista comparable, aunque más breve, sobre las diferencias de clase en el empleo del lenguaje en los Estados Unidos, se encuentra en el libro de E. Digby Baltzell, Philadelphia Gentlemen, Glencoe, J11., The Frec Press, 1958, p. 51. La lista de Baltzell cs mucho más corta, en parte porque no pretende ofrecernos la elaborada investigación que nos brinda Mitford, y en parte también porque las diferencias de lenguaje no son tan grandes cn los Estados Unidos como en Inglaterra.

18 Richard Centers, The Psychology of Social Classes, Princeton : Princeton University Press, 1949, p. 86.

19 Véanse Elton Mayo y G. F. F. Lombard, Teamwork and Turnover in the Aircraft Industry of Southern California, Boston: Harvard Business School, Division of Research, 1944; Elliott Jacques, The Changing Culture of a Factory, Nueva York: Dryden Press, 1952.

20 Centers, op. cit., p. 164, cuadro 68 y p. 180, cuadro 77.

21 Véase Ellsworth Faris, The Nature of Human Nature, Nueva York: McGraw-Hill, 1937, capítulo 1H.

22 Ruth Benedict, Patterns of Culture, Nueva York: Pelican Books, 1946, p. 234, e UU.

24 David Mandelbaum (ed.), Selccted Writings of Edward Sapir, Berkeley: University of California Press, 1949, p. 590.

1945, Ropert S. Lynd, Knowledge for What?, Princeton: Princeton University Press, p. 22.

26 Robert K. Merton y otros, Mass Persuasion, Nueva York: Harper, 196, p. 143.

27 Ver Eli Chinoy, Automobile Workers and the American Dream, Nueva York: Random House, 1955, capítulo x.

28 Ralph Linton, Estudio del hombre, México: Fondo de Cultura Económica, 1965, p. 399.

29 Jbid.

30 Talcott Parsons, The Social System, Glencoe, 111., The Free Press, 1951, p. 540


Ely Chinoy: Cultura, sociedad e individuo (La sociedad, 1966)
Ely Chinoy: Cultura, sociedad e individuo (La sociedad, 1966)

La sociedad. Una introducción a la sociología
Ely Chinoy


Fondo de Cultura Económica, 1966

Fecha de publicación original: 1966

Comentarios

  1. Conducta regulada y vida colectiva

    La sociología comienza con dos hechos básicos: la conducta de los seres humanos muestra normas regulares y recurrentes, y los seres humanos son animales sociales y no criaturas aisladas

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