Salvador Giner: La naturaleza de la sociología (Sociología, 1968)

Sociología (1968)

Cap. 1: Naturaleza de la sociología

Salvador Giner


1. DEFINICIÓN DE LA SOCIOLOGÍA

La sociología es una de las ciencias sociales. Su objeto primordial de estudio es la sociedad humana y, más concretamente, las diversas colectividades, asociaciones, grupos e instituciones sociales que los humanos forman. Como cualquier otro ser vivo, el hombre sólo puede existir cuando está inmerso en su propia especie, en y a través de ella. La sociología estudia también al ser humano en la medida en que su condición debe ser explicada socialmente, así como los resultados sociales de sus intenciones y comportamiento.

La sociología no es la única disciplina que estudia al hombre. Algunas hacen abstracción de su dimensión social, y centran su atención en su anatomía, su fisiología o la estructura de mente. Frente a ellas, la sociología aparece como aquella rama del conocimiento cuyo objeto es la dimensión social de lo humano, el nivel de la realidad relacionado con su innata sociabilidad. Su objeto es el ser humano en tanto que animal social, Con ello, sin embargo, no la habremos definido satisfactoriamente. Por lo pronto, nos encontramos con que todas las ciencias sociales toman como punto de partida el estudio del hombre como ser social, o sea, el estudio de sus colectividades, que, claro está, cada una de ellas haga diferente énfasis sobre sus diversos aspectos. Así la economía investiga los procede producción, trueque, cambio y consumo de bienes y ser socios en virtud de los cuales una sociedad dada atiende ciertas necesidades; la historia describe la evolución y las transformaciones de la sociedad a través del tiempo; la ciencia política atiza la distribución, los cambios y los conflictos del poder y la autoridad dentro del mundo social. Lo que distingue a la sociología de estas y otras ramas del saber social es el hecho de que ella investiga la estructura, los procesos y la naturaleza de la sociedad humana en general. Las demás ciencias sociales estudian tan sólo aspectos parciales de la sociedad. Así, cuando un economista investiga el desarrollo del capitalismo en una sociedad dada, concentra su atención sobre ciertos procesos de producción, la formación del capital, el reparto de los beneficios, la fluctuación de los salarios, los ciclos del mercado. Mas si es el sociólogo quien se acerca al mismo tema no se atendrá sólo a lo anterior, sino que observará también cuáles son los sectores sociales que ponen en marcha esa economía capitalista, cómo se distribuye el trabajo entre los diversos partícipes en el proceso, qué conflictos laborales surgen por su causa, qué factores culturales entran en juego, y así sucesivamente.

Frente a las demás ciencias sociales, pues, hay una diferencia en el grado de generalidad, así como una diferencia de énfasis y de punto de vista, mas no una diferencia sustancial. En verdad, los resultados obtenidos por cada una de las ciencias sociales son complementarios y se necesitan W10S a otros. Hay veces en que las distinciones entre una y otra disciplina son pertinentes, pero son, en el fondo, de naturaleza técnica, y las trazamos con fines prácticos. Hay una íntima unidad entre todas las ciencias sociales. Es difícil, por ejemplo, distinguir entre la sociología propiamente dicha y la antropología social. A la sociología política le interesan fenómenos prácticamente idénticos a los de la sociología cuando analiza los condicionantes de la conducta electoral o la formación y conducta de elites políticas. Un economista y un sociólogo pueden plantearse los mismos problemas cuando estudian el mercado de trabajo, las causas de la pobreza o los motivos de una migración. Por todas estas razones parece insensato afirmar para la sociología superioridad alguna frente a sus ciencias afines, como otrora hiciera uno de sus fundadores, Auguste Comte. No obstante, desde un punto de vista meramente lógico, hay que concluir que la sociología abarca una zona más amplia de la realidad que la abrazada por otras ciencias del hombre. Su estudio implica, inevitablemente, tener en cuenta o hasta sintetizar disciplinas más específicas, como reconociera ya otro de sus modernos fundadores, Vilfredo Pareto:

“La sociedad humana es objeto de numerosos estudios. Algunos constituyen disciplinas especiales: el derecho, la historia, la economía política, la historia de las religiones, etcétera; …a su síntesis, que intenta estudiar la sociedad humana en general, se puede dar el nombre de sociología.”

Precisamente porque abarca más que otras ciencias del hombre, como reconoce Pareto, también depende más que las otras de los métodos, logros y experiencia de las disciplinas afines. La sociología no es pues una ciencia social del todo autónoma. Lo son, mucho más, la economía, la demografía y la ciencia política. Este hecho ha dado origen a algunas confusiones que conviene eliminar de buen principio.

Quienes por vez primera se aproximan a la sociología suelen sorprenderse por la gran variedad de los temas por ella tratados y dudan que tal variedad pueda tener unidad o coherencia internas. Mas la unidad de la sociología mana de su método de enfoque: la sociología se interesa, como decimos, por las colectividades mismas así como por las relaciones interhumanas que en ellas se producen y no por alguno de sus aspectos parciales. Al hacer tal, la sociología siempre interrelaciona fenómenos que pertenecen a varios niveles de la vida social. La sociología intenta establecer las conexiones pertinentes entre los fenómenos políticos y los religiosos, los económicos y los bélicos, los artísticos y los éticos. Por eso, por ejemplo, cuando el sociólogo se adentra en el estudio de la ideología, lo hace para establecer cuáles son los conflictos de clase que la engendran, qué tipo de cohesión producen en el seno de los grupos que la ostentan, cómo responden éstos ante aquéllos contra quienes va dirigida; si lo que observa es la moral sexual de una comunidad, el sociólogo esclarecerá los conflictos intergeneracionales que provoca, los intereses grupales a que responde; si, en fin, el sociólogo estudia el origen de una nueva religión, su objeto será determinar la conducta de sus adeptos, su procedencia y número, la dinámica de su expansión, sus repercusiones sobre la vida económica y política, así como las causas que la hicieron surgir.

En todos estos casos el estudioso de la sociedad hace uso de un enfoque interrelacional que puede llamarse también imaginación sociológica y que constituye la clave de la inteligencia sociológica de la realidad humana. Se trata de una actitud que nos permite subrayar la unidad y la diversidad, a la vez, del mundo social, la básica interdependencia de todas las áreas de la realidad social. Que exista esa básica interdependencia no quiere decir, sin embargo, que la sociología deba aceptar el supuesto de que cada nivel de la realidad social posea igual peso en la causación de los fenómenos observados. Al contrario, es tarea de la sociología establecer qué factores son los predominantes en cada situación, por mucho que se considere que cada nivel de la realidad social -el económico, el cultural, el político, el comunitario- posea un cierto grado de autonomía.

Cuanto sigue irá aclarando paulatinamente estas afirmaciones tan abstractas. Sucede que el único modo enteramente satisfactorio de conocer el sentido y el alcance de una ciencia particular, sea natural o humana, es hacerse con su contenido. Por eso hay una sabiduría cierta en definir las disciplinas después de haberlas estudiado. Toda mera definición es pobre; o por lo menos ello es indudable en el terreno de las ciencias humanas.

Conviene dejar aquí pues la cuestión de la definición de la sociología, habida cuenta de que la plena y satisfactoria respuesta debe encontrarse en el contacto detallado con su contenido y, sobre todo, con sus hallazgos y logros. No obstante, la naturaleza de la sociología exige que antes de entrar en detalles prestemos atención a sus caracteres específicos como ciencia, así como a algunos de los problemas fundamentales que se desprenden de sus rasgos peculiares.


2. EL CARÁCTER CIENTÍFICO DE LA SOCIOLOGÍA.

La sociología aspira a ser una ciencia. Es decir, es una rama del conocimiento humano que tiende hacia la comprensión racional y objetiva de un ámbito de la realidad. En este sentido la sociología cumple los requisitos de toda ciencia, pues no podemos concluir que no lo sea por el mero hecho de que la sociedad no admita la aplicación exhaustiva de aquellos métodos de análisis que caracterizan a otras ciencias, sobre todo las físicas.

Las ciencias naturales poseen una extraordinaria solidez si se las compara con las humanas y sociales. No sólo han sido cultivadas por mucho más tiempo y se han dedicado a ellas recursos muy superiores que a las sociales sino que, al poder simplificar su objeto de estudio, por un lado, y permitir mayor independencia emocional del científico frente a lo estudiado, por otro, las naturales poseen una ventaja muy considerable frente a las sociales en lo que se refiere a la fiabilidad de sus hallazgos y al rigor de la enunciación de sus hipótesis sobre la realidad.

Un criterio a seguir para decidir si la sociología es o no una ciencia es averiguar si avanza o no nuestro conocimiento objetivo, comprobable y racional sobre la sociedad. En caso afirmativo, habrá que admitir su cientificidad. Los serios debates a que ha dado lugar la cuestión de tal cientificidad obligan, no obstante, a hacer algunas puntualizaciones.

Pretenden algunos sociólogos que la sociología es una ciencia natural o positiva, cuyo único defecto es el de su novedad y su corta existencia; ello explicaría sus obvias imperfecciones y sus menguados resultados, si los comparamos con los obtenidos por otras ciencias de largo abolengo. Según estos autores -muchos de ellos pertenecientes a la escuela positivista- la sociología debe basarse exclusivamente en métodos de cuantificación y experimentación idénticos a los de otras ciencias.

Ello entraña asumir que la realidad social es plenamente cuantificable y aun matematizable. En el polo opuesto se hallan quienes la consideran estrictamente como una de las llamadas «ciencias de la cultura» o del «espíritu», pues el hombre es supuestamente un ser del todo libre, irreducible a la cuantificación. Quizás ambos bandos olviden la advertencia de Émile Durkheim, quien insistía en que el nivel social de la realidad es sui generis, con unas propiedades específicas y unos principios de causalidad peculiares, gobernado por leyes que no encuentran analogías fáciles en otras zonas de tal realidad. Ello significa que, en casos abundantes, cabe el tratamiento matemático de los fenómenos sociales -sobre todo, el estadístico- mientras que en otros, no menos abundantes, se imponen métodos interpretativos que se apoyan en análisis cualitativos de las situaciones sociales. La peculiaridad de la realidad sociológica exige que ambas vertientes de la actividad cognoscitiva se entrelacen de un modo fructífero, junto a otros métodos que son netamente sociológicos, creados y desarrollados por la sociología misma a lo largo de su historia como ciencia.

Por todas estas razones la cuestión de si la sociología es una ciencia natural positiva o si es solamente una rama del humanismo o de la filosofía social se hace superflua: la sociología, como otras ciencias humanas, es una disciplina bidimensional, con todo el atractivo y todas las dificultades que ello entraña.

En última instancia, además, no es difícil discernir una unidad íntima en la actitud frente a la realidad que adoptan todas las ciencias, sean ellas naturales o sociales. La sociología es una ciencia porque cumple con el sentido básico de lo que el vocablo latino scientia expresa: saber objetivo y racional de la realidad; o bien, más exactamente, aspiración consistente y rigurosa hacia la posesión de tal tipo de saber. La sociología es también una ciencia porque reúne las condiciones mínimas de empirismo, teoría, apertura, neutralidad ética y crítica que de toda ciencia se exigen. Analicemos con brevedad tales rasgos.

1. La sociología es una disciplina empírica. Todo su acervo de conocimientos proviene originalmente de observaciones hechas sobre la sociedad concreta. Dada la cualidad sui genens de varios aspectos de la vida social, los métodos utilizados por la sociología varían grandemente, pero el hecho sobresaliente es que todos ellos aspiran al examen riguroso de datos comprobables. La sociología debe siempre atenerse a los hechos o, mejor dicho, a los datos disponibles sobre tales hechos, y respetar las informaciones en torno a ellos que más sean de fiar desde el punto de vista empírico.

2. La sociología es una disciplina teórica. Una teoría es un conjunto de proposiciones generales lógica y ordenadamente trabadas que intenta explicar una zona de la realidad. Las teorías científicas son aquellas que procuran explicar las leyes o regularidades que rigen tal zona de la realidad. En consecuencia, la teoría sociológica universaliza e integra las conclusiones parciales que la investigación empírica aporta. Su tarea es producir generalizaciones, interpretar e interconectar datos y lanzar hipótesis cuya última validez sólo puede ser refrendada por pesquisas empíricas ulteriores. La problemática que genera la teoría sociológica aconseja que le dediquemos una atención especial, cosa que se hace al final del presente capítulo.

3. La sociología es una disciplina abierta. Ello significa, sencillamente' que no es dogmática. Las teorías dogmáticas, o cerradas, admiten solamente la exégesis de afirmaciones más o menos gratuitas y conducen al escolasticismo; son características de la teología y de algunas ideologías. Las ciencias, en cambio, son adogmáticas, nada puede aceptarse en ellas por principio de autoridad. Todas las proposiciones de la sociología pueden y deben ser reexaminadas, sujetas a duda metódica, comprobadas a la luz de nueva experiencia. Todo ello conlleva la característica de la cumulatividad. La sociología es cumulativa en el sentido de que en ella los datos, hipótesis o teorías más precisos o refinados vienen a sobreseer a los que lo son menos, aunque este proceso diste mucho de ser fácil o automático. (La cumulatividad no debe ser entendida como mera acumulación perenne de información; al contrario, hay veces en que una teoría revolucionaria hace que se desmorone todo un «saber» acumulado sobre una zona de la realidad. Es, pues, un proceso de avance muy complejo.) En sociología, la información más fehaciente y las explicaciones teóricas más plausibles deben superar y eliminar las menos satisfactorias. Las hipótesis y teorías científicamente más satisfactorias desplazan a las que lo son menos. El resultado es un enriquecimiento de nuestro saber social. Claro está que en su presente estado el adogmatismo, la objetividad y la cumulatividad de la ciencia sociológica distan mucho del grado alcanzado por otras ciencias, pero la sociología y las otras disciplinas antropológicas van firmemente encaminadas en esa dirección. Prueba de ello es que sabemos mucho más hoy sobre la sociedad humana que lo que sabíamos ayer, y se sabía más ayer que en épocas anteriores. Progresamos con dificultad y lentitud, pero lo hacemos.

4. La sociología es una disciplina cuya metodología es moralmente neutra. Sólo es fecunda, sin embargo, si quienes la practican no son seres amorales que pretendan vivir en un mundo éticamente aséptico. No es sencillo explicar esta paradoja fundamental de la sociología. Su desvelamiento completo depende de un conocimiento íntimo de la propia sociología.

Digamos, no obstante, en escorzo, que la necesidad de una neutralidad ética de las proposiciones empíricas o teóricas queda fuera de dudas; si éstas aprueban o reprueban cuanto describen o interpretan, la sociología se convierte en mero sermón moral o exhorto político. Ello no obsta para que, ya desde su nacimiento como ciencia social, la sociología haya encontrado sus motivaciones más profundas en una preocupación ciertamente ética por la condición humana. Desde un primer momento ha intentado esclarecerla proponiendo el estudio objetivo, racional y sistemático de la realidad social, o sea, sin tomar partido moral aparente. Pero proponer tal cosa, sobre todo en una sociedad con las características de la moderna, es también proponer una moral. Una moral basada en la racionalidad, la de las pruebas objetivas y la reflexión abierta de los hombres sobre su mundo colectivo. La sociología entraña una reflexión a poder ser lúcida sobre nosotros mismos. Su ética es la de la reflexividad, la del esfuerzo sereno por comprender nuestra condición y la de los demás. En consecuencia la neutralidad ética a que aspiran sus proposiciones arranca, en última instancia, de un imperativo moral profundo. Es el de la moral de la objetividad; es decir, el de la búsqueda de la moral a través de un ejercicio de investigación racional basada en los datos que nos ofrece la vida social, libre de toda ceguera ideológica o dogmática.

5. La tensión entre estos dos polos -cientificidad y humanismo- nos lleva a un último y revelador rasgo de la sociología; es ésta una crítica de la sociedad. Esta característica es, por otra parte, más privativa de la sociología que las otras cuatro anteriores, las cuales son comunes, en grados variables, a otras ramas del conocimiento. El imperativo moral de última instancia impone una independencia del sociólogo de aquellos intereses creados que comprometan la objetividad a la que, al mismo tiempo, está también entregado por vocación. El sociólogo debe luchar, como cualquier otro estudioso, contra sus propias pasiones y contra cualquier presión nociva que ejerzan sobre su actividad, con el fin de ser veraz y juzgar con serenidad e independencia el mundo que le rodea. Cuando no lo hace produce ideología, es decir, una interpretación tergiversada de las cosas, que obedece más a sus intereses personales, gremiales o de cualquier otra índole que a la pasión por el conocimiento objetivo que debe guiar su tarea. En tal caso no se halla en condiciones de realizar la crítica del mundo social propia de su disciplina. La interpretación ideológica de una sociedad no es admisible en sociología. Sociología e ideología son términos lógicamente incompatibles. Ello no significa que, con las mejores intenciones, algunos elementos ideológicos no puedan introducirse en el trabajo de cualquier sociólogo. Lo crucial es que el esfuerzo hacia la verdad y el saber objetivo sea lo que predomine en su actividad. Otro asunto es que la verdad plena no pueda alcanzarse nunca del todo ni en sociología ni en ninguna otra disciplina conocida.

Para que se mantenga viva la incompatibilidad de la sociología con toda suerte de ideologías el sociólogo ha de extender la crítica de la sociedad al terreno mismo de la sociología. (La cumulatividad de que se hablaba más arriba, rectamente entendida, no es, pues, un hacinamiento de concepciones, sino el fruto de esta extensión del rigor crítico a la propia disciplina cuya pretensión fundamental es indagar la naturaleza de la sociedad humana). Inevitable y automáticamente la indagación sociológica se convierte en crítica de la sociedad. Ello hace de la sociología una disciplina incómoda para muchos. La crítica sociológica del poder político, por ejemplo, puede resultar poco agradable y hasta insolente para quien lo detenta. La evaluación de muchas instituciones o actividades modernas -la televisión, la prensa, el poder de las compañías multinacionales, el tráfico de armas o de drogas, los daños medioambientales, y tantas otras es, hoy en día, más efectiva cuanto más se apoya en la argumentación sociológica. Tal evaluación puede resultar muy incómoda para quienes se benefician de las actividades que el sociólogo somete a escrutinio. En todo caso, la sociología no monopoliza ni mucho menos la crítica de nuestro universo social, que puede ejercer también el filósofo, el escritor, el político, el científico, o cualquier ciudadano consciente. No obstante, y precisamente a causa de la expansión de la sociología en el mundo moderno, esa crítica es ya inconcebible sin la ayuda de la inteligencia sociológica de los asuntos humanos.


3. EL PROBLEMA ÉTICO Y LOS VALORES.

Estas últimas afirmaciones -sobre la neutralidad ética de la sociología y sobre su función como crítica de la vida social- requieren un cierto desarrollo. He dicho que la aspiración a la neutralidad ética es una condición sine qua non de una sociología bien hecha, aunque la sociología no esté libre de inspiración moral ni intente eludir la transmisión de ciertas lecciones sobre cómo podría mejorarse la vida social, es decir cómo podríamos aproximamos, por poco que fuera, a una Buena Sociedad.

Además, he afirmado que la crítica del mundo social es esencial a esa disciplina. Y que esa crítica se apoya, en última instancia, en valoraciones éticas. ¿No habrá en todo esto más de una contradicción? Para responder a esta cuestión empecemos por reconocer que la introducción de ciertos juicios morales en la investigación de la realidad social puede disminuir fácilmente la calidad de los resultados. Por ello el sociólogo procura suspenderlos cuando tal peligro acecha sobre sus pesquisas. El hecho, por ejemplo, de que él proceda de una sociedad en la que la regla en el matrimonio es la monogamia no le conducirá a execrar la poligamia, característica de otras sociedades; si tal hiciera quedaría descalificado de antemano para investigar con objetividad el parentesco y la familia en los pueblos que practican la poligamia. Mas a pesar del notable grado de observación racional de su propia sociedad del que el hombre es a veces capaz, no es posible negar que contempla el mundo juzgándolo moralmente, v:alorándolo. Este hecho, que se opone en apariencia al postulado de la neutralidad ética, ha dado origen a no pocas disputas sobre la cuestión, de cuya respuesta se ha hecho depender la validez misma de la sociología como ciencia.

Los sociólogos pronto se dieron cuenta de los peligros de la distorsión valorativa. Para evitarlos, Durkheim recomendó que se trataran todos los hechos sociales «como cosas» (<<commedes cboses»). Y Max Weber formuló con claridad la aspiración a la neutralidad ética, o liberación de los juicios de valor (Werturtei/freiheit, Wertfreiheit). Por desgracia, numerosos son los sociólogos que han comprendido a medias el sentido de estas formulaciones y que creen que es posible y deseable hacer una sociología perfectamente libre de valores. Mas esto no es exactamente lo que se pide de ellos. Si Weber, por una parte, subrayó la necesidad de mantener un nivel serio de objetividad científica, por otra, aclaró que tal cosa era algo completamente diferente de la indiferencia moral. En efecto, la existencia de la actividad valorativa no es un impedimento de naturaleza absoluta, sino sólo gradual. Así no cabe duda que nuestro conocimiento de la sociedad y de la condición humana ha avanzado en muchos casos gracias a los desvelos de hombres profundamente comprometidos con ciertos principios morales, y ello ciertamente de un modo apasionado. Piénsese tan sólo en Tocqueville preocupado por la democracia, o en Marx, por la explotación de los obreros bajo el capitalismo, o en el mismo Weber, por la excesiva burocratización de la vida moderna: en todos estos casos -que encontraremos más adelante en este mismo tratado- hallamos mentes dispuestas a abrirse a nuevos hechos y, si es preciso, a enmendar las propias ideas; pero mentes cuya pasión por el conocimiento objetivo proviene originalmente de una preocupación moral por la calidad misma de la vida social.

El paradigma de no evaluación -como puede llamarse también a la Wertlreiheit weberiana- no significa, pues, en ningún caso que el sociólogo deba contemplar con indiferencia olímpica los males que asolan a la humanidad. Al contrario. Se trata sólo de una mera norma de trabajo, estrechamente vinculada a los demás postulados que explican el carácter científico de la sociología, según acabamos de ver. Según este paradigma, desnudamos de carga emocional, en la medida de lo posible, los análisis, descripciones y pesquisas que llevamos a cabo cuando emprendemos el estudio sociológico de los asuntos humanos. Es un acto de disciplina sin el cual no es posible avanzar en este difícil terreno. Cosa muy distinta es que el sociólogo haya elegido su tema de estudio por motivos parcialmente éticos. Éstos también pueden existir en la vocación de un físico, de un médico, de un maestro, o de un psicólogo, sin que estorben su estricta actividad científica o docente. Al contrario, pueden sostenerla, y no sólo en condiciones normales, sino en la adversidad.

Por otra parte, no hay que exagerar el peso de lo que podríamos llamar el coeficiente personal o biográfico en la tarea del investigador. La ciencia de la sociedad medra cuando prevalece el criterio de que lo importante es constatar si sus teorías o interpretaciones son, en sí mismas, ciertas, por muy poco claros o sospechosos que sean los motivos que inspiran a quien las produce. Por la misma razón, lo falso siempre es falso, aun y cuando sea presentado como verdadero en nombre de principios supuestamente nobles o elevados. Desafortunadamente un sociólogo puede poner su talento al servicio de poderes injustos o a la merced de empresas de fines estrictamente lucrativos, que pueden exigir ciertos' resultados antes de que comience la labor. Por eso no propugnamos la neutralidad ética del sociólogo como persona -cosa, valga la redundancia, sociológicamente absurda- sino la de su tarea. En ello no hay contradicción real. En resolución, la inteligencia racional y objetiva de la realidad social puede surgir de una actitud, en última instancia, de naturaleza valorativa: puede ser el afán de verdad, o el de justicia, u otro igualmente ético. Tales afanes han movido con frecuencia los desvelos más imparciales y los logros más cabales de los mejores exponentes de la ciencia social, inspirados en una actitud esencialmente moral: un profundo respeto por el hombre y por la santidad de la vida humana. Ese respeto ha sido ejercido, cuando ha sido fructífero, según el venerable precepto que hace avanzar nuestro conocimiento en todas las disciplinas: sine ira ac studio.


4. PROBLEMAS EPISTEMOLÓGICOS.

La cuestión de los valores y de la inspiración ética de la tarea sociológica nos lleva al terreno de los problemas epistemológicos de la sociología, pues los valores hacen en ciertos casos las veces de prejuicios, de tal modo que velan nuestro conocimiento de la realidad o, por lo menos, causan una distorsión en nuestra percepción de ella. Esa distorsión es como una refracción, y por eso ha sido llamada sesgo o bies. Las concepciones previas que tengamos acerca de una institución social, costumbre, creencia, raza o grupo imprimen un sesgo a nuestro análisis. La manera de combatido no es solamente hacer un esfuerzo personal para librarse de tales valorizaciones o prejuicios, sino hacer que nuestros métodos y resultados sean siempre públicos, sujetos a discusión y a cotejo con otros trabajos semejantes. Además, nuestro discurso debe estar sujeto, en la medida de 10 posible, a las reglas de la lógica y evitar toda narración abstrusa. En sociología, como en otras disciplinas, no pocas teorías interesantes o vislumbres fructíferos han sufrido por su presentación innecesariamente esotérica.

Aun cuando consideramos superado en ciertos casos el sesgo valorativo, nos toparemos con otro escollo epistemológico: en sociología, como en las demás ciencias humanas, el observador contempla también su propia naturaleza así como la de su especie. Como ya señaló en un principio Herbert Spencer, la ciencia de la sociedad entraña autoobservación y estudio de colectividades de las cuales el espectador es parte, cosa que no ocurre en ninguna otra disciplina; salvo, naturalmente, en la filosofía. No obstante, esta dimensión subjetiva de la sociología no es enteramente un impedimento para la comprensión de la realidad. Al contrario, como pusiera de relieve Weber, la faceta subjetiva de la conducta social permite que podamos comprender a sus protagonistas, poniéndonos en su lugar, si es que poseemos suficientes elementos de juicio para hacer tal cosa. Sólo el hecho de ser también nosotros hombres, por grande que sea la distancia temporal o cultural que nos separe de los demás, nos permite comprender satisfactoriamente las motivaciones, los anhelos y las ideas de nuestros semejantes. ada impide que el sociólogo y el psicólogo posean también tal capacidad, tradicionalmente atribuida al poeta, al filósofo y al historiador.

Frente a esta dimensión subjetiva, los hechos sociales poseen una serie de rasgos que los equiparan a los otros fenómenos naturales, pues todos ellos son objetivos, colectivos, generales y positivos. Es decir, son también externos a nuestras conciencias. Ello permite su clasificación, su análisis estadístico, su presentación gráfica, su colección en inventario, el almacenamiento de información y datos. Esto quiere decir, simplemente, que la realidad social tiene, para el hombre, una doble vertiente, subjetiva y objetiva. Tal cosa no siempre crea dificultades infranqueables, pues 10 cierto es que la sociología ha hecho uso beneficioso de ambas facetas de la vida social, la subjetiva y la objetiva, sobre todo cuando las ha combinado. Cuando se elimina el aspecto subjetivo obtenemos descripciones pobres de la realidad social, porque ignoran los intereses, intenciones y emociones que entran en juego en cada situación. Por otra parte, el abuso de la interpretación subjetiva conduce a una falta de respeto por los hechos y a las especulaciones infundadas. En consecuencia, ambos elementos deben estar siempre presentes en nuestra tarea, corrigiéndose y apoyándose mutuamente.

Junto a la cuestión de los valores y a la de la doble vertiente subjetivo-objetiva de la realidad social, surge una tercera dificultad en el proceso sociológico del conocimiento. Se trata de la complejidad del tema a investigar. El economista puede hacer abstracción de ciertas dimensiones de la realidad social, como son la política o la religión, para quedarse con una sola categoría de fenómenos y estudiar al hombre como homo oeconomicus. Lo mismo puede hacer la ciencia política, y entenderlo como homo politicus. Aunque no es totalmente imposible la concepción de un homo sociologicusnos vamos a encontrar con que éste será siempre sujeto simultáneo de diversas redes de interrelaciones y de creencias y valores. Los sociólogos que han intentado elaborar teorías con las que resolver este problema han querido simplificar el objeto de la sociología reduciendo el campo de los fenómenos por ella cubiertos. Mas tales esfuerzos no han dado resultados del todo convincentes. Y es que la multiplicidad de las dimensiones sociales se hace sentir siempre en el estudio de la sociedad. Solamente la aplicación del enfoque interrelacional a la metodología ha venido a paliar el problema.

La sociología ha desarrollado métodos para establecer correlaciones entre diversas zonas de la realidad, pero al mismo tiempo ha ido aceptando la idea de que la complejidad de su objeto exigía descartar el principio de que debe existir un método único de aproximación a los fenómenos sociales .

5. LA TEORÍA SOCIOLÓGICA.

Naturaleza y alcance de la teoría sociológica.

La sociología, afirmaba, es una disciplina teórica. Por lo tanto, su fin no estriba ni en presentar vislumbres intuitivos acerca de la naturaleza de los fenómenos sociales ni en ofrecer masas desordenadas de datos, por mucho que ambos elementos -vislumbres y datos- tengan su lugar señalado dentro del proceso general cognoscitivo. El fin de la sociología es el de elaborar teorías sobre la realidad social, esto es, conjuntos de proposiciones en estado de mutua integración lógico-causal, que posean un grado mínimo de validez. Validez significa, aquí, que la teoría proponga explicaciones causales de los fenómenos a los que se refiere. La aceptabilidad de tales explicaciones, a su vez, depende de que las conjeturas o hipótesis tentativas que conforman toda teoría no encuentren otras más plausibles o mejor fundamentadas que aconsejen que las descartemos. Dícese de una teoría que es válida cuando acontecimientos o investigaciones ulteriores confirman la verdad de sus proposiciones, aunque es más correcto entender que toda explicación teórica es imperfecta y que está a la espera de ser enmendada o hasta refutada por otra más cabal. Normalmente la confirmación de la teoría por parte de la experiencia no es total, sino parcial, cosa que ocurre también en las mismas ciencias naturales. Una teoría no tiene por qué ser «absolutamente» válida, pues tal grado de perfección en la intelección de la realidad suele ser ajeno a la mente humana. Lo que sí es menester es que la teoría explique o prediga los hechos en buena medida, y que refute y corrija, si las hay, otras teorías alternativas sobre el mismo fenómeno estudiado.

Las teorías no deben desarrollarse en el vacío, sino surgir en la crítica mutua, mejorándose las unas a las otras, con lo cual e van descartando unas hipótesis por otras, más sugestivas, es decir, más firmemente establecidas en pruebas y datos conocidos y fiables.

Cuanto más general es el alcance de la teoría, más ardua se hace su comprobación empírica. No obstante, la elaboración de teorías generales de la sociedad no es empresa en sí objetable, sobre todo si quien las construye posee la capacidad y la destreza suficientes. Y es que las grandes teorías no se elaboran como podría pensar algún malicioso) por su capacidad singular de escapar a la comprobación empírica y, por lo tanto, a la sana refutación, sino por la existencia de una fuerte demanda.

En efecto, los hombres necesitan a menudo una visión general de su mundo, de su destino, de la estructura y dinámica de la sociedad en la que viven: en el mundo moderno, considerablemente secularizado, la teoría social en sus varias vertientes, y en especial en la sociológica, satisface tal necesidad. En civilizaciones anteriores o distintas a la nuestra las visiones generales de esa índole solían provenir de los mitos, las leyendas y las ideologías. Éstos no han desaparecido ni mucho menos de nuestra cultura, pero deben convivir ahora con las explicaciones generales del mundo que intenta suministramos la teoría social.

Ésta suele ser el lugar de encuentro entre la filosofía y la sociología. Se necesitan mutuamente. La filosofía social (que engloba la filosofía moral, es decir, la ética) se ve obligada a tener hoy en cuenta los resultados e hipótesis de la sociología, al tiempo que esta última no puede excluida ni cancelada.

Toda sociedad culturalmente creadora cobijará en su seno algunas mentes que harán de ella objeto de su actividad filosófica, de reflexión racional sobre la condición de sus gentes en ella. Ambas formas de actividad -la filosoficosocial y la sociológica- pueden convivir y enriquecerse a través de esa convivencia. En todo caso, la teoría sociológica general abriga un elemento filosófico indudable, pues con frecuencia posee elementos esencialmente especulativos y morales. Las teorías sobre fenómenos excesivamente específicos y estrechos apenas merecen tal nombre, pues fragmentan nuestra percepción de la realidad y poca cosa nos dicen de ella. A pesar de lo dicho sobre las teorías de gran generalidad, la teoría debe poseer un grado mínimo de generalización. Por eso Robert Merton propuso como tarea específica de la teoría del presente momento histórico la elaboración de las por él llamadas teorías de alcance medio itbeories o/ the middle range). Tales teorías cubren aspectos limitados de la realidad social, conjuntos de variables y fenómenos que el observador- puede abarcar sin perder de vista los resultados de las pesquisas empíricas. Estas teorías ocupan «una posición intermedia entre las hipótesis menores de trabajo que surgen en abundancia durante las rutinas cotidianas de la investigación y las especulaciones que todo lo abarcan»: Considero que, hoy por hoy, nuestra tarea principal consiste en crear teorías especiales aplicables a zonas limitadas de datos -teorías, por ejemplo, sobre la dinámica de las clases, las presiones conflictivas en los grupos, el flujo del poder y el ejercicio de la influencia interpersonal- más que buscar en seguida la estructura conceptual «integrada» de la cual derivar todas estas y otras teorías ... Decir que tan necesarias son las teorías generales como las especiales es correcto pero trivial: el problema consiste en distribuir nuestros escasos recursos. Sugiero que la senda que lleva a los esquemas conceptuales efectivos en sociología quedará abierta mucho más eficazmente mediante la elaboración de teorías especiales...

Un ejemplo de teoría sociológica.

La exhortación a que los sociólogos concentren su atención sobre «teorías de alcance medio» debe entenderse como consejo de que toda teoría debe estar siempre cerca de los hallazgos empíricos, al mismo tiempo que toda pesquisa empírica debe desarrollarse en el marco de una teoría relevante. Esto no significa en absoluto que la teoría sociológica general, la más abstracta, deba ser abandonada, ya que la formulación explícita 'de la deseabilidad de que existan teorías de alcance medio no hace sino confirmar una tradición ya vieja en sociología, que es la de operar tanto al nivel de la teoría general de la sociedad como al de las teorías especiales. El estudio clásico de Émile Durkheim sobre el suicidio, publicado en 1897, es un ejemplo excelente de ello, precisamente porque está enraizado en la preocupación general del autor por el «estado moral» de las sociedades modernas, sus ansiedades y conflictos y las fisuras que presenta su orden y cohesión. Precisamente por esta doble naturaleza (el ser un estudio de teoría general y una investigación que intenta elaborar una explicación de un fenómeno concreto), El suicidio de Durkheim puede resumirse aquí como ilustración muy adecuada de lo que es la teoría de alcance medio. Al mismo tiempo, tal resumen nos servirá de puente para pasar al tema de la metodología en la investigación sociológica.

Durkheim tomó un fenómeno limitado, el acto en apariencia totalmente privado e individual del suicidio, e intentó interpretarlo sociológicamente. Para que tal interpretación fuera plenamente sociológica (es decir, que entrañara una explicación de las causas, una teoría) era menester excluir todos los elementos pertenecientes a la psicología individual del suicida, así como los posibles influjos extrasociales, como la raza, el clima o la geografía. También había que descartar otras causas tan dudosas como la «sugestibilidad», la «imitación», dada su vaguedad o implicaciones misteriosas, poco científicas. (Durkheim descartó tales «causas» tras haberlas sometido a un escrutinio minucioso. Así, aunque las estadísticas mostraban que los suicidios eran menos frecuentes en los climas más cálidos de Europa, Durkheim probó que la variable climática no podía considerarse como causa apropiada.) Lo único que le quedaba eran factores sociales para explicar el suicidio. «Las causas de la aptitud suicida de cada sociedad» debían ser halladas «en la naturaleza misma de tales sociedades». No obstante, era éste solamente un paso preliminar, porque aún no se sabía si el suicidio era la consecuencia de una tendencia social única, o el efecto de una serie combinada de factores diversos. Para esclarecer este punto, Durkheim se vio obligado a clasificar los suicidios según los motivos que a él conducían, y no según el modo empleado por el protagonista para poner fin a sus días.

De esta manera, la diversidad de actos suicidas quedaba reducida a un número de tipos muy limitado.

Al relacionar las tasas de suicidio con las características de los medios ambientes sociales respectivos -creencias y prácticas religiosas, estructura familiar, medio político, grupo ocupacional, etc.- Durkheim llegó a establecer tres tipos principales de suicidio, a los que dio los nombres respectivos de suicidio egoísta, altruista y anómico. Veámoslos.

El suicidio egoísta es aquel tipo de suicidio que es «inversamente proporcional al grado de integración de los grupos de los cuales el individuo es parte». Durkheim muestra cómo la intensidad de los ligámenes religiosos, familiares y políticos actúa como factor contra el suicidio. Los suicidios, por ejemplo, eran más frecuentes entre protestantes que entre católicos. En las comunidades protestantes el grado de integración social solía ser menor que entre las católicas, ya que la ética individualista y competitiva había penetrado más profundamente en las primeras que en las segundas, y lo mismo podía decirse de la industrialización. En la época en que Durkheim escribía-los judíos, con sus fuertes lazos familiares y étnicos, daban índices de suicidio mucho más bajos que los de los protestantes y algo más bajos aun que los de los católicos. Empero, a medida que penetraba el proceso de modernización en el tejido de la comunidad hebrea, también ésta perdía integración. Así, Durkheim nota cómo a partir de 1870 los judíos «han perdido su viejo privilegio» de cometer el menor número de suicidios en todas las sociedades europeas, y sus tasas empiezan a converger con las de los ambientes sociales más urbanizados y modernos del mundo de los gentiles. Similares paralelismos pueden establecerse si comparamos la sociedad urbana con la rural, los estratos altamente educados con los que han recibido poca educación escolar y las personas casadas con las solteras.

El suicidio altruista representa el caso opuesto, pues varía en proporción directa con el grado de integración del grupo. El suicidio aquí no está proscrito, sino que está prescrito para ciertos casos específicos. Lo hallamos solamente en sociedades tribales, en las que la cohesión social es muy alta, o bien en el seno de grupos muy militantes, si se trata de sociedades modernas. Es ése el caso del soldado que entrega su vida en un acto de heroísmo. El suicidio altruista es más corriente entre los pueblos que muestran un grado bajo de suicidio egoísta.

El suicidio anómico es el tercer tipo. Es consecuencia de la debilitación de los lazos sociales en una situación de anomía social, es decir, cuando falta una definición social tajante de las normas de conducta a seguir, fruto las más de las veces de un conflicto de normas más que de una ausencia de las mismas. Típicamente, su frecuencia varía según las fluctuaciones económicas. Tanto las crisis como los estados de euforia económica minan ciertos modos de cohesión social. Cuando ello ocurre, con los miembros menos integrados (los más confusos en sus valores) los que más sufren. El suicidio del hombre de negocios en bancarrota es un ejemplo típico de suicidio anómico.

Una vez establecida esta taxonomía del suicidio, puede verse cómo en los tres casos el suicidio está relacionado de un modo regular con un solo elemento común subyacente: la cohesión interna y la integración afectiva del grupo cuyo miembro ha decidido poner fin a su vida. Durkheim, en consecuencia, lanza la hipótesis de que la «constitución moral de la sociedad (el grado de solidaridad moral interna y de integración de cada colectividad y grupo) es lo que determina su tasa de suicidio, es decir, el porcentaje de miembros que cometen tal acto en un momento histórico determinado. La lógica y coherencia de su metodología, si bien no totalmente perfecta, es suficiente para explicar tasas reales de suicidio. Así, para volver sobre la relación que existe entre religión y tasas de suicidio, vemos cómo Durkheim sigue ciertos pasos lógicos explícitos. Al estudiar Alemania, por ejemplo, se observa cómo el suicidio era mucho más bajo en Renania y Baviera que en Sajonia y Prusia.

Su razonamiento ante el hecho es el siguiente:

1. En cualquier colectividad, el suicidio egoísta varía directamente con el grado de individualismo (postulado teórico).

2. El grado de individualismo varía con la incidencia del protestantismo (hipótesis).

3. Por consiguiente, la tasa de suicidio variará con la incidencia del protestantismo (consecuencia teórica).

4. La incidencia del protestantismo en la católica Baviera es baja (dato conocido).

5. Por lo tanto, el suicidio en Baviera será menos frecuente que en otras zonas de Alemania (confirmación del postulado).

Vemos pues cómo las hipótesis de causa y efecto, combinadas con el enfoque interrelacional y apoyadas en una taxonomía adecuada y un uso correcto de los datos estadísticos -en este caso muy elementales-, pueden producir una teoría plausible. La teoría del suicidio de Durkheim es, a no dudado, imperfecta, pero es una teoría, es decir, una explicación causal y racional más satisfactoria que las disponibles antes de que él la elaborara. Es por ello sin duda por lo que ha servido de punto de partida de una serie de investigaciones posteriores encaminadas a corregida y superada. Desde que su discípulo Maurice Halbwachs comenzara una revisión sistemática de la interpretación durkheimiana empezó a surgir toda una tradición de investigación sociológica del suicidio cuya reseña no es necesaria en este lugar. Lo que importa aquí es indicar cómo -en este caso a través de la aportación de Durkheim- se hace posible y necesaria la teoría sociológica para explicar un fenómeno social dado, el suicidio, y cómo tal teoría contiene un elemento predictivo: dada una estructura social y un grado de cohesión moral determinado estaremos en condiciones de predecir su índice de suicidios. El elemento predictivo es, pues, tan importante en teoría social como en cualquier otra.

La teoría orienta la investigación empírica; ésta, a su vez, eleva las meras hipótesis de trabajo a la categoría de proposiciones teóricas. Ambas se necesitan mutuamente. La creatividad de la sociología depende de su constante interacción.


6. METODOLOGÍA y MÉTODOS.

En su acepción más estricta llámase metodología al estudio sistemático de los métodos utilizados por una ciencia en su investigación de la realidad. Tal estudio abarca, por un lado, el aná- lisis lógico del procedimiento de la investigación y, por otro, el examen de los principios y supuestos que la guían. Agudamente conscientes de la problemática de su disciplina, los sociólogos se han ocupado siempre de este aspecto de su labor. En un sentido diferente, pero asaz corriente, la metodología consiste en el conjunto de métodos que emplea una ciencia. Esta acepción es muy común en el terreno de las ciencias humanas, pues indica la existencia de una pluralidad de métodos en lugar de la existencia de un método único. La complejidad de su objeto de estudio así como su doble vertiente subjetivo-objetiva imponen este pluralismo metodológico. Del método' sociológico como procedimiento único sólo se puede hablar en abstracto, cuando deseamos poner de relieve la unidad general de enfoque que caracteriza toda tarea sociológica. La unidad la da lo que podríamos llamar el espíritu de la disciplina y algunos de sus principios generales de aproximación a la realidad, por ejemplo el enfoque interrelacional de lo social, aludido al principio. Pero o cierto es que, en lo referente a investigación, el criterio de la sociología es a menudo marcadamente utilitario: si el método da resultados convincentes, si sirve, se emplea.

El método es el proceso de investigación que debe seguir la mente para acrecentar su conocimiento. Muchas ciencias poseen sus métodos propios, pero ninguno es totalmente intransferible. Los métodos de una se usan a menudo por otra ciencia.

Hasta hay técnicas, como la estadística -nacida, por cierto, de ciencia social- que son comunes a todas las ciencias. La sociología se distingue por su uso extensivo de métodos empleados por otras ciencias. Sobre todo, hay que subrayar que muchos de sus métodos no difieren en absoluto de los empleados por otras disciplinas sociales. La psicología social y la sociología, por ejemplo, hacen amplio uso de encuestas, entrevistas y tests que no se diferencian entre sí más que quizá por la orientación general del trabajo en cuestión. Las fronteras entre la antropología social y la sociología son casi siempre más que problemáticas. Y abundan los estudios interdisciplinares, como ocurre con los socioeconómicos, sociopolíticos o sociohistóricos.

Las pesquisas sociológicas siguen, en líneas generales, un camino semejante al de las otras ciencias. Comienzan con una hipótesis, es decir, con una conjetura que ha de servir de base de la investigación, y cuya verdad o falsedad no se afirman, pues son los resultados de la investigación los que tienen que decidir. Las hipótesis surgen intuitivamente, pero cuanto más respaldadas estén por reflexiones, investigaciones y experiencias previas en el campo en cuestión, más fecundas serán. Se elaboran entonces las definiciones operatiuas: se declara qué técnicas se seguirán, qué zonas se cubrirán y, sobre todo, se aclaran los conceptos empleados, su alcance y su significación.

Es imposible avanzar un paso en sociología sin definir conceptos y proponer un esquema o marco conceptual al que atenerse.

Toda disciplina tiene que definir diáfanamente sus términos, pero ello es notablemente necesario en ciencia social, dada la vaguedad con que se usan muchos de ellos en la vida corriente.

Supongamos que queremos emprender un estudio sobre la conducta electoral de una población dada para ver qué clase social es políticamente la más participativa en una democracia.

Lo primero que tendremos que hacer será definir, por lo menos, tres términos: «clase social», «conducta electoral», «participación política». Pensemos tan sólo en el número de acepciones que posee la noción de democracia. Para evitar enzarzamos en problemas excesivamente generales sobre la esencia de la democracia utilizaremos una definición clara y distinta, que nos permita operar en nuestra pesquisa, o sea, una definición operatiua, no un concepto sobre el que todos estén previamente de acuerdo. Si no hiciéramos tal cosa no podríamos avanzar, pues quedaríamos encallados en cuestiones previas difícilmente solubles. En el caso de nuestro ejemplo tendríamos primero que contentar a liberales, anarquistas, conservadores y comunistas, por mencionar sólo unos cuantos, ya que cada uno de ellos tiene su idea propia de la democracia. Sólo mediante las definiciones operativas podremos conseguir que la investigación pueda juzgarse en sus propios términos, y no en los de observadores ajenos a ella.

Todo esto no quiere decir que cada sociólogo o equipo de investigación tenga que comenzar a cero en lo que a conceptos e hipótesis se refiere. Al contrario, los investigadores procuran emplear y someter a prueba conceptos ya usados por sus colegas o predecesores. De ello resulta un proceso de conceptualizacion, el cual es un aspecto de la cumulatividad de la teoría sciológica; otro aspecto es el de la codificación de los conceptos en inventarios sistemáticos. La codificación, como advierte Merton, implica una reflexión ordenada y disciplinada. Significa, descubrir «cuál ha sido de hecho la experiencia estratégica de los investigadores, en vez de la invención de nuevas estrategias de investigación. Aunque el descubrimiento de lo primero pueda facilitar la invención de lo segundo». La codificación interna, pues, ordenar sistemáticamente experiencias anteriores de la investigación. En su virtud, muchas veces comenzamos a investigar basándonos en trabajos ya realizados, lo cual ahorra muchos derroches de energía. Es desaconsejable comenzar un estudio sin procurar ordenar el material que exista sobre el tema, codificándolo primero, si tal ejercicio no ha sido ya llevado a cabo satisfactoriamente.

Emparentada con la cuestión de la codificación, y aun prea la investigación en sí, se halla la formación de modelos. Los modelos, como Weber indicó, son construcciones mentales que expresan los rasgos fundamentales de los fenómenos a los que se refieren en abstracto. (Weber los llamó «tipos ideales».) Los modelos, pues, no existen en la realidad objetiva, pero son necesarios para su comprensión. Son sistemas de relaciones que intentan captar los elementos esenciales de una situación real, que ellos mismos sean abstractos. Todas las ciencias utilizan construcciones. En psicología, por ejemplo, para comprender la personalidad sobre la base de la constitución corporal de los individuos, hay autores que los han dividido en varios modelos o tipos ideales. Los biotipos «ciclotímicos» o «esquizotímicos», o los tipos constitucionales «pícnicos», «leptosomáticos» y «atléticos» de Kretschmer, o los somatotipos «en domorfos», corresponden «mesomorfos» y «ectomorfos» de Sheldon, no a ningún individuo real concreto, pero coadyuvan a comprender la relación entre las dimensiones del organismo humano y la personalidad economía, la idea de «competencia en los individuos reales. En perfecta» es también un modelo de mercado que no existe ni en el más libre de ellos.

La sociología necesita igualmente elaborar sus modelos; tiene que construir modelos de «burocracia», «feudalismo», «secta», «democracia», «linaje», y tantos otros. Son éstas nociones altamente complejas, que van más allá del mero concepto, pues una vez enunciado el núcleo significativo que cada una de ellas abriga nos vemos obligados a delinear toda una serie de características que les son específicas. A lo largo de las páginas que siguen tendremos ocasión de examinar un número considerable de modelos, construidos por la ciencia social para analizar, comprender y explicar los fenómenos que estudia. A través de ellos nos percataremos de que los modelos son un requisito de primera necesidad.

La investigación o pesquisa propiamente cuando todas estas fases previas –formación dicha no empieza de conceptos, hipótesis, definiciones operativas, elección de modelos- han sido llevadas a cabo, sino que en la práctica todo va montándose a la vez. De hecho los conceptos, las hipótesis y los modelos se van refinando a medida que avanza nuestra pesquisa sobre los datos. Tal pesquisa debe ser, para merecer el nombre de sociológica, esencialmente una interpretación causal de la realidad social, y no una mera descripción de datos. La.última sólo puede producir algún informe social más o menos interesante, pero nunca sociología en el sentido riguroso de la palabra. A menudo encontramos trabajos de tipo informativo que llevan el adjetivo de sociológico en sus portadas tal vez para incrementar su importancia ante un público lego o frente a la agencia que los ha encargado o financiado. Mas la verdadera indagación sociológica entraña una interpretación de datos, métodos y factores de acuerdo con los principios de la imaginación sociológica y las normas de la teoría. Éstas exigen, como en el ejemplo de la teoría durkheimiana del suicidio, que acabamos de examinar en la sección anterior, una explicación causal de lo ocurrido-y una predicción de lo que ha de ocurrir bajo ciertas condiciones.

Ello es tan necesario como pueda serlo el uso atinado y correcto de las técnicas de investigación social.


7. BIBLIOGRAFÍA ORIENTATIVA.

Para una introducción general a la naturaleza de la sociología, véase Julien Freund, Las teorías de las ciencias humanas (Península); C. w. Mlills, La imaginación sociológica (Fondo de Cultura Económica), y Mliguel Beltrán, Ciencia y sociología (Centro de Investigaciones Sociogicas). Para una visión histórica de la disciplina en el marco de las occidentales acerca de la sociedad, Salvador Giner, Historia del pensamiento social (Ariel). Una excelente y breve introducción a la evolución de la teoría sociológica es la de Franco Ferrarotti, El pensaiento sociológico de Auguste Comte a Max Horkheimer (Península).

Por su parte, el libro de Raymond Aron Las etapas del pensamiento sociológico (Siglo XXI) es una obra clásica, tal vez no superada. En estos textos hallará el lector referencias biográficas sobre muchos de los sociólogos citados a lo largo de este libro.

Sobre la sociología como crítica de la realidad social, véase Tomomore, La sociología como crítica social (Península). El estudio de Durkheim que se toma como ejemplo de indagación sociológies El suicidio. Ha sido publicado en castellano con un estudio de Lorenzo Díaz (Akal Editora).

El libro Problemas de teoría social contemporánea, compilado por Emilio Lama de Espinosa y José Enrique Rodríguez Ibáñez, y el comp. por Alfonso Pérez-Agote e Ignacio Sánchez de la Yncera, Complejidad y teoría social (ambos, C.LS.), presentan sendas panorámicas.

Lo diversos enfoques teóricos actuales, y pueden servir para contrastar lo que se afirma en este primer capítulo sobre la naturaleza de la teoría sociológica. Véase también Miguel Beltrán, La realidad social (Tecnos).

Salvador Giner - La naturaleza de la sociología (Sociología, 1968)
Salvador Giner: La naturaleza de la sociología (Sociología, 1968)

Sociología (1968)

Cap. 1: Naturaleza de la sociología

Salvador Giner

Editorial: Peninsula, 1997

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