Pierre Bourdieu: Sociología de la mitología y mitología de la sociología (1963)

Sociología de la mitología y mitología de la sociología

Mitosociología (1963)

Pierre Bourdieu y Jean Claude Passeron

Se podrá achacar a este texto que ignora los matices que dividen a los diversos autores y los diversos modos con que un mismo autor expresa la misma idea. Pero se verá, una vez en marcha, que la aparente diversidad de los estilos o de las orientaciones definitivas apenas disimula la identidad de aspectos del pensamiento, y que un gran número de textos más matizados que se podrían contraponer a nuestros análisis no son sino precauciones oratorias y falsas concesiones. Así, pues, nos ha parecido que la amalgama estaba justificada para hablar de aquellos autores que llamaremos massmediológicos, es decir, de aquellos autores y sólo de aquellos casos en que no reviste dicho aspecto. No se trata de negar que los nuevos medios de comunicación puedan ser objeto de una elaboración científica; de hecho, lo son con frecuencia. Dicho con mayor simplicidad, quizás ha llegado el momento de desterrar del universo científico, donde algunos pretenden introducirla, una vulgata patética que se ha constituido, sobre todo en Francia, a propósito de los mismos, y que oscila entre lo indemostrable y lo ni siquiera falso. Por supuesto, las ideas que se expondrán irán apoyadas por todo un cuerpo de documentos probatorios (se encontrarán en las notas) que, tomando la literatura massmediológica como objeto y describiendo metódicamente su léxico, su retórica y su lógica, contribuirán a una sociología, si no del espíritu del tiempo,* sí al menos del aura del tiempo.


De todos los adjetivos que con una generosidad exhaustiva los poetas han prodigado a la noche, creo que no hay ninguno que se le adapte de modo tan perfecto y que le sea esencial de un modo tan preciso como la palabra «masiva», empleada por vez primera, si no me equivoco, por Mallarmé, en el últimoverso de Toast Funébre.

ANDRÉ-PIERRE DE MANDIARGUES (Deuxiéme Belvédére).


Salidos de las regiones más dispares del universo intelectual, han surgido nuevos profetas que anuncian «un futuro diferente del hombre contemporáneo», la «mutación» de la cual surgirá un hombre nuevo, construido por los nuevos poderes que él mismo ha fabricado, transformado por la transformación de sus medios de expresión, hombre de la imagen sustituido al hombre de la palabra, iconántropo que habita en la «iconosfera», es decir, «el ambiente existencial instituido por la información visual y elevado por ella al nivel de realidad constante», «cosmopiteco», «bosquejo simiesco» del hombre cósmico «que podría abordar el porvenir y asumir una dimensión cósmica». Son ellos mismos los que anuncian, con la llegada de una «Tercera Cultura», el fin de las antiguas profecías culturales, expropiadas de sus fieles por la «irrupción de las masas y la invasión de los mass media».

Nos invitan a penetrar resueltamente en esta civilización radicalmente distinta, en la que, inconscientes y ciegos, no entramos más que a pesar nuestro, y como a regañadientes. Ante los signos de la «gran tensión preapocalíptica», descubren por todas partes la potencia de esta nueva fuerza cósmica, los mass media, que operan una especie detransustanciación de las masas sujetas a su acción masiva, la «masificación», el conjunto de cuyas transformaciones, que los ignorantes perciben de forma aislada y discontinua, desde la «despolitización» hasta el peinado de las muchachas, no son sino otras tantas hipótesis.(1) Paradójicamente, esta profecía sobre el destino de las «masas» tan sólo tiene garra entre los intelectuales. Aun cuando tiene la nostalgia o la ambición de alcanzar a un auditorio más vasto, el profeta massmediático sabe que su temática no puede llegar hasta los que constituyen su objeto (2) Pero no es a causa de su carácter científico por lo que esta crítica intelectual de la cultura intelectual, que es al mismo tiempo una visión que quiere ser comprensiva con la «cultura de masa», está condenada a seguir siendo incomprendida por las masas. Su existencia sería ciertamente discutible, si no fuese más que evidente que la mitología desmitificadora procura al intelectual la fácil ocasión de aparecer como tal, o sea, como aquel que, funcionalmente, es el único que detenta una verdad que los demás se contentan con ser o hacer, como aquel que sustrae a las «masas» su esencia y que sólo él es capaz de restituírsela mediante la explicitación o la explicación.(3) Por lo demás, impotente para controlar los mass media y quizá también para utilizarlos con el fin de manipular a las «masas», incapaz de consumir espontáneamente sus productos, el intelectual se reduce a transformar «masas» y mass media en objetos de su consumo, o sea, en objetos de estudio. Por último, como si se tratase de un espejo de dos caras, el desmitificador se puede conceder el refinado placer de una deleitación vicaria y complacida. Cogiendo al Antropos «masificado» en el momento en que se desnuda, el voyeur puede tenerlo todo de un golpe, la delectación por el goce que procura y el placer de la condena de la delectación, mezcla que constituye el erotismo fariseo.

El intelectual ya puede querer parecer comprensivo, jamás se despoja de su verdadera naturaleza, y, cuando se «masifica» para hablar de la «masificación», se comporta como el lobo que se viste de cordero o de pastor para poderse comer mejor el ganado. La comprensión es únicamente una indulgencia pasajera; siempre llega el momento en que el compañero de placer se convierte de nuevo en un predicador despiadado. El profeta ha podido condescender por un instante; sin embargo, era solamente para poder fustigar mejor. «Edgar Morin -escribe Claude Brémond- ataca violentamente a los moralistas melancólicos de la otra cultura, pero no basta con condenarlos para justificar la cultura de masa. Las culturas precedentes engañaban al hombre con ilusorias promesas de inmortalidad. Éstas otras ayudan al hombre a mentirse mejor.»(4) Anticipación de Juicio Universal o interrogante sobre temas colindantes con la ontología y la axiología, al borde del «abismo nihilista en que se han precipitado las grandes trascendencias»,(5) es siempre el tono de la profecía.

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Los metafísicos de Tlón no buscan la verdad, ni tan siquiera la verosimilitud, sino la sorpresa. Juzgan la metafísica como una rama de la literatura fantástica. Saben que un sistema no es más que la subordinación de todos los aspectos del universo a uno cualquiera de sus mismos aspectos.

JORGE Luis BORGES (Ficciones, Tldn, Uqbar, Orbis Tertius).


El distinguo repugna al espíritu profético. La mass mediología habla de mass media como del Paráclito, y esta entidad genérica recoge en sí, multiplicándolas, las particulares dotes de eficacia de los individuos que asume. Se toma prestado de la retórica consagrada la figura más fuerte de su logomaquia, la vaga y perturbadora denominación mass media, «medios de comunicación de masa».

Entre personas enteradas, las iniciales para los iniciados, m. d. c., proponen una evidencia, que supone un rechace de la actitud analítica. Con la terrorífica eficacia de su nombre, «los medios de comunicación de masa» condenan sin apelación al individuo masificado a la fruición masiva, pasiva, dócil y crédula.(6) Los mass media pueden disfrutar de vehículos para los mensajes más diversos y encontrar los más variados niveles de receptividad; los massmediólogos, jugando con el efecto de halo, se conforman con despertar el modelo arquetipo del condicionamiento a través de la imagen publicitaria. Una sociología que quisiese introducir de nuevo una valoración modesta del fenómeno en sus matices y en sus límites se considera de antemano como una ciencia burocrática que se vincula a la letra de la sociedad más bien que al Espíritu del Tiempo.

Para ahorrarse la tarea menor y mezquina de distinguir (con el riesgo de relativizarlos) el poder, el contenido y el público de cualquier sistema de difusión,(7) y para cortar pronto las preguntas impertinentes, se forman conceptos pesados y oscuros donde las diferencias quedan desvanecidas.

Los, vehículos culturales individuales son sustituidos por la idea abstracta, y en su género perfecta, de la eficacia de masa. Entonces el juego está hecho, y los individuos, distintos tan sólo mediante y en su participación en el género supremo, se benefician implícitamente de todas las propiedades del género.

Cada uno acumula en sí los honores o los delitos de los demás.(8) El principio de semejante amalgama, el del contagio mágico, se puede enunciar de este modo: todo aquello que pertenece a un género posee todas las propiedades del género; y para pertenecer a un género, basta tener una propiedad. Sin duda, si hubiese que hallar un medio de difusión efectivamente dotado de todos los poderes fantásticos que se atribuyen a cada paso a los mass media, se tendría el arma psicológica absoluta que los massmediólogos, gracias al cielo, tienen que conformarse todavía con soñar... Un mass medium que, combinando todas las virtudes de todos los mass media particulares, solicitase indistintamente en todo momento, en todo lugar, la totalidad atomizada de los individuos masificados y solitarios, fascinados por la seducción «planetaria» de imágenes traumatizantes, de melodías obsesivas y de mitologías hechiceras, «es como una hormiga de dieciocho metros con un sombrero en la cabeza; que no existe».(9) Y, puesto que es fruto de la imaginación, este «hipocampelefantocamello» gusta a la imaginación.

En efecto, para hacer plausible la visión apocalíptica de las masas, sería preciso procurarse la máquina para fabricar masas: operación que tiene asegurado su éxito en la imaginación del intelectual, escritor o lector, únicamente porque la máquina para fabricar las masas se la construye a partir de la imagen - atractiva y repulsiva- de las masas fabricadas. Para obtenerlo basta con recurrir una vez más al principio del contagio: dado que todos aquellos que son idénticos en cierto aspecto lo son en todos los aspectos, todos los que tienen la televisión dejan de ser hombres reales, es decir, distintos, para convertirse en «televisivos» sin rostro, seres raciocinantes que permiten desplegar, en los confines de la «antropología», el sagrado tema de las masas masificadas.(10).

Pero, ¿qué entendemos por noción de «masa», la más masificada de todas? Y cabría preguntarse también: con una expresión como «medios de comunicación de masa» ¿se quiere quizás indicar aquellos medios de difusión cuya característica predominante consiste en llegar al máximo número de espectadores? Sería demasiado simple, y de golpe desvanecería aquel prodigio que obsesiona a la civilización moderna. El libro seguiría siendo el «medio de difusión de masa» por excelencia, y todavía no ha habido un reportaje o una retransmisión que haya tenido el éxito de la Biblia o del Manifiesto.

¿Se trata de alcanzar masivamente y de modo continuado a la «gran masa»? Tan sólo la Escuela, opuesta a los mass media, podría alardear de una verdadera «acción de masa», puesto que la Escuela es la única que puede repetir su propio mensaje con insistencia y dispone además de la coerción y del ejercicio. Es preciso asimismo que el concepto de «masa», como una caja china, revele inagotables recursos de reduplicación interna. Lo que se manifiesta no es solamente el alcance excepcional de la difusión medible en horas de escucha o en receptores vendidos-, sino la naturaleza misma de la «cultura» que se transmite: el medio de comunicación se define «de masa» por el hecho de comunicar masivamente una «cultura de masa». No obstante, ¿qué hay que entender por «cultura de masa», cuando no podemos conformarnos con definirla como el conjunto de los mensajes difundidos por los «medios de comunicación de masa»? ¿Quizá se trata de la cultura de las «masas», es decir, del sistema de nociones y actitudes que se hallan en las «masas», y que, por tanto, son opuestas a las élites, que han podido disfrutar de la cultura escolar? Responder afirmativamente equivale a afirmar que los mass media dan a las «masas» lo que ya les pertenece, y el misterio de la «masificación» desaparece.(11) Es preciso, pues, para no caer en la herejía, que la «cultura de masa» sea al mismo tiempo lo que sucede culturalmente a las «masas» a causa de los mass media. Este círculo lógico engendra en cada uno de sus puntos todos los círculos que se quiera: las masas no son tales sino en cuanto destinatarias masificadas de una cultura de masa masivamente difundida. (12) La misma lógica de su temática impide al massmediólogo inmovilizar -durante el tiempo necesario para definirlas- estas tres palabras esenciales: mass media, masa y masificación. Con tres conceptos que hay que sostener, pero disponiendo sólo de dos manos, no le queda otra solución que improvisar juegos de manos.

La definición, poco molesta mientras se ocupa de generalidades, revela sus propias contradicciones cuando se trata de enumerar con precisión lo que son los mass media. Se oscila entonces entre dos criterios: el de la amplitud de la difusión propia del vehículo y el de la cualidad del contenido difundido.

¿Hay que tener en cuenta únicamente la tirada de un libro (o de una clase de libros) para determinar su pertenencia a la categoría de los mass-media? Parece ser que los massmediólogos no han resuelto la cuestión, ya que aceptan obras o géneros de obras, tales como la «novela popular» o la «cancioncilla» y excluyen obras de literatura o de música clásica que han tenido una difusión «de masa» en disco o en edición económica. ¿La definición compleja de mass medium (siempre implícita) supone, pues, además de la difusión de «masa», la «cualidad de masa» del producto difundido? Mientras que la ortodoxia massmediológica querría que la «cualidad de masa» no fuese más que el resultado de una deducción a priori a partir del concepto puro de «producción de masa», el massmediológico se ve obligado, cada vez que vuelve a situarse en el terreno de la experiencia, a introducir propiedades extrañas al concepto, como por ejemplo el carácter clásico o «de masa» que admite como atributo objetivo de ciertas obras culturales. La massmediología no es sociología, toda vez que siente todavía la nostalgia de deducir a priori en casos en que bastaría con el dato empírico: ni es tampoco teoría pura, ya que permite que se barajen hechos desnudos allí donde debería proceder por deducción; es, pues, una metafísica -en el sentido kantiano-, pero una metafísica catastrófica.

Si bien es cierto que la massmediología no alcanza los objetivos que se ha propuesto, consigue por lo menos el objetivo inconfesado -pero que todos sus procedimientos delatan- de evitar problemas más triviales que ponen en duda su misma existencia. ¿Acaso no es cierto que todo medio de comunicación delinea en el seno de la «masa» conjuntos que son otros tantos públicos de un momento? ¿Y no es quizás así, no tan sólo para todos los medios de comunicación, sino también para los contenidos difundidos por éstos, por el teatro televisivo, por ejemplo, hasta para Paris-Club o Intervilles? ¿Estos públicos efímeros y fluctuantes, que con sus infinitos amontonamientos incitan el análisis, coinciden, en todo o en parte, con los grupos sociales reales? Y si se comprueba que no es así, ¿hay que concluir, sin ningún otro examen, que estos grupos están en vías de difusión y confusión, o bien que sería preciso, invirtiendo el método, proceder -en tanto que sociólogos- no a partir de los medios de comunicación para llegar a sus usuarios, sino de los grupos sociales a los sistemas de consumo cultural que los caracterizan? De igual modo, cabe plantear otra cuestión, ¿qué es lo que diferencia la recepción de un programa televisivo del hecho de asistir a un programa teatral, a un concierto o a una entrevista? Si estos diversos tipos de comunicación se oponen los unos los otros de varias maneras y en diversos aspectos, ¿no se contraponen también, y todos en bloque, si bien bajo otra perspectiva, al conjunto de las relaciones individuales a través de los medios de comunicación individual, como el caso de una charla en una calle de una ciudad tradicional, la conversación en la terraza de un café o el palique de una velada mundana? (13) ¿y en qué medida (que habría que medir) la diferencia depende de la relación numérica entre emisores y receptores o bien de las cualidades específicas de la comunicación, de su forma y de su contenido? Si las experiencias -solitarias o colectivas- del emisor y, del receptor de un mensaje individual o colectivo difieren de modo esencial, habría que especificar en qué y por qué, y en particular a partir de qué límite el número de los receptores (según el tipo de relaciones que mantengan entre sí) transforma su modalidad. En efecto, ¿la diferencia no depende de la estructura del grupo en el que se produce la recepción? Se escucha la televisión en casa, en familia, se asiste al teatro, al concierto, a una recepción, se va al cine (**) o a un partido de fútbol. Y por otra parte, ¿a qué son debidos el crédito y la adhesión que suscitan los diversos medios de comunicación, desde la relación casi cara a cara que se establece en la conferencia, en el teatro o en una reunión, hasta la falsa comunicación cara a cara, gracias a la supresión técnica del espacio y del tiempo, frente al cine, a la radio o a la televisión? ¿En qué proporción difieren la atención y la seriedad que se prestan, el crédito y la complicidad acordados, en el público de la radio, del cine o de una entrevista, en los lectores de un periódico o de Racine, de un digest o de una revista? ¿Por qué, por ejemplo, conceder (sin experiencia alguna) al falso cara a cara de la televisión un poder persuasivo superior a cualquier otro, fingiendo ignorar la eficacia demasiado conocida de la presencia en carne y hueso? Y además, el periódico no es-el libro, el paperback no es el libro encuadernado, el libro encuadernado no es el prix Goncourt, el periódico matutino no es el periódico de la tarde, «Le Monde» no es «FranceSoir» y el mismo «France-Soir» no es «France-D¡manche».(14) Y además, la atención que se presta varía según se lea la página deportiva, los anuncios económicos, la crónica del último escándalo, las viñetas o el editorial. Hay mil modos de leer, de ver y de escuchar. ¿Por qué obstinarse en determinar «la influencia» de los mass media mediante la medida„ extrañamente burocrática, de la cantidad de información emitida o el análisis de la «estructura» del mensaje? No hay duda de que es posible medir según el número y el formato de los caracteres, o la disposición de los títulos, la importancia que se concede a esta o aquella noticia; sin embargo, ¿es justo sostener que el lector ha concedido a la información una importancia proporcional a los milímetros cuadrados que ocupaba en el periódico? ¿Hay que recordar que el significado no existe como tal en la cosa leída, sino que, en éste como en otros asuntos, tiene tan sólo el modo de ser de la conciencia intencional que lo constituye? La lectura superficial, tal vez, lleva en sí la propia defensa, y el oyente superficial transforma el discurso del orador en simple rumor, que al mismo tiempo puede medirse en decibelios.

¿Y por qué ignorar los mecanismos de defensa de que se pertrechan las masas contra el ataque de los mass media? La insistencia contra la fascinación que ejerce la televisión -lugar común en la conversación popular o pequeño burgués- conjura la fascinación en sentido distinto pero no menos eficaz que el que ejerce el discurso intelectual. ¿Acaso no sucede que el más massmediático de los mass media llega a desacralizar a un mass medium más antiguo? P. Daninos no hace mala sociología cuando observa que «la gente habla cada vez más del cine, cosa por otra parte asfixiante, y es por culpa de la televisión. Porque están de tal modo acostumbrados a hablar delante de su pantalla, que empiezan a no distinguir entre la pequeña y la grande».(15) Por último, ¿por qué el mensaje massmediático tendría que detentar institucionalmente el exorbitante privilegio de eludir puntualmente la defensa de las personalidades que ataca? (16) ¿Por qué el uso inmoderado de las imágenes y de los sonidos, drogas orgiásticas cada vez más violentas, picantes y dislocadoras, debería llevar al alma contemporánea, pasmada y arrebatada, a un renacimiento mágico?(17) He aquí donde está la imaginación de los magos que se complacen en desmentir que no es posible engañar cotidianamente a aquellos de quienes se abusa sin desengañarlos.

Los intelectuales siempre tienen dificultad en creer en los mecanismos de defensa, es decir, en la libertad de los demás, puesto que se atribuyen de buen grado el monopolio profesional de la libertad de espíritu. Cuando la simpatía decisoria no va dirigida y controlada por el conocimiento científico del propio objeto, la intención, indudablemente sincera, de renunciar a oponer las diversiones de las élites a las distracciones de los ilotas, acaba en una inversión del pro al contra, que no puede presentarse a sí misma como tal: en este momento es cuando se cree conceder todo el respeto; sin embargo, lo que sucede es que se sucumbe ante el desprecio más insidioso. Para demostrar la seriedad del propio humanismo, se cree necesario tomar en serio aquello que el humanismo de los mandarines toma por inútil, sin advertir que para tomar en serio -y a veces trágicamente- la lectura de los rotativos es preciso dejar de tomarse en serio a los lectores, de los rotativos cuando dicen que no se los toman en serio. En efecto, ¿por qué ignorar que creen en las mitologías preferidas de los sociólogos de la mitología sin duda menos de lb que las creen estos- últimos, y ciertamente mucho menos, de lo que lo hacen los intelectuales, que siempre tienen necesidad de personajes mitificados para poder creerse desmitificadores, creen que creen en ellas? (***).

En realidad los intelectuales no conciben generosidad mayor que la de concebir al pueblo a su imagen y semejanza. Para pensar en denunciar la deshonrosa seducción de las obras de baja cultura, para obligarse a la indulgencia bienintencionada barajando la idea de su privilegio o para emprender la obra de ennoblecimiento de aquello que la mayor parte de sus semejantes envilece, es necesario que hayan prestado a las «masas» la fragilidad de su estómago, la debilidad de sus nervios, su vulnerabilidad frente al erotismo, o, más genéricamente, todas las disposiciones intelectuales frente a lo imaginario.(19) Cuando, bajo el Segundo Imperio, el obrero Tollain deploraba los crímenes de la que hoy llamaríamos «literatura de masa», sabía por lo menos, sin ser un intelectual, que el pueblo tiene buen estómago: «hace tiempo que veo con inquietud el Gargantúa literario de paladar corrompida por el ácido corrosivo de la novela popular. Literalmente, el pueblo posee un estómago de avestruz, su robusta constitución es semejante a su insaciable apetito; el monstruo lo absorbe todo, pero digiere»(20) Para comprender lo que distingue a la actitud del intelectual ante las obras culturales, es necesario recordar esta imagen intelectual ante las obras culturales, es necesario recordar esta imagen engrandecida e imposible del intelectual integral que propone Don Quijote cuando, en nombre de una misión literaria, hace añicos las marionetas de Maese Pedro: «Señores que oís, os lo digo en verdad y en realidad, que cuanto aquí ha sucedido, a mí me ha parecido que efectivamente hubiese sucedido: que Melisandra fuese Melisandra, don Gaiferos, don Gaiferos; Marsilio, Marsilio, y Carlomagno, Carlomagno; por esto quedé turbado por la ira y para cumplir mi deber de caballero errante quise dar ayuda y protección a los fugitivos, y con esta laudable intención he hecho lo que habéis visto».(21).

Pero cuando Don Quijote, suficientemente arrebatado por,. el juego como para elevar, en nombre de la verosimilitud, objeciones pedantes y absurdas contra la naturaleza del espectáculo, viene a interrumpir la diversión de los demás con su arrojo de rompedor de ficciones, a los ojos de las personas cuerdas, que, sin creérselo un solo instante, habían podido «estar colgados de los labios del presentador de maravillas»,(22) hace el papel de un loco incomprensible tanto en su credulidad como en su incredulidad.

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Cuando se desconoce la verdad de una cosa, va bien que exista un error común que fije el espíritu de los hombres, como por ejemplo la Luna, a la cual se atribuye el cambio de las estaciones, los progresos en las enfermedades, etc.; puesto que la enfermedad principal del hombre es su inquieta curiosidad por las cosas que no puede saber; y no le resulta tan penoso engañarse como sentirse afligido por esta curiosidad inútil.

PASCAL (Pensamientos, 1, 18).


¿Por qué el tema massmediático suscita con tanta prontitud la ilusión de la evidencia? ¿En qué se apoya su fuerza persuasiva y su alto rendimiento explicativo? La literatura consagrada a las desgracias de la civilización industrial, a los medios de comunicación o a las diversiones «de masa», a la eterna «modernidad», en suma, debe su propia aura de verosimilitud al hecho de que revela las experiencias más corrientes, las de los atascos de la plaza de la Concorde a las seis de la tarde, del paraguas en las estaciones el primero de agosto, de las comidas donde se deja de hablar para ver la televisión, experiencias que sirven de trampolín para una semi-comprensión por analogía.(23) En realidad, aun teniendo otras pretensiones, la massmediología no hace más que trasponer en fórmulas racionales las ideas recogidas por los chismes cotidianos sobre desventuras de la época, chismes que se toman por lo que son, y que se disfrazan tomando en serio las apariencias de seriedad que revisten: «Los tiempos son duros pero son modernos», «los tiempos son modernos pero son duros»; y cuando no es «culpa de la bomba atómica», es «culpa de la televisión».(24) No son más que palabras, pero al menos se sabe; como también se sabe, sin alejarse de los chismes, arremeter irónicamente contra su opacidad, con este coro ameboide en que todo interlocutor detenta la mitad de una media verdad.

Si el tema massmediático, tanto en su forma popular como en su forma erudita, pasa por demostraciones, y rehúye las refutaciones, si no puede encontrar incomprensión o incredulidad, si puede explicar con el mismo éxito los fenómenos sociales más diversos, desde la Noche Loca de la Nación hasta el éxodo de las jóvenes campesinas, es porque obedece a la lógica de la magia. Persuade por el hecho de que, por ser concatenación de signos al mismo tiempo vacíos de contenido y prontos a asumir todos los significados, con poco esfuerzo puede, liberar del silencio consternado que se siente ante lo inexplicable. Así, las orejas quedan llenas de la «muchacha moderna», heroína preferida de los Hesíodos del nuevo Olimpo, Europa arrebatada por el toro massmediático por aventuras reales y divinas. Con el gesto de un calmante se ha hecho desaparecer lo esencial: el onirismo hollywoodiano, el «divismo», la identificación vestimenta) y cosmética y todas las formas apenas modernas del bovarismo no son más que signos exteriores de cambios importantes en un sentido muy diferente;(25) separarlas de sus condiciones de existencia con el pretexto de constituirlas en sistema de significados autónomos significa quitarles su sentido y existencia. Sin embargo, los conceptos totalitarios de los massmediólogos condenan al paralogismo de la fórmula pars pro loto.

El interés de la explicación por la eficacia del maná massmediático tiende a nutrirse de sí mismo, puesto que toda nueva utilización se beneficia del eco de las utilizaciones precedentes. No se razona de otro modo (al menos hasta que interviene la demostración de lo contrario) cuando se afirma que el verano ha quedado desquiciado por la bomba atómica, y cuando se imputan a la sola potencia de los mass media los excesos de los fans de Johnny Halliday, la despoblación del campo, las fantasías de los peinados femeninos, el tedio de los escolares en sus bancos, o la indiferencia de las «masas» ante la guerra de Argelia.(26).

Sistematizado por alusiones y elipses, este logos tiene en definitiva todas las ventajas de lo moderno: explica fenómenos que parecen desprovistos de precedentes históricos con la eficacia de una causa sin precedentes históricos; sobre todo, el tema massmediático participa de la atmósfera científica y de sus normas de credibilidad; los mass media, maná con el gusto del día, llevan la magia propia de una civilización en la que la ciencia, capaz de proporcionar al ignorante la certeza de que puede venir de cualquier parte una explicación adecuada, corre al mismo tiempo el riesgo de envolvernos en una niebla de magia a los ojos de quien no tiene acceso a la racionalidad científica si no es por poderes.(27) Así es como el profeta de desventuras tiene un juego fácil cuando amenaza a las turbas inconscientes de las desgracias que se están atrayendo porque, tienen la desgracia de no advertirlas.(28).

Metido de lleno en la perspectiva de la razón mítica puede anunciar que «los tiempos están maduros» y que, mutación sin precedentes, el homo loquens se transforma en homo videns.(29) No hay nada más fácil, y siempre, ha sido así, que convencer a los hombres de que están viviendo una crisis sin precedentes. Si la ilusión de lo nunca visto es común a todas las épocas, es porque confiere una pátina de nobleza a la experiencia colectiva dándole el sabor del drama. Con frecuencia el historiador queda estupefacto ante el asombro del hombre moderno frente al mundo moderno. Renan veía en la necesidad a que han quedado reducidas las clases inferiores de gozar del bienestar ajeno una característica de las sociedades tradicionales fuertemente jerarquizadas.(30) Lo que nos parece - retrospectivamente- muy ingenuo, es que se pueda preguntar si los hombres se conformarán todavía a largo plazo de estos goces por poderes, en los que los massmediólogos, cuanto más ingenuos, ven la característica fisionómica de la era mitológica.(31).

Puede suceder que el mensaje massmediático venga a coronar la espera de una teodicea social en un momento en que los mensajes tradicionales hayan dejado de tener validez. Como el Dios de las religiones, la ciencia ha quedado dividida en potencia de la luz y poder de las tinieblas; entre éstas, el poder massmediático, realidad muy exterior y superior a la experiencia para estar al abrigo de cualquier desautorización fundada en la experiencia, y sobradamente eficiente para explicar todo aquello que ha dejado de ser obvio a la experiencia, estaba predestinada a desempeñar el papel de la divinidad del mal, o del demonio imprevisible.

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Orquestando temas que están en el ambiente del tiempo, los nuevos profetas pueden conformarse con evocar, al igual que se invocan los espíritus, las experiencias fundamentales del «hombre de la calle», o, mejor, la imagen que el «hombre de la calle» se formaría del hombre de la calle si existiese. (32).

Comparsa invisible e insustituible de la temática massmediática, el homo massmediaticus se debe a sí mismo a los mass media, y dado que se afirma que éstos abarcan al universo entero, debe a sí mismo y a ellos el hecho de ser abarcado universalmente. Así, a una capacidad agresiva sin límites corresponde una vulnerabilidad igualmente infinita:(33) imagen ingenua y coloridad transformada en figura ejemplar de la miseria humana, este hombre sin cualidad (porque las tiene todas) transfigura acumulándolos los signos de la «modernidad» que la imaginación común maneja de modo disperso, y el massmediólogo puede hacer recaer sobre él, en el juego del discurso alusivo, el peso de la profecía apocalíptica. Pretexto para construir grandiosidad con miriñaques, objetos de ciencia con trivialidades cotidianas, el horno massmediaticus transforma cuanto asimila: basta con que llegue a conocerlos girando un botón u hojeando una revista para que los divorcios de las divas o los enamoramientos de las princesas se conviertan en fragmentos de una teogonía y para que ya no sea posible, sin impiedad, atribuirles la función de chismes de pueblo.

No seamos nosotros los que prestemos a los massmediólogos la ambición antropológica. El homo massmediaticus, que toda su temática sobreentiende, es la verdad del Antropos que los mass media revelarían, por encima de todas las desigualdades sociales: igual ante los mass inedia, «el académico, el ingeniero, el obrero, el campesino», no son más que la idea abstracta de esta igualdad, es decir, la marca del poder de los mass rnedia34 Sometida a análisis racional, esta antropología no es más que la sombra de la massmediología, y la sombra de una quimera sigue siendo una quimera, monstruo de cien orejas y de cien ojos, engendro del monstruo de cien caras y de cien voces. Si en algunas ocasiones el Antropos, abstracción de una abstracción, parece vivir una existencia autónoma como apetito de ver y de sentir, de gozar y de soñar, y de este modo parece preexistir a las satisfacciones que lo hacen existir, esta apetencia, que es el apetito de todos y de ninguno, no es otra cosa que el paralelo mágico del maná massmediático.

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¿Un torbellino? He aquí lo que ignoraba: que Zeus no existe y que Torbellino reina hoy en su lugar.

ARISTÓFANES (Las Nubes).


Se nos acusará de usar, contra un pensamiento, todos los argumentos que autoriza la opción previa de tratarlo como un objeto. Supongamos, pues, que damos la razón a la ideología massmediática y que tomamos en serio la ambición, que no le es extraña, de dar una solución sistemática a los problemas de la sociedad contemporánea. En efecto, esta ideología pretende convencer de que la cuestión de la manipulación d las «masas» por parte de los mass media ocupa en nuestra sociedad el lugar que en otros tiempos incumbía al problema de la lucha de clases o al que consideraba la disgregación del orden social o moral como una consecuencia del hundimiento de las normas tradicionales. Situada en la historia de las ideas, aparece, objetivamente, como la respuesta de interrogantes formulados en el siglo XIX. Sin embargo, las grandes doctrinas que formaban sistemas de opción tajantes y coherentes son sustituidas por un sincretismo conceptual que sólo en apariencia supera los viejos modelos contrapuestos. En virtud de su extrema indeterminación semántica, el concepto de «masa», punto de convergencia de todas las opciones no realizadas, tan sólo hace posible eludir las alternativas. En relación a la comunidad y a la sociedad, por tomar de nuevo el modelo de Tönnies, o en relación con la solidaridad orgánica y con la sociedad mecánica, por formular a la manera de Durkheim, el término «masa» quiere indicar un nuevo tipo de solidaridad, definida por la ausencia de solidaridad y por la anomia generalizada, último resultado de la disgregación de la Gesellschaft, y quizá, todavía más ingenuamente, de la Gemeinschaft. Al mismo tiempo, sin embargo, la «masa», producto de la «masificación», acción nivelador de los mass media, realizaría una nueva forma de integración, fundada en la «homogeneización», o, si se quiere, en la «solidaridad por similitud», típica, según Durkheim, de las sociedades primitivas: la «cultura de masa» sería en ese caso el equivalente del sistema de modelos de comportamiento que el etnólogo descubre en una sociedad fuertemente integrada. Con todo, según indica de modo inevitable la referencia a la oposición entre masa y élite, el término «masa» autoriza la apariencia de una fidelidad verbal al esquema revolucionario en el mismo momento en que Marx zozobra: afirmando la igualdad de todos en la alienación, se afirma la existencia de una sociedad sin clases pero incluso sin una revolución hecha, por hacer, o en todo caso factible, reservándose siempre la posibilidad de jugar con las resonancias semánticas de la palabra «masa», que puede evocar indiferentemente la tradición revolucionaria o la tradición maquiavélica en la forma paretiana. A este nivel de indeterminación, es sólo cuestión de pretexto, y basta un poco de complicidad para que la connotación pesimista quede excluida de un tema que la sugiere fraudulentamente.

El objeto por excelencia de esta sociología fantástica es, pues, más que la «masa» o los mismos mass media, la «masificación», o sea, es aquello que hace que las masas se conviertan en masas, o mejor, lo que hace que las masas sean masas: en efecto, la masificación es en definitiva automasificación, puesto que el hacerse masa de las masas no es sino el proceso histórico con el cual aquéllas realizan su propia esencia.(35) En suma, lo que se describe no son cosas que se hacen, ni los mecanismos o los agentes que las hacen, sino una lógica fantasmagórica que autoriza todos los deslizamientos y todas las inversiones. Y ello independientemente del fenómeno analizado, ya sea el porvenir de la humanidad o el memorial de una cortesana. Así, por ejemplo, «el fenómeno Soraya» no es Soraya, no es la organización que produce la literatura sobre Soraya, con sus medios, sus intenciones reales, ni son tan sólo las técnicas de transmisión que se emplean al informar sobre Soraya, entre las que no es la menos importante la simple conversación y no lo es la captación concreta de la imagen de Soraya y las diversas formas que esta imagen reviste según el público, sino que lo es el mito autónomo de Soraya, que se presta a recibir un tratamiento mitificador. Tomar como objeto tanto las intenciones implícitas o explícitas de los autores del mensaje, los modelos conscientes o inconscientes que dirigen su opción técnica, estética o ética, y de igual modo la expectativa e inclinaciones de quienes reciben el mensaje, la modalidad efectiva de su percepción, su interés o su indiferencia, sería sin duda una operación que el buen sentido dictaría. Sin embargo, sería al mismo tiempo reducir a vulgar objeto de ciencia un pretexto providencial para la prestidigitación profética. Los magos quieren ahorrarse la desilusión de descubrir que los redactores y los fotógrafos de «Paris-Match», sus congéneres, ponen explícita y sistemáticamente en su mensaje todo aquello que el análisis que se quiere sea estructural, la varilla mágica, hace surgir de él; de este modo soslayan el agudo dolor de tener que comprobar que los lectores reciben y comprenden esta intención objetiva. Por consiguiente, la massmediología es la que viene a poner de por medio las propias nubes mitológicas entre dos bandos que se hacen ilusiones.(36).

Los mass media no son ni una cosa ni una idea, ni una institución ni una intención, ni un agente ni un paciente; son un utensilio sin aquel que lo utiliza, que define por sí solo las reglas de su propia utilización, una manipulación sin manipuladores, un automatom espirituale, un Dios máquina, en definitiva. Entonces el juego ya está hecho, y una vez eliminados todos los sujetos históricos de la historia, es posible hacer que se deslice en la temática massmediática una filosofía de la manipulación sin que sea preciso nombrar a los manipuladores, cosa que sugeriría la imagen no aceptada de las masas manipuladas por el hecho de ser capaces de ser manipuladas. En cualquier otro esquema lógico, sería necesario escoger entre la denuncia revolucionaria y entre las resignadas dimisiones frente a la autointoxicación de las masas. Los mass media, fuerza impersonal y personalizada, omnipresente y localizada, y las masas, potencialidad de acción sin actor histórico, fuerza agente y fuerza paciente, pueden generarse mutuamente, ya que no tienen necesidad de ser distintos el uno del otro, como Adito, que, según Veda, nace de Daksa que a su vez nace de Adito. El sincretismo es, pues, la última aventura de la dialéctica.(37).

En definitiva, parece como si la profecía massmediática ahondase sus raíces no, como querría darnos a entender, en el descubrimiento anticipado de nuevos poderes, sino en una visión pesimista del hombre, de este eterno Antropos, dividido entre Eros y Thanatos y abocado a las definiciones negativas. Oscilando entre la nostalgia del verde Paraíso de las civilizaciones infantiles y la esperanza desesperada de un futuro de Apocalipsis, los profetas massmediáticos proponen la imagen desconcertante de una profecía al mismo tiempo altisonante y balbuciente, toda vez que es incapaz de elegir entre el amor proclamado a las masas amenazadas por la catástrofe y el secreto amor a la catástrofe.


Notas.

* Los autores aluden a L'esprit du temps de Edgar Morin (Grasset, París, 1962) edición en italiano con el título L'industria culturale, de 11 Mulino, Bolonia, 1963 (traducción de Giuseppe Guglielmi).

1. Esta no es más que una selección de la retórica consagrada. Cualquier lector de esta literatura podrá comprobar la constancia temática (o de este comercio de imágenes) componiendo, como nosotros, su propio florilegio. «Corroborando sus propias experiencias (los autores), han intentado comprender en conjunto el hacerse-otro del hombre contemporáneo, partiendo del hecho decisivo y masivo que constituye el cambio en el modo de expresión privilegiado» (Gilbert Cohen-Séat y Pierre Fougeyrollas, L'action sur 1'homme: Cinéma et Télévision, Denoél, 1961, pág. 7). «El centro de gravedad ya se ha desplazado suficientemente por causa de un deslizamiento que se acentúa a ritmo vertiginoso; somos ya suficientemente "diversos" para tomar conciencia de ello» (René Huyghe, Dialogue avec le visible, Flammarion, 1955). «En el transcurso de la historia ha sucedido con frecuencia que el modo de expresión privilegiado del hombre ha cambiado. Con todo, nuestra cultura moderna, al igual que las otras culturas históricas de mayor relieve, ha sido dominada por lo verbal [...]. Ahora bien, los medios que utiliza la televisión o el cine han dejado de pertenecer en esencia al tipo verbal, pertenecen más bien al tipo visual. El cambio en el modo de expresarse al que hoy estamos asistiendo se presenta, pues, con un carácter nuevo que en modo alguno se parece a ningún otro» (G. Cohen-Séat y P. Fougeyrollas, op. cit., pág. 23). Por lo que respecta a la «iconosfera», ibid., pág. 26; en cuanto al «antropos», passim. «Son excesivas las variantes embrolladas, muchas las incertidumbres, una tensión preapocalíptica demasiado fuerte para que sea posible aventurar una previsión. Pero es posible que ante nuestros ojos, en fragmentos separados, se esté configurando ya el bosquejo simiesco -el cosmopiteco- de un ser (¿dotado de mayor conciencia? y ¿de mayor amor?) que podría hacer frente al porvenir y revestir una condición cósmica» (E. Morin, L'esprit du temps, cit., pág. 255).

2. En un comentario, que quiere estar lleno de simpatía, de la obra de Edgar Morin, L'esprit du temps, Claude Brémond recuerda en diferentes ocasiones que este análisis está condenado a un uso interno: «los ataques de Morin a la cultura de los intelectuales no conseguirán desmentir que él mismo es un intelectual, que escribe para los intelectuales un libro que nunca será leído, ni tan siquiera aceptado e ilustrado en las columnas de "Paris-Match"» (Un plaidoyer, «Communications», núm. 2, pág. 183).

3. «Ir al pueblo», es decir, al cine, ¿no es como bajar a la caverna en la que los demás están encadenados? J. Duvignaud revela el truco: «el hombre de hoy se halla un tanto en la situación que Platón atribuye a la especie entera: sentado frente a un muro en el fondo de una caverna, mientras que ante sus ojos pasan figuras y sombras cuya realidad no pone en duda» (J. Duvignaud, La caverne, en «Nouvelle Revue Française», núm. 117).

4. Art. cit., pág. 182.

5. Edgar Morin, op. cit., pág. 236. En cuanto al estilo de esta pregunta, no es menos vertiginoso que la situación atormentada en la que se inserta: «Así la cultura de masa nos introduce en una relación desarraigada, móvil, errante en relación al tiempo y al espacio [...]. Hay una participación en el Zeitgeist, esprit du temps, unas veces superficial, futil, otras épica, enaltecedora. La cultura de masa no se aguanta en las espaldas del Zeitgeist; está adherida a las orlas de su vestido. En esta nueva relación con el espacio y con el tiempo, existe una especie de participación infrahegeliana en el ser en devenir del mundo; sin embargo, existe al mismo tiempo una especie de sentimiento infrastirneriano de la unicidad de la existencia individual. Hay aquí una angustia que necesariamente debe asaltar al ser humano, que, tan pronto se convierte en el todo, descubre al mismo tiempo que no es nada [...].

La cultura de masa, a decir verdad, transpira angustia por todos sus poros; sin embargo, en este caso es expulsada por medio de movimientos, agitación, trepidación, suspenses, imágenes de golpes, insidias, agresiones, asesinos. No es posible encontrar, por tanto, en la cultura de masas, el interrogativo interior del hombre puesto ante sí mismo, ante la vida, la muerte, ante el gran misterio del universo. No hay rebelión antropológica, nada Edipo, la Esfinge, no se dan saltos vertiginosos a la verdadera naturaleza de la existencia, porque todo tiene un desarrollo horizontal [...]. Tristes fantasmas de la trascendencia, los amargos críticos del Esprit du temps son más ciegos que los ciegos que desprecian; ignoran que lo que ha muerto, no es tanto Dios, que se halla fuera del mundo, sino el Ser» (op. cit., págs. 247-49).

6. De este modo se halla una excusa para no tener en cuenta las diferencias entre categorías sociales, ya se trate del acceso a los mass media o de la actitud que hay que tomar ante los mensajes que transmiten. En realidad, en contra de lo que sugiere el uso massmediológico del término «masa», -en los estratos sociales privilegiados, o sea, precisamente en aquellos más preparados por su cultura escolar para enfrentarse contra la fascinación exclusiva de los mensajes vulgares, es donde hay un número más elevado de televidentes: según una encuesta del INSEE («Etudes statistiques», núm. 2, abril-junio 1961), poseen la televisión el 3,3 % de los agricultores, el 14,1 % de los obreros, el 16,9 % de los empleados, el 19,6 % de los artesanos o comerciantes, el 23,7 % de los mandos intermedios y el 29 % de los mandos superiores y de los profesionales libres.

7. Esta misión se deja con desdén en manos de la sociología, en oposición a la «Antropología», que se convierte desde su punto de vista en massmediología: «Sociológicamente, se pueden distinguir minorías que, por sus funciones, su fortuna, su poder, etc., no se confunden con la masa.

Antropológicamente, el ingeniero, el académico, el obrero industrial, el campesino se prestan igualmente a los efectos de la información visual y la soportan de modo bastante parecido. De este modo -participan de un mismo fenómeno de masificación. Diferenciados entre sí a nivel de la preparación verbal y mental, ya no lo están a nivel del mundo perceptivo y de las estructuras que impone su representación» (G. Cohen-Séat y P. Fougeyrollas, op. cit., pág. 62).

8. Este principio mágico se eleva a la categoría de regla metodológica y, así ennoblecido, se reivindica contra el «empirismo parcelario»: «Así, pues, palabras impropias como "cultura masiva", "comunicación masiva", mass media, "tiempo libre", "imaginario", etc., sirven para afirmar la existencia de una realidad que, según mi opinión, tan-sólo puede ser analizada con un método, con el de la totalidad. Quiero decir que no es posible reducir la cultura de masa a una serie de datos esenciales que permitirían distinguirla de la cultura tradicional o humanística. No podemos reducir la cultura de masa a uno u otro dato esencial. Inversamente, no podemos conformarnos con hacer igual que la sociología que yo llamo burocrática, que se limita a estudiar éste o aquel sector de la cultura de masa sin buscar aquello que unifica los diversos sectores. Pienso que deberíamos procurar ver aquella que llamamos "cultura de masa" como un complejo de cultura, civilización e historia» (E. Morin, Journées d'études sur la «culture de masse», 6 y 7 de febrero 1960, ciclostilado, pág. 19).

9. Sin embargo, no se renuncia a evocar realidades tan fantasmagóricas: «Si pudiesen sumarse los tirajes de los periódicos y de los libros, las horas de transmisión de la radio y de la televisión (multiplicados por el número de espectadores), la presencia en las salas cinematográficas, las comunicaciones telefónicas, los telegramas y la correspondencia, los manifiestos y los prospectos, se vería sin duda que la curva se alza verticalmente...» (Prospective, Le développement des moyens d'expression, núm. 9, abril 1963, PUF).

10. En los teóricos de la «cultura de masa» se pueden hallar alusiones a la diversidad de los públicos reales. E. Morin, por ejemplo, responderá que ha escrito: «Estas barreras (entre las edades, los niveles de educación y las clases) no han quedado abolidas. Se han formado nuevas estratificaciones. De cincuenta años a esta parte se han desarrollado una prensa femenina y una prensa infantil que se han buscado públicos particulares» (L'esprit du temps, pág. 44). La objeción que el autor se plantea a sí mismo sometiendo a duda provisional la grandiosa imagen de un público masivo, sigue siendo esencialmente ficticia y ritual: enunciarla significa conjurarla, y este exorcismo libera de las consecuencias o de las investigaciones empíricas que debería sugerir. En la frase que precede a esta concesión retórica, el autor sepultaba la estratificación cultural. «A principios del siglo XX, las barreras de clase social, de edades, de nivel de educación, delimitaban las respectivas zonas de cultura. La prensa de opinión se diferenciaba netamente de la prensa de información, la prensa burguesa de la popular, la prensa seria de la frívola.» Sin embargo, en la frase que sigue, afirma: «Estas nuevas estratificaciones no deben ocultarnos el dinamismo de la cultura de masa. A partir de los años treinta [...] nace un nuevo tipo de cine, radio, cuyo carácter específico consiste en dirigirse a todos». Se ha vuelto, pues, al punto de partida. Nada impide a este punto insertar uno de los más bellos artículos de fe del credo massmediológico (pág. 49): «En el mismo momento el patrón y el obrero canturrearán el mismo motivo de la Piaf o de Dalida, verán el mismo programa televisivo, hojearán las mismas páginas de "France-Soir", verán (casi en la misma época) el mismo film».

11. Basta con introducir ritualmente en una frase esta lógica infernal de la masificación para abrir en el sustrato un espacio semántico ilimitado. Nombre sacramental de esta genealogía circular, el vocablo «masificación», el más rico de los armónicos, interviene con preferencia en el momento de la escatología: «Así la masificación, que hasta hoy ha sido un proceso más soportado que elegido, podría convertirse en un medio capaz de realizar, a largo plazo, aquel mínimo de unidad sin la cual ninguna sociedad de tipo moderno sería posible. Lejos de ser una decadencia a la que el hombre actual estaría condenado, la masificación sería una vía de acceso a formas superiores de civilización» (G. Cohen-Séat y P. Fougeyrollas, op. cit., pág. 138).

12. El análisis lexicológico debería captar el espejismo con el que se reduce al infinito la definición de aquello que hace que un ser pueda ser definido «de masa», y de esta «maseidad» que, si tuviese alguna realidad lógica, liberaría algo más que reflejos que mutuamente manifiestan su limitación verbal.

13. Sería necesario describir el tipo de experiencia de relación interhumana que autorizan los diferentes medios de comunicación individual, desde la relación personal a aquella otra totalmente anónima que se establece en la carta oficial, el telegrama, el teléfono o la fuga burocrática de relaciones personales. Ninguno de estos comporta exigencias y libertades: hay cosas que se dicen por teléfono y que nunca se dirán de viva voz ni se escribirán; y viceversa.

** [Los autores quieren subrayar con el uso de dos diversas expresiones francesas: «on se rend au théatre, au concert...» y «on va au cinéma», la diferencia de cualificación social de estos comportamientos culturales.] 14. No es que la massmediología las ignore, sino que le gusta encuadrar estas distinciones entre un «cierto» y un «pero», figura retórica que basta para apagarlas y que la dispensan definitivamente de una sociología diferencial: «En el mercado común de los mass media las fronteras culturales han quedado abolidas. Ciertamente, las estratificaciones se reconstituirán en el seno de la nueva cultura.

Los cines exclusivos y los cines de barrio diferencian el público cinematográfico [...]. Con frecuencia las revistas se difunden por capas sociales: "France-Dimanche" es más bien popular "Noir et Blanc" menos popular que "Paris-Match" [...]. Pero "ParisMatch" y "France-Soir" siguen siendo los grandes medios de transporte con clase única» (E. Morin, L'esprit du temps, págs. 48, 49). Por lo que respecta a las encuestas empíricas, cuyos resultados impedirían las esquematizaciones y anularían las peticiones de principio, están simplemente desterradas de las bibliografías, de acuerdo con la probada técnica del exorcismo. Así, «el proceso de homogeneización» es, para el massmediólogo, siempre verificado por anticipado, porque por un lado, por ser «dinamismo fundamental» de la sociedad de masa (formulación kitsch de Zeitgeist), no necesita ser verificado, y, por otro, únicamente se consideran las verificaciones.

15. Entrevista, «Telé-Sept-Jours», núm. 179, agosto 1963.

16. «¿Cómo reacciona la personalidad humana frente al bombardeo de mensajes visuales que le asaltan? [...]. El sistema defensivo y los dispositivos protectivos se hallan como volcados y tomados por la espalda en asaltos en profundidad que acompañan la irrupción de las imágenes fílmicas. En este tipo de agitación confusa él individuo ya no logra ejercer el control que buscaba ejercer en los elementos ordenados de la información verbal» (G. CohenSéat y P. Fougeyrollas, op. cit., pág. 35). «Sonidos e imágenes cercan el sistema educativo y asaltan por la espalda las defensas tradicionales del individuo» (Dieuzeyde, Congresso, 2, citado en «Communications», núm. 2, pág. 124).

17. «Los múltiples cambios que han tenido lugar en los diversos niveles de la condición humana podrían desembocar mañana en una variación global y radical de algún aspecto de esta condición y merecer, en sentido propio, el nombre de mutación» (G. Cohen-Séat y P. Fougeyrollas, op. cit., pág. 9). «¿En qué se convertirán estos fermentos, estas savias, mientras el hombre esté cada vez más preso de la aventura técnica que le abre no sólo los horizontes cósmicos, sino también la posibilidad de una radical transformación interna, de una inaudita mutación?» (E. Morin, op. cit., pág. 225).

18. No es, pues, una casualidad si, reivindicando la inspiración populista, este neopopularismo encuentra de nuevo sus contradicciones. «Es importante que el observador participe en el objeto de su propia observación [...1. Es preciso gustar del paseo por las grandes arterias de la cultura de masa. Puede suceder que una de las misiones del narodnik moderno, siempre preocupado por "caminar contra el pueblo", sea caminar contra la Dalida» (E.

Morin, op. cit., pág. 20).

Los intelectuales quizá tendrán menos ganas de «ir al pues blo» (al menos en el sentido a que allí se refiere) cuando salgan de él.

*** (N. del T.) Debido a su complejidad, transcribimos este párrafo en el original francés: Pourquoi, en effet, ignorer qu'ils croient sans doute moins aux mythologies chéres aux sociologues des mythologies que ceux-ci n'y croient et, á coup súr, beaucoup moins que les intellectuels, qui ont toujours besoin de mystifiés pour s'apparaitre comme démystificateurs, ne croient qu'ils y croient? 19. No hablemos de la condescendencia aristocrática; que, por su parte, no presta nada.

20. «La Tribuna Obrera», 18 junio 1865, citada por Duveau, La pensée ouvriére sur 1'Education pendant la Seconde République et le Second Empire, París, 1948.

21. Cervantes, Don Quijote, II parte, XXVI.

22. Cervantes, loc. cit.

23. He aquí un ejemplo: «Toda sociedad "define la cultura por aquello que de ella se espera encontrar en cada uno: se conoce la cultura por el modelo que propone y que intenta imponer" (M. Dufrenne). Conocemos la importancia de esta normativa de nuestros días, en los que las divas del cine -por ejemplo la Bardot- dictan la moda, el comportamiento, y en los que el éxito de un filme induce a miles de muchacha) a k cambiar de peinado» (Jacques Charpentreau y René Kaés, La culture populaire en France, les Edition Ouvriéres, 1962).

24. A Léon Bloy que le preguntaba por qué sus libros no se vendían, su editor le respondió, según el mismo esquema: «Qué quiere, querido amigo, en estos tiempos, con la bicicleta...». Frente a todas las calamidades agrícolas, los campesinos del Bearn se apresuran a decir: «Qu'ey lou gaz de Lacq, es el gas de Lacq».

25. Pongamos, por caso, para la joven campesina, la revolución de las técnicas agrícolas, que significa la transmisión de toda la sociedad rural, y en particular una nueva distribución del trabajo entre sexos. ¿Y se puede negar que la sociedad rural tradicional y la sociedad urbana en la mayor parte de sus estratos han concedido siempre a la adolescencia un derecho estatutario a la frivolidad onírica? Un análisis sociológico debe situar siempre el fenómeno en su contexto y efectuar una justa ponderación de las causas en lugar de explicar fenómenos generalizándolos a su gusto e invocando siempre las causas ocasionales, por el solo hecho de que figuran en el «catálogo de las ideas chic».

26. «Como se sabe, numerosos observadores han creído poder diagnosticar en Francia el llamado fenómeno de despolitización de las masas, o, al menos, un progreso del apoliticismo de las masas [...]. Lo que sucede en este campo, más que una despolitización, es una transformación de las modalidades de participación política. En el transcurso de los últimos años, los franceses han penetrado en la era de la información visual cada vez en mayor número. La creación de nuevas cadenas televisivas, la adquisición cada vez mayor de aparatos receptores constituyen en la actualidad los signos y causas de esta evolución. De esta forma, inclusa la misma vida política ha pasado por las masas de telespectadores de la esfera verbal a la visual. La política ha llegado a ser uno de los momentos más o menos pasivos del espectáculo cinematográfico o televisivo [...]. Mientras que la visión política del hombre de ayer quedaba simplemente ligada a su esfera socioprofesional, hoy se vive, gracias a la información visual, como un espectáculo de actualidad y como la actualidad de un espectáculo» (G. Cohen-Séat y P. Fougeyrollas, op. cit., págs. 68-69). Como se ve, se moviliza una vez más todo el arsenal conceptual y verbal.

27. Sería preciso analizar los poderes que sugieren a la imaginación las técnicas modernas, y en particular las técnicas de acción a distancia como la televisión.

28. «Todo sucede como si la crisis que estamos atravesando no hubiese alcanzado ya el grado de gravedad en que se impone la alarma. Nada impide ya al talento literario librarse a las brillantes especulaciones que le son habituales para enmascarar en un período de angustia el aturdimiento social. ¿Qué sucedería, pues, si un día hubiese que llegar a la conclusión de que se ha producido una irreversible transformación y que el hombre ha llegado a ser otro, por así decirlo, sin darse cuenta?» (G. Cohen-Séat y P. Fougeyrollas, op. cit., pág. 9).

29. «Entre el pequeño burgués televisivo y el cosmonauta que navega en los espacios existe una relación, y precisamente a través del video, que por el hecho de ser tenue, es para siempre "tina relación con el pulso del mundo, con el espíritu del tiempo» (E. Morin, op. cit., pág. 255).

30. «[...] Clases enteras deben vivir de la alegría y de la gloria de los demás. El demócrata considera crédulo al campesino, del Ancien Régime que trabaja para sus nobles y goza de la existencia feliz que otros viven con el sudor de su frente [...] (pero)... cuando en Gubbio o en Asís veían desfilar a caballo el cortejo nupcial de su señor, nadie estaba celoso. Entonces todos participaban en la vida de todos, el pobre gozaba de la riqueza del rico, el monje de los solaces del mundaho, el mundano de las plegarias del monje...» (Ernest Renan, La réforme intellectuelle et rnorale de la Frunce, Calmann-Lévy, 1872, pág. 325).

31. «Habrá voces suficientemente autorizadas para hacer adoptar a los jóvenes de dieciocho años razonamientos de viejos, para persuadir a clases sociales jóvenes y combativas, que creen en el placer y a quienes el goce todavía no ha desengañado, que no es posible que todos gocen, que todos sean bien educados, delicados, virtuosos incluso en sentido refinado, sino que es necesario que haya hombres libres para otros empeños, doctos, refinados, delicados, virtuosos en los cuales y por los cuales los otros puedan gozar y gustar el ideal...» (Renan, op. cit., pág. 326).

32. «Es casi imposible al "hombre de la calle", solicitado por la' información, la publicidad, la propaganda, los espectáculos, los conciertos y las exposiciones responder a tantas solicitaciones con conocimiento de causa» (Le développement des moyens d'expression, «Prospective», núm. 9, PUF, 1963, pág. 15).

33. El mecanismo de este pensamiento que se define científico podría ser el viejo procedimiento literario que permite acumular todas las miserias humanas en la cabeza de un solo héroe definido precisamente por esta disponibilidad, siempre renovada, a sufrir, Pamela, Justina o Sofía. Y, como Sade a Justina, los massmediólogos que dicen ser de izquierda deben prestar a las masas masificadas una virtud jamás puesta en entredicho por las injurias que sufre.

34. Ortega y Gaskt, si bien manifestaba una confesada indiferencia de ensayista y moralista para la prueba sociológica, ponía más coherencia y matices en su descripción del «hombremasa». Explicaba su aparición con toda una cantidad de causas diversas, y, sobre todo, su antropología tenía la honestidad de reivindicar explícitamente la filosofía de las élites que se mantiene solidaria -aun cuando se la rechaza- a toda una visión pesimista del destino cultural de las masas.

35. Cohen-Séat y Fougeyrollas tienen el mérito de saber lo que quieren decir y de decirlo imperturbablemente; y ello porque siempre acaban diciendo claro y redondo todo aquello que en otras partes hay que leer entre líneas. «La masificación decisiva no viene menos de arriba que de abajo, no es tanto una presión alienante de lo social sobre lo psíquico, cuanto una mutación positiva de lo psíquico nuevamente plasmado. Es, pues, absolutamente inútil esperarse y esperar en una revuelta de los individuos contra la esterilizante uniformidad de un "mejor de los mundos", en la medida en que el hombre contemporáneo ha llegado a ser diverso y se masifica desde el interior sin sentir esta uniformación como una presión y una opresión que ejerza sobre él un mundo social adverso» (op. cit., pág. 65). En este texto, la proposición menor del silogismo al cual se reduce el razonamiento falta; además, como en el sofisma del quaternio terminorutn, se duplica cuando se la quiere formular, de modo que el silogismo completo resulta construido con cuatro términos con aspecto de tres: - los mass media deben llegar a las masas; - ahora bien, las masas son masas (es decir, masas masificables, es decir, la meta de la cultura de masa, cultura masificadora); - luego, los mass media difunden necesariamente cultura de masa, y por tanto, son masificadores. Este entimema con doble proposición menos constituye el meollo de la deducción primaria que fundamenta la massmediología.

36. Cuando se afirma que «el análisis de la prensa (estructural) es infinitamente más urgente que las entrevistas del público» ¿no es quizá porque estas entrevistas permitirían comprender que la «divinización no es asimilada sin dificultad; (que), a cualquier nivel de sinceridad que estén las relaciones, todas ellas dan testimonio de una conciencia acentuada del fenómeno, "distanciada" por el sujeto, aun en caso de adhesión, según las mejores reglas del espíritu crítico?» (Roland Barthes,. La vedette: enquétes d'audience, en «Communications», 2, 1963, págs. 213 y 216). ¿Por qué no sacar las debidas conclusiones de esta lúcida confesión? 37. Si se vuelve a poner massmediólogo ante un juego de alternativas francas, no es para invitarlo a un causalismo unilateral y simplista, sino para poner de relieve el carácter verbal y mágico del uso de la palabra dialéctica, por el cual se evita la descripción de innumerables mediaciones y de la suma infinita de acciones y reacciones que son el resultado de agentes sociales singulares. En el texto que sigue, el momento dialéctico no hace sino confundir los términos de la «alternativa simplista» que pretende superar: «No se puede plantear la alternativa simplista: ¿es la prensa (o el cine, o la radio, etc.) la que hace al público, o es el público el que hace la prensa? ¿Es la cultura de masa la que se impone desde el exterior al público (y le crea pseudo-necesidades, pseudo-intereses) o bien refleja las necesidades del público? Es evidente que el verdadero problema es el de la dialéctica entre el sistema de producción cultural y las necesidades culturales de los consumidores [...]. La cultura de masa es, pues, el producto de` una dialéctica producción-consumo, en el seno de una dialéctica global, que es la de la sociedad en su totalidad» (E. Morin, op. cit., págs. 57-58).

Pierre Bourdieu: Sociología de la mitología y mitología de la sociología (1963)
Pierre Bourdieu: Sociología de la mitología y mitología de la sociología (1963)

Mitosociología, junto con Los herederos, La reproducción, El oficio de sociólogo y Les étudiants et leurs études, pertenece al conjunto de obras en las que colaboraron Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron.

Este libro fue publicado originalmente en italiano y consta de dos artículos: Sociologie des mythologies et mythologies des sociologues (Les Temps Modernes, no 211, París 1963.) y Sociology and philosophy in France since 1945: Death and resurrection of a philosophy without subject (Social Research, Vol. 34, No. 1, New York, 1967.) donde, respectivamente, los autores polemizan frente a ciertos postulados propuestos por Edgar Morin y Michel Crozier.

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Peter Berger: La sociología como un pasatiempo individual (Introducción a la sociología, 1963)

Ely Chinoy: Cultura y sociedad (La sociedad, 1966)

Herbert Blumer: La posición metodológica del interaccionismo simbólico (El Interaccionismo Simbólico: Perspectiva y método, 1969)