1974 McQ: El azúcar quema las neuronas (por Marcelo López Diez, 2022)

1974 McQ

El azúcar quema las neuronas

De alguna manera el cine se vuelve un recurso de alumbramiento para rostros lejanos. Un reflejo del sol sobre un coche que está esperando ser encendido. Hace algunos años, por no decir décadas, visité un lugar aislado de mi país, no quería alumbrar mi inteligencia así que solo me dejé llevar por el soborno de mi juventud y, si me dejan decirles, adquirí por unas horas eso que llaman estupidez juvenil.

Serían las siete treinta cuando a un amigo se le ocurrió viajar a una ciudad próxima sin dinero, teníamos marihuana y dos botellas de vino. Ya sé que no es frecuente que los jóvenes usen estas sustancias, pero qué años aquellos donde la serenidad parecía sumergida en vasos de plástico y hojillas fáciles de doblar. Solo teníamos que hacer dedo para llegar hasta allí, y eso nos propusimos. Nos bebimos las dos botellas de vino y fumamos un porro, dejamos el otro para cuando llegásemos. Nos levantó un camión de color oliva con los asientos curtidos, lo comandaba un productor rural de cara negruzca y granos salidos de una película bíblica. Estaba comiendo pan con mortadela y se le iban cayendo migas grandes que parecían lenguas asaltándole el gran abdomen que relucía como la bóveda de una iglesia vacía.

El camino era oscuro y los pozos lo hacían proclive a la desnutrición filológica desde todo punto de vista, sabíamos que el intendente del lugar era muy hábil cabalgando por sobre los ideales de todos los que lo votaban, así que no nos extrañaba que el camino se pareciera a los cráteres de Marte. De golpe, eructó hasta el punto de mover la dirección del vehículo y casi chocar contra un cartel próximo. Por suerte faltaba poco para llegar, lo sabíamos porque había muchas personas caminando en la ruta, era una procesión de zombis, pero algunos con buenas piernas y cabellera rubia nos hicieron reflexionar, eran mujeres, así que algo de interés ya habían despertado en nosotros aquellas formas que se retorcían y paraban para orinar en cuclillas.

Al llegar a ese pueblo y bajar del vehículo del infierno vimos que estaba todo plagado de fogatas, festejaban algo peculiar que se llamaba de una manera tan original "noche de las fogatas", vendían vino muy barato al que le echaban frutillas podridas con mucha azúcar. Sabíamos que el azúcar con alcohol quema muchas neuronas, por este motivo los ciudadanos de aquel lugar tenían problemas para articular palabras difíciles como "hola", "borracho" o "novela", nos fumamos el porro que nos quedaba y nos dividimos cada cual por su lado como si fuésemos una fórmula presidencial.

Todos estaban bailando, cosa que me resultaba repulsiva, cantaban y para mí el canto es solo un dolor de muelas, pero de esos que te hacen perder la cordura. La música era de carácter popular, lo cual era algo nauseabundo pero efectivo para toda la masa presente, nadie escudaba a nadie porque lo que importaba era solamente beber y vomitar. Oriné mucho en lugares de nombres angelicales. No vi adultos mayores, solo había jóvenes y mujeres maduras que caminaban con ropa de adolescente. Llegué hasta una gran fogata donde todos bailaban y sudaban como cerdos antes de ser degollados.

La noche era tan enérgica que solo tuve que pensar en escribir algún verso que me salvara de todo aquello, mi amigo no estaba y quería irme, me parecía estar al otro lado del mundo. Caminé unas cuadras sobre un piso de alquitrán retorcido que se parecía tanto a los abrazos fallutos de mis tíos que me negaba a decir palabra alguna. Cuando paré de caminar quedé frente a frente con un viejo cine de pareces verdosas alumbrado por luces lejanas que venían del alumbrado público, luces pobres que chocaban contra esa estructura cadavérica, sin piel, parada sobre huesos inestables. Me impactó un cartel que pertenecía a una película de la década de los setentas, era de mil novecientos setenta y cuatro y tenía las letras "McQ" y el rostro de un veterano John Wayne retozaba en él. No tenía un sombrero de vaquero ni se veía un caballo, estaba con un arma enorme y aparecía un coche. Me colé por una puerta abierta, las butacas estaban desechas y había papeles censurados por un tiempo olvidado. El piso estaba invadido por excrementos que brillaban como estrellas, el olor era un enemigo imposible de empujar, me sentí preso de un lugar muerto así que caminé hasta la salida más próxima.

Pronto se haría de día y estaba tan vacío como antes de emprender la aventura. No me había acostado con nadie y no estaba excitado, deseaba meterme en una cueva. Caminé hasta que llegué a la ruta para hacer dedo.

El coche que me llevó estaba sucio y repleto de borrachos que gritaban y hablaban de fútbol, como en las películas americanas, pero las de bajo presupuesto que son olvidables. Me achiqué en cada kilómetro hasta hacerme tan pequeño como un microbio.

Tenía la cabeza clara y la ropa sucia, dormí como si fuese lo último que haría y al despertarme solo quería buscar aquella película del cartel.

Le conté a mi amigo lo que me había sucedido y él no me creyó una palabra, me contó que se había acostado con dos chicas, pero que no se acordaba de los rostros porque el vino con frutilla le cegó una parte del cerebro.

El azúcar nunca había formado parte de mi dieta y me prometí no volver a probarla, pero los juramentos están hechos para quebrarse y los vicios nos llenan áreas del espíritu que de otra manera solo nos provocarían la muerte.

Conseguí la película, no era gran cosa, aunque el hecho de ver a John Wayne sobre un coche y no cabalgando ya tenía algo de final trágico, era la muerte de una época del cine. Porque si el más grande vaquero tenía que dejar su caballo para ser popular, qué me esperaría a mí en medio de una vida tan cuadrada.

Entendí aquella metáfora mientras sentía un puñetazo en el bajo vientre, aunque en realidad me estaba haciendo efecto un postre helado que mi madre había cocinado. Al llegar al baño añoré las frutillas de aquella noche pasada por décadas y pétalos de rosas de más de cuarenta años y percibí aquel brillo perdido en lo que había quedado en el baño. Pero al abrir la puerta caí en la cuenta de que nunca me había apartado de aquel camino silencioso al que llamamos juventud.

Marcelo López




1974 McQ: El azúcar quema las neuronas, Marcelo López Diez (2022)
McQ (John Sturges, 1974)

Película: McQ (1974)

Ficha técnica

Título original
McQ

Año
1974

Duración
111 min.

País
Estados Unidos

Director
John Sturges

Guión
Lawrence Roman

Música
Elmer Bernstein

Fotografía
Harry Stradling Jr.

Reparto
John Wayne, Eddie Albert, Diana Muldaur, Al Lettieri, Colleen Dewhurst, Julie Adams

Productora
Warner Bros. Pictures / Columbia

Género
Drama. Acción. Intriga | Crimen. Policíaco

Sinopsis
McQ (John Wayne), un rudo policía de la ciudad de Seattle, trata de esclarecer la extraña muerte de su mejor amigo, acusado póstumamente de un delito de tráfico de drogas. McQ intentará vengarse del gángster que mató a su amigo y acabar con la corrupción que impregna el ambiente




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Comentarios

  1. El aroma de los inciensos de sándalo me gusta más que cualquier otro aroma que pueda haber, tiene un carácter místico y eso es en lo que más me gusta creer porque no soy religioso, pero me satisface recordar todo lo que puede pasar después de encender una de este asombroso aroma espiritual.

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  2. He descubierto sobre la mesa de la cocina un abrelatas casi tan absurdo como mi vida, solo que mi vida es amarilla como las imaginarias páginas de los libros de poesía, pero sin palabras poéticas y lo que sale de mi pene es de un rojo parecido al color de los márgenes de cuadernos manchados por el tiempo.

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