1990 State of Grace: Mi amigo de las calles (por Marcelo López Diez, 2022)

1990 State of Grace

1990 State of Grace: Mi amigo de las calles (por Marcelo López Diez, 2022)
1990 State of Grace

Mi amigo de las calles

I

He descubierto sobre la mesa de la cocina un abrelatas casi tan absurdo como mi vida, solo que mi vida es amarilla como las imaginarias páginas de los libros de poesía, pero sin palabras poéticas y lo que sale de mi pene es de un rojo parecido al color de los márgenes de cuadernos manchados por el tiempo.

Todo esto son estridencias de las que mi amigo de las calles me había hablado con balbuceos y cabezazos al aire.


II

La primera vez que me enamoré tenía algo así como seis años, era mi tía, poseía un rostro de papel y un cuerpo de roble mezclado con tela de hierro. Al poco tiempo, intuí que el cuerpo de mi prima era más viscoso que el río en donde solía desnudarme para nadar como hacen las víboras antes de colapsar. Hay un verano que quise borrar de mi memoria, pero por algo permaneció allí, fue el último verano o quizás el penúltimo, a estas alturas se me dificulta saber el día y el año. Había llevado conmigo dos libros para pasar las vacaciones, los dos eran inconexos entre sí. El primero, la poesía completa de Jorge Manrique, libro que había extraído de la biblioteca que mi padre había heredado de su hermana. Me atraían las palabras difíciles y el armado de ideas que me eran incongruentes cuando tienes siete años. El segundo libro, de Julio Verne, “De la tierra a la luna”, mi padre me lo había regalado en navidad, era usado, tenía las tapas algo despegadas y resaltaba un dibujo de una nave espacial llegando a la luna. Era una narrativa de un estilo que entendía mucho más, que me era más pasable a sueños nocturnos y posibles viajes para salirme de todo el entorno familiar que ya en aquellos días me resultaba insoportable. De esa dualidad de estilos y de la relectura de diferentes pasajes, mis ideas subían una pendiente y bajaban de otra forma, no circular más bien recta.

El calor era como el que debíamos tener para esas fechas, en aquel entonces las estaciones eran más fáciles de identificar, como las personas, también eran más simples. Tenían muchos animales en la casa en donde me quedaba, pero no había perros, eso me llamaba la atención, porque no había muchos perros por ese lugar. Creo que el silencio era más saludable que todo el resto de cosas en las que podías creer.

Por las noches miraba varios canales internacionales en una televisión vieja de color amarillo, es extraño, pero mi madre nunca estaba conmigo, ni siquiera por las noches, así que podía quedarme solo en la habitación que no tenía puerta, solo había una cortina azul, escuchabas pasos, risas, forcejeos, gritos. Mi abuela era la que me vigilaba de vez en cuando, tenía un rostro blanco, redondo como la luna del libro de Julio Verne, no tenía más de tres dientes, pero siempre que comía parecía que mordía los grandes trozos de carne que devoraba con pasión.

Serían como las nueve de la noche cuando, al encender aquel aparato destartalado, presentaban una película con un título largo, “El clan de los irlandeses”, me llamó tanto la atención. Ya, que hubiese una familia de personas que se dedicaban a negocios turbios me era interesante. La historia era clásica, contenía ideas sobre la amistad, la traición, la cobardía, conceptos que son claros a veces y en otras ocasiones se borronean en las páginas de la vida.

A mi alrededor tenía a personas que solo pensaban en ver partidos de fútbol, deporte que ha trastocado la vida de quienes no soportan pensar en algo más profundo que sus ombligos. La amistad se resuelve, como en los capítulos de un libro de recetas, te cae bien el que es de tu equipo favorito, el otro es inexistente, para qué discutir si está por debajo de tu religiosa efervescencia deportiva. Pero, si hubo algo que me alucinó en aquel entonces fue toda aquella forma femenina que me conquistó al instante, hasta hacerme estallar desde mi cabeza al bajo vientre.

La mujer que es alta, tiene un pelo lacio, capaz de hacerte sentir como un ángel al tocarlos con la punta de los dedos. Los ojos azules no son estrellas, pero comparten una parte de un cielo que te hace huérfano. El cielo estaba verde cuando lo veía chocar contra el aljibe, otras veces alunado por efecto de aquella sanadora luz que prodiga viajes internos hasta mundos desconocidos.


III

Lo profano era saber que mi madre me habló de estos límites y yo no le hice caso porque, en el fondo, los engaños no podían ser buenos compañeros de la verdad. Mi padre no estaba, así que ella, al no estar por las noches, se dedicaba a ver a un amante. Mi padre tenía el pelo corto, pero a ella le gustaban los hombres de cabello largo, de pocas palabras, con olor a ovejas esquiladas, bebedores de vino y con la visión nocturna de las pulgas.

Cuando la película terminó, el personaje central quedaba tan solo que debía llenarse de venganza, no era maligna la idea, porque en realidad lo que hacía era intentar salvarse de todo un bucle de mentiras y herejías propias de la condición humana.


IV

Me dormí para despertarme con el canto de un gallo que, debo contar, desentonaba, porque no sonaba igual que los gallos de las películas, el sonido no era estéreo y eso me divertía. Mi madre no estaba, pero las sábanas me cubrían hasta la nariz. La sombra de algo se posicionó sobre mi frente y yo seguía allí haciéndome el dormido, respirando al mínimo. Solo pensaba “tengo que largarme de aquí, me siento como en Marte” ese planeta plagado de sombras desconocidas, tan amargas que se parecía a los besos de mi madre. Creo que sentí cuando aquello se retiró de mi frente empapada por un sudor frio, inquietante.

Escuché gritos descomunales, parecían las voces de mis padres, chocaban como aquellos autos del parque de diversiones que solo iban hacia adelante sin frenar. Una luz ilustró sobre mi cara el soleado día de un verano irrepetible, era el brazo regordete de mi padre sosteniendo un cuchillo de dimensiones atlánticas. Le chorreaba algo que en forma de gotas caía hasta el piso, no pregunté nada, el resto fueron pasos largos, corridas, empujones, una ventana rota. Muchas personas llorando y los días que, como un chicle, pasaban a través de hojas de libros y de papel higiénico para purgar mi excitación. Después de aquellos días entendí un poco más a Manrique, las coplas por la muerte se transformaron en los versos de mi vida. Nunca más viví un verano tan próspero en ideas amorosas, tan luminoso fue todo aquello que se fue apagando como las estrellas que se apagan en medio de la mañana que me obliga a cerrar lo que queda de mis ojos.

Marcelo López




State of Grace (1990): Mi amigo de las calles (por Marcelo López Diez, 2022)
State of Grace (1990)

Película: El clan de los irlandeses

Ficha técnica

Título original
State of Grace

Título en español
El clan de los irlandeses

Año
1990

Duración
134 min.

País
Estados Unidos

Dirección
Phil Joanou

Guion
Dennis McIntyre

Música
Ennio Morricone

Fotografía
Jordan Cronenweth

Reparto
Sean Penn, Robin Wright, Gary Oldman, Ed Harris, John Turturro, John C. Reilly, R.D. Call, Burgess Meredith, Joe Viterelli

Productora
Cinehaus-Shapiro, The Rank Organisation. Distribuidora: Orion Pictures

Género
Thriller. Acción | Mafia

Sinopsis
Tras diez años de ausencia, Terry Noonan (Sean Penn) regresa al conflictivo barrio de Hell's Kitchen, en Nueva York, e ingresa en un grupo mafioso irlandés. El jefe de la banda es Frankie Flannery (Ed Harris); para él trabajan algunos amigos de la infancia de Terry y también Jackie (Gary Oldman), el exaltado hermano de Frankie. Al entrar en la banda, renacen los sentimientos de Noonan por Kathleen (Robin Wright), la hermana de los Flannery.




Publicado orifinalmente en 1975 Los tres días del cóndor. Un modesto funcionario - facebook, MLD.

Comentarios

  1. De alguna manera el cine se vuelve un recurso de alumbramiento para rostros lejanos. Un reflejo del sol sobre un coche que está esperando ser encendido.

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  2. El aroma de los inciensos de sándalo me gusta más que cualquier otro aroma que pueda haber, tiene un carácter místico y eso es en lo que más me gusta creer porque no soy religioso, pero me satisface recordar todo lo que puede pasar después de encender una de este asombroso aroma espiritual.

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