Lincoln Maiztegui Casas: Pedro Figari, el Uruguay de los valores (Doctores, Tomo 1, 2014)

Pedro Figari, el Uruguay de los valores

Lincoln Maiztegui Casas

La biografía de Pedro Figari que acaba de publicar el Dr. Julio María Sanguinetti ha renovado -o suscitado, según los casos- el interés sobre este polifacético intelectual que ejerció, en su tiempo y en los campos más diversos, una influencia mucho más grande que la que la historia suele reconocerle.

Abogado, jurista muy considerado y respetado, político, educador y pintor de excepcional jerarquía, Figari fue uno de esos temperamentos de cuño leonardiano, al que nada de lo humano fue ajeno y que se interesó, con una pasión que fue su sello de marca, por una ancha panoplia de temas que se extendió desde la biología a la filosofía. Por una de esos caprichos de la memoria histórica, y como bien señala Sanguinetti en su libro, la jerarquía y el éxito del pintor terminaron por echar en un profundo saco de olvido sus notables aportaciones en otros campos del saber humano y de la evolución del país en el que nació y vivió.

Lincoln Maiztegui Casas: Pedro Figari, el Uruguay de los valores (Doctores, Tomo 1, 2014)
Lincoln Maiztegui Casas

La irrupción

Quinto vástago de una familia de inmigrantes ligures acomodados, Figari (hijo de Juan Figar de Lázaro y de Paula Solari, nacido en Montevideo el o 29 de junio de 1861 y fallecido el 24 de julio de 1938) - contrajo enlace en 1885 con María de Castro, hija de don Carlos de Castro (1835-1911), abogado, una de las figuras más influyentes de su tiempo, que ocupó altas dignidades políticas y fue Gran Maestre de la masonería del Uruguay. Representó entonces, de alguna manera, el destino de los inmigrantes que hacían carrera, se casaban con miembros de ilustres familias patricias y pasaban a tener un protagonismo social impensado en la generación anterior. Su ascenso se enmarcó en el advenimiento, al liderazgo intelectual y político del país, de las clases medias forjadas al ritmo del progreso del país, anhelantes de transformaciones y propulsoras de lo que entendían por progreso, según una muy determinada es? cala de valores: racionalidad, anticlericalismo más - O menos radical, inspiración en los modelos inte- lectuales europeos y liberalismo político. Entre los miembros destacados de su generación hubo gente de la talla de Francisco Soca (1856-1922), Eduardo Acevedo Vázquez (1857-1948), Martín C. Martínez ” (1859-1946), Claudio Williman (1861-1934) y el propio José Batlle y Ordóñez (1856-1929), que era solo 5 años mayor que él. Integró, por consiguiente, una l generación que heredó la lucha y los ideales de la generación principista, pero que corrigió sus errores tratando de comprender a fondo el país y sus necesidades, evitando el bizantinismo del que fueron acusados aquellos.


Pasión de hacer

Figari, exponente de particular brillo de su época y de las aspiraciones de la misma, fue una extraña conmixtión de intelectual y hombre pragmático, que tanto formó parte de las altas discusiones filosóficas del Ateneo como se preocupó por darle al sistema educativo un signo de utilidad práctica que favoreciese la industrialización y el avance tecnológico y económico del país. En ese sendero no solo no eludió responsabilidades sino que parece haberlas buscado, y por ello ocupó cargos políticos de singular importancia (fue diputado, miembro destacadísimo de la dirección del Partido Colorado y, como dice el Dr. Sanguinetti, «encargado de pactar y proceder a organizar la entrega de compensaciones a los revolucionarios» después de la Paz de Aceguá que puso fin a la última de las revoluciones blancas encabezadas por Aparicio Saravia). Fue Vicepresidente del Ateneo de Montevideo (principal centro fermental de las polémicas intelectuales de ese tiempo), impulsor del proceso de reforma constitucional que culminaría en 1919, decidido impulsor de la reforma de Código Penal y de la abolición de la pena de muerte, presidente del Consejo Penitenciario (o sea, responsable de las cárceles) y luego Director de la Escuela de Artes y Oficios, integrante del Consejo de Asistencia Pública y un larguísimo etcétera cuya detallada transcripción aburriría al lector. A esa incansable actividad que podríamos llamar institucional sumó la publicación de diversos libros que cubrieron desde la literatura al derecho, pasando por la filosofía, la educación y el arte. Y mostró particular sensibilidad hacia la música, traducida en las grandes veladas musicales que organizaba en su casa —y en las que él mismo tocaba el piano y cantaba— y en su amistad con Alfonso Brocqua (18761946) y Eduardo Fabini (1882-1950), entre otros.

Todo esto antes de iniciar, cumplidos ya los 60, su rutilante carrera de pintor, vocación postergada por otras urgencias y que tomó, al proustiano decir de Sanguinetti, como una recuperación del «tiempo perdido». Si hubo en este mundo un hombre que no perdió su tiempo, ese fue Pedro Figari.


Forjadores

Más allá de su personalidad, que debe entenderse —como todas- como expresión de una época, Figari debe ser situado en un momento especialísimo de la evolución nacional, que contrasta en algunos aspectos de manera frontal con la que nos ha tocado vivir. A caballo entre el país caudillesco que terminó de desaparecer con la muerte del Águila del Cordobés y el Estado moderno que se gestó en torno a la figura de José Batlle y Ordóñez y de Luis Alberto de Herrera, integró una generación de hombres formidables, que ejercieron de parteros de una nueva realidad social, cultural y política, y que sacrificaron apetencias e intereses personales en la defensa de los valores en los que creían. Por encima de sus peripecias personales, de los logros y los fracasos que obtuvieron y de lo que combatieron y forjaron, si algo puede impresionar al oriental de hoy, al echar un vistazo sobre aquel tiempo dinámico em tal, es la vigencia de una escala de valores que, más allá, mucho más allá de las discrepancias políticas, ideológicas y aún filosóficas, fue construida y paladinamente sostenida por los hombres que vivieron a caballo entre los dos siglos.

Aquel Uruguay de las transformaciones, del primer impulso industrial, de la legislación social avanzada y de la obsesión por el sistema educativo, fue también, y tal vez esencialmente, el Uruguay de los valores, del culto al trabajo, del ahorro, de la fe en la capacidad del ser humano para transformar el mundo. Del respeto por el discrepante, de la honestidad como faro permanente de todas las acciones, del sentido del honor y de la existencia concebida como una lucha sin tregua para crear un mundo mejor y más accesible para todos. Hoy, cuando mucho más allá de la coyuntura econórxnlca, el país entero padece un quiebre de los valores de convivencia que le dieron uno de sus perfiles más característicos, cuando parece entrarse en un tiempo del todo vale y nada es digno de respeto, cuando sistemáticamente se tiende a anteponer el interés personal o corporativo al bien común y cuando la permisividad alcanza cotas impensables poco tiempo atrás, no es posible evocar sin envidia a aquellos recios ciudadanos que trataron de cambiarlo todo sin separarse ni por un instante de la columna vertebral de los ideales y valores en los que creían. En este sentido, evocar la figura de Pedro Figari y de sus contemporáneos no es un mero ejercicio histórico; es un regreso al futuro, una visión de lo que fuimos y, en muchísimos aspectos, de lo que deberemos volver a ser una vez superado este tiempo - de deserciones y confusión. Hoy, como ayer, vuelve a ser verdad el asombrado comentario de Mozart — “ante la música de Johann Sebastian Bach: lo más viejo es lo más nuevo.


El Dr. Sanguinetti

El género biográfico tiene una tradición ilustre, - que incluye algunos notables especialistas, que cubren un período tan largo como el que va de Plutarco (46-120 d.C.) a Stefan Zweig (1881-1942), o más modernamente a lan Kershaw (1943) o Golo Mann (1909-1994). Reconstruir la vida de un hombre de otro tiempo no sólo implica una trabajosa recopilación de documentos y testimonios del protagonista, sino que exige, y en primerísimo plano, conocer a fondo el tiempo en que se va a sumergir al lector, sus particularidades sociales, culturales y políticas, los valores e ideales predominantes y los grandes he- 0 chos que lo conmovieron. Si no se posee este background, la tentativa biográfica no podrá pasar nunca de una serie de anécdotas y referencias sin mayor significado y será incapaz de aportar una luz auténtica sobré el personaje en cuestión.

¿Cuando el potencial lector tiene en sus manos una biografía de Pedro Figari escrita por Julio María Sanguinettl (El doctor Figari, Biografías Aguilar, Fundación Bankboston, 2002) sabe de antemano algunas cosas: en primer lugar, que habrá una cabal recreación del tiempo vital del biografiado.

Si hay un hombre, en el Uruguay de hoy, que conoce profundamente la historia nacional, y en par ticular la época batllista, ese es el que fuera dos veces presidente de la República. Y en segundo lugar, que será un libro bien escrito, con un fluido y preciso manejo del idioma; en sus discursos, sus artículos de prensa y sus aportaciones bibliográficas el Dr. Sanguinetti ha demostrado ampliamente su maestría en este campo. Claro, sabe también de antemano que la visión histórica, por erudita que sea y equilibrada que pretenda ser, estará teñida de partidarismo y se adscribirá claramente en una determinada línea interpretativa. Pero me atrevo a asegurar que ninguna persona que escriba sobre temas históricos en el Uruguay de hoy, pertenezca a la tradición histórica que pertenezca, podrá librarse de esa relativa cojera; la objetividad plena es como la erradicación del egoísmo, un ideal inalcanzable.

Partiendo de estas expectativas y estos supuestos, no puede asombrar a nadie que Sanguinetti haya escrito una excelente biografía de Pedro Figari.

Lo que sí causa asombro es el nivel de esa excelencia. Estamos ante un trabajo de recreación histórica de altísimo vuelo, que testimonia el profundo: conocimiento que el autor posee no ya sobre la peripecia histórica del Uruguay de entonces, ni siquiera sobre la trayectoria vital y las múltiples aportaciones de Figari, sino sobre el mundo, o al menos sobre la Europa, de ese lejano entonces. Sanguinetti.ha concebido su obra sobre tres planos superpuestos: el mundo, el Uruguay y el personaje. De ese modo, yendo de lo general a lo particular, Figari aparece retratado - sobre la sociedad de la que formó parte y sobre los parámetros culturales —-en el sentido más amplio del término-— dentro de los que debió moverse, y su figura adquiere así toda su riqueza. Al subrayarse las coincidencias del biografia- do con las grandes ideas de su tiempo, resaltan con mayor claridad la originalidad de su pensamiento y el valor de sus aportaciones personales. El procedimiento se repite y resulta siempre efectivo: de Europa y del mundo llegaban ciertas ideas y ciertas teorías científicas y filosóficas. En la sociedad uruguaya generaban determinadas polémicas y alteraban los ambientes culturales, a veces de manera profunda.

De esas polémicas participó Figari en tal o cual pocos. Doctores o sición y ello generaba en parte su praxis de hombre público. De esta forma se logra una armoniosa simbiosis entre el hombre y su tiempo y el protagonista —Figari- puede ser apreciado en toda su grandeza y hasta en sus limitaciones.

Sanguinetti maneja este esquema con insólita erudición; están expuestas en el libro las ideas centrales de las grandes corrientes filosóficas de finales del XIX y principios del XX, hay certeras referencias a los avances y descubrimientos científicos, a las tendencias artísticas y los hechos esenciales de aquel período. Particular interés, por la notoria versación del autor en esos temas, adquieren sus permanentes referencias a la evolución de la arquitectura y la pintura, pero la impresión general es la de un conocimiento envidiable de la cultura y la historia del tiempo que aborda. Cuando analiza los impactos de ese mundo en la pequeña sociedad uruguaya de la última parte del siglo XTX, lo hace con idéntico nivel y llegando a veces a la descripción costumbrista, como si se tratase él mismo de un Figari de la pluma («Esos jóvenes estudiosos son mirados por la muchachada pobre del barrio como “cajetillas”, y así les gritan cada vez que los ven con ropas nuevas o “presumiendo de elegantes”. Los celadores de “melena arrabalera” calzan un quepi sobre una ceja, encargados, machete en mano, de tener a raya a los revoltosos. Ciudad en plena evolución, las emergentes clases sociales conviven en aquella Montevideo que empieza recién a empinarse sobre su histórica pobreza. “La ciudad, baja aún -cuenta Figari- por más que se le llamara la coqueta del Plata”, era triste y de exigua población; los Pocitos eran como el Sahara, y en la playa Ramírez los escasos bañistas que se atrevían a exhibirse ahí, a tanta distancia, debían desvestirse y vestirse en las peñas»). De esta forma Sanguinetti logra que la larga mirada que echa sobre la vida de uno de los orientales más notables de su tiempo trascienda el anecdotario personal y se convierta en un fresco colorido y elocuente, a veces discutible pero siempre fascinante, de una época entera que abarca ochenta años. No puede pedirse más de una biografía.

En un trabajo intelectualmente tan ambicioso siempre se pueden encontrar discrepancias, y este cronista no quiere evitar el señalar algunas; afirma el autor que «la teoría evolucionista de Charles Darwin sobre el origen de las especies [se] transforma en el epicentro del debate entre librepensadores y católicos». Esto fue así, sin duda alguna, pero evolucionó rápidamente, al menos en los ambientes intelectuales, hasta la armonización de ambas tesis aparentemente contrapuestas (la evolucionista y la creacionista) hasta culminar en la luminosa afirmación de Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955) de que la evolución no es sino la proyección, en la dimensión tiempo, del acto único de la creación. Ningún católico sensato niega hoy la teoría de la evolución de las especies, con las correcciones que le ha hecho la ciencia. Destaca Sanguinetti la importancia de la reforma vareliana hecha bajo Latorre, como es lógico, pero pasa en silencio sobre el gobierno de Máximo Santos, sin decir nada sobre la reforma universitaria de Alfredo Vásquez Acevedo (1844-1923), que no cede en importancia a la primera. Insiste el autor en que en 1904 los blancos fueron a la guerra «a raíz de la designación de un jefe de policía», y eso no es así.

Extraña que un hombre de la talla de Sanguinetti confunda a los antiguos Jefes Políticos —que tenían como una de sus atribuciones básicas controlar los actos electorales, nada menos-—, con un simple Jefe de Policía, pero, en todo caso, los blancos, con razón o sin ella, fueron a la guerra porque el presidente de la República —-José Batlle y Ordóñez- desconoció el Pacto de la Cruz, que había puesto término a la rebelión de 1897. La guerra de 1904 no fue otra cosa que la reanudación de la anterior, cuando el acuerdo que le puso fin fue desconocido, con razón o sin ella.

Pero en fin, estas son pequeñas batallitas históricas que no alcanzan, ni por asomo, a empañar la admiración que un trabajo de esta envergadura suscita en el lector. El libro resulta por momentos apasionante (el capítulo sobre el crimen de Tomás Butler es digno de Truman Capote), a veces un poco detallista en exceso (como cuando enumera los proyectos de ley presentados por el legislador Pedro Figari; una servidumbre necesaria, en todo caso), pero siempre interesante e instructivo. El Dr. Julio María Sanguinetti dice en el prólogo —y dijo en el acto de presentación pública del trabajo- que el título escogido (El doctor Figari) resume su interés de rescatar al personaje polifacético y gravitante que resultó luego opacado por el brillo del artista, y señaló que «el pintor terminó por matar al doctor». Si él me permite la licencia, y hasta el atrevimiento, creo —y no debo ser yo sólo quien lo cree- que, en su caso, el político, y su éxito, terminaron, si no por matar, al menos por difuminar al espléndido intelectual e historiador que hay en él.

Lincoln Maiztegui Casas, Doctores, Tomo 1 (2014)
Lincoln Maiztegui Casas, Doctores, Tomo 1 (2014)

— Lincoln Maiztegui Casas, Doctores, Tomo 1 (2014).




Textos de Lincoln Maiztegui Casas

Lincoln Maiztegui Casas: Pedro Figari, el Uruguay de los valores (Doctores, Tomo 1, 2014)

Lincoln Maiztegui Casas: Vivián Trías, el socialismo nacional (Doctores, Tomo 2, 2015)

Comentarios

  1. Totalmente desconocido para los jóvenes de hoy, Vivián Trías fue, tal vez por sobre todas las cosas, un espléndido docente. «Las clases del gordo Trías eran apasionantes, y se llenaban de jóvenes que ya habían aprobado la asignatura, o que estudiaban otra cosa.

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