Macionis y Plummer: Control, delito y desviación (Sociología, Cap. 17)
Control, delito y desviación
Macionis, John J. y Plummer, Ken
Capítulo 17 de Sociología. Pearson Educación, Madrid. 2011.
El crimen es, pues, necesario: está ligado a las condiciones fundamentales de toda vida social, y por esto mismo es útil; porque las condiciones de las que es solidario son indispensables para la evolución normal de la moral.
Emile Durkheim.
En el centro de cualquier ciudad europea, las oportunidades de consumir alcohol un sábado por la noche surgen por doquier. Estas borracheras a menudo conducen a la violencia y a un comportamiento indisciplinado. En inglés se utiliza el término binge drinking para aludir a una situación social en la que se bebe «hasta que el cuerpo aguante», es un fenómeno comparable al del botellón. Si bien hace unos años se consideraba que eran binge drinkers, desde un punto de vista clínico, las personas dependientes del alcohol que periódicamente bebían de forma continua el tiempo que pudieran soportarlo, hoy son binge drinkers quienes consumen una gran cantidad de alcohol en una sola sesión (normalmente cinco copas o más, hasta lograr la embriaguez). Desde 1970, el consumo de alcohol ha aumentado un 50%, y la bebida nunca ha sido tan accesible y barata como ahora: las bebidas de diseño están por todas partes, y el consumo de alcohol en Europa es aproximadamente el doble que el que encontramos en el del resto del mundo.
En realidad no hay nada nuevo en ello, comportamientos parecidos pueden encontrarse en los vikingos. En los países mediterráneos que consumen alcohol la bebida dominante solía ser el vino; en la cultura de los Países Nórdicos y anglosajones, dominaban la cerveza y las bebidas alcohólicas. Sin embargo, las cosas cambian rápidamente en el mundo global de los jóvenes.
La costumbre de beber hasta emborracharse parece más común en Irlanda, Reino Unido, Suecia y Finlandia; es algo menos frecuente —pero crece— en Francia, Alemania e Italia. Beber es ahora propio de chicos y chicas. En España, las chicas beben tanto como los chicos. En Gran Bretaña hay ladettes (mujeres jóvenes que emulan a los hombres en sus borracheras) y pubs de vertical drinking (en los que se bebe de pie y barato y normalmente no se puede comer nada) en los que a menudo beben más mujeres que hombres, muchas veces muy jóvenes (muchas tienen solo 15 años). En Polonia, las chicas suelen superar a los chicos. En general, no obstante, las mujeres beben aproximadamente la mitad que los hombres.
Por toda Europa, las ciudades se convierten en lugares prohibidos durante la noche. A menudo son tomadas por jóvenes en busca de alcohol, drogas y sexo… o pelea. Cada vez más mujeres se apuntan a esta experiencia. Estas escapadas nocturnas urbanas conducen a un mundo joven que se mueve a toda velocidad por los bares, pubs, clubes y salas de música, un negocio cada vez más rentable. Estos espacios ofrecen experiencias vinculadas a una marca, temáticas y con estilo. Para los adolescentes, el consumo (Capítulo 15) se convierte en una actividad clave que les ayuda a establecer diferentes estilos, escenarios e identidades. Un nuevo abanico de bebidas alcohólicas, incluidas las bebidas de diseño, lo facilita.
Hay profesionales jóvenes, estudiantes, mujeres y homosexuales que consumen, así como grupos marginados, y actividades nocturnas alternativas, como las fiestas de acceso libre o el botellón. Todo esto sucede en un escenario en el que la vida urbana nocturna está cada vez más estructurada, dentro del mundo McDonaldizado (Capítulo 6). Las grandes marcas se apoderan de importantes áreas del centro y proporcionan experiencias cada vez más estandarizadas.
Temas clave
● Pautas sociales y globales del delito.
● El crecimiento del delito global.
● La naturaleza cambiante del control social.
● Las causas de la delincuencia.
Los delitos de todo tipo parecen estar en aumento, y algunos, como el tráfico de drogas, están cobrando dimensiones internacionales. Por otro lado, el miedo a ser víctima de un delito también aumenta, lo que explica por qué en muchos rincones del mundo se están endureciendo las penas. En nuestros días, las cuestiones relacionadas con la delincuencia constituyen uno de los principales caballos de batalla en las confrontaciones electorales y, por lo general, el mensaje unánime es que hay que endurecer las medidas para combatirla. En muchas partes del mundo, el problema de la delincuencia ha pasado a un primer plano.
En este capítulo discutiremos algunas de las muchas cuestiones relacionadas con el control, el delito y la desviación. Comenzaremos por intentar trazar un retrato global del delito y la desviación. Analizaremos la naturaleza cambiante del proceso de control social, un fenómeno que se extiende de manera creciente en la sociedad moderna.
También examinaremos algunas de las razones que explican el aumento de la delincuencia, tratando de descubrir algunas de sus causas principales. La Tabla 17.1 ofrece una cronología de las principales teorías y posturas de la criminología. Aunque no disponemos de suficiente espacio para considerar todas ellas en este capítulo, usted puede volver a revisar la cronología después de haber leído el texto para ver cuáles de ellas puede identificar.
Algunas definiciones introductorias
Las sociedades están reguladas por normas que orientan virtualmente todas las actividades humanas, y la desviación es la violación de estas normas junto con el reconocimiento y etiquetaje de estas violaciones. El concepto de desviación (o de «conducta desviada»), por tanto, implica dos elementos: las definiciones y las normas. Una conducta desviada es la que la gente entiende o define como tal a la vista de que alguien está violando o transgrediendo una norma cultural. Las normas guían prácticamente todo el rango de actividades humanas, de manera que el concepto de desviación cubre un espectro igualmente amplio. Existen, por ejemplo, normas en el campo de la sexualidad o en el de la religión, y quienes violan dichas normas se transforman automáticamente en pervertidos o herejes, respectivamente.
El delito es un tipo claramente específico de desviación. El delito consiste en la transgresión de la ley. Por supuesto, hay muchos tipos o categorías de delitos y de delincuentes. Como es obvio, en algunos casos la desviación apenas produce reacción alguna, mientras que en otros puede dar lugar a respuestas severas por parte de la sociedad. Nadie presta prácticamente ninguna atención al detalle de ser zurdo (que implica, al fin y al cabo la transgresión de una vieja norma cultural) o de ser presumido; pero somos más severos con quien conduce bajo los efectos del alcohol, o con quien comete vandalismo, y llamamos a la policía en el caso de allanamiento de morada.
Existe un continuo de respuestas sociales a los delitos, y no todos respondemos de la misma manera ante ellos.
La desviación no implica en todos los casos una acción o una opción voluntaria. Para algunas categorías de individuos el mero hecho de existir implica la condena de otros. A menudo es así como ven los ancianos a los jóvenes (porque piensan que pueden cometer travesuras o causar problemas), o los miembros de la raza blanca a los que no lo son.
Tanto en unos como en otros casos (cuando se rompe la norma perjudicando a terceros o cuando uno se excede en el cumplimiento de las leyes y las normas sociales), observamos algún grado de diferencia. Esos individuos no se comportan como el común de las personas: son «extrañas» (Becker, 1966). La desviación o la delincuencia son mucho más que simples hechos de elección individual o fracasos personales. Cómo se define la desviación, a quién se le atribuye, y qué es lo que se hace al respecto, son cosas de dependen de cómo está organizada la sociedad.
La configuración social y global del delito
En todas las sociedades existen el delito y la desviación: los sociólogos están generalmente de acuerdo en que no existe una sociedad libre de delito. De hecho, el delito puede ser un precio necesario para cierta libertad social (y por tanto inconformismo). Puede servir como mecanismo de cambio social y también puede definir los límites morales de una sociedad. Si no tuviéramos malos, ¿podríamos tener buenos? Una sociedad sin delito o desviación probablemente sería muy rígida y muy controlada. Al mismo tiempo, el nivel de delincuencia varía mucho entre sociedades. Demasiada «libertad», por ejemplo, puede conducir a altas tasas de delincuencia. No todas las sociedades tienen la misma configuración social del delito.
Las estadísticas sobre delitos y delincuencia
En el Reino Unido, aproximadamente 100.000 delitos fueron registrados anualmente entre 1876 y 1920, aumentando a medio millón para 1950, a dos millones y medio en 1980, y a casi seis millones en 2002-2003. En Estados Unidos, el índice de delincuencia también es extremadamente alto: durante la década de los noventa la policía registró unos ocho millones de delitos graves cada año.
Las tasas de delincuencia, por lo tanto, han aumentado durante la mayor parte del siglo XX. En Europa, resultados de investigaciones sobre víctimas sugieren que Holanda es el país donde existe más delincuencia, seguido de cerca por Inglaterra y Gales, Suiza, Escocia, Francia, Suecia, Finlandia y Austria. Estas mismas investigaciones muestran que Irlanda del Norte es el país donde más se obedece la ley (Levi y Maguire, 1998:181).
¡Pero enseguida podemos apreciar lo difícil que es interpretar estas cifras cuando descubrimos que una gran parte de la delincuencia en Holanda está relacionada con el robo de bicicletas!.
¿Una tasa de delincuencia decreciente?
Al comienzo del siglo XXI se produjo un cambio interesante. A partir de aproximadamente 1995, en 35 países de occidente, incluido Estados Unidos, las tasas de delincuencia empezaron a descender (Blumstein y Wallman, 2000; British Crime Survey, 2003-04; Social Trends, 2004; 134). En Inglaterra y Gales en 2002-03, el número de delitos cometidos cuyas víctimas eran adultos que estaban en sus casas cayó en un doce por ciento y solo superaba ligeramente el nivel de 1983. Así que no podemos hablar de una tasa de delincuencia en crecimiento continuo. Sin embargo, como veremos más adelante, existen problemas graves en la interpretación exacta de las estadísticas sobre la delincuencia.
Tipos de delitos en el Reino Unido
Si nos dejáramos llevar por los medios de comunicación, pensaríamos que los crímenes violentos y pasionales son los más frecuentes. En realidad, en Inglaterra y Gales, por ejemplo, el 73 por ciento de los crímenes denunciados en 2005-2006 fueron contra la propiedad. Aunque las muertes violentas atraen mucha más atención, no son más de 600 o 700 al año en el Reino Unido, y más de la mitad tienen lugar en el entorno familiar. Los delitos sexuales, que son probablemente los que más atención concentran, están entre los delitos con las tasas más bajas de todos (T. Thomas, 2000). Si examináramos las estadísticas británicas podríamos concluir que:
● En 2005, 1,8 millones de personas fueron condenadas o amonestadas por un delito en Inglaterra y Gales, un 1 por ciento menos que en 2004.
● El 79 por ciento eran hombres (de los que el 12 por ciento tenían 17 años o menos).
● La mayor parte de los responsables de un delito son jóvenes; la edad más frecuente para los hombres es de 19 años; y para las mujeres, 15. En 2005, el 6 por ciento de todos los hombres de 17 años fueron hallados culpables, una tasa cuatro veces superior a la de las mujeres.
● Menos del 1 por ciento de los hombres de cada grupo de edad por encima de los 43 años, y de las mujeres por encima de los 19, fueron culpables de un delito grave.
● La probabilidad de que una casa de un barrio céntrico de una cuidad sea robada es el doble que en el resto de los hogares.
● La mayor parte de los responsables de un delito tienen antecedentes penales (siete de cada 10 hombres en 1994).
● Una pequeña proporción del conjunto de la población responsable de algún delito comete un porcentaje alto del total de los delitos. Dos tercios de los adultos que salieron de prisión en 2003 reincidieron en los siguientes dos años (Social Trends, 2007: 121-3). Cuatro de cada diez jóvenes delincuentes volvieron a delinquir antes de un año.
● Hubo 765 homicidios en 2005-2006, un 12 por ciento menos que el año anterior (Figura 17.3). La cifra incluye las 52 víctimas de los ataques terroristas del 7 de julio.
● Los fraudes con tarjetas de crédito aumentaron un 20 por ciento de 2003 a 2004.
● Los delitos relacionados con el robo de coches fueron los más frecuentes en 2004-2005: 1,9 millones de delitos, el 17 por ciento del total (British Crime Survey).
Los problemas de medición de la delincuencia
Los criminólogos y los sociólogos generalmente utilizan varias fuentes cuando quieren analizar las pautas de delincuencia de una sociedad. En el Reino Unido, por ejemplo, las fuentes principales son las estadísticas recopiladas por el Home Office y publicadas anualmente en Criminal Statistics in England and Wales. La mayoría de las sociedades industriales tienen informes parecidos, pero en las sociedades de renta baja estas cifras son mucho menos fiables y mucho más difíciles de conseguir.
Como con cualquier otra estadística, es necesario interpretar las cifras de la delincuencia con mucha cautela. En realidad, las estadísticas sobre delincuencia solo representan una parte pequeña del total de delitos cometidos. El número verdadero es imposible de conocer. Se comienza con una estimación del número de delitos cometidos, que es imposible de verificar con exactitud; luego se hace un recuento de los delitos notificados y denunciados, de los delitos aclarados y de los que finalmente han acabado en una condena. Se estima que tan solo dos de cada 100 delitos terminan condenándose. Esta es la cifra escondida del delito.
Las estadísticas oficiales de delitos registrados incluyen solamente aquellos delitos que han sido denunciados a la policía. No todos los delitos notificados a la policía son delitos que terminan en la interposición de una denuncia (pues no todos los notificados son delitos reales, y también los hay tan triviales que no terminan en denuncia). En cualquier caso, el problema está en la notificación y posterior denuncia de los delitos. Hay cierto tipo de delitos (los asesinatos, es el mejor ejemplo) que casi nunca pasan desapercibidos a la policía; pero hay muchos otros (como altercados violentos entre conocidos) que las víctimas o los testigos no se atreven a denunciar. La policía registra una proporción muy pequeña de los delitos relacionados con la propiedad, especialmente cuando las pérdidas son pequeñas. Algunas víctimas ni siquiera se dan cuenta de que han sido víctimas de un delito, o piensan que tienen pocas esperanzas de recuperar su propiedad aunque notifiquen su desaparición a la policía. Las denuncias de violación, aunque aumentan con el tiempo, todavía representan solo un pequeño porcentaje del total de las violaciones cometidas.
La mayor parte de los delitos (en torno al 90 por ciento) llegan a conocerse gracias a la denuncia interpuesta por un ciudadano. Algunos de los factores que influyen en la notificación a la policía por parte del público son:
● Tolerancia con ciertos tipos de delito (como el vandalismo).
● La gravedad del delito (como hurtos o altercados con consecuencias menores).
● El nivel de confianza en la respuesta policial («no hay nada que hacer»).
● Los delitos sin víctimas (como algunos relacionados con el consumo de drogas).
● No ser conscientes de que se trata de un delito (algunos tipos de fraude, por ejemplo).
Tenemos otras formas alternativas de medir o de estimar el número de delitos cometidos. Una forma es preguntar a la población (mejor dicho, a una muestra representativa de la población), en cuántas ocasiones han sido víctimas de un delito y, en su caso, de qué tipo de delito. El problema, como con cualquier otro tipo de encuestas, es el de la fiabilidad de las respuestas. Desde 1982 se viene realizando en el Reino Unido una encuesta periódica de estas características, en la que se pregunta a una muestra de cinco mil adultos si han sido víctimas de algún delito, si lo han denunciado a la policía, hasta qué punto creen que pueden ser víctimas (o volver a serlo) de algún tipo de delito, etc. Los resultados de estas encuestas indican que el número de delitos cometidos es mucho mayor que lo que sugieren las estadísticas policiales. Comparando estas dos fuentes también se observa que hay diferencias significativas entre los tipos de delito que la gente denuncia y los que observa (o de los que ha sido víctima). Los datos de estas encuestas cuestionan también la idea de que ha habido un incremento tan notable de la delincuencia como sugieren los datos policiales.
Una segunda forma de medir la incidencia de la delincuencia es a través de los estudios de autodenuncia. En este caso se pregunta a una muestra de individuos si han cometido algún delito y si fueron denunciados. Un ejemplo de este tipo de estudios son las encuestas sobre Estilos de Vida de la Juventud que se hicieron en el Reino Unido en los años 1992 y 1993. Los datos de esta encuesta muestran que la conducta delictiva está mucho más extendida entre los jóvenes que en otros grupos de edad.
Uno de cada cuatro chicos de entre 18 y 21 años, y una de cada 8 chicas entre 14 y 18 años admitió haber robado o allanado una vivienda (Social Trends, 1997: 159). Las cifras aumentan en el caso de los hijos de familias monoparentales y los hijos adoptados.
El delito y la globalización
Dadas estas dificultadas que acabamos de ver, es muy arriesgado hacer comparaciones internacionales. En muchos países de renta baja, por ejemplo, los datos son poco fiables. No obstante, parece que existen diferencias importantes en las tasas de delincuencia entre países.
Si comparamos Estados Unidos con los países europeos, las diferencias son muy grandes. La incidencia de delitos violentos en Estados Unidos es cinco veces mayor que en Europa (a pesar de que en Europa también ha aumentado en los últimos años el número de delitos violentos), y en el caso de los delitos contra la propiedad la incidencia es del doble. Con diferencias tan importantes como estas, parece razonable llegar a la conclusión de que hay más delincuencia en Estados Unidos que en Europa Occidental. Por otro lado, en gran parte de Europa Oriental es muy difícil determinar con exactitud las tasas de delincuencia. De hecho, algunos observadores estiman que algunos de los países del este de Europa están en un proceso de gangsterización, con tasas muy elevadas de delincuencia. Desde la caída del comunismo en estos países, las economías de mercado parecen ser poco capaces de satisfacer la nueva demanda. Como resultado, una especie de tierra de nadie criminal ha surgido en ciertas regiones (Castells, 1998: 180-190). Todo esto contrasta con la situación en países asiáticos como India o Japón, donde se registran los índices más bajos de criminalidad y delincuencia del mundo. En Irán y, en general, en los países islámicos, los índices de delincuencia suelen ser bajos también.
Pero las tasas se disparan en algunas grandes ciudades, como en Manila (en Filipinas) o Sao Paulo (en Brasil), donde se hacinan millones de personas en condiciones de extrema pobreza (véase el Capítulo 24). Por lo general, sin embargo, la cultura menos individualista y la importancia que tiene la familia en las sociedades económicamente menos desarrolladas hacen que las tasas de criminalidad y delincuencia sean comparativamente menores (Clinard y Abbot, 1973; Der Spiegel, 1989).
Tal y como hemos visto en capítulos anteriores, el proceso de globalización abarca numerosos frentes, y entre ellos el del crimen organizado a nivel internacional. Algunos tipos de crímenes siempre han tenido una dimensión internacional, como el terrorismo, el espionaje o el tráfico de armas (Martin y Romano, 1992), pero están surgiendo variantes nuevas a medida que el crimen traspasa las fronteras. Manuel Castells (1998: Cap.3), que ha escrito sobre la economía de la delincuencia internacional, y después del congreso de las Naciones Unidas sobre el crimen transnacional en 1994, ha identificado al menos seis variantes principales en el mundo:
1. El tráfico de armas, una industria multimillonaria en la cual estados y organizaciones están provistos de armamentos que no deberían tener.
2. El tráfico de materiales nucleares.
3. El tráfico de inmigrantes ilegales; una estimación sugiere que bandas criminales chinas ganan 2,5 miles de millones de dólares al año con este negocio, con consecuencias desastrosas para los inmigrantes en muchos casos (véase Cohen y Kennedy, 2000: 154). Por ejemplo, en 2000, 58 inmigrantes chinos llegaron muertos al Reino Unido: habían sido metidos en un camión con el respiradero cerrado. El conductor fue condenado a catorce años de prisión (véase el Capítulo 15).
4. El tráfico de mujeres y niños (véase el Capítulo 13).
5. El tráfico de órganos, una industria millonaria que vende los órganos de los pobres a los ricos (véase el Capítulo 7 sobre el cuerpo).
6. El blanqueo de dinero; esto implica complejos acuerdos financieros mediante los cuales el dinero se deposita, se «pierde» y se reintegra al sistema formal.
Depende de los bancos en el exterior (offshore, paraísos fiscales), el secretismo y la confidencialidad. El dinero que se gana en el mercado ilegal se tiene que reintegrar en la economía legal.
El crimen global y Rusia
Cuando la Unión Soviética introdujo una economía de mercado, se convirtió en el blanco del crimen organizado.
Muchas nuevas empresas privadas se inmiscuyeron en extensas redes criminales y de chantaje. De hecho, para 1997, se estima que unas 41.000 empresas, el 50 por ciento de los bancos y el 80 por ciento de las empresas conjuntas tenían contactos criminales. Además, en 1995, se registraron unos 450 asesinatos contratados (de los cuales solo el 60 por ciento fueron resueltos por la policía). Castells describe la situación gráficamente: Se hacía contrabando con cualquier cosa y de cualquier parte a cualquier parte, incluidos material radiactivo, órganos humanos e inmigrantes ilegales; prostitución; juegos de apuesta; usura; secuestro; crimen organizado y extorsión; falsificación de bienes, dinero, documentos financieros, tarjetas de crédito, documentos de identidad; asesinos a sueldo; tráfico de información sensible, tecnología u objetos de arte; venta internacional de artículos robados; o hasta el vertido ilegal de basura de un país a otro. (Castells, 1998: 167).
El blanqueo de dinero sienta las bases del sistema. La globalización ha creado una «autopista» de transacciones, donde la lógica organizativa del crimen es el trabajo en red. Las cifras relacionadas con el crimen son astronómicas: así, en 1993 se estimaba que el crimen estaba costando un trillón de dólares al año, aproximadamente el equivalente al presupuesto de Estados Unidos en ese momento (Castells, 1998:169). Cabe preguntarse por qué. El crimen organizado forma parte de una respuesta al colapso del sistema soviético, y socava las bases de las instituciones económicas y estatales. El derrumbamiento de la Unión Soviética creó un vacío de poder, y muchas personas sin escrúpulos se apresuraron a obtener beneficios considerables. El cambio de régimen en la década de los noventa supuso un trauma para Rusia: la mayor parte de la población sufrió empobrecimiento y desorientación.
La adquisición de riqueza en todas sus formas se convirtió en la preocupación principal de una pequeña elite. En una sociedad donde los sueldos son bajos, la corrupción es endémica, el imperio de la ley es incierto y la corrupción policial es bien conocida, muchas personas adoptan estas prácticas para poder sobrevivir.
El tráfico internacional de drogas
El tráfico de bienes ilegales, especialmente drogas, bien puede ser la principal industria del mundo. El tráfico ilegal de drogas se encuentra en todas partes: cocaína en Colombia y los Andes; opio y heroína en el triángulo dorado del sur asiático, las fronteras de México, Turquía, los Balcanes, Afganistán y Asia central (Castells, 1998:169).
En parte, la proliferación de drogas ilegales en Estados Unidos y Europa proviene de la demanda: hay un mercado muy rentable de cocaína y otras drogas, y no faltan personas dispuestas a traficar a pequeña escala para garantizarse el propio consumo u obtener unos beneficios, a pesar de los graves riesgos que corren. Pero si miramos esta cuestión desde el lado de la oferta podemos entender mejor por qué es tan difícil combatir el tráfico de drogas. Se calcula que en Colombia, alrededor del veinte por ciento de la población se gana la vida en torno a la producción de cocaína. La cocaína no solo es la exportación más rentable del país, sino que supera en beneficios al resto de las exportaciones juntas (incluyendo el café).
Por tanto, para entender la verdadera naturaleza de este problema es necesario analizar las condiciones sociales tanto de los países consumidores como de los productores. Y esto no solo con respecto al tráfico de drogas. Para entender la naturaleza de muchas actividades delictivas se hace cada vez más necesario atender al contexto internacional y no solo a lo que está ocurriendo dentro de las fronteras del país.
Cambios en el control social
Dado que en todas las sociedades hay reglas y normas, sus miembros intentan ejercer control social los unos sobre los otros. En casos más serios, la sociedad reacciona de un modo más formal (y contundente), mediante un sistema de control social que implica el desarrollo de respuestas planificadas y programadas a probables conductas desviadas.
Este sistema implica todas aquellas medidas que se toman para prevenir, evitar o castigar el delito (S. Cohen, 1985:2).
Su variante más visible es el sistema de justicia penal, esto es el conjunto de instituciones policiales, judiciales y penitenciarias que se pone en funcionamiento cuando se produce una violación de la ley. Son estas instituciones las encargadas de dar una respuesta formal al delito. En algunos países, la policía militar mantiene un control estrecho sobre el comportamiento de la ciudadanía; en otros, el poder de los oficiales está más limitado en cuanto a su capacidad de respuesta a ciertas violaciones de la ley. Existen, no obstante, redes de control menos visibles: desde la labor desempeñada por asistentes sociales y psiquiatras, hasta los circuitos cerrados de televisión en centros comerciales, pasando por la generalización del etiquetado electrónico en las tiendas, o la creciente presencia de guardias jurados en todo tipo de empresas y organizaciones. Luego nos extenderemos un poco más sobre estos otros mecanismos.
Las características fundamentales de los actuales sistemas de control tienen su origen a finales del siglo XVIII. Aunque antes también existían cárceles, no eran los grandes espacios estructurados en celdas individuales ni el tipo de organizaciones rígidamente burocratizadas que conocemos hoy. Antes bien, eran pequeñas dependencias locales, bastante reducidas, donde se hacinaban sin diferenciación alguna tanto los grandes criminales como los pequeños ladronzuelos. A menudo no era más que «lugares de espera», el vestíbulo de las galeras o del patíbulo (Ignatieff, 1978). De modo semejante, la vigilancia y el control de las calles era un asunto exclusivamente local.
Todo esto cambió con la industrialización y el desarrollo de las sociedades modernas. En concreto, el control social se profesionalizó y burocratizó, y la administración central empezó a jugar un papel cada vez más importante. El control del orden público pasó a manos de organizaciones dirigidas por nuevos profesionales (directores y funcionarios de prisiones, policías, jueces), que dependían cada vez más, en cuanto a su financiación y regulación interna, del estado, que también extendió su capacidad de intervención legislativa. En el Reino Unido, el presupuesto del sistema de Justicia Penal en 1999-2000 fue de 12.000 millones de libras (se duplicó entre 1977 y 1997), y el sistema empleó a más de 124.000 policías y 53.000 civiles (Social Trends, 2001: 172). La mayor parte de los países industrializados tienen presupuestos parecidos: la parte destinada al control del delito consume una proporción nada despreciable de los presupuestos públicos.
En el clásico de Michel Foucault Vigilar y castigar, podemos rastrear muy bien estos cambios. Las páginas introductorias del libro (una lectura recomendable), son muy útiles para comparar las formas de castigar de la sociedad del siglo XVIII (orientadas a infligir el mayor sufrimiento a los condenados), con los sistemas de vigilancia y castigo de la sociedad actual, más racionales (esto es, más eficientes y más burocráticos). En la primera página de este libro se transcribe una orden de ejecución de 1757: En un cadalso que se erigirá al efecto (en la Plaza de Grève) se le arrancará la carne del pecho, de los brazos, de los muslos y de las pantorrillas con unas tenazas al rojo vivo, su mano derecha... quemada con ácido sulfúrico, y sobre los huesos despojados se verterá plomo fundido, aceite hirviendo, resina ardiente, cera, y ácido sulfúrico todo ello mezclado para que luego su cuerpo sea despedazado por cuatro caballos, después consumido por el fuego, y sus cenizas arrojadas al viento. (Foucault 1977: 3).
Ochenta años más tarde, sin embargo, el reglamento de un correccional decía lo siguiente:
Art. 17. La jornada del preso comenzará a las seis de la mañana en invierno y a las cinco en verano... trabajarán nueve horas al día.
Art. 18. Al primer ruido de tambor los presos deben levantarse y vestirse en silencio. Al segundo, deben estar ya vestidos y sus camas hechas. Al tercero, deben ponerse en fila y dirigirse a la capilla para la misa de la mañana...
Art. 19. Un capellán dirigirá la oración, a la que seguirá un sermón religioso. El ejercicio completo no debe durar más de media hora.
(Foucault, 1977: 6).
Las diferencias entre los dos sistemas de control quedan claramente reflejadas.
Nuevas pautas de control en el siglo XXI
El moderno sistema de control reúne tres características fundamentales. En primer lugar, el viejo sistema de control, que contaba con una red policial y penitenciaria financiada por el estado sigue vigente y en expansión. Se siguen construyendo nuevas cárceles, y en algunos países la población penitenciaria se ha incrementado notablemente.
En segundo lugar, a partir de la Segunda Guerra Mundial, se han ido sumando nuevos métodos de control más informales. El resultado es que son cada vez más personas, provenientes de más categorías sociales, las que están bajo control. En tercer lugar, en su conjunto, el sistema de control ha sufrido una expansión considerable debido a la incorporación de nuevas técnicas de vigilancia, muchas de ellas de promovidas y sufragadas por el sector privado.
La expansión del sistema carcelario
Las redes penitenciarias también están en expansión en prácticamente todos los países del mundo. Tanto es así que Nils Christie (2000) ha acuñado el término «complejo industrial penitenciario». Tanto el número de cárceles como el de reclusos ha aumentado exponencialmente en los últimos años.
Hacia finales de 2006, más de 9,25 millones de personas estaban encerradas en las cárceles de todo el mundo, cerca de la mitad de ellas en Estados Unidos (2,19 millones), Rusia (0,87 millones) y China (1,55 millones, además de los detenidos aún sin juzgar y de las «detenciones administrativas»).
A menudo se cita a Estados Unidos como el caso más extremo, ya que mantiene en prisión a 738 de cada 100.000 personas. Japón tiene una tasa notablemente baja (62 de cada 100.000 personas). En Europa, las cifras no son tan exageradas. Los regímenes penitenciarios de países como Suecia, Noruega y Holanda han sido tradicionalmente los más benévolos del mundo; pero en Europa hay contrastes considerables: la tasa media de los países del sur es de 90, mientras que en Europa Central y Europa del Este es de 185. La del Reino Unido es de 148 por cada 100.000.
Pero casi en cualquier lugar la cruda realidad es que en los últimos años los encarcelamientos aumentan y el trato que reciben los presos empeora. Por ejemplo, en 1975 en Holanda había solo 2.356 celdas y la tasa de encarcelación era del 17 por 100.000. En octubre de 2006, el Reino Unido llegó a tener más prisioneros que celdas. En Inglaterra y Gales la población en prisión era de 79.861 personas (1.466 en Irlanda del Norte), 148 por cada 100.000 habitantes, lo que las colocaba cerca del punto medio en la lista mundial de poblaciones encarceladas (Walmsley, 2007).
El encarcelamiento se ha convertido en una enorme industria y es un indicador de la crisis social sistémica de comienzos del siglo XXI. Posiblemente esto se debe a nuevas políticas como la del sistema del three strikes and you are out (que se puede traducir, como «a la tercera va la vencida»), adoptada por primera vez en Washington en 1992, que implica que la tercera condena ya es una condena perpetua. Otros países también han endurecido sus políticas de lucha contra la delincuencia. El aumento de la población reclusa y los cambios en la orientación de la política penitenciaria han puesto en cuestión el viejo sistema de control, lo que ha dado lugar a la búsqueda de nuevas soluciones. De hecho, en la última década del siglo XX se observa una reorientación desde las tradicionales políticas de rehabilitación a políticas más represivas. Una de ellas son las cárceles privadas.
La privatización de las cárceles
A finales del siglo XX se ha dado un giro desde la gestión y financiación pública de las cárceles hacia la creación de cárceles privadas. Aunque ya se habían ensayado algunas fórmulas de intervención del sector privado con anterioridad (como el «préstamo» de prisioneros para trabajar en las cadenas de presos), fue a comienzos de la década de los noventa cuando un número creciente de países vieron en la privatización una posible salida a la «crisis» del sistema penitenciario.
Las primeras privatizaciones tuvieron lugar en Estados Unidos en correccionales, en cárceles de mujeres, y en cárceles para internos escasamente peligrosos. El primer correccional privado de menores se inauguró en Pennsylvania en 1975. Unos años más tarde, dos empresas, Corrections Corporations of America (CCA) y Walkenhut, comenzaron a conseguir contratos para cárceles de adultos.
Los que defienden esta política argumentan que las cárceles privadas resultan más económicas, son más flexibles y eficientes (pues se pueden ahorrar costes en la construcción de las cárceles y en su gestión y mantenimiento). Los que se oponen piensan que, como empresas privadas, se trata de un sistema que pretende rentabilizar el castigo, y que estas instituciones están más interesadas en obtener beneficios que en procurar el bien de los internos y, consecuentemente, de la sociedad en su conjunto.
El fenómeno de la privatización de las cárceles se ha extendido en todo el mundo. En Australia también han aparecido cárceles privadas, y en Europa este fenómeno tampoco es desconocido. En Francia ya son más de 10.000 los internos que están recluidos en diecisiete cárceles privadas.
En Alemania, Holanda y el Reino Unido también se han ensayado programas similares (James et al, 1997).
La extensión de la red de control informal
Resulta irónico que la expansión de las redes penitenciarias ha ido de la mano del crecimiento de lo que han sido llamadas alternativas a la cárcel. Es evidente que estas no son alternativas sino que existen a la par con el aumento del número de cárceles, y que cada vez hay más personas sometidas a la red de control. Si antes los menores de edad que cometían una infracción o un delito solo recibían una amonestación, lo normal en nuestros días es que se les obligue a seguir una terapia de grupo o cualquier otro tipo de programa de rehabilitación. El criminalista británico Anthony Bottoms ha denominado a este fenómeno la «bifurcación del sistema». En sus propias palabras, esto significa que «a los “delincuentes peligrosos” se les aplican medidas más expeditivas, mientras que con los “delincuentes comunes” nos permitimos ser más indulgentes» (Bottoms, 1983).
El auge de la sociedad de la vigilancia
El sistema penal en su conjunto se ha expandido hasta incluir una gran variedad de técnicas de vigilancia, muchas de las cuales se desarrollan y se promueven desde el sector privado. Aunque el fenómeno de la vigilancia ha existido a lo largo de la historia, se ha intensificado de tal manera en el mundo moderno que podemos hablar de una sociedad de la vigilancia, esto es, una sociedad que depende de la tecnología de la comunicación y la información para los procesos de administración y control y que tiene la vida cotidiana de sus ciudadanos bajo una estrecha vigilancia (Lyon, 2001).
En las sociedades no industriales, la vigilancia funciona de manera informal, a menudo a través de grupos de socialización primaria (véase el Capítulo 6). Pero las sociedades más complejas exigen sistemas también más complejos de control. Desde los orígenes de la sociedad industrial se ha venido empleando cada vez más tiempo y energía en recopilar información sobre la vida de los ciudadanos y en vigilar su comportamiento.
En este sentido, uno de los aspectos más notables de los últimos años ha sido el incremento dramático de los circuitos cerrados de televisión. Muchas autopistas, comercios y edificios públicos están vigilados las veinticuatro horas al día, 365 días al año. Con ello, y aunque la presencia física de la policía quizá no sea muy notable, nuestros actos están mucho más vigilados que en el pasado.
La nueva tecnología digital permite asimismo crear archivos de personas con antecedentes. ¡Gracias a estos archivos se puede identificar a un ladrón tan pronto como entra en una tienda! Otros sistemas en desarrollo son la identificación electrónica de individuos a través de la voz, o por el iris de sus ojos. A medio o largo plazo, esto podría implicar la sustitución de los pasaportes, o incluso de las tarjetas de crédito, por un sistema de registro electrónico de nuestros rasgos físicos, mediante la introducción de una especie de código de barras personal.
Sin embargo, no todos los sistemas de control funcionan de manera tan formal y precisa. Otro desarrollo interesante, por lo menos en el Reino Unido, ha sido la aparición de los Programas de Vigilancia Vecinal. Desde 1983, ha habido un crecimiento enorme del número de personas que se dedican a patrullar sus barrios. Se calcula que en el año 1996, existían ya unos 143.000 programas de este tipo en el Reino Unido (Morgan y Newburn, 1997: 62).
De la misma manera, se han desarrollado sistemas de vigilancia electrónica con los que los movimientos de un delincuente son vigilados, controlados y modificados a través de un sistema de confinamiento doméstico. El delincuente lleva una pulsera o tobillera electrónica y es vigilado las 24 horas del día. Se han introducido estos sistemas desde mediados de la década de los ochenta en varios países, incluidos Canadá, Estados Unidos, el Reino Unido, Suecia, Noruega y Dinamarca. Inicialmente la opinión pública estuvo en contra de este sistema, y algunos gobiernos, como el del Reino Unido, tuvieron dificultades para implementarlo (sobre todo debido a problemas técnicos). Pero con mejoras en la coordinación entre los organismos administrativos de la libertad condicional, se está convirtiendo en otra alternativa dentro del sistema penal. Es mucho menos costoso que el encarcelamiento y tiene una tasa de éxito moderada. Las principales razones para el fracaso parecen estar relacionadas con el abuso de alcohol y drogas.
Esta intensificación del control quizá nos haga sentirnos más seguros. Pero la cuestión es hasta qué punto estos nuevos sistemas pueden mermar nuestras libertades o atentar contra nuestra intimidad: no somos nunca plenamente conscientes de quién, dónde y cuándo nos está mirando a través de una cámara, o almacenando datos de nuestra vida privada. La pesadilla descrita por George Orwell en su novela 1984 puede terminar haciéndose realidad.
En resumen, las sociedades modernas han sido testigos de un considerable desarrollo de los sistemas de vigilancia y control. Esta extensión e intensificación de los sistemas de control está desdibujando la línea que separa el control justificado del control por sí mismo, de modo que, con más conductas observadas y controladas, estamos «creando» más desviación.
La perpetuación de la pena de muerte
A medida que se introducen nuevos sistemas de control en el siglo XXI otros más antiguos desaparecen. Aunque la pena de muerte tiene una larga historia como respuesta social a todo tipo de crímenes, ha sido abolida en unos 130 países (en 90 países para todos los delitos, mientras que en otros países se ha mantenido para casos excepcionales, como crímenes de guerra, o bien se mantiene en la legislación pero se ha eliminado en la práctica). Al mismo tiempo, países como Estados Unidos, China y muchos estados africanos todavía utilizan la pena de muerte (véase el Mapa 17.1).
Entre los países industrializados, Estados Unidos mantiene la pena de muerte (también tiene una tasa muy alta de homicidios comparada con sociedades similares). Desde 1977, cuando se restableció la pena de muerte, aproximadamente 1.057 personas han sido ejecutadas. De estas, 367 eran negras, 621 blancas y 71 hispanas. Al comienzo de 2007, había unas 3.500 personas esperando su ejecución en el corredor de la muerte (el 99 por ciento varones).
Teorías sobre el delito y la desviación
Hemos demostrado que la delincuencia sigue pautas sociales definidas, y hemos examinado algunas de las respuestas sociales hacia el delincuente. Ahora nos centraremos en las preguntas que hacen muchas personas: ¿Cómo podemos explicar que algunas personas se hagan delincuentes? ¿Por qué hay personas que cometen delitos y cómo podemos prevenirlo? Lo que quieren dar a entender los sociólogos es que el delito está relacionado con las condiciones sociales.
1. La escuela clásica
La escuela clásica de criminología data de la época de la Ilustración (véase el Capítulo 1) y su concepto principal es que el delito es una elección racional del individuo.
Las personas cometen delitos cuando (a) pueden maximizar sus beneficios y (b) pueden estar relativamente seguros de que no serán castigados. El delito, por tanto, es un acto racional. Desde esta perspectiva, entonces, lo importante es configurar el sistema penal para que disuada a las personas de cometer crímenes. Cesare Beccaria, un italiano que propuso una reforma radical del sistema penal en 1774, es considerado por muchos el fundador de la tradición clásica en la criminología.
Beccaria cuestionaba la naturaleza severa del castigo y abogaba por un sistema de disuasión. Para él, los castigos solo podían disuadir si eran proporcionales a la gravedad del delito, por tanto, los delitos más graves deberían recibir castigos más severos. El castigo debería ser público, rápido, necesario, lo menos severo posible dadas las circunstancias, proporcionado al delito y dictado por las leyes (Beccama, 1963, original 1764). Sus ideas siguen vigentes.
¿Qué se considera una sentencia justa? En la década de 1970, el modelo «vuelta a la justicia» (Back to Justice), propuesto por von Hirsch y sus colegas, afirmaba que la severidad del castigo debería ser proporcional a la gravedad de la ofensa (von Hirsch, 1976:66). Argumentaban que:
● La probabilidad de reincidencia debe ser irrelevante a la hora de dictar sentencia. El delincuente debe ser castigado en función de lo que ha hecho. Las sentencias indeterminadas deben ser abolidas. Ciertos delitos merecen castigos específicos, y el delincuente debe saber de antemano cuál será su castigo si comete un delito determinado.
● La discreción del juez para dictar sentencia debe ser severamente limitada. Se debe introducir un sistema de penas estándar.
● La aplicación de una sentencia de encarcelamiento debe ser restringida a delitos graves, sobre todo a aquellos delitos con graves consecuencias para sus víctimas.
● Penas de menos gravedad no deben pretender rehabilitar, sino simplemente castigar con menos severidad (von Hirsch, 1976).
Evaluación crítica
No han faltado críticas a estas ideas clásicas. En primer lugar, muchos cuestionan la idea de que el delito sea una elección libre y, como veremos más adelante, muchas explicaciones de la delincuencia afirman que está determinada de alguna manera por las condiciones sociales (por ejemplo, el paro o el devenir de una familia desfavorecida). Si esto fuera cierto, la disuasión no funcionará.
En segundo lugar, el modelo parte de la suposición de que las personas son racionales, libres y actúan por puro interés. Si piensan que recibirán un castigo, no cometerán el delito; y si piensan que se pueden librar, lo cometerán.
Sin embargo, no todo el comportamiento humano sigue esta lógica. Por último, la teoría supone que las sociedades funcionan de manera justa, mientras que muchas veces no es posible tener una sociedad justa si la sociedad misma está organizada de manera injusta. No se puede tener justicia en una sociedad injusta.
2. La escuela positivista
Las teorías positivistas se centran en las características y causas de un prototipo de delincuente. Vamos a examinar brevemente algunas versiones biológicas y psicológicas de esta escuela teórica (aunque también existen versiones sociales).
Ya vimos en el Capítulo 7 que hace un siglo mucha gente pensaba, equivocadamente, que el comportamiento humano podía explicarse en términos de los impulsos o los instintos naturales. Esto explica por qué los primeros criminólogos se empeñaron en explicar la conducta delictiva en términos biológicos. En 1876 Caesare Lombroso (1835-1909), un médico penitenciario italiano lanzó la teoría de que los delincuentes tienen unos rasgos físicos característicos: estrechos de frente, mandíbulas y pómulos prominentes, orejas separadas, vello abundante y brazos extremadamente largos (obsérvese que, tomados en conjunto, estos rasgos describen muy bien a los simios).
Aunque las tesis de Lombroso fueron muy populares en su tiempo, la verdad es que pronto se mostraron falsas.
De haber mirado más allá de las cárceles, pronto se hubiera dado cuenta de que los rasgos físicos que, según él, caracterizaban a los delincuentes, están aleatoriamente repartidos entre la población. No hay forma posible de distinguir al delincuente de quien no lo es fijándonos en sus rasgos físicos (Goring, 1972; ed. orig. 1913).
A mediados del siglo XX, William Sheldon desarrolló un argumento similar al defender que la constitución corporal puede servir para predecir la predisposición al delito. Sheldon registró los datos de cientos de jóvenes, los clasificó según su constitución física y hurgó en sus antecedentes penales. Con toda esta información, Sheldon concluyó que la probabilidad de delinquir era mayor entre las personas de constitución musculosa y atlética.
Las investigaciones de Sheldon y Eleanor Glueck (1950) confirmaron los resultados de Sheldon, pero sus autores llegaron a la conclusión de que con sus datos no es posible afirmar que una constitución fuerte es un buen indicador de la propensión al delito, y mucho menos que sea la causa. La hipótesis del matrimonio Glueck era que los padres tratan a los hijos de constitución fuerte con menos mimo que a los que parecen más débiles, de forma que los más fuertes crecen con una menor predisposición a mostrar afecto por los demás. Además, como ellos mismos se encargaron de señalar, en la medida en la que la gente espera de los chicos un comportamiento físico más agresivo, estos acaban desarrollando ese tipo de comportamiento.
La investigación genética reciente y el Proyecto del Genoma Humano (véase el Capítulo 23) continúan explorando las posibles conexiones entre la biología y la conducta desviada, pero al día de hoy no existe evidencia definitiva que correlacione la propensión a la conducta delictiva con tales o cuales componentes genéticos. Sí parece, sin embargo, que determinados rasgos genéticos combinados con determinadas experiencias sociales pueden explicar, en parte, determinadas conductas. En otras palabras, los factores biológicos tienen probablemente un impacto real, aunque modesto, sobre la propensión de los individuos a embarcarse en actividades delictivas (Rowe, 1983; Rowe y Osgood, 1984; Wilson y Hernstein, 1985; Jencks 1987).
Las claves teóricas del positivismo
A pesar de las diferencias entre ellas, lo que la mayoría de teorías biológicas y psicológicas tienen en común es su paradigma del delito. Este paradigma ha sido denominado criminología positivista por el sociólogo David Matza (1964) y tiene tres características principales.
En primer lugar, siempre parte del punto de vista que el delincuente constituye un tipo específico de persona.
Así, los criminólogos desarrollaron una larga lista de sistemas de clasificación para diferentes tipos de delincuente. Lombroso, por ejemplo, identificó al criminal nato, pero también, al criminal emocional, al criminal moralmente demente y al criminal epiléptico enmascarado.
En segundo lugar, los criminólogos positivistas intentan encontrar las características que diferencian a unos delincuentes de otros. Se trata de desarrollar esquemas de rasgos específicos, que pueden ir desde la clasificación de las características físicas de partes del cuerpo (por ejemplo, el tamaño y peso del cráneo), hasta tipos de cuerpo o de personalidad. Se pueden desarrollar largas listas de las diferencias entre delincuentes y no delincuentes. Esta perspectiva recibió un gran impulso con las nuevas tecnologías del siglo XIX, como la fotografía, que podía registrar las características físicas y raciales, y la tecnología que permitía la identificación de huellas digitales en el siglo XX. Recientemente, los criminólogos positivistas se han centrado en el desarrollo de los perfiles de cromosomas y del ADN.
En tercer lugar, los criminólogos positivistas entienden que la conducta del criminal está de alguna manera fuera de su control. Así, los delitos son causados por factores como «debilidad mental», «regresión atávica», «socialización fracasada», o «cromosomas XYY». El crimen, según este modo de pensar, no es una elección libre sino que es predeterminado. El positivismo es una teoría determinista.
Aunque esta perspectiva se llama criminología positivista, no se debe confundir con la teoría positivista que introducimos en el Capitulo 2, aunque tiene algunas características en común, como la creencia en la ciencia.
Pero como vimos en el Capítulo 3, y como veremos más adelante en el Capítulo 23, la ciencia en sí no admite definiciones sencillas.
Evaluación crítica
Las teorías biológicas que intentan explicar la conducta delictiva recurriendo a la genética solo pueden explicar, como mucho, una proporción muy pequeña de este tipo de conductas. A día de hoy, es tan poco lo que sabemos sobre la influencia de los rasgos genéticos sobre la conducta humana que no podemos extraer conclusión definitiva alguna (Daly y Wilson, 1988). Los psicólogos han demostrado que existe alguna relación entre determinados rasgos de la personalidad y la ocurrencia de comportamientos desviados o delictivos. El valor de estas teorías, sin embargo, es muy limitado. Y esto se debe a un hecho contundente: la inmensa mayoría de los delitos más graves los cometen individuos que tienen un perfil psicológico normal.
Para resumir, tanto desde la biología como desde la psicología se intenta explicar la desviación estudiando las características de los individuos, pero los positivistas no ofrecen explicación alguna de los mecanismos sociales que califican algunas conductas como normales y otras como desviadas; a algunas personas como delincuentes, pero otras no; ni examinan el papel que juega la sociedad en el desarrollo del sistema de control social.
3. La teoría funcionalista y las bases sociales de la desviación
Aunque todos tenemos cierta tendencia a pensar en la desviación como el resultado de opciones o fracasos puramente personales, la conducta desviada (así como cualquier otro tipo de conducta), viene en gran parte determinada por el contexto social. Hay tres razones que explican esto.
1. Lo que se entiende como conducta desviada varía según cuáles sean las normas sociales de la sociedad en que vivimos. Ningún pensamiento o acción es desviado en sí mismo. La desviación se define en relación con algo, y este algo son pautas culturales específicas, que son distintas en sociedades distintas. Las pautas culturales de la población rural de Islandia, de la población urbana de California, o de las comunidades mineras de Gales, difieren entre sí de manera significativa; por ello, lo que cada una de estas comunidades valora o desprecia también varía considerablemente.
Por supuesto, las leyes también difieren notablemente. En Amsterdam, por ejemplo, se permite el consumo de drogas blandas, y hasta existen comercios para su venta (véase el recuadro Ventana a Europa). En el resto de Europa, por el contrario, la marihuana está prohibida.
Si consideramos el problema desde una perspectiva global, la diversidad en lo que se considera conducta desviada o delictiva aumenta. En la Albania estalinista, oficialmente atea, santiguarse era un delito. En algunos países islámicos el juego de apuestas está terminantemente prohibido. En Singapur uno puede ser arrestado por vender chicles. En Estados Unidos el sexo oral es delito en algunos estados, pero en otros no. Esto son solo algunos ejemplos.
2. Solo cuando los demás lo definen así, la conducta de uno es una conducta desviada. Todos nosotros nos saltamos muchas normas culturales con regularidad, en ocasiones hasta el punto de romper la ley. Por ejemplo, casi todos hemos ido alguna vez por la calle hablando solos, o hemos «tomado prestado» bolígrafos o papel de la oficina. El que terminemos catalogados como unos locos o unos ladrones no depende de nosotros, sino de cómo otras personas entienden y definen esas conductas.
3. La capacidad de elaborar reglas así como de romperlas no está igualmente distribuida entre la población.
Para Karl Marx, la ley es poco menos que una estrategia con la que los poderosos protegen sus intereses. Por ejemplo, los propietarios de una empresa que tiene pérdidas tienen el derecho de cerrar la fábrica aunque la consecuencia sea que miles de personas vayan al paro.
Por el contrario, si esos trabajadores cometen un acto vandálico por el que la fábrica tiene que cerrar durante un día, la ley puede perseguirlos. Otro ejemplo: un vagabundo que se ponga en una esquina a denunciar a voz en grito la política del ayuntamiento puede ser arrestado por escándalo público, pero si lo hace un político en campaña electoral no pasa nada. En otras palabras, la definición de las normas y su aplicación no son indiferentes a las pautas de desigualdad social.
Las funciones de la desviación
Aunque en principio parezca una paradoja, según la teoría funcionalista la conducta desviada y la delictiva contribuyen a mantener el sistema social en equilibrio, y así, a garantizar su conservación o perpetuación.
En su análisis pionero sobre la desviación, Emile Durkheim (1964a, ed. orig. 1895; 1964b, ed. orig. 1893) llegó a la sorprendente conclusión de que no existe nada anormal en la desviación. Según Durkheim, la desviación cumple cuatro funciones esenciales para la sociedad.
1. La desviación contribuye a consolidar los valores y las normas culturales. La cultura implica un cierto consenso acerca de lo que está bien y lo que está mal. A menos que queramos que nuestras vidas se disuelvan en el caos, tenemos que respetar ese consenso. No obstante, toda definición de lo que está bien o es lícito, solo se entiende en oposición a lo que está mal o es ilícito. Del mismo modo que no existe el bien sin el mal, no puede existir justicia si no existe el delito. La desviación, por tanto, es indispensable en el proceso de generación y mantenimiento del consenso sobre las normas morales.
2. La respuesta a la desviación contribuye a clarificar las barreras morales. La definición de algunos individuos como desviados ayuda a la gente a trazar una línea entre lo que está bien y lo que está mal.
3. La respuesta a la desviación fomenta la unidad social. Normalmente la reacción de los individuos frente a los casos extremos de desviación fomenta un sentido de solidaridad colectiva frente al ultraje.
Cuando esto ocurre, de acuerdo con Durkheim, se consolidan los lazos morales que unen a la comunidad. Las manifestaciones de dolor que sucedieron al atentado terrorista que destruyó un edificio del gobierno en la ciudad de Oklahoma en 1995, o las manifestaciones que siguieron al asesinato de Miguel Ángel Blanco en España en 1997 son un buen ejemplo de esto.
4. La desviación fomenta el cambio social. Según Durkheim, los actos que transgreden las normas sociales invitan a reflexionar sobre la naturaleza de esas normas y sobre la conveniencia de seguir manteniéndolas. Las conductas desviadas nos obligan a pensar y repensar una y otra vez dónde ponemos los límites y qué grado de tolerancia estamos dispuestos a mantener. Las conductas desviadas nos presentan alternativas al orden vigente que pueden empujar en la dirección de un cambio en las normas. Lo que hoy es una conducta desviada puede no serlo en el futuro (1964a; orig. 1895: 71). En los años cincuenta, por ejemplo, mucha gente veía en el rock & roll una amenaza a las «buenas costumbres» (además de una herejía musical). Hoy, sin embargo, la cultura roquera forma parte de la experiencia vital de millones de jóvenes (y no tan jóvenes), y a su alrededor se ha generado una industria multimillonaria.
4. Teorías de tensión
La desviación en la teoría de Merton
Aunque la desviación es inevitable en todas las sociedades, Robert Merton (1938, 1968) argumentó que los periodos recurrentes de desviación se deben a coyunturas sociales específicas. En particular, el grado y el carácter de la desviación dependen del grado en que los miembros de una sociedad pueden lograr los objetivos culturales vigentes en esa sociedad (como el éxito económico, por ejemplo) a través de mecanismos institucionalizados (como, por ejemplo, los que ofrecen las políticas de igualdad de oportunidades).
A la tensión existente entre los objetos y los mecanismos que implican la desintegración de las normas sociales, la denominó anomia. Este término lo hemos visto antes en el Capítulo 4, cuando discutimos la teoría de Durkheim.
Basándose en sus investigaciones sobre la sociedad norteamericana de los años 30, Merton afirmaba que existe conformidad cuando se busca satisfacer unas metas u objetivos lícitos a través de mecanismos que también son legítimos y están aceptados socialmente. Este es el caso del que consigue una buena posición económica gracias a su talento y su trabajo. Pero el problema es que no todo el mundo que desea satisfacer unos objetivos lícitos tiene la oportunidad de hacerlo. Los niños que se crían en ambientes marginales, por ejemplo, tienen pocas oportunidades de alcanzar el éxito incluso si siguen «las reglas del juego». Para sortear este problema uno puede intentar conseguir esos objetivos lícitos a través de medios ilícitos o delictivos, como traficar con droga, por ejemplo. Merton llamó innovación a este tipo de estrategia: el intento de conseguir un objetivo cultural convencional (riqueza) a través de mecanismos no convencionales (el tráfico de drogas).
De acuerdo con Merton, esta tensión o contradicción entre el deseo de obtener ese reconocimiento social que garantiza la riqueza, y las dificultades de salir adelante por medios lícitos (dificultades que son mayores entre las capas menos favorecidas de la población), es lo que conduce al delito. Siguiendo este razonamiento, el famoso gángster Al Capone era una persona convencional, porque hizo lo que cabría esperar que hiciera. Al igual que el resto de sus compatriotas, Al Capone quería hacer realidad el «sueño americano». Pero, como debido a sus orígenes, no contaba con las mismas oportunidades y recursos que otros para conseguir sus objetivos, y tampoco andaba escaso de iniciativa y espíritu emprendedor, terminó decidiéndose por la carrera delictiva. Tal y como lo describe un analista del mundo criminal: El típico gángster de la época de Capone era un individuo que de niño había (...) aprendido a identificar cuáles eran los símbolos del éxito: el Cadillac, el apartamento lujoso, etc.
¿Cómo podría uno lograr estas cosas? En casi todos los casos, se trataba de chicos con mucha iniciativa, imaginación y capacidad. Eran chicos que en otras circunstancias hubieran sido grandes empresarios o políticos influyentes. Pero estos chicos no habían tenido la oportunidad de ir a Yale y convertirse en banqueros, o de obtener una licenciatura en derecho por Harvard. Sí existía, no obstante, una forma relativamente fácil de obtener estos bienes que, como siempre habían oído, todo ciudadano norteamericano tenía al alcance de la mano (y sin los cuales, uno podía sentir que había fracasado como americano): podían hacerse gansters.
(Allsop, 1961: 236).
La imposibilidad de obtener éxito a través de mecanismos lícitos puede dar lugar a otro tipo de desviación, a la que Merton llamó ritualismo (véase la Tabla 17.3). Los ritualistas resuelven aquella tensión entre medios y fines transmutando esos fines en conductas casi compulsivas, orientadas a vivir «respetablemente». Los ritualistas viven una vida gobernada por el seguimiento escrupuloso del estilo de vida que dicen que conduce al éxito, hasta el punto que se olvidan del éxito (que nunca parece llegar) en favor de ese estilo de vida. Como vimos en el capítulo anterior, algo semejante puede ocurrir en las organizaciones formales: obsesionados los burócratas por cumplir ciegamente las reglas de la organización, pueden dejar de pensar si y cuánto esas reglas siguen siendo útiles para que la organización cumpla sus objetivos.
Una tercera opción es el retraimiento: el rechazo tanto de los objetivos culturales como de los medios para conseguirlos. Este es el caso de los alcohólicos, de los toxicómanos o de esas personas sin hogar que encontramos en las calles de las grandes ciudades (los «sin techo», se les suele llamar). Al contrario que los ritualistas, los que siguen (o se ven empujados) a esta opción llevan un estilo de vida marginal. Pero lo que resulta quizá más sorprendente es que muchos de ellos terminan aceptando o conformándose con su situación. Pero queda una última opción, que es la rebelión. Al igual que los anteriores, los rebeldes rechazan tanto las definiciones culturales de éxito como los mecanismos para obtenerlo. Pero dan un paso más: defienden alternativas al orden y las normas sociales existentes. Los rebeldes no son conformistas. Al contrario, defienden la transformación política (o incluso religiosa) de la sociedad. Estos son los que nutren los movimientos contraculturales.
De central importancia en este tipo de explicación es la idea de que la sociedad forma un conjunto, y las debilidades y tensiones dentro del sistema generan puntos débiles. La teoría de Merton ha sido muy influyente en el desarrollo de las teorías de las pandillas de delincuentes, como veremos a continuación.
Las subculturas juveniles de la desviación
Albert Cohen (1971; orig. 1955) fue el pionero de la idea de que los jóvenes se convierten en delincuentes debido a lo que llamaba frustración de estatus, el proceso mediante el cual las personas se sienten frustradas en su intento de alcanzar cierto estatus social.
En su estudio clásico sobre la delincuencia juvenil, Cohen observó que los niños que venían de ámbitos desfavorecidos se encontraban frustrados y enajenados en el ámbito escolar. Al principio querían tener éxito en los estudios, pero pronto descubrirían que no habían desarrollado las herramientas necesarias para ello en sus familias y comunidades. Por ejemplo, leer libros era un pasatiempo extraño, y hablar correctamente y tener buenos modales les resultaba difícil. Sus diferencias culturales no les permitían desenvolverse bien en el colegio. Según Cohen, al darse cuenta de esto, invertían los valores del colegio (éxito, trabajo duro y expectativas de futuro) para desarrollar una contracultura, donde los valores del fracaso, gamberrismo y no pensar en el futuro se convertían, deliberadamente, en sus metas principales. Cohen afirma que la incidencia de conductas delictivas es mayor entre los jóvenes de las clases más desfavorecidas porque son ellos los que tienen menos oportunidades de alcanzar el éxito a través de mecanismos convencionales. A veces, aquellos de los que la sociedad reniega, buscan la autoestima a través de una subcultura de la desviación, que «define como meritorias las características que ellos poseen y el tipo de comportamientos a los que están acostumbrados» (1971: 66). El poseer una buena reputación callejera puede que no gane la estima del conjunto de la sociedad, pero puede satisfacer la aspiración de un joven a «ser alguien».
Walter Miller (1970) también piensa que las culturas de la desviación tienen más probabilidades de desarrollarse entre los jóvenes de clase baja, que son quienes tienen menos oportunidades de satisfacer sus aspiraciones por medios legítimos. Según Miller, en las culturas de la desviación se presentan los siguientes rasgos: (1) la rutina del conflicto, que es fundamentalmente un conflicto con los profesores y la policía; (2) la dureza, que es el gran valor que se da a la fuerza física, particularmente entre los chicos; (3) la sagacidad o la capacidad de adelantarse a los demás, tomarles el pelo, y a la vez evitar ser objeto de burla; (4) la emoción, que consiste en el afán de experiencias emocionales fuertes, arriesgadas y peligrosas, tratando de escapar de una rutina diaria que es predecible e insatisfactoria; (5) una preocupación por el destino, que manifiesta la falta de control que estos jóvenes sienten por su futuro; y por último (6) la autonomía, un deseo de libertad que a menudo se manifiesta en un resentimiento hacia los símbolos de autoridad.
Richard Cloward y Lloyd Ohlin (1966) ampliaron la teoría de Merton en su investigación sobre la delincuencia juvenil. Según estos dos autores, la conducta delictiva no depende solo de la escasez de oportunidades lícitas o legítimas, sino también de la oferta de oportunidades ilegítimas. En otras palabras, la conformidad o la desviación dependen de la estructura relativa de oportunidades, que es en definitiva lo que condiciona la vida de los jóvenes.
Consideremos de nuevo el caso de Al Capone: un individuo ambicioso que no tiene acceso a una serie de oportunidades lícitas y que termina creando un imperio del crimen aprovechando la oportunidad que le brinda la demanda de alcohol durante los años de la ley seca (1920-1933). Como demuestra la vida de Al Capone, las oportunidades ilegales fomentan la aparición de subculturas de delincuentes, en las que, además de obtener la aceptación de un grupo de iguales, uno puede aprender los conocimientos del oficio, necesarios para obtener éxito por mecanismos no convencionales. De hecho, las bandas de delincuentes se especializan de acuerdo con las oportunidades y los recursos existentes (Sheley et al., 1995).
Hay ocasiones, sin embargo, en que no solo no hay oportunidades lícitas, sino que también escasean las ilícitas (el caso de barriadas muy marginales o de experiencias personales extremas). En estos casos la delincuencia se manifiesta en la forma de subculturas del conflicto donde la frustración desemboca en episodios de violencia. Alternativamente, pueden aparecer también subculturas del retraimiento, abandonándose los individuos al consumo del alcohol o de otras drogas.
Evaluación crítica
Basada en la teoría de Durkheim, la teoría de Merton también ha sido criticada porque si bien puede explicar unas determinadas formas de desviación, (como el robo, por ejemplo), no puede explicar otras (el crimen pasional, o los delitos que cometen los que sí cuentan con oportunidades lícitas para satisfacer sus aspiraciones). Además, no todo el mundo evalúa el éxito personal en los términos convencionales descritos por Merton; esto es, en la adquisición de riqueza. Como vimos en el Capítulo 5, los tipos de motivación que guían el comportamiento humano son muy diferentes y responden a esquemas de valores que pueden ser muy distintos entre sí.
El argumento central de Cloward y Ohlin, y de Cohen y Miller, en el sentido de que la incidencia de la desviación refleja la estructura de oportunidades de la sociedad, se ha ratificado en investigaciones posteriores (Allan y Steffensmeier, 1989). Sin embargo, estas teorías también parten de la asunción de que todo el mundo comparte los mismos valores culturales a la hora de juzgar lo que está bien y lo que está mal, lo que es lícito y lo que no lo es.
Además, no debemos olvidar que la conducta delictiva no es monopolio de las clases más desfavorecidas. No son miembros de estas clases los que ocultan sus ingresos a Hacienda, los que trafican con información privilegiada en la bolsa o los que utilizan sus cargos públicos para obtener beneficios privados, por poner algunos ejemplos.
Por último, desde la teorías funcionalistas se mantiene que uno es un transgresor o un delincuente por lo que hace (esto es, por violar o transgredir las norma culturales convencionales). Como vamos a ver a continuación, esto es mucho más complejo de lo que parece.
5. Teorías de aprendizaje
La teoría de la asociación diferencial de Sutherland
El aprendizaje de toda pauta de conducta (tanto de la conducta desviada como de la más convencional) es un proceso que tiene lugar en el seno de grupos sociales. Según la teoría de la asociación diferencial de Edwin Sutherland (1940), la tendencia de un individuo hacia la conformidad o hacia la desviación depende de la frecuencia con la que ese individuo entra en contacto con grupos de personas que fomentan un tipo de comportamiento u otro.
6. La teoría del etiquetaje
Una de las contribuciones más interesantes del enfoque del interaccionismo simbólico a la sociología de la desviación es la teoría de la etiquetaje. Según esta teoría, la desviación y la conformidad se definen no tanto por las acciones de las personas como por la respuesta del entorno social a esas acciones.
Imagine las siguientes situaciones: una estudiante utiliza una prenda de vestir de su compañera de piso, un hombre casado que está de viaje de negocios tiene relaciones con una prostituta, el presidente de un país tiene cierto tipo de relaciones sexuales con una becaria. En todos estos casos lo que «es» esa conducta depende de cómo la valoran los demás (si llegan a tener noticia de ella). En el primer ejemplo ¿se trata de un préstamo o de un robo? Lo que hizo aquel presidente con aquella becaria era delito en unas partes del país pero no en otras, y las reacciones que todo aquel asuntó originó fueron de lo más diversas. En fin, la conducta desviada no es algo que «es», sino algo que cada sociedad va haciendo al definirla como tal colectivamente.
En su interpretación más estricta, la teoría del etiquetaje contempla lo que le pasa a un delincuente después de haber sido etiquetado, y sugiere que la conducta delictiva puede intensificarse a raíz de las sanciones que recibe el trangresor. Siguiendo esta lógica, mandar a la cárcel a un delincuente en realidad aumenta la probabilidad de que cometa actos delictivos, y estigmatizar delitos menores a una edad temprana puede conducir al joven delincuente a una carrera criminal. En su interpretación más amplia, la teoría sugiere que la criminología ha prestado demasiada atención a la clasificación de los delincuentes, y no ha prestado la debida atención a la gran variedad de respuestas de control social que ayudan a impulsar y definir la delincuencia, como por ejemplo, las leyes, la policía, los medios de comunicación y la opinión pública.
Aunque durante muchos años ha existido un entendimiento elemental del proceso por el cual el etiquetaje y otras respuestas sociales pueden impulsar la delincuencia (reflejado en refranes como «Dime con quién andas y te diré quién eres»), se considera que el origen moderno de esta teoría reside en el estudio clásico de Frank Tannenbaum (1938), Crime and the Community. En este estudio se argumentaba que: El proceso de la creación de un delincuente, por tanto, es el proceso de etiquetar, definir, identificar, segregar, describir, enfatizar y evocar precisamente aquellos rasgos que se consideran negativos... La persona se convierte en la cosa que dicen que es... La salida está en renunciar a dramatizar la maldad.
(Tannenbaum, 1938:19-20).
Esta teoría también está relacionada con las ideas sociológicas de Durkheim, G. H. Mead, la escuela de Chicago, el interaccionismo simbólico y la teoría del conflicto, y recoge el dicho de W. I. Thomas de que «cuando las personas definen a las situaciones como reales, estas tienen consecuencias reales» (W. I. Thomas y D. S. Thomas, 1978).
No fue hasta el periodo que comprende los comienzos de los años sesenta hasta finales de los años setenta cuando la teoría del etiquetaje se convirtió en una corriente dominante dentro de la teoría sociológica del delito, y comenzó a poner en entredicho la criminología positivista ortodoxa. Los teóricos más destacados del etiquetaje eran los norteamericanos Howard S. Becker y Edwin Lemert.
Becker, cuya investigación se centraba en el uso y control de la marihuana, esbozó la problemática central del etiquetaje cuando dijo: «Cuando construimos nuestras teorías y realizamos nuestras investigaciones, deberíamos centrarnos en contestar las siguientes preguntas: ¿Quién le puso la etiqueta de transgresor a quién? ¿Qué consecuencias tiene el ser etiquetado para la persona implicada? ¿Bajo qué circunstancias se puede etiquetar a una persona como transgresor con éxito? (Becker, 1963:3).
Según la afirmación canónica de la teoría del etiquetaje: «Los grupos sociales crean desviación cuando desarrollan reglas cuya infracción constituye una desviación, y cuando aplican estas reglas a personas específicas y las identifican como personas distintas… la desviación no es una cualidad del acto que la persona comete, sino una consecuencia de la aplicación por parte de otras personas de reglas y sanciones al transgresor. El individuo de conducta desviada es alguien a quien se le ha colgado la etiqueta de serlo con éxito: la conducta desviada es la que es catalogada o etiquetada así por los demás».
(Becker, 1963: 9).
La desviación primaria y secundaria
Según Edwin Lemert (1951, 1972), muchos episodios de transgresión (como, por ejemplo, el abuso del alcohol), apenas provocan reacción por parte de los demás y tampoco afectan negativamente en la concepción que de sí mismo tiene el que ha cometido esa transgresión. Lemert llama a estos episodios desviaciones primarias.
¿Pero qué ocurre si otras personas toman nota de los actos del transgresor y empiezan a actuar en consecuencia? Si, por ejemplo, se empieza a calificar al que se ha sorprendido bebiendo como un «borracho», y se le excluye de sus círculos sociales habituales, puede ocurrir que esa persona, para evitar la censura de los demás, busque la compañía de otras personas que no sean tan severas con la costumbre de beber. De este modo, la respuesta inicial del individuo que ha cometido una transgresión puede dar lugar a una desviación secundaria; esto es, buscando la compañía de los que no censuran sus actos e insistiendo en esas pautas de conducta, uno puede terminar adquiriendo la identidad social que en un principio se le dio (en nuestro ejemplo, uno puede terminar siendo un marginal, pues no hace falta más que ver con qué gente se junta).
Los términos desviación primaria y desviación secundaria captan la distinción entre las causas originales y efectivas de la desviación: la desviación primaria surge de muchas fuentes, pero solo tiene implicaciones marginales para el estatus y la estructura psíquica de la persona implicada, mientras que la desviación secundaria se refiere a los mecanismos por los cuales el estigma y el castigo pueden hacer que los delitos se conviertan en los hechos principales de la existencia para aquellos que lo realizan, alterando su estructura psíquica, produciendo una organización especializada de roles sociales, y alterando la idea que tiene esa persona de sí misma (Lemert, 1972:40-41). Esa idea, además, puede convertirse en el estatus dominante de esa persona. Lemert argumentaba que en vez de pensar que el delito conduce al control, sería más provechoso pensar que son las agencias de control las que estructuran y hasta producen el delito.
El estigma
Para referirse a esta posibilidad, Erving Goffman (1963) acuñó la expresión «carrera delictiva» (deviant career). Una vez que una persona ya tiene adjudicado un estigma (esto es, una marca social que tiene connotaciones negativas y de la que el resto de la sociedad se sirve para definir a esa persona), es difícil desembarazarse de él y adquirir una identidad distinta de la que se le ha impuesto. Si a una personas se la define como vago, ladrón o prostituta, y se la margina en su trato con los demás, esa persona puede terminar incurriendo en ese tipo de conductas si es la única estrategia de vida que le queda, iniciando así lo que Goffman llama una nueva carrera delictiva.
Como ya vimos en el Capítulo 7, el estigma adjudicado a una persona puede convertirse en su estatus dominante: cualquier cosa que haga esa persona se explica porque es un vago, un ladrón o una prostituta. En algunas ocasiones, la sociedad estigmatiza formal y públicamente a un individuo. Esto ocurre en lo que Harold Garfinkel (1956) llamaba las ceremonias de degradación. Un juicio es un ejemplo de este tipo de ceremonias. Se sienta al acusado en el banquillo reservado para él (el «banquillo de los acusados»), desde donde debe escuchar paciente y calladamente los relatos de sus fechorías que dan otras personas.
El etiquetaje retrospectivo
Una de las razones que explican por qué es tan difícil desembarazarse del estigma que se le ha adjudicado a uno está en lo que se llama el etiquetaje retrospectivo, que no es más que una interpretación del pasado de una persona a la luz de la etiqueta o del estigma que tiene en el presente. Por ejemplo, un cura es detenido por haber abusado sexualmente de un niño.
Invariablemente, las respuestas suelen ser del tipo: «No, si ya lo decía yo», «Esto lo veíamos venir», «La verdad es que era muy extraño, siempre quiso estar cerca de los niños». Aquí empieza el etiquetaje retrospectivo, que sirve para distorsionar la biografía de una persona de forma selectiva y prejuiciosa a partir del estigma que se le ha adjudicado. Este proceso a menudo intensifica la identidad delictiva del delincuente.
El etiquetaje y la salud mental
Una mujer que cree que Jesús la acompaña en el autobús todos los días cuando va al trabajo ¿está mentalmente enferma o está simplemente expresando su fe religiosa de una forma particularmente gráfica? Si un hombre, para consternación de su familia, decide no ducharse nunca, ¿está loco o solo se comporta de forma poco convencional? Un vagabundo que no permite a la policía que le lleven a una residencia pública en una noche de invierno, ¿es un enfermo mental o está simplemente tratando de proteger su independencia? El psiquiatra Thomas Szasz cree que en la vida cotidiana empleamos el término «locura» para describir lo que no es nada más que una conducta diferente. Por tanto, según este psiquiatra, deberíamos abandonar el concepto de «enfermedad mental» (1961, 1970, 1994, 1995).
La enfermedad, de acuerdo con Szasz, es siempre física, y afecta solo al cuerpo. La enfermedad mental es solo un mito. El mundo está lleno de personas «diferentes» que, ciertamente, nos pueden irritar, pero esto no es razón suficiente para catalogarlas como enfermas mentales. El que así lo hace, dice Szasz, no hace más que aplicar unos criterios de clasificación que, al fin y al cabo, son los criterios que los sectores dominantes de la sociedad consiguen imponer a los demás. Por decirlo de otra forma, loco es todo aquel que pone en cuestión las costumbres o valores de una sociedad, de lo que depende el bienestar de los privilegiados.
Por supuesto, las ideas de Szasz son demasiado radicales para la mayoría de los psiquiatras, que piensan que al igual que hay enfermedades somáticas hay también enfermedades mentales. Aún así, muchos psiquiatras piensan que, efectivamente, es necesario precisar dónde está la diferencia entre la enfermedad mental y lo que no es más que una conducta diferente, a fin de evitar que la psiquiatría (como ya hizo en el pasado) se ponga al servicio de los sectores dominantes de la sociedad, que pretenden promover la conformidad. Después de todo, muchos de nosotros hemos pasado por periodos de ansiedad, estrés, irritabilidad o inestabilidad mental en algún momento de nuestras vidas. La mayoría de estos episodios suelen ser pasajeros, pero si los demás (o nosotros mismos con relación a terceros) empiezan a adjetivarnos y clasificarnos, podemos empezar a bajar por la pendiente de la estigmatización, de la que no es nada fácil salir (Scheff, 1994).
La medicalización de la desviación
La teoría del etiquetaje, y en particular las ideas de Szasz y Goffman, contribuyen a explicar los cambios que han tenido lugar en el modo de entender la desviación. En los últimos cincuenta años, y debido a la influencia cada vez mayor que está cobrando la medicina y la psiquiatría, está teniendo lugar lo que se llama la medicalización de la desviación, que consiste en la interpretación de cuestiones ajenas a la medicina (como la moral o las leyes) en clave médica o psiquiátrica.
En esencia, la medicalización consiste en la sustitución de un conjunto de etiquetas por otro. En términos morales, evaluamos a las personas o su comportamiento como «bueno» o «malo». Sin embargo, usando la pretendida objetividad científica de la medicina moderna hemos sustituido estas etiquetas por los diagnósticos clínicos de «sano» o «enfermo».
Por ejemplo, hasta la mitad del siglo XX se juzgaba a los alcohólicos como personas débiles y moralmente deficientes, fácilmente tentados por el placer de beber. Lentamente, sin embargo, los especialistas han redefinido el alcoholismo, hasta tal punto que en nuestros días la mayor parte de la gente lo considera una enfermedad. De modo similar, otros comportamientos que solían verse en términos estrictamente morales, como la obesidad, la adicción al juego, o la promiscuidad, tienden a definirse en la actualidad como enfermedades, de modo que, quizá, aquellos que exhiben estas conductas pueden protegerse mejor contra el rechazo social y obtener ayuda especializada.
La importancia de las etiquetas
Definir una conducta desviada en término morales o en términos científicos o médicos tiene consecuencias importantes. En primer lugar, dependiendo de cómo se defina la transgresión, son unas u otras personas las que van a reaccionar frente al transgresor. Si una trangresión se define en términos morales, es la gente de la calle o la policía los que van a intervenir, pero si esa misma transgresión recibe un término médico, el transgresor queda en manos de médicos, psiquiatras, terapeutas o psicólogos.
En segundo lugar, está la cuestión de cómo se responde a la desviación. Si se entiende la transgresión en términos morales, el transgresor se convierte automáticamente en un «infractor» o un «delincuente»; en cualquier caso, alguien que merece un castigo. Pero si se define en términos médicos, el transgresor se convierte en un «enfermo»; esto es, alguien que, antes que un castigo, necesita un tratamiento (por su propio bien, por supuesto). Y mientras que el castigo suele reclamarse en función del delito cometido, el tratamiento médico debe ajustarse a las características del paciente y según la terapia que parezca más apropiada para evitar la reincidencia (von Hirsh, 1986).
La tercera y quizás más importante consecuencia se refiere a la imputación de responsabilidad personal del transgresor. Si se define la transgresión en términos morales, el transgresor debe cargar con el peso de la culpa. Pero si se entiende la transgresión en términos clínicos, por el contrario, se exime al individuo de toda (o parte) de la culpa, presentándosele como alguien que no es capaz de controlar (o siquiera entender) sus acciones.
Convertido en un caso clínico, el transgresor debe someterse, casi siempre de forma involuntaria, a un tratamiento que se escapa a su control. Aunque solo sea por esta última razón, debemos ser muy cautelosos a la hora de medicalizar las conductas.
Evaluación crítica
En todas las teorías que acabamos de ver (influidas por la corriente del interaccionismo simbólico), se entiende la desviación como un proceso. Desde la teoría del etiquetaje se estudia la conducta desviada no tanto en términos de una acción, como en términos de la reacción que esa conducta provoca en los demás. Así, se señala, se puede terminar calificando como desviado el comportamiento de tal grupo, mientras que tal otro grupo de personas que presentan las mismas o semejantes pautas de comportamiento puede ahorrase tal calificación (el adulterio, por ejemplo es cosa muy distinta si lo comete un hombre o una mujer). Los conceptos de «estigma», «desviación secundaria», y «carrera delictiva» ayudan a comprender cómo algunos individuos pueden terminar haciendo suyas las etiquetas que otros les han puesto.
La perspectiva del etiquetaje incorporó un análisis político en el estudio de la desviación. Reconoció que el etiquetaje era un acto político y que se deberían de entender como cuestiones políticas temas como la definición de las normas que hay que hacer respetar, qué tipo de conducta se considera desviada, y a qué personas se califica como transgresores (Becker, 1963:7). Esta escuela teórica produjo una serie de estudios empíricos sobre los orígenes de las definiciones de la desviación (en ámbitos como legislación sobre el consumo drogas, alcohol, homosexualidad, prostitución y pornografía), y sobre el sesgo político en el proceso de detención y etiquetaje de los delincuentes.
Los teóricos de la perspectiva del etiquetaje también entienden la conducta desviada como una forma de resistencia: las personas no simplemente aceptan la etiqueta de transgresor o delincuente que otros les han puesto. Al contrario, manifiestan una serie de conductas adaptativas secundarias (la rebelión, el retraimiento, el rechazo, o la racionalización). Estos estudios resaltan la importancia de la construcción activa de una identidad delictiva.
No obstante, esta familia de teorías tiene varias limitaciones. En primer lugar, al sugerir que la desviación es un proceso que resulta de la interacción social quizá se está relativizando en exceso el concepto de desviación, pues hay comportamientos delictivos o desviados que parecen universales (el asesinato o el incesto, por ejemplo). Quizá por esta razón, este tipo de enfoques teóricos es más apropiado o más útil para estudiar cómo se generan (construyen o alimentan), los estigmas, pero no para estudiar la incidencia de la conducta delictiva, por ejemplo (pues, no lo olvidemos, la sangre que derrama un asesino es real y no una construcción social).
En segundo lugar, estas teorías no han dejado claro cuáles son las consecuencias de la imputación de las etiquetas o de los estigmas sobre las personas. En concreto no sabemos en qué casos la imputación de una etiqueta o de un estigma produce la reincidencia en el comportamiento que originó esa imputación y en qué otros casos esa misma imputación inhibe la reincidencia (Sherman y Smith, 1992). La teoría de disuasión, por ejemplo, entiende que las sanciones inhiben la delincuencia en vez de impulsarla.
En tercer lugar se entiende que la teoría tiene implicaciones políticas. Aquellos con una postura política de derechas critican la teoría porque argumentan que se compadece demasiado del delincuente y que adopta una postura laissez-faire de «vive y deja vivir». Aquellos con tendencias políticas de izquierda, a pesar de reconocer que la teoría del etiquetaje incorpora el concepto del poder en su análisis, afirman que no examina con suficiente atención los mecanismos de conflicto en el conjunto de la sociedad. Nos toca, entonces, examinar las teorías del conflicto.
7. La criminología desde la teoría del conflicto
La teoría del conflicto trata de demostrar que la desviación refleja desigualdades sociales y de poder. Desde esta teoría se sostiene que la causa principal del delito son las desigualdades (de clase, raciales, étnicas o de género), y que lo que calificamos (o, de nuevo, adjetivamos) como conducta desviada depende de cómo esté distribuido el poder en la sociedad.
Según la teoría del conflicto, poder y desviación no son instancias aisladas o independientes. En primer lugar, las normas (y en especial las leyes) de cualquier sociedad no son neutrales, sino que favorecen a las clases sociales privilegiadas. A los que amenazan a los ricos, o bien porque se apoderan de su propiedad, o porque defienden una sociedad más igualitaria son «vulgares ladrones» o «radicales». Como ya vimos en el Capítulo 4, Karl Marx pensaba que la ley (así como el resto de las instituciones del estado) sirve para proteger los intereses de las clases dominantes. Quinney ha formulado esta idea de forma muy expresiva: «La justicia capitalista está hecha por la clase capitalista, para la clase capitalista, y en contra de la clase trabajadora» (1977: 3).
En segundo lugar, si un miembro de la clase privilegiada se ve en un aprieto, cuenta con más recursos para evitar su condena (simbólica, por medio de etiquetas, o la condena real antes los tribunales). Por ejemplo, el dueño de una empresa que ordena el deshecho de unos residuos peligrosos difícilmente va a terminar cargando con la responsabilidad individual de sus actos. Como se demostró en el caso de O. J. Simpson en Estados Unidos (un caso complicado, sin embargo, en cuanto que hubo acusaciones cruzadas de racismo de uno y otro lado), muestra que los que no andan escasos de recursos tienen más probabilidad de defenderse que los que sí van escasos.
En tercer lugar, existe una creencia muy extendida de que las leyes son buenas y naturales por definición, lo que contribuye a maquillar su carácter político (y mudable).
Por esto, y como mucho, se critica la aplicación desigual de la ley, pero pocos se llegan a cuestionar si las leyes mismas son justas (Quinney 1977).
La nueva criminología
Aunque existe una larga tradición de teorías de conflicto aplicadas al estudio de la delincuencia (de Marx en adelante), existe un renovado interés en este campo desde los años setenta. Una obra clave en este sentido fue The New Criminology de Taylor, Walton y Young (1973), de orientación marxista. En líneas generales sus autores argumentaban que las teorías existentes sobre la delincuencia no habían prestado atención a factores macro o estructurales (como la distribución desigual de poder y la riqueza, por ejemplo), que, en su opinión, podían explicar algunas cuestiones que en los enfoques anteriores (más orientados a lo micro), habían quedado desatendidas.
Siguiendo esta tradición marxista, Spitzer (1980) señaló que los calificativos o etiquetas que se refieren a la conducta desviada se suelen aplicar a las personas que obstaculizan el desenvolvimiento del capitalismo. En primer lugar, como el capitalismo se basa en la propiedad privada, aquellos que amenazan la propiedad privada son los primeros en recibir etiquetas o calificativos de este tipo. Por el contrario, el tipo de acciones que emprenden las clases privilegiadas en contra de los intereses de las clases subordinadas no suelen recibir calificativos peyorativos. El dueño de la casa que sube exageradamente el alquiler a sus inquilinos, o que les echa cuando no pueden pagar el alquiler, está «defendiendo sus intereses», como se suele decir.
En segundo lugar, como el capitalismo depende de la explotación del trabajo productivo, aquellos que no pueden o no quieren trabajar también se exponen a ser calificados como delincuentes (los «vagos y maleantes» en la tradición jurídica española, a los que habría que añadir a los «inútiles», hoy llamados minusválidos o discapacitados). El que no tiene trabajo, aunque no sea responsable de ello, tiene más probabilidad de recibir alguna de estas etiquetas.
En tercer lugar, el capitalismo depende del respeto a las figuras de autoridad, de modo que aquellos que no parecen tener el «debido respeto» son los que más probabilidad tienen de recibir alguno de estos calificativos.
Es el caso, por ejemplo de los niños «respondones», de los adultos que se niegan a cooperar con la policía o sus jefes inmediatos, o con cualquiera que se oponga al «sistema».
Por último, todo aquel que se atreva a poner en cuestión el statu quo tiene todas las cartas en su mano para recibir etiquetas o calificativos que aluden a su «desviación». Aquí están los pacifistas, los ecologistas o los sindicalistas, por ejemplo.
Por contrapartida, la sociedad otorga calificativos positivos a todos los que contribuyen al mejor funcionamiento del capitalismo. Los deportistas, por ejemplo, son ensalzados porque refuerzan valores como el individualismo y la competitividad, tan necesarios para el funcionamiento correcto del capitalismo.
Por añadidura, de acuerdo con Spitzer, se condena el consumo de las drogas de evasión (como la marihuana, la heroína, o las drogas sintéticas) pero no el de las drogas aceptadas por el statu quo (como el alcohol o la cafeína).
Tampoco es lo mismo jugar en el casino que jugar en las máquinas tragaperras. El sistema capitalista se esfuerza por controlar las categorías de personas que amenazan su supervivencia.
Aquellos grupos de personas que representan «una carga relativamente onerosa para la sociedad, pero que son inofensivos», como los alcohólicos, los toxicómanos (esto es, los que siguen la opción del retraimiento, en los términos de Merton), los ancianos sin recursos o los minusválidos físicos o psíquicos, quedan bajo el control de las instituciones del estado de bienestar. Aquellos que desafían los fundamentos mismos del sistema capitalista, como las clases marginales que se hacinan en la periferia de las grandes ciudades o los grupos revolucionarios, quedan bajo el control, más contundente, de la policía y de los tribunales (o del ejército, en último término).
Observe que tanto el estado de bienestar como el sistema de justicia penal imputan etiquetas que culpan al individuo y no a la sociedad. A los beneficiarios del estado de bienestar se les acusa de ser unos «buenos para nada» que sacan provecho del sistema; a los manifestantes pobres que reclaman más justicia social se les llaman alborotadores; a cualquier persona que critica activamente al gobierno se le denomina radical o comunista; y a aquellos que intentan conseguir por medios ilegítimos lo que no pueden conseguir legalmente se les llama ladrones.
Evaluación crítica
Este enfoque teórico, basado en la tradición de la sociología del conflicto, también ha recibido sus críticas. En primer lugar, desde este enfoque teórico se parte de la premisa de que las leyes y las normas culturales están hechas por y para los sectores privilegiados de la sociedad. Esto parece algo simplista (por decir poco). Además de las políticas y programas de bienestar, hay leyes que protegen a los trabajadores, a los consumidores o al medio ambiente, a veces en clara oposición a los intereses de los más privilegiados.
En segundo lugar, según este enfoque del conflicto, la delincuencia (o la transgresión) es siempre el resultado de la diferencia de oportunidades y recursos entre la población. Sin embargo, tal y como señaló Durkheim, todas las sociedades, independientemente de su sistema económico, generan pautas de desviación.
8. Aportaciones teóricas recientes
El surgimiento del realismo de izquierda
Dentro de la criminología británica, surgió a mediados de los años ochenta una nueva corriente introducida por un grupo de criminólogos de orientación marxista (Jock Young, Roger Matthews y John Lea, todos ellos de la Universidad de Middlesex), a la que se denominó «realismo de izquierda». Estos autores habían constatado que en los últimos años se había dado un aumento de la incidencia de actividades delictivas, en particular en las zonas urbanas, y trataron de conceptualizar el problema en lo que denominaron el «cuadrado» del delito, que tiene cuatro ángulos o dimensiones: el estado, los mecanismos de control informal, los delincuentes, y las víctimas (véase la Figura 17.5). Según los realistas de izquierda, para entender la conducta delictiva hay que tener en cuenta estas cuatro dimensiones. Los datos con los que trabajaron estos autores mostraron un hecho particularmente relevante: que la mayor parte de las víctimas pertenecen a la clase obrera, son pobres, o pertenecen a una minoría étnica. Más interesante quizá: la probabilidad de que un trabajador no cualificado sea víctima de un delito es el doble que en el caso del resto de los trabajadores. Así, si bien es cierto que son los sectores más desfavorecidos son los que más delitos comenten, ellos son también las principales víctimas. La delincuencia, según estos autores, es el resultado de profundas desigualdades estructurales (véase el Capítulo 10). Por decirlo en otras palabras: hay delincuencia cuando surge un sentimiento de privación relativa (esto es, cuando los que tienen pocos recursos comparan su situación con los que más recursos tienen), y cuando hay marginación. Si este es el diagnóstico, la solución es simple: una mayor justicia social, cambios fundamentales en el funcionamiento de la economía, una mejora de las políticas penitenciarias, mejores equipamientos en los barrios marginales, etc.
La delincuencia en contexto
Lo que pretenden los realistas de izquierda es evitar la simplificación analítica y prestar atención a los contextos específicos en los cuales se desarrolla la conducta delictiva. Las configuraciones específicas de la delincuencia, sus causas y los mecanismos sociales de control, varían entre países y sociedades a lo largo del tiempo. En todo el mundo surgen nuevas pautas delictivas. Ian Taylor, por ejemplo, argumenta que el giro hacia una sociedad de mercado impulsado por Thatcher y Reagan (véase el Capítulo 15) no solamente ha producido delitos más violentos, sino también castigos y respuestas sociales más brutales (Taylor, 1999). Taylor afirma que hay que tener en cuenta varias transiciones sociales para entender las nuevas pautas del delito, incluidos:
● La crisis de empleo. Nuevas pautas de trabajo, como las que describimos en el Capítulo 15, han producido más precariedad, menos empleo y bajos sueldos.
Esto genera un contexto en el cual a muchos jóvenes les sale más rentable la delincuencia que el empleo legal.
● La crisis de la pobreza y la desigualdad social. Como vimos en los Capítulos 9 y 10, mientras que la mayoría de los países en general están experimentando cierta prosperidad, la desigualdad está en aumento. La marginalización de colectivos de personas facilita la delincuencia.
● El miedo al delito y al «otro». Aparentemente el mundo es un lugar peligroso; existe mucho miedo de ser víctima de algún delito e impera una «mentalidad fortaleza». Esta sensación de inseguridad hace que las personas no respondan racionalmente ante el problema del delito.
● Otros factores que hay que tener en cuenta incluyen la crisis en la familia y en la cultura en general.
El surgimiento de una criminología feminista y de género
Resulta irónico que la sociología del conflicto (a pesar de centrarse en la desigualdad social), haya ignorado durante tanto tiempo la cuestión del género. Si, tal como sugiere la teoría del conflicto, la causa principal de la delincuencia es la desigualdad social ¿cómo es qué las mujeres cometen muchos menos delitos que los hombres? Hasta los años setenta, el campo de estudio sobre la delincuencia y la desviación era territorio masculino. Ciertamente, también la conducta delictiva es mayoritariamente masculina. Pero la obra pionera de Carol Smart, Women, Crime and Criminology, publicado en 1976, cambió para siempre el campo de la criminología. La tesis central del libro es que la mujer ha sido tradicionalmente ignorada en las investigaciones en este campo. Pero cuando no lo ha sido, y se ha hecho alguna referencia a la mujer, el autor, generalmente, no ha podido evitar hacerlo de forma sexista, cuando no abiertamente misógina. Por poner un ejemplo, Otto Pollak mantenía que, en realidad, las mujeres cometen más delitos que los hombres, pero como suelen ser más aviesas y taimadas, consiguen escaparse con más facilidad del brazo de la justicia (Pollock, 1950).
Podemos hacer una pequeña pausa y analizar algunas de las teorías que hemos visto un poco más arriba desde la perspectiva del género. Se puede argumentar, por ejemplo, que la teoría de Merton tiene un sesgo sexista pues, según Merton, el éxito económico es un objetivo cultural dominante. Puede que sea así (o lo fuera así en EE.UU. en los años en que Merton desarrolló su teoría) con respecto a la población masculina, pero no con respecto a la población femenina (y no ciertamente en los años en que Merton habló de estas cuestiones), pues los objetivos culturales con los que se medía el éxito o el fracaso de una mujer eran bien otros: el matrimonio y la maternidad (Leonard, 1982).
Tanto es así, que aún mucha gente (hombres y mujeres) sigue considerando que las mujeres que no se casan (las «solteronas» es la etiqueta más frecuente) o no tienen hijos, han fracasado (Hutter y Williams, 1981; Smart, 1984; Richardson, 1993).
Dentro del enfoque del interaccionismo simbólico, la teoría del etiquetaje deja quizá un margen mayor de juego para introducir la perspectiva del género. En la medida en que en nuestra sociedad se juzga la conducta de hombres y mujeres según estándares distintos, podemos estudiar en qué casos el mismo tipo de conducta recibe etiquetas o calificativos opuestos si quien la comete es un hombre o una mujer (el hombre que tiene muchas compañeras sexuales es un «ligón», pero si es una mujer la que tiene muchos compañeros sexuales los calificativos que suele recibir no son nada elogiosos). Además, dada la posición subordinada que ha tenido y sigue teniendo la mujer en nuestra sociedad, se puede investigar cómo se reproduce esta relación de subordinación en distintos contextos sociales, y qué tipo de conductas emplean los hombres para reafirmar su posición dominante. Pegar a la mujer o acosar sexualmente a la secretaria, por ejemplo, eran conductas que, hasta hace muy poco tiempo, no se consideraban ilícitas.
Pero las criminólogas feministas no solo se han limitado a revisar críticamente las teorías dominantes hasta entonces en este campo de investigación. Al introducir la perspectiva de género, han desarrollado toda una nueva agenda de investigación. Aparecen así nuevos temas de investigación, como el sentimiento de indefensión o el miedo a ser víctima de un delito que tienen algunas mujeres (véase el Capítulo 13); el aumento de la violencia doméstica (véase el Capítulo 18); o el papel que juega el género en los procesos de control social.
Por último, hay que examinar el trato diferente que reciben la mujeres por parte de las instituciones policiales o judiciales, pues (al menos así lo han señalado algunas autoras), si frente a la policía o los tribunales los hombres reciben un trato más profesional, las mujeres suelen recibir un trato más displicente o paternalista (cuando no burlón). Al fin y al cabo, en la cultura occidental (y en la tradición científica), si el hombre puede ser un criminal, la mujer tiene más probabilidad de ser una enajenada o sufrir un trastorno mental. Son cuestiones de este tipo, a las que apenas se había prestado atención, las que ha sacado a la luz la criminología feminista (Busfield, 1997).
Para terminar, otra contribución importante de la criminología feminista ha sido la de estimular la investigación acerca de la relación entre la violencia y la conducta delictiva o criminal. Si es cierto que los hombres cometen más delitos que las mujeres merece la pena investigar a fondo si existe alguna relación entre determinadas formas de masculinidad y determinadas formas de delincuencia.
La masculinidad y el delito
Pensándolo bien, el delito suele asociarse más a los hombres, parece ser territorio masculino. Ciertamente, también la conducta delictiva es mayoritariamente masculina.
Las estadísticas oficiales muestran una y otra vez que los hombres cometen más delitos que las mujeres. Como ha observado Richard Collier, «la mayoría de los delitos serían inconcebibles sin la presencia de los hombres» (Collier, 1998:2; véase también Jefferson, 1997). Si miramos las estadísticas judiciales o penitenciarias, la población masculina predomina sobre la femenina (véase la Figura 17.4). Hasta cierto punto, estos datos pueden justificar por qué los estudios e investigaciones sobre la delincuencia se han centrado en el comportamiento de la población masculina.
Ahora bien, esos mismos datos sugieren preguntas interesantes. Si es cierto que los hombres cometen más delitos que las mujeres ¿qué explicación tiene esto? ¿Qué tipo de relación hay entre género y delincuencia? (Para una discusión más amplia sobre el género, véase el Capítulo 12). Al menos debemos considerar la probabilidad de que exista una relación importante entre género y delincuencia. No estamos sugiriendo que todos los hombres son delincuentes y todas las mujeres no lo sean, pero sí estamos sugiriendo que existen ciertas manifestaciones de masculinidad que hacen más probable que un hombre cometa un delito.
Necesitamos encontrar una explicación para el fenómeno de la masculinidad de la delincuencia. Al plantear esta cuestión, surgen nuevos problemas y preguntas.
En todas las sociedades ha habido y sigue habiendo mecanismos de control social (formal e informal) sobre la conducta. Pero los mecanismos empleados para controlar la conducta de las mujeres han sido, generalmente, mucho más expeditivos. Para empezar, en muchas sociedades la mujer se ha tenido que desenvolver en la esfera del hogar, sometida a la tutela de un varón y al margen de la vida pública. Incluso en la Europa de nuestros días muchas mujeres tienen dificultades para incorporarse al mercado de trabajo, a la política, o a otras muchas actividades públicas que siguen estando dominadas por los hombres.
En muchos lugares de Europa, las mujeres no son bienvenidas en los bares: siguen siendo del dominio masculino.
Fuera de Europa las restricciones son aún mayores. En Arabia Saudí, por ejemplo, a las mujeres les está prohibido votar o incluso conducir un coche. En Irán, las mujeres que llevan el pelo suelto o que usan maquillaje pueden ser azotadas.
James Messerschmidt (1993) en Estados Unidos, Tony Jefferson (1993) en el Reino Unido, y otros han comenzado a investigar el papel que desempeña la masculinidad en la delincuencia.
La importancia de la raza y la etnia
La probabilidad de verse envuelto en un acto delictivo o de ser la víctima de un delito es más alta entre las minorías étnicas o raciales que entre el resto de la población.
En el Reino Unido, por ejemplo, se ha calculado que mientras que un veintiséis por ciento de las familias de raza negra tienen una probabilidad alta de ser víctimas de un allanamiento de morada, el porcentaje para el caso de las familias blancas es de un viente por ciento. Para las familias de origen hindú el porcentaje es mayor: el veintidós por ciento, y para las de origen paquistaní o bengalí de un veinticinco por ciento (Morgan y Newburn 1997: 27).
Si examinamos esta cuestión desde el otro punto de vista; esto es, de quiénes cometen los delitos, se observa la misma tendencia. En 1995, solo el 1,5 por ciento de los habitantes del Reino Unido era de origen afrocaribeño, pero este grupo de población representaba el once por ciento del total de la población reclusa masculina. Entre las mujeres las diferencias eran mayores, pues representan el veinte por ciento del total de la población reclusa femenina. En el caso de otras minorías étnicas no existen tantas diferencias, sin embargo. Los sudasiáticos representan un 2,7 por ciento del total de la población y un tres por ciento de la población reclusa.
Los datos de Estados Unidos son mucho más dramáticos. El 68 por ciento de los arrestos que se efectuaron en 1993 fueron sobre personas de raza blanca. Sin embargo, en relación a su peso en el total de la población, los afroamericanos sufrieron un mayor número de arrestos. En efecto, los afroamericanos representan el 12,5 por ciento del total de la población, pero sufrieron el 33,2 por ciento de los arrestos relacionados con delitos contra la propiedad y el 45,7 por ciento de los arrestos relacionados con crímenes violentos (US Federal Bureau of Investigation, 1994).
¿Cómo podemos explicar estos hechos? Podemos señalar varios factores. En primer lugar, los prejuicios raciales pueden hacer que la población (o la policía) esté más predispuesta a denunciar (o a arrestar) a estas personas antes que a las de raza blanca ante el mismo tipo de conductas (Liska y Tausig, 1979; Unnever, Frazier, y Henretta, 1980; Smith y Visher, 1981; Holmes et al., 1993). En el Reino Unido, en los años 1994-1995, el veintidós por ciento de la población perteneciente a minorías étnicas fue interpelada en la calle por la policía, frente al cinco por ciento del total de la población. Todo parece indicar que los «negros», por el mero hecho de serlo, resultan más sospechosos para la policía y la población en general (ISTD Fastsheet, 1997).
En segundo lugar, las minorías raciales suelen encontrarse entre los sectores más desfavorecidos de la población. Y como hemos visto antes, existe una relación directa entre pobreza y delincuencia. Aquellos que viven en la pobreza (o en la pobreza relativa en relación a los que no son pobres), tienen más incentivos para embarcarse en una carrera delictiva que aquellos otros que cuentan con más oportunidades para satisfacer sus aspiraciones por medio lícitos o convencionales. En Estados Unidos, la tasa de desempleo entre la población adulta afroamericana es el doble que entre la población blanca, dos tercios de los niños negros son hijos de madres solteras (cuando entre la población blanca solo uno de cada cinco niños es de madre soltera), y casi la mitad de los niños negros crecen en una situación de pobreza (frente a solo uno de cada seis niños blancos). Dadas estas diferencias de oportunidades y recursos, no es de extrañar que el índice de delincuencia sea más alto entre los afroamericanos que entre los blancos (Sampson, 1987). Esta pauta también se encuentra en el Reino Unido.
En tercer lugar, en Estados Unidos, las estadísticas oficiales de arrestos excluyen los arrestos efectuados por delitos como conducir bajos los efectos del alcohol y otros delitos de cuello blanco (como el fraude fiscal, el tráfico de información privilegiada en bolsa, la evasión de capitales, etcétera). Estas omisiones ayudan a fomentar en la población la falsa idea de que el típico delincuente es una persona de color. Si incluyéramos este otro tipo de delitos en las estadísticas oficiales tendríamos un paisaje muy distinto.
Por último, algunas categorías de población muestran índices sorprendentemente bajos de arrestos. En Estados Unidos, la población de origen asiático representa un tres por ciento de la población total, y solo un uno por ciento de los arrestos. Como vimos en el Capítulo 11, los norteamericanos de origen asiático tienen un nivel educativo y económico superior a la media de la población. Además, algunos de sus rasgos culturales, como la importancia que se da a los lazos familiares o a la disciplina, actúan como inhibidores de las conductas delictivas.
Control social y delincuencia en España
Como en cualquier país del mundo, en España, el fenómeno del control social, la delincuencia y la desviación reflejan su historia, geografía y desarrollo político. Estos factores inciden en las formas de delinquir y sus consecuencias, las maneras de entender la delincuencia y las respuestas que se puedan dar a ella. Incluso la literatura española sirve de punto de partida para entender la reacción al fenómeno delictivo en España. La novela picaresca, donde el protagonista es un marginado que sobrevive delinquiendo gracias a su ingenio, reflejaba una realidad que abundó en la España del siglo XVI y posteriores. Aún hoy quedan rasgos de simpatía, o incluso admiración al antihéroe en nuestro país. Cuando en 1989 «El Dioni» saltó a la fama después de saquear un furgón blindado con 320 millones de pesetas cuando trabajaba de vigilante de seguridad, muchos españoles justificaron si no aplaudieron este ejemplo moderno y extremo de picaresca.
La criminología empírica española (el conjunto de conocimientos que se basan en hechos reales) empieza a finales del siglo XIX como parte de una escuela positivista, con representantes como Pedro Dorado Montero, Rafael Salillas y Constancio Bernaldo de Quirós. En esa misma época se vivió la influencia de los correccionalistas como Concepción Arenal. Mientras que Concepción Arenal creía en la redención y corrección del delincuente, otro rasgo español procedente de nuestra tradición católica, otros positivistas no eran tan optimistas. Esta escuela positivista, sin embargo, se conoce por su interés en catalogar y diagnosticar. El delincuente, para estos científicos (y para muchos españoles) es una persona muy diferente del no delincuente. Puede ser identificado y tratado, y la labor del criminólogo consiste precisamente en esta tarea de descubrimiento e intervención. Los delincuentes poseen rasgos diferentes, o proceden de grupos o clases sociales diferentes a los «nuestros», o incluso nacen ya con predisposición delictiva. La escuela positivista española, como la francesa y la italiana de la misma época, ha dejado una huella importante en nuestra forma de entender la delincuencia. Seguimos pensando, por ejemplo, que el delincuente es una persona marginada, como los pobres, los gitanos y los inmigrantes. Solo recientemente entendemos que empresarios o políticos también pueden ser delincuentes, como pueden serlo jóvenes de clase media, o que una persona que delinque no es necesariamente un «delincuente».
La época de la dictadura en España (1939-1975) significó un freno en la investigación sobre la delincuencia. Durante el régimen franquista, los delincuentes encarcelados podrían clasificarse en comunes y políticos. Muchos delincuentes políticos convivieron con delincuentes comunes, y después de la caída del régimen, se adhirieron a los que rediseñarían la normativa penal penitenciaria acorde a principios más humanitarios y de protección del acusado y tratamiento digno del preso. La Ley Orgánica Penitenciaria, resultado de esta reflexión sobre los objetivos de la pena privativa de libertad, se considera una de las más progresistas de Europa.
Paralelamente, cuando España despertó de su aislamiento geopolítico e intelectual en 1975, la criminología fuera de nuestro entorno ya no era la criminología positivista. Al contrario, era una criminología crítica o radical, que buscaba las raíces de la delincuencia en los espacios de poder. Por consiguiente, la época de la transición a la democracia se nutría de ideas criminológicas basadas en el desengaño, el idealismo, la justicia real y la libertad, y la legislación correspondiente reflejaba estos nuevos valores jurídicos y sociales.
La delincuencia común, sin embargo, nunca ha sido un problema tan preocupante en España como otros problemas sociales como, por ejemplo, el paro y la vivienda. En la Tabla 17.4, vemos que la inseguridad ciudadana figura en sexto lugar como el principal problema que existe actualmente en España. Una lectura crítica de esta tabla, sin embargo, nos lleva a constatar que junto con «inseguridad ciudadana» aparecen otros problemas que se engloban dentro del problema delictivo. Estos términos, que aparecen en negrita, son el terrorismo (ETA e internacional), las drogas, la violencia contra la mujer y la corrupción y el fraude. En su conjunto, es posible que el fenómeno delictivo sea más preocupante socialmente de lo que aparece a primera vista.
Cierto es que en España, las tasas delictivas han sido relativamente bajas y constantes en comparación con otros países de nuestro entorno (ver Figura 17.6). El cuadro delictivo español es parecido al de otros países. Pese a los titulares de prensa, la mayoría de los delitos son contra el patrimonio, como pueden ser hurtos, robos y sustracción de vehículos (ver Tabla 17.5). El cambio más importante reflejado en la Tabla tiene que ver con la violencia de género (el incremento en los delitos relacionados con los malos tratos). Dicho incremento tiene que ver con una mayor sensibilización entre los españoles de la gravedad de esta conducta, gracias a un movimiento social que reivindica los derechos de las mujeres.
En años recientes, hemos visto el salto al escenario público de algunos problemas delictivos como el tráfico de mujeres para la explotación sexual y el blanqueo de capitales. Por otro lado, las olas de inmigración de África, Europa del Este y América Latina han fomentado un debate público sobre la relación entre la inmigración y la delincuencia, y la vulnerabilidad de las fronteras españolas a la introducción de drogas y otras sustancias, complicada por nuestra condición de península, nos ha convertido en un país de tránsito y destino de drogas ilícitas. Actualmente, los niveles más altos de consumo de cocaína entre los jóvenes adultos (de quince a treinta y cuatro años) los registran España y el Reino Unido, con porcentajes superiores al cuatro por ciento, y similares a los de EE.UU. España también figura entre los países europeos con índices más elevados de consumo reciente de éxtasis en adultos jóvenes. Como se señala en la parte inicial de este capítulo, la delincuencia es cada vez más un fenómeno transnacional. Ya no podemos limitarnos a estudiar la delincuencia sin tener en cuenta que sus causas y sus consecuencias frecuentemente traspasan fronteras. Para el estudioso de la criminología, estos delitos plantean múltiples retos en cuanto a cómo estudiarlos, prevenirlos o controlarlos.
En el apartado del capítulo sobre los cambios en el control social, se hizo hincapié en la expansión de la vigilancia y el uso de las prisiones para controlar la desviación y el delito. España no es ninguna excepción. Pese a las tasas constantes de criminalidad, las tasas de población penitenciaria se han incrementado notablemente desde 1985 (Figura 17.7). Muchos estudios criminológicos avalan la relación nula que existe entre la criminalidad y el uso de la prisión. Más bien, el uso de la prisión depende de muchos otros factores, incluyendo las condiciones socioeconómicas y las políticas criminales de determinación de la pena.
En años recientes, en España se han venido importando políticas punitivas de otros países, especialmente del Reino Unido y Estados Unidos. Dichas políticas se basan en el fomento del miedo al delito entre el electorado, y sirven para que un grupo político parezca más de «mano dura» que otro y así gane votos. Dichas políticas incrementan el número de personas en prisión porque plantean condenas más largas. Lamentablemente, en España no solo tenemos una tasa de población penitenciaria de las más altas de Europa (145 presos por 100.000 habitantes), sino que la proporción de población penitenciaria femenina es la segunda más alta de Europa (7,9 por ciento). La criminología aboga por otras formas de controlar la delincuencia que no sean las represivas, como por ejemplo, la prevención social y los programas de tratamiento.
En conclusión, podemos afirmar que España tiene muchos puntos en común con la criminología generada en otros países, pero otros distintos que emanan de su historia, costumbres, y situación geopolítica. Para el estudioso de la criminología, no hay respuestas fáciles. Como cualquier otro científico social, el objetivo del criminólogo es analizar y explicar la realidad social. Esperemos que la política criminal de España se base cada vez más en estudios y reflexiones científicas acerca de la delincuencia y su control en nuestro país.
Mirando hacia el futuro
El estudio de la criminología y la desviación es generalmente uno de los campos más populares para los estudiantes de sociología. En parte esto refleja el gran interés que suscita el delito en la sociedad en general (tan solo hay que ver la popularidad que tienen los programas de televisión relacionados con la delincuencia).
Pero muchos estudiantes se acercan a esta temática con una orientación muy alejada a la de la sociología. Quieren saber por qué la gente asesina, consume drogas o comete actos violentos. Los sociólogos, sin embargo, plantean cuestiones muy distintas. Según ellos, el delito y la desviación son normales y existen en todas las sociedades. Así, examinan las pautas de crecimiento de los sistemas de control, y cómo estos sistemas cambian y configuran el delito y la desviación; analizan el papel central que juegan las desigualdades en la producción de la delincuencia; se preocupan por mantener una visión analítica global; y prestan especial atención a la variación de pautas de delincuencia entre culturas, y a cómo la globalización extiende el crimen organizado a todas partes del mundo. En este capítulo hemos examinado algunas de estas cuestiones.
RESUMEN
1. La desviación abarca todos aquellos comportamientos o actitudes que representan una quiebra de las normas habituales o convencionales de una sociedad. Se considera desviación desde un inocente acto de grosería hasta un asesinato.
2. Las estadísticas oficiales no son fiables y reflejan diversos procesos sociales. Para estudiar la incidencia real de la delincuencia, además de los datos policiales, se deben emplear otro tipo de datos. Existen fuentes alternativas, como las encuestas a las víctimas que realiza la British Crime Survey.
3. En lo relativo al control social, los aspectos más destacables son los siguientes: la expansión del sistema tradicional, sobre el que se han añadido elementos nuevos; y el aumento de los mecanismos y técnicas de vigilancia. Las sociedades modernas son sociedades vigilantes. En todo el mundo ha habido un incremento notable de la población reclusa. Algunos países, además, han empezado a utilizar la iniciativa privada para resolver este problema, recluyendo a los internos en cárceles privadas.
4. Para explicar la conducta se han de tomar en cuenta variables sociológicas y no individuales porque (a) solo hay desviación en relación a unas normas sociales, (b) solo hay conducta desviada cuando se define como tal y (c) las desigualdades económicas y políticas que existen en una sociedad determinan quiénes tienen más probabilidad de presentar conductas desviadas. Durkheim pensaba que la reacción social a la desviación contribuye a afirmar los valores y las normas de la sociedad y a establecer con mayor nitidez dónde están los límites entre lo lícito y lo ilícito, que fomenta la unidad social y estimula al cambio social.
5. Las teorías positivistas se centran en descubrir las características y las causas de tipos criminales. En biología existe una vieja tradición de investigación dedicada al estudio de la conducta desviada, desde las investigaciones de Caesare Lombroso sobre reclusos en el siglo XIX hasta investigaciones recientes sobre genética. La biología, sin embargo, no ha sido capaz de dar una explicación satisfactoria de este fenómeno.
6. Según la teoría del etiquetaje, la desviación es lo que la gente define como tal cuando se enfrenta a determinados tipos de conductas o comportamientos que se salen de la norma o lo convencional. Imputar a un individuo una etiqueta o un estigma puede hacer que ese individuo se embarque en una carrera o andadura de desviación (o delictiva).
7. Las teorías del conflicto social sostienen que las leyes y las normas sociales reflejan los intereses de las clases privilegiadas de la sociedad. También han contribuido a que se estudie con más detenimiento lo que se llaman los delitos de «cuello blanco», delitos con grandes consecuencias para sus víctimas a pesar de que la sociedad no suele considerar a estos criminales como tal.
8. El cuadrado del delito sugiere que hay que tener en cuenta cuatro dimensiones: el estado, el control informal, el transgresor y la víctima.
9. La criminología feminista surgió como reacción a la ignorancia u olvido con el que la criminología tradicional había tratado la cuestión del género. Desde la criminología feminista se ha explorado con más detenimiento aspectos como la relación entre la conducta delictiva y la masculinidad, o las pautas de género insertas en los procesos de control social.
CUESTIONES DE PENSAMIENTO CRÍTICO
1. Reflexione sobre su vida y considere hasta qué punto forma parte de la sociedad de la vigilancia.
2. ¿Cómo se puede explicar que la delincuencia sea un fenómeno tan extendido en algunos países pero en otros no? Las observaciones de Manuel Castells y otros sobre el crimen y la globalización hacen que los problemas relacionados con el crimen en países como el Reino Unido parezcan relativamente sin importancia. ¿Cree que la globalización del crimen es un problema importante? ¿En qué sentido? Usando el caso de las drogas como ejemplo, considere lo que se podría hacer para mejorar la situación.
3. Repase las ideas de Michel Foucault sobre el delito y las cárceles. ¿Está de acuerdo con la idea de que el trato que se da a los internos en las cárceles modernas representa en realidad un refuerzo de los mecanismos de control social y que tiene un poder corrosivo?
4. Defina las etapas principales en el surgimiento del nuevo sistema de control. ¿Cree que es eficiente?
5. ¿Por qué cree usted que hay más delincuencia entre los hombres que entre las mujeres?
AVANZAR UN POCO MÁS
Lecturas introductorias
José Cid y Elena Larrauri. 2001. Teorías Criminológicas: Explicación y Prevención de la Delincuencia. Bosch. Barcelona. Este libro ofrece una buena revisión de las teorías criminológicas.
Rosemary Barberet y Jesús Barquín, eds. Justicia Penal Siglo XXI. Granada: Comares. Descarga gratuita en http://www.ojp.usdoj.gov/nij/pubs-sum/213798_ spanish.htm. Esta compilación de traducciones de Criminal Justice 2000, una publicación del National Institute of Justice (Instituto Nacional de Justicia) de los EE.UU. incluye apartados sobre los avances teóricos criminológicos, la problemática de la justicia juvenil, las medición por encuesta de la agresión sexual, el miedo al delito, la justicia alternativa, los programas de rehabilitación de delincuentes, la policía de proximidad, y la eficacia y eficiencia del aparato judicial.
Resulta interesante para conocer la trayectoria de investigación criminológica en determinadas materias en el mundo anglosajón.
José Sanmartín, coord. 2004. El laberinto de la violencia. Barcelona: Ariel. Ha sido coordinada por el Prof.
José Sanmartín, Director del Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia y en ella escriben veintiséis autores, españoles y extranjeros. Está concebida como un exhaustivo, aunque breve, manual sobre la violencia, que abarca los aspectos más relevantes y actuales del problema de la violencia criminal y delictiva. Incluye cinco partes, bajo las denominaciones de I. Conceptos y factores, II. Contextos, III.
Perfil de la víctima, IV. Perfil del agresor, y V. Tratamiento del comportamiento delictivo. Aborda aspectos novedosos tales como la violencia en el trabajo, en la política o en el deporte, o el perfil de los terroristas.
Garrido, V., Stangeland, P. y Redondo, S. (2001) Principios de Criminología. Valencia: Tirant lo blanch (segunda edición). Esta obra de 934 páginas es uno de los manuales recomendados en los programas actuales de las universidades españolas en materia de criminología. La obra contiene veintisiete capítulos organizados en las siguientes cuatro partes: I.
¿Qué es la criminología?; II. La explicación del delito; III. Delitos, delincuentes y víctimas, y IV. La reacción frente al delito. La obra ha estado a cargo de Per Stangeland (Sociólogo y profesor de criminología de la Universidad de Málaga), Vicente Garrido, profesor de psicología de la Universidad de Valencia, y Santiago Redondo, Investigador Ramón y Cajal de la Universidad de Barcelona. Está concebida en un estilo didáctico (con cuadros de terminología, esquemas, recuadros de resúmenes, principios científicos derivados de los diversos temas, preguntas para autoevaluación o para los docentes, etc.). La primera edición en España apareció en 1999. Además, en este momento se está realizando una edición en Méjico y está prevista su traducción al portugués y su edición en Brasil.
Eamonn Carrabine, Maggy Lee, Paullganski, Ken Plummer y Nigel South, Criminology: A Sociogical lntroduction (2004).
Mike Maguire et al. The Oxford Handbook of Criminology (3.a edición, 2003).
Elena Larrauri, La herencia de la criminología crítica (Madrid: Siglo XXI, 1991). Una revisión crítica, y desde una perspectiva marxista, a las principales teorías de la criminología.
Lecturas clásicas
Michel Foucault, Vigilar y Castigar: El nacimiento de la prisión (Madrid: Siglo XXI, 1978). Se analizan los cambios en el sistema punitivo, y de control y vigilancia, que han tenido lugar durante los últimos siglos en la sociedad occidental.
Edwin H. Sutherland, Ladrones profesionales (Madrid: La Piqueta, 1993) Un repaso a la sociología del delito contra la propiedad por parte del autor que identificó y acuñó el término «delitos de cuello blanco».
Thomas Szasz, La fabricación de la locura (Barcelona: Kairos, 1981) Un ensayo muy controvertido en el que se defiende que la enfermedad mental es un mito diseñado para imponer la conformidad a aquellos que son diferentes.
Lecturas más avanzadas
Henrique I. Thomé y Diego Torrente. 2003. Cultura de la seguridad ciudadana en España. Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas. Este informe sintetiza los resultados más recientes en cuanto a la opinión pública española acerca del fenómeno delictivo.
Inés Alberdi y Natalia Matas. 2002. Informe Sobre los Malos Tratos a Mujeres en España. Fundación La Caixa. http://www.es.lacaixa.comunicacions.com/es Este estudio tiene como objetivo destacar el problema de la violencia doméstica. Incluye capítulos sobre el concepto y características de la violencia contra las mujeres, los orígenes y la evolución del código patriarcal, las modalidades de la violencia contra las mujeres, la violencia doméstica en cifras, el tratamiento jurídico de la violencia doméstica, los programas e instituciones, la opinión pública y los medios de comunicación y los debates actuales y propuestas. Redactado de forma divulgativa, constituye una obra importante para entender la problemática actual de la violencia de género en España.
Carles Feixa. 2006. De jóvenes, bandas y tribus. Barcelona. Ariel. Carles Feixa es Profesor titular de Antropología Social de la Universitat de Lleida y su libro, ahora en tercera edición, es un clásico sobre las subculturas juveniles en España. Asimismo, se recomienda su libro coeditado con Carmen Costa y Joan Pallarés, Movimientos juveniles en la península ibérica: grafftis, grifotas, ocupas. (Ariel, 2002).
Stanley Cohen, Visiones de control social: delitos, castigos, y clasificaciones (Barcelona: PPU, 1988). Este trabajo describe los cambios en las pautas de control social que han tenido lugar a finales del siglo XX. Se ha quedado un poco desfasado, pero sigue siendo muy recomendable.
Carmen Ruizdíaz, Justicia y seguridad ciudadana (Madrid: Edersa, 1997). Un estudio que emplea datos de encuestas y grupos de discusión para analizar el problema de la inseguridad ciudadana en España. La autora se detiene también a examinar cómo los medios de comunicación contribuyen a construir algunos estereotipos en el ámbito del delito.
Juan José Toharia, Pleitos Tengas (Madrid: CIS/Siglo XXI, 1987) Un ensayo de sociología jurídica.
Ricard Martínez (1999) «Videovigilancia. Seguridad ciudadana y derechos humanos» en Claves de Razón Práctica, 89, pp. 40-47. El autor pondera las ventajas (en términos de seguridad ciudadana y, así, de libertad) y los inconvenientes (en cuanto a la merma de otros derechos, como la intimidad), de la instalación de cámaras de video en lugares públicos, una medida recientemente regulada en España.
Otras fuentes
● El Instituto Andaluz Interuniversitario de la Universidad de Málaga publica desde principios de los años 1990 el Boletín Criminológico de resúmenes de investigación en criminología. http://www.uma.es/estudios/ propias/criminologia
● El Comité de Investigación de Sociología Jurídica de la Asociación Internacional de Sociología y el Gobierno Vasco crearon en 1988 el Instituto Internacional de Sociología Jurídica (IISJ) en Oñati (Gipuzkoa, España). Ofrece instalaciones para la organización de seminarios, talleres, para profesores visitantes y proyectos de investigación en la biblioteca. El IISJ, y su excelente centro de documentación, se ha convertido en una base importante para la red mundial de estudiosos que trabajan en el ámbito de las ciencias jurídicas y sociales. http://www.iisj.es/
● El Instituto Vasco de Criminología en San Sebastián publica la revista Eguskilore desde octubre de 1976, pero es a partir de 1987 cuando reaparece con periodicidad anual. Esta revista de criminología y demás publicaciones del IVAC están disponibles en: http:// www.sc.ehu.es/scrwwwiv/ivac.html
● La Sociedad Española de Investigación Criminológica (SEIC) es la sociedad científica de criminología más importante en España, fundada en 2000. Publica un boletín de actualidad, Criminología Hoy, y la revista electrónica Revista Española de Investigación Criminológica: www.criminologia.net
● Criminet, web de Derecho Penal y Criminología, es mantenida por la Sección de Granada del Instituto Andaluz Interuniversitario de Criminología. Publica La Revista Electrónica de Ciencia Penal y Criminología con estudios y artículos científicos sobre materias penales y criminológicas, y El Criminalista Digital ofrece una selección comentada de los mejores recursos en Internet relacionados con el Derecho penal y la Criminología, así como una extensa colección de revistas en línea sobre materias jurídicas.: http://criminet.ugr.es/
● http://sun.soci.niu.edu/~critcrim/ Página de la sección crítica, (esto es, próxima a la sociología del conflicto), de la American Society of Criminology (cuya dirección es: http://www.asc41.com)
VÍNCULOS
● Relacione el delito con los debates sobre género presentados en el Capítulo 12.
● Relacione los problemas de medición del delito con la discusión sobre metodología en el Capítulo 3.
● Para saber más sobre el desarrollo de los Derechos Humanos y el crimen organizado, véase el Capítulo 16.
● Relacione la discusión sobre el delito con la discusión sobre grupos, organizaciones y socialización en los Capítulos 6 y 7.
ANEXOS
¿Está aumentando la delincuencia?
Durkheim afirmaba que la delincuencia siempre ha existido, y de hecho es difícil encontrar una sociedad donde no exista. Al mismo tiempo, las tasas de delincuencia, el miedo a la delincuencia, y la conciencia del problema de la delincuencia varían mucho según las sociedades y épocas históricas.
Aunque existen algunos datos que indican que la delincuencia va en aumento en la sociedad británica, si tomamos en serio las estadísticas recientes sobre delincuencia, podríamos afirmar que la delincuencia está descendiendo.
Sería interesante considerar algunos de los siguientes cambios sociales recientes para hacer un juicio sobre el modo que pueden afectar las tasas de delincuencia.
● A medida que las niñas disfrutan de los mismos derechos que los niños, puede que se vuelvan más agresivas y autoritarias.
● Con el crecimiento del consumismo viene el deseo de adquirir bienes. Puede haber un aumento en la utilización de tarjetas de crédito con un posible aumento de estafa.
● A la vez que los mercados laborales se vuelven más precarios, y más gente participa en la economía sumergida, algunas personas pueden buscar medios alternativos para sobrevivir. La delincuencia, sobre todo en el sector informal de la economía, puede ser uno de ellos.
● A medida que las familias pierdan su estructura tradicional, el control de padres sobre el comportamiento de sus hijos puede debilitarse (Morgan, 1978; Dennis y Erdos, 1993).
● Cambios en la vida urbana (el aumento del uso del coche particular, el desarrollo de los suburbios, la necesidad de viajar todos los días del domicilio al trabajo, etc.) pueden ocasionar el desarrollo de una economía nocturna y una serie de delitos relacionados y facilitados por la necesidad de viajar todos los días entre domicilio y trabajo.
● Con el crecimiento masivo de la tecnología de la información, encontramos nuevas pautas de delincuencia, desde ciberdelitos hasta el robo de teléfonos móviles.
● A medida que los jóvenes forman un grupo autónomo y sin supervisión, su actividad criminal y el abuso de drogas puede aumentar.
● A medida que la población envejece, puede haber un aumento en la delincuencia entre los ancianos, y también de estos como víctimas de crímenes (de momento ocupan puestos bajos en ambos índices) (Rothman et. al, 2000).
● Los cambios en la ecología social han provocado nuevos delitos relacionados con el medioambiente. Algunos escritores han acuñado el término delitos verdes para describir este tipo de delito (véase Capítulo 25).
● A medida que los medios de comunicación producen más y más imágenes de delincuencia y violencia, estos comportamientos encuentran mayor aceptación entre el público.
Preguntas para continuar el debate
1. ¿Qué pruebas tenemos para apoyar la tesis del aumento o del descenso de la delincuencia? ¿Es que algunos tipos de delitos están aumentando más que otros? ¿Qué tipo de pruebas necesitaría para apoyar su postura?
2. Reflexione y discuta sobre cada una de las hipótesis que relacionan el cambio social y la delincuencia.
Intente encontrar pruebas a favor y en contra.
El uso de las historias de vida en la criminología: la historia de Jack Roller
La recopilación de historias de vida ha sido muy popular entre los sociólogos que estudian la criminología. De los primeros trabajos destaca el de Henry Mayhew, quien estudiaba las vidas y trabajo de los pobres de Londres, y cuyos relatos ofrecen un retrato detallado de las vidas de los delincuentes de los bajos fondos Victorianos. Pero quizás los ejemplos más famosos vienen de la célebre escuela de Chicago, cuyos sociólogos recopilaron muchas historias de vida de delincuentes en los años 20 y 30 del siglo pasado. Estas historias suelen seguir unas pautas narrativas que destacan:
● La importancia de la infancia en las causas de la delincuencia
● Las etapas y secuencias clave en las carreras de los criminales
● Un punto de inflexión que provoca el inicio de una vida de delincuencia
● La integración de acontecimientos aislados en una historia de vida coherente En el extracto que ofrecemos a continuación, Stanley, el Jack Roller entrevistado por Clifford Shaw a principios de la década de los 30, cuenta su historia. En el libro narra su historia desde que tenía cuatro años, cuando por primera vez se mete en líos, hasta los dieciséis. Aquí capta algunas de las ideas de la teoría de etiquetaje que discutimos en este capítulo.
Inmiscuyéndose en la alta sociedad
«El guardia me llevó, junto con los otros reclusos, al departamento de ingresos, donde me quitaron mi ropa de civil y me ordenaron que me diera un baño. Más tarde me dieron mi uniforme de prisionero y me llevaron al cuarto Bertillón, donde me hicieron la foto y me tomaron las medidas, y tomaron constancia de todas mis señas de identificación. Después de que me afeitaran la cabeza, me asignaran un número y me dieran una cuchara grande para comer, me asignaron una celda.
La celda era dura, sin adornos, y apagada. Cuando me senté en mi litera, me conmovió una gran ola de sentimiento que siempre recordaré porque me causó una gran impresión. Ahí, por primera vez en mi vida, me di cuenta de que yo era un delincuente. Anteriormente, había sido un golfo, una rata de ciudad, un ladronzuelo, un pilluelo habitual; pero ahora, sentado en mi celda de hormigón y hierro, vestido con un uniforme gris, con mi cabeza rapada, con mi gorrito, igual que todos los criminales habituales que me rodeaban, una extraña sensación se apoderó de mí. Nunca antes me había dado cuenta de que era un criminal. Realmente me convertí en uno mientras me sentaba ahí y reflexionaba. Al principio casi me daba miedo a mí mismo, me sentía un extraño a mi propio ser. Me costó mucho imaginarme en mi nuevo entorno. Esa noche intenté dormir, pero solo logré dar vueltas en mi litera, perturbado por mi nueva vida. No logré dormir ni un minuto».
Esta breve narrativa es muy sugerente. ¿Qué reflexiones provoca y cómo se puede vincular a un análisis más amplio de la delincuencia? La historia de Stanley resulta especialmente interesante porque el criminológico Jon Snodgrass lo volvió a entrevistar cuando tenía unos 70 años.
Stanley se había ido de Chicago a Los Ángeles, se había casado y divorciado, y había vivido una vida de adulto sin meterse en líos. Sin embargo, había sido víctima de un atraco (véase Snodgrass, 1982; para más sobre historias de vida y delincuencia en general, véase Bennett, 1981, y Messerschmidt, 2000).
Fuente: The Jack Roller: A Delinquent Boy´s Own Story.
Foto de la cubierta Shaw, Clifford R. (1966; original 1930), con una introducción de Howard S. Becker; diseño de la cubierta por James Bradford Johnson (Universidad de Chicago).
Stanley Cohen: de los roqueros al genocidio
Stanley Cohen es un destacado sociólogo criminalista y de los derechos humanos. Nacido en Johannesburgo, ha vivido en Inglaterra y en Israel. El trabajo de Cohen ha mostrado una profunda preocupación por la opresión y el sufrimiento de los otros.
En Sudáfrica vivió en primera fila los horrores del apartheid. En Inglaterra y los Estados Unidos fue testigo de la falta de humanidad del supuestamente adelantado sistema jurídico.
En Israel llegó a detestar las atrocidades generadas por el conflicto entre israelíes y palestinos. El hilo de todo su trabajo es la preocupación apasionada por el sufrimiento, a menudo innecesario, de las personas que viven bajo sistemas de control social, desde las regulaciones más pequeñas de la vida cotidiana hasta el funcionamiento de los tribunales, las prisiones, los sistemas de tortura de masas y los genocidios. Inconformista intelectual, siempre ha sido radicalmente crítico con la criminología ortodoxa y, durante los últimos cuarenta años, ha estado permanentemente al frente de su reformulación.
Su primera investigación, Folk Devils and Moral Panics (1972) es un clásico de la sociología. En él estudió el gran fenómeno joven inglés de la década de 1960: el auge de los llamados mods y roqueros. Después de los teddy boys de la década de 1950, ellos fueron el primer gran fenómeno joven posterior a la Segunda Guerra Mundial, y generaron una enorme polémica. Con ellos, las playas locales de Clacton (cerca de Londres) parecieron convertirse en campos de batalla. En su obra, los mods y los roqueros tuvieron espacio, al menos en parte, por la desmedida respuesta de los medios de comunicación, la policía y los juzgados, que en nombre de la benevolencia ayudaron a definir y despertar el pánico moral.
Después de esto estudió explícitamente el control social. Investigó sobre la vida en prisión y se involucró en varios movimientos a favor de la reforma de las prisiones. También comenzó a trazar el mapa del cambio en los sistemas de control en el mundo (Cohen, 1985). Para él, el antiguo sistema penal de prisiones continúa creciendo, mientras que el nuevo (vigilancia, programas comunitarios, terapias y medicalización) se sitúa por encima de él. En todo esto podemos percibir una gran extensión de control social sobre nuestras vidas.
En la etapa más reciente de su trabajo, la investigación ha conducido a Cohen al campo de los derechos humanos, conforme recoge los modos en que el hombre se comporta con crueldad en todo el mundo.Ve un mundo lleno de sufrimiento: guerras, torturas, encarcelamientos injustos y terribles y genocidio. Si bien hay tanto víctimas como personas que victimizan ante todo ello, a él le interesa un tercer grupo: aquellos que cierran los ojos y se niegan a ver lo que ocurre. Pregunta por qué la gente no ve, fracasa al intentarlo o niega persistentemente los horrores que ocurren a su alrededor. ¿Por qué creen que no pueden hacer nada al respecto? En todo el mundo, millones de vidas son devastadas cada día, y la mayoría de las personas sencillamente prefieren no saberlo. Aquí llega a la paradoja: 30 años atrás comprobó cómo los mods y los roqueros acaparaban la atención de los medios; hoy su trabajo se centra en la tortura y el genocidio, a los que la prensa apenas presta atención.
Fuente: Cohen (1972; 1985).
¿Cuál es la meta del sistema penal?, ¿cómo manejar la delincuencia?
El sistema penal está compuesto por instituciones y agencias, por condiciones económicas, políticas, intelectuales y culturales. Es un concepto muy amplio, pero es necesario aclarar su objetivo. Podemos reflexionar en torno a muchos aspectos del funcionamiento del sistema penal, uno de ellos son sus diferentes metas. ¿Cuál es su cometido?, ¿qué cree estar haciendo y a quién? Probablemente no haya otro asunto que conduzca a conversaciones tan acaloradas como la delincuencia (así lo muestran, en efecto, las encuestas sociales). La conciencia y el miedo a la delincuencia están muy extendidos. Por ello, el tema se debate frecuentemente en los medios de comunicación, y es fácil encontrar portavoces públicos importantes que muestran su desacuerdo. Muy a menudo hablan desde diferentes puntos de vista, haciendo afirmaciones radicalmente distintas. Por supuesto, no son necesariamente compatibles.
Malcolm Davies ha resumido muy sucintamente las tensiones que pueden encontrarse en cualquier política penal. Puede: Denunciar las injusticias, disuadir, incapacitar al incorregible, rehabilitar al díscolo, recompensar a la víctima y castigar solo al culpable.
(Davies, 1989 6).
A veces estas funciones no son compatibles. Intente identificar cuáles de las siguientes posturas adoptan los expertos cuando oiga sus argumentos: Disuadir: pretende prevenir la delincuencia por medio de sanciones efectivas y eficientes. Pide que los castigos se apliquen con seguridad, claridad y rapidez, con severidad pero con justicia. Asume un modelo de comportamiento muy racional y una visión de la vida social humana sin complicaciones. Sin embargo, el mundo suele ser más complejo que todo esto.
Rehabilitar (y reformar): pretende cambiar las causas del delito —económicas, personales o sociales—. Se relaciona a menudo con los tratamientos y la acción comunitaria. Asume que los criminales tienen muy poco o ningún control o responsabilidad sobre sus delitos, y que estos cambios en las personas o en el entorno pueden diseñarse fácilmente.
En esta vertiente, la pregunta es cuáles son los tratamientos y respuestas específicas que funcionan. ¿Cuáles tendrán un mayor impacto y éxito? Con frecuencia, la conclusión es que tal vez no sean del todo eficaces.
Reparar: intenta que las cosas vuelvan a ser como eran. La meta de la justicia es reconciliar los conflictos, cerrar brechas en las comunidades y solucionar los problemas. Debe haber una respuesta moral a los delitos, pero no una que conduzca al rechazo hacia los delincuentes. De nuevo, se asume un modelo de comportamiento que es quizá demasiado racional. Las personas cooperarán y se comportarán correctamente si se les ofrecen las oportunidades sociales necesarias.
Retribuir: el delincuente merece ser castigado. Ojo por ojo, diente por diente (la histórica lex talionis). Las conductas del pasado son sometidas a examen, y la sociedad tiene el deber de castigar a los malhechores.
Esto puede deslizarse fácilmente hacia la venganza, que es para muchos una base moral inadecuada para la ley. Una versión conocida como «castigos merecidos» destaca la necesidad de justicia y de una escala determinada de castigos apropiados.
Incapacitar y proteger socialmente: la sociedad debe ser protegida, lo que se consigue excluyendo a los delincuentes —con la cárcel o con la pena capital—. Esta parece una respuesta muy popular entre el público en general, pero no lo es entre los criminólogos (excepto como parte de un sistema más amplio de metas múltiples que incorpore varias de las señaladas anteriormente).
Radical, no intervenir: intervención mínima. No es realmente una meta del sistema penal, ya que pretende eliminarlo. Esta postura defiende que el sistema penal en realidad no funciona y que incluso puede promover la delincuencia.Tal vez parezca razonable para delitos sin víctimas, pero para los delitos más graves no es algo que el público acepte. En algunas ocasiones se puede recurrir a ella para recortar la ley, reducir el número de profesionales que trabajan con delincuentes, cerrar instituciones donde los delincuentes son incapacitados o desviar a los criminales hacia otras políticas que tal vez sean más justas.
Véase: Davies, Croall y Tyrer (2005 Capítulo 1 y parte D).
Michel Foucault: Poder y vigilancia
El filósofo francés Michel Foucault (1926-1984) es uno de los pensadores más influyentes de finales del siglo XX. Durante muchos años se dedicó a estudiar una serie de grandes cambios sociales que han estado asociados a nuevas formas de entender «el mundo moderno», y ha desarrollado asimismo una importante teoría en la que se relacionan el poder, el conocimiento y el discurso.
Siempre radical y crítico, Foucault observó que la transición al mundo moderno supuso una ruptura dramática con el pasado y que, al contrario de lo que se suele mantener, los desarrollos que se han producido en los últimos tiempos no son signo de un progreso «ilustrado», sino la extensión de nuevas formas de poder y vigilancia. Para Foucault, el poder está en todas partes y se ejerce a través de discursos (ideologías y lenguajes respaldados a menudo por las instituciones). Así, por ejemplo, la criminología sería un discurso que inventa o produce sus propias ideas y su propia terminología, y que cuenta con el respaldo de instituciones como la cárcel y los tribunales. En este caso, el poder hace uso del discurso para determinar la visión que la sociedad tiene del delito, mientras que el «conocimiento» funciona como un mecanismo para mantener a las personas bajo control.
Dentro de esta perspectiva general, sus trabajos abarcaron aspectos tan diversos como (1) la aparición del sistema carcelario moderno y el nacimiento de la criminología (2) el «nacimiento de la clínica» como un sistema característicamente moderno de abordar los problemas sanitarios; (3) el desarrollo del discurso psiquiátrico y las visiones contemporáneas de la locura; (4) el desarrollo de un lenguaje nuevo en torno a la sexualidad.
Muchas de las ideas de Foucault desafían las concepciones que habitualmente se entienden como de «sentido común». Foucault, por ejemplo pensaba que la «sexualidad» no ha existido siempre, sino que es una creación del mundo moderno. Por poner otro ejemplo, creía también que el sistema carcelario, lejos de solucionar el problema de la delincuencia, contribuye a agravarlo.
Su libro más accesible es Vigilar y Castigar (1977) en el que describe el desarrollo del sistema carcelario moderno, y del que hemos incluido un extracto en el texto.
Las ideas de Foucault han dado lugar a muchas controversias y debates. Para algunos, Foucault ha sido de los pensadores más brillantes del siglo XX, mientras que para otros su estilo enrevesado y complejo denota más bien un contacto muy superficial con la realidad.
(Para una introducción a su trabajo véase Smart, 1985).
Cómo controlar el consumo de drogas: estudios del caso de Suecia y Holanda
El caso de Suecia Hubo un tiempo en el que Suecia parecía ser el modelo de una sociedad permisiva. En comparación con los ciudadanos de otros países, los suecos se habían ganado muchas libertades. En cuestiones de sexo, por ejemplo, Suecia era la sociedad del «amor libre» y de la tolerancia. Además, el papel tradicional o patriarcal del hombre estaba mucho más cuestionado que en otros países.
Durante los años sesenta, Suecia era un lugar de destino favorito de los hippies, porque allí se podía consumir droga públicamente (según algunos, el segundo lugar favorito, después del barrio de Haight Ashbury de San Francisco). En Suecia se consumía droga abiertamente. Aunque la tenencia de cannabis era oficialmente ilegal, su consumo se aceptaba de manera normal.
Todo eso ha cambiado hoy. Aunque sigue siendo una sociedad abierta en cuestiones de bienestar y sexualidad, Suecia tiene hoy una de las políticas contra la droga más restrictivas y represivas del mundo. Los años setenta pusieron fin a la tolerancia en este terreno, y a través de la RNS Riksorbundet Narkotikafritt Samhalle (Asociación Nacional por una Sociedad sin Drogas) se introdujeron nuevas políticas que penalizaban más y más el consumo de drogas. En la actualidad no solo está seriamente castigado el tráfico sino también la posesión de drogas, por pequeña que sea la cantidad. Pasar un porro, por ejemplo, se considera tráfico de estupefacientes y está castigado con penas de prisión.
Fuera de los círculos marginales, no se ve a nadie consumiendo drogas.
La oposición a las drogas se extendió de tal forma en la sociedad sueca que hoy resulta muy difícil encontrar a alguien que hable en favor de la liberalización del consumo.Tanto es así que la palabra utilizada para designar a los que defienden la liberalización de las drogas (drogliberal) se ha convertido en un insulto. Existe además un consenso unánime entre los medios de comunicación en contra del consumo de estupefacientes.
Lief Lenke, Profesor de criminología en la Universidad de Estocolmo comenta con relación a este problema: En una conferencia organizada por el Instituto Nacional de Salud, me atreví a hacer un par de preguntas sobre las drogas. Pregunté si resultaba creíble afirmar que el cannabis era tan peligroso como la heroína, y si resultaba apropiado que el gobierno sueco se negara a proporcionar jeringuillas a los toxicómanos cuando incluso la OMS lo recomienda.
Inmediatamente se oyó un rumor de desaprobación. Las personas que estaban presentes empezaron a silbar, a hacer ruidos y a interrumpirme. Me llamaron «legalizador». Al cabo de unos días recibí una invitación para dar una charla sobre la política europea con relación a las drogas, dirigida a asistentes sociales. Pero luego me llamaron por teléfono y me dijeron que habían oído ciertas cosas sobre mí, y que habían optado por otro conferenciante. El departamento de Servicios Sociales del gobierno sueco me ha informado asimismo que puede que no represente a Suecia en el Comité del Consejo de Europa para cuestiones sobre estupefacientes...
Cuando se le preguntó al director del Instituto Nacional de Salud sobre todo lo que acabo de describir contestó lo siguiente: «Todo el mundo debería saber que estamos contra las drogas, de forma convencida y sin que haya lugar para compromisos.
Existe un gran consenso en Suecia a este respecto.» La evidencia, sin embargo, señala que la «guerra contra las drogas» no está funcionando en Suecia. A pesar de la dureza de las penas, el 20 por ciento de la juventud sueca que vive en las grandes ciudades consume drogas (principalmente cannabis); las mafias del narcotráfico son más poderosas; y han aumentado los delitos relacionados con el consumo de drogas. Los delitos cometidos por adultos han aumentado en Estocolmo en un 80 por ciento desde 1975.
El caso de Holanda En nuestros días se conoce a Amsterdam como la «capital europea de las drogas». Desde 1976 se ha venido ejerciendo en Holanda una política de tolerancia frente a las drogas blandas. Está permitido poseer hasta treinta gramos de marihuana o de hachís. También se pueden comprar legalmente en uno de los famosos Coffee Shops, y hasta se pueden cultivar en casa. El propósito de esta política liberal y pragmática (que contrasta con la que describíamos al comienzo de este capítulo) es el de reducir al mínimo posible el daño que se deriva del consumo de drogas, tanto para el individuo como para la sociedad.
No obstante, esta política distingue muy claramente entre drogas duras y drogas blandas, partiendo del principio de que las primeras son muy dañinas y deben seguir prohibidas, mientras que las segundas no lo son tanto (o quizá menos que las drogas «aceptadas» socialmente como el tabaco o el alcohol). Las drogas blandas solo resultan peligrosas para grupos muy específicos de la población (como los niños) y no parece que inciten al consumo de nuevas drogas. De hecho, se estima que mientras que 675.000 personas fuman drogas blandas, solo 25.000 individuos consumen cocaína. Estos datos contrastan con los índices de consumo mucho más altos que presentan otros países europeos. Mientras en otros países europeos la adicción a las drogas alcanza un índice de hasta un 2,7 por cada mil habitantes, en Holanda ese índice es solo del 1,6.
En algunas ocasiones el gobierno holandés ha expresado incluso su intención de legalizar completamente las drogas blandas. El objetivo sería hacer bajar el precio y reducir así la delincuencia asociada al consumo de este tipo de drogas. En defensa de una legalización completa, se argumenta que para el control del consumo de drogas blandas bastaría con las medidas que se emplean de forma rutinaria con el alcohol (como los límites de edad, las restricciones publicitarias, o la prohibición de conducir bajo los efectos de estas drogas).
La mayor parte de los países del mundo condena la postura del gobierno holandés, entre otras razones porque puede tener consecuencias negativas. Algunos mantienen que esta política debilita los esfuerzos de otros países en su lucha contra las drogas; que fomenta el turismo especializado en el consumo de drogas, que mueve a miles de personas todos los años; que la distinción entre drogas duras y blandas es excesivamente simple; y que, en última instancia, no ha conseguido terminar con las redes mafiosas asociadas al tráfico de drogas.
Estas críticas y el posible daño que está sufriendo la reputación del país en los foros internacionales han tenido como consecuencia que el gobierno holandés empiece a reconsiderar esta política tan liberal.
Fuentes: John Yates (1996); Maris (1996).
El ojo que todo lo mira: vigilancia por circuito cerrado de televisión en Gran Bretaña
A continuación presentamos una narración ficticia de Norris y Armstrong (1999) en la cual describen un día en la vida de Thomas Kearn, mientras este entra en contacto con varios tipos de vigilancia. Mientras lo lea, fíjese en las diferentes técnicas de vigilancia que se describen en el relato (están enumeradas). A continuación, desarrolle un esquema de un día típico en su vida y compárelo con el del relato.
«El día para Thomas Kearn empieza como de costumbre. A las siete y cuarto de la mañana, los sonidos del programa de Radio 4 de la BBC provenientes de su radio despertador penetran en su conciencia adormilada. Se levanta deprisa, se ducha y se viste con su mejor traje, que favorece su cuerpo de 38 años. Su hijo de diez años y su hija de cuatro ya están bañados y vestidos cuando se reúne con ellos para el desayuno. A las ocho y cuarto da un beso de despedida a su esposa y cierra la puerta de su piso tras él y, acompañado por sus hijos, emprende el camino a la escuela y la guardería, donde los dejará antes de comenzar otro día laboral en su despacho. Caminan hacia el ascensor por los pasillos de hormigón y sus imágenes son captadas por el sistema de vídeo vigilancia, instalado por la administración local con la intención de identificar a aquellos vecinos que estén traficando con drogas desde sus domicilios (1)... Mientras esperan el ascensor, su presencia es grabada por el sistema de vídeo cámara del portero, doce plantas más abajo. Su descenso también es registrado, porque hay una cámara dentro del ascensor y su previsible rutina cotidiana es conservada en vídeo durante 28 días, o más si es necesario (2). Mientras camina del vestíbulo de su edificio hasta el coche, no es solamente el portero quien graba la salida de los Kearn, sino que también lo hace el señor Adams en la planta quince, quien ha ajustado el receptor de su televisión para poder recibir imágenes provenientes de las cámaras de la urbanización. (3) Thomas conduce desde su urbanización hasta la carretera, y aunque es vagamente consciente de la pantalla que dice: “Reduzca su velocidad, vídeo cámaras en funcionamiento”, conduce a 5 km más por hora del límite permitido y activa las cámaras automáticas de vigilancia de velocidad (4).
Para las ocho y media de la mañana ha dejado a su hija en su guardería, que está vigilada por circuito cerrado de televisión (5) y se dirige hacia el colegio de su hijo. Se detiene en el semáforo en rojo, lo cual está bien, porque de haberse saltado el semáforo, se hubiera captado su imagen para ser utilizado como evidencia en una acción judicial en su contra (6).
Mientras los dos esperan en el patio a que toquen el timbre que señala el comienzo del día escolar, son grabados por una cámara secreta escondida en el edificio de enfrente colocada allí para vigilar el patio por si alguien intenta vender drogas (7). Su beso de despedida también es captado por el sistema interno del colegio de circuito cerrado de televisión, que registra todas las entradas y salidas (8). Al percatarse de que su depósito de gasolina está casi vacío, conduce hasta la gasolinera y llena el depósito. Sabe muy bien que su imagen está siendo grabada, ya que hay un letrero grande detrás del mostrador que reza: «Estas instalaciones están bajo vigilancia las 24 horas» (9).
Abandona la gasolinera y se acerca a la estación de tren, y discretamente suelta un taco cuando las barreras de las vías del tren cierran ante él. Su ubicación es registrada en una de las cuatro cámaras de la estación que vigilan el cruce específicamente para cerciorarse de que la intersección de la carretera y las vías esté libre de tráfico al cruzar el tren (10).
Unos minutos más tarde estaciona el coche enfrente de la estación, bajo el ojo avizor de otro par de cámaras (11).
Como de costumbre, Thomas compra un periódico en el quiosco, y es grabado por las cámaras de seguridad de la tienda. Nadie está vigilando las imágenes de las dos cámaras, pero estas son grabadas en una vídeo grabadora múltiplex que registra imágenes de las dos cámaras en una sola cinta y permite la revisión de cualquier incidencia si fuera necesario (12). Antes de comprar su billete, hace una llamada telefónica desde la cabina pública que está enfrente de la estación para recordarle a su esposa que llegará tarde a casa. No es consciente de que su imagen está siendo grabada por una cámara instalada por la empresa telefónica británica en un intento de aprehender a los delincuentes que intentan destrozar las cabinas o hacer llamadas falsas a los servicios de emergencias (13). Después de hacer su llamada, compra su billete, camina hacia el andén y espera, todo lo cual ha sido registrado y grabado por las 32 cámaras en funcionamiento en la estación (14). Cuando llega a su destino, camina la corta distancia a su despacho y sonríe a la cámara de vigilancia en el recibidor (15). Sin embargo, mientras camina por el pasillo hacia su despacho no es consciente de que sus movimientos están siendo registrados por un número de cámaras secretas escondidas dentro de los detectores de humos (16)».
El relato continúa y nos lleva a reflexionar sobre la vigilancia residencial, escolar, policial, de tráfico, telefónica, de cajeros automáticos, de estaciones de tren, de tiendas y establecimientos comerciales, de hospitales, de estadios de fútbol...
Continúe el debate
1. ¿Cree que la extensión creciente del uso de las cámaras de vídeo vigilancia es positiva? ¿Cuáles son las ventajas y los inconvenientes de este fenómeno? 2. ¿Cree que se debe limitar el uso de estas cámaras? 3.Lea el libro 1984 de Orwell y considere si la realidad retratada en el libro es representativa de la vida cotidiana en su país.
Fuentes: Norris y Armstrong (1999:40-42); Lyon (2001).
Macionis y Plummer: Control, delito y desviación (Sociología, Cap. 17) |
Macionis, John J. y Plummer, Ken. Sociología. Pearson Educación, Madrid. 2011.
Macionis, John J.; Plummer, Ken. Sociología. Pearson Educación, Madrid, 2011.
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