Diccionario de sociología: Anomia (Ediciones Paulinas, 1986)

Anomia

Fuente: Demarchi, Franco; Ellena, Aldo. Diccionario de Sociología. Ediciones Paulinas, Madrid, 1986.

Diccionario de sociología: Ediciones Paulinas
Diccionario de sociología: Ediciones Paulinas (1986)

SUMARIO:

I. La anomía según E. Durkheim
II. La anomía en la concepción mertoniana
III. Verificaciones empíricas de las teorías de Durkheim y de Merton.

El término anomía ha tenido diversos usos en sociología, aunque han sido sobre todo E. Durkheim y R. K. Merton quienes han precisado sus contenidos dentro del marco de sus sistemas teóricos respectivos.


I. La anomía según E. Durkheim

El concepto de anomía lo elaboró Durkheim en dos obras fundamentales: La división del trabajo social (1893) y El suicidio (1897); luego se fue precisando en relación con algunos otros conceptos fundamentales de la sociología durkheimiana. En La división del trabajo social, el concepto de anomía va unido al análisis del paso de una sociedad de solidaridad mecánica a una sociedad de solidaridad orgánica. El primer tipo de organización social, característico de las culturas premodernas, no permite apenas que se extiendan los procesos de división del trabajo social, por lo que es escasa en él la articulación de funciones y de roles; busca Ja uniformidad entre ios distintos miembros, así como un amplio consenso automático en torno a la cultura común. Por el contrario, el segundo tipo de sociedad acusa una tendencia generalizada a la división del trabajo, que se confirma cuando la sociedad adquiere determinados niveles de densidad moral y de volumen; de la división del trabajo (que no ha de entenderse, en sentido estrictamente técnico, como atomización de las operaciones productivas) nace la necesidad de una cooperación estricta entre los distintos órganos, de una solidaridad o integración recíproca, que se convierte en el fundamento del orden social y del progreso. En este marco, el individuo encuentra las condiciones esenciales para realizarse de manera equilibrada: su conducta sigue normas que forman un sistema orgánico; sus deseos, de suyo ilimitados, se someten al control y a las exigencias de la conciencia colectiva, y él se sitúa dentro de una red de relaciones humanas socialmente significativas.

De todo lo dicho se deduce que la división del trabajo social no es de suyo un proceso disgregador, ya que no provoca efectos centrífugos en la estructura social; al contrario, constituye el factor aglutinante de las sociedades industrialmente avanzadas, capaz de adquirir una fuerza semejante a la que en las sociedades premodernas todos sus miembros, de común acuerdo, concedían a los valores de la cultura dominante [/Trabajo]. Pero la situación que hemos descrito se ve amenazada por fenómenos de división patológica del trabajo social; en modo especial la división anómica del trabajo se produce cuando los cambios demasiado rápidos del sistema fomentan la creación de funciones nuevas antes de que puedan ser reguladas. Esto provoca conflictos, rivalidades y contiendas, para cuyo control el poder social no cuenta con formas adecuadas. De este modo se llega a una situación en la que las diversas funciones carecen de adaptación mutua; por eso anomía no significa ausencia total de normas, como parece indicar el significado literal del término, sino más bien estado de nointegración del sistema de funciones sociales. Existen normas, pero resultan inadecuadas, contradictorias, no legitimadas; en este contexto, las necesidades individuales ya no están reguladas por la conciencia colectiva y los deseos aumentan desmesuradamente, precisamente cuando la sociedad ya no es capaz de satisfacerlos de manera adecuada.

La raíz de esta profunda alteración del orden social está, según Durkheim, en la rapidez del cambio del sistema económico (industria y comercio) y en las crisis que provienen de la anarquía que se produce en tal sector; pero, de manera más específica, la anomía brota también de acontecimientos excepcionales, de catástrofes, de movimientos de crecimiento inesperados. En sustancia, la anomía, aunque latente en la estructura misma de toda sociedad con fuerte división del trabajo social, se manifiesta como fenómeno transitorio y sintomático, es decir, revelador de una amenaza muy arraigada en el propio dinamismo del progreso y de la producción industrial, que exige reajustes y más reajustes.

Para prevenir y eliminar la amenaza de una carencia total de solidaridad, Durkheim sugiere que se creen y revitalicen instituciones mediadoras, sobre todo organizaciones profesionales o corporaciones, capaces de reglamentar las diversas funciones que derivan de la división dei trabajo y de ayudar a los individuos a que consigan de manera ordenada (esto es, cooperativamente) su autorrealización.

De todo cuanto hemos ido diciendo se deduce que la anomía es a la vez una característica de los sistemas sociales y un estado de los individuos. Efectivamente, sobre estos últimos recaen las consecuencias de la falta de integración social; la enfermedad del sistema se convierte en enfermedad de la personalidad, precisamente a causa de la directa y estrecha relación existente entre ambos sistemas. El individuo se encuentra así, a un tiempo, a merced de sus deseos ilimitados y frustrados, sin referencias normativas claras y en medio de unas relaciones sociales moralmente nada significativas.

En El suicidio es donde Durkheim analiza de forma más precisa estos últimos elementos, conectándolos con el problema más general de la relación del individuo con las normas de su sociedad y con los modos de interiorizarlas. Durkheim descubre tres formas fundamentales de suicidio: el egoísta, el altruista y el anémico. Respecto de este último, es posible hallar en el ámbito de la experiencia individual una concentración de motivos de inadaptación debidos a la situación de desintegración social. Y es precisamente en los períodos de cambio rápido e incontrolado y de crisis económica, períodos en que fallan los elementos sociales que garantizan una autorrealización ordenada de las personas, cuando se manifiestan signos progresivos de inseguridad, de pérdida de significado, de irrupción de instancias confusas e insatisfechas de las necesidades y deseos individuales. El suicidio anómico confirma el fracaso de la ley en su intento de humanizar el deseo humano, y evidencia, por el contrario, el triunfo de la angustia que ocasiona un deseo insatisfecho [/Suicidio]. En esta explicación durkheimiana encuentran eco algunas sugerencias del análisis freudiano acerca de la relación entre libido y cultura (cf El malestar en la cultura), en la que aceptar los límites que impone la sociedad a la expansión espontánea de la libido es condición esencial para poder construir la civilización, la moral y la religión.

Pero, a diferencia de Freud, Durkheim subraya con toda claridad la causación social del malestar y pone entre paréntesis los procesos psicológicos tan complejos que entraña. Si bien no aparece expresamente en ella el término de anomía, la obra de Thomas y Znaniecki es muy afín a la sensibilidad durkheimiana.

En The polish peasant (1918-1920), estos autores analizan toda la problemática de los campesinos polacos emigrados a los Estados Unidos; aprisionados entre las exigencias de competitividad y eficiencia del american way of Ufe y la solidaridad con los antiguos valores garantizados por una familia protectora y capaz de regular todas las relaciones sociales de los individuos, se ven sometidos a un proceso de desmoralización. Su comportamiento refleja la desorganización social de la que ellos mismos son víctima; en efecto, apare'cen entre ellos la inestabilidad familiar y profesional, la violencia, la criminalidad, la conducta irregular. Se evidencian los signos de la anomía a nivel psicológico y se subraya el origen social del proceso.

Respecto a Durkheim, el análisis de Tnomas y Znaniecki contiene una novedad, a saber: que la anomía es la que da origen al comportamiento desviado. Se trata de una intuición que luego desarrollaría sobre todo la Escuela de Chicago (en el decenio 1920-1930), interesada especialmente en el análisis de la desorganización social de los slums americanos y en los procesos que en ellos provocan las diversas formas de desviación [/Desviación].

De todas formas, sería R. K. Merton quien reanudaría a fondo el estudio de la relación que media entre desviación y anomía.


II. La anomía en la concepción mertoniana

El modo como Merton aborda el problema de la anomía aparece ya sustancialmente en un escrito de 1949; tras varias revisiones, este escrito se incluyó luego en su forma definitiva en Teoría y estructura social, de 1957. Se trata de una profundización teórica que, durante los últimos veinticinco años, ha condicionado decisivamente la sociología de la desviación, con un éxito comparable al de la teoría estructuralfuncionalista, con la que tiene mucho que ver el tratamiento de la anomía. A pesar de partir de las intuiciones de Durkheim (la anomía como estado de desorganización social y ausencia consiguiente de funciones reguladoras de las necesidades individuales), R. K. Merton se aparta de él por varias razones, como se deduce del siguiente párrafo de Teoría y estructura social: "La estructura cultural puede definirse como un set organizado de valores normativos que gobiernan el comportamiento común de los miembros de una sociedad o de un grupo determinado. Y por estructura social se entiende el set organizado de relaciones sociales en el que están implicados de diversa manera los miembros de la sociedad o del grupo. Por consiguiente, la anomía se concibe como una ruptura que se realiza en la estructura cultural cuando se da una disyunción aguda entre las normas y fines culturales y las capacidades socialmente estructuradas de los miembros del grupo para obrar de acuerdo con dichas normas y fines".

En otras palabras, la anomía nace del hecho de que en determinadas sociedades se ejerce una fuerte presión generalizada (es decir, sobre todas las capas sociales indistintamente) a interiorizar algunos fines (y a luchar por alcanzarlos) que son propios de una capa o clase, sin que al mismo tiempo se brinden a todos ni las mismas oportunidades iniciales ni los mismos medios institucionales en orden a alcanzar dichos fines. En los sujetos que no pueden luchar por la consecución de los fines prescritos, esa disyunción causa una reacción diferenciada: junto a. los conformistas (que aceptan los fines y pueden disponer de los medios), tenemos a los innovadores (que aceptan los fines, pero no los medios prescritos, buscando otros nuevos), los renunciantes (que, en actitud pasiva, no aceptan ni los medios ni los fines), los ritualistas (que siguen aceptando y usando los medios, a pesar de que no aceptan ya los fines) y, finalmente, los rebeldes (que no aceptan ni los fines ni los medios y propugnan otro orden social). Los tipos inconformistas, lógicamente, se consideran desviados, por lo que en este contexto la desviación puede definirse como efecto de los procesos de adaptación que se siguen de la situación de anomía [/Adaptación].

En torno a la concepción mertoniana de la anomía se pueden hacer algunas consideraciones útiles; ante todo, cabe preguntarse a qué tipo de sociedad se refiere este planteamiento. En relación con las distinciones durkheimianas, se puede decir que la anomía mertoniana se da sólo en las sociedades caracterizadas por una estratificación articulada y por la correspondiente lucha entre grupos o clases por la conquista del poder social, político y cultural. Pues la anomía no podría surgir en sociedades autoritarias (basadas en la división impuesta del trabajo) ni en sociedades solidarias (regidas por una división orgánica del trabajo social), ya que la disyunción tiene lugar sólo cuando una clase puede intentar imponer a otras su hegemonía cultural. En otras palabras, la anomía tiene su raíz en la desigualdad de oportunidades, en los procesos de prepotencia y de exclusión, en la negativa a prestar asentimiento a los valores de la clase hegemónica.

Hay que señalar, además, que el proceso de instauración de la anomía está claramente invalidado por manipulaciones ideológicas; las clases medias, que son las que determinan el contenido de la cultura que todos han de interiorizar (es decir, las metas del éxito, de la eficiencia, de la promoción social) y que predican la necesidad moral de hacerla real, saben muy bien, cuando menos implícitamente, que no a todos les es posible acceder a los objetivos que se proponen. La condena de los fracasados o de los rebeldes, basada en argumentos más aparentes que válidos (se les reprocha su mala voluntad, sus pocas ganas de trabajar, su falta de iniciativa), no hace más que confirmar la existencia de un proyecto punitivo consistente en marginar a los inconformistas. No por nada algunos autores han argumentado que las premisas mertonianas llevan necesariamente a la conclusión de que la anomía y, por tanto, la desviación son características de las clases sociales inferiores; pero esta afirmación es verdadera sólo en parte. Es válida para la anomía, pero no para la desviación. Si es cierto que las clases inferiores son presa fácil de la anomía (afectándolas los fenómenos de desviación relacionados con ella), no se pueden excluir otras formas de desviación típicas de las clases medias y superiores, que se derivan de otros procesos distintos del de la anomía. La discusión en torno a este punto, que se ha mantenido viva entre los mertonianos sobre todo gracias a las aportaciones de Cohén, Cloward y Ohlin, ha ido extendiéndose año tras año. Lo que de más incitante queda del planteamiento mertoniano puede reducirse a unas cuantas diferencias que aparecen al compararlo con Durkheim: la afirmación de que las aspiraciones sociales de las personas no son de origen biológico, sino que se plasman en los procesos sociales conflictuales; la consideración articulada de varias formas y no de una sola desviación; la convicción de que la anomía (y la desviación) son aspectos estructurales y no coyunturales de la dinámica de las sociedades competitivas estratificadas.

Hay otros elementos que seguidores y críticos, en elaboraciones posteriores, han añadido al pensamiento de Merton y que éste ha acogido como integrables en su propia línea interpretativa. La aportación de Mclver, por ejemplo, reviste especial importancia, ya que intenta traducir en términos psicológicos el contenido sociológico del concepto mertoniano de anomía, definible como ansiedad, aislamiento, falta de objetivos.

Una orientación parecida es la que guia los estudios de D. Riesman y, de forma más operativa, los de L. Srole y su escuela (véase más adelante).

De Grazia, a su vez, ha introducido en esta problemática la exigencia, bien recibida por Merton, de distinguir y especificar bien los grados de anomía; la anomía simple refleja el estado de confusión de un grupo o de una sociedad que viven sometidos a conflictos entre sistemas de valor, y se manifiesta como inquietud y como sentimiento de separación del grupo; la anomía aguda se refiere al deterioro y, en casos extremos, a la desintegración del sistema de valores, y se expresa por medio de una ansiedad notable. De Grazia también ha intentado poner de manifiesto la continuidad existente entre la anomía que experimenta el, niño en el ámbito familiar y las que se viven en otros contextos cada vez más amplios, hasta llegar a la experiencia política.

La perspectiva fundamentalmente psicológica de este autor completa, sin duda alguna, el trabajo de Merton; pero la contribución más consistente desde el punto de vista de una tipología más precisa de la desviación es la que han ofrecido Parsons y Bales. Profundizando en la diferencia entre aceptación o rechazo de los medios institucionales en relación con los fines culturales, estos dos autores han acentuado la importancia diversa de la actitud pasiva o activa frente a la anomía; de ello se sigue, en el ámbito de las tendencias alternativas, una división cuádruple: la rebeldía activa contra los objetivos sociales, la rebeldía activa contra los medios institucionales, el abstencionismo pasivo frente a los objetivos, el abstencionismo pasivo frente a los medios. Menos útil resulta la tipología que se refiere a las tendencias conformistas; es más: incluso en su conjunto, la sutil distinción de Parsons y Bales no ha alcanzado el éxito que era de esperar, por lo que sigue siendo paradigmático el planteamiento mertoniano, mucho más sencillo.


III. Verificaciones empíricas de las teorías de Durkheim y de Merton

Las investigaciones empíricas referentes a la tradición durkheimiana son muy pocas y probablemente no son específicas. W. L. Goode (1961) ha tratado de poner de manifiesto la correlación existente entre la anomía (entendida como desintegración cultural y social y como falta de integración grupal, local, nacional) y la existencia de condiciones de explotación o de esclavitud en diversos contextos sociales, en los que el equilibrio premoderno se ha visto sustituido por una nueva cultura impuesta por conquistadores, colonizadores o explotadores. La anomía se considera como una fase de desarrollo que va desde la ruptura de una determinada solidaridad cultural hasta la asimilación de una nueva cultura por parte de una población dominada.

Estudios de este tenor los han hecho también otros autores (Bettelheim, Parvilathi, Blair, McElroy, Cressey y Krassovski), eligiendo situaciones históricas más recientes (campos de concentración alemanes, stalinistas, norcoreanos, etc.).

Powell (1962 y 1966) ha llevado a cabo una investigación de un sector algo distinto, concretamente en una gran ciudad americana, intentando demostrar que las cotas más altas de anomía se habían alcanzado en períodos en que se había afirmado una prepotente clase de capitalistas industriales, cuya corrupción había llevado a la ruptura del orden institucional y a la reacción violenta de las clases subalternas. En cuanto a las teorías mertonianas hay que decir que se han realizado muchos estudios, queriendo demostrar una correlación entre el nivel socio-económico, por una parte, y las oportunidades de éxito, las presiones conformistas y la desviación, por otra. El conjunto de los datos obtenidos no permite confirmar las hipótesis mertonianas. Muchas investigaciones, por ejemplo, demuestran que los jóvenes de las clases inferiores, ya a partir de la primera socialización familiar, no aceptan los valores de la clase media; pero Merton ha objetado que es suficiente con que al menos una minoría consistente los haga suyos.

Así también resulta que, en cuanto a la percepción de las oportunidades de partida, no todos los jóvenes de las clases inferiores se sienten excluidos, al menos subjetivamente y en teoría, de la carrera hacia el éxito; como tampoco se ha demostrado con claridad que las formas más típicas de la desviación que se deriva de la anomía se concentren en las clases sociales inferiores.

La teoría mertoniana se ha esforzado también, en medio de grandes discusiones, en hallar una confirmación en el ámbito psicológico. Entre otros autores, L. Srole (1956) ha visto la anomía en el "sentimiento de desesperación y de abandono que acompaña a la falta de acceso a los objetivos que prescribe la cultura" y que implica, además, el rechazo de los out-group, es decir, de aquellos que en términos de conflicto de clase son los portadores y elaboradores de los objetivos que se imponen.

Srole, para verificar sobre el campo de investigación la consistencia de su traducción psicológica de la anomía mertoniana, elaboró una escala de juicio, que lleva su nombre y que se ha aplicado mucho durante varios años. Operacionalmente, el instrumento de investigación de Srole descompone el concepto de anomía en las siguientes articulaciones: a) sensación de estar abandonados por los líderes significativos; b) sensación de que el orden social es ficticio, inseguridad que proviene de la imposibilidad de predecir el futuro; c) sensación de que las metas que en otro tiempo eran alcanzables ahora se encuentran cada vez más lejos; impresión de que las metas interiorizadas se vienen abajo, con el consiguiente sentimiento de vacío interior y de desorientación; d) percepción de que los roles y las relaciones interpersonales han perdido su función de apoyo y de defensa; de aquí la sensación de aislamiento.

Los principales resultados de las diversas aplicaciones que se han hecho de la escala de" Srole, pueden sintetizarse de este modo: a) Meier y Bell (1957, 1959) han descubierto que la anomía es más elevada cuando existen desigualdades de acceso a los medios institucionalizados, confirmándose de este modo la hipótesis de Merton. Los índices más altos de anomía se encuentran entre los pobres, los carentes de instrucción, los ancianos, los solteros, los habitantes de la ciudad, los aislados; b) Mizruchi (1967), Olsen (1956), Rhodes (1964) y Simpson (1960) han comprobado, en cambio, que la anomía parece estar en correlación inversa con el nivel socio-económico del sujeto; c) Killian y Grigg (1962) y Rhodes (1964) han hallado que la anomía parece más intensa y profunda en los barrios de las ciudades que en las zonas rurales; d) Reimamis y Darol (1961) afirman que la anomía está en correlación inversa con la abundancia de contactos sociales; cuanto más pobre en interacciones sociales es un sujeto, tanto más expuesto está al peligro de anomía; e) Keedy y Vincent (1958), Roberts y Rokeach (1956) y Olsen (1965) encuentran que la anomía está directamente vinculada a las actitudes autoritarias y al prejuicio;^) los mismos Keedy y Vincent (1958) han comprobado que la anomía se correlaciona con actitudes de ortodoxia religiosa, en línea con la rigidez y el autoritarismo ya indicados; g) Tumin y Collins (1954) han afirmado que la anomía se correlaciona de forma inversa con la inclinación a la desagregación; cuanto más contrario sea un individuo a la segregación racial, tanto más cerca está de la anomía, dado que probablemente se trata de un sujeto que sufre los efectos de la segregación; h) McDill (1961) indica que la anomía es inversamente proporcional al grado de compromiso político del sujeto.

Sin embargo, no resultan suficientemente claras las correlaciones con las diversas pertenencias religiosas, como demuestran las investigaciones de Dean y Reeves (1962), Wassef (1967), Meier y Bell (1957-1959).

En el contexto empírico de las investigaciones que se han servido del instrumento de Srole, la desviación aparece como un efecto de la anomía, presente sobre todo entre las clases más desamparadas, que no pueden compartir los fines prescritos por la clase media. Con esta última afirmación, típicamente mertoniana, no coinciden las investigaciones posteriores (Hempey, Hyman, Wilson, Winslow, Mizruchi, Elliot, Short Rivera y Tennyson, Clark y Wenninger, Voss Stinchcomb, Schwendinger y otros), que ponen muy seriamente en duda la correlación entre anomía, desviación y pertenencia a las clases inferiores.

Por lo demás, el planteamiento mertoniano sigue todavía hoy sometido a una vasta verificación, como lo demuestra la numerosa serie de estudios que se hacen al amparo de las observaciones dirigidas sobre todo por Cohén, Cloward y Ohlin Y/Desviación].

G. Milanesi.


BIBLIOGRAFÍA

Becker H.S., Los extraños. Sociología de la desviación. Tiempo Contemporáneo, Buenos Aires 1971.—Clinard M.B., Anomía y conducta desviada, Paidós, Buenos Aires 1967.—De Grazia S., The political community. A study of anomie. University of Chicago Press, Chicago 1948.—Durkheim E., La división del trabajo social. Shapire, Buenos Aires 1967; El suicidio, Shapire, Buenos Aires 1965.—Duvignaud J., Vanomie, Anthropos, Paris 1973.—Goode W.L., Illegitimacy, anomie and cultural penetration, en "Amer. Soc. Rev." 26 (1961) 910-925.—Merton R.K., Estructura social y anomia, en R.K. Merton, Teoría y estructura social, cap. VI, FCE, México 1964.—Parsons T., Bales R.T. y Shils E.A., Working papers in Ihe theory of action, Free Press, Glencoe 1953.—Powell E.H., Crime as a function of anomie, en "Journ.of Crimin. Law.", Criminology and Pólice Science, 57 (1968) 161-171.

Diccionario de sociología: Ediciones Paulinas
Diccionario de sociología: Ediciones Paulinas (1986)

Diccionario de Sociología

Franco Demarchi y Aldo Ellena


Adaptó la edición española

Juan González-Anleo


Ediciones Paulinas

Fecha de publicación original: 1986

Fuente: Demarchi, Franco; Ellena, Aldo. Diccionario de Sociología. Ediciones Paulinas, Madrid, 1986.



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