Peter Berger: La sociología como una forma de conciencia (Introducción a la sociología, 1963)

Introducción a la sociología (1963)

Peter Berger


Cap. 2: La sociología como una forma de conciencia

Si la presentación del capítulo anterior ha sido fructuosa, será posible aceptar la sociología como una preocupación intelectual de gran interés para ciertos individuos. Sin embargo, detenemos a estas alturas sería en realidad muy poco sociológico. El hecho mismo de que la sociología apareciese como una disciplina en una etapa determinada de la historia occidental debería obligamos a averiguar con más detalle cómo es posible que algunas personas se ocupan de ella y cuáles son los requisitos para esta ocupación. En otras palabras, la sociología no es independiente del tiempo ni es una empresa forzosa de la mente humana. Si admitimos esto, surge lógicamente una interrogante acerca de los factores convenientes que hacen de ella una necesidad para determinadas personas.

En realidad, quizá ninguna actividad intelectual sea eterna o necesaria. Pero la religión, por ejemplo, ha sido poco menos que universal al incitar una intensa preocupación mental a través de toda la historia de la humanidad, en tanto que los pensamientos destinados a resolver los problemas económicos de la existencia han sido una necesidad en 1a mayoría de las .culturas humanas. Sin duda alguna, esto no significa que la teología o la economía, en nuestro sentido contemporáneo, son fenómenos universalmente presentes de la mente, pero al menos pisamos un terreno seguro si decimos que el pensamiento humano siempre parece haber estado dirigido hacia los problemas que ahora constituyen la materia principal de estas disciplinas. Sin embargo, de la sociología no puede decirse siquiera otro tanto. Esta se manifiesta más bien como una reflexión peculiarmente moderna y occidental. Y, como trataremos de demostrar en este capítulo, está constituida por una forma particularmente moderna de conocimiento de sí mismo.

La peculiaridad de la perspectiva sociológica se toma clara con cierta consideración acerca del significado del término "sociedad", el cual se refiere al objetivo por excelencia de la disciplina. Como la mayoría de los términos empleados por los sociólogos, éste se deriva del uso común, en el cual su significado es bastante impreciso. Algunas veces quiere decir una asociación particular de personas (como en la "Sociedad Protectora de Animales"), en algunas ocasiones sólo a las personas dotadas de un gran prestigio o privilegios (como en la "Sociedad de Damas de Boston") y en otras ocasiones se emplea simplemente para denotar compañía de cualquier tipo (por ejemplo, "él sufrió mucho en aquellos años por falta de sociedad".) Existen también otros significados menos frecuentes. El sociólogo usa el término en un sentido más preciso, aunque existen, por supuesto, diferencias en la manera de usarlo aun dentro de la propia disciplina. El sociólogo considera que el término "sociedad" denota un gran complejo de relaciones humanas, o, expresándolo en un lenguaje más técnico, piensa que se refiere a un sistema de interacción.

La palabra "gran" es difícil de especificar cuantitativamente en este contexto. El sociólogo puede hablar de una "sociedad" que incluye a millones de seres humanos (por ejemplo, la "sociedad estadounidense"), pero también puede usar el término para referirse a una colectividad numéricamente más reducida (digamos, "la sociedad de alumnos de segundo año en esta universidad"). Dos personas charlando en una esquina difícilmente constituirán una sociedad, pero tres personas que han quedado desamparadas en una isla sin duda alguna sí lo serán. Por lo tanto, la aplicabilidad del concepto no puede determinarse solamente por razones cuantitativas. Más bien se aplica cuando un complejo de relaciones es lo suficientemente breve para ser analizado por sí mismo, reconocido como una entidad autónoma y opuesto a otros de la misma clase.

El adjetivo "social" debe ser definido igualmente para su uso sociológico. En el lenguaje común puede denotar también muchas "cosas diferentes: la calidad informal de una reunión determinada ("esta es una reunión social, no discutiremos de negocios") , la actitud altruista por parte de alguien ("él tiene un gran interés social en su trabajo"), o más generalmente, cualquier cosa derivada de contacto con otras personas ("una enfermedad social"). El sociólogo usará el término más limitadamente y en forma más precisa para referirse a la calidad de la interacción, de la interrelación y de la reciprocidad. Así, dos hombres charlando en una esquina no constituyen una "sociedad", pero lo que trasciende de ellos es sin duda "social". La "sociedad" está integrada por un complejo de tales acontecimientos "sociales". Por lo que respecta a la definición exacta de lo "social", es difícil perfeccionar la definición de Max Weber de una situación "social": aquella en la que la gente orienta recíprocamente sus acciones. La trama de significados, expectativas y dirección resultante de tal orientación mutua es la materia prima del análisis sociológico.

No obstante, esta purificación de la terminología no basta para demostrar la distinción del ángulo de visión sociológico. Podemos acercamos más comparando a este último con la perspectiva de otras disciplinas que se ocupan de las acciones humanas. Por ejemplo, el economista está interesado en los análisis de los procesos que ocurren en la sociedad y que pueden describirse como sociales. Estos procesos tienen que ver con el problema básico de la actividad económica: la distribución de los escasos bienes y servicios dentro de una sociedad. El economista se ocupará de estos procesos en cuanto a la manera en que realizan, o no pueden realizar, esta función. El sociólogo, al observar los mismos procesos, naturalmente tendrá que tomar en cuenta su propósito económico. Pero su interés característico no se encuentra forzosamente relacionado con este propósito como tal. El sociólogo se interesará en una variedad de relaciones e interacciones humanas que pueden ofrecerse aquí y que pueden ser totalmente ajenas a las metas económicas en cuestión. Así pues, la actividad económica implica relaciones de poder, prestigio, prejuicio e incluso de funcionamiento que pueden analizarse únicamente con una alusión marginal a la función propiamente económica de la actividad.

El sociólogo descubre que su materia de estudio está presente en todas las actividades humanas, pero no todos los aspectos de estas actividades constituyen esta materia.

La interacción social no es cierta sección especializada de la manera en que actúan los hombres entre sí. Más bien es un aspecto determinado de todas estas acciones. Otra manera de expresarlo es que el sociólogo realiza un tipo especial de abstracción. Lo social, como materia de estudio, no es un campo separado de la actividad humana.

Más bien (haciendo nuestra una frase de la teología sacramental luterana) está presente "en, con y debajo" de muchos campos diferentes de tal actividad. El sociólogo no observa fenómenos de los que ninguna otra persona está enterada. Pero observa los mismos fenómenos de manera diferente.

Como un ejemplo más podríamos tomar la perspectiva del abogado. Aquí encontramos afectivamente un punto de vista mucho más amplio en cuanto a su campo de aplicación, que el del economista. Casi todas las actividades humanas pueden caer, en un momento u otro, dentro de la competencia de abogado. Este es en realidad el hechizo de la abogacía. Asimismo, descubrimos en este campo un procedimiento de abstracción muy especial. De la enorme riqueza y variedad de la conducta humana, el abogado selecciona los aspectos pertinentes (o, como él diría, "materiales'’) para su marco de referencia muy particular. Como sabe muy bien toda persona que se ha visto involucrada alguna vez en un litigio, los criterios de lo que es o no pertinente según la ley a menudo sorprenderán enormemente a los causantes en el caso en cuestión. No es necesario que nos ocupemos de esto aquí. Preferiríamos observar que el marco de referencia legal está integrado por cierto número de modelos cuidadosamente definidos de la actividad humana. Así, tenemos modelos patentes de obligaciones, responsabilidades o perversidad. Es necesario que prevalezcan condiciones definidas antes de que cualquier acto empírico pueda ser clasificado bajo uno de estos membretes, y estas condiciones son formuladas por leyes o por precedentes. Cuando no se llenan estos requisitos, el documento en cuestión es legalmente inaplicable. La habilidad del abogado consiste en conocer las reglas según las cuales se estructuran estos modelos. Dentro de su marco de referencia, sabe cuándo un contrato comercial es válido, cuándo puede hacerse responsable de negligencia al chofer de un automóvil, o cuándo ha tenido lugar un estupro.

El sociólogo puede observar estos fenómenos, pero su marco de referencia será totalmente diferente. Más importante aún, su criterio sobre estos fenómenos no puede derivarse de leyes positivas o del precedente. Su interés en las relaciones humanas que tienen lugar en una transacción comercial no tiene relación con la validez legal de los contratos firmados, al igual que la desviación en la conducta sexual, sociológicamente tan interesante, no puede ser apta para catalogarla bajo algún membrete en particular.

Desde el punto de vista del abogado, la investigación del sociólogo es ajena al marco de referencia legal. Refiriéndonos a la estructura conceptual de la ley, podríamos decir que la actividad del sociólogo tiene un carácter subterrá­nea Al abogado le incumbe lo que podríamos llamar el concepto oficial de la situación. A menudo el sociólogo trata con conceptos realmente extraoficiales. Para el abogado, lo que debe comprender esencialmente es cómo considera la ley a un tipo determinado de criminal. Para el sociólogo resulta igualmente importante la manera en que el criminal considera la ley.

En consecuencia, formular preguntas sociológicas presupone que estamos interesados en mirar un poco más adelante de las metas comúnmente aceptadas u oficialmente definidas de las acciones humanas. Presupone un cierto conocimiento de que los sucesos humanos tienen diferentes niveles de significado, algunos de los cuales se ocultan de la conciencia de la vida diaria. Incluso puede presuponer cierto grado de recelo acerca de la forma en que las autoridades interpreten oficialmente los sucesos humanos, ya sean de un carácter político, judicial o religioso. Si estamos dispuestos a llegar tan lejos, perecería evidente que no todas las circunstancias históricas son igualmente favorables para el desarrollo de la perspectiva sociológica.

En consecuencia, parecería plausible que el pensamiento sociológico tendría mejor oportunidad para desarrollarse en circunstancias históricas caracterizadas por fuertes sacudidas al concepto propio de una cultura, especialmente al oficial y autorizado, el cual es aceptado generalmente. Únicamente en tales circunstancias es probable que los hombres perceptivos se sientan motivados a pensar más allá de las aseveraciones de este concepto propio y, como resultado de ello, se oponen a las autoridades. Albert Salomon ha sostenido convenientemente que el concepto de "sociedad", en su sentido sociológico moderno, podría surgir sólo como las estructuras normativas de la cristiandad y después de que fueron destruidos los anciens régimes. Por lo tanto, podemos concebir otra vez a la "sociedad" como la estructura oculta de un edificio cuya fachada exterior esconde esta estructura de la vista del público. En la cristiandad medieval, la "sociedad" se hizo invisible por la imponente fachada religioso-política que constituía el mundo común del hombre europeo. Como señaló Salomon, la fachada política más mundana del estado absoluto realizó la misma función después de que la Reforma rompió la unidad de la cristiandad.

Fue con la desintegración del estado absoluto que la estructura subyacente de la "sociedad" empezó a verse: esto es, un mundo de motivos y de fuerzas que no podría comprenderse en términos de las interpretaciones oficiales de la realidad social. Entonces, la perspectiva sociológica puede sobreentenderse en razón de expresiones tales como "percatarse", "examinar detrás", en forma muy parecida a la manera en que estas frases se emplearían en el lenguaje común —"adivinar su juego", "mirar tras bastidores"— en otras palabras, "estar al corriente de todos los trucos".

No estaremos muy lejos de la verdad si consideramos el pensamiento sociológico como una parte de lo que Nietzsche ¡ llamó el "arte de la desconfianza",. Ahora bien, sería un creso exceso de simplificación el pensar que este arte ha existido sólo en los tiempos modernos. "Comprender" o "adivinar" las cosas es probablemente una buena función general de la inteligencia, incluso en sociedades muy primitivas. £1 antropólogo estadounidense Paul Radin nos ha proporcionado una vivida descripción del escéptico como un tipo humano en la cultura primitiva. También nosotros tenemos pruebas de que civilizaciones diferentes de las de los modernos estados occidentales dan testimonio de formas de conciencia que bien podrían llamarse protosociológicas.

Por ejemplo, podríamos indicar a Herodes o a Ibn-Khaldun. Existen incluso textos del antiguo Egipto que hacen patente un profundo desencanto con el orden político y social que ha logrado fama de haber sido uno de los más coherentes de la historia de la humanidad. Sin embargo, con el comienzo de la era moderna en el Occidente, esta forma de conciencia se intensifica, se concentra y sistematiza, caracteriza el pensamiento de un número cada vez mayor de hombres perceptivos. Este no es el lugar adecuado para exponer detalladamente la prehistoria del pensamiento sociológico, exposición que debemos en gran parte a Salomon, Ni siquiera queremos proporcionar aquí un índice intelectual de los antecesores de la sociología, demostrando sus relaciones con Maquiavelo, Erasmo, Bacon, con la filosofía del siglo XVII y las belles-lettres del siglo XVIII: esto ya se ha hecho en otras obras y ha sido llevado a cabo por personas mucho más idóneas que el autor.

Baste con recalcar una vez más que el pensamiento socioló­gico indica el goce de algunas producciones intelectuales que se han localizado muy específicamente en la historia moderna occidental.

Retomemos en lugar de ello a la proposición de que la perspectiva sociológica implica un proceso de "comprensión" a través de las fachadas de las estructuras sociales. Podríamos considerar esto en términos de una experiencia común de la gente que habita en las grandes ciudades.

Una de las fascinaciones que posee una gran ciudad es la inmensa variedad de actividades humanas que tienen lugar tras las hileras de casas aparentemente anónimas y perpetuamente iguales. Una persona que vive en una ciudad como ésta experimentará una y otra vez sorpresa o inclusive emoción cuando descubre las extrañas actividades en las que se entretienen algunos hombres, bastante discretamente, en casas que, desde el exterior, se parecen a todas las demás que están situadas en una calle determinada. Al vivir esta experiencia una o dos veces, nos encontraremos repetidamente caminando por una calle, quizás a últimas horas de la tarde, y preguntándonos lo que puede estar sucediendo bajo las brillantes luces que se transparentan por una hilera de cortinas corridas. ¿Una familia común entregada a una agradable conversación con sus invitados? ¿Una escena de desesperación que se desarrolla en medio de la enfermedad o la muerte? ¿O una escena de placeres lujuriosos? ¿Tal vez un culto extraño o una peligrosa conspiración? Las fachadas de las casas no pueden decimos nada, proclamando únicamente una conformidad arquitectónica con los gustos de algún grupo o clase social que inclusive puede que ya no resida en esa calle. Los misterios sociales se ocultan tras las fachadas. El deseo de penetrar hasta estos misterios es análogo a la curiosidad sociológica. En algunas ciudades atacadas súbitamente por la calamidad, este deseo puede realizarse de manera repentina. Las personas que han experimentado bombardeos en épocas de guerra, saben de los encuentros súbitos con los inesperados (y algunas veces, con los inimaginables) compañeros ocupantes del refugio contra incursiones aéreas del edificio de apartamentos en el que uno vive. O pueden recordar la sobrecogedora escena matinal de una casa alcanzada por una bomba durante la noche, partida exactamente en dos, con la fachada arrancada y el interior, antes oculto, descubierto despiadadamente a la luz del día. Pero en la mayoría de las ciudades en donde se puede vivir normalmente, debemos horadar las fachadas por nuestras propias intrusiones investigadoras. De manera similar, existen situaciones históricas en las que las fachadas de la sociedad son desmembradas violentamente y todos, menos los más indiferentes, nos vemos obligados a ver que siempre existe una realidad detrás de las fachadas. Por regla general, esto no sucede y las fachadas siguen haciéndonos frente con una estabilidad aparentemente de roca. Por tanto, la percepción de la realidad que existe tras las fachadas exige un gran esfuerzo intelectual.

Algunos ejemplos de la forma en que la sociología "ve tras" las fachadas de las estructuras sociales, podrían servir para esclarecer aún más nuestro argumento. Consideremos, por ejemplo, la organización política de una comunidad. Si deseamos descubrir la manera en que es gobernada una moderna ciudad estadounidense, es muy fácil obtener la información oficial acerca de este tema. La ciudad poseerá una carta constitucional, que rige según las leyes del estado. Con cierto asesoramiento de individuos bien' informados, podemos considerar diversas leyes que definen la constitución de la ciudad. Así, podemos enteramos de que esta comunidad particular posee una forma de administración en la que el gobierno está en manos de un regente municipal, o que las afiliaciones de partido no aparecen en las boletas en elecciones municipales, o que el gobierno de la ciudad participa en una jurisdicción regional de aguas. De manera similar, por la lectura de algunos periódicos, podemos alterarnos de los problemas políticos reconocidos de la comunidad. Podemos leer que la ciudad proyecta adicionar cierta zona suburbana, o que ha habido un cambio en las leyes de división en zonas de la ciudad con el fin de facilitar el desarrollo industrial en otra aérea, o incluso que uno de los miembros del ayuntamiento de la ciudad ha sido acusado de valerse de su cargo para su provecho personal. Todas estas cosas ocurren todavía, por decirlo así, en el nivel visible, oficial o público, de la vida política. Sin embargo, necesitaríamos ser excesivamente ingenuos para creer que este tipo de información nos proporciona una imagen cabal de la realidad política de esta población. £1 sociólogo deseará conocer más que nada la composición electoral, todos los grupas de votantes que constituyen la "estructura informal del poder" (como la ha llamado Floyd Hunter, un sociólogo estadounidense interesado en tales estudios), que es una configuración de hombres y de los poderes que paseen que no podemos averiguar en ninguna ley y de los que probablemente no podemos enterarnos por los periódicos. El científico político o el experto jurídico podrían encontrar muy interesante comparar la carta constitucional de la ciudad con las constituciones de otras comunidades similares. El sociólogo estará mucho más interesado en descubrir la forma en que los poderosos intereses creados influyen o incluso controlan las acciones de los funcionarios electos bajo la carta constitucional. Estos intereses creados no los descubriremos en el ayuntamiento, sino más bien en los despachos de los funcionarios ejecutivos de las compañías que puede que ni siquiera estén radicadas en esta localidad, en las mansiones privadas de un puñado de hombres poderosos, quizá en las oficinas de algunos sindicatos obreros o inclusive, en algunos casos, en los cuarteles generales de las organizaciones criminales. Cuando el sociólogo se interesa en el poder, "mirará tras" los mecanismos oficiales que se supone regulan el poder en la comunidad. Esto no significa necesariamente que considerará los mecanismos oficiales totalmente ineficaces o que los definirá legalmente como completamente ilusorios.

Pero cuando menos insistirá en que existe otro nivel de la realidad que debe investigarse en el sistema particular de poder. En algunos casos llegará a la conclusión de que buscar el poder real en sitios reconocidos públicamente es absolutamente erróneo.

Consideremos otro ejemplo. Las denominaciones protestantes en este país se diferencian enormemente en lo que llaman su "forma de gobernarse", o sea, la manera oficialmente definida en que funciona la secta. Podemos hablar de una "forma de gobierno" episcopal, de una presbiteriana o de una congregacional (dando a entender con esto no las denominaciones o sectas llamadas por estos nombres, sino las formas de gobierno eclesiástico que comparten las diferentes sectas; por ejemplo, la forma de gobierno episcopal compartida por los episcopales y los metodistas, la congregacional compartida por los congregacionalistas y los bautistas). Casi en todos los casos, la "política" o forma de gobierno de una denominación es el resultado de una larga evolución histórica y se basa en una exposición teológica razonada sobre la cual los expertos en doctrina eclesiástica siguen disputando. No obstante, un sociólogo interesado en estudiar el gobierno de las sectas estadounidenses haría bien en no detenerse demasiado en estas definiciones oficiales. Pronto descubrirá que los problemas reales del poder y la organización tienen poco que ver con la "forma de gobierno" en el sentido teológico.: Encontrará que la forma básica de organización en todas las sectas de cualquier tamaño es burocrática. La lógica de la conducta administrativa viene determinada por los procesos burocráticos, sólo rara vez por los fundamentos de un punto de vista episcopal o congregacional. Por esta razón, el investigador sociológico "adivinará" rápidamente la masa de confusa terminología que caracteriza, a los funcionarios de la burocracia eclesiástica e identifica correctamente a los que poseen el poder ejecutivo, sea que se llamen "obispos", "clérigos regulares" o "presidentes del sínodo". Comprendiendo que la organización sectaria pertenece a las variedades mucho más grandes de la burocracia, el sociólogo podrá, pues, darse cuenta de los procesos que ocurren en la organización para observar las presiones internas y externas a las que se ven sometidas por personas que teóricamente ocupan los cargos administrativos. En otras palabras, tras la fachada de una "forma de gobierno episcopal", el sociólogo percibirá los fundamentos de un instrumento burocrático que no difiere demasiado en la iglesia metodista, en un organismo del gobierno federal, en la General Motors o en el Sindicato de Trabajadores Unidos de la Industria Automovilística.

O bien tomemos un ejemplo de la vida económica. El jefe de personal de una industria se complacerá en preparar diagramas brillantemente iluminados que indiquen el cuadro de organización que se supone debe administrar e) proceso de producción. Cada persona tiene su lugar; todos saben dentro de la organización quién es la persona de quien reciben órdenes y a quiénes deben transmitirlas; cada equipo de trabajo tiene señalado su papel en el gran drama de la producción. En realidad, las cosas rara vez funcionan de esta manera y todo buen jefe de personal lo sabe.

Superpuesta al plano de la organización se encuentra una red mucho más sutil y mucho menos visible de grupos humanos, con sus lealtades, prejuicios, antipatías y (lo más importante) sus códigos de conducta. La sociología industrial está llena de datos sobre las operaciones de esta red informal, que siempre existe en diferentes grados de ajuste o de conflicto con el sistema oficial. Una coexistencia muy parecida de la organización formal y la informal, se encontrará siempre que grandes cantidades de hombres trabajen o vivan juntos bajo un sistema de disciplina: en las organizaciones militares, las prisiones, los hospitales, las escuelas, retomando a las misteriosas alianzas que establecen los niños entre sí y que sus padres disciernen sólo rara vez. Una vez más, el sociólogo se esforzará por penetrar la cortina de humo de las versiones oficiales de la realidad (la del capataz, el funcionario, el maestro) y tratará de entender las señales que le llegan del "mundo terrenal" (las del obrero, del recluta y del escolar).

Permítasenos considerar un ejemplo más. En los países occidentales, y especialmente en los Estados Unidos, se da por sentado que los hombres y las mujeres se casan porque están enamorados. Existe una mitología popular ampliamente fundamentada acerca del carácter del amor como una emoción violenta e irresistible que se arraiga en donde quiere, un misterio que constituye la meta de la mayoría de los jóvenes y a menudo también de los que no son tan jóvenes. Sin embargo, en cuanto investigamos cuál es la gente que se casa realmente, descubrimos que las flechas de Cupido parecen estar dirigidas bastante firme mente dentro de canales muy definidos de dase, ingresos, educación y antecedentes raciales y religiosos. Si investigamos entonces un poco más en la conducta a la que se comprometen antes del matrimonio, de acuerdo con el eufemismo bastante engañoso del "noviazgo", descubrimos canales de interacción frecuentemente rígidos hasta el punto de parecer un ritual. Empezamos a sospechar que, en Ja mayor parte de las ocasiones, no es tanto la emoción del amor la que crea un tipo determinado de relación, sino que las relaciones cuidadosamente definidas de antemano y a menudo planeadas generan finalmente la emoción deseada. En otras palabras, cuando se cumplen o son erigidas ciertas condiciones, nos permitimos "enamoramos".

El sociólogo que investiga nuestras normas de "noviazgo" y matrimonio, pronto descubre una compleja trama de motivos relacionados en muchas formas con toda la estructura institucional dentro de la cual un individuo pasa su vida: la clase, la profesión, las ambiciones económicas y las aspiraciones de poder y prestigio. El milagro del amor empieza a parecemos ahora un poco sintético. Por otra parte, esto no significa necesariamente que en algún caso determinado el sociólogo declare que la interpretación romántica es una ilusión. Pero, una vez más, mirará más allá de las interpretaciones proporcionadas directamente y aprobadas públicamente. Contemplando a una pareja que contempla a su vez la luna, el sociólogo no necesita sentirse forzado a negar el choque emocional de la escena así iluminada. Pero observará el mecanismo que participó en la construcción de la escena en sus aspectos no lunares: el índice de condición social que es el automóvil desde el cual se realiza la contemplación, los cánones de gusto y de táctica que determinan la indumentaria de los enamorados, las muchas formas en que el lenguaje y el porte los sitúa socialmente y por lo mismo la posición social y lo intencional de toda la actividad.

A estas alturas puede resultar evidente que los problemas que interesarán al sociólogo no son necesariamente los que otra gente puede llamar "problemas". La manera en que los funcionarios públicos y los periódicos (y, ¡ay!, algunos libros de texto en materia de sociología) hablan acerca de los "problemas sociales", sirve para obscurecer este hecho. La gente habla generalmente de un "problema social" cuando algo en la sociedad no funciona en la forma en que se supone que debería hacerlo según las interpretaciones oficiales. En ese caso, esperan que el sociólogo estudie el "problema" tal como ellos lo han definido y que tal vez dé una "solución" que atienda el asunto a su propia satisfacción. En contraste con este tipo de expectativa, es importante comprender que un problema sociológico es, en este sentido, algo totalmente diferente de un "problema social". Por ejemplo, es ingenuo concentrarse en el crimen como un "problema" porque los organismos que ponen en vigor las leyes lo definen de esta manera, o en el divorcio porque éste es un problema para los moralistas del matrimonio. Un ejemplo aún más patente, el "problema" del capataz que consiste en lograr que sus hombres trabajen con más eficiencia, o el del oficial de línea para hacer que sus tropas ataquen con más entusiasmo al enemigo, no son de ninguna manera un problema para el sociólogo (dejando fuera de consideración por el momento el hecho probable de que el sociólogo al que se le ha pedido que estudie tales "problemas" esté empleado por la corporación o por el ejército) . El problema sociológico es siempre la comprensión de los factores que intervienen en este punto en términos de interacción social. Así, el problema sociológico no consiste tanto en saber por qué algunas cosas "funcionan mal" desde el punto de vista de las autoridades y de la administración de la escena social, sino, en primer lugar, cómo funciona todo el sistema, qué conjeturas pueden extraerse de él y por qué medios se mantiene sin interrupción. El problema sociológico fundamental no es el crimen, sino la ley; no es el divorcio, sino el matrimonio; no es la discriminación racial, sino la estratificación definida racialmente; ni la revolución, sino el gobierno.

Este punto puede explicarse más ampliamente con un ejemplo. Consideremos un centro de asistencia social en un barrio de la clase más baja que trata de apartar a los adolescentes de la actividades públicamente reprobadas de una pandilla juvenil. El marco de referencia dentro del cual definen los "problemas" de esta situación los trabajadores sociales y los oficiales de la policía está constituido por el mundo de los valores respetables y públicamente aprobados de la clase media. El hecho de que los adolescentes anden de un lado para otro en automóviles robados constituye un "problema", pero es una "solución" si en lugar de ello juegan partidas de grupo en el centro de asistencia. Pero si cambiamos el marco de referencia y observamos la situación desde el punto de vista de los líderes de la pandilla juvenil, los "problemas" son definidos en un orden inverso. Es un "problema" para la solidaridad de la pandilla si sus miembros son seducidos a alejarse de las actividades que dan prestigio a la pandilla dentro de su propio mundo social, y sería una "solución" si los trabajadores sociales regresasen al infierno de la parte alta de la ciudad de donde vinieron. Lo que para un sistema social constituye un "problema" es la rutina normal para otro, y viceversa. Lealtad y deslealtad, solidaridad y apartamiento son definidos en términos contradictorios por los representantes de los dos sistemas. Ahora bien, el sociólogo puede considerar, en términos de sus propios valores, más conveniente la respetabilidad de la clase media y en consecuencia puede desear colaborar con el centro de asistencia, el cual constituye su avanzada misionera in partibus infidelium. Sin embargo, esto no justifica la identificación de los dolores de cabeza del director con los que son "problemas" desde el punto de vista sociológico. Los "problemas" que el sociólogo deseará resolver atañen a una comprensión de toda la situación social, a los valores y modos de acción en ambos sistemas y a la manera en que los dos sistemas coexisten en el espacio y el tiempo. En realidad, esta misma capacidad para observar una situación desde las posiciones ventajosas de los sistemas de interpretación en competencia, es una de las marcas distintivas de la conciencia sociológica, como lo veremos después más claramente.

Por lo tanto, quisiéramos afirmar que existe un motivo de desenmascaramiento y demostración de mentira o exageración inherente a la conciencia sociológica. El sociólogo se verá forzado, una y otra vez, por la lógica misma de su disciplina, a bajar del pedestal los sistemas sociales que estudia. Esta tendencia a desenmascarar no se debe forzosamente al temperamento o a las inclinaciones del soció­logo. En realidad, puede suceder que el sociólogo, que como individuo puede ser de una disposición conciliatoria y totalmente desafecto a alterar las cómodas suposiciones en las que basa su propia existencia social, se vea obligado, no obstante, por su trabajo, a hacer frente a lo que dan por sentado las personas que lo rodean. En otras palabras, quisiéramos afirmar que las raíces del motivo para desenmascarar en sociología, no son sicológicas, sino metodológicas. El marco de referencia sociológico, con su procedimiento —que forma parte de su estructura misma— de buscar niveles de realidad diferentes de los que se dan en las interpretaciones oficiales de la sociedad, lleva consigo un imperativo lógico de desenmascarar las simulaciones y la propaganda por medio de la cual los hombres encubren sus mutuas acciones. Este imperativo de desenmascaramiento es una de las características de la sociología, particularmente en nuestro país en las condiciones de la era moderna.

La tendencia al desenmascaramiento que existe en el pensamiento sociológico, puede ser ejemplificada por una variedad de fenómenos que se han producido dentro del campo. Por ejemplo* una de las tesis principales de la sociología de Weber es la de las consecuencias involuntarias e inesperadas que pueden tener las acciones humanas en la sociedad. La obra más famosa de Weber, The Protestant Ethic and the Spirit of Capitalism, en la cual demuestra la relación entre ciertas consecuencias de los valores protestantes y el desarrollo del carácter capitalista, a menudo ha sido mal interpretada por los críticos precisamente porque no comprendieron esta tesis. Tales críticos han señalado que los pensadores protestantes citados por Weber nunca tuvieron la intención de que sus enseñanzas fuesen aplicadas de manera de producir los específicos resultados económicos en cuestión. En forma precisa, Weber sostuvo que la doctrina calvinista de la predestinación llevaba a la gente a conducirse de una forma que él llamaba "ascé­tica en las cosas mundanas internas", o sea, de una manera en que se preocupa intensa, sistemática y desinteresadamente por las cuestiones de este mundo, especialmente por los asuntos económicos. Los críticos de Weber han señalado entonces que nada más lejos del pensamiento de' Calvino y de los demás líderes de la Reforma calvinista. Pero Weber nunca sostuvo que el pensamiento calvinista tuviese la intención de producir estos patrones de acción econó­mica. Por el contrario, él sabía muy bien que sus intenciones eran totalmente diferentes. Las consecuencias sobrevinieron independientemente de las intenciones. En otras palabras, la obra de Weber (y no solamente la parte famosa de ella que acabamos de mencionar) nos proporciona una imagen vivida de la ironía de las acciones humanas/ Así pues, la sociología de Weber nos brinda una antítesis radical respecto a todos los criterios que consideran la historia como la realización de las ideas o como el fruto de los esfuerzos deliberados de los individuos o las colectividades.

Esto no significa de ninguna manera que las ideas no sean importantes. No quiere decir que el producto de las ideas por regla general sea muy diferente de lo que planearon o esperaron las personas que tuvieron las ideas primero. Un conocimiento tal del aspecto irónico de la historia es tranquilizante, constituye un fuerte antídoto para todos los tipos de utopías revolucionarías.

La tendencia de la sociología a desenmascarar se encuentra implícita en todas las teorías sociológicas que hacen hincapié en el carácter autónomo de los procesos sociales. Por ejemplo, Emile Durkheim, fundador de la escuela más importante en la sociología francesa, recalcó que la sociedad era una realidad sui generis, esto es, una realidad que no podía reducirse a factores sicológicos o de otro tipo en los diferentes niveles del análisis. El efecto de esta insistencia ha sido un soberano desprecio por los motivos y designios aplicados individualmente en el estudio realizado por Durkheim de los diversos fenómenos. Quizá esto se manifiesta de manera más sutil en su bien conocido estudio del suicidio, en la elaboración de este título, en el cual las intenciones individuales de los que cometen o tratan de cometer suicidio se excluyen por completo del análisis a favor de las estadísticas relacionadas con las diferentes características sociales de- estos individuos. En la perspectiva de Durkheim, vivir en sociedad significa existir bajo el dominio de la lógica de dicha sociedad. Muy a menudo los hombres actúan de acuerdo con esta lógica sin siquiera conocerla. /Por tanto, jara descubrir la dinámica interior de la sociedad, con frecuencia el sociólogo ha de haca* caso omiso de las respuestas que darían a sus preguntas los propios representantes sociales y buscar explicaciones que se ocultan a su propio conocimiento. Este enfoque esencialmente durkheimiano se ha trasladado al enfoque teó­rico llamado ahora funcionalismo. En el análisis funcional se analiza la sociedad en términos de sus propias obras como sistema, obras que a menudo resultan obscuras u opacas para los que actúan dentro del sistema. El sociólogo contemporáneo Robert Merton ha expresado muy bien este enfoque en sus conceptos de las funciones "manifiestas" y "latentes". Las primeras son las funciones conscientes y deliberadas de los procesos sociales, las últimas son las inconscientes e involuntarias. Así, la función "manifiesta" de la legislación contra las casas de juego puede ser suprimir el juego, y su función "latente" crear un imperio ilegal para los sindicatos de tahúres. O las misiones cristianas en algunas partes del África "manifiestamente" trataban de convertir a los africanos al cristianismo y "latentemente" ayudaban a destruir las culturas de las tribus indígenas, proporcionando así un importante impulso para el logro de una rápida transformación social. O el control del partido comunista sobre todos los sectores de la vida social en Rusia, cuya función "manifiesta" era asegurar la perpetuación del dominio del carácter revolucionario, y la "latente", crear una nueva clase de cómodos burócratas misteriosamente burgueses en sus aspiraciones y cada vez menos inclinadas a la abnegación que implica la consagración belchevique. O la función "manifiesta" de muchas organizaciones voluntarias en los Estados Unidos es la sociabilidad y el servicio público, y la fundón "latente", asignar índices de condición social a las personas autoriza* das para pertenecer a tales asociaciones.

El concepto de "ideología", central en algunas teorías sociológicas, podría servir como un ejemplo más de la tendencia a desenmascarar, de la que nos ocupamos antes. Los sociólogos hablan de "ideología" al examinar los puntos de vista que sirven para buscar una explicación racional a los intereses creados de algún grupo. Con mucha frecuencia tales puntos de vista deforman sistemáticamente la realidad social de manera muy parecida a un individuo que neuróticamente niega, deforma o interpreta aspectos de su vida que le resultan molestos. El importante enfoque del sociólogo italiano Vilfredo Pareto tiene un lugar central para esta perspectiva, y, como veremos en uno de los siguientes capítulos, el concepto de "ideología" resulta esencial para el enfoque llamado la "sociología del conocimiento". En tales análisis, las ideas por medio de las cuales los hombres explican sus acciones son desenmascaradas como vanas ilusiones, el tipo de "sinceridad" que David Riesman ha descrito atinadamente como el estado de la mente de un hombre que generalmente cree en su propia propaganda. De esta manera, podemos hablar de "ideología" cuando analizamos la creencia de muchos, médicos estadounidenses de que las normas de salud declinarán si es abolido el método de pago de "honorarios por servicio" o la convicción de muchos empresarios de pompas fúnebres de que los funerales baratos demuestran falta de cariño por el difunto, o la manera en que definen su actividad como "educativa" los maestros de ceremonias de los programas de preguntas en la televisión. La imagen de sí mismo del vendedor de seguros como asesor paternal de las jóvenes familias, de las coristas del teatro frívolo como artistas, del propagandista como experto en comunicaciones, la del verdugo como un servidor público; todas estas opiniones no son únicamente alivios individuales de la culpabilidad o la ansiedad por la posición, sino que constituyen las interpretaciones oficiales de todos los grupos sociales, obligatorias para sus miembros bajo pena de excomunión. Al revelar la utilidad social de las pretensiones ideológicas, el sociólogo tratará de no parecerse a los historiadores de quienes dijo Marx que el tendero de la esquina sabe mejor que ellos la diferencia que existe entre lo que un hombre realmente es y lo que pretende ser. El motivo de la sociología para colocar las cosas en la realidad yace en esta penetración de las cortinas de humo verbales hasta llegar a los móviles de la acción no admitidos y a menudo desagradables.

Hemos sugerido antes que es probable que la candencia sociológica surja cuando se tornen débiles o vacilantes las interpretaciones de la sociedad comúnmente aceptadas o expuestas de manera autoritaria. Como hemos dicho antes, existe un buen argumento a favor de juzgar los orígenes de la sociología en Francia (la madre patria de la disciplina) en función de un esfuerzo por hacer frente intelectualmente a las consecuencias de la Revolución Francesa, no sólo las del gran cataclismo de 1789, sino las derivadas de lo que De Tocqueville llamó la Revolución continua del siglo xix. En el caso de Francia, no es difícil imaginar la sociología frente al medio ambiente de las rápidas transformaciones de la sociedad moderna, el derrumbamiento de las fachadas, la deformación de las antiguas creencias y la aparición en la escena social de fuerzas nuevas realmente temibles. En Alemania, el otro país europeo en el que surgió un importante movimiento sociológico en el siglo xix, la cuestión tiene un aspecto totalmente diferente.

Si se nos permite citar una vez más a Marx, diremos que los alemanes tenían la tendencia a practicar en los estudios de los catedráticos las revoluciones que los franceses llevaban a cabo en las barricadas. Cuando menos una de estas raíces académicas de la revolución, tal vez la más importante, puede buscarse en el movimiento del pensamiento ampliamente cimentado que llegó a llamarse "historicismo", Este no es el sitio apropiado para investigar toda la historia de este movimiento. Basta con decir que representa un intento por abordar filosóficamente el sentido abrumador de la relatividad de todos los valores dentro de la historia. Este conocimiento de la relatividad fue un resultado casi necesario de la enorme acumulación de erudición histórica por parte de los alemanes en todos los campos concebibles. El pensamiento sociológico se basó al menos parcialmente en la necesidad de llevar orden y claridad a la impresión de caos que causó en ciertos observadores este conjunto de conocimientos históricos. Sin embargo, es innecesario subrayar que la sociedad del sociólogo alemán fue cambiando en torno a él tal como sucedió con la de su colega francés, a medida que Alemania se lanzó hacia el poderío industrial y la nacionalización en la segunda mitad del siglo xix. Sin embargo, no nos dedicaremos a estas cuestiones. Si retornamos a los Estados Unidos, el país en que' la sociología logró la aceptación más amplia, descubrimos asimismo un conjunto diferente de circunstancias, aunque también frente a un medio ambiente de cambio social rápido y profundo. Al observar esta evolución estadounidense, podemos descubrir otro motivo de sociología relacionados estrechamente con el de desenmascarar, aunque no idéntico a éste: su fascinación por el aspecto poco respetable de la sociedad.

Cuando menos en todas las sociedades occidentales es posible distinguir entre sectores respetables y no. respetables. En este sentido, la sociedad estadounidense no ocupa una posición única en su género. Pero la respetabilidad estadounidense posee una cualidad particularmente penetrante.

Tal vez esto puede atribuirse en parte a los prolongados efectos resultantes de las costumbres puritanas. Esto tiene que ver más probablemente con el papel predominante que desempeñó la burguesía en la formación de la cultura estadounidense. Sea cual sea su origen histórico, es fácil observar las fenómenos sociales en los Estados Unidos y situarlos cómodamente en uno de estos dos sectores. Podemos columbrar a los Estados Unidos oficiales y respetables representados simbólicamente por la Cámara de Comercio, las iglesias, las escuelas y otros centros de ceremonias cívicas.

Pero frente a este mundo de respetabilidad se encuentran los "otros Estados Unidos", presentes en todas las ciudades independientemente de su tamaño, unos Estados Unidos que poseen otros símbolos y se expresan en otro lenguaje. Este lenguaje es probablemente su marca de identificación más segura; es el lenguaje de la sala de apuestas y de los juegos de poker, de los bares, los burdeles y los cuarteles. Pero también es el lenguaje que comienza a emplearse con un suspiro de alivio entre dos vendedores que toman una copa en el coche salón cuando su tren deja tras las pequeñas y limpias aldeas del Medio Oeste en una mañana de domingo, con los limpios aldeanos entrando en tropel en los blanqueados santuarios. Es el lenguaje que se reprime cuando se está en compañía de damas o de clérigos y que debe su existencia principalmente a la transmisión oral de una generación a otra de Huckleberry Finns. (Si bien en años recientes el lenguaje ha encontrado una disposición literaria en algunos libros destinados a emocionar a las damas y a los clérigos.) Los "otros Estados Unidos" que hablan este lenguaje pueden encontrarse dondequiera que la gente es excluida, o se excluye a sí misma, del mundo decoroso de la clase media. Lo descubrimos en aquellos sectores de la clase trabajadora que no se han adelantado aún demasiado en el camino del aburguesamiento, en los barrios bajos, en los municipios poblados por casuchas y en aquellas partes de las ciudades que los sociólogos urbanos han llamado "zonas de transición". Lo encontramos expresado fuertemente en el mundo del negro estadounidense. También damos con él en los submundos de aquellas personas que por una razón u otra se han apartado voluntariamente de Main Street y de la Avenida Madison; en los obsesionados, los homosexuales, los vagabundos y demás "hombres marginales" en los mundos que se mantienen a salvo fuera de la vista en las calles en donde vive gente refinada que trabaja y se divierte en famille (aunque en algunas ocasiones estos mundos pueden resultar bastante convenientes para los varones pertenecientes a la clase de "gente refinada", precisamente en aquellas ocasiones en que se encuentran felizmente sans famille).

La sociología estadounidense, aceptada desde el principio tanto en los círculos académicos como por personas comprometidas en actividades benéficas, fue asociada desde sus albores con los Estados Unidos "oficiales", con el mundo de los autores de la política en la comunidad y en la nación. Hoy día, la sociología conserva esta respetable afiliación en la universidad, en los negocios y en el gobierno.

Este apelativo difícilmente hace que se arqueen las cejas, excepto las de los racistas de los Estados Unidos del Sur lo suficientemente cultos como para haber leído las notas a pie de página del decreto a favor de la segregación de 1954. Sin embargo, quisiéramos sostener que ha habido una importante corriente subterránea en la sociología estadounidense, referente a esos "otros Estados Unidos" del sucio lenguaje y actitudes desilusionadas, ese estado de ánimo que se resiste a ser impresionado, conmovido o confundido por las ideologías oficiales.

Esta perspectiva no respetable sobre la escena estadounidense puede observarse con más claridad en la figura de Thorstein Veblen, uno de los primeros sociólogos importantes de los Estados Unidos. Su propia biografía constituye un ejercido de la teoría del marginalismo: un carácter difícil y querellante; nacido en una granja noruega en la frontera del Estado de Wisconsin; adquirió el inglés como un lenguaje extranjero; mezclado toda su vida con individuos moral y políticamente sospechosos; un emigrado académico; seductor inveterado de las esposas de los demás.

La perspectiva lograda sobre los Estados Unidos desde este ángulo de visión puede encontrarse en la abierta sátira que aparece como una sangrienta amenaza en toda la obra de Veblen, de la cual la más famosa es su Theory of the Leisure Class, que observa despiadadamente desde la parte más baja las pretensiones de la haute bourgeoisie estadounidense. La opinión de Veblen de la sociedad puede sobreentenderse más fácilmente como una serie de ideas no rotarías: su comprensión del "consumo ostentoso", o "consumo de prestigio", comparado con el entusiasmo de la clase media por las "cosas más finas", su análisis de los procesos económicos en términos de manipulación y despilfarro comparados con el carácter de productividad estadounidense, su comprensión de las maquinaciones ,que tienen lugar en la especulación de bienes raíces comparadas con la ideología de la comunidad estadounidense; y, lo más satírico de todo, su descripción de la vida académica (en The Higher Learning in America) en términos del fraude y la presunción comparada con el culto estadounidense a la educación. No nos asociamos aquí con un cierto neoveblenismo que se ha puesto en boga entre algunos de los sociólogos más jóvenes estadounidenses, ni afirmamos que Veblen fue un gigante en el desarrollo de este campo.

Nos limitamos a señalar su irreverente curiosidad y su visión penetrante como las características de una perspectiva proveniente de aquellos lugares de la cultura en que uno se levanta para afeitarse el domingo alrededor del mediodía. Tampoco afirmamos que la visión penetrante sea un rasgo general de la poca respetabilidad. La estupidez y la lentitud de pensamiento probablemente se distribuyen en forma bastante equitativa en todo el espectro social. Pero donde existe inteligencia y donde ésta procura liberarse de las anteojeras de la respetabilidad, podemos esperar una visión más clara de la sociedad que en los casos en que se toma la fantasía retórica como si fuese la vida real.

Cierto número de cambios en los estudios empíricos de la sociología estadounidense proporcionan pruebas de esta misma fascinación por el aspecto poco respetable de la sociedad. Por ejemplo, reflexionando en el poderoso desarrollo de los estudios urbanos que se emprendieron en la Universidad de Chicago en la década 1920 nos sorprende la atracción aparentemente irresistible que ejercen sobre los investigadores los peores aspectos de la vida de la ciudad.

El consejo que da a sus discípulos Robert Park, la figura más importante en este desarrollo, en el sentido de que deben ensuciarse las manos con la investigación, con bastante frecuencia significa de manera literal un interés intenso en todas las cosas que los residentes de North Shore llamarían "sucias". En muchos de estos estudios sentimos la excitación de descubrir las picarescas partes bajas de la metrópoli: los estudios de la vida de los barrios bajos, del mundo melancólico de las casas de huéspedes, del Skid Row y de los mundos del crimen y la prostitución. Uno de los vástagos de la llamada "escuela de Chicago" es el estudio sociológico de los oficios o profesiones, debido en gran parte al trabajo de precursor de Everett Hughes y sus discí­pulos. Aquí encontramos también una fascinación con todos los mundos posibles en los que los seres humanos viven y hacen su vida, no sólo con los mundos de las profesiones respetables, sino con aquellos del chofer de taxi, del conserje de las casas de apartamentos, del boxeador profesional o del músico de jazz. La misma tendencia puede descubrirse en el curso de los estudios de la comunidad estadounidense que se llevaron a cabo a raíz de los famosos estudios Middletown de Robert y Helen Lynd. Estos estudios tuvieron que desviarse inevitablemente de las versiones oficiales de la vida de la comunidad para observar la realidad social de la comunidad no sólo desde la perspectiva del ayuntamiento sino también desde la de la cárcel de la ciudad. Tal procedimiento sociológico constituye tpso jacto una refutación de la respetable suposición de que únicamente ciertos aspectos del mundo deben considerarse seriamente.

No quisiéramos dar una impresión exagerada del efecto que tienen tales investigaciones en la conciencia de los sociólogos. Conocemos muy bien los elementos de indagación de intimidades y de romanticismo inherentes a algunas de ellas. También sabemos que muchos sociólogos participan de Heno en él respetable Weltanschauung como todos los demás miembros de la PTA (Asociación de Padres y Maestros) de su cuadra. No obstante, afirmaríamos que la conciencia sociológica nos predispone hacia un conocimiento del mundo diferente al de la respetabilidad de la clase media, un conocimiento que lleva en sí mismo las semillas de la no respetabilidad intelectual. En el segundo estudio Middletown, los Lynd nos proporcionan un análisis clásico de la mentalidad de los miembros de la clase media de los Estados Unidos en su serie de "afirmaciones obvias", o sea, las afirmaciones que representan un consenso tan marcado que las respuestas a cualquier pregunta que se haga respecto a ellas por regla general van precedidas de las palabras "por supuesto". "¿Es la nuestra una economía de libre empresa?" "¡Por supuesto!" "¿Tomamos todas nuestras decisiones importantes mediante el proceso democrático?" "¡Por supuesto!" "¿Es la monogamia la forma natural del matrimonio?" "¡Por supuesto!" El sociólogo, por muy conservador y conformista que pueda ser en su vida privada, sabe que pueden surgir serias controversias acerca de cada una de estas "afirmaciones obvias". Par el solo hecho de saberlo llega hasta el umbral de la no respetabilidad.

Este motivo no respetable de la conciencia sociológica no denota necesariamente una actitud revolucionaria. Quisiéramos ir aún más lejos y expresar la opinión de que la comprensión sociológica es hostil a las ideologías revolucionarias, no porque tenga cierta especie de tendencia con» servadora, sino porque observa no solamente a través de las ilusiones del statu quo presente, sino también a través de las expectativas ilusionadas respecto a futuros posibles, siendo estas expectativas el alimento espiritual acostumbrado del revolucionario. La sobriedad no revolucionaria y moderada de la sociología tiene para nosotros un valor muy alta Desde el punto de vista de nuestros valores, es mucho más lamentable el hecho de que la comprensión sociológica no lleve necesariamente por sí misma a una mayor tolerancia con respecto a las flaquezas del género humano. Es posible observar la realidad social con compasión o con cinismo, ya que ambas actitudes son compatibles con una visión penetrante. Pero, ya sea que se resuelva o no a adoptar una actitud de simpatía humana hacía los fenómenos que estudia, en cierta medida el sociólogo se apartará de las actitudes que se dan por sentadas de su sociedad. La no respetabilidad, cualesquiera que sean sus ramificaciones en las -emociones y en la voluntad, debe seguir siendo una posibilidad constante en la mente del sociólogo. Esta posibilidad puede segregarse del resto de su vida, obscurecida por los estados mentales rutinarios de la existencia diaria, e incluso rechazarse ideológicamente.

Sin embargo, la respetabilidad global del pensamiento significará invariablemente la muerte de la sociología. Esta es una de las razones de por qué la sociología auténtica desaparece prontamente de la escena en los países totalitarios, como lo ilustra el caso de la Alemania nazi. Por deducción, el modo de ver sociológico siempre es potencialmente peligroso para las mentes de los policías y otros guardianes del orden público, ya que tenderá a hacer relativa la demanda por una rectitud absoluta en la que gustan de apoyarse tales mentalidades.

Antes de concluir el capítulo, quisiéramos observar una vez más este fenómeno de relativización del que ya nos hemos ocupado ligeramente en unas cuantas ocasiones. Quisiéramos decir ahora explícitamente que la sociología armoniza tanto con las condiciones de la era moderna precisamente porque representa el conocimiento de un mundo en el que los valores se han hecho radicalmente relativos.

Esta relativización ha llegado hasta el punto a ser una parte de la imaginación cuotidiana que nos resulta difícil comprender por completo cuán unidas y absolutamente ligadas han estado —y en algunos lugares lo están aún— las visiones del mundo de otras culturas. El sociólogo estadounidense: Daniel Lemer; en su estudio de los países del Oriente Medio (The Passing of Traditional Society), nos ha proporcionado un retrato vivido de lo que significa el "modernismo" como un tipo de estado consciente enteramente nuevo en aquellos países. Para la mentalidad tradicional, somos lo que somos, el lugar donde estamos, y ni siquiera es posible imaginar cómo podríamos ser algo diferente. En cambio, la mentalidad moderna es móvil, participa por substitución imaginaria en las vidas de personas que residen en lugares diferentes del nuestro y puede imaginarse fácilmente cambiando de oficio o de residencia.

Así pues, Lemer descubrió que algunos de los analfabetos que respondieron a sus cuestionarios sólo podían responder con risa a la pregunta de qué harían si se encontrasen en el lugar de sus gobernantes, y que ni siquiera tomaron en cuenta la pregunta de en qué circunstancias estarían dispuestos a marcharse de su pueblo nativo. Otra manera de exponer esto sería decir que las sociedades tradicionales señalan a sus miembros identidades definidas y permanentes. En la sociedad moderna la propia identidad es insegura y fluida. No sabemos realmente lo que se espera de nosotros como gobernantes, como padres, como personas cultas o como individuos sexualmente normales. Generalmente, en ése caso necesitamos que diversos expertos nos lo digan.

El director de un club de libros nos dice qué es la cultura, el decorador de interiores el gusto que debemos tener y el sicoanalista quiénes somos. Vivir en una sociedad moderna significa vivir en el centro de un calidoscopio de papeles siempre cambiantes.

Una vez más, debemos resistir la tentación de extendemos en este punto, puesto- que ello nos apartaría de nuestro argumento desviándonos hacia una exposición general de la sicología social de la existencia moderna. En lugar de ello, quisiéramos recalcar el aspecto intelectual de esta situación, ya que es en este aspecto en el que observaríamos una importante dimensión del conocimiento sociológico. La proporción sin precedentes de la movilidad geográfica y social que existe en la sociedad moderna, significa que hemos llegado a estar expuestos a una variedad nunca vista de formas de observar el mundo. Los conocimientos de otras culturas que podríamos reunir viajando, son conducidos hasta nuestra propia sala a través de los medios publicitarios en masa. En otro tiempo, alguien definió el refinamiento urbano como la capacidad para permanecer totalmente imperturbable cuando vemos frente a nuestra casa a un hombre ataviado con un turbante y un taparrabo, con una serpiente enroscada en tomo a su cuello, tocando una especie de tambor oriental al mismo tiempo que conduce calle abajo a un tigre amarrado. Sin duda, existen grados para este refinamiento, pero todo niño que ve la televisión la adquiere en cierta medida. También, indudablemente, esta falta de simplicidad es generalmente sólo superficial y no se extiende de ningún aferramiento a los modos de vida alternativos. No obstante, la posibilidad enormemente dilatada de viajar, en persona y por conducto de la imaginación, denota cuando menos potencialmente el conocimiento de- que nuestra propia cultura, incluyendo sus valores básicos, es relativa en espacio y tiempo. La movilidad social, o sea, el movimiento de un estrato social a otro, aumenta este efecto relativista.

Siempre que se lleva a cabo una industrialización, se inyecta un nuevo dinamismo al sistema social. Las masas empiezan a cambiar su posición social, en grupos o individualmente. Y por regla general este -cambio se realiza en dirección "ascendente". Con este movimiento la vida de un individuo comprende una notable jomada, no sólo a través de una diversidad de grupos sociales, sino de los universos intelectuales asignados, por decirlo así, a estos grupos.

Así, el encargado de la correspondencia religiosa bautista que solía leer el Reader’s Digest se convierte en un joven ejecutivo episcopal que lee el New Yorker, o la esposa cuyo marido llega a ser presidente de una de las facultades de una universidad puede cambiar de lectura pasando de la lista de libros que más se venden, a Proust o Kafka.

En vista de esta fluidez general de las maneras de ver el mundo en la sociedad moderna, no debe sorprendemos que nuestra época se haya caracterizado por la transformación. Ni debe sorprendemos que especialmente los intelectuales se hayan mostrado dispuestos a cambiar radicalmente y con una asombrosa, frecuencia sus modos de ver el mundo. El atractivo intelectual de los sistemas de pensamiento introducidos firmemente, y teóricamente cerrados tales como el catolicismo o el comunismo, con frecuencia ha sido objeto de grandes comentarios. El sicoanálisis en todas sus formas puede considerarse como un mecanismo institucionalizado de conversión o transformación, en el cual el individuo cambia no sólo la opinión que tiene de sí mismo sino del mundo en general. La popularidad de un sinnúmero de cultos y credos nuevos, presentados en diferentes grados de refinamiento intelectual según el nivel educativo de sus adeptos, es una manifestación más de esta, tendencia de nuestros contemporáneos hada la transformación. Tal parece como si el hombre moderno, y especialmente el que tiene un nivel elevado de educación, se encuentra en un estado perpetuo de duda acerca de su propia naturaleza y de la del universo en el que vive. En otras palabras, el conocimiento de la relatividad, que probablemente en todas las épocas ha sido propiedad exclusiva de un pequeño grupo de intelectuales, aparece en la actualidad como una amplia realidad intelectual que penetra profundamente en las clases más bajas del sistema social.

No queremos dar la impresión de que este sentido de relatividad y la tendencia resultante a cambiar todo nuestro Weltanschauung, son manifestaciones de inmadurez intelectual o emocional. Indudablemente no hemos de tomar con demasiada seriedad algunos símbolos de este patrón.

No obstante, nos atreveríamos a sostener que un patrón esencialmente similar se convierte prácticamente en un destino incluso en las actividades intelectuales más serías. Es imposible existir con un conocimiento pleno en el mundo moderno, sin darnos cuenta de que los compromisos morales, políticos o filosóficos son relativos; que, según las palabras de Pascal, lo que es verdadero en un lado de los Pirineos es erróneo en el otro. Un trabajo intenso con los sistemas de significado más plenamente elaborados de que disponemos en nuestros días, nos proporciona una comprensión verdaderamente asombrosa de la manera en que estos sistemas pueden damos una interpretación total de la realidad, dentro de la cual incluiremos una interpretación de los sistemas alternativos, y de las formas de trasladarnos de un sistema a otro. El catolicismo puede tener una teoría del comunismo, pero el comunismo corresponde la galantería e introducirá a su vez una teoría del catolicismo. Para el pensador católico, los comunistas viven en un mundo obscuro de ilusión materialista respecto al significado auténtico de la vida. Pero los comunistas, su adversario católico se ve atrapado irremediablemente en la "falsa conciencia" de una mentalidad burguesa. Para el psicoanalista, tanto el católico como el comunista pueden estar representando teatralmente al nivel intelectual los impulsos inconscientes que en realidad los mueve. Y el sicoanálisis puede constituir para el católico un escape de la realidad del pecado y para el comunista una evasión de las realidades de la sociedad. Esto significa que la elección del punto de vista del individuo determinará la forma en que contemple retrospectivamente su propia biografía. Los prisioneros de guerra estadounidenses a quienes "lavaron el cerebro" los comunistas chinos, cambiaron por completo sus puntos de vista acerca de cuestiones sociales y políticas. Para los que regresaron a los Estados Unidos, este cambio representó una especie de enfermedad originada por prisiones externas, como un convaleciente que mira hacia atrás y reflexiona sobre un sueño delirante.

Pero para sus antiguos aprehensores esta conciencia transformada representa un breve destello de comprensión auténtica entre largos períodos de ignorancia. Y para los prisioneros que decidieron no regresar, su transformación puede parecer aún como el paso decisivo de la oscuridad a la luz.

En lugar de hablar de conversión (un término cargado de connotaciones religiosas), preferiríamos emplear el término más neutral de "alternación" para describir este fenómeno. La situación intelectual que acabamos de describir trae consigo la posibilidad de que un individuo pueda alternar de uno a otro entre sistemas de significado lógicamente contradictorios. Cada vez, el sistema de significado al que se adhiere le proporciona una interpretación de su existencia y de su mundo, incluyendo en esta interpretación una explicación del sistema de significado que acaba de abandonar. Asimismo, el sistema de significado le proporciona instrumentos para combatir sus propias dudas. La disciplina católica de confesonario, la "autocrítica", comunista y las técnicas sicoanalíticas de hacer frente a la "resistencia" sirven todas para el mismo propósito de impedir una separación del sistema de simplificado particular, permitiendo al individuo interpretar sus propias dudas en términos derivados del sistema mismo y conservándole de esta manera dentro de él. En los niveles más bajos del refinamiento existirán también diversos medios que se emplean para poner fin a preguntas que podrían amenazar la fidelidad del individuo al sistema, medios cuyo funcionamiento podemos observar en las acrobacias dialécticas incluso de grupos relativamente tan poco refinados como los Testigos de Jehová o los Musulmanes Negros.

Sin embargo, si resistimos la tentación de aceptar tales dialécticas y estamos dispuestos a enfrentamos con toda equidad a la experiencia de la relatividad que acarrea e) fenómeno de la alternación, entramos entonces en posesión de otra dimensión crucial del conocimiento sociológico: el conocimiento de que no solamente las identidades, sino también las ideas, son relativas a posiciones sociales especí­ficas. En uno de los capítulos posteriores veremos la importancia considerable que tiene este conocimiento para la comprensión sociológica. Baste decir aquí que este motivo relativizante es una más de las fuerzas motrices fundamentales de la actividad sociológica.

En este capítulo tratamos de bosquejar las dimensiones de la conciencia sociológica por medio del análisis de tres motivos: el del desenmascaramiento, él de la no respetabilidad el de la relativización. Para terminar, agregaremos a estos tres uno más, motivo mucho menos transcedental en sus inferencias, pero útil para redondear nuestra descripción: el motivo cosmopolita. Regresando a épocas muy antiguas, éste se desarrolló en ciudades que mostraron un espíritu abierto hacia el mundo, hacia otras maneras de pensar y de actuar. Ya sea que pensamos en Atenas o en Alejandría, en el París medieval o en la Florencia del Renacimiento, o en los turbulentos centros urbanos de la historia moderna, podemos identificar cierta conciencia cosmopolita que fue especialmente característica de la cultura de las ciudades. Por tanto, el individuo que no sólo es urbano sino también culto es aquel que, a pesar de lo apasionadamente devoto que pueda ser de su propia ciudad, anda errante por todo el amplio mundo en sus viajes intelectuales. Su mente, si es que no su cuerpo y sus emociones, se encuentra en su elemento dondequiera que existan otros hombres que piensan. Permítasenos decir que el conocimiento sociológico se caracteriza por el mismo tipo de cosmopolitismo. Esta es la razón de que un parroquialismo estrecho en sus focos de interés sea siempre una señal peligrosa para la empresa sociológica (señal peligrosa que, desgraciadamente, enarbolaríamos sobre bastantes estudios sociológicos en los Estados Unidos de nuestros días). La perspectiva sociológica es un criterio amplio, abierto y emancipado de la vida humana. En el mejor de los casos, el sociólogo es un hombre que gusta de otras tierras, interiormente abierto a la riqueza ilimitada de posibilidades humanas, ávido de nuevos horizontes y de nuevos mundos con significado humano. Probablemente ya no sea necesaria una elaboración más amplia para dejar sentado que este tipo de hombre puede desempeñar un papel particularmente útil en el curso de los acontecimientos actuales.

Peter Berger: La sociología como una forma de conciencia (Introducción a la sociología, 1963)
Peter Berger: Introducción a la sociología, 1963

Introducción a la sociología

Peter Berger

Cap. 4: La perspectiva sociológica: El hombre en la sociedad [El control social].

1963

Fuente: Berger, Peter. Introducción a la sociología. Editorial Limusa Wiley, México, 1967.




Índice de textos de Introducción a la sociología o Invitación a la sociología de Peter Berger (1963)

Peter Berger: La sociología como un pasatiempo individual (Cap. 1 de Introducción a la sociología, 1963)

Peter Berger: La sociología como una forma de conciencia (Cap. 2 de Introducción a la sociología, 1963)

Peter Beger: Alternación y biografía (Cap. 3 de Introducción a la sociología, 1963)

Peter Berger: El hombre en la sociedad. Control social, Estratificación social e Instituciones (Cap. 4 de Introducción a la sociología, 1963)

Una reseña de la obra 'Introducción a la sociología' de Peter Berger (1963)




Introducción a la sociología de Peter Berger (1963)

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