Peter Beger: Alternación y biografía (Introducción a la sociología, 1963)

Apéndice explicativo: Alternación y biografía

(o: cómo adquirir un pasado fabricado de antemano)

Peter Berger

Cap. 3 de Introducción a la sociología


En el capítulo anterior tratamos de demostrar cómo es particularmente probable que la conciencia o conocimiento sociológico surja en una situación cultural caracterizada por lo que hemos denominado "alternación", o sea, la posibilidad de elegir entre sistemas de significado variable y a veces contradictorio. Antes de proseguir hacia la parte principal de nuestra exposición, que consistirá en un intento por bosquejar ciertos rasgos fundamentales de la perspectiva sociológica en la existencia humana, nos gustaría detenemos un momento más en este fenómeno de "alternación'', apartándonos un poco de nuestro derrotero y averiguando el significado que puede tener para el individuo que trata de comprender su propia biografía. Este apéndice explicativo puede dejar más claro el hecho de que el conocimiento sociológico no es únicamente un fantasma histórico intrigante que podemos estudiar provechosamente, sino también una alternativa vital para el individuo que trata de ordenar en cierta forma significativa los acontecimientos de su propia vida.

La opinión común sería que vivimos a través de una cierta secuencia de acontecimientos, más o menos importantes, la suma de los cuales constituye nuestra biografía.

Recopilar una biografía es, por lo tanto, registrar estos acontecimientos en orden cronológico o de acuerdo con su importancia. Pero inclusive un registro puramente cronológico crea el problema de cuáles son exactamente los acontecimientos que deben incluirse, puesto que evidente· mente no todo lo que hizo alguna vez la persona que intenta hacer el registro podría abarcarse. En otras palabras, inclusive un registro puramente cronológico nos obliga a poner en tela de juicio la importancia relativa de algunos acontecimientos. Esto se evidencia especialmente cuando juzgamos lo que los historiadores llaman "periodicidad". ¿Exactamente cuándo debemos considerar que comenzó la Edad Media en la historia de la civilización occidental? ¿Y en qué momento de la biografía de un individuo, llarnémosle Joe Blow, podernos suponer que su juventud ha llegado a su término? Generalmente, tales decisiones se toman basándose en los acontecimientos que el historiador o el biógrafo considera los "puntos decisivos, por ejemplo, la coronación de Cario Magno, o el día en que Joe Blow decide entrar en religión y permanecer fiel a su esposa. Sin embargo, incluso los historiadores y biógrafos más optimistas (e, igualmente importantes, los autobiógrafos) tienen momentos de duda al tratar de elegir ciertos acontecimientos particulares como los realmente decisivos. Pueden decir que tal vez lo que debería considerarse como el gran momento decisivo no sea la coronación de Cario Magno sino su conquista de los sajones. O quizá fue el momento en que Joe renunció a su ambición de convertirse en escritor el que debería señalar al principio de su edad madura. El decidirse por uno de estos acontecimientos al compararlo con el otro depende evidentemente nuestro propio marco de referencia.

Este hecho no se oculta totalmente del pensamiento común. Se Je toma en cuenta cuando pensamos que es necesaria cierta madurez antes de que podamos comprender realmente lo que ha sido, en conjunto, nuestra vida.

En consecuencia, el conocimiento completo de nosotros mismos es, por decirlo así, el que ocupa una posición epistemológicamente privilegiada. El Joe Blow de edad madura, al aceptar el hecho de que su esposa no se hará más bonita y que su empleo como ayudante del gerente de publicidad no se hará más interesante, observa retrospectivamente su pasado y llega a la conclusión de que sus antiguas aspiraciones de poseer muchas mujeres bellas y de escribir la novela más importante del medio siglo actual eran totalmente inmaduras. La madurez es el estado de la mente que se ha asentado, que está de acuerdo con el statu quo y que renuncia a los sueños extraviados de aventuras y realización. No es difícil comprender que tal idea de la madurez es sicológicarnente funcional, proporcionando al individuo una justificación por haber hecho más bajas sus miras. Tampoco es difícil imaginar cómo el joven Joe, dando por sentado que los augurios le serían propicios, habría de horrorizarse de su ego posterior como de una imagen de la desesperación y del fracaso. En otras palabras, nos atreveríamos a afirmar que la idea de la madurez suscita realmente el interrogante de lo que esto no importante en nuestra propia biografía. Lo que puede parecer una madurez sazonada desde cierto punto de vista, puede interpretarse desde otro como una transacción cobarde. Por desgracia, el hacerse más viejo no equivale necesariamente a hacerse más sabio. Y la perspectiva de hoy no tiene ninguna prioridad epistemológica sobre la de ayer, o la del año pasado. Incidentalmente, es este mismo reconocimiento el que hace que la mayoría de los historiadores de hoy día se muestren cautelosos ante cualquier idea de progreso o evolución en los asuntos humanos. Es demasiado cómodo pensar que nuestra propia época es el resumen de todo lo que los hombres han logrado hasta ahora, de manera que cualquier época pasada puede evaluarse de acuerdo con una escala de progreso, en términos de su cercanía o de su distancia del punto en el que nos encontramos ahora. Quizá el acontecimiento decisivo de la historia del hombre en este planeta tuvo lugar una tranquila tarde del año de 2405 A. C., cuando un sacerdote egipcio despertó de su siesta y supo repentinamente la respuesta final del gran enigma de la existencia humana, y expiró prontamente sin decírsela a nadie. Tal vez todo lo que ha sucedido en el mundo desde entonces es únicamente un postulado de poca importancia.

Posiblemente nadie puede saber, quizá con excepción de los dioses, y sus mensajes se nos figuran lamentablemente ambiguos.

Pero regresemos de una especulación tan metafísica a los problemas de la biografía; en consecuencia, parece ser que el curso de los acontecimientos que constituyen nuestra vida pueden estar sujetos a interpretaciones alternativas.

Esto no puede hacerlo únicamente el observador neutral, de manera que después de nuestra muerte, los biógrafos rivales pueden disputar acerca del significado real de alguna de nuestras acciones o palabras. Nosotros mismos tendemos a interpretar una y otra vez nuestra propia vida. Como ha demostrado Henry Bergsen, la memoria misma ~ un acto reiterado de interpretación. Al recordar el pasado, lo reconstruimos de acuerdo con nuestras ideas actuales acerca de lo que es importante y lo que no. Esto es lo que los sicólogos llaman "percepción selectiva", con la salvedad de que, generalmente, ellos aplican este concepto al presente. Esto significa que en cualquier situación, con fa casi .infinita cantidad de cosas que podrían advertirse en ella, tomamos nota únicamente de aquellas cosas que tienen importancia para nuestros propósitos inmediatos. Las demás las pasamos por alto. Pero en el presente, las cosas que hemos pasado por alto pueden penetrar en nuestra conciencia cuando alguien nos las hace notar. A menos que seamos literalmente locos, tendremos que reconocer que éstas existen, aunque recalquemos el hecho de que no nos interesan mucho. Pero las cosas pasadas que hemos decidido pasar por alto son mucho más inútiles comparadas con nuestro destructor olvido. Estas no se encuentran frente a nosotros haciéndose notar contra nuestra voluntad y sólo en muy raros casos (como por ejemplo, en los procesos criminales), nos enfrentamos a pruebas irrefutables.

Esto quiere decir que la opini6n común está totalmente equivocada al pensar que el pasado es fijo, inmutable e invariable cuando los comparamos con el flujo siempre cambiante del presente. Por el contrario, al menos dentro de nuestra propia conciencia, el pasado es dúctil y flexible y cambia constantemente a medida que nuestra memoria interpreta y explica de nuevo lo que ha sucedido. Así pues, poseemos tantas vidas como puntos de vista. Continuamos dando diferentes interpretaciones a nuestra biografía, poco más o menos como los stalinistas seguían escribiendo y reformando la Enciclopedia Soviética, atribuyendo una importancia decisiva a algunos acontecimientos mientras que otros eran relegados a un olvido ignominioso.

Podemos dar por sentado sin peligro alguno que este proceso de reconstitución del pasado (inherente posiblemente en el mero hecho del lenguaje) es tan antiguo como el horno sapiens, o tal vez como sus propios antecesores, y que este proceso ayudó a pasar los largos milenios en que los hombres hicieran muy poco aparte de golpear piedras lentamente con sus hachas de mano. Cada episodio que significa un paso hacia adelante es un acto de interpretación histórica y todo viejo sabio es un teórico del desarrollo histórico. Pero lo característicamente moderno es la frecuencia y rapidez con que se lleva a cabo cada nueva interpretación en las vidas de muchos individuos, y la situación cada vez más común en la que pueden elegirse diferentes sistemas de interpretación en este juego que consiste en crear de nuevo el mundo. Como ya hemos señalado en el capítulo anterior, la gran intensificación de la movilidad geográfica y social es una de las principales causas de esto. Daremos algunos ejemplos que pueden servir para aclarar aún más este punto.

La gente que está en movimiento físicamente es a menudo la que está también en movimiento en su comprensión y conocimiento de sí misma. Consideremos las sorprendentes transformaciones de identidad y de imagen de uno mismo que pueden originarse de un simple cambio de residencia. Algunos sitios sirven como las ubicaciones clásicas en las que se producen tales transformaciones casi en cadena. Por ejemplo, no podemos comprender Greenwich Village sin comprender Kansas City. Desde su principio como un lugar de reunión de todos los seres interesados en cambiar su identidad, ha actuado como un instrumento sociosicológico a través del cual pasan los hombres y mujeres como a través de una retorta mágica, entrando como circunspectos habitantes de los estados del Medio Oeste y saliendo como inmorales descarriados. Lo que antes era decente es indecoroso después, y viceversa.

Lo que solía ser tabú, se torna de rigueur; lo que era obvio se hace risible; y lo que solía ser nuestro mundo se convierte en algo que debemos superar. Indudablemente, el llevar a cabo una transformación tal implica una nueva interpretación de nuestro pasado y, además, una interpretación radical. Ahora nos damos cuenta de que los grandes cataclismos emocionales del pasado no fueron más que sacudidas pueriles y que aquellas personas que considerábamos muy importantes en nuestra vida, después de todo no fueron más que unos limitados provincianos. Los acontecimientos de los que solíamos estar orgullosos, son ahora episodios embarazosos de nuestra prehistoria. Incluso podemos apartarlos de nuestra memoria si están demasiado en desacuerdo con la idea que deseamos tener ahora de nosotros mismos. Así, el radiante día en que nos tocó pronunciar las palabras de despida al final del curso, deja lugar, cuando reconstruimos nuestra biografía, a una tarde aparentemente poco importante en que por primera vez tratamos de dedicamos a la pintura, y en lugar de considerar como el punto de partida de una época la fecha en que abrazamos la causa de Jesús en la capilla de un campamento de veraneo, consideramos como nuestro momento decisivo aquella ocasión --que antes fue motivo de una angustiosa vergüenza y ahora consideramos el momento decisivo de nuestra propia realización- en que perdimos nuestra virginidad en la parte trasera de un automóvil estacionado. Pasamos la vida reformando nuestro calendario de días feriados, levantando y derribando los postes de señales que marcan nuestro progreso a través del tiempo hacia realizaciones siempre recién definidas. Porque ya ahora estaremos seguros de que ninguna magia es tan poderosa como para que no pueda contrarrestarse con un sello más nuevo. Más tarde, Greenwich Village puede llegar a ser solamente una fase más en nuestra vida, un experimento e incluso un error más. Las antiguas marcas pueden rescatarse de los escombros de cronologías que ya han sido descartadas. Por ejemplo, la experiencia de la conversión en el campo religioso puede resultar después e} primer paso incierto hacia la verdad que ahora comprendemos por completo al hacernos católicos. Y podemos imponer al mismo pasado tipos de arreglo totalmente nuevos. Por ejemplo, podemos descubrir en nuestro sicoanálisis que tanto la conversión como la iniciación sexual, el acto que nos enorgullecía y el que nos avergonzaba, y tanto la primera como la posterior interpretación que dimos a estos acontecimientos, fueron parte y parcela del mismo síndrome neurótico: Y así sucesivamente ad infinitum-y ad nauseam.

Para evitar que los párrafos anteriores tuvieran la apariencia de una novela de la época victoriana, hemos sido parcos en el empleo de comillas. A pesar de todo, ahora será evidente que nos expresemos irónicamente al hablar de que esto se "comprendió" o que aquello se "descubrió".

La comprensión "verdadera" de nuestro pasado depende de nuestro punto de vista. Y éste, indudablemente, puede cambiar. Por lo tanto, la "verdad" no es sólo una cuestión de geografía, sino de la hora del día. El "discernimiento" de hoy se transforma en el "raciocinio" de mañana, y al revés.

La movilidad social (el movimiento de un nivel a otro de la sociedad) tiene consecuencias muy similares en términos de la nueva interpretación de nuestra vida de acuerdo con la movilidad geográfica. Consideremos la manera en que cambia la imagen de sí mismo de un hombre que asciende en la escala social. Tal vez el aspecto más triste de este cambio es la forma en que interpreta ahora sus relaciones con la gente y los acontecimientos que solían llegarles más de cerca. Por ejemplo, todo lo relacionado con la Pequeña Italia de nuestra niñez sufre un cambio malévolo cuando lo observamos desde el punto ventajoso del hogar suburbano que finalmente hemos logrado tener. La muchacha con la que soñábamos a los quince años se transforma en una campesina ignorante, aunque bonita.

Las amistades de nuestra pubertad se convierten en recordatorios irritantes de una embarazosa personalidad anterior que dejamos atrás hace mucho tiempo, junto con las antiguas ideas acerca del honor, la magia y el patriotismo de esquina. Inclusive nuestra madre, quien solía ser el orbe alrededor del cual giraba el universo) se ha convertido en una cándida ancianita italiana a la que ocasionalmente debemos apaciguar con el despliegue fraudulento de una vieja personalidad que ya no existe. Por otra parte, en este cuadro existen elementos que son probablemente tan viejos como el género humano, ya que el fin de la niñez ha significado siempre el eclipse de los dioses. Lo nuevo es que en nuestro tipo de sociedad existan tantos niños que no sólo llegan a la edad adulta, sino que al hacerlo, entran en mundos sociales totalmente fuera de la comprensión de sus padres. Esta es una consecuencia inevitable de la movilidad social masiva. Por tener una gran movilidad la sociedad estadounidense durante un largo período de tiempo, aparentemente muchos estadounidenses emplean años de su vida interpretando sus propios antecedentes, revelando una y otra vez (a sí mismos y a los demás) la historia de lo que han sido y de aquello en que se han convertido, destruyendo en este proceso a sus padres en un ritual de sacrificio de la mente. Es innecesario añadir que las frases "lo que han sido" y "aquello en que se han convertido" deben estar entre comillas. Incidentalmente, no es extraño que la mitología freudiana del parricidio haya encontrado fácilmente crédito en la sociedad estadounidense, especialmente en aquellos sectores de ella que en épocas recientes han formado la clase media, para los cuales tal redacción de biografías constituye una necesidad social de legitimar la posición social que hemos ganado con tantos esfuerzos.

Los ejemplos de movilidad social y geográfica ilustran simplemente en forma más sutil un proceso que se efectúa en toda la sociedad y en muchas situaciones sociales diferentes. El marido confesante que reinterpreta sus lances amorosos en el pasado con el fin de colocarlos en una línea ascendente que culmina en su matrimonio; la mujer recientemente divorciada que reinterpreta su matrimonio ab initio de tal forma que cada una de las etapas vividas sirven para explicar el fracaso final; el chismoso 'inveterado que reinterpreta sus diversas relaciones en cada nuevo grupo de chismografía al que se incorpora (explicando su relación con A a B de cierta forma, haciendo parecer que B es en realidad su amigo íntimo, para dar la vuelta acto seguido y sacrificar esta supuesta intimidad murmurando de B con A, y así sucesivamente} ; el hombre que ha descubierto un engaño en alguien en quien confiaba y. que pretende ahora que siempre había sospechado de él (pretendiéndolo tanto consigo mismo como con los demás): todos son seres que se entregan al mismo pasatiempo perenne de enmendar el destino rehaciendo la historia. Ahora bien, en la mayoría de estos casos, el proceso de reinterpretación es parcial, y en el mejor de los casos, semiconsciente. Una persona rectifica ciertas partes .del pasado, dejando intactas aquellas que puede incorporar en la imagen de sí misma que tiene en la actualidad. Y estas modificaciones y ajustes continuos en nuestro propio cuadro biográfico rara vez se integran en una definición clara y consecuente de nosotros mismos. Más bien tropezamos como borrachos con el examen inconexo de la imagen que tenemos de nosotros mismos, intercalando aquí un pequeño color, borrado allí algunas líneas, sin detenernos realmente nunca para poder contemplar el retrato que hemos creado. En otras palabras, podríamos aceptar la idea existencialista de que somos nuestros propios creadores, si agregamos la observación de que la mayor parte de esta creación se efectúa al azar y en el mejor de los casos en un estado de semiinconsciencia.

Sin embargo, existen algunos casos en que la reinterpretación del pasado forma parte de una actividad deliberada, totalmente consciente e intelectualmente integrada.

Esto sucede cuando la reinterpretación de nuestra vida es una fase de la conversión de un nuevo Weltanschauung religioso o ideológico, este es, un sistema de significado universal dentro del cual puede situarse nuestra biografía. Así, el converso a un credo religioso puede considerar ahora toda su vida anterior como un movimiento providencial hacia el momento en que la niebla se disipó de sus ojos. Las Confesiones de San Agustín, o la Apologia Pro Vita Sua de Newman nos proporcionan exposiciones clásicas de este fenómeno. La conversión introduce una nueva etapa en nuestra biografía: A. C. y D. C., precristiano y cristiano, pre católico y católico. Inevitablemente el período anterior al acontecimiento que ahora señalamos como definitivo o decisivo, se considera como un período de preparación.

Los profetas de la antigua ley divina se califican de precursores y presagiadores de lo nuevo. En otras palabras, la conversión es un acto en el que el pasado se transforma dramáticamente.

Satori, la experiencia de la inspiración o iluminación que se busca en el budismo de Zen, se describe como "la visión de las cosas con nuevos ojos". Mientras que esto es manifiestamente propio en lo que se refiere a las conversiones .religiosas y a las metamorfosis místicas, las leyes seglares modernas proporcionan experiencias muy similares a sus adeptos. Por ejemplo, el proceso de convertirse en comunista, implica una revaluación violenta de nuestra vida pasada. Así como el nuevo cristiano considera ahora su vida anterior como una larga noche de pecado y alejamiento de la verdad salvadora, así el joven comunista considera su pasado como un cautiverio de la "falsa conciencia" de una mentalidad burguesa. Los acontecimientos pasados pueden reinterpretarse radicalmente. Lo que antes era un alegre regocijo se clasifica ahora bajo el título de pecado de soberbia, o lo que era integridad personal se considera ahora sentimentalismo burgués. En consecuencia, las relaciones pesadas también deben revaluarse. Inclusive el amor de nuestros padres posiblemente tendrá que descartarse como una tentación a la apostasía o como traición al partido.

El sicoanálisis proporciona a muchas personas en nuestra sociedad un método similar de ordenamiento de las partes discrepantes de su biografía en un bosquejo lleno de significado. Este método resulta especialmente funcional en una confortable sociedad de clase media, "demasiado" madura para el ánimo valeroso que exige la revolución o la religión. Conteniendo dentro de su sistema unos medios elaborados y supuestamente científicos de explicar toda la conducta humana, el sicoanálisis proporciona a sus adeptos el lujo de una imagen convincente de sí mismos, sin exigencias morales y sin trastornar sus planes sociales o econom1cos. Evidentemente, esto constituye un adelanto tecnológico en el manejo de la conversión, comparado con el cristianismo o el comunismo. Aparte de esto, la reinterpretación del pasado se lleva a cabo en forma análoga. Los padres, las madres, los hermanos, las hermanas, las esposas y los hijos, van introduciéndose uno a uno en la caldera conceptual y surgen como figuras metamorfoseadas del panteón freudiano. Edipo lleva al cine a Jocasta y contempla al Padre Prístino al otro lado de la mesa del desayuno. Y, otra vez, todo tiene sentido ahora.

La experiencia de la conversión a un sistema de significado capaz de ordenar los datos dispersos de nuestra biografía, es liberadora y profundamente satisfactoria. Esto tiene probablemente sus raíces en una profunda necesidad humana de una finalidad y claridad ordenadas. Sin embargo, el reconocimiento naciente de que ésta o cualquier otra conversión no es necesariamente definitiva, que podemos convertirnos una y otra vez, es una de las ideas más aterradoras que puede concebir la mente. La experiencia de lo que hemos llamado "alternación" (que es precisamente la percepción de nosotros mismos en frente a una serie infinita de espejos, cada uno de los cuales transforma nuestra imagen en una diferente conversión potencial) conduce a un sentimiento de vértigo, a una agorafobia metafísica ante los horizontes perpetuamente superpuestos de nuestra posible existencia. Sería de lo más satisfactorio que pudiéramos introducir ahora la sociología como la píldora mágica que puede deglutirse con el fin de que todos esos horizontes encajen exactamente en su lugar. Si lo hiciéramos, simplemente añadiríamos una mitología más a todas las otras que prometen alivio a las ansiedades epistemológicas de la enfermedad de la "alternación". El sociólogo, en tanto que sociólogo, no puede ofrecer tal salvación (puede ser un guru en sus actividades que no forman parte de su plan de estudios, pero esto es algo de lo que no nos ocuparemos aquí). El sociólogo es exactamente igual a otro hombre en el sentido de que debe existir en una situación en la que se posee muy poca información acerca del significado fundamental de las cosas y en la que esta información es indudablemente espuria y probablemente nunca sea irrefutable. No cuenta con maravillas epistemológicas para ponerlas en venta. En realidad, el marco de referencia sociológico no es sino un sistema más de interpretación que puede aplicarse a la existencia y que puede ser reemplazado de nuevo en otros intentos de hermenéutica biográfica.

A pesar de todo, el sociólogo puede proporcionar un discernimiento muy simple y por lo tanto el más útil de todos a los hombres que tratan de encontrar su camino a través de la jungla de maneras diferentes de ver el mundo.

La idea consiste en que todas estas formas de ver el mundo tienen una base social. Expresándolo de una manera diferente, todo Weltanschauung es una conspiración. Los rconspiradores son aquellas personas que erigen una situación social en la que se da por sentada una visión particular del mundo. El individuo que se encuentra en esta situación cada día se inclina más a compartir sus suposiciones básicas. O sea, cambiamos nuestras visiones del mundo (y por lo mismo, las interpretaciones y reinterpretaciones de nuestra biografía) cuando nos trasladamos de un mundo social a otro. Sólo un loco o, cosa rara, un genio, puede habitar en un mundo que sólo tiene significado para él. La mayoría de nosotros adquirimos nuestro significado de otros hombres y necesitamos su apoyo constante para que estos significados puedan seguir siendo dignos de crédito. Las iglesias son organismos destinados al refuerzo mutuo de interpretaciones significativas. El beatnick puede poseer una subcultura beatnick, al igual que el pacifista, el vegetariano y el "científico cristiano".

Pero el hombre suburbano totalmente adaptado maduro que no está de un lado ni de otro, cuerdo y sensible, necesita también un contexto social específico que aprobará y sustentará su modo de vida. En realidad, cada uno de estos términos -"adaptación", "madurez", "cordura", etcétera- se refieren a situaciones relacionadas con el aspecto social y carecen de todo significado cuando se los separa de este aspecto. Nos adaptamos a una sociedad particular; maduramos cuando nos habituamos a ella y somos cuerdos cuando compartimos nuestras suposiciones cognoscitivas y normativas.

En consecuencia, los individuos que cambian sus sistemas de significado deben cambiar sus relaciones sociales. · El hombre que se define de nuevo casándose con una mujer determinada, debe renunciar a los amigos que no encajan en esta definición. El católico se casa con una mujer que no es católica poniendo en peligro su religión, tal como el beatnick arriesga su ideología comiendo con demasiada frecuencia con su representante de la parte alta de la ciudad. Los sistemas de significado están edificados socialmente. El "lava cerebros" chino conspira con su víctima al inventar para este último una nueva historia de su vida, tal como lo hace el sicoanalista con su paciente. Naturalmente, en ambas situaciones la víctima-paciente llega a creer que está descubriendo verdades respecto a sí mismo que existían ya mucho antes de que esta conspiración se iniciase. El sociólogo se mostrará, cuando menos, escéptico acerca de esta convicción. Abrigará firmes sospechas de que lo que parece un descubrimiento es en realidad una invención. Y sabrá que la verosimilitud de lo que se inventa en este caso se encuentra en relación directa con la solidez de la situación social dentro de la cual se forja la invención.

En un capítulo posterior trataremos más ampliamente esta molesta relación entre lo que pensamos y la persona con la que cenamos. En esta digresión hemos tratado simplemente de demostrar que la experiencia de la relatividad y de la "alternación" no es únicamente un fenómeno histórico global, sino un verdadero problema que existe en la vida del individuo. La penetración de la sociología en las raíces sociales de esta experiencia puede proporcionar muy poco alivio a aquellas personas que quisieran encontrar una respuesta filosófica o teológica para el problema angustioso planteado en estos términos. Pero en este mundo de revelaciones penosamente racionadas debemos mostrarnos agradecidos por los pequeños favores. La perspectiva sociológica, con su interposición irritante de la pregunta ''¿Quién lo dice?, dentro del gran debate del Weltanschauungen, introduce un elemento de escepticismo sano que tiene una utilidad inmediata en cuanto a dar cierta protección cuando menos contra una conversión demasiado rápida. El conocimiento sociológico se mueve en un marco de referencia que nos permite percibir nuestra vida como un movimiento dentro y a través de determinados mundos sociales, a los cuales están vinculados sistemas específicos de significado. Esto no resuelve de ninguna manera el problema de la verdad. Pero hace que no nos dejemos atrapar tan fácilmente por todos los grupos misioneros que encontremos en nuestro camino.

Acerca de Introducción a la sociología de Peter Berger
Peter Beger: Alternación y biografía (Introducción a la sociología, 1963)

Introducción a la sociología

Peter Berger




Índice de textos de Introducción a la sociología o Invitación a la sociología de Peter Berger (1963)

Peter Berger: La sociología como un pasatiempo individual (Cap. 1 de Introducción a la sociología, 1963)

Peter Berger: La sociología como una forma de conciencia (Cap. 2 de Introducción a la sociología, 1963)

Peter Beger: Alternación y biografía (Cap. 3 de Introducción a la sociología, 1963)

Peter Berger: El hombre en la sociedad. Control social, Estratificación social e Instituciones (Cap. 4 de Introducción a la sociología, 1963)

Una reseña de la obra 'Introducción a la sociología' de Peter Berger (1963)




Introducción a la sociología de Peter Berger (1963)

Comentarios

Entradas populares de este blog

La sociología de Pierre Bourdieu: Habitus, campo y espacio social

Ely Chinoy: Cultura y sociedad (La sociedad, 1966)

Anthony Giddens: Estratificación y estructura de clase (Sociología, Cap. 10)

Zygmunt Bauman: Sociología y sentido común (Pensando sociológicamente, 1990)

Berger y Luckmann: Resumen de La sociedad como realidad subjetiva (Cap. 3 de La construcción social de la realidad, 1966)

Maurice Halbwachs: La memoria colectiva (fragmentos) (1925)

Macionis y Plummer: Desigualdad y estratificación social (Cap. 8)

Stuart Hall: ¿Quién necesita «identidad»? Cap. 1 de Cuestiones de identidad cultural (1996)

Max Weber: Rasgos característicos de la burocracia (¿Qué es la burocracia?, 1977)

Berger y Luckmann: El problema de la sociología del conocimiento (Prefacio de La construcción social de la realidad, 1966)