Peter Berger: La sociología como un pasatiempo individual (Introducción a la sociología, 1963)
Introducción a la sociología (1963)
Peter Berger
Cap. 1: La sociología como un pasatiempo individual
Peter Berger: Introducción a la sociología (1963) |
Existen muy pocos chistes respecto a los sociólogos. Esto ha de producirles cierta decepción, especialmente si se comparan con sus primos segundos más favorecidos, los sicólogos, quienes casi han llegado a ocupar por completo ese sector del humorismo estadounidense que solían ocupar los clérigos. Un sicólogo, presentado como tal en una reunión, se convierte inmediatamente en el blanco de una gran atención y de una molesta hilaridad.
En la misma circunstancia, es probable que un sociólogo no despierte más reacción que si le hubiese presentado como un vendedor de seguros. Tendrá que conquistar la atención con grandes dificultades, exactamente como cualquier otra persona. Esto resulta molesto e injusto, pero también puede ser instructivo. Por supuesto, la escasez de chistes acerca de los sociólogos indica que no participan en tan gran medida en la imaginación popular como han llegado a hacerlo los sicólogos. Pero probablemente indica también que existe cierta ambigüedad- en las imágenes que de ellos se ha formado la .gente. Así pues, puede ser un buen punto de partida para nuestras consideraciones el observar más detenidamente algunas de estas imágenes.
Si preguntamos a los estudiantes aún no graduados por qué se están especializando en sociología, a menudo recibimos la respuesta: "Porque me gusta trabajar con la gente". Si seguimos entonces preguntando a estos estudiantes respecto al futuro de su ocupación, tal como ellos la imaginan, a menudo escuchamos que se proponen participar en el trabajo o acción social. De esto hablaremos en breve. Otras respuestas son más vagas y generales, pero todas indican que el estudiante en cuestión preferiría tratar con gente que con cosas. Las ocupaciones mencionadas a este respecto incluyen manejo de personal, relaciones humanas en la industria, relaciones públicas, publicidad, planificación de la comunidad, o labor religiosa del tipo seglar. La suposición común es que en todas estas clases de esfuerzos se podría "hacer algo por la gente", "ayudar a la gente" o "hacer una labor provechosa para la comunidad". La imagen del sociólogo implicada aquí podría describrise como una versión secularizada del liberal Clero Protestante, proporcionando quizá el secretario de la YMCA (Asociación de Jóvenes Cristianos) el vínculo de enlace entre la obra sexual sagrada y la profana. La sociología se considera como una moderna variación a la tesis clásica estadounidense dé la "elevación del nivel de vida". Se sobreentiende que el sociólogo es una persona interesada profesionalmente en actividades edificantes a favor del individuó y de toda la comunidad.
Uno de estos días tendrá que escribirse una gran novela estadounidense sobre el desengaño brutal que este tipo de motivación está destinado a sufrir en' la mayoría de las ocupaciones que acabamos de mencionar. Existe un rasgo patético que infunde compasión en el destino de estos simpatizantes de la gente que participan en la dirección de personal y se enfrentan por primera vez a las realidades humanas de una huelga que deben combatir permaneciendo en un lado de la línea de batalla fieramente trazada'; o de quienes, entran en un trabajo de relaciones públicas y descubren exactamente qué es lo que se espera de ellos en lo que los expertos en este campo han llamado "la ingeniería del consenso".; o de quienes ingresan en obras de la comunidad para empezar una instrucción cruel en la política de especulación en bienes raíces. Pero lo que estamos interesados en tratar no es el despojo de la inocencia, sino más bien una imagen particular del sociólogo, imagen que es al mismo tiempo errónea y engañosa.
Naturalmente, es cierto que algunos tipos de explorador (Boy Scout) se han Convertido en sociólogos. También es cierto que un interés benévolo en la gente podría ser el punto de partida biográfico para los estudios sociológicos.
Pero es importante señalar que una actitud malévola y misantrópica podría servir exactamente para el mismo fin. Los conocimientos sociológicos resultan valiosos para cualquier persona interesada en una actividad dentro de la sociedad. Pero esta actividad no necesita ser particularmente humanitaria. En la actualidad, algunos sociólogos estadounidenses son empleados por organismos gubernamentales que tratan de proyectar comunidades más habitables para la nación. Otros sociólogos estadounidenses son empleados por organismos gubernamentales interesados en borrar del mapa a las comunidades de naciones hostiles, siempre y cuando fuese necesario. Cualesquiera que puedan ser las inferencias morales de sus respectivas actividades, no existen motivos para que no se puedan practicar en ambas interesantes estudios sociológicos. De manera similar, la criminología como un campo- especial dentro de la sociología, ha puesto al descubierto una valiosa información acerca de los procesos criminales en la sociedad moderna. Esta información resulta igualmente valiosa para las personas que tratan de combatir el delito y para las que están interesadas en fomentarlo. El hecho de que haya sido empleado un número mayor de criminólogos por la policía que por los "gangsters" puede atribuirse al prejuicio ético de los propios criminólogos3 a las relaciones públicas de la policía y tal vez a la falta de refinamiento científico de los "gangsters". En resumen, "trabajar con la gente" puede significar mantenerla alejada de los barrios bajos o meterla en la cárcel, venderles propaganda o quitarle el dinero (ya sea legal o ilegalmente), haciendo que fabriquen mejores automóviles o que sean mejores pilotos de bombarderos. Por lo tanto, como imagen del sociólogo, la frase deja algo que desear, aun cuando pueda servir para describir al menos el impulso inicial, como resultado del cual alguna gente recurre al estudio de la sociología.
Se requieren algunos comentarios adicionales a propósito de una imagen estrechamente relacionada del sociólogo como una especie de teórico de la labor social. Esta imagen resulta comprensible en vista del desarrollo de la sociología en los Estados Unidos. Cuando menos una de las raíces de la sociología estadounidense ha de encontrarse en los apuros de los trabajadores sociales al tener que afrontar los problemas masivos que surgieron a raíz de la revolución industrial: el rápido crecimiento de las ciudades y de los barrios -bajos que surgieron dentro de ellas, la inmigración en masa, los movimientos masivos del pueblo, la desorganización de los medios de -vida tradicionales y la desorientación resultante de los individuos atrapados en estos procesos. Se ha estimulado gran parte de la investigación sociológica debido a esto. Y así, aún es bastante habitual que los estudiantes no graduados planeen ingresar en el trabajo social para especializarse en sociología.
En realidad, el trabajo soda] estadounidense ha recibido mucha más influencia de la sicología en el desarrollo de su "teoría". Es muy probable que este hecho tenga cierta relación con lo que dijimos antes acerca de la posición relativa de la sociología y la sicología en la imaginación popular. Los trabajadores sociales han tenido que librar durante tiempo una penosa batalla para que se les reconozca como "profesionales" y para lograr el prestigio, el poder y (no menos importante) la renumeración que entraña tal reconocimiento. Buscando en tomo suyo un modelo "profesional" que emular, encuentran que el del siquiatra es el más natural. Y por ello los trabajadores sociales con temporáneos reciben a sus "clientes" en una oficina, mantienen con ellos "entrevistas clínicas" con una duración de cincuenta minutos, archivan las entrevistas por cuadruplicado y las discuten y analizan con una jerarquía de "supervisores". Al adoptar las galas externas del siquiatra, adoptaron también, naturalmente, su ideología. Así, la teoría del trabajo social estadounidense contemporáneo consiste en gran parte en una versión algo mutilada de la sicología sicoanalítica, una especie de freudianismo de los pobres que sirve para legitimar el derecho del trabajador social a ayudar a la gente de manera "científica". En este libro no estamos interesados en investigar la validez "científica" de esta doctrina sintética.
Nuestra opinión es que esta no solamente tiene muy poco que ver con la sociología, sino que en realidad demuestra ser singularmente obtusa en relación con la realidad social.
La identificación de la sociología con el trabajo social en la mente de muchas personas es hasta cierto punto un fenómeno de "retraso cultural", que se remonta a la época en que los trabajadores sociales "pre-profesionales" se ocupaban todavía de la pobreza en vez de abordar la frustración libidinosa y lo hacían sin valerse de un dictáfono.
Pero aun cuando el trabajo social estadounidense no hubiera seguido la corriente de la psicología popular, la imagen del sociólogo como el mentor teórico del trabajador social resultaría engañosa. £1 trabajo social, cualquiera que sea su justificación racional teórica, es una práctica positiva en la sociedad. La sociología no es una práctica, sino un intento por comprender. Indudablemente, esta comprensión puede ser de utilidad para el practicante. A este respecto, afirmaríamos que una comprensión más profunda de la sociología sería de mayor utilidad para el trabajador social y que tal comprensión evitaría la necesidad de que éste descienda a las profundidades mitológicas del "subconsciente" para explicar cuestiones que por regla general son totalmente conscientes, mucho más simples y, en realidad, de una naturaleza social. Pero no existe nada inherente a la empresa sociológica de tratar de comprender a la sociedad que lleve forzosamente a esta práctica o a cualquiera otra.
La comprensión sociológica puede recomendarse a los trabajadores sociales, pero también a los vendedores, a las enfermeras, a (os evangelistas y a los políticos: en realidad, a cualquier persona cuyos objetivos comprendan el manejo de gente, con cualesquier propósito y justificación moral.
Esta concepción de la actividad sociológica se encuentra implícita en la afirmación clásica de Max Weber, una de las figuras más importantes en el desarrollo de este campo, en el sentido de que la sociología está "exenta de valores". Puesto que más tarde será necesario retomar ‘varias veces a este punto, conviene explicarlo más ampliamente a estas alturas. Evidentemente la declaración de Weber no significa que el sociólogo no tenga o no deba tener valares. En todo caso, resulta casi imposible para un ser humano existir sin poseer valores algunos, aunque pueden haber enormes variaciones en los valores que podamos mantener. Normalmente, el sociólogo poseerá tantos valores como un ciudadano, un particular, el miembro de un grupo religioso o como un adepto de alguna otra asociación de personas. Pero dentro de los límites de sus actividades como sociólogo, existe únicamente un valor fundamental: el de la integridad científica. Por supuesto, incluso en este respecto, el sociólogo como ser humano tendrá que tener en cuenta sus convicciones, sus emociones y prejuicios. Pero forma parte de su disciplina intelectual el que trate de comprender y controlar estas tendencias como predisposiciones que deben ser eliminadas, hasta donde sea posible, de su trabajo. Se sobreentiende que esto no siempre es fácil, pero no es tampoco imposible. El sociólogo trata de ver lo que hay. Puede abrigar esperanzas o temores respecto a lo que pueda averiguar. Pero tratará de observarlo todo sin tomar en cuenta sus esperanzas o temores. Por tanto, este es un acto de percepción pura, tan pura como lo permiten los recursos humanamente limitados, que la sociología se esfuerza en llevar a cabo.
Una analogía puede servir para dejar esto un poco más claro. En cualquier conflicto político o militar, resulta ventajoso capturar la información empleada por los organismos de espionaje del bando contrario. Pero esto es así únicamente porque un buen conocimiento se compone de información libre de prejuicios. Si un espía presenta su informe en términos de la ideología y ambiciones de sus superiores, sus informaciones carecen de utilidad no sólo para el enemigo, en el -caso de que éste las capturase, sino también para el propio bando del espía. Se ha sostenido que uno de los puntos débiles del mecanismo de espionaje de los estados totalitarios es que los espías no informan lo que descubren sino lo que sus superiores desean oír. Este es, sin duda alguna, un mal espionaje. El buen espía informa la verdad. Otros deciden lo que deberá hacerse como resultado de su información. De manera muy similar, el sociólogo es un espía. Su labor consiste en informar, tan correctamente como le sea posible, acerca de un medio social determinado. Otras personas, o él mismo, en una función diferente a la de sociólogo, tendrán que decidir los pasos que deben darse en este campo. Quisiéramos recalcar enérgicamente que el decir esto no significa que el sociólogo no tenga obligación alguna de averiguar los objetivos de sus superiores, o el partido que éstos sacarán de su trabajo. Pero esta no es una averiguación sociológica.
Equivale a formular las mismas preguntas que debe formularse cualquiera respecto a sus actos en sociedad. De la misma manera, el conocimiento biológico puede emplearse para curar o para matar. Esto no quiere decir que el biólogo esté exento de toda responsabilidad respecto al uso que se dé a sus conocimientos. Pero cuando se interroga a sí mismo acerca de esta responsabilidad, no está formulando una pregunta biológica.
Otra imagen del sociólogo, relacionada con las dos que ya hemos expuesto, es la del reformador social. Esta imagen tiene también raíces históricas, no sólo en los Estados Unidos, sino también en Europa. Augusto Comte, el filósofo francés de principios del siglo xix que inventó el nombre de la-disciplina, pensaba que la sociología era la doctrina del progreso, una sucesora secularizada de la teología como la maestra de las ciencias. Según este punto de vista, el sociólogo desempeña el papel de árbitro de todas las ramas del saber para el bienestar del ser humano., Esta idea, aunque despojada de .sus pretensiones más fantásticas, dejó una huella profunda en el desarrollo de la sociología francesa. Pero tuvo también sus repercusiones en los Estados Unidos, cuando en los albores de la sociología estadounidense, algunos discípulos transatlánticos de Comte sugirieron formalmente en un memorándum al presidente de la Universidad de Brown que todas las secciones de esta última deberían ser reorganizadas como subordinadas de la facultad de sociología. Actualmente muy pocos sociólogos, y probablemente ninguno en este país, considerarían de esta manera su papel. Pero algo de este concepto sobrevive cuando se espera que los sociólogos aparezcan con copias de unos mismos planos para hacer reformas en cierto número de problemas sociales.
Desde ciertos puntos de vista valiosos (incluyendo algunos del autor) resulta satisfactorio que las ideas sociológicas hayan sido de utilidad en algunos casos para mejorar la suerte de algunos grupos de seres humanos, poniendo al descubierto circunstancias moralmente ofensivas, disipando ilusiones colectivas o demostrando que podrían obtenerse resultados socialmente convenientes en forma más humana.
Por ejemplo, podríamos indicar ciertas aplicaciones del conocimiento sociológico en el sistema penitenciario de los países occidentales. O podríamos mencionar la utilidad que se ha dado a los estudios sociológicos en la decisión adoptada por la Corte Suprema en 1954 respecto a la segregación racial en las escuelas públicas. O podríamos considerar las aplicaciones de otros estudios sociológicos a la planificación humana del nuevo desarrollo de zonas urbanas. Indudablemente, el sociólogo moral y políticamente sensible obtendrá grandes satisfacciones de estos ejemplos. Pero, una vez más, conviene tener presente que lo que se encuentra en disputa en este libio no es una comprensión sociológica como ésta sino ciertas aplicaciones de esta comprensión. No es difícil imaginar la manera en que podría aplicarse la misma comprensión con intenciones opuestas. Por Jo mismo, la comprensión sociológica de la dinámica del prejuicio racial puede ser aplicada eficazmente tanto por las personas que estimulan el odio entre los grupos, como por las que desean propagar la tolerancia.
Y la comprensión sociológica del carácter de la solidaridad humana puede emplearse al mismo tiempo al servicio de los regímenes totalitarios y de los democráticos. Resulta sensato darse cuenta de que los mismos procesos que originan un, consenso pueden ser manipulados por un trabajador social de grupo en un campamento de verano en los macizos Adirondacks y por un comunista lava-cerebros en un campo de prisioneros de China. Fácilmente podemos admitir que en algunas ocasiones el sociólogo tiene la obligación de presentar su consejo cuando se trata de cambiar ciertas condiciones sociales que se consideran poco convenientes. Pero la imagen del sociólogo como un reformador social adolece de la misma confusión que su imagen como trabajador social.
Si todas estas imágenes del sociólogo suponen a su respecto un elemento de "retraso cultural", podemos pasar ahora a algunas otras imágenes de fecha más reciente y atribuirlas a los desarrollos actuales de la disciplina. Una de estas imágenes es la del sociólogo como un recolector de estadísticas acerca de la conducta humana. En este punto el sociólogo se considera esencialmente como un ayudante de una máquina IBM. Va a su asunto con un cuestionario, entrevista a personas seleccionadas al azar, después regresa a casa, asienta sus tabulaciones en innumerables tarjetas que acto seguido son introducidas en una máquina. Por supuesto, en todas estas operaciones es asistido por un equipo numeroso y por un presupuesto muy grande. En esta imagen está comprendida la deducción de que los resultados de todo este esfuerzo son de-poca monta, una reafirmación pedante de lo que de cualquier manera todo el mundo sabe. Como señaló expresivamente un observador, un sociólogo es un individuo que gasta 100,000 dólares para descubrir el camino que lleva a una casa de mala reputación.
Esta imagen del sociólogo ha sido fortalecida en la mente del público por las actividades de muchos organismos que bien podrían llamarse parasociológicos, principalmente organismos interesados en la opinión pública y en las tendencias del mercado. La persona encargada de hacer encuestas se ha convertido en una figura muy conocida dentro de la vida estadounidense, importunando a la gente acerca de sus opiniones desde la política exterior hasta el papel higiénico. Puesto que los métodos empleados en las tareas de la persona que realiza encuestas muestran un gran parecido con la investigación sociológica, el desarrollo de esta imagen del sociólogo es bastante comprensible. Los estudios Kinsey de la conducta sexual estadounidense probablemente han aumentado muchísimo la influencia de esta imagen. La pregunta sociológica fundamental, lo mismo si atañe a los contactos amorosos antes del matrimonio que a los votos republicanos o a la incidencia de los acuchillamientos entre las pandillas, se supone siempre que es: "¿cuántas veces?" o "¿cuánto?" Incidentalmente, las-escasas bromas o chistes circulantes acerca de los sociólogos, generalmente se relacionan con esta imagen estadística (es-mejor dejar a la imaginación del lector cuáles son éstos chistes).
Debemos ahora admitir, aunque con pesar, que esta imagen del sociólogo y de su oficio no es enteramente producto de la fantasía. Comenzando poco después de la Primera Guerra Mundial, la. - sociología estadounidense se desvió bastante-: resueltamente de la teoría hada una intensa preocupación por los estudios empíricos estrechamente circunscritos. £n relación con este giro, los sociólogos perfeccionaron cada1 vez más sus técnicas de investigación. Naturalmente, entre éstas, las técnicas estadísticas ocuparon un lugar prominente. Desde poco más o menos la mitad de la década de 1940, ha habido un renacimiento del interés en la teoría sociológica, y existen indicadores de que esta tendencia a alejarse de un empirismo estrecho continúa ganando impulso. Sin embargo, sigue siendo cierto que una parte considerable de la labor sociológica en este país consiste, aún en estudios insignificantes de fragmentos oscuros de .la vida social, .irrelevantes para cualquier interés teórico más amplio. Una mirada al índice de las principales revistas sociológicas, o a la lista de disertaciones leídas en las convenciones sociológicas, confirmará esta afirmación.
La estructura política y económica de la- vida estadounidense estimula esta norma y no sólo en lo que se refiere a la sociología. Los colegios superiores y universidades son administrados normalmente por gente muy ocupada que dispone de poco tiempo o inclinación a ahondar en las cuestiones esotéricas introducidas por sus doctos empleados.,. No obstante, esos administradores están obligados a tomar decisiones acerca de contratadones y despidos, ascensos, y posesión de cargos del personal de su facultad.
¿Qué criterios deberían usar para-tomar estas decisiones? No puede esperarse que lean todo lo que escriben sus profesares, en vista de que no tienen tiempo para estas actividades, especialmente en las disciplinas más- técnicas, careciendo de los requisitos necesarios para juzgar -el material. Las opiniones de los colegas inmediatos de los profesores en cuestión resultan sospechosas n priort, - por ser la institución académica normal una selva donde se escenifican luchas enconadas entre los bandos- del profesorado, en ninguno, de los cuales puede confiarse para que emitan un juicio objetivo de los miembros de su propio grupo o de alguno de los bandos opuestos. Averiguar las opiniones de los estudiantes sería un procedimiento aún más inseguro. Así pues, se deja a los administradores cierto número de opciones igualmente malas. Estos pueden recurrir al principio de que la institución es una familia feliz, cada uno de cuyos miembros asciende constantemente la escala de posiciones haciendo caso omiso de sus méritos.
Este sistema se ha venido ensayando bastante -a menudo, pero cada vez se toma más difícil en una época de competencia por el favor del público y por los fondos de las fundaciones. Otra de las opciones es contar con el consejo de una camarilla, seleccionada sobre ciertas bases más o menos racionales. Esto origina claras dificultades políticas para el administrador de un grupo crónicamente a la defensiva de su independencia. La tercera alternativa, la más común en la actualidad, es la de echar mano del criterio de la productividad tal como se utiliza en el mundo de los negocios. Puesto que es realmente difícil juzgar la productividad de un erudito en cuya especialidad no se está lo suficientemente familiarizado, se debe tratar de descubrir de alguna manera lo grato que es el erudito para sus colegas imparciales en este campo. En tal caso, se da por sentado que dicha aceptabilidad puede deducirse del número de libros o artículos que los editores o directores de publicaciones profesionales están dispuestos a aceptar del erudito en cuestión. Esto obliga a los eruditos a concentrarse en un trabajo que puede convertirse fácil y rápidamente en un artículo bastante bueno que probable mente sea aceptado para su publicación en una revista profesional. Para los sociólogos esto significa un estudio empírico insignificante de un tema estrechamente limitado.
En la mayoría de los casos, tales estudios exigirán la aplicación de técnicas estadísticas. Puesto que se sospecha que la mayor parte de las revistas profesionales en esta especialidad publican artículos que no contienen siquiera cierto material estadístico, esta tendencia se ha fortalecido aún más. Y así, jóvenes e impacientes sociólogos varados en instituciones en alguna parte del interior del país, anhelando las praderas más ricas de las mejores universidades, nos abastecen con una continua corriente de pequeños estudios estadísticos de las costumbres computadas de sus estudiantes, de las opiniones políticas de los nativos circunvecinos, o del sistema de clase de alguna aldea situada a cierta distancia de los terrenos de la Universidad. Podríamos añadir aquí que este sistema no es tan terrible como pudiera parecer al recién llegado a este campo de la ciencia, puesto que sus condiciones rituales son bien conocidas para todos los interesados. En consecuencia, la persona sensata lee las publicaciones sociológicas principalmente por las críticas de libros y las noticias obituarias, y asiste a las reuniones sociológicas exclusivamente cuando busca un trabajo o quiere ocuparse de otras intrigas.
La prominencia de las técnicas estadísticas en la sociología estadounidense de nuestros días tiene, por tanto, ciertas funciones rituales fácilmente comprensibles en vista del sistema de gobierno dentro del cual tienen que practicar su profesión la mayoría de los sociólogos. En realidad, la mayor parte de los sociólogos poseen un conocimiento de las estadísticas un poco mayor que el de un libro de cocina, discurriendo sobre ellas poco más o menos con la misma mezcla de temor reverente, ignorancia y tímido manipuleo con la que discurriría el sacerdote de una pobre aldea sobre las potentes modulaciones latinas de la teología tomista.
Sin embargo, una vez que nos damos cuenta de las de estas cosas, deberá ser evidente que la sociología no debe juzgarse por estas aberraciones. En tal caso, nos tomamos, por, decirlo así, sociológicamente refinados respecto a la sociología y capaces de observar más allá de las señales externas cualquier virtud interna que pueda esconderse debajo de ellas.
Los datos estadísticos en si mismos no forman la sociología. Se convierten en sociología únicamente cuando son interpretados sociológicamente y colocados dentro de un marco de referencia teórico que sea sociológico. El simple cómputo, o incluso la correlación de las diferentes cláusulas que numeramos, no es sociología. No existe prácticamente ninguna sociología en los informes Kinsey. Esto no quiere decir que los datos de estos estudios no sean auténticos o que no puedan resultar pertinentes para la comprensión sociológica. Considerándoles por sí mismos, estos datos son materias primas que pueden emplearse en la interpretación sociológica. Sin embargo, esta interpretación debe ser más liberal que los propios datos. De esta manera el sociólogo no puede fijar su atención en los índicos de frecuencia del contacto premarital o de la pederastía extramarital. Estos detalles son significativos para él sólo en términos de sus inferencias mucho más amplias para una comprensión de las instituciones y valores de nuestra sociedad. Para llegar a tal comprensión, a menudo el sociólogo tendrá que aplicar técnicas estadísticas, especialmente cuando se ocupa de los fenómenos populares de la moderna vida social. Pero la sociología se compone de estadísticas tan poco como la filología consiste en la conjugación de verbos irregulares o la química de elaborar perfumes desagradables en tubos de ensayo.
Otra imagen del sociólogo bastante común en la actualidad y relacionada muy estrechamente con la del estadístico, es la que lo concibe como un hombre interesado principalmente en el desarrollo de una metodología científica que puede imponer después a los fenómenos humanos. Esta es la imagen que guardan frecuentemente los humanistas y que se presenta como prueba de que la sociología es una forma de barbarie intelectual. Una parte de esta crítica de la sociología por parte de los littérateurs es a menudo un comentario severísimo sobre la extraña jerga en la que se expresan muchos escritos sociológicos. Por supuesto, en contraste, aquél que hace estas críticas se presenta como un guardián de las tradiciones clásicas de la sabiduría humana.
Sería bastante posible refutar estas críticas por medio de un argumento ad hominem. Parece que el barbarismo intelectual se distribuye bastante imparcialmente en las principales disciplinas eruditas que abordan el fenómeno "hombre". Sin embargo, es indecoroso argumentar ad hominem, así que admitiremos de buena gana que, en realidad, es mucho lo que se admite hoy día bajo el membrete de sociología que con toda justicia puede calificarse como bárbaro, si es que esta palabra intenta denotar una ignorancia de la historia y la filosofía, una pericia limitada sin horizontes más amplios, una preocupación por las habilidades técnicas y una total insensibilidad a las aplicaciones del lenguaje. Una vez más, estos elementos pueden sobreentenderse sociológicamente en términos de ciertas características de la vida académica contemporánea. La competencia que existe por el prestigio y por empleos en campos que se toman cada vez más complejos, obliga a una especialización que con demasiada frecuencia conduce a un deprimente jurísdicdonalismo de los intereses. Pero, una vez más, sería erróneo identificar la sociología con esta tendencia intelectual mucho más penetrante.
Desde sus principios, la sociología se ha comprendido a sí misma como una ciencia. Han habido muchas controversias acerca del significado preciso de esta autodefinición. Por ejemplo, los sociólogos alemanes han subrayado la diferencia entre la ciencia social y la natural mucho más enérgicamente que sus colegas franceses o estadounidenses. Pero la fidelidad de los sociólogos al genio científico ha significado en todas partes una buena voluntad a verse limitado por cientos cánones científicos de conducta. Si el sociólogo permanece leal a su profesión, debe deducir sus afirmaciones por medio de la observación de ciertas reglas de testimonio que permitan a otros comprobar lo hecho por él, repetir o ampliar más sus descubrimientos. Es esta disciplina científica la que a menudo proporciona el motivo para leer una obra sociológica en vez de, digamos, una novela sobre el mismo tema, que podría describir los problemas en un lenguaje mucho más eficaz y convincente. Cuando los sociólogos trataron de desarrollar sus reglas científicas de testimonio, se vieron obligados a reflexionar en los problemas metodológicos. Esta es la razón de por qué la metodología es una parte válida y necesaria de la actividad sociológica.
Al mismo tiempo, es totalmente cierto que algunos sociólogos, especialmente en los Estados Unidos, han llegado a interesarse en las cuestiones metodológicas a tal grado que han dejado de interesarse absolutamente en la sociedad. En consecuencia, no han descubierto nada de importancia acerca de algún aspecto de la vida social, puesto que en la ciencia, como en el amor, el concentrarse en la técnica es bastante probable que conduzca a la impotencia. Gran parte de esta fijación en la metodología puede explicarse en razón del apremio de una disciplina relativamente nueva para encontrar aceptación en el escenario académico. En vista de que la ciencia es una entidad casi sagrada entre los estadounidenses en general y los académicos en particular, el deseo de emular la conducta de las ciencias naturales más antiguas es muy fuerte entre los recién llegados al mercado de la erudición. Cediendo a este deseo, los sicólogos experimentales, por ejemplo, han tenido un éxito tal que generalmente sus estudios no tienen nada que ver con lo que los seres humanos son o hacen. La ironía de este proceso radica en el hecho de que los propios eruditos en ciencias naturales han renunciado al mismo dogmatismo positivista que sus imitadores están esforzándose aún por adoptar.
Pero esto no nos interesa aquí. Basta decir que los sociólogos han logrado evitar algunas de las exageraciones más grotescas de este "metodismo", en comparación con ciertos campos de estudio estrechamente relacionados con éste.
Como cada vez están más seguros en su condición académica, puede esperarse que este complejo de inferioridad metodológico disminuirá aún más.
La acusación de que muchos sociólogos escriben en un dialecto barbárico también debe admitirse con reservas similares. Toda disciplina científica debe desarrollar una terminología. Esto se hace patente en cuanto a una disciplina tal como, digamos, la física nuclear, que aborda materias desconocidas para la mayoría de la gente y para las cuales no existen palabras en el lenguaje común. Sin embargo, posiblemente la terminología es aún más importante para las ciencias sociales, simplemente porque la materia de que trata es muy conocida y porque sí existen palabras para designarla. Debido a que conocemos bien las instituciones sociales que nos rodean, nuestra percepción de ellas es imprecisa y a menudo errónea. De manera muy parecida, la mayoría de nosotros se verá en grandes dificultades para dar una descripción exacta de nuestros padres, esposos o esposas, hijos o amigos íntimos. Además, a menudo nuestro lenguaje (tal vez afortunadamente) es vago y confuso en sus alusiones a la realidad social. Tomemos, por ejemplo, el concepto de clase, el cual es muy importante en sociología. Deben haber docenas de significados que pueda tener este término en el lenguaje común: categorías de acuerdo con los ingresos, razas, grupos étnicos, camarillas del poder, clasificaciones de acuerdo con la inteligencia y muchos otros. Es obvio que el sociólogo debe tener una definición precisa e inequívoca del concepto si desea proseguir su trabajo con cierto grado de exactitud científica.
En vista de estos hechos, podemos comprender que algunos sociólogos hayan sentido la tentación de inventar un conjunto de nuevas palabras para evitar las trampas semánticas del uso vernáculo. Por lo mismo, afirmaríamos que algunos de estos neologismos han sido necesarios. Sin embargo, sostendríamos también que la mayor parte de la sociología puede exponerse en un inglés inteligible con muy poco esfuerzo y que una buena parte del "sociologismo" contemporáneo puede considerarse una mixtificación afectada.
Esto no obsta a que nuevamente nos enfrentemos aquí con un fenómeno intelectual que afecta también otros campos.
Puede haber cierta relación con la gran influencia de la vida académica alemana en un período de formación en el desarrollo de las universidades estadounidenses. La profundidad científica fue evaluada por la aridez del lenguaje científico. Si la prosa científica resultaba ininteligible para cualquiera, excepto para el círculo reducido de adeptos al campo en cuestión, esto era una prueba ifiso fado de su respetabilidad intelectual. Muchos escritos eruditos estadounidenses se leen aún como una traducción del alemán.
Sin duda alguna, esto es lamentable. Sin embargo, esto tiene poco que ver con la legitimidad de la actividad sociológica como tal.
Finalmente, quisiéramos considerar una imagen del sociólogo no tanto en su papel profesional como en su existencia, es decir, como se supone que es un determinado tipo de persona. Esta es la imagen del sociólogo como observador destacado y sardónico y como un frio manipulador de hombres. Donde esta imagen prevalece, puede representar un triunfo irónico de los propios esfuerzos del sociólogo para ser aceptado como un científico genuino.
Aquí, el sociólogo se convierte en un hombre que se designa a si mismo como superior, manteniéndose apartado de la cálida vitalidad de la existencia común, encontrando su satisfacción no en vivir, sino en valorar fríamente las vidas de los demás, archivándolas en pequeñas categorías y, por lo mismo, pasando por alto posiblemente el significado real de lo que observa. Además, algunas personas opinan que, cuando se implica de alguna manera en los procesos sociales, el sociólogo lo hace como un técnico sin compromiso, poniendo sus habilidades manipuladoras a la disposición de las autoridades.
-Esta última imagen probablemente no esté muy generalizada. Es sostenida principalmente por las personas interesadas por razones políticas en los abusos existentes o posibles de la sociología en las sociedades modernas. No hay mucho que decir a manera de refutación acerca de esta imagen. Gomo un retrato general del sociólogo contemporáneo es, sin duda alguna, una crasa tergiversación.
Corresponde a muy pocos individuos que alguien pueda encontrar en nuestro país actualmente. Con todo, el problema del papel político del científico social es auténtico.
Por ejemplo, el empleo de sociólogos por parte de ciertas ramas de la industria y el gobierno suscita problemas morales a los que debe hacerse frente mucho más que hasta ahora. Sin embargo, existen problemas morales que incumben a todos los hombres que ocupan posiciones de responsabilidad en la sociedad moderna. La imagen del sociólogo como observador despiadado y como manipulador sin conciencia no necesita retener más nuestra atención. De manera general, la historia produce muy pocos Talleyrands. Por lo que toca a los sociólogos contemporáneos, la mayoría de ellos carecerían de la aptitud emocional para desempeñar tal papel aun cuando lo ambicionasen en momentos de fantasía calenturienta.
Entonces, ¿cómo debemos imaginar al sociólogo? Al exponer las diversas imágenes que abundan en la concepción popular respecto a su persona, ya hemos puesto de relieve ciertos elementos que tendrían que entrar en nuestra configuración. Ahora podemos reunimos. Al hacerlo, edificaremos lo que los propios sociólogos llaman un "tipo ideal". Esto significa que lo que describimos no podrá encontrarse en la realidad en su forma pura. En lugar de ello encontraremos, en diferentes grados, aproximaciones y desviaciones de él. No debe considerarse que esto es un término medio empírico. Ni siquiera pretenderíamos que todos los individuos que se califican actualmente como sociólogos, se reconozcan a sí mismos sin reservas en nuestro concepto, ni refutaríamos el derecho de los que no se reconocen en él a emplear el calificativo. Nuestra ocupación no es la de excomulgar. Sin embargo, afirmaremos que nuestro "tipo ideal" corresponde a la concepción que tienen de si mismos la mayoría de los sociólogos que se encuentran dentro de la corriente principal de la disciplina, tanto históricamente (al menos en este siglo) como en la actualidad.
Entonces, el sociólogo es una persona que se interesa por comprender la sociedad de una manera disciplinada.
La naturaleza de esta disciplina es científica. Esto significa que lo que el sociólogo descubre y dice acerca de los fenómenos sociales que estudia ocurre dentro de un determinado marco de referencia definido bastante estrictamente. Una de las características principales de este marco de referencia científico es que las operaciones se encuentran limitadas por ciertas reglas de prueba. Como científico, el sociólogo trata de ser objetivo, procura controlar sus preferencias y prejuicios personales y percibir claramente en lugar de juzgar de acuerdo con una pauta. Por supuesto, esta limitación no abarca toda la existencia del sociólogo como ser humano, sino que se reduce a sus operaciones, en su condición de sociólogo. El sociólogo no pretende que su marco de referencia sea el único dentro del cual puede considerarse a la sociedad. A este respecto, muy pocos científicos pretenderían en la actualidad que la manera correcta de observar el mundo es únicamente la científica.
El botánico que mira un narciso atrompetado (daffodil) no tiene razones para refutar el derecho del poeta a mirar el mismo objeto de manera muy diferente. Hay muchas maneras de llevar el juego. La cuestión no es negarse a ver los juegos de otras personas, sino que estemos seguros de las reglas de nuestro propio juego. Por consiguiente, el juego del sociólogo emplea reglas científicas. Como resultado de ello, el sociólogo debe estar interiormente seguro del significado de estas reglas; o sea, que debe interesarse por los problemas metodológicos. La metodología no constituye su objetivo. Recordemos una vez más que éste último es el intento por comprender a la sociedad; la metodología ayuda a alcanzar esta meta. Con el fin de comprender la sociedad, o la parte de ella que esté estudiando en ese momento, el sociólogo se valdrá de muchos medios; entre éstos se encuentran las técnicas estadísticas. Las estadísticas pueden ser de gran utilidad para responder ciertas preguntas sociológicas. Pero las estadísticas no constituyen la sociología. Como científico, el sociólogo tendrá que preocuparse por el significado exacto de los términos que emplea; esto es, tendrá que ser muy cuidadoso respecto a la terminología. Esto no significa necesariamente que debe inventar un lenguaje nuevo propio, sino que no puede usar ingenuamente el lenguaje de todos los días. Finalmente, el interés del sociólogo es primordialmente teórico; o sea; que está interesado en comprender por su propio bien. Puede estar enterado o inclusive interesado en la aplicabilidad práctica y en las consecuencias de sus descubrimientos, pero con este fin abandona el marco de referencia sociológico y se traslada a los dominios de los valores, las creencias y las ideas que comparte con otros hombres que no son sociólogos.
No tenemos dudas de que este concepto del sociólogo encontraría un consenso muy amplio dentro de la disciplina actual. Pero quisiéramos ir un poco más adelante y formular una pregunta un poco más personal (y por tanto, sin duda alguna, que se presta más a controversias). Nos gustaría preguntar no sólo lo que el sociólogo hace sino también qué es lo que lo empuja a hacerlo. O, .para emplear la frase que usó Max Weber respecto a algo parecido, queremos investigar un poco la naturaleza del demonio del sociólogo. Al hacerlo, evocaremos una imagen que no es un ideal tan típico en el sentido en que empleamos el término anteriormente, sino más confesional en el sentido de compromiso personal. Además, no nos interesa excomulgar a nadie. El juego de la sociología se desarrolla en un campo muy amplio. Tan sólo estamos describiendo un poco más íntimamente a aquellos que quisiéramos incitar a incorporarse a nuestro juego.
Quisiéramos decir además que el sociólogo (esto es, la persona a la que realmente nos gustaría invitar a nuestro juego) es una persona que se interesa intensa, incesante y descaradamente por las acciones de los hombres./ Su ambiente natural son todos los sitios de reunión humana en el mundo, dondequiera que los hombres se congregan. El sociólogo puede interesarse en muchas otras cosas. Pero el interés al que se entrega por completo continúa en el mundo de los hombres, en sus instituciones, su historia, sus pasiones. Y puesto que se interesa por los hombres, nada de lo que éstos hacen puede resultarle tedioso. Estará naturalmente interesado en los acontecimientos que comprometen las creencias fundamentales de los hombres, en sus momentos de tragedia, de grandeza y de éxtasis. Pero también se sentirá fascinado por lo trivial y lo cuotidiano.
Conocerá la veneración, pero ésta no le impedirá que desee observar y comprender. En algunas ocasiones puede sentir revulsión o desprecio- pero tampoco ésto lo detendrá de desear una respuesta para sus preguntas o sus dudas. En su búsqueda de comprensión, el sociólogo se mueve a través del mundo de los hombres sin respeto por las fronteras comunes. La nobleza o la degradación, el poder o la oscuridad, la inteligencia y la tontería, todos son igualmente interesantes para él, independientemente de lo diferentes que puedan ser de sus valores o gustos. Así, sus preguntas pueden conducirlo a todos los niveles posibles-de la sociedad, a los lugares más conocidos y a los menos conocidos, a los más respetados y a los más despreciados. Y si es un buen sociólogo, se encontrará en todos estos lugares, porque sus propias preguntas habrán tomado posesión de él basta el punto de que su única alternativa es buscar respuestas.
Sería posible decir las mismas cosas en un tono más bajo. Podríamos decir que el sociólogo, a no ser por el privilegio de su título académico, es el hombre que, a pesar suyo, debe escuchar murmuraciones, que se siente tentado a mirar por el ojo de la cerradura, a leer la correspondencia de otras personas y a abrir los armarios cerrados. Antes de que algún sicólogo que de otra manera no tendría nada que hacer se prepare ahora a inventar una prueba de capacidad para los sociólogos sobre la base de una capacidad de investigación sublimada, permítasenos decir rápidamente que estamos hablando sólo pór vía de analogía. Quizá algunos niños muertos de curiosidad por espiar a sus tías solteras en el baño se conviertan más tarde en sociólogos empedernidos. Lo que nos interesa es la curiosidad que se apodera de todo sociólogo frente a una puerta cerrada tras la cual se escuchan voces humanas. Si es un buen sociólogo deseará abrir la puerta y saber lo que dicen esas voces. Detrás de cada puerta cerrada presentirá alguna faceta nueva de la vida humana de la que aún no se había percatado ni la había comprendido.
El sociólogo se ocupará de cuestiones que otros consideran demasiado sagradas o demasiado desabridas para investigarlas de manera desapasionada. Encontrará, recompensa en la compañía de sacerdotes o de prostitutas, no según sus preferencias personales sino según las preguntas que se encuentre formulando en ese momento. También se ocupará de cuestiones que otros pueden encontrar demasiado aburridas. Se interesará en la interacción humana que acompaña a la guerra o a los grandes descubrimientos intelectuales, pero también en las relaciones que existen entre los empleados de un restaurant o entre un grupo de niñas que juegan con sus muñecas. Su foco de atención principal no es el significado esencial de lo que hacen los hombres, sino de la acción en sí misma, considerándola como un ejemplo más de la infinita riqueza de la conducta humana. Eso en cuanto a la imagen de nuestro compañero de juego.
En estas jomadas a través del mundo de los hombres, el sociólogo encontrará inevitablemente otros fisgones profesionales como él. Estos se sentirán ofendidos por su presencia, presintiendo que está invadiendo furtivamente sus cotos de caza. En algunos lugares el sociólogo se encontrará con el economista, en otros con el científico político, y en otros más con el sicólogo o el etnólogo. No obstante, hay probabilidades de que las cuestiones que han llevado al sociólogo a los mismos sitios sean diferentes de las que impulsaron a sus compañeros transgresores. Las preguntas del sociólogo son siempre esencialmente las mismas: "¿Qué está haciendo aquí la gente?" "¿Cuáles son sus relaciones recíprocas?" "¿De qué manera se organizan estas relaciones en las instituciones?" "¿Cuáles son las ideas colectivas que impulsan a los hombres y a las instituciones?" Por supuesto, al tratar de responder a estas preguntas en casos específicos, el sociólogo tendrá que habérselas con asuntos políticos o económicos, pero se enfrentará a ellos de una manera totalmente diferente que el economista o el científico político. La escena que contempla es la misma escena humana en la que se interesan estos otros científicos. Pero el ángulo de visión del sociólogo es diferente. Cuando entendemos esto, se toma evidente que time poco sentido tratar de demarcar un territorio especial dentro del cual el sociólogo se ocupa de sus asuntos por derecho propio. Como Wesley, el sociólogo tendrá que confesar que su parroquia es el mundo. Pero a diferencia de algunos wesleyanos de nuestros días, él se sentirá contento de compartir con otros su jurisdicción. Sin embargo, existe un viajero cuyo camino tendrá que cruzar el sociólogo con mucha más frecuencia en sus viajes que el de cualquier otro. Este viajero es el historiador. En realidad, tan pronto como el sociólogo se aleja del presente para internarse en el pasado, es muy difícil distinguir sus preocupaciones de las del historiador.
Sin embargo, dejaremos esta relación para tratarla después. Baste decir aquí que la jomada sociológica será muy menguada a menos que la salpique frecuentemente con conversaciones con este otro viajero particular.
Cualquier actividad intelectual produce cierta emoción desde el momento en que se convierte en la pista de un descubrimiento. En algunos campos de la ciencia, este es el descubrimiento de mundos inesperados e inconcebibles.
Es la emoción que siente el astrónomo o el físico nuclear en los límites opuestos de las realidades que el hombre es capaz de concebir. Pero también puede ser la emoción de la bacteriología o de la geología. De manera diferente, puede ser la emoción del lingüista que descubre nuevos dominios de la expresión humana; o del antropólogo que explora las costumbres humanas en lejanos países. En tales descubrimientos, cuando se acometen con ardor, se produce una ampliación del conocimiento y algunas vece» una verdadera transformación de la conciencia. El universo resulta mucho más asombroso que alguna vez pudimos soñar. Generalmente, la emoción que produce la sociología es de un tipo diferente. Es cierto que en algunas ocasiones el sociólogo penetra en mundos que anteriormente habían sido del todo desconocidos para él: por ejemplo, en el mundo del crimen o en el mundo de alguna grotesca secta religiosa, o en el mundo formado por los intereses de cierto grupo tal como el de los especialistas médicos o los líderes militares o los funcionarios publicitarios. Sin embargo» la mayor parte del tiempo el sociólogo se mueve en sectores de experiencia que son conocidos tanto para él como para la mayoría de la gente dentro de su sociedad. Investiga comunidades, instituciones y actividades acerca de las cuales podemos leer todos los días en los periódicos. No obstante, existen otros motivos de emoción por los descubrimientos que realiza en sus investigaciones. No es la emoción de encontrarse con lo totalmente desconocido, sino más bien la que produce descubrir lo conocido transformándose en su significado. La fascinación de la sociología radica en el hecho de que su perspectiva nos hace contemplar desde un nuevo punto de vista el mismo mundo en el que hemos pasado toda nuestra vida. Esto constituye también una transformación de la conciencia. Además, esta transformación es más pertinente para la existencia que la que se lleva a cabo en muchas otras disciplinas, ya que es más difícil sepárala en cierto compartimento especial de la mente. El astrónomo no vive en las remotas galaxias, y, fuera de su laboratorio, el físico nuclear puede reír y comer, casarse y votar sin pensar en las interioridades del átomo.
El geólogo estudia las rocas sólo en los momentos apropiados y el poliglota habla inglés con su esposa. El sociólogo vive en la sociedad, en el trabajo y fuera de él. Inevitablemente, su propia vida es una parte de la materia que estudia. Gomo hombres que son, los sociólogos también procuran separar sus conocimientos profesionales de sus asuntos diarios. Pero esta es una hazaña muy difícil de llevar a cabo en buena ley.
El sociólogo se mueve en el mundo común de los hombres, muy cerca de lo que la mayoría: de ellos llamaría real. Las categorías que emplea en sus 'análisis son únicamente refinamientos de las clases por las que viven otros hombres: el poder, la clase, la condición social, la raza y-los orígenes étnicos. Como resultado de ello, existe una simplicidad y una evidencia engañosa respecto a algunas investigaciones sociológicas. Leemos acerca de ellas, dormitamos ante la escena familiar, observamos que ya sabíamos todo esto desde antes y que la gente tiene cosas mejores que hacer en lugar de perder su tiempo en axiomas: hasta que de repente adquirimos un discernimiento que nos hace poner en duda radicalmente todo lo que antes suponíamos acerca de esta escena familiar. Este es el momento crítico en que el que comenzamos a sentir la emoción de la sociología.
Permítasenos emplear un ejemplo específico. Imaginemos una clase de sociología en una escuela superior del Sur en donde casi todos los estudiantes son blancos. Imaginemos una lección sobre el tema del sistema racial del Sur. El catedrático habla en ese momento de cuestiones que sus alumnos conocen desde su infancia. En realidad, puede ser que los alumnos estén más al tanto de las minucias de este sistema que el propio catedrático. Por lo tanto, están totalmente aburridos. Consideran que el profesor únicamente está empleando palabras más presuntuosas para describir lo que ellos ya saben. En este caso puede usar el término "casta", empleado comúnmente en la actualidad por los sociólogos estadounidenses para describir el sistema racial de los estados del Sur. Pero al explicar el término se desvía hacia la sociedad tradicional hindú, tratando de aclararlo. Continúa después analizando las creencias mágicas inherentes en los tabús de casta, la dinámica social de la comensalía y el sistema conyugal, los intereses económicos ocultos dentro del sistema, la manera en que las creencias religiosas se relacionan con los tabús, los efectos del sistema de casta sobre el desarrollo industrial de la sociedad y viceversa: en fin, todas las características de la India. Pero de repente, la India no parece estar tan lejos.
Entonces, la lección retorna al tema del Sur. Ahora lo conocido ya no parece tan conocido. Se han suscitado preguntas nuevas, formuladas quizá airadamente, pero, de todas maneras, formuladas. Y cuando menos algunos de los estudiantes han empezado a comprender que en este asunto de la raza se encuentran comprometidas funciones acerca de las cuales no habían leído en los periódicos (al menos no en los de sus ciudades natales) y que sus padres no les habían explicado, en parte porque ni los periódicos ni los padres sabían nada de ellas.
Puede decirse que la máxima principal de la sociología es ésta: las cosas no son lo que parecen. Esta afirmación también es engañosamente simple. Pero poco después deja de ser simple. La realidad social pasa a tener muchos estratos de significado. El descubrimiento de cada nuevo estrato cambia la percepción del conjunto.
Los antropólogos usan el término "choque de civilización" para describir la conmoción de una cultura totalmente nueva sobre un recién llegado. En un caso extremo, tal conmoción la experimentará un explorador occidental a quien se le dice, a mitad de la cena, que se está comiendo a la gentil anciana con la que estuvo charlando el día anterior, conmoción a la que pueden pronosticarse consecuencias psicológicas, si no morales. En la actualidad, la mayoría de los exploradores ya no tropiezan con casos de canibalismo en sus viajes. Sin embargo, los primeros encuentros con la poligamia o con los ritos de la pubertad, o incluso con la manera en que se manejan los- automóviles en algunos países; pueden constituir realmente una conmoción para un visitante estadounidense. A esta conmoción pueden acompañarla no solamente la desaprobación o el disgusto, sino una sensación excitante al comprobar que las cosas pueden ser en realidad tan diferentes de lo que son en nuestro país. Cuando menos hasta cierto punto, esta es la emoción que experimenta cualquier persona la primera vez que viaja al extranjero. La experiencia del descubrimiento sociológico puede describirse como el "choque de civilización" sin un desplazamiento geográfico. En otras palabras, el sociólogo viaja en casa, con resultados sorprendentes. Es poco probable que descubra que se está comiendo en la cena a una agradable anciana. Pero, por ejemplo, el descubrimiento de que la iglesia a la que pertenece tiene invertido mucho dinero en la industria de proyectiles dirigidos, o que a unas cuantas cuadras de su casa existen personas que se entregan a orgías dedicadas a algún culto, no puede ser demasiado diferente en cuanto al choque emocional que produce. No obstante, no deseamos significar que los descubrimientos sociológicos son siempre, o incluso generalmente, ultrajantes para el sentimiento moral. En absoluto. Lo que tienen en común con la exploración en tierras distantes es, sin embargo, la súbita iluminación de nuevas e insospechadas facetas de la existencia humana en sociedad. Esta es la excitación, y como trataremos de demostrar posteriormente, la justificación humanista de la sociología.
La gente a la que le gusta evitar descubrimientos desagradables, que prefiere creer que la sociedad es exactamente lo que le enseñaron en la Escuela Dominical, a la que' le agrada la seguridad de las reglas y máximas de lo que ha llamado Alfred Schutz el "mundo que se da por supuesto", debe permanecer alejada de la sociología. La gente que no siente, tentación-alguna ante las puertas cerradas, que no tiene curiosidad respecto a los seres humanos, que se siente contenta de contemplar el paisaje sin preguntarse qué clase de gente vive en aquellas casas que se ven al otro lado de ese río, probablemente deberían permanecer lejos de la sociología, porque la encontrarán desagradable o, en todo caso, poco remuneradora. La gente que se interesa en los seres humanos sólo si puede cambiarlos, convertirlos o reformarlos también debería ponerse sobre aviso, porque encontrará la sociología mucho menos útil de lo que esperaba. Y la gente que se interesa principalmente en sus propias estructuras conceptuales hará bien en recurrir al estudio de ratoncitos blancos. La sociología será satisfactoria, a la larga, sólo para aquellas personas que no pueden pensar a i otra cosa más fascinadora que observar a los hombres y comprender las cosas humanas.
Ahora podemos dejar constancia de que, si bien deliberadamente, hemos dicho sólo una parte de la verdad en el título de este capítulo. Indudablemente, la sociología es un pasatiempo individual en el sentido de que a algunas personas les interesa y a otras les aburre» A algunas les gusta observar a los seres humanos, a otras experimentar con ratones. El mundo es lo bastante grande para dar cabida a todas las clases y no hay ninguna prioridad lógica para el interés de unas personas comparado con el de otras. Pero la palabra "pasatiempo" es ineficaz pura describir lo que queremos decir. La sociología se parece más a una pasión. La perspectiva sociológica es más similar a un demonio que se apodera de nosotros» que nos empuja apremiantemente una y otra vez hacia las preguntas que le son propias. En consecuencia, una introducción a la sociología es una invitación a un tipo de pasión muy .especial. Ninguna pasión carece de peligros. El sociólogo que vende sus conocimientos debería cerciorarse de que pronuncia claramente una caveat emptor desde que inicia la transacción.
Peter Berger: Introducción a la sociología (1963) |
Introducción a la sociología
Peter Berger
Cap. 1: La sociología como un pasatiempo individual
1963
Fuente: Berger, Peter. Introducción a la sociología. Editorial Limusa Wiley, México, 1967.
Índice de textos de Introducción a la sociología o Invitación a la sociología de Peter Berger (1963)
Peter Beger: Alternación y biografía (Cap. 3 de Introducción a la sociología, 1963)
Una reseña de la obra 'Introducción a la sociología' de Peter Berger (1963)
Introducción a la sociología de Peter Berger (1963)
Comentarios
Publicar un comentario