George Ritzer: Esbozo histórico de la teoría sociológica: primeros años (Teoría sociológica clásica, cap. 1)
Esbozo histórico de la teoría sociológica: primeros años.
Teoría sociológica clásica (Capítulo 1)
George Ritzer
Introducción
Fuerzas sociales en el desarrollo de la teoría sociológica
Revoluciones políticas
La revolución industrial y el nacimiento del capitalismo
Urbanización
Cambio religioso
Crecimiento de la ciencia
Fuerzas intelectuales y surgimiento de la teoría sociológica.
La Ilustración y la fundación de la sociología en Francia
El desarrollo de la sociología alemana
Los orígenes de la sociología británica
Figuras clave de la sociología italiana
Desarrollos del marxismo europeo a la vuelta del siglo
Este libro se ha pensado como una introducción a la obra de los teóricos de la sociología clásica, por lo que comenzamos con las siguientes ideas, expresadas en una sola proposición, que proporcionan la esencia de las teorías que se tratan en estas páginas:
• Nos dirigimos hacia un mundo dominado por la ciencia. (Auguste Comté).
• El mundo camina hacia un mayor orden y armonía. (Herbert Spencer).
• El capitalismo se basa en la explotación de los trabajadores por los capitalistas. (Karl Marx).
• El mundo moderno ofrece menos cohesión moral que las sociedades anteriores. (Entile Durkheim).
• El mundo moderno es una jaula de hierro de sistemas racionales de la que no hay salida. (Max Weber).
• La ciudad genera un tipo particular de persona. (Georg Simmel).
• Las mentes de las personas y sus conceptos de sí mismas están configuradas según sus experiencias sociales. (George Herbert Mead).
• En sus relaciones sociales las personas suelen confiar en «fórmulas» verdaderas que han sido aplicadas anteriormente para saber cómo manejar esas relaciones. (Alfred Schutz).
• La sociedad es un sistema integrado de estructuras y funciones sociales.
(Talcott Parsons).
El objeto de este libro es ayudar al lector a comprender mejor estas ideas teóricas, así como las teorías más extensas en las que se inspiran estas ideas, dentro del contexto de la obra de cada uno de los nueve teóricos clásicos arriba mencionados.
INTRODUCCION
Por teoría sociológica clásica nos referimos a teorías ambiciosas y de gran alcance que se crearon durante la edad clásica de la sociología en Europa (aproximadamente entre principios del siglo xix y principios del xx), o tienen sus raíces en ese periodo y cultura. Las teorías de Comte, Spencer, Marx, Durkheim, Weber y Simmel se produjeron durante la época clásica en Francia, Inglaterra y Alemania. Las teorías de Mead, Schutz y Parsons se produjeron bastante más tarde y principalmente en los Estados Unidos, pero sus fuentes se encuentran en la época clásica y en las tradiciones intelectuales europeas.
La obra de estos nueve teóricos se analiza en este libro por dos razones principales. Primera, en todos los casos su obra cobró importancia en su tiempo y jugó un papel central en el desarrollo de la sociología en general, y en el de la teoría sociológica en particular. Segunda, sus ideas han sido y siguen siendo importantes y leídas por los sociólogos contemporáneos, aunque ello sea menos cierto en el caso de Comte y Spencer (quienes tienen más importancia histórica) que en el de los demás.
Este libro no abarca toda la teoría sociológica, sino sólo la teoría clásica.
Sin embargo, con el fin de una mejor comprensión de las ideas de los nueve teóricos clásicos que serán discutidas en profundidad a lo largo del libro, comenzamos con dos capítulos que ofrecen una visión general de la historia de la teoría sociológica. El primer capítulo estudia los primeros años de la teoría sociológica, mientras el segundo traslada esa historia al presente y a los desarrollos más recientes de la teoría sociológica. Ambos capítulos ofrecen, juntos, el contexto en el que debe comprenderse la obra de los nueve teóricos clásicos.
Los dos capítulos introductorios obedecen a la creencia de que es importante comprender no sólo las fuentes históricas de las teorías clásicas, sino también su influencia posterior. En términos generales, el lector debe tener una visión general de la teoría sociológica antes de pasar a un análisis detallado de los teóricos clásicos. El resto del contenido de este libro (desde el tercer capítulo hasta el undécimo) trata de las ideas de los principales teóricos clásicos mencionados arriba. Así, las ideas de los principales teóricos clásicos serán doblemente analizadas. En el primer o segundo capítulo se presentan brevemente en su contexto histórico, para ser analizadas en profundidad en el capítulo dedicado a cada uno de los teóricos.
¿Por qué nos centramos en estos nueve teóricos y no en otros muchos cuyos nombres e ideas surgirán en el curso de los dos primeros capítulos? La respuesta más simple a esta pregunta es que las limitaciones de espacio hacen imposible estudiar a todos los teóricos clásicos. Por otro lado, a muchos teóricos no se les ha dedicado un solo capítulo debido a que sus teorías no pertenecen o no tienen raíces de importancia central en la época clásica. Además, las teorías deben reunir otra serie de criterios para poder ser analizadas en profundidad.
Para incluirlas, las teorías deben tener un amplio campo de aplicación, tratar las cuestiones sociales más importantes y haber superado la prueba del tiempo (es decir, deben seguir siendo leídas e influyentes)2. Así, ciertos teóricos que se analizan brevemente en este capítulo (por ejemplo, Louis DeBonald y Gaetano Mosca) no serán discutidos en detalle más adelante porque sus ideas incumplen uno o más de los criterios mencionados arriba, especialmente el hecho de que sus teorías no han superado la prueba del tiempo. Algunos de los teóricos más contemporáneos estudiados en el capítulo segundo (por ejemplo, Erving Goffman y Harold Garfínkel), no son analizados en detalle porque se asocian más a la era contemporánea que a la teoría sociológica clásica.
Nuestro estudio se centra en la importante obra teórica clásica de los soció- logos, así como en los trabajos de aquellos que suelen relacionarse con otros campos (por ejemplo, Karl Marx y su asociación con el campo de la economía) pero que han sido definidos como figuras de importancia para la sociología.
Para decirlo sucintamente, el presente es un libro sobre las «grandes ideas» en la historia de la sociología, ideas que tratan de las cuestiones sociales más importantes y que han tenido una gran repercusión.
Presentar una historia de la teoría sociológica es una ardua tarea, pero como sólo dedicamos los dos primeros capítulos a ella lo que ofrecemos es un esbozo histórico altamente selectivo3. Pretendemos proporcionar al lector un andamio que le ayude a situar las discusiones detalladas posteriores de los teóricos clásicos en un contexto histórico. (Sería de especial utilidad ojear más de una vez las Figuras 1.1 y 2.1, ya que son representaciones esquemáticas de la historia que abarca este capítulo).
No se puede establecer a ciencia cierta la fecha exacta de los comienzos de la teoría sociológica. Muchos han reflexionado y han desarrollado teorías sobre la vida social desde sus orígenes históricos. Pero no nos remontaremos a los remotos tiempos de los griegos o los romanos, ni siquiera a la Edad Media. Y ello no se debe a que pensemos que las personas de aquellos tiempos no tuvieran ideas sociológicas importantes, sino a que el producto de nuestra inversión en tiempo sería pequeño; gastaríamos demasiado tiempo analizando pocas ideas relevantes para la sociología moderna. En cualquier caso, ninguno de los pensadores de aquellas épocas se reconocían a sí mismos, y pocos son reconocidos actualmente, como propiamente sociólogos. (Para el análisis de una excepción, véase la reseña biográfica de Ibn-Jaldún). Es a principios del siglo xix cuando comenzamos a encontrar pensadores que han sido manifiestamente identificados como sociólogos. Estos son los pensadores sociales que nos interesan y comenzamos, pues, con el examen de las fuerzas sociales e intelectuales más importantes que configuraron sus ideas.
FUERZAS SOCIALES EN EL DESARROLLO DE LA TEORIA SOCIOLOGICA.
El contexto social configura profundamente todos y cada uno de los campos intelectuales. Ello es particularmente cierto en el caso de la sociología, que no sólo se deriva de ese contexto, sino que también toma el contexto social como su objeto de estudio. Analizaremos brevemente algunas de las condiciones sociales más importantes del siglo xix y principios del xx, condiciones que fueron de suma importancia para el desarrollo de la sociología. Tendremos también la ocasión de comenzar a presentar las principales figuras de la historia de la teoría sociológica.
Revoluciones políticas La larga serie de revoluciones políticas que, desencadenadas por la Revolución Francesa de 1789, se produjeron a lo largo del siglo xix constituyó el factor más inmediato de la aparición de la teorización sociológica. La influencia de estas revoluciones en muchas sociedades fue inmensa, y de ellas se derivaron muchos cambios positivos. Sin embargo, lo que atrajo la atención de muchos de los primeros teóricos no fueron las consecuencias positivas de esos cambios, sino sus efectos negativos. Estos escritores se sintieron particularmente preocupados por el caos y el desorden resultantes, sobre todo en Francia. Sentían al unísono un deseo de restaurar el orden de la sociedad. Algunos de los pensadores más extremistas de este periodo anhelaban literalmente un regreso a los pacíficos y relativamente ordenados días de la Edad Media. Los pensadores más sofisticados reconocían que el cambio social que se había producido hacía imposible ese regreso. Así, se afanaban por encontrar nuevas bases de orden en las sociedades perturbadas por las revoluciones políticas de los siglos xviii y xix. Este interés por la cuestión del orden social fue una de las preocupaciones principales de los teóricos clásicos de la sociología, en especial de Comte, Durkheim y Parsons.
La revolución industrial y el nacimiento del capitalismo.
En la configuración de la teoría sociológica tan importante fue la revolución política como la revolución industrial, que se produjo en muchas sociedades occidentales principalmente durante el siglo xix y principios del xx. La revolución industrial no constituye un único acontecimiento, sino muchos desarrollos interrelacionados que culminaron en la transformación del mundo occidental, que pasó de ser un sistema fundamentalmente agrícola a otro industrial. Gran cantidad de personas abandonaron las granjas y el trabajo agrícola para ocupar los empleos industriales que ofrecían las nuevas fábricas. Estas fábricas habían experimentado también una transformación debido a la introducción de mejoras tecnológicas. Se crearon inmensas burocracias económicas para proporcionar los múltiples servicios que requerían la industria y el naciente sistema económico capitalista. El ideal de esta economía era un libre mercado en el que pudieran intercambiarse los diversos productos del sistema industrial. En este sistema unos pocos obtenían enormes ganancias, mientras la mayoría trabajaba gran cantidad de horas a cambio de bajos salarios. La consecuencia de ello fue la reacción contra el sistema industrial y contra el capitalismo en general, lo que condujo a la creación del movimiento obrero, así como a una diversidad de movimientos radicales cuyo objetivo era derrocar el sistema capitalista.
La revolución industrial, el capitalismo, y la reacción contra ellos desencadenó una enorme revuelta en la sociedad occidental, una revuelta que afectó profundamente a los sociólogos. Cuatro figuras principales de la historia de la teoría sociológica —Karl Marx, Max Weber, Emile Durkheim y Georg Simmel—, así como otros muchos pensadores de menor importancia, se sentían preocupados por estos cambios y por los problemas que habían creado al conjunto de la sociedad. Pasaron sus vidas estudiando estos problemas y en muchos casos se esforzaron por desarrollar programas que pudieran resolverlos.
El nacimiento del socialismo.
Una serie de cambios cuyo objetivo era solucionar los excesos del sistema industrial y del capitalismo pueden agruparse bajo el término «socialismo». Aunque algunos sociólogos apoyaron el socialismo como la solución a los problemas industriales, la mayoría se manifestó personal e intelectualmente en contra de él. Por un lado, Karl Marx apoyaba activamente el derrocamiento del sistema capitalista y su sustitución por un sistema socialista. Aunque no desarrolló una teoría del socialismo per se, invirtió una gran cantidad de tiempo en criticar varios aspectos de la sociedad capitalista. Además, estuvo implicado en diversas actividades políticas que esperaba dieran como resultado el nacimiento de las sociedades socialistas.
Sin embargo, Marx constituye una figura atípica de los primeros años de la teoría sociológica. La mayoría de los primeros teóricos, como Weber y Durkheim, se opuso al socialismo (al menos, así lo creía Marx). Aunque reconocían los problemas de la sociedad capitalista, se afanaban por encontrar una reforma social dentro del capitalismo, antes que apoyar la revolución social que proponía Marx. Temían al socialismo más que al capitalismo. Este temor jugó un papel mucho más importante en la configuración de la teoría sociológica que el apoyo de Marx a la alternativa socialista al capitalismo. Como veremos, en muchos casos la teoría sociológica se desarrolló de hecho como una reacción contra la teoría socialista en general, y contra la marxiana en particular.
Urbanización.
En parte como resultado de la revolución industrial, una gran cantidad de personas del siglo xix y xx fue desarraigada de su entorno rural y trasladada a emplazamientos urbanos. Esta emigración masiva se debió en muy buena medida a los empleos que creó el sistema industrial en las zonas urbanas. Además, la expansión de las ciudades produjo una lista supuestamente interminable de problemas urbanos: masificación, contaminación, ruido, tráfico, etc.. La naturaleza de esta vida urbana y sus problemas atrajo la atención de muchos sociólogos clásicos, especialmente la de Max Weber y Georg Simmel. De hecho, la primra y principal escuela de sociología estadounidense, la escuela de Chicago, se define en parte por su preocupación por la ciudad y sus intereses en la utilización de Chicago como laboratorio para el estudio de la urbanización y sus problemas.
Cambio religioso.
Los cambios sociales que se produjeron a raíz de las revoluciones políticas, la revolución industrial, y la urbanización, tuvieron un profundo efecto en la religiosidad. Muchos de los primeros sociólogos recibieron una educación religiosa y se encontraban implicados activamente, y en algunos casos, profesionalmente, en la religión (Hinkle y Hinkle, 1954). Su objetivo en sociología era el mismo que tenían sus vidas religiosas. Su deseo era mejorar la vida de las personas (Vidich y Lyman, 1985). En algunos casos (como en el de Comte) la sociología se convirtió en una religión. En otros, sus teorías sociológicas exhiben una marca inconfundiblemente religiosa. Durkheim dedicó una de sus principales obras a la religión. La moral jugó un papel central no sólo en la sociología de Durkheim, sino también en la obra de Talcott Parsons. Una gran parte de la obra de Weber está dedicada a las religiones del mundo. Marx también se mostró interesado por la religiosidad, pero su orientación era más crítica. Spencer también discutió la cuestión de la religión («las instituciones eclesiásticas») como un componente importante de la sociedad.
Crecimiento de la ciencia.
En el curso del desarrollo de la teoría sociológica tuvo lugar un creciente interés por la ciencia, no sólo en las universidades, sino también en la sociedad en su conjunto7Los productos tecnológicos de la ciencia impregnaban todos los sectores de la vida, y la ciencia adquirió un fabuloso prestigio. A los intelectuales vinculados a las ciencias que más éxitos acumulaban (la física, la biología y la química) se les otorgaban lugares preferentes en la sociedad. Los sociólogos (especialmente Comte, Durkheim, Spencer, Mead y Schutz) se preocuparon desde el principio por la ciencia, y muchos querían modelar la sociología a partir de las ciencias de la física y la química, que habían obtenido un gran éxito. Sin embargo, en seguida surgió un debate entre los que aceptaban de buen grado el modelo científico y los que (como Weber) pensaban que las características particulares de la vida social dificultaban y hacían no recomendable la adopción de un modelo absolutamente científico. La cuestión de la relación entre la sociología y la ciencia aún se debate, aunque una sola ojeada a las principales revistas del área indica el predominio de los que apoyan la sociología como ciencia.
Estos son sólo algunos de los principales factores sociales que jugaron papeles centrales en los primeros años de la teoría sociológica. La influencia de estos factores se clarificará a medida que analicemos a los diversos teóricos a lo largo del libro.
Aunque los factores sociales son importantes, concedemos más importancia en este capítulo a las fuerzas intelectuales que jugaron un papel central en la configuración de la teoría sociológica. Por supuesto, en el mundo real los factores intelectuales son inseparables de las fuerzas sociales. Por ejemplo, en la discusión de la Ilustración que aparece más adelante nos percatamos de que ese movimiento está íntimamente relacionado con los cambios sociales discutidos arriba, y en muchos casos proporciona su base intelectual.
ABDEL RAHMAN IBN-JALDUN: Reseña biográfica
Existe una tendencia que nos lleva a pensar en la sociología como un fenómeno comparativamente moderno y exclusivamente […] mucho tiempo existieron en otras partes del mundo sabios que hicieron sociología. Abdel Rahman Ibn-Jaldún constituye un buen ejemplo.
Ibn-Jaldún nació en Túnez, en Africa del Norte, el 27 de mayo de 1332 (Faghirzadeh, 1982). Nacido en el seno de una familia culta, Ibn-Jaldún inició sus estudios con el Corán (el libro sagrado musulmán), las matemáticas y la historia. Trabajó para varios sultanes de Túnez, Marruecos, España y Argelia como embajador, chambelán y miembro del consejo de sabios. Estuvo en prisión en Marruecos por creer y manifestar que los gobernantes civiles no eran líderes divinos. Tras aproximadamente dos décadas de actividad política Ibn-Jaldún regresó al norte de Africa, donde inició un periodo de cinco años de intenso estudio y producción de escritos.
Las obras que escribió durante este periodo aumentaron su fama y le proporcionaron un empleo de profesor en el principal centro de estudios islámicos, la mezquita universitaria de Al-Azhar en El Cairo. En sus concurridas clases sobre la sociedad y la sociología, Ibn-Jaldún acentuaba la importancia de la vinculación del pensamiento sociológico y la observación histórica.
Cuando llegó al término de sus días, en 1406, Ibn-Jaldún había producido una obra que tiene mucho en común con la sociología contemporánea. Estaba comprometido con el estudio científico de la sociedad, con la investigación empírica y con la búsqueda de las causas de los fenómenos sociales. Dedicó considerable atención a diversas instituciones sociales (por ejemplo, a las políticas y económicas) y a la relación entre ellas. Se interesó por la comparación entre las sociedades modernas y las primitivas. Ibn-Jaldún no tuvo una influencia profunda en la sociología clásica; pero, una vez redescubierta su obra, puede ser considerado como una figura de un gran significado histórico, como lo es por los intelectuales en general y los intelectuales islámicos en particular.
FUERZAS INTELECTUALES Y SURGIMIENTO DE LA TEORIA SOCIOLOGICA.
Las numerosas fuerzas intelectuales que configuraron el desarrollo de las teorías sociológicas clásicas se analizan en el contexto nacional en el que se dejó sentir su influencia. Comenzamos con la Ilustración y su influencia en el desarrollo de la teoría sociológica en Francia.
La Ilustración y la fundación de la sociología en Francia.
Numerosos observadores piensan que, a la luz de la evolución posterior de la sociología, la Ilustración constituye un desarrollo crítico (Hawthorn, 1976; Nisbet, 1967; Seidman, 1983; Zeitlin, 1981, 1990). La Ilustración fue un periodo de notable desarrollo y cambio intelectual en el pensamiento filosófico4. Algunas ideas y creencias que han prevalecido —muchas relacionadas con la vida social— fueron superadas y reemplazadas durante la Ilustración. Los pensadores más importantes asociados con la Ilustración son los filósofos franceses Charles Montesquieu (1689-1755) y Jean Jacques Rousseau (1712-1778). Sin embargo, la influencia de la Ilustración en la teoría sociológica fue más indirecta y negativa que directa y positiva. Como ha señalado Irving Zeitlin, «La sociología se desarrolló inicialmente como una reacción a la Ilustración» (1981: 10).
Después de todo, los pensadores vinculados a la Ilustración estuvieron influidos por dos corrientes intelectuales: la filosofía y la ciencia del siglo XVII.
La filosofía del siglo XVII estaba asociada a la obra de pensadores tales como René Descartes, Thomas Hobbes y John Locke. El interés fundamental se centraba en la producción de sistemas ambiciosos, generales y altamente abstractos de ideas que tuvieran sentido racional. Pensadores más tardíos relacionados con la Ilustración no rechazaron la idea de que los sistemas de ideas debían ser generales y tener un sentido racional, pero hicieron grandes esfuerzos por derivar sus ideas del mundo real y verificarlas en él. En otras palabras, deseaban combinar la investigación empírica con la razón (Seidman, 1983: 36-37). El modelo para llevar a cabo esa combinación era el científico, especialmente la física newtoniana. En esos momentos se produjo el nacimiento de la aplicación del método científico a las cuestiones sociales. Por otro lado, no sólo los pensadores de la Ilustración querían que sus ideas se derivaran, al menos en parte, del mundo real, sino que también deseaban que fueran útiles para el mundo social, especialmente para el análisis crítico de ese mundo.
En general, la Ilustración se caracterizó por la creencia de que las personas podían comprender y controlar el universo mediante la razón y la investigación empírica. Pensaban que del mismo modo que el mundo físico se regía de acuerdo con leyes naturales, era probable que el mundo social también tuviera sus propias leyes. Por tanto, mediante el empleo de la razón y la investigación científica, al filósofo atañía descubrir estas leyes sociales. Una vez comprendido el funcionamiento del mundo social, los pensadores de la Ilustración se trazaron una meta práctica: la creación de un mundo más racional y «mejor».
Como hacían hincapié en la importancia de la razón, los filósofos de la Ilustración tendían a rechazar las creencias en la autoridad tradicional. Cuando estos pensadores examinaban los valores y las instituciones tradicionales, solían encontrarlas irracionales, es decir, opuestas a la naturaleza humana e inhibidoras del desarrollo y crecimiento humano. La misión de estos filósofos de la Ilustración prácticos e inclinados al cambio era, pues, superar estos sistemas irracionales.
Reacción conservadora a la Ilustración.
El teórico más directa y positivamente influido por el pensamiento de la Ilustración fue Karl Marx, aunque produjo sus primeras ideas teóricas en Alemania. A primera vista pensamos que la teoría sociológica clásica francesa, así como la teoría de Marx, estuvo directa y positivamente influida por la Ilustración. Después de todo, ¿acaso no se convirtió la sociología francesa en una sociología racional, empírica, científica y orientada al cambio? La respuesta es que sí, pero no antes de que se formara por medio de un conjunto de ideas que se desarrollaron como reacción a la Ilustración. Para Seidman «La ideología de la contra-Ilustración supuso una inversión virtual del liberalismo de la Ilustración. En lugar de premisas modernistas, detectamos en los críticos de la Ilustración un profundo sentimiento antimodernista» (1983: 51).
Como veremos, la sociología en general, y la sociología francesa en particular, constituyeron desde sus inicios una mezcolanza turbulenta de ideas en pro y en contra de la Ilustración.
La forma más extrema que adoptó la oposición a las ideas de la Ilustración fue la filosofía contrarrevolucionaria católica francesa representada fundamentalmente por las ideas de Louis de Bonald (1754-1840) y Joseph de Maistre (1753-1821). Estos hombres reaccionaron no sólo contra la Ilustración, sino también contra la Revolución Francesa, a la que consideraban como parte de un producto del pensamiento característico de la Ilustración. De Bonald, por ejemplo, mostraba especial disgusto por los cambios revolucionarios y recomendaba un regreso a la paz y armonía de la Edad Media. Dios era la fuente de la sociedad, por lo que la razón, de suma importancia para los filósofos de la Ilustración, era considerada inferior a las creencias religiosas tradicionales. Además, se pensaba que como Dios había creado la sociedad, los humanos no podían manipularla ni debían intentar cambiar una creación sagrada. Por extensión, de Bonald se oponía a todo lo que minara instituciones tradicionales tales como el patriarcado, la familia monógama, la monarquía y la Iglesia Católica. Limitarse a calificar la postura de de Bonald de conservadora es un error.
Aunque de Bonald representó una forma bastante extrema de la reacción conservadora, su obra constituye una introducción útil a sus premisas generales. Los conservadores se alejaron de lo que consideraban el racionalismo «naive» de la Ilustración. No sólo reconocían los aspectos irracionales de la vida social, sino que también les asignaban un valor positivo. Así, fenómenos tales como la tradición, la imaginación, la emoción y la religión constituían componentes útiles y necesarios de la vida social. Les disgustaba la revuelta y deseaban mantener el orden existente, y por ello deploraban desarrollos tales como la Revolución Francesa y la Revolución Industrial, considerados por ellos como fuerzas destructivas. Los conservadores tendían a acentuar el orden social, tendencia que se convirtió en uno de los temas centrales de la obra de varios teóricos clásicos de la sociología.
Zeitlin (1981) expuso diez proposiciones principales que, en su opinión, definen la reacción conservadora y proporcionan la base del desarrollo de la teoría sociológica clásica.
1. Mientras que la mayoría de los pensadores de la Ilustración tendían a hacer hincapié en el individuo, la reacción conservadora llevó a un mayor interés por la sociedad y otros fenómenos de gran alcance. La sociedad se consideraba como algo más que un mero agregado de individuos. Pensaban que la sociedad existía per se, con sus propias leyes de desarrollo y sus profundas raíces en el pasado.
2. La sociedad era la unidad de análisis más importante; se le confería más importancia que al individuo. Era la sociedad la que creaba al individuo, fundamentalmente a través del proceso de socialización.
3. El individuo no constituía ni siquiera el elemento más básico de la sociedad. Una sociedad se componía de elementos tales como roles, posiciones, relaciones, estructuras e instituciones. Los individuos ni siquiera eran considerados como los protagonistas de esas unidades de la sociedad.
4. Se creía que las partes de una sociedad estaban interrelacionadas y eran interdependientes. En efecto, estas interrelaciones constituían la principal base de la sociedad. Esta visión les confirió una orientación política conservadora. Es decir, debido a que las partes se suponían interrelacionadas, manipular una de ellas podía conducir a la destrucción de las otras partes y, consecuentemente, del sistema en su conjunto. Ello suponía que la introducción de cambios en el sistema social debía realizarse con suma precaución.
5. Se contemplaba el cambio como una amenaza no sólo para la sociedad y sus componentes sino también para los individuos de la sociedad. Los diversos componentes de la sociedad satisfacían supuestamente las necesidades de las personas. Cuando las instituciones se destruían, la gente probablemente sufría, y tal sufrimiento desembocaría probablemente en el desorden social.
6. La tendencia general era creer que los diversos componentes de la sociedad eran útiles tanto para la sociedad como para el individuo. En consecuencia, apenas existía el deseo de reflexionar acerca de los efectos negativos de las estructuras y las instituciones sociales existentes.
7. Pequeñas unidades como la familia, el vecindario y los grupos religiosos y ocupacionales también eran calificados de esenciales para los individuos y la sociedad. Proporcionaban los entornos íntimos y de interrelación personal que las personas necesitaban para sobrevivir en las sociedades modernas.
8. Existía una cierta tendencia a interpretar que cambios sociales como la industrialización, la urbanización y la burocratización tenían efectos desorganizadores. Se contemplaban estos cambios con temor e inquietud y existía gran interés en idear alguna manera de manejar sus efectos destructores.
9. Aunque gran parte de estos temidos cambios daba lugar a una sociedad más racional, la reacción conservadora llevaba a reconocer la importancia de los factores no racionales (por ejemplo, el ritual, la ceremonia y el culto) de la vida social.
10. Finalmente, los conservadores apoyaban la existencia de un sistema social jerárquico. Se confería tanta importancia a la sociedad como a la existencia de un sistema diferencial de estatus y recompensas.
Estas diez proposiciones que resumen la reacción conservadora a la Ilustración deben considerarse como la base intelectual más inmediata del desarrollo de la teoría sociológica en Francia. Muchas de estas ideas penetraron profundamente en el pensamiento sociológico temprano, aunque algunas de las ideas de la Ilustración (el empirismo, por ejemplo) también ejercieron gran influencia.
Aunque hemos subrayado las discontinuidades entre la Ilustración y la contra-Ilustración, Siedman defiende que existían vínculos y afinidades entre ellas.
En primer lugar, la contra-Ilustración prolongaba la tradición científica desarrollada por la Ilustración. En segundo lugar, adoptó el interés de la Ilustración por las colectividades (como opuestas a los individuos) y las estudió en profundidad. Y en tercer lugar, ambas se interesaron por los problemas del mundo moderno, especialmente por sus efectos negativos sobre los individuos.
Pasaremos ahora a la fundación real de la sociología como disciplina distintiva y, específicamente, a la obra de tres pensadores franceses, Claude SaintSimon, Auguste Comte y, sobre todo, Durkheim.
Claude Hettri Saint-Simon (1760-1825).
Saint-Simon era mayor que Auguste Comte quien, de hecho, trabajó en su juventud como secretario y discípulo de aquél. Existe una gran similitud entre las ideas de ambos pensadores, pero un amargo debate entre los dos les condujo a su separación final (Thompson, 1975).
Como suele considerarse a Comte más importante en la fundación de la sociología, dedicaremos sólo algunas palabras al pensamiento de Saint-Simon.
El aspecto más interesante de Saint-Simon fue su importancia, tanto para el desarrollo de la teoría sociológica conservadora como para el de la marxiana (que, en muchos aspectos, se oponía a la teoría conservadora). Desde el punto de vista conservador, Saint-Simon pretendía preservar la sociedad tal y como era, pero no anhelaba el regreso a la vida de la Edad Media que promovían de Bonald y de Maistre. Además, era un positivista (Durkheim, 1928/1962: 142), es decir, creía que el estudio de los fenómenos sociales debía emplear las mismas técnicas científicas que las ciencias naturales. Desde el punto de vista radical, Saint-Simon previo la necesidad de reformas socialistas, especialmente la planificación centralizada del sistema económico. Pero Saint-Simon no fue tan lejos como Marx. Aunque ambos previeron que los capitalistas suplantarían a la nobleza feudal, a Saint-Simon le parecía inconcebible que la clase trabajadora pudiera sustituir a los capitalistas. Encontramos muchas de las ideas de Saint-Simon en la obra de Comte, por lo que a continuación pasamos a hacer un breve examen de la misma.
Auguste Comte (1798-1857).
Comte (véase el capítulo tercero) fue el primero en utilizar el término sociología. Ejerció una profunda influencia en los teóricos posteriores de la sociología (especialmente en Herbert Spencer y en Emile Durkheim). Y creía que el estudio de la sociología debía ser científico, al igual que muchos teóricos clásicos y la mayoría de los sociólogos contemporáneos (Lenzer, 1975).
La obra de Comte puede considerarse, al menos en parte, como una reacción contra la Revolución Francesa y la Ilustración, a la que consideraba la principal causa de la revolución (1830/1842/1855). Se sentía profundamente perturbado por la anarquía que reinaba en la sociedad y se mostraba crítico frente a los pensadores franceses que habían engendrado la Ilustración y apoyado la revolución. Desarrolló su perspectiva científica, el «positivismo» o «filosofía positiva», para luchar contra lo que consideraba la filosofía destructiva y negativa de la Ilustración. Comte se alineaba con los católicos contrarrevolucionarios franceses (especialmente de Bonald y de Maistre), de los que experimentó su influencia. Sin embargo, al menos por dos razones, su obra debe ser analizada al margen de la de estos. Primera, no creía posible el regreso a la Edad Media, pues los avances científicos e industriales hacían imposible ese regreso.
Segunda, desarrolló un sistema teórico bastante más sofisticado que sus predecesores, un sistema que configuró una gran parte de la temprana sociología.
Comte desarrolló su física social, o lo que en 1822 denominó sociología, para luchar contra las filosofías negativas y la anarquía perjudicial que, desde su punto de vista, reinaban en la sociedad francesa. El uso del término física social evidenciaba el afán de Comte por modelar la sociología a partir de las «ciencias duras». Esta nueva ciencia, que para él terminaría por ser la ciencia dominante, debía ocuparse tanto de la estática social (de las estructuras sociales existentes) como de la dinámica social (del cambio social). Aunque ambas implicaban la búsqueda de las leyes de la vida social, Comte percibía que la dinámica social era más importante que la estática social. Este interés por el cambio reflejaba su interés por la reforma social, particularmente la de los males creados por la Revolución Francesa y la Ilustración. Comte no recomendaba el cambio revolucionario, pues consideraba que la evolución natural de la sociedad mejoraría las cosas. Las reformas eran necesarias sólo para empujar levemente el proceso.
Esto nos lleva a la piedra angular del enfoque de Comte: su teoría de la evolución o ley de los tres estadios. La teoría propone que existen tres estadios intelectuales a través de los que la historia del mundo ha avanzado. De acuerdo con Comte, no sólo el mundo atraviesa este proceso, sino también los grupos, las sociedades, las ciencias, los individuos e incluso la mente de las personas. El primero es el estadio teológico y define el mundo anterior a 1300. Durante este periodo el sistema principal de ideas enfatizaba la creencia de que los poderes sobrenaturales, las figuras religiosas, diseñadas a partir del hombre, constituían la raíz y el origen de todo. En particular, se pensaba que era Dios quien había creado el mundo social y físico. El segundo estadio es el metafísico y se sitúa aproximadamente entre 1300 y 1800. Este estadio se caracterizó por la creencia en que las fuerzas abstractas, como la «naturaleza», lo explicaban todo mejor quei o s dioses personalizados. Finalmente, en 1800 comenzó el estadio positivo, caracterizado por la creencia en la ciencia. En este estadio la gente tendía a abandonar la búsqueda de las causas absolutas (Dios o la naturaleza) para concentrarse en la observación del mundo físico y social y en la búsqueda de las leyes que lo regían.
Es evidente que en su teoría del mundo Comte se centró en los factores intelectuales. En efecto, afirmaba que el desorden intelectual era la causa del desorden social. El desorden se derivaba de los antiguos sistemas de ideas (teológico y metafísico) que seguían existiendo en la edad positivista (científica).
Sólo cuando el positivismo se hiciera con el control total cesarían las revueltas sociales. Como se trataba de un proceso evolutivo parecía innecesario fomentar la revuelta social y la revolución. El positivismo llegaría tarde o temprano, aunque quizás no tan rápido como algunos deseaban. Aquí el reformismo social de Comte y su sociología coinciden. La sociología podía acelerar la llegada del positivismo y conferir orden al mundo social. Sobre todo, Comte no deseaba que se pensara en él como partidario de la revolución. Desde su punto de vista existía ya suficiente desorden en el mundo. En cualquier caso, lo realmente necesario a los ojos de Comte era el cambio intelectual y apenas podían aducirse razones para apoyar la revolución social y política.
Así pues, hemos tratado algunas posturas de Comte que ejercieron gran influencia en el desarrollo de la sociología clásica: su conservadurismo, reformismo y cientifísmo básicos, y su perspectiva evolucionista del mundo. Merecen también mención otros aspectos de su obra, debido a que jugaron un papel importante en el desarrollo de la teoría sociológica. Por ejemplo, su sociología no se centraba en el individuo sino que empleaba como unidad básica de análisis entidades más complejas como la familia. También recomendaba el análisis conjunto de la estructura y del cambio social. El énfasis de Comte en el carácter sistémico de la sociedad —los vínculos entre sus diversos componentes— tuvo una gran importancia para la teoría sociológica posterior, especialmente para la obra de Spencer y Parsons. También otorgaba Comte importancia al papel del consenso en la sociedad: para él carecía de atractivo la idea de que la sociedad se caracterizaba por el conflicto inevitable entre los trabajadores y los capitalistas. Además, subrayaba la necesidad de elaborar teorías abstractas, salir al exterior y hacer investigación sociológica. Recomendaba que los sociólogos hicieran uso de la observación, la experimentación y el análisis histórico comparado.
Por último hay que decir que Comte era un elitista: creía que la sociología se convertiría finalmente en la fuerza científica dominante del mundo debido a su específica capacidad de interpretar las leyes sociales y de desarrollar reformas para solventar los problemas del sistema.
Comte se situó a la cabeza del desarrollo de la sociología positivista (Bryant, 1985; Halípenny, 1982). Para Jonathan Turner, el positivismo de Comte recalcaba que «el universo social está sujeto al examen del desarrollo de leyes abstractas que pueden verificarse a través de la recolección cuidadosa de datos», y «estas leyes abstractas denotan las propiedades básicas y generales del universo social y especifican sus 'relaciones naturales'» ( 1985a: 24). Como veremos más adelante, algunos teóricos clásicos (especialmente Spencer y Durkheim) compartieron el interés de Comte por el descubrimiento de las leyes de la vida social.
Aunque Comte carecía de una base académica sólida para construir una escuela de teoría sociológica comtiana, proporcionó, sin embargo, los fundamentos para el desarrollo de una importante corriente de teoría sociológica.
Pero sus sucesores en la sociología francesa y, en especial, el heredero de muchas de sus ideas, Emile Durkheim, ensombrecieron levemente la trascendencia ulterior de su figura.
Emile Durkheim (1858-1917).
Aunque para Durkheim, como para Comte, la Ilustración constituyó una influencia negativa, en ambos casos tuvo efectos positivos sobre su obra (por ejemplo, el interés por la ciencia y el reformismo social). Sin embargo, a Durkheim se le considera más propiamente el heredero de la tradición conservadora, especialmente tal y como se manifestaba en la obra de Comte. Pero mientras Comte se mantuvo apartado de los círculos académicos, Durkheim legitimó la sociología en Francia y su obra se convirtió en una fuerza dominante en el desarrollo de la sociología en general, y de la teoría sociológica en particular.
Durkheim era políticamente liberal, pero intelectualmente adoptó una postura más conservadora. Al igual que Comte y los contrarrevolucionarios católicos, Durkheim temía y odiaba el desorden social. El móvil fundamental de su obra fueron los desórdenes que produjeron los cambios sociales generales analizados en el principio de este capítulo, así como otros muchos (como los conflictos laborales, el derrocamiento de la clase dominante, la discordia entre la iglesia y el estado y el nacimiento del antisemitismo político) más específicos de la Francia de Durkheim (Karady, 1983). De hecho, gran parte de su obra está dedicada al estudio del orden social. Su opinión era que los desórdenes sociales no constituían una parte necesaria del mundo moderno y podían solucionarse mediante la introducción de reformas sociales. Mientras que Marx pensaba que los problemas del mundo moderno eran inherentes a la sociedad, Durkheim (junto con la mayoría de los teóricos clásicos) disentía de aquél. Por lo tanto, las ideas de Marx sobre la necesidad de la revolución social se oponían radicalmente con las del reformismo de Durkheim y otros. A medida que la teoría sociológica clásica se desarrollaba, lo que predominaba en ella era el interés durkheimiano por el orden y la reforma, mientras se eclipsaba la postura marxiana.
En dos libros publicados a finales del siglo xix, Durkheim desarrolló una concepción distintiva del objeto de estudio de la sociología y pasó a su verificación en un estudio empírico. En Las reglas del método sociológico (1895), Durkheim argüía que la tarea especial de la sociología era el estudio de lo que él denominaba hechos sociales. Concebía los hechos sociales como fuerzas (Takla y Pope, 1985) y estructuras externas al individuo y coercitivas. El estudio de estas estructuras y fuerzas —por ejemplo, el derecho institucionalizado y las creencias morales compartidas— y su efecto en las personas se convirtió en la preocupación de muchos teóricos de la sociología posteriores (de Parsons, por ejemplo). Durkheim no se contentó simplemente con definir el objeto de estudio de la sociología; quería también demostrar la utilidad de ese enfoque mediante la investigación sociológica. Escogió como tema el suicidio. En un libro titulado El suicidio (1897), Durkheim razonaba que si se podía vincular un comportamiento individual como el suicidio con causas sociales (hechos sociales), ello supondría una prueba irrefutable de la importancia de la disciplina de la sociología. Ahora bien, Durkheim no examinó por qué el individuo A o B se suicidaba; más bien se interesaba por las causas de las diferencias entre las tasas de suicidio de diferentes grupos, regiones, países y categorías de personas (por ejemplo, casados y solteros). Su argumento principal era que la naturaleza y los cambios de los hechos sociales explicaban las diferencias entre las tasas de suicidio. Por ejemplo, la guerra o la depresión económica creaban probablemente un estado depresivo colectivo que, a su vez, elevaba las tasas de suicidio.
Como veremos en el capítulo 6 sobre Durkheim, hay mucho más que decir sobre esta cuestión, pero lo que más nos interesa es el hecho de que Durkheim desarrollara una perspectiva distintiva de la sociología y se afanara por demostrar su utilidad en el estudio científico del suicidio.
En Las reglas del método sociológico, Durkheim distinguía entre dos tipos de hechos sociales: los materiales y los no materiales. Aunque analizó ambos tipos a lo largo de su obra, se centró más en los hechos sociales no materiales (por ejemplo, la cultura y las instituciones sociales) que en los hechos sociales materiales (por ejemplo, la burocracia y el derecho). Su interés por los hechos sociales no materiales quedó manifiesto en su primera gran obra, La división del trabajo social (1893). Este trabajo se ocupaba del análisis comparado de aquello que mantenía unidas a las sociedades primitivas y modernas.
Concluía que las sociedades primitivas se mantenían unidas fundamentalmente a través de hechos sociales no materiales, específicamente mediante una fuerte moral común o lo que él denominaba una «conciencia colectiva» intensa.
Sin embargo, debido a la complejidad de la sociedad moderna, se había producido un descenso en la intensidad de esa conciencia colectiva. El lazo fundamental de unión del mundo moderno era la intrincada división del trabajo que unía unas personas a otras mediante relaciones de dependencia. Sin embargo, Durkheim percibió que la división moderna del trabajo producía diversas «patologías»; en otras palabras, era un método inadecuado para mantener a la sociedad unida. Conforme a su sociología conservadora, Durkheim no creía en la necesidad de la revolución para resolver estos problemas, y sugirió una diversidad de reformas que podían «arreglar» el sistema moderno y mantenerlo en funcionamiento. Aunque reconocía que era imposible regresar a los tiempos en los que predominaba una poderosa conciencia colectiva, creía que se podía reforzar la moral común en la sociedad moderna para ayudar a las personas a hacer frente a las patologías que experimentaban.
En sus últimas obras los hechos no materiales ocupan una posición más importante si cabe. De hecho, en su última gran obra —Lasformas elementales de la vida religiosa (1912)— se embarcó en el análisis de la que tal vez sea la forma más esencial de un hecho no material: la religión. En esa obra Durkheim examina la sociedad primitiva con el fin de encontrar las raíces de la religión.
Creía más fácil encontrar esas raíces en la sociedad primitiva, más simple en términos comparados, que en el complejo mundo moderno. Llegó a la conclusión de que la fuente de la religión era la sociedad per se. La sociedad era la que definía ciertas cosas como religiosas y otras como profanas. Específicamente, en el caso que estudió, el clan era la fuente de un tipo primitivo de religión, el totemismo, en el que se deificaba a plantas y animales. A su vez, el totemismo era considerado como un tipo específico de hecho social no material, una forma de conciencia colectiva. Al final, Durkheim llegó a manifestar que la sociedad y la religión eran fenómenos indistintos. La religión era el modo en que la sociedad se expresaba a sí misma bajo la forma de un hecho social no material. En cierto sentido, pues, Durkheim deificó la sociedad y sus principales productos.
Evidentemente, al deificar la sociedad, Durkheim había adoptado una postura altamente conservadora: nadie debería querer trastocar una deidad o su fuente societal. Como identificaba la sociedad con Dios, Durkheim desaconsejaba la revolución social. Al contrario, era un reformador social dedicado a buscar la manera de mejorar el funcionamiento de la sociedad. En estos y otros sentidos, Durkheim se alineaba claramente con la sociología conservadora francesa.
El hecho de evitar muchos de sus excesos le convirtió en la figura más importante de la sociología francesa.
Estos libros y otras importantes obras contribuyeron a la constitución de un campo distintivo, propio de la sociología, en el mundo académico de la Francia de principios de siglo, a la vez que situaron a Durkheim a la cabeza del desarrollo de ese campo. En 1898 Durkheim fundó una revista especializada dedicada a la sociología, L 'année sociologique (Besnard, 1983b). Esta revista se convirtió en una fuerza muy influyente para el desarrollo y la difusión de las ideas sociológicas. El objetivo de Durkheim era impulsar el desarrollo de la sociología, por lo que utilizó su revista como un punto focal para el desarrollo de un grupo de discípulos. Estos extenderían sus ideas y las aplicarían a otras áreas y al estudio de otros aspectos del mundo social (por ejemplo, la sociología del derecho y la sociología de la ciudad) (Besnard, 1983a: 1). Hacia 1910, Durkheim había logrado hacer de Francia un poderoso centro de la sociología, y en esta nación encontramos los orígenes de la institucionalización académica de la sociología. (Para el análisis de desarrollos más recientes en la sociología francesa, véase Lemert [1981]).
El desarrollo de la sociología alemana.
Mientras la historia temprana de la sociología francesa constituye un relato harto coherente de la progresión desde la Ilustración y la Revolución Francesa hasta la reacción conservadora y de la creciente importancia que adquirían las ideas sociológicas de Saint-Simon, Comte y Durkheim, la sociología alemana estuvo fragmentada desde sus comienzos. Así, se produjo una brecha entre Marx (y sus seguidores), que se mantenían al filo de la sociología, y los primeros gigantes de la corriente principal de la sociología alemana: Max Weber y Georg Simmel5. Aunque la teoría marxiana se consideraba en sí misma inaceptable, sus ideas se introdujeron de diversas maneras, positivas y negativas, en la corriente principal de la sociología alemana. Nuestra discusión en este apartado se divide entre la teoría marxiana y no marxiana en Alemania.
Raíces y naturaleza de las teorías de Karl Marx (1818-1883).
El filósofo alemán G.W.F. Hegel (1770-1831) ejerció la principal influencia intelectual sobre Karl Marx. La educación de Marx en la universidad de Berlín estuvo profundamente influida por las ideas de Hegel, así como por la división que se produjo entre los seguidores de Hegel tras su muerte. Los «viejos hegelianos» siguieron subscribiendo las ideas del maestro, mientras los «jóvenes hegelianos», aunque todavía continuaban trabajando dentro de la tradición hegeliana, se mostraban críticos con muchas facetas de su sistema filosófico. Entre los «jóvenes hegelianos» destaca la figura de Ludwig Feuerbach (1804-1872), quien intentó revisar las ideas de Hegel. Marx se vio influido tanto por las ideas de Hegel como por las revisiones de Feuerbach, pero amplió y combinó las dos filosofías de una forma novedosa y perspicaz.
Dos conceptos, la dialéctica y el idealismo, representan la esencia de la filosofía de Hegel (Hegel 1807/1967, 1821/1967). La idea de la dialéctica, muy complicada, se analizará en el capítulo 5 dedicado a Marx, aunque ahora necesitemos una noción introductoria. La dialéctica es tanto un modo de pensar como una imagen del mundo. Por un lado, es un modo de pensar que subraya la importancia de los procesos, las relaciones, las dinámicas, los conflictos y las contradicciones, una forma de reflexionar sobre el mundo más dinámica que estática. Por otro lado, es una visión según la cual el mundo no se compone de estructuras estáticas, sino de procesos, relaciones, dinámicas, conflictos y contradicciones. Aunque normalmente se relaciona a la dialéctica con Hegel, es seguro que la idea precede a este autor en la historia de la filosofía. Marx, formado en la tradición hegeliana, aceptó el significado de la dialéctica, pero criticó algunos aspectos del modo en que aquél la utilizaba. Por ejemplo, Hegel tendía a aplicar la dialéctica sólo a las ideas, mientras Marx pensaba que se aplicaba también a aspectos más materiales de la vida como la economía.
También se relaciona a Hegel con la filosofía del idealismo, que da más importancia a la mente y a los productos mentales que al mundo material. Aquí lo que más importa es la definición social de los mundos físico y material, no las palabras en sí mismas. En su forma extrema, el idealismo establece que sólo existen la mente y los constructos psicológicos. Algunos idealistas han creído que sus procesos mentales seguirían siendo los mismos incluso si el mundo físico y social dejara de existir. Los idealistas enfatizan no sólo los procesos mentales, sino también las ideas producidas por esos procesos. Hegel prestó una gran atención al desarrollo de tales ideas, especialmente a aquellas a las que se refería como el «espíritu» de la sociedad.
En efecto, Hegel produjo una suerte de teoría evolucionista del mundo en clave idealista. Al comienzo, las gentes contaban sólo con la capacidad de adquirir una comprensión sensorial del mundo que los rodeaba. Podían entender cosas tales como la visión, el olor o el tacto del mundo físico y social. Más tarde, desarrollaron la capacidad de ser conscientes y entenderse a sí mismos.
Con el autoconocimiento y la autocomprensión, las personas llegaron a comprender que podrían ser más de lo que eran. En términos del enfoque dialéctico de Hegel, se desarrolló una contradicción entre lo que la gente era y lo que sentían que podrían ser. La solución a tal contradicción reside en el desarrollo de una conciencia individual del lugar que se ocupa en el gran espíritu de la sociedad. Los individuos llegan a darse cuenta de que su realización esencial consiste en el desarrollo y la expansión del espíritu de la sociedad como un todo. De esta manera, los individuos evolucionan, según el esquema de Hegel, desde la comprensión de las cosas a la comprensión de sí mismos, y de aquí a la comprensión de su lugar en el más amplio esquema de las cosas.
Hegel ofrecía una teoría general de la evolución del mundo. Se trata de una teoría subjetiva, que sostiene que el cambio se produce en el nivel de la conciencia. No obstante, ese cambio ocurre en gran medida al margen del control de los actores. Los actores quedan reducidos a poco más que barcas que se dejan llevar por la inevitable evolución de la conciencia.
Ludwig Feuerbach fue un importante puente entre Hegel y Marx. Como joven hegeliano que era, Feuerbach criticó a Hegel, entre otras cosas, por la excesiva importancia que daba a la conciencia y al espíritu de la sociedad. La adopción de una filosofía materialista llevó a Feuerbach a sostener que era necesario moverse desde el idealismo subjetivo de Hegel hasta un nuevo centro de atención que apuntara no hacia las ideas, sino hacia la realidad material de los seres humanos reales. En su crítica a Hegel, Feuerbach se centró en la religión.
Para él, Dios era una mera proyección de la esencia humana en una fuerza impersonal. Las gentes colocaban a Dios por encima de sí mismos, con el resultado de que terminaban alienados de un Dios en el que proyectaban una serie de características positivas (El es perfecto, omnipotente y santo), mientras se veían a sí mismos como seres imperfectos, impotentes y pecadores. Feuerbach proclamaba que este tipo de religión debía ser superado y que a su derrota debía contribuir una filosofía materialista en la que la gente (que no la religión) se convirtiera en su propio y más distinguido objeto, en un fin en sí mismo. La filosofía materialista deificaba a la gente real, no a las ideas abstractas como la religión.
Marx recibió la influencia de Hegel y Feuerbach, a la vez que criticó a ambos. Siguiendo a Feuerbach, Marx criticaba la adscripción de Hegel a una filosofía idealista. Marx adoptó esta postura debido no sólo a su orientación materialista, sino también a su interés por las actividades prácticas. Hegel trataba los hechos sociales como la riqueza y el estado como si fueran ideas, no entidades materiales reales. Incluso al analizar un proceso supuestamente material como el del trabajo, Hegel se ocupó sólo de su aspecto abstracto y mental.
Marx, sin embargo, se interesaba por el trabajo de las personas reales y conscientes. Así, desde el punto de vista de Marx, Hegel estaba equivocado. Además, Marx pensaba que el idealismo de Hegel conducía hacia una orientación política harto conservadora. Para Hegel, el proceso de la evolución tenía lugar con independencia del control y de las actividades de las personas. En cualquier caso, como parecía que las personas adquirían una conciencia cada vez más acusada del mundo, no había necesidad de un cambio revolucionario; el proceso estaba encaminado ya en la dirección «deseada». Cualesquiera problemas que existieran residían en la conciencia, por lo que la respuesta estaba en un cambio del pensamiento.
Marx adoptó una postura muy diferente al manifestar que la raíz de los problemas de la vida moderna podía encontrarse en fuentes reales materiales (por ejemplo, en las estructuras del capitalismo) y que las soluciones, por lo tanto, residían exclusivamente en la destrucción de esas estructuras por medio de la acción colectiva de un gran número de personas (Marx y Engels, 1845).
Mientras Hegel «mantenía el mundo en su mente» (es decir, se centraba en la conciencia, no en el mundo material), Marx construía firmemente su dialéctica sobre una base material.
Marx aplaudió la crítica que Feuerbach hizo de Hegel (por ejemplo, su materialismo y su rechazo del carácter abstracto de la teoría de Hegel), aunque estaba lejos de sentirse plenamente satisfecho con la propia postura de Feuerbach. Y ello debido a una razón fundamental: Feuerbach se centraba en el examen del mundo religioso, en tanto que Marx pensaba que lo que debía analizarse era el conjunto del mundo social y, en particular, la economía. Aunque Marx aceptaba el materialismo de Feuerbach, pensaba que éste había ido demasiado lejos al centrarse parcial y no dialécticamente en el mundo material. Feuerbach no había incorporado a su orientación materialista y, en particular, a la relación entre las personas y el mundo material, la contribución más importante de Hegel, la dialéctica. Finalmente, Marx manifestó que Feuerbach, como la mayoría de los filósofos, no se ocupaba de la praxis —la actividad práctica— ni, en concreto, de la actividad revolucionaria. Como Marx escribió «Hasta ahora los filósofos se han limitado a interpretar el mundo; sin embargo, ahora la cuestión es cambiarlo» (citado en Tucker, 1970: 109).
Marx extrajo lo que consideraba los dos elementos más importantes de estos dos pensadores —la dialéctica de Hegel y el materialismo de Feuerbach— y los incorporó a su propia orientación teórica, el materialismo dialéctico, que se centraba en las relaciones dialécticas en el mundo material.
El materialismo de Marx y su correspondiente análisis del sector económico le llevaron lógicamente a la obra de un grupo de economistas políticos (por ejemplo, Adam Smith y David Ricardo). Marx se sentía muy atraído por varias de sus posturas. Celebró su premisa básica de que el trabajo era la fuente de la riqueza. Ello condujo a Marx a la construcción de su teoría del valor trabajo, de acuerdo con la cual las ganancias de los capitalistas se basaban en la explotación de los trabajadores. Los capitalistas recurrían a la simple estratagema de pagar a los trabajadores menos de lo que merecían, ya que éstos recibían un salario menor del valor de lo que realmente producían con su trabajo. Este valor añadido, retenido y reinvertido por el capitalista, constituía la base de todo el sistema capitalista. El sistema capitalista crecía mediante el continuo aumento del grado de explotación de los trabajadores (y, por lo tanto, de la cantidad de valor añadido) y la inversión de las ganancias para la expansión del sistema.
Marx también se vio influido por la descripción que hicieron los economistas políticos de los horrores del sistema capitalista y la explotación de los trabajadores. Sin embargo, mientras aquellos describían los males del capitalismo, Marx criticaba a los economistas por considerar que esos males eran elementos inevitables del capitalismo. Marx deploraba su aceptación general del capitalismo y la manera en que animaban a la gente a que trabajara para progresar económicamente en el seno del sistema. También criticaba a los economistas por no valorar el conflicto intrínseco que se producía entre capitalistas y trabajadores y por negar la necesidad de un cambio radical en el orden económico. A Marx le era muy difícil aceptar estas teorías económicas conservadoras, dado su compromiso con el cambio radical del capitalismo al socialismo.
Marx no era sociólogo ni se consideraba a sí mismo como tal. Aunque su obra es demasiado extensa como para comprimirla en el término sociología, podemos encontrar una teoría sociológica en la obra de Marx. Hubo quienes recibieron desde el principio la profunda influencia de Marx, y existió y sigue existiendo una corriente continua de sociología marxista, fundamentalmente en Europa. Pero para la mayoría de los primeros sociólogos su obra constituía una fuerza negativa, en oposición a la cual daban forma a su propia sociología.
Hasta hace muy poco tiempo, la teoría sociológica, especialmente la norteamericana, se ha caracterizado por la ignorancia o la hostilidad hacia la teoría marxiana. Como veremos en el capítulo 2, esta situación ha cambiado de forma drástica, pero la reacción negativa que produjo la obra de Marx constituyó un factor muy importante en la configuración de gran parte de la teoría sociológica (Gurney, 1981).
La razón fundamental de este rechazo de Marx era ideológica. Muchos de los primeros teóricos de la sociología heredaron la reacción conservadora a los desórdenes surgidos de la Ilustración y la Revolución Francesa. Temían y odiaban las ideas radicales de Marx y los cambios no menos radicales que promovió y predijo. Despreciaban a Marx en tanto que ideólogo y sostenían que no era propiamente un teórico de la sociología. Sin embargo, la ideologíaper se probablemente no fue la razón real del rechazo de Marx, ya que la obra de Comte, Durkheim y otros pensadores conservadores llevaba también una pesada carga ideológica. Era la naturaleza de la ideología, no la carga ideológica como tal, lo que disgustaba a muchos teóricos de la sociología, que estaban dispuestos a comprar una ideología conservadora con un envoltorio de teoría sociológica, pero no la ideología radical que ofrecían Marx y sus seguidores.
Por supuesto, había también otras razones que explicaban por qué muchos de los primeros teóricos no le aceptaban. Les parecía que Marx era propiamente economista antes que sociólogo. Aunque los primeros sociólogos reconocían la importancia de la economía, probablemente pensaban que constituía sólo uno de los diversos componentes de la vida social.
Otra razón del temprano rechazo de Marx era la naturaleza de sus intereses. Mientras que los primeros sociólogos reaccionaron frente al desorden surgido de la Ilustración, de la Revolución Francesa y de la posterior Revolución Industrial, a Marx no le preocupaban estos desórdenes —ni el desorden en general.
Lo que más le interesaba y preocupaba era el carácter opresivo del sistema capitalista que emergía de la Revolución Industrial. El objetivo de Marx era desarrollar una teoría que explicara esa índole opresiva y contribuyera a la destrucción de ese sistema. El interés de Marx era la revolución, un interés opuesto a la preocupación conservadora por la reforma y el cambio ordenado.
Otra diferencia que merece destacarse es la que existía entre las raíces filosóficas de la teoría socióíogica marxiana y la conservadora. "La mayoría de los teóricos conservadores recibieron una profunda influencia de la filosofía de lmmanuel Kant. Esto les condujo, entre otras cosas, a pensar en términos lineales y de causa-efecto. Es decir, tendían a pensar que un cambio en A (por ejemplo, el cambio ideológico durante la Ilustración) producía un cambio en B (por ejemplo, los cambios políticos de la Revolución Francesa). Sin embargo, como hemos visto, Marx recibió la influencia de Hegel, quien pensaba en términos dialécticos más que en términos de causas y efectos. Entre otras cosas, la dialéctica nos ayuda a comprender mejor los continuos efectos recíprocos de las fuerzas sociales. De este modo, un pensador dialéctico reconceptualizaría el ejemplo discutido más arriba como una interacción continua y sucesiva de las ideas y la política. De todos es conocida la dificultad de percibir las complicadas diferencias entre la filosofía kantiana y la hegeliana, pero lo que más nos importa para nuestros propósitos es que estas diferencias filosóficas básicas constituyeron una importante fuente de la reacción negativa de los primeros teóricos de la sociología frente a la teoría marxiana.
Se han escrito muchos libros sobre la substancia de la teoría de Marx, y a ella dedicaremos el capítulo 5. Marx publicó la mayor parte de sus obras en el segundo tercio del siglo xix. Disponemos de la mayoría de sus obras, pero constituyen un cuerpo complicado de trabajo que no es fácil resumir.
En resumen, Marx ofreció una teoría de la sociedad capitalista fundamentada en su imagen de la naturaleza básica de los seres humanos. Marx creía que las personas eran esencialmente productivas; es decir, para sobrevivir, las personas necesitaban trabajar en y con la naturaleza. Al hacerlo, producían alimentos, ropa, herramientas y viviendas y satisfacían otras necesidades que les permitían vivir. Su productividad era un modo perfectamente natural de expresar sus impulsos creativos básicos. En otras palabras, las personas eran inherentemente sociales. Necesitaban trabajar juntas con el fin de producir lo que necesitaban para su supervivencia.
En el transcurso de la historia este proceso natural había sido subvertido, al principio debido a las condiciones de vida de la sociedad primitiva y posteriormente a raíz de una diversidad de cambios estructurales introducidos por las sociedades en el curso de la historia. Dichas estructuras interferían de muchas maneras con el proceso productivo natural. Sin embargo, era en la sociedad capitalista donde esa interferencia se producía de una forma más aguda: la ruptura del proceso productivo natural alcanza su culminación en el sistema capitalista.
El capitalismo es en lo fundamental una estructura (o, para ser más precisos, una serie de estructuras) que impone barreras entre el individuo y el proceso de producción, los productos de ese proceso y los demás individuos; en última instancia, divide incluso al individuo mismo. Este es el significado básico del concepto de alienación: la ruptura de la interconexión natural entre las personas y entre las personas y lo que producen. La alienación se produce debido a que el capitalismo se desarrolla dentro de un sistema de dos clases en el que unos pocos capitalistas poseen los medios de producción, los productos y el tiempo de trabajo de los que trabajan para ellos. En la sociedad capitalista las personas producen de forma no natural para un pequeño grupo de capitalistas, en lugar de producir para sí mismas. Marx sentía una gran preocupación intelectual por las estructuras del capitalismo y por los efectos opresivos sobre sus actores. Políticamente, se fue orientando hacia la emancipación de las personas de las estructuras represoras del capitalismo.
En realidad, Marx dedicó un tiempo muy escaso a idear cómo sería un estado socialista utópico. Experimentaba mayor preocupación por contribuir a la derrota del capitalismo. Creía que las contradicciones y los conflictos del capitalismo conducirían dialécticamente a su colapso final, pero no pensaba que ese proceso fuera inevitable. Las personas debían actuar en los momentos oportunos y de un modo adecuado para dar vida al socialismo. Los capitalistas tenían una gran cantidad de recursos a su disposición para impedir la llegada del socialismo, pero podían ser derrotados mediante la acción concertada de un proletariado con conciencia de clase. ¿A qué daría lugar la acción del proletariado durante ese proceso? ¿Qué era el socialismo? En lo fundamental, una sociedad en la que, por primera vez, la gente se aproximaría a la imagen ideal de Marx sobre la productividad. Con la ayuda de la tecnología moderna, la gente podría interactuar en armonía con la naturaleza y con las demás personas para crear lo necesario para su supervivencia. Para decirlo de otro modo, en la sociedad socialista las personas no volverían a estar alienadas.
Raíces y naturaleza de las teorías de Max Weber (1864-1920) y Georg Simmel (1858-1918).
Aunque Marx y sus seguidores permanecían a finales del siglo XIX y principios del XX al margen de la corriente principal de la sociología alemana, ésta puede considerarse en gran medida como un desarrollo en contra de la teoría marxiana. Para algunos, es esa oposición la que explica gran parte de la teoría del mayor gigante de la sociología alemana: Max Weber. Albert Salomon, por ejemplo, afirmó que la teoría weberiana se desarrolló «dentro de un largo e intenso debate con el fantasma de Marx» (1945: 596). Probablemente exageraba, pero la teoría marxiana representó, en muchos sentidos, un papel negativo en la teoría weberiana. En otros, sin embargo, Weber trabajó dentro de la teoría marxiana, intentando «redondearla». Existen también otras muchas influencias en la teoría weberiana, aparte de la teoría marxiana (Burger, 1976).
De hecho, podemos clarificar las fuentes de la sociología alemana analizando las diferentes visiones de la relación entre Marx y Weber (Antonio y Glassman, 1985; Schroeter, 1985). Debe tenerse en cuenta que Weber apenas estaba familiarizado con la obra de Marx (una parte de la misma no se publicó hasta la muerte de Weber) y que reaccionó más bien contra la obra de los marxistas que contra la del mismo Marx (Antonio, 1985: 29; B. Turner, 1981: 19-20).
Weber tendía a considerar a Marx y a los marxistas de su época como deterministas económicos que ofrecían teorías monocausales de la vida social. Es decir, pensaba que la teoría marxiana explicaba todos los desarrollos históricos a partir de sus fundamentos económicos y que, de acuerdo con ella, todas las estructuras contemporáneas se erguían sobre una base igualmente económica.
Aunque en el caso de Marx eso no es cierto (como veremos en el capítulo 5), sí lo es en el de muchos marxistas posteriores.
Uno de los ejemplos de determinismo económico que más parecía disgustar a Weber era la perspectiva de que las ideas eran simplemente reflejos de los intereses materiales (especialmente económicos), que los intereses materiales determinaban la ideología. Desde este punto de vista, se supone que «Weber puso a Marx de cabeza» (al igual que Marx había dado la vuelta a las ideas de Hegel). En lugar de concentrarse en los factores económicos y en sus efectos sobre las ideas, Weber dedicó mucha más atención a las ideas y a sus efectos sobre la economía. Más que ver las ideas como simples reflejos de los factores económicos, Weber las consideraba como fuerzas auténticamente autónomas, capaces de afectar profundamente al mundo económico. Weber dedicó ciertamente mucha atención a las ideas, en especial a los sistemas religiosos, y le interesó fundamentalmente la influencia de las ideas religiosas en la economía. En La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1904-1905) estudió el protestantismo como sistema de ideas y su influencia en el nacimiento de otro sistema de ideas, el «espíritu del capitalismo» y, en definitiva, en el propio sistema económico capitalista. También estudió otras religiones mundiales, examinando de qué manera su naturaleza podría haber obstaculizado el desarrollo del capitalismo en sus respectivas sociedades. Sobre la base de este tipo de trabajos, algunos estudiosos llegaron a la conclusión de que Weber desarrolló sus ideas en oposición a las de Marx.
Una segunda visión de la relación de Weber con Marx defiende, tal y como se ha mencionado más arriba, que Weber no se opuso a Marx, sino que intentó completar su perspectiva teórica. Desde este punto de vista se supone que Weber trabajó dentro de la tradición marxista, no en oposición a ella. Interpretado así, su trabajo sobre la religión era simplemente un esfuerzo por mostrar que no sólo los factores materiales afectaban a las ideas, sino que las propias ideas afectaban a las estructuras materiales. Esta interpretación de la obra de Weber la sitúa obviamente mucho más cerca de la teoría marxista, si es que no en la misma línea.
Un buen ejemplo de que Weber se había involucrado en un proceso de redondeo de la teoría de Marx lo tenemos en el área de la teoría de la estratificación. En sus trabajos sobre estratificación, Marx se ocupó sobre todo de las clases sociales, la dimensión económica de la estratificación. Aunque Weber admitía la importancia de este factor, sostenía que otras dimensiones de la estratificación también eran importantes. Defendió que la noción de estratificación social debía ampliarse hasta incluir la estratificación sobre las bases del prestigio (status) y del poder. La inclusión de estas otras dimensiones no constituye una refutación de Marx, sino sólo una ampliación de sus ideas.
Las dos visiones bosquejadas más arriba reconocen la importancia de la teoría marxiana para Weber. Hay elementos de verdad en las dos posiciones: en ciertos aspectos Weber trabajaba en oposición a Marx, mientras en otros ampliaba las ideas de Marx. Sin embargo, una tercera perspectiva de esta cuestión puede caracterizar mejor la relación entre Marx y Weber. Desde este último punto de vista, se considera a Marx simplemente como una de las muchas influencias que experimentó el pensamiento de Weber.
Podemos identificar un buen número de fuentes de la teoría weberiana, entre las que se incluyen historiadores, filósofos, economistas y teóricos de la política alemanes. Entre aquellos que influyeron en Weber destaca por encima de todos el filósofo Immanuel Kant (1724-1804). Pero no debemos pasar por alto la influencia de Frederich Nietzsche (1844-1900) —sobre todo la importancia que éste daba al héroe— en el trabajo de Weber sobre la necesidad de que los individuos hicieran frente al impacto de las burocracias y otras estructuras de la sociedad moderna.
La influencia de Immanuel Kant sobre Weber y, en general, sobre la sociología alemana muestra que el marxismo y la sociología alemana se desarrollaron desde raíces filosóficas diferentes. Como hemos visto, fue Hegel, no Kant, quien constituyó una importante influencia filosófica sobre la teoría marxista.
Mientras que la filosofía de Hegel llevó a Marx y a los marxistas a buscar relaciones, conflictos y contradicciones, la filosofía kantiana condujo al menos a algunos sociólogos alemanes a adoptar una perspectiva más estática. Para Kant, el mundo era una mareante confusión de acontecimientos que no podían conocerse directamente. Sólo se podía adquirir conocimiento del mundo a través de procesos del pensamiento que filtraban, seleccionaban y categorizaban aquellos acontecimientos. Kant diferenciaba el contenido del mundo real a partir de las formas mediante las cuales podía ser comprendido. La insistencia en esas formas confería al trabajo de los sociólogos que trabajaban en el seno de la tradición kantiana una perspectiva más estática que la de los marxista de raigambre hegeliana.
La sociología alemana surgió de la compleja interacción entre la teoría marxista y otras corrientes intelectuales. Los exponentes más destacados de la primera sociología alemana fueron Max Weber y Georg Simmel.
Mientras Karl Marx produjo básicamente una teoría del capitalismo, la obra de Weber constituía en lo esencial una teoría del proceso de racionalización (Brubaker, 1984; Kalberg, 1980, 1990). A Weber le interesaba la cuestión general de por qué las instituciones habían evolucionado en el mundo occidental de una forma progresivamente racional, mientras poderosas barreras parecían impedir desarrollos similares en el resto del mundo.
Aunque en su obra Weber utiliza el término racionalidad de muchas y variadas formas, lo que más nos interesa aquí es el proceso relacionado con uno de los cuatro tipos identificados por Kalberg (1980,1990; véase también Brubaker, 1984; Levine, 1981a), la racionalidad formal. La racionalidad formal implica, como suele ser el caso en Weber, una preocupación por las elecciones que hacen los actores entre medios y fines. Pero en este supuesto la elección está relacionada con las reglas, las regulaciones y las leyes universalmente aplicadas. Estas, a su vez, se derivan de diversas estructuras de gran envergadura, especialmente de la burocracia y la economía. Weber desarrolló sus teorías dentro del contexto de un elevado número de estudios históricos comparados sobre Occidente, China, India y muchas otras regiones del mundo. El objetivo de esos estudios era delinear los factores que obstaculizaban o contribuían al desarrollo de la racionalización.
Weber percibía la burocracia (y el proceso histórico de burocratización) como el ejemplo clásico de racionalización. Sin embargo, en la actualidad son tal vez los restaurantes de comida rápida los que mejor ejemplifican la racionalización (Luxemberg, 1985; Ritzer, 1983a en prensa). El restaurante de comida rápida constituye un sistema formalmente racional en el que las personas (tanto trabajadores como consumidores) buscan los medios y los fines más racionales.
Las ventanas a través de las que se sirve la comida a los ocupantes de un automóvil, por ejemplo, constituyen un medio racional a través del cual los trabajadores pueden ofrecer y los consumidores obtener comida de un modo rápido y eficiente. La velocidad y la eficiencia son dictados por los restaurantes de comida rápida y por las reglas y regulaciones mediante las que operan.
Weber analizó el proceso de burocratización en un estudio más amplio sobre la institución política. Distinguía entre tres tipos de sistemas de autoridad: tradicional, carismático y racional-legal. Sólo en el mundo moderno occidental se había desarrollado el sistema de autoridad racional-legal, y sólo en este sistema podía encontrarse el desarrollo pleno de la burocracia moderna. El resto del mundo seguía dominado por los sistemas carismático o tradicional, que generalmente impedían el desarrollo de un sistema de autoridad racional-legal y de las burocracias modernas. Dicho en pocas palabras, la autoridad tradicional nace de un sistema ancestral de creencias y se ejemplifica en los líderes que llegan al poder debido a que su familia o clan siempre han proporcionado líderes al grupo. La autoridad del líder carismático se deriva de sus características o capacidades extraordinarias o, lo que es más probable, de que sus seguidores creen que el líder tiene esos rasgos. Aunque estos dos tipos de autoridad tienen importancia histórica, Weber pensaba que todo Occidente, y en última instancia el resto del mundo, tendía hacia sistemas de autoridad racional-legal. En este tipo de sistemas la autoridad se deriva de reglas establecidas legal y racionalmente. Así, el presidente de los Estados Unidos deriva, en última instancia, su autoridad de las leyes de la sociedad. La evolución de la autoridad racional-legal y las burocracias que la acompañan constituyen sólo una parte del argumento general de Weber sobre la racionalización del mundo occidental.
Weber también llevó a cabo análisis detallados y sofisticados de la racionalización de fenómenos tales como la religión, el derecho, la ciudad e, incluso, la música. Pero podemos ilustrar el modo de pensar de Weber con otro ejemplo: la racionalización de la institución económica. Este análisis lo encontramos en el estudio más amplio que Weber dedicó a la relación entre religión y capitalismo.
En un vasto estudio histórico Weber se afanaba por comprender por qué un sistema económico racional (el capitalismo) se había desarrollado en Occidente y por qué np había surgido en el resto del mundo. Weber otorgaba un papel central a la religión en este proceso. Por un lado, entabló un diálogo con los marxistas para mostrar que, a diferencia de lo que muchos marxistas de la época creían, la religión no era simplemente un epifenómeno. Había jugado un papel central en el nacimiento del capitalismo en Occidente y en la ausencia de su desarrollo en el resto del mundo. Weber afirmaba que había sido un sistema religioso distintivamente racional (el calvinismo) el que jugó un papel central en el nacimiento del capitalismo en Occidente. Sin embargo, en otras zonas del mundo por él estudiadas, Weber encontró sistemas religiosos más irracionales (por ejemplo, el confucianismo, el taoísmo y el hinduismo), que contribuían a la inhibición del desarrollo de un sistema económico racional. Sin embargo, al final, podemos advertir que estas barreras fueron temporales, ya que los sistemas económicos —y, en efecto, la estructura social en su totalidad— de estas sociedades terminarían finalmente por experimentar el proceso de racionalización.
Hay mucho más que decir sobre la teoría weberiana. Entre otras cosas, su estudio de la racionalización posee un gran detalle histórico y un sinnúmero de ideas teóricas. Además, aunque la racionalización se encuentra en el corazón de la teoría weberiana, no es lo único que encontramos en su teoría. Pero este no es el momento de adentrarnos en el cuerpo de su obra. Regresemos, pues, al desarrollo de la teoría sociológica. La pregunta clave que nos interesa es: ¿por qué la teoría de Weber resultó mucho más atractiva para los teóricos posteriores de la sociología que la marxiana? Una de las razones reside en el hecho de que las ideas políticas de Weber recibieron mayor aceptación. En lugar de adherirse al radicalismo de Marx, Weber era más bien liberal en algunas cuestiones y un tanto conservador en otras (por ejemplo, en lo que se refiere al papel del estado). Aunque fue un crítico severo de muchos aspectos de la moderna sociedad capitalista y llegó a muchas de las conclusiones críticas de Marx, no propuso soluciones radicales para los problemas. De hecho, creía que las reformas radicales que proponían muchos marxistas y otros socialistas perjudicarían en lugar de beneficiar.
Los teóricos de la sociología posteriores, especialmente los norteamericanos, consideraron que la teoría marxiana atacaba su propia sociedad. En su mayoría conservadores, se esforzaron por encontrar alternativas teóricas al marxismo. Max Weber constituía una opción atractiva. (Durkheim y Wilfredo Pareto también.) A fin de cuentas, la racionalización no sólo afectaba a las sociedades capitalistas, sino también a las socialistas. En efecto, desde el punto de vista de Weber, la racionalización constituía un problema aún más grave para las sociedades socialistas que para las capitalistas.
A favor de Weber se sumaba también la forma de presentación de sus juicios. Pasó gran parte de su vida realizando estudios históricos detallados, por lo que extraía sus conclusiones políticas del contexto de este tipo de investigación. Así, sus opiniones políticas adoptaron una forma muy científica y académica.
Aunque Marx también realizó investigación seria y detallada, produjo una gran cantidad de material explícitamente polémico. Incluso sus obras más académicas contienen juicios políticos polémicos. Por ejemplo, en El capital (1867), calificaba a los capitalistas de «vampiros» y «hombres lobo». El estilo más académico de Weber contribuyó a que fuera mucho mejor aceptado por los sociólogos posteriores.
La mayor aceptación de Weber se explica también porque trabajaba en una tradición filosófica que contribuyó igualmente a configurar la obra de los sociólogos posteriores. Es decir, Weber trabajaba dentro de la tradición kantiana, lo que, entre otras cosas, equivalía a pensar en términos de causa-efecto. Este modo de pensar era más aceptable para los sociólogos posteriores, que no estaban familiarizados y se sentían a disgusto con la lógica dialéctica que impulsaba la obra de Marx.
Finalmente, Weber parecía ofrecer un estudio más completo del mundo social que Marx. Mientras se suponía que la mayor preocupación de Marx era la economía, a Weber le interesó una gama más amplia de fenómenos sociales.
Los sociólogos posteriores pensaban que esta diversidad de cuestiones les proporcionaba más materia que el aparentemente único centro de atención de Marx.
Weber produjo la mayoría de sus grandes obras a finales del siglo xix y principios del xx. Al principio de su carrera se identificaba a Weber como historiador preocupado por cuestiones sociológicas, pero a principios del siglo xx su enfoque se hizo cada vez más sociológico. En efecto, se convirtió en el sociólogo más importante de su época en Alemania. En 1910 fundó (con Georg Simmel —a quien analizaremos más adelante— entre otros) la Sociedad Sociológica Alemana. Su casa, en Heidelberg, constituía un centro intelectual no sólo para los sociólogos, sino también para muchos estudiosos de otros campos. Aunque su obra ejerció una profunda influencia en Alemania, influyó quizás más en los Estados Unidos, sobre todo una vez que Talcott Parsons hizo llegar a una amplia audiencia las ideas de Weber (y las de otros teóricos europeos, en particular las de Durkheim). Mientras las ideas de Marx no surtieron un efecto positivo importante en los teóricos de la sociología hasta los años sesenta, Weber ya constituía una figura altamente influyente a finales de los años treinta.
Georg Simmel fue coetáneo de Weber y cofundador de la Sociedad Sociológica Alemana. Como a Marx y a Weber, le dedicamos un capítulo del libro (el octavo); aquí sólo nos ocuparemos de su importancia en el desarrollo histórico de la teoría sociológica.
Simmel fue un teórico de la sociología un tanto atípico (Frisby, 1981; Levine, Cárter y Gorman, 1976a, 1976b). Por una parte, ejerció una influencia profunda e inmediata en el desarrollo de la teoría sociológica norteamericana, mientras Marx y Weber fueron ignorados durante varios años. La obra de Simmel contribuyó a dar forma al desarrollo de uno de los primeros centros de la sociología norteamericana —4a Escuela de Chicago— y su teoría central: el interaccionismo simbólico. La Escuela de Chicago y el interaccionismo simbólico llegaron a dominar, como veremos, la sociología norteamericana en el decenio de los años veinte y a principios del de los treinta (Bulmer, 1984). Las ideas de Simmel influyeron en esta escuela debido fundamentalmente a que las figuras más destacadas de sus primeros años, Albion Small y Robert Park, se habían expuesto a la influencia de las teorías formuladas por Simmel en Berlín a finales del siglo xix. Park había asistido a las clases que Simmel dictó en 1899 y 1900, y Small mantuvo una extensa correspondencia con Simmel durante la década de 1890. Ambos brindaron las ideas de Simmel a los estudiantes y al cuerpo docente de Chicago al traducir parte de su obra y presentarla a una vasta audiencia estadounidense (Frisby, 1984: 29).
Otro aspecto atípico de la obra de Simmel es su «nivel» de análisis, o cuando menos el nivel que le otorgó reconocimiento en Norteamérica. Mientras a Weber y a Marx les preocupaban cuestiones de gran envergadura como la racionalización de la sociedad y la economía capitalista, Simmel adquirió fama debido a su trabajo sobre fenómenos a pequeña escala, especialmente la acción y la interacción individual. En seguida fue reconocido por su análisis, derivado de la filosofía kantiana, de lasformas de interacción (por ejemplo, el conflicto) y de los tipos de interactores (por ejemplo, el extraño). Lo que fundamentalmente vio Simmel fue que la comprensión de la interacción entre la gente era una de las grandes tareas de la sociología. Sin embargo, era imposible estudiar el cuantioso número de interacciones de la vida social sin disponer de algunas herramientas conceptuales. Fue así como nacieron las formas de interacción y los tipos de interactores. Simmel presintió que podía aislar una cantidad limitada de formas de interacción que se daban en un elevado número de escenarios sociales. Con este bagaje, se podrían analizar y comprender los diferentes marcos en los que se desenvuelve la interacción. El desarrollo de un número limitado de tipos de interactores podría asimismo ser útil a la hora de explicar los marcos de la interacción. Este trabajo influyó profundamente en el interaccionismo simbólico, que, como su nombre sugiere, se centra fundamentalmente en la interacción. No deja de ser irónico, sin embargo, que también Simmel se preocupase por las grandes cuestiones sociológicas que obsesionaron a Marx y Weber. No obstante, este aspecto del trabajo de Simmel tuvo menor influencia que su análisis de la interacción, aunque encontramos signos contemporáneos que sugieren un interés creciente por la sociología de Simmel relativa al estudio de las grandes cuestiones.
Lo que hizo a Simmel accesible para los primeros teóricos estadounidenses de la sociología fue, en parte, su estilo en el estudio de la interacción. Aunque escribió densos volúmenes como Weber y Marx, también produjo una serie de ensayos engañosamente simples sobre fenómenos interesantes como el pobre, la prostituta, el miserable y el gastador, y el extraño. La brevedad de estos ensayos y el alto nivel de interés que despertaron esas cuestiones facilitó la difusión de sus ideas. Lamentablemente, los ensayos tuvieron el efecto negativo de obscurecer otras obras de Simmel más voluminosas (por ejemplo, La filosofía del dinero, traducida al inglés en 1978), que potencialmente tenía parecida importancia para la sociología. Con todo, la influencia de Simmel sobre la temprana teoría sociológica norteamericana tuvo mucha más importancia que la de Marx y Weber debido, en parte, a sus breves e inteligentes ensayos.
No sería apropiado pasar a otra cuestión sin mencionar algo sobre La filosofía del dinero, ya que su traducción al inglés aumentó el atractivo de la obra de Simmel para toda una serie de nuevos teóricos interesados en la cultura y en la sociedad. Aunque la orientación macrosocial es más clara en La filosofía del dinero, ésta siempre estuvo presente en la obra de Simmel. Ello se hace patente, por ejemplo, en su famoso trabajo sobre la diada y la tríada. Simmel pensaba que algunos desarrollos sociológicos cruciales se habían producido cuando un grupo formado por dos personas (o diada) se convertía, por la adición de un tercero, en una tríada. Surgen con ello unas posibilidades sociales que no podrían existir en una diada. Por ejemplo, en una tríada uno de los miembros puede convertirse en árbitro o mediador de las diferencias entre los dos restantes. Y lo que es más importante aún, dos de los miembros pueden aliarse y dominar al otro miembro. Esto representa a pequeña escala lo que puede suceder en el caso del surgimiento de grandes estructuras que se separan del individuo y logran dominarle.
Esta cuestión está en la base de La filosofía del dinero. Una de las mayores preocupaciones de Simmel era el surgimiento en el mundo moderno de una economía monetaria que se separaba del individuo y lo dominaba. Esta cuestión, a su vez, constituye parte de un tema más general y ubicuo en la obra de Simmel: la dominación de la cultura como un todo sobre el individuo. Tal y como Simmel lo veía, en el mundo moderno la cultura y el conjunto total de sus diversos componentes (incluida la economía monetaria) se expandía y, a medida que lo hacía, la importancia del individuo decrecía. Así, por ejemplo, cuanto mayor y más sofisticada se hacía la tecnología industrial asociada a la economía moderna, menos importantes se volvían las capacidades y aptitudes del trabajador individual. Al final, el trabajador se enfrenta a una maquinaria industrial sobre la que apenas puede ejercer control. En términos más generales, Simmel creía que en el mundo moderno la expansión de la cultura llevaba a una creciente insignificancia del individuo.
Aunque los sociólogos se han sentido cada vez más cerca de las amplias implicaciones de la obra de Simmel, sus primeras influencias las ejercieron los estudios de fenómenos sociales a pequeña escala como las formas de interacción y los tipos de interactores.
SIGMUND FREUD: Reseña biográfica.
Sigmund Freud fue otra influyente figura de la ciencia social alemana de finales del siglo xix y principios del xx. Aunque no era propiamente un sociólogo, no sólo influyó en la obra de muchos sociólogos, sino que sigue siendo importante para éstos (Carveth, 1982).
Sigmund Freud nació en la ciudad austro-húngara de Freiberg el seis de mayo de 1856 (Puner, 1947). En 1859 su familia se trasladó a Viena y en 1873 Freud ingresó en la Facultad de Medicina de la Universidad de Viena. A Freud le interesaba más la ciencia que la medicina y aceptó un puesto de trabajo en un laboratorio de fisiología. Tras terminar su carrera de medicina y abandonar el laboratorio en 1882, trabajó en un hospital y estableció una consulta médica privada especializada en enfermedades nerviosas.
Al principio, Freud utilizó la hipnosis para tratar un tipo de neurosis conocida como histeria. Esa técnica la había aprendido en París, en 1885, de Jean Martin Charcot. Más tarde adoptaría una técnica iniciada por un compañero médico vienés llamado Joseph Breuer, en virtud de la cual los síntomas histéricos desaparecían cuando el paciente hablaba largo y tendido sobre las circunstancias en las que aparecieron por primera vez los síntomas. En 1895 Freud publicó un libro con Breuer que contenía una serie de implicaciones revolucionarias: que las causas de neurosis como la histeria eran psicológicas (y no fisiológicas, como se había mantenido hasta entonces) y que la terapia consistía en hablar sobre las causas originales. Así nació el campo práctico y teórico del psicoanálisis. Freud comenzó a separarse de Breuer cuando entrevio la existencia de factores sexuales o, más generalmente, de la libido, en el origen de las neurosis. Durante los años siguientes Freud redefinió sus técnicas terapéuticas y escribió mucho sobre sus nuevas ideas.
En 1902, Freud comenzó a congregar a su alrededor algunos discípulos que se reunían en su casa todas las semanas. Hacia 1903 y 1904, otros (como Cari Jung) comenzaron a usar las ideas de Freud en sus prácticas psiquiátricas. En 1908 se celebró el primer Congreso Psicoanalítico, y al año siguiente comenzó a editarse una revista para difundir los conocimientos psicoanalíticos. Inmediatamente después de su creación, el psicoanálisis comenzó a experimentar divisiones a medida que Freud rompía con personas como Jung, que empezaron a desarrollar sus propias ideas y a fundar sus propios grupos. La Primera Guerra Mundial aminoró el desarrollo del psicoanálisis, pero durante la década de los años veinte se expandió y desarrolló a gran velocidad. Con el auge del nazismo el centro del psicoanálisis se trasladó a los Estados Unidos, donde aún sigue estando en la actualidad. Pero Freud se quedó en Viena hasta la llegada de los nazis en 1938, a pesar de ser judío y de que los nazis habían quemado sus libros ya en 1933. Sólo tras el pago de un rescate y la intervención del presidente Roosevelt, se le permitió a Sigmund Freud salir de Viena el cuatro de junio de 1938. Freud padecía cáncer del maxilar inferior desde 1923 y murió de esta enfermedad en Londres el 23 de septiembre de 1939.
Los orígenes de la sociología británica.
Hemos examinado ya el desarrollo de la sociología en Francia (Comte y Durkheim) y Alemania (Max Weber y Simmel). Ahora pasaremos a analizar el desarrollo paralelo en Inglaterra. Como veremos, las ideas continentales influyeron en la primera sociología británica, pero aún más importantes fueron las influencias autóctonas.
Economía política, ameliorism y evolución social.
Philip Abrams (1968) mantenía que la sociología británica tomó forma en el siglo xix a partir de tres fuentes que entran con frecuencia en conflicto: la economía política, el ameliorism y la evolución social6. Así, cuando se fundó la Sociedad de Sociología de Londres en 1903, existían marcadas diferencias respecto de la definición del término sociología. Sin embargo, había pocos que dudaran de la idea de que la sociología fuera una ciencia. Estas diferentes perspectivas brindaron a la sociología británica su carácter distintivo, por lo que analizaremos brevemente cada una de ellas.
Ya hemos tocado el tema de la economía política, una teoría de la sociedad industrial y capitalista analizada en parte de la obra de Adam Smith (1723-1790)1.
Como hemos tenido la ocasión de ver, la economía política ejerció una profunda influencia en Karl Marx. Marx estudió en profundidad la economía política y la criticó. Pero no fue esa la dirección que tomaron los economistas y sociólogos británicos. Tendían a aceptar la idea de Smith de que existía una «mano invisible» que modelaba el mercado de trabajo y bienes. El mercado era considerado como una realidad independiente que se situaba por encima de los individuos y controlaba su conducta. Los sociólogos británicos, como los economistas políticos, aunque a diferencia de Marx, pensaban que el mercado era una fuerza positiva, una fuente de orden, armonía e integración para la sociedad.
Como contemplaban el mercado, y más generalmente la sociedad, con buenos ojos, la tarea de los sociólogos no consistía en criticar la sociedad, sino simplemente en reunir los datos sobre las leyes que la regían. Su meta era proporcionar al gobierno los hechos que necesitaba para comprender cómo operaba el sistema y dirigir su funcionamiento sabiamente.
Se hizo hincapié en los hechos, pero ¿de qué hechos se trataba? Mientras Marx, Weber, Durkheim y Comte estudiaron las estructuras de la sociedad para explicitar sus hechos básicos, los pensadores británicos tendían a estudiar a los individuos que constituían esas estructuras. Para estudiar estructuras de gran magnitud, tendían a recoger datos individuales y a combinarlos con el fin de obtener una descripción colectiva. A mediados de la década de 1800 los estadísticos dominaban la ciencia social británica, y la principal tarea de la sociología era este tipo de recolección de datos. El objetivo consistía en la acumulación de hechos «puros» sin teorizar o filosofar. Como señala Kent (1981: 187), estos sociólogos empíricos se desentendieron de las preocupaciones de los teóricos sociales. En lugar de teorizar, el «análisis se centraba en el esfuerzo por producir indicadores más exactos, mejores métodos de clasificación y recolección de datos, el perfeccionamiento de las tablas de vida, el logro de mayores niveles de comparabilidad entre cuerpos discretos de datos, y otras cuestiones similares» (Abrams, 1968: 18).
Casi a su pesar, estos sociólogos orientados hacia la estadística llegaron a encontrar ciertas limitaciones en su enfoque. Unos pocos comenzaron a sentir la necesidad de un mayor esfuerzo de teorización. Para ellos, un problema como el de la pobreza apuntaba hacia los fallos del sistema de mercado y del conjunto de la sociedad. Pero la mayoría, como se había centrado en el individuo, no se cuestionó el sistema como un todo; se dedicó a realizar estudios de campo más detallados y a desarrollar técnicas más complicadas y exactas. La fuente del problema residía desde su punto de vista en la utilización de métodos inadecuados de investigación, no en el conjunto del sistema. Como Philip Abrams escribió, «Al centrarse insistentemente en la distribución de las circunstancias individuales, los estadísticos no consiguieron percibir la pobreza como un producto de la estructura social... No alcanzaron, y probablemente les habría sido imposible alcanzar, el concepto de victimización estructural» (1968: 27). Además de sus compromisos teóricos y metodológicos en el estudio de los individuos, los estadísticos trabajaron demasiado próximos a los políticos como para llegar a la conclusión de que el conjunto del sistema económico y político era el problema.
Relacionada con la economía política, aunque separada de ella, encontramos la segunda característica definitoria de la sociología británica; el ameliorism o deseo de solucionar los problemas sociales mediante la reforma de los individuos. Aunque los estudiosos británicos comenzaron a reconocer la existencia de problemas en la sociedad (por ejemplo, la pobreza), aún creían en esa sociedad y deseaban preservarla. Querían prever la violencia y la revolución, y reformar el sistema sin alterar su esencia. Sobre todo, deseaban evitar la llegada de una sociedad socialista. Así, al igual que la sociología francesa y que algunas ramas de la sociología alemana, la sociología británica tenía una orientación básicamente conservadora.
Puesto que los sociólogos británicos no podían, ni querían, identificar la fuente de problemas tales como la pobreza con la sociedad como un todo, la encontraron en los individuos mismos. Ello constituía una forma temprana de lo que más tarde William Ryan (1971) llamó «echar la culpa a la víctima». Se dedicó no poca atención a una larga serie de problemas individuales: «ignorancia, pobreza espiritual, impureza, falta de higiene, mendicidad e inmoderación, sobre todo inmoderación» (Abrams, 1968: 39). En efecto, existía la tendencia a pensar que los males sociales se debían a una única causa y la más sugerente de todas era el alcoholismo. Lo que convertía al alcoholismo en una causa perfecta para el ameliorism era que se trataba de una patología individual, no social: los partidarios del ameliorism carecían de una teoría de la estructura social, una teoría sobre las causas sociales de esos problemas individuales.
Pero una percepción más profunda de la estructura social se ocultaba bajo la superficie de la sociología británica, apareciendo a finales del siglo xix con el nacimiento del interés por la evolución social. La obra de Auguste Comte —parte de la cual había sido traducida al inglés en la década de 1850— influyó de modo significativo. Aunque la obra de Comte no suscitó un interés inmediato, durante el último cuarto del siglo algunos pensadores se sintieron atraídos por su preocupación por las grandes estructuras de la sociedad, su orientación científica (positivista), su tendencia a la comparación y su teoría evolucionista. Con todo, algunos pensadores británicos se reafirmaron en su propia concepción del mundo por oposición a algunos de los excesos de la teoría comtiana (por ejemplo, la tendencia a elevar la sociología a la altura de la religión).
Desde el punto de vista de Abrams, la importancia real de Comte consistía en que proporcionó una de las bases sobre la que podía erigirse la oposición contra el «espíritu opresivo de Herbert Spencer» (Abrams, 1968: 58). Tanto en sentido positivo como negativo, Spencer fue una figura dominante de la teoría sociológica británica, especialmente de la teoría de la evolución.
Herbert Spencer (1820-1903).
Para comprender las ideas de Spencer (véase el capítulo cuarto) resulta útil compararlas y contrastarlas con la teoría comtiana. A Spencer se le suele estudiar junto a Comte debido a la influencia que ambos ejercieron en el desarrollo de la teoría sociológica, pero existen importantes diferencias entre ambos. Por ejemplo, es menos fácil calificar a Spencer de conservador que a Comte. De hecho, Spencer fue en su juventud políticamente liberal y durante toda su vida mantuvo algunas posiciones liberales. Sin embargo, también es cierto que con los años Spencer se hizo más conservador y que, como en el caso de Comte, su influencia básica era conservadora.
Una de sus posturas liberales, que coexistió no sin dificultad con su conservadurismo, era su aceptación de la doctrina del laissez-faire: pensaba que el estado no debía intervenir en los asuntos individuales, excepto en el caso de la muy pasiva función de la protección de las personas. Esto significaba que Spencer, a diferencia de Comte, no sentía interés por las reformas sociales; su deseo era que la vida social se desarrollara libre de todo control externo.
Esta diferencia hace que Spencer sea considerado un darwinista social (G. Jones, 1980). Como tal, sostenía la idea evolucionista de que el mundo mejoraba progresivamente. Por lo tanto, se le podía dejar que marchase por sí solo; una interferencia externa sólo podía empeorar la situación. Spencer adoptó la idea de que las instituciones sociales, como las plantas y los animales, se adaptaban progresiva y positivamente a su entorno social. También aceptaba la creencia darwiniana de que el proceso de la selección natural de la «supervivencia del más apto» también se producía en el mundo social. (Es interesante saber que fue Spencer quien acuñó esta frase varios años antes de la aparición de la obra de Darwin sobre la selección natural). Es decir, libres de una intervención externa, las personas «aptas» podrían sobrevivir y multiplicarse mientras que los «no aptos» tenderían a extinguirse. Otra diferencia es que Spencer hacía hincapié en el individuo mientras Comte se centraba en unidades mayores como la familia.
Aunque existen importantes diferencias entre Comte y Spencer, las orientaciones que compartían o, al menos, la similar manera en que fueron interpretadas, demostraron siempre ser más importantes que sus diferencias para el desarrollo de la teoría sociológica.
Comte y Spencer compartían con Durkheim y otros el compromiso con una ciencia de la sociología, una perspectiva harto atractiva para los primeros teóricos. Otra influencia de la obra de Spencer, compartida tanto por Comte como por Durkheim, era su tendencia a pensar la sociedad como un organismo: Spencer se inspiró en la biología para dar forma a su perspectiva y a sus conceptos.
Le interesaba la estructura general de la sociedad, la interrelación entre las partes de la sociedad, y las funciones que cada parte cumplía para las demás y para el sistema en su conjunto.
Y lo que es más importante, Spencer y Comte compartían una concepción evolucionista del desarrollo histórico, a pesar de que Spencer criticara la teoría de la evolución de Comte aduciendo varias razones. Rechazaba, específicamente, la ley de los tres estadios de Comte. Pensaba que Comte se había conformado con analizar la evolución en el reino de las ideas, en términos de su desarrollo intelectual. Spencer, sin embargo, se esforzó por desarrollar una teoría de la evolución del mundo real y material.
Aunque se reconoce a Spencer como un teórico de la evolución, su teoría es altamente compleja, adopta variadas formas, y a menudo es poco clara y ambigua (Haines, 1988; Perrin, 1976). No obstante, es posible identificar al menos dos grandes perspectivas de la evolución en la obra de Spencer.
La primera de estas teorías hace referencia principalmente al tamaño creciente de la sociedad. La sociedad crece debido tanto a la multiplicación de los individuos como a la unión de los grupos (composición). El aumento del tamaño de la sociedad supone el crecimiento de las estructuras sociales y su mayor diferenciación, así como también el aumento de la diferenciación entre las funciones que realizan. Además del aumento del tamaño, las sociedades evolucionan a través de la composición, es decir mediante la unificación de más y más grupos adyacentes. Así, Spencer habla de un movimiento evolucionista desde las sociedades más simples a las compuestas, las doblemente compuestas, y las triplemente compuestas.
Spencer también nos ofrece una teoría de la evolución desde las sociedades militares a las sociedades industriales. Las sociedades militares, más antiguas, se caracterizaban por estar estructuradas para afrontar un estado de guerra ofensivo y defensivo. Aunque Spencer contemplaba con ojos críticos el estado de guerra, pensaba que, en un primer estadio, era funcional para mantener unidas las sociedades (a través, por ejemplo, de la conquista militar) y crear los grandes agregados de personas que requería el desarrollo de la sociedad industrial. Sin embargo, con el nacimiento de la sociedad industrial, ese estado de guerra deja de ser funcional e impide el avance del proceso de evolución. La sociedad industrial se basa en la amistad, el altruismo, la especialización, en el reconocimiento de los logros de las personas y no de sus características innatas, y en la cooperación voluntaria entre individuos altamente disciplinados. Esta sociedad se mantiene unida mediante relaciones contractuales voluntarias y, lo que resulta más importante aún, mediante una fuerte moral común. El papel del gobierno se limita a lo que las personas no deben hacer. Obviamente, las modernas sociedades industríales tienen menos propensión a la guerra que sus predecesoras militares. Aunque Spencer afirma que existe una evolución general en la dirección que llevan las sociedades industriales, también reconoce que es posible que haya regresiones periódicas hacia el estado de guerra y las sociedades más militares.
En sus escritos sobre ética y política Spencer nos ofrece otras ideas sobre la evolución de la sociedad. Por una parte, considera que la sociedad progresa hacia un estado moral ideal o perfecto. Por otra, manifiesta que las sociedades más aptas sobrevivirán mientras se dejará morir a las sociedades no aptas. El resultado de este proceso es un aumento progresivo de la adaptación al mundo en su conjunto.
Así, Spencer ofreció un conjunto rico y variado de ideas sobre la evolución social. Como veremos, al principio sus ideas disfrutaron de un gran éxito, más tarde fueron rechazadas durante años, y recientemente han vuelto a ser aceptadas con el nacimiento de las nuevas teorías sociológicas de la evolución (Buttel, 1990).
La reacción contra Spencer en Gran Bretaña.
A pesar de su énfasis en el individuo, Spencer fue más famoso por su gran teoría de la evolución social. Con ella se enfrentaba a la Jiodolada míe .le_.hahía_nrecedidg en4 Gran Bretaña.
Sin embargo, la reacción contra Spencer se basaba más en la amenaza que planteaba su idea de la supervivencia del más apto a un ameliorism caro a la mayoría de los primeros sociólogos británicos. Aunque más tarde Spencer repudió algunas de sus ideas más ofensivas, se reafirmó en su filosofía de la supervivencia del más apto y se mantuvo en contra de la intervención del gobierno y la reforma social. Así se expresaba: Promover la haraganería a expensas del bien constituye una crueldad extrema. Supone un f o m e n t o deliberado de la miseria para las futuras generaciones. N o hay mayor azote para la posteridad que legarles una población cada vez m a y o r de imbéciles, ociosos y criminales... La naturaleza se esfuerza enormemente por hacerles desaparecer, por limpiar de ellos el mundo, y por dejar espacio para los mejores... Si no son suficientemente capaces de vivir, mueren, y es mejor que así sea. (Spencer, citado en Abrams, 1968: 74).
Estos sentimientos se oponían claramente a la orientación del ameliorism de los sociólogos-reformadores británicos.
Figuras clave de la sociología italiana.
Podemos terminar este esbozo de la temprana y fundamentalmente conservadora teoría sociológica europea con una breve mención de dos sociólogos italianos, Wilfredo Pareto (1848-1923) y Gaetano Mosca (1858-1941). Estos dos sociólogos fueron influyentes en su época, aunque es mínima su relevancia contemporánea. Hoy en día pocas personas leen a Mosca. Se produjo un breve brote de interés por la obra de Pareto (1935) durante la década de los treinta, cuando el principal teórico estadounidense, Talcott Parsons, dedicó la misma atención a Pareto que a Weber y Durkheim. Sin embargo, durante estos últimos años y a excepción de algunos de sus grandes conceptos, la importancia y relevancia de Pareto ha disminuido.
Zeitlin arguye que Pareto desarrolló sus «grandes ideas como una refutación de Marx» (1981: 171). De hecho, Pareto rechazaba no sólo a Marx, sino también a una gran parte de la filosofía de la Ilustración. Por ejemplo, mientras los filósofos de la Ilustración hacían hincapié en la racionalidad, Pareto subrayaba el papel de factores no racionales como los instintos humanos. Este énfasis estaba ligado a su rechazo de la teoría marxista. Es decir, como los factores instintivos y no racionales eran tan importantes tan inalterables, no era realista esperar que se pudiesen introducir cambios sociales drásticos mediante una revolución económica.
Pareto también desarrolló una teoría del cambio social en agudo contraste con la teoría marxiana. Mientras la teoría de Marx se centraba en el papel de las masas, Pareto proponía una teoría elitista del cambio social que mantenía que la sociedad estaba inevitablemente dominada por una pequeña elite de egoístas ilustrados. Es esa élite quien dirige a unas masas dominadas por fuerzas no racionales. Como carecen de capacidades racionales, las masas no pueden llegar a constituir en el sistema de Pareto una fuerza revolucionaria. El cambio social se produce cuando la élite comienza a degenerar y es sustituida por una nueva élite procedente de otra élite no gobernante o de los elementos sobresalientes de las masas. Ya instalada la nueva élite en el poder, el proceso comienza de nuevo. Así, nos encontramos con una teoría cíclica del cambio social en lugar de las teorías lineales de Marx, Comte, Spencer y otros. Además, la teoría del cambio de Pareto ignora la condición de las masas. Las élites llegan y se van, pero el grueso de la masa permanece inalterable.
Esta teoría no constituye, sin embargo, la contribución de mayor trascendencia que Pareto hizo a la sociología. Lo que más ha perdurado es su concepción científica de la sociología y del mundo social: «Mi deseo es construir un sistema de sociología siguiendo el modelo de la mecánica celestial [la astronomía], la física y la química» (citado en Hook, 1965: 57). En resumen, Pareto contemplaba la sociedad como un sistema en equilibrio, un conjunto constituí- do por partes interdependientes. La concepción sistémica que Pareto tenía de la sociedad era la razón por la que Parsons le dedicó tanta atención a su obra de 1937, La estructura de la acción social, a la vez que constituyó la influencia más importante de Pareto sobre el pensamiento de Parsons. Entremezclada con otras ideas similares de los defensores de la imagen orgánica de la sociedad (Comte, Durkheim y Spencer, por ejemplo), la teoría de Pareto jugó un papel central en el desarrollo de la teoría de Parsons y, en términos más generales, en el funcionalismo estructural.
Aunque pocos sociólogos leen actualmente la obra de Pareto (una excepción es Powers, 1986), prácticamente nadie lee la de Mosca. Pero su obra también puede contemplarse como un rechazo de la Ilustración y el Marxismo. Lo que más nos importa es que Mosca, como Pareto, ofreció una teoría elitista del cambio social que se opone a la perspectiva marxista.
Desarrollos del marxismo europeo a la vuelta del siglo.
Mientras muchos sociólogos del siglo diecinueve desarrollaban sus teorías en oposición a Marx, se producía un esfuerzo simultáneo de varios marxistas por clarificar y ampliar la teoría marxiana. Entre aproximadamente 1875 y 1925, se produjo muy escaso contacto entre marxismo y sociología. (Weber constituye una excepción). Las dos escuelas de pensamiento se desarrollaron paralelamente con escaso o ningún intercambio entre ellas.
Tras la muerte de Marx, la teoría marxista estuvo inicialmente dominada por quienes entreveían en su teoría un determinismo económico y científico. Wallerstein denomina esta etapa la época del «marxismo ortodoxo» ( 1986: 1301).
Friedrich Engels, benefactor y colaborador de Marx, le sobrevivió y puede ser considerado el primer exponente de esta perspectiva. En lo fundamental, la idea era que la teoría científica de Marx revelaba las leyes económicas que regían el mundo capitalista. Estas leyes apuntaban hacia el colapso inevitable del sistema capitalista. Los primeros pensadores marxistas, como Karl Kautsky, se afanaron por comprender mejor cómo operaban esas leyes. Sin embargo, semejante perspectiva planteaba varios problemas. Parecía excluir la acción política, piedra angular de la postura de Marx. Es decir, parecía no requerir la actuación de los individuos y, especialmente, de los trabajadores. Así, el sistema se desmoronaría inevitablemente y todo lo que había que hacer era sentarse y esperar su desaparición. En el nivel teórico, el marxismo determinista parecía excluir la relación dialéctica entre los individuos y las grandes estructuras sociales.
Estos problemas produjeron una reacción entre los teóricos marxistas y condujeron al desarrollo del «marxismo hegeliano» a principios del decenio de 1900. Los marxistas hegelianos se negaron a reducir el marxismo a una teoría científica que ignoraba el pensamiento y la acción del individuo. Se les llamó marxistas hegelianos porque se esforzaron por combinar el interés de Hegel por la conciencia (que algunos, como el autor de este libro, creen que Marx compartía) con el interés de los deterministas por las estructuras económicas de la sociedad. La importancia de los teóricos hegelianos se debió tanto a razones teóricas como prácticas. En el nivel teórico reafirmaron la importancia del individuo, de la conciencia y de la relación entre el pensamiento y la acción. En el práctico, subrayaron la importancia de la acción individual para provocar la revolución social.
El principal exponente de este punto de vista fue George Lukács (Fischer, 1984). De acuerdo con Martin Jay, Lukács fue «el padre fundador del marxismo occidental», y el autor de Historia y conciencia de clase, «reconocida generalmente como la carta fundacional del marxismo hegeliano» (1984: 84). Lukács comenzó a principios del siglo a integrar marxismo y sociología (en particular, las teorías de Weber y Simmel). Esta integración se aceleró inmediatamente con el desarrollo de la teoría crítica durante los años veinte y treinta.
RESUMEN.
Este capítulo esboza la historia temprana de la teoría sociológica en dos apartados. El primero y más breve analiza las diversas fuerzas sociales implicadas en el desarrollo de la teoría sociológica. Aunque estas influencias fueron numerosas, nos centramos en cómo la revolución política, la Revolución Industrial, el nacimiento del capitalismo y del socialismo, la urbanización, el cambio religioso y el crecimiento de la ciencia afectaron a la teoría sociológica. Empezamos por Francia y por el papel que jugó la Ilustración, recalcando la reacción conservadora y romántica que produjo. La teoría sociológica francesa se desarrolló a partir de esa oposición. En este contexto examinamos las principales figuras de los primeros años de la sociología francesa: Claude Henri Saint-Simon, Auguste Comte y Emile Durkheim.
Luego dedicamos nuestra atención a Alemania y el papel que jugó Karl Marx en el desarrollo de la sociología en ese país. Analizamos el desarrollo paralelo de la teoría de Marx y la teoría sociológica y los modos en que la teoría marxista influyó en la sociología, tanto positiva como negativamente. Comenzamos con las raíces de la teoría marxiana en el hegelianismo, el materialismo y la economía política. Brevemente tocamos el tema de la teoría de Marx. El análisis se centra después en las raíces de la sociología alemana. Examinamos la obra de Max Weber con el fin de mostrar las diversas fuentes de la sociología alemana. También se analizan algunas de las razones por las que la teoría de Max Weber fue más aceptada por los sociólogos posteriores que las ideas de Marx. Este apartado termina con un breve análisis de la obra de Georg Simmel.
Pasamos después a analizar el desarrollo de la teoría sociológica en Gran Bretaña. Las principales fuentes de la sociología británica fueron la economía política, el ameliorism y la evolución social. En este contexto estudiamos brevemente la obra de Herbert Spencer, así como parte de la controversia que suscitó.
Este capítulo termina con un breve análisis de la teoría sociológica italiana, especialmente de la obra de Wilfredo Pareto y los desarrollos en la teoría marxista europea a la vuelta del siglo, principalmente el determinismo económico y el marxismo hegeliano.
Así concluye nuestro esbozo de la historia temprana de la teoría sociológica. En este capítulo hemos analizado en un contexto histórico la obra de seis teóricos —Comte, Spencer, Marx, Durkheim, Weber y Simmel— a los que más tarde dedicaremos todo un capítulo. También nos referiremos a estos teóricos en el próximo capítulo, cuando hablemos de su influencia en la teoría sociológica posterior. El capítulo segundo incluirá un breve análisis, dentro del contexto histórico de los desarrollos más recientes, de la obra de los otros tres teóricos que aquí definimos como pensadores clásicos y que serán analizados en profundidad en el libro: Mead, Schutz y Parsons.
George Ritzer: Esbozo histórico de la teoría sociológica: primeros años (Teoría sociológica clásica, cap. 1) |
Teoría sociológica clásica
George Ritzer
McGraw-Hill, México, 2010
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