La sociología de Emil Durkheim (Georg Ritzer, Teoría sociológica clásica)
Émile Durkheim
por George Ritzer
Cap. 6 de Teoría sociológica clásica (1993)
Georg Ritzer, Teoría sociológica clásica (1993) |
Índice de temas
HECHOS SOCIALES
LA DIVISION DEL TRABAJO EN LA SOCIEDAD
LA Densidad dinámica
Derecho Anomía
Conciencia colectiva Representaciones colectivas
SUICIDIO Y CORRIENTES SOCIALES
Los cuatro tipos de suicidio
¿Mente colectiva?
RELIGION
Lo sagrado y lo profano
Totemismo
Efervescencia colectiva
REFORMISMO SOCIAL
Asociaciones profesionales
Culto al individuo
EL ACTOR EN EL PENSAMIENTO DE DURKHEIM
Supuestos sobre la naturaleza humana
Socialización y educación moral Variables dependientes
ACCION INDIVIDUAL E INTERACCION
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La orientación teórica de Emile Durkheim, a diferencia de la de muchos otros grandes pensadores de la sociología, muestra muy pocas ambigüedades. Su mayor preocupación fue la influencia de las grandes estructuras de la sociedad, y de la sociedad misma, sobre los pensamientos y acciones de los individuos. Contribuyó enormemente a la formación de la teoría estructural-funcional, que se centra en el análisis de la estructura social y la cultura. Así, el objetivo de este capítulo es describir la perspectiva teórica de Durkheim centrándonos fundamentalmente en sus preocupaciones macrosociológicas.
El desarrollo y uso del concepto de hecho social constituye el núcleo de la sociología de Durkheim. A lo largo del capítulo analizaremos este concepto, pero antes de ello creemos necesario hacer una breve introducción. En términos modernos, los hechos sociales son las estructuras sociales, así como las normas y los valores culturales que son externos y coercitivos para los actores. Así, los lectores de este texto, como estudiantes que son, están constreñidos por estructuras sociales tales como la burocracia universitaria y los valores y normas de la sociedad estadounidense, que atribuye gran importancia a la educación universitaria. Otros hechos sociales similares constriñen a las personas en todos los ámbitos de la vida social.
Para entender la razón por la que Durkheim desarrolló el concepto de hecho social y su significado necesitamos examinar al menos algunos aspectos del contexto intelectual en el que vivió.
Para Durkheim (1900/1973: 3), la sociología nació en Francia en el siglo xix. Reconoció sus raíces en la filosofía antigua (Platón y Aristóteles) y sus fuentes más próximas en filósofos franceses como Montesquieu y Condorcet. Por ejemplo, Durkheim señaló: «Fue Montesquieu el primero que enunció los principios fundamentales de la ciencia social» (1893/1960: 61). Sin embargo, en su opinión, Montesquieu (y Condorcet) no fueron lo suficientemente lejos: «Se limitaron a ofrecer ideas novedosas o ingeniosas sobre los hechos sociales, más que a intentar crear una disciplina totalmente nueva» (1900/1973: 6). Durkheim (1928/1962: 142) le concedió a Saint-Simon el mérito de haber sido el primero en formular la noción de una ciencia del mundo social, aunque consideraba las ideas de Saint-Simon imperfectas y difusas. Desde el punto de vista de Durkheim, fue Comte quien perfeccionó esas ideas, «el primero que hizo un esfuerzo coherente y metódico por establecer la ciencia positiva de las sociedades» (1900/1973: 10).
Aunque, como vimos en el tercer capítulo, el término sociología fue acuñado por Comte algunos años antes, no existía un área específica para la disciplina en la Francia de finales del siglo xix. No había escuelas, ni facultades, ni siquiera profesores de sociología. Sí había, en cambio, algunos pensadores que se ocupaban de cuestiones más o menos sociológicas, si bien la sociología aún no disponía de un «hogar» disciplinar. En efecto, las disciplinas existentes se oponían radicalmente a la fundación de la sociología. La oposición más fuerte procedía de la psicología y la filosofía, dos áreas que se jactaban de cubrir el dominio que para sí reclamaba la sociología. Dadas las aspiraciones sociológicas de Durkheim, su problema era cómo crear un nicho separado e identifícable para la sociología.
Durkheim afirmaba que, para diferenciarse de la filosofía, la sociología debía orientarse hacia la investigación empírica. Esto parece bastante simple, pero Durkheim complicó la cuestión al suponer que la sociología estaba también amenazada por una escuela filosófica que existía dentro de la misma sociología. En su opinión, las otras dos grandes figuras de la época que se consideraban a sí mismos sociólogos, Comte y Spencer, se interesaban más por la filosofía, por la teorización abstracta, que por el estudio empírico del mundo social. Durkheim creía que si la sociología seguía la dirección que Comte y Spencer habían establecido, terminaría por convertirse en una simple rama de la filosofía. Como consecuencia de esta creencia, Durkehim se vio en la necesidad de atacar tanto a Comte como a Spencer (Durkheim, 1895/1964: 19-20). Acusó a ambos de substituir el auténtico estudio de los fenómenos del mundo real por ideas preconcebidas de los fenómenos sociales. Así, culpó a Comte de suponer teóricamente que el mundo social evolucionaba hacia la perfección en lugar de llevar a cabo el trabajo duro, riguroso y fundamental de estudiar la naturaleza cambiante de las diversas sociedades. De modo similar, acusó a Spencer de dar por supuesta la armonía social en lugar de estudiar si realmente existía.
HECHOS SOCIALES
Con el fin de lograr que la sociología se alejara de la filosofía y de darle una identidad clara y particular, Durkheim afirmó que el objeto distintivo de la sociología debía ser el estudio de los hechos sociales. El concepto de hecho social tenía varios componentes, pero la idea de que los hechos sociales debían ser tratados como cosas era de crucial importancia para distinguir la sociología de la filosofía. Como cosas, los hechos sociales debían estudiarse empíricamente, no filosóficamente. Durkheim creía que las ideas podían concebirse introspectivamente (filosóficamente), pero las cosas «no pueden concebirse mediante una actividad puramente mental», se requieren «datos del exterior de la mente» (1985/1964: xliii). Este estudio empírico de los hechos sociales como cosas apartó a la sociología durkheimiana del esfuerzo teórico fundamentalmente introspectivo de Comte y Spencer.
Aunque tratar los hechos sociales como cosas contrarrestaba la amenaza que (al menos para Durkheim) planteaba la filosofía, era sólo parte de la respuesta al problema de la amenaza planteada por la psicología. Como la sociología durkheimiana, la psicología era ya una disciplina altamente empírica. Para distinguir la sociología de la psicología, Durkheim afirmó que los hechos sociales eran externos y coercitivos para el actor. El objeto de la sociología debía ser el estudio de los hechos sociales, mientras el de la psicología apuntaba al estudio de los hechos psicológicos. Para Durkheim, los hechos psicológicos eran fenómenos básicamente heredados. Aunque, por supuesto, esto no describe a la psicología actual (y tampoco es una descripción muy acertada del objeto de la psicología de entonces), permitió a Durkheim establecer una clara distinción entre los dos campos. Los hechos psicológicos eran claramente internos (heredados), y los hechos sociales eran externos y coercitivos. Como veremos pronto, la distinción no es tan clara como pretendía Durkheim. No obstante, al definir el hecho social como una cosa que es externa y coercitiva para el actor, parece que Durkheim logró (al menos en su época) alcanzar su objetivo de separar a la sociología de la filosofía y la psicología. Sin embargo, debe señalarse que en esta cuestión, Durkheim adoptó una postura «extremista» (Karady, 1983: 79-80), especialmente al limitar la sociología al estudio de los hechos sociales. Esta postura llegaría, cuando menos, a limitar algunas ramas de la sociología actual.
Sabemos que un hecho social es una cosa y que es externo y coercitivo, pero ¿qué más sabemos de un hecho social? En realidad, Durkheim distinguía entre dos grandes tipos de hechos sociales: los materiales y los inmateriales. Los hechos sociales materiales son los más claros de ambos tipos, porque son entidades reales y materiales, pero sólo adquieren una importancia menor en la obra de Durkheim. Como él mismo señaló: «El hecho social a veces se materializa y llega a convertirse en un elemento del mundo exterior» (1897/ 1951: 313). La arquitectura y el derecho constituyen dos ejemplos de lo que significan los hechos sociales materiales. Pondremos otros ejemplos a lo largo de este capítulo.
Pero el grueso de la obra de Durkheim, y el núcleo de su sociología, es el estudio de los hechos sociales inmateriales. Durkheim dijo: «No toda conciencia social alcanza... la exteriorización y la materialización» (1897/1951: 315). Lo que para los sociólogos son hoy en día las normas y los valores, o en términos más generales, la cultura (véase Alexander, 1988), son ejemplos adecuados de lo que Durkheim quería decir con hechos sociales inmateriales. Pero esta idea plantea un problema: ¿cómo es posible que hechos sociales inmateriales tales como las normas y los valores sean externos al actor? ¿Dónde pueden residir si no es en la mente del actor? Y en caso de residir en la mente del actor, ¿acaso no son entonces internos en lugar de externos?
Para clarificar esta cuestión debemos refinar el argumento de Durkheim y sostener que, mientras los hechos sociales materiales son claramente externos y coercitivos, los hechos inmateriales no están tan definidos. (Para una distinción similar, véase Takla y Pope [1985: 82]). Al menos en cierta medida residen en la mente del actor. La mejor manera de conceptualizar los hechos sociales inmateriales es pensar en ellos como externos y coercitivos respecto de los hechos psicológicos. De esta manera podemos comprender que, tanto los hechos psicológicos como algunos hechos sociales, existen dentro de las conciencias y entre ellas. Durkheim lo explica en varios lugares de su obra. Así, en uno de ellos dijo de los hechos sociales, «las mentes individuales, formando grupos mediante la fusión y la conjunción, producen un ser, psicológico si se quiere, que constituye una individualidad psíquica de un tipo diferente» (Durkheim, 1895/1964: 103, cursivas añadidas). En otro lugar dijo: «Esto no significa que ellos [los hechos sociales inmateriales] no sean también de alguna manera mentales, puesto que todos consisten en maneras de hacer y pensar» (1895/1964: xlix). Por esto es preferible considerar los hechos sociales inmateriales, al menos en parte, como fenómenos mentales, pero externos y coercitivos respecto de otros aspectos del proceso mental: los hechos psicológicos. Esto difumina un poco la distinción de Durkheim entre sociología y psicología, pero sirve para hacer más realista la distinción y, por tanto, más defendible. La sociología se ocupa de los fenómenos mentales, pero generalmente se trata de fenómenos mentales de un orden diferente de aquellos de los que trata la psicología. Por tanto, Durkheim afirmaba que mientras los sociólogos se interesan por las normas y los valores, los psicólogos se preocupan por cosas tales como los instintos humanos.
Los hechos sociales desempeñan un papel central en la sociología de Emile Durkheim. Una manera útil de extractar los hechos sociales más importantes de su obra, y de analizar sus pensamientos sobre las relaciones entre estos fenómenos, es comenzar con los esfuerzos de Durkheim por organizarlos en distintos niveles de la realidad social. Durkheim comenzó por el nivel de los hechos sociales materiales, no porque fuera el nivel más importante para él, sino porque sus elementos suelen tener prioridad causal en su teorización, pues influyen en los hechos sociales inmateriales, la verdadera preocupación de su obra. (Aunque aquí nos centraremos en ambos tipos de hechos sociales, nos detendremos más tarde en los pensamientos de Durkheim sobre aspectos más microscópicos de la realidad social).
Los principales niveles de la realidad social (Lukes, 1972: 9-10) en la obra de Durkheim pueden describirse como sigue:
A. Hechos sociales materiales.
1. Sociedad.
2. Componentes estructurales de la sociedad (por ejemplo, la iglesia y el estado).
3. Componentes morfológicos de la sociedad (por ejemplo, distribución de la población, canales de comunicación y forma de las habitaciones).
B. Hechos sociales inmateriales.
1. Moralidad.
2. Conciencia colectiva.
3. Representaciones colectivas
4. Corrientes sociales.
Los niveles dentro de las dos categorías figuran en orden descendente en lo que se refiere a generalidad.
Su análisis de los hechos sociales en el macronivel constituye una de las razones que explican el importante papel de Durkheim en el desarrollo del funcionalismo estructural, que ofrecía una similar orientación macro (véase el capítulo undécimo sobre Parsons). Más concretamente, inspirándose en la biología y sirviéndose de la analogía organicista, Durkheim consideraba que la sociedad estaba constituida por «órganos» (hechos sociales), o estructuras sociales, que realizaban diversas funciones para la sociedad. Pero nos advirtió que debíamos distinguir las funciones, o los fines de las diversas estructuras, de los factores responsables causalmente de su existencia. Durkheim se interesó por el estudio tanto de las causas de las estructuras sociales como de las funciones que cumplían, aunque insistía en que era necesario distinguir estos dos campos de estudio.
Podemos rastrear la lógica de la teoría de Durkheim en su análisis del desarrollo del mundo moderno. Esta se revela claramente en una de sus obras más importantes, La división del trabajo social (Durkheim, 1893/1964).
LA DIVISION DEL TRABAJO EN LA SOCIEDAD
Durkheim basó su análisis en La división del trabajo social en su concepción de dos tipos ideales de sociedad. El tipo más primitivo, caracterizado por la solidaridad mecánica, presenta una estructura social indiferenciada, con poca o ninguna división del trabajo. El tipo más moderno, caracterizado por la solidaridad orgánica, presenta una mayor y más refinada división del trabajo. Para Durkheim, la división del trabajo en la sociedad es un hecho social material que indica el grado en que las tareas o las responsabilidades se han especializado. La gente en las sociedades primitivas tiende a ocupar posiciones muy generales en las que realiza una amplia variedad de tareas y mantiene un gran número de responsabilidades. Por ejemplo, ser madre en las sociedades primitivas es ocupar una posición mucho menos especializada que en la sociedad moderna. Los servicios de lavandería, los pañales, los servicios a domicilio y los aparatos que ahorran trabajo en el hogar (lavaplatos, hornos microondas, etc.) realizan numerosas tareas que antes eran responsabilidad de las madres-amas de casa.
Los cambios en la división del trabajo han tenido enormes implicaciones para la estructura de la sociedad, y alguna de las más importantes se reflejan en las diferencias entre los dos tipos de solidaridad: mecánica y orgánica. Su interés al abordar la cuestión de la solidaridad era descubrir lo que mantenía unida a la sociedad. Una sociedad caracterizada por la solidaridad mecánica se mantiene unificada debido a que la totalidad de sus miembros tienen aptitudes y conocimientos similares. La unión de las personas se debe a que todos están implicados en la realización de actividades parecidas y tienen responsabilidades semejantes. Por el contrario, una sociedad caracterizada por la solidaridad orgánica se mantiene unida debido a las diferencias entre las personas, debido al hecho de que tienen diferentes tareas y responsabilidades. Toda vez que cada persona realiza en la sociedad moderna una gama de tareas relativamente pequeña, necesita a otras muchas para poder vivir. La familia primitiva encabeza da por un padre cazador y una madre que se ocupaba de la comida era virtualmente autosufíciente, pero la familia moderna, para poder vivir, necesita desde un frutero y un verdulero, hasta un panadero, un mecánico de automóviles, un profesor, un agente de policía, etc.. A su vez, estas personas necesitan un tipo de servicios que les proporcionan otros. Por tanto, para Durkheim, la sociedad moderna se mantiene unida por obra de la especialización de las personas y de su necesidad de los servicios de otras muchas. Por lo demás, Durkheim se ocupó no sólo de la especialización de los individuos, sino también de la de los grupos, las estructuras y las instituciones. Hay que mencionar también una última diferencia entre la solidaridad orgánica y la mecánica. Como las personas que forman las sociedades caracterizadas por la solidaridad mecánica suelen parecerse en lo tocante a las tareas que realizan, hay mayores probabilidades de que compitan entre sí. Por el contrario, en las sociedades caracterizadas por la solidaridad orgánica la diferenciación facilita la cooperación entre las personas y permite que puedan apoyarse en una misma base de recursos.
Densidad dinámica
Para Durkheim, la división del trabajo era un hecho social material puesto que constituía la principal pauta de interacción en el mundo social. Otro hecho social material estrechamente relacionado con la división del trabajo era el factor causal más importante en la teoría durkheimiana de la transición de la solidaridad mecánica a la solidaridad orgánica: la densidad dinámica. Este concepto hace referencia a la cantidad de personas de una sociedad y al grado de interacción que se produce entre ellas. Ni el aumento de la población, ni el de la interacción constituyen un factor relevante para el cambio societal si se producen por separado. Un aumento de la cantidad de personas más un aumento de su interacción (eso precisamente es la densidad dinámica) conduce a la transición de la solidaridad mecánica a la orgánica dado que, si se producen simultáneamente, provocan un aumento de la competencia por los recursos escasos y una lucha más intensa por la supervivencia entre los diversos componentes paralelos y similares de la sociedad primitiva. Como los individuos, los grupos, las familias, las tribus etc., realizan funciones virtualmente idénticas, lo más probable es que choquen a la hora de realizar sus funciones, especialmente si se da escasez de recursos. El nacimiento de la división del trabajo permite a las personas y a las estructuras sociales creadas por ellas cooperar, en lugar de entrar en conflicto, lo que hace más probable a su vez la coexistencia pacífica. Además, el aumento de la división del trabajo produce una mayor eficacia, lo que produce un aumento de recursos que hace que más y más gente pueda vivir en paz.
Aunque a Durkheim le interesaba explicar el modo en que la división del trabajo y la densidad dinámica producían tipos diferentes de solidaridad social, mostró especial preocupación por el efecto que tenían estos cambios materiales en los hechos inmateriales y su naturaleza, tanto en las sociedades unidas mecánicamente como orgánicamente. Sin embargo, dadas sus ideas sobre lo que debía ser el objeto de una ciencia de la sociología, Durkheim creía imposible el estudio directo de los hechos sociales inmateriales. El análisis directo de los hechos sociales inmateriales era, desde su perspectiva, más filosófico que sociológico. Para estudiar los hechos sociales inmateriales de una manera científica el sociólogo debe buscar y examinar los hechos sociales materiales que reflejan la naturaleza de los hechos inmateriales y sus cambios. Esa función la cumple el derecho, sus diferentes formas en distintas sociedades, en La división del trabajo social.
Derecho
Durkheim afirmaba que una sociedad que presenta solidaridad mecánica se caracteriza por su derecho represivo. Como las personas son muy similares en este tipo de sociedad, y como la totalidad de sus miembros suelen creer profundamente en una moralidad común, cualquier ofensa contra su sistema de valores compartido suele ser de la mayor importancia para la mayoría de los individuos. Dado que la mayoría de las personas se siente ofendida y cree profundamente en su moralidad común, el trasgresor suele ser severamente castigado si comete una acción considerada como una ofensa contra el sistema moral colectivo. El robo de un cerdo puede implicar la mutilación de las manos del ladrón; la blasfemia contra Dios o los dioses puede merecer la amputación de la lengua del que blasfema. Puesto que las personas participan de lleno en el sistema moral, una ofensa contra él suele merecer un castigo severo e inmediato.
Por el contrario, una sociedad con solidaridad orgánica se caracteriza por su derecho restitutivo. En lugar de ser duramente castigados por la más mínima ofensa contra la moralidad colectiva, a los individuos se les suele pedir en este tipo de sociedad más moderno tan sólo que cumplan con la ley o que recompensen —restituyan— a los que han resultado perjudicados por sus acciones. Si bien siguen existiendo algunas leyes represivas (por ejemplo, la pena de muerte), el derecho restitutivo es más característico de este tipo moderno de sociedades. Apenas existe en ellas moralidad común o, caso de que la hubiere, tiene escasa influencia: en ellas la inmensa mayoría de la gente no reacciona emocionalmente ante el quebrantamiento de la ley. En una sociedad con solidaridad mecánica, la administración del derecho represivo está en poder de las masas, pero el mantenimiento del derecho restitutivo es responsabilidad única de entidades especializadas (por ejemplo, la policía y los tribunales). Esto concuerda con la creciente división del trabajo de las sociedades con solidaridad orgánica.
En el sistema teórico de Durkheim, los cambios que se producen en un hecho social material como el derecho son simplemente reflejos de aquellos otros que se producen en los elementos más importantes de su sociología: los hechos sociales inmateriales, tales como la moralidad, la conciencia colectiva, las representaciones colectivas, las corrientes sociales y la mente grupal, más discutible desde una perspectiva sociológica moderna. (Todos estos conceptos serán analizados más adelante.)
En el nivel más general e inclusivo, Durkheim fue un sociólogo de la moralidad. En efecto, Ernest Wallwork (1972:182) señaló que la sociología de Durkheim era simplemente un subproducto de su preocupación por las cuestiones morales. Es decir, el interés de Durkheim por los problemas morales de su época le llevó, como sociólogo, a dedicarse casi totalmente al estudio de los elementos morales de la vida social. En su nivel más básico, la gran preocupación de Durkheim era el debilitamiento de la moralidad común en el mundo moderno. Para él, las personas corrían el riesgo de padecer una pérdida «patológica» de los vínculos morales. Estos vínculos morales eran importantes para Durkheim, porque pensaba que, sin su existencia, el individuo llegaría a ser esclavo de pasiones cada vez más ambiciosas e insaciables. Los individuos se dejarían llevar por sus pasiones y se lanzarían a una enloquecida búsqueda del placer, pero cada pasión satisfecha aumentaría la necesidad de un nuevo placer. Durkheim mantenía la opinión aparentemente paradójica de que el individuo necesitaba de una moralidad y un control externo para ser libre. Aunque se trata de una curiosa definición de la libertad, Durkheim adoptó ciertamente esta postura.
Anomia
Muchos de los problemas que Durkheim se planteó se derivaban de su preocupación por el debilitamiento de la moralidad común. El concepto de anomía revela claramente su preocupación por los problemas derivados del debilitamiento de la moralidad común (Hilbert, 1986). Los individuos se enfrentan a la anomía cuando la moral no les constriñe lo suficiente; es decir, cuando carecen de un concepto claro de lo que es una conducta apropiada y aceptable y de lo que no lo es.
Para nuestro pensador, la «patología» central de las sociedades modernas es la división anémica del trabajo. Al considerar la anomía como una patología, expresaba su creencia en que los problemas del mundo moderno podían «remediarse». Durkheim creía que la división estructural del trabajo en la sociedad moderna era una fuente de cohesión que compensaba el debilitamiento de la moralidad colectiva. Sin embargo, su argumento subrayaba que la división del trabajo no podía enderezar plenamente la relajación de la moralidad común, a resultas de lo cual la anomía constituía una patología asociada con el nacimiento de la solidaridad orgánica. Los individuos también pueden sentirse aislados y abandonados en la realización de sus actividades altamente especializadas. Es fácil que dejen de percibir un vínculo común con los que trabajan y viven alrededor de ellos. Sin embargo, es importante recordar que Durkheim calificaba esta situación de anormal, porque sólo en circunstancias no normales la división moderna del trabajo relegaba a las personas a tareas y empleos aislados y carentes de sentido. El concepto de anomía no sólo se encuentra en La división del trabajo social, sino también en £7 suicidio (Durkheim, 1897/1951) como una de las principales causas de suicidio. El suicidio anómico se produce debido al debilitamiento de la moralidad colectiva y a una regulación externa del individuo insuficiente para contener sus pasiones.
Conciencia colectiva
Durkheim analizó el problema de la moralidad común de diferentes maneras y mediante diversos conceptos. En sus primeros esfuerzos por analizar esta cuestión desarrolló la idea de la conciencia colectiva, así descrita en La división del trabajo social:
El conjunto de creencias y sentimientos comunes al término medio de los miembros de una misma sociedad, forma un sistema determinado que tiene vida propia: podemos llamarlo conciencia colectiva o común... Es, pues, algo completamente distinto a las conciencias particulares aunque sólo se realice en los individuos. (Durkheim, 1893/1964: 79-80).
Dado nuestro interés en la conciencia colectiva como ejemplo de hecho social inmaterial, encontramos en esta definición varios puntos que merecen ser analizados. Primero, es evidente que, cuando Durkheim hablaba del «conjunto» de creencias y sentimientos comunes, hacía referencia a la conciencia colectiva de una sociedad dada. Segundo, Durkheim concebía claramente la conciencia colectiva como un sistema cultural independiente. Y aunque sostenía esa perspectiva, también especificó que se «realizaba» en las conciencias particulares. (Advertiremos la importancia que tiene el hecho de que Durkheim no concibiera la conciencia colectiva como totalmente independiente de la conciencia individual cuando examinemos la acusación de que defendía la existencia de una mente grupal.)
El concepto de conciencia colectiva nos permite volver al análisis de Durkheim, desarrollado en La división del trabajo social, de los hechos sociales materiales y de su relación con los cambios que se producen en la moralidad común. La lógica de su argumento es que el aumento de la división del trabajo (que se produce como consecuencia del aumento de la densidad dinámica) causa una reducción de la conciencia colectiva. La conciencia colectiva es mucho menos importante en una sociedad con solidaridad orgánica que en otra con solidaridad mecánica. Es más probable que los miembros de la sociedad moderna se mantengan unidos mediante la división del trabajo y la consiguiente necesidad de que otros realicen ciertas funciones, que mediante una poderosa conciencia colectiva común. Anthony Giddens (1972; véase también Pope y Johnson, 1983) realizó un esfuerzo valioso al señalar que la conciencia colectiva en los dos tipos de sociedad difiere en cuatro dimensiones: volumen, intensidad, rigidez y contenido. El volumen se refiere a la cantidad de gente que comparte una misma conciencia colectiva; la intensidad, al grado en que la sienten; la rigidez, a su nivel de definición; y el contenido, a la forma que adopta la conciencia colectiva en los dos tipos polares de sociedad. En una sociedad caracterizada por la solidaridad mecánica, virtualmente la totalidad de la sociedad y de sus miembros comparten la misma conciencia colectiva; ésta se percibe con mucha intensidad (lo que se refleja en el uso de sanciones represivas cuando se comente una ofensa contra ella); es extremadamente rígida; y su contenido es de índole religiosa. En una sociedad con solidaridad orgánica la conciencia colectiva es menor y la comparte una cantidad de gente inferior; se percibe con menor intensidad (lo que se refleja en la sustitución de las leyes penales por el derecho restitutivo); no es demasiado rígida y su contenido queda bien definido por la expresión «individualismo moral» o, lo que es lo mismo, por qué la importancia del individuo se convierte en un precepto moral.
Representaciones colectivas
Aunque a Durkheim le resultó útil, la idea de la conciencia colectiva es sin duda vaga y amorfa. El descontento de Durkheim con la vaguedad del concepto de conciencia colectiva le indujo a abandonarlo progresivamente en sus últimas obras en favor de otro concepto mucho más específico: las representaciones colectivas. Las representaciones colectivas pueden considerarse estados específicos o substratos de la conciencia colectiva (Lukes, 1972). Desde una perspectiva contemporánea, las representaciones colectivas hacen referencia a las normas y valores de colectividades específicas como la familia, la ocupación, el estado, y las instituciones educativas y religiosas. El concepto de representaciones colectivas puede utilizarse de manera tanto general como particular, pero lo más importante es que permitió a Durkheim conceptualizar los hechos sociales inmateriales de un manera nías específica que con ia1áíiusa noción de conciencia colectiva. Ahora bien, a pesar de su mayor especificidad, las representaciones colectivas no pueden reducirse al nivel de la conciencia individual. «Las representaciones colectivas resultan del substrato de los individuos asociados... pero poseen características sui generis» (Durkheim, citado en Lukes, 1972: 7). El término latino sui generis significa «único». Cuando Durkheim utilizó este término para referirse a la estructura de las representaciones colectivas, lo que en realidad quería decir era que su carácter único no podía reducirse a la conciencia individual. Esto las sitúa firmemente en el reino de los hechos sociales inmateriales. Trascienden al individuo debido a que su existencia no depende de ningún individuo particular. Son también independientes de los individuos en el sentido de que su duración en el tiempo es mayor que la duración de la vida del individuo. Las representaciones colectivas constituyen el elemento central del sistema de hechos sociales inmateriales de Durkheim.
SUICIDIO Y CORRIENTES SOCIALES
Durkheim propuso un concepto aún más específico (y más dinámico) y menos cristalizado que es también un hecho social inmaterial: las corrientes sociales. Durkheim las definió como hechos sociales inmateriales «que son igualmente objetivas e influyen en igual grado sobre el individuo» que los hechos sociales analizados más arriba, y que, sin embargo, «carecen de esa forma cristalizada» (1895/1964: 4). Puso como ejemplo «los grandes movimientos de las masas guiadas por el entusiasmo, la indignación o la piedad» (Durkheim, 1895/1964: 4). Aunque las corrientes sociales son menos concretas que otros hechos sociales, son, sin embargo, hechos sociales, como Durkheim explicó cuando señaló que «desde el exterior pueden influir en cualquiera de nosotros y nos pueden hacer perder el sentido o la calma sin que nosotros lo queramos» (1895/1964: 4).
Durkheim explicó la idea de las corrientes sociales en Las reglas del método sociológico (1895/1964), pero la utilizó como variable explicativa en un estudio empírico que llegaría a convertirse en el modelo para el desarrollo de la investigación empírica en los Estado Unidos (Selvin, 1958). De hecho, la investigación registrada en El suicido (1897/1951) puede ser considerada como un esfuerzo por aplicar las ideas desarrolladas en Las reglas al estudio empírico de un fenómeno social específico: el suicidio. En El suicidio, Durkheim demostró que los hechos sociales, y en particular las corrientes sociales, son externas y coercitivas para el individuo. Eligió el suicidio porque era un fenómeno relativamente concreto y específico; disponía de datos relativamente fiables sobre este fenómeno; y, sobre todo, constituía uno de los actos más privados y personales. Durkheim creía que si lograba demostrar que la sociología podía explicar un acto tan supuestamente individualista como el suicidio, sería relativamente fácil extender su dominio a otros fenómenos más abiertos al análisis sociológico. Finalmente, Durkheim se decidió por el suicidio porque si su estudio de este fenómeno convencía a la comunidad intelectual, la sociología sería reconocida en el mundo académico.
Como sociólogo, a Durkheim no le interesaba estudiar por qué un individuo particular se suicidaba. Esta tarea correspondía al psicólogo. Lo que a él le preocupaba era explicar las diferentes tasas de suicidio, es decir, por qué un grupo tenía una tasa de suicidio más alta que otro. Durkheim tendía a suponer que los factores biológicos, psicológicos y sociopsicológicos eran esencialmente constantes en los diferentes grupos y en distintos periodos de tiempo. Si las tasas de suicidio variaban entre los grupos y periodos de tiempo distintos se debía, pensaba Durkheim, a variaciones en los factores sociológicos, en particular las corrientes sociales.
Comprometido como estaba con la investigación empírica, nuestro pensador no se contentó con descartar teóricamente otras posibles causas de las variaciones entre las tasas de suicidio, sino que lo verificó de modo empírico. Comenzó su estudio presentando una serie de ideas alternativas sobre las causas de suicidio. Entre ellas figuraban la psicopatología individual, la raza, la herencia y el clima. Aunque Durkheim se sirvió de una abundante cantidad de hechos para rechazar cada una de estas ideas alternativas como explicaciones de las diferentes tasas de suicidio, el argumento que más desarrolló, y el más coherente con su perspectiva general, se centraba en la importancia de los factores raciales para explicar las variaciones. Una de las razones por las que rechazó la raza era que las tasas de suicidio variaban entre los grupos dentro de una misma raza. Si la raza fuese una causa relevante de la variación de las tasas de suicidio, habría tenido una incidencia similar en los diversos subgrupos. Otra evidencia contra la raza como causa significativa de las diferentes tasas era el cambio que se producía, para una determinada raza, cuando uno se trasladaba de una sociedad a otra. Si la raza constituyera un hecho social relevante, debería tener el mismo efecto en las diferentes sociedades. Si bien su argumento sobre la raza carece de fuerza, y los otros que desarrolló para descartar otros factores son aún más débiles, nos ayudan a comprender el planteamiento de Durkheim frente al problema de descartar empíricamente lo que consideraba factores ajenos y de poder así demostrar cuál era la variable causal más importante de todas.
Además de negar los factores que acabamos de analizar, Durkheim estudió y rechazó la teoría de la imitación asociada al psicólogo social francés Gabriel Tarde (1843-1904). La teoría de la imitación defiende que las personas se suicidan (y realizan otras muchas acciones) debido a que imitan las acciones de otros que han cometido el mismo acto. Esta aproximación psicosociológica al pensamiento sociológico es ajena al análisis de Durkheim de los hechos sociales. Por ello Durkheim se esforzó enormemente para descartarla. Por ejemplo, Durkheim razonaba que si la imitación fuese verdaderamente importante, advertiríamos que las naciones vecinas de un país con una alta tasa de suicidio tendrían también altas tasas de suicidio. Analizó los datos que medían la relevancia de este factor geográfico y concluyó que no existía relación alguna. Reconocía que algunos suicidios individuales podían deberse a la imitación, pero afirmaba que constituía un factor tan pequeño que no influía significativamente en la tasa general de suicidio. Por último, rechazaba la imitación como factor relevante debido a su idea de que sólo un hecho social podía ser la causa de otro hecho social. Como la imitación era una variable sociopsicológica, no encajaba en su sistema como causa importante de las diferencias en la tasa social de suicidio. Como Durkheim dijo, «la cifra social de los suicidios no se explica más que sociológicamente» (1897/1951: 299).
Para Durkheim, los factores más importantes de las variaciones de las tasas de suicidio debían buscarse en diferencias producidas en el nivel de los hechos sociales. Por supuesto, había dos tipos de hechos sociales: materiales e inmateriales. Recordemos que los hechos sociales materiales suelen tener en su sistema prioridad, pero no primacía causal. Por ejemplo, Durkheim analizó la influencia de la densidad dinámica en las diferencias de las tasas de suicidio, pero descubrió que sus efectos sólo eran indirectos. Sin embargo, las variaciones en la densidad dinámica (y en otros hechos sociales materiales) influían en las diferencias en los hechos sociales inmateriales, y éstas tenían una influencia directa sobre las tasas de suicidio. Durkheim desarrolló, en realidad, dos argumentos interrelacionados. Por un lado, señaló que las diferentes colectividades tenían diferentes conciencias y representaciones colectivas. Estas, a su vez, producían diferentes corrientes sociales, que influían de modo distinto en las tasas de suicidio. Un modo de estudiar el suicidio era comparar las diferentes sociedades o tipos diversos de colectividades. Por otro lado, Durkheim afirmó que las diferencias en la conciencia colectiva producían diferencias en las corrientes sociales que, a su vez, conducían a diferentes tasas de suicidio. Esto nos lleva al estudio histórico de los cambios de la tasa de suicidio dentro de una determinada colectividad. En ambos casos (análisis intercultural o histórico) la lógica del argumento es esencialmente la misma: las diferencias o cambios en la conciencia colectiva producen diferencias o cambios en las corrientes sociales, y estas, a su vez, conducen a las diferencias o cambios en las tasas de suicidio. En otras palabras, los cambios en las tasas de suicidio se deben a cambios en hechos sociales, fundamentalmente en las corrientes sociales. Durkheim se expresó con mucha claridad acerca del importante papel que desempeñaban las corrientes sociales en la etiología del suicidio:
Cada grupo social tiene realmente por este acto una inclinación colectiva que le es propia y de la que proceden las inclinaciones individuales; de ningún modo nace de éstas. Lo que la constituye son esas corrientes de egoísmo, de altruismo y de anomía que influyen en la sociedad... Son estas tendencias de la sociedad las que, penetrando en los individuos, los impulsan a matarse. (Durkheim, 1897/1951: 299-300; cursivas añadidas).
Los cuatro tipos de suicidio
Comprenderemos mejor la teoría del suicidio de Durkheim, y la estructura de su razonamiento sociológico, si procedemos a examinar cada uno de los cuatro tipos de suicidio que distinguió: egoísta, altruista, anómico y fatalista. Durkheim vinculó cada uno de los tipos con el grado de integración y regulación de la sociedad en que aparecían. La integración hace referencia al grado en el que se comparten los sentimientos colectivos. El suicidio altruista se relaciona con un alto grado de integración, mientras el egoísta se asocia a un grado bajo. El suicidio fatalista está conectado con niveles altos de regulación, y el anómico con bajos. Whitney Pope (1976: 12-13) propuso un resumen esquemático bastante útil de los cuatro tipos de suicidio analizados por Durkheim. En él ponía en relación los niveles de integración y regulación de la siguiente manera:
Integración:
— baja — alta.
-» suicidio egoísta.
-> suicidio altruista.
Regulación: <- — baja — alta.
-> suicidio anómico suicidio fatalista.
Suicidio egoísta. Las altas tasas de suicidio egoísta suelen encontrarse en aquellas sociedades, colectividades, o grupos en los que el individuo no está totalmente integrado en la unidad social global. Esta falta de integración produce un sentimiento de vacío y falta de significado en los individuos. Las sociedades con una conciencia colectiva fuerte y con corrientes sociales protectoras y envolventes que manan de aquella suelen impedir la propagación del acto del suicidio egoísta debido, entre otras cosas, a que proporcionan a las personas un significado a sus vidas. Cuando estas corrientes sociales son débiles, los individuos pueden fácilmente sobrepasar la conciencia colectiva y hacer lo que desean. En las grandes unidades sociales con débil conciencia colectiva, se permite a los individuos perseguir sus propios intereses del modo que deseen. Este egoísmo no reprimido suele desembocar en una gran insatisfacción personal, debido a que no todas las necesidades pueden satisfacerse y las que quedan insatisfechas simplemente generan más y más necesidades; en última instancia, conducen al total descontento y, en algunos casos, al suicidio (Breault, 1986). Sin embargo, las familias, los grupos religiosos y las entidades políticas fuertemente integradas actúan como agentes de la conciencia colectiva y evitan las tendencias suicidas. He aquí las palabras de Durkheim sobre los grupos religiosos:
La religión protege al hombre contra el deseo de destruirse,... lo que constituye la religión es la existencia de un cierto número de creencias y de prácticas comunes
a todos los fieles, tradicionales y, en consecuencia, obligatorias. Cuanto más numerosos y fuertes son estos estados colectivos, más fuertemente integrada está la comunidad religiosa y más virtud preservativa tiene. (Durkheim, 1897/1951: 170; cursivas añadidas).
La desintegración de la sociedad produce corrientes sociales distintivas, que son las principales causas de las diferencias en las tasas de suicidio. Por ejemplo, Durkheim pensaba que la desintegración societal conducía a «corrientes de depresión y desilusión» (1897/1951: 214). La desintegración moral de la sociedad predispone al individuo al suicidio, pero las corrientes depresivas también pueden ser la causa de diferencias en las tasas de suicidio egoísta. Es interesante señalar que Durkheim reafirmaba aquí la importancia de las fuerzas sociales, incluso en el caso del suicidio egoísta, en el que el individuo puede considerarse libre de frenos sociales. Los actores nunca pueden sentirse libres de la fuerza de la colectividad: «Por individualizado que cada uno esté, queda siempre algo colectivo; la depresión y la melancolía que resultan de esta individualización exagerada. Se comulga en la tristeza, cuando no hay otro ideal común (Durkheim, 1897/1951: 214). El estudio del suicidio egoísta indica que incluso en el caso de los actos más individualistas y privados, la causa determinante son los hechos sociales.
Suicidio altruista. El segundo tipo de suicidio que analizó Durkheim fue el suicidio altruista. Mientras el suicidio egoísta se lleva a cabo cuando la integración es demasiado débil, es más probable que se realice el suicidio altruista cuando «la integración social es demasiado fuerte» (Durkheim, 1897/1951:217). El individuo se ve literalmente obligado a suicidarse.
Un ejemplo notable de suicidio altruista nos lo proporciona el suicidio masivo de los seguidores del reverendo Jim Jones de Jonestown, Guayana. Conscientemente se bebieron un líquido envenenado y algunos se lo dieron a sus hijos. Se suicidaron porque sintieron el impulso de dar sus vidas por la sociedad intensamente integrada de los fanáticos seguidores de Jones. En términos más generales, podemos decir que quienes se suicidaron lo hicieron porque se sintieron obligados a ello.
A diferencia de lo que ocurre con el suicidio egoísta, el grado de integración (en este caso, un alto grado) no constituye la principal causa del suicidio altruista. Los diferentes grados de integración producen diferentes corrientes sociales que, a su vez, influyen en las tasas de suicidio. Como en el caso del suicidio egoísta, Durkheim creía que las corrientes de melancolía eran la causa de las altas tasas de suicidio altruista. Mientras las altas tasas de suicidio egoísta se debían a un «agotamiento irremediable y a una profunda depresión», la probabilidad de que aumente el suicidio altruista «nace de la esperanza, porque depende de la creencia profunda en una perspectiva beatífica después de la vida» (Durkheim, 1897/1951: 225).
Suicidio anómico. El principal tipo de suicidio para Durkheim es el suicidio anémico, cuya probabilidad aumenta cuando dejan de actuar las fuerzas reguladores de la sociedad. Esta interrupción suele crear insatisfacción en los individuos: sus pasiones apenas están controladas (véase más abajo), y son libres de iniciar una salvaje persecución del placer. Las tasas de suicidio anómico aumentan igualmente cuando la naturaleza de la interrupción es positiva (por ejemplo, un crecimiento económico súbito) o negativa (una depresión económica). Cualquier tipo de interrupción hace que la colectividad sea temporalmente incapaz de ejercer su autoridad sobre los individuos. Estos cambios ponen a las personas en situaciones en las que ya no se observan las viejas normas y otras nuevas comienzan a desarrollarse. Los periodos de interrupción liberan corrientes de anomía —actitudes desarraigadas y desreguladas— y estas corrientes conducen a un aumento de las tasas de suicidio anómico. En el caso de una depresión económica ello es fácil de observar. El cierre de una fábrica debido a una depresión económica supone la pérdida del empleo, y el individuo se ve desorientado e incapaz de sentir el efecto regulador de su empresa y su trabajo. Apartado de estas estructuras o de otras (por ejemplo, la familia, la religión y el estado) el individuo es muy vulnerable a los efectos de las corrientes de anomía. Quizás resulta más difícil imaginar el efecto de un súbito crecimiento económico. El éxito súbito aleja a los individuos de las estructuras tradicionales en las que están inmersos. El éxito económico puede inducir a los individuos a dejar su trabajo, a trasladarse a una nueva comunidad y quizás a buscar una nueva esposa. Todos estos cambios interrumpen el efecto regulador de las estructuras existentes y en periodos de súbito crecimiento económico hacen que el individuo sea vulnerable a las corrientes sociales anémicas.
Los aumentos de las tasas de suicidio anómico durante periodos de desregulación de la vida social concuerdan con las ideas de Durkheim sobre el efecto nocivo del descontrol externo de las pasiones individuales. Las personas se convierten en esclavas de sus propias pasiones y realizan una abundante serie de actos destructivos, entre ellos quitarse la vida, en mayor número que en condiciones normales.
Suicidio fatalista. He aquí un cuarto tipo de suicidio brevemente analizado por Durkheim en una cita a pié de página de El suicidio. Mientras el suicidio anómico es más probable que ocurra cuando la regulación es demasiado débil, el suicidiofatalista sucede cuando la regulación es excesiva. Durkheim describía a aquellos que era más probable que cometieran este tipo de suicidio como «personas cuyo futuro está implacablemente determinado, cuyas pasiones están violentamente comprimidas por una disciplina opresiva» (1897/1951: 276). El clásico ejemplo es el del esclavo que se quita la vida debido a la desesperación que le provoca la reglamentación opresiva de todas sus acciones. Demasiada regulación —la opresión— libera corrientes de melancolía que, a su vez, causan un aumento de la tasa del suicidio fatalista.
¿Mente colectiva?
Dado el enorme interés de la sociología contemporánea por las normas, los valores y la cultura, es difícil no alabar la preocupación de Durkheim por los hechos sociales inmateriales. Cierto es que el concepto de corrientes sociales nos plantea algunos problemas. En particular, es algo confusa la idea de un conjunto de corrientes sociales independientes que «atraviesan» el mundo social como si flotaran suspendidas en el vacío social. Este problema indujo a muchos a acusar a Durkheim de haber sostenido la existencia de una mente colectiva (Catlin, 1964: xxii-xxiii; véase también Pope, 1976: 192-194). Los que acusan a Durkheim de adoptar esa perspectiva aducen que asignaba a los hechos sociales inmateriales una existencia independiente separada de los actores. Pero los fenómenos culturales no pueden flotar por sí mismos en un vacío social, y Durkheim era consciente de ello.
Como componente específico de esa supuesta mente colectiva, la noción de corrientes sociales puede defenderse como una parte del mundo cultural que lamentablemente recibió una denominación inadecuada, pero que, en la actualidad, se acepta ampliamente. En términos más contemporáneos, las corrientes sociales pueden considerarse como conjuntos de significados que comparten intersubjetivamente los miembros de una colectividad. Se deduce de esta definición que no pueden derivarse de la mente de un sólo individuo, sino que son mentalmente compartidas por un conjunto de actores miembros de la colectividad. Tomemos un ejemplo de Durkheim: una corriente social de «lánguida melancolía» no puede derivarse de un sólo individuo, sino que mana de la actitud conjunta de un segmento significativo de la población total. Las «actitudes» colectivas, o corrientes sociales, varían de una colectividad a otra y en consecuencia producen variaciones en las tasas de ciertos comportamientos, entre ellos el suicidio. Igualmente, si estas «actitudes» colectivas cambian, se producen variaciones también en las tasas de suicidio (Douglas, 1967: 42).
En defensa de Durkheim puede aducirse, en un nivel más general, que tenía una concepción bastante moderna de los hechos sociales inmateriales que englobaba lo que actualmente denominamos normas, valores, y cultura, así como una gran variedad de fenómenos sociopsicológicos compartidos. Esta concepción no puede ser acusada de postular la existencia de una mente colectiva, pero resulta difícil su defensa porque, con objeto de establecer un dominio exclusivo de la sociología, Durkheim solía hacer afirmaciones muy exageradas sobre los hechos sociales. Como vimos al principio de este capítulo, Durkheim pensaba que los hechos sociales estaban rígidamente separados de los hechos psicológicos, y es esta separación la que presta apoyo al argumento de la mente colectiva. Sin embargo, en otros lugares de su obra, Durkheim admitía que se trataba de una dicotomía artificial. En otras palabras, los hechos sociales inmateriales estaban firmemente anclados en los procesos mentales de los individuos (1893/ 1964: 350; véase también Lukes, 1972: 16).
1. Algunos durkheimianos aducirían que Durkheim sí ofreció en muchos lugares ideas que reflejaban su creencia en algo parecido a una mente colectiva.
Durkheim aclaró de una vez por todas la tesis de la mente colectiva:
La conciencia colectiva flota como un vacío, un tipo de absoluto indescriptible, y también está conectada con el resto del mundo por un substrato del que, consecuentemente, depende. Además, ¿de qué puede estar formado este substrato, si no es de los miembros de la sociedad combinados socialmente? (Durkheim, citado en Giddens, 1972: 159).
Parece que Durkheim, aparte de desarrollar ciertos argumentos exagerados con la intención de justificar un nicho para una sociología que acababa de nacer, adoptó una postura sumamente razonable sobre los hechos sociales inmateriales. Durkheim sintió un interés inicial por ellos que se mantuvo durante toda su carrera intelectual y que, caso de variar, puede afirmarse que aumentó en los últimos años de su vida. Es en Las formas elementales de la vida religiosa, publicada en 1912, donde mejor se percibe su creciente preocupación por estos hechos.
RELIGION
Como ya hemos visto, Durkheim sintió la necesidad de centrarse en las manifestaciones materiales de los hechos sociales inmateriales (por ejemplo, el derecho en La división del trabajo y las tasas de suicidio en El suicidio). Pero en Las formas elementales de la vida religiosa Durkheim abordó más directamente los hechos sociales inmateriales, en particular la religión 2. La religión es, en realidad, el hecho social inmaterial por excelencia, y su estudio permitió a Durkheim arrojar nueva luz sobre todo este aspecto de su sistema teórico. La religión tiene lo que Durkheim denominó una naturaleza «dinamogénica»; es decir, tiene la capacidad no sólo de dominar a los individuos, sino de elevarles por encima de sus aptitudes y capacidades (R. Jones, 1986).
Debido a su compromiso con la ciencia empírica, Durkheim utilizó en su obra Las formas elementales datos publicados de una investigación que no era suya para verificar sus ideas sobre la religión. La principal fuente de datos que utilizó procedía de los estudios sobre una tribu primitiva australiana, los arunta. Durkheim juzgaba importante el análisis de la religión en esta sociedad primitiva por varias razones. En primer lugar, creía que era mucho más fácil entender la naturaleza esencial de la religión en la sociedad primitiva que en la moderna.
2 Alexander (1988: 11) afirma que esta es la obra que constituye la base del interés contemporáneo por los estudios culturales. Collins (1988b: 108) la considera su «libro más importante».
Las formas religiosas «aparecían desnudas» en la sociedad primitiva, y se requería «sólo un pequeño esfuerzo para entenderlas y exponerlas» (Durkheim, 1912/1965: 18). En segundo lugar, los sistemas ideológicos de las religiones primitivas presentaban un menor desarrollo que los de las religiones modernas, con el resultado de que eran menos confusos. Como Durkheim especificó: «Lo accesorio o secundario... aún no esconde los principales elementos. Todo se reduce a lo indispensable, a aquello sin lo cual la religión no existe» (1912/ 1965: 18). En tercer lugar, mientras la religión adopta las más variadas formas en las sociedades modernas, en las sociedades primitivas hay «conformidad moral e intelectual» (1912/1965: 18). En consecuencia, resultaba más fácil estudiar la religión en la sociedad primitiva porque allí aparecía en su forma más prístina. Finalmente, aunque Durkheim se centró en el estudio de la religión primitiva, ello no se debía a que le interesara esa forma religiosa per se. Lo hizo con el fin de «comprender la naturaleza religiosa del hombre; es decir, aclarar un aspecto esencial y permanente de la humanidad» (Durkheim, 1912/1965: 13). Más específicamente, el objetivo de Durkheim era arrojar luz sobre la religión en la sociedad moderna.
Dado el carácter uniforme y omnipresente de la religión en las sociedades primitivas, podemos equiparar esa religión con la conciencia colectiva. Es decir, la religión en la sociedad primitiva constituye una moralidad colectiva que todo lo abarca. Pero a medida que se desarrolla la sociedad y crece la especialización, se reduce el dominio de la religión. En lugar de constituir la conciencia colectiva de la sociedad moderna, la religión pasa a ser simplemente una de entre varias representaciones colectivas. Aunque da forma a ciertos sentimientos colectivos, existen instituciones distintas (como el derecho y la ciencia) que expresan otros aspectos de la moralidad colectiva. Si bien Durkheim admite que los dominios de la religión per se son cada vez más pequeños, también afirma que la mayoría de las diversas representaciones colectivas de la sociedad moderna, si no todas, tienen su origen en el tipo de religión omniabarcante de la sociedad primitiva.
Lo sagrado y lo profano
Para Durkheim la cuestión más importante era la fuente de la religión moderna. Como la especialización y la cortina de humo de la ideología dificultan el estudio directo de las raíces de la religión en la sociedad moderna, Durkheim lo abordó en el contexto de la sociedad primitiva. La pregunta fundamental era: ¿de dónde procede la religión primitiva (y la moderna)? Partiendo de su premisa metodológica básica de que sólo un hecho social podía ser la causa de otro hecho social, Durkheim concluyó que la sociedad era la fuente de toda religión. La sociedad (a través de los individuos) creaba la religión al definir ciertos fenómenos como sagrados y otros como profanos. Los aspectos de la realidad social que entran en la definición de lo sagrado —es decir, los que se apartan y se consideran prohibidos— forman la esencia de la religión. El resto constituye lo nropinp^rz los asneefas. tuuadanoscoiidianos. cojnunes v útjles de la vida. Lo sagrado infunde obediencia, respecto, misterio, temor y honor. El respeto a ciertos fenómenos profanos los transforma en sagrados.
La diferencia entre lo sagrado y lo profano, y la elevación de ciertos aspectos de la vida social a la categoría de sagrado son condiciones necesarias pero no suficientes para el desarrollo de la religión. Se requieren otras tres condiciones. Primera, tiene que desarrollarse un conjunto de creencias religiosas. Estas creencias constituyen «las representaciones que expresan la naturaleza de las cosas sagradas y las relaciones que sostienen entre sí o con las cosas profanas» (Durkheim, 1912/1965: 56). Segunda, se requiere un conjunto de ritos, que son «reglas de conducta que prescriben cómo debe comportarse el hombre en relación con las cosas sagradas» (Durkheim, 1912/1965: 56). Finalmente, toda religión necesita de una iglesia, una comunidad moral. Las interrelaciones entre lo sagrado, las creencias y los ritos y la iglesia llevaron a Durkheim a la siguiente definición de religión: «Una religión es un sistema solidario de creencias y de prácticas relativas a las cosas sagradas; es decir separadas, interdictas, creencias y prácticas que unen en una misma comunidad moral, llamada Iglesia, a todos aquellos que se adhieren a ellas» (1912/1965: 62).
Totemismo
La idea de Durkheim de que la sociedad era la fuente de la religión moldeó su análisis del totemismo entre los arunta australianos. El totemismo es un sistema religioso en el que ciertas cosas, en particular animales y plantas, llegan a considerarse sagradas y emblemas del clan. Durkheim consideraba el totemismo la forma más simple y primitiva de religión, comparable a una forma igualmente primitiva de organización social, el clan. Si Durkheim mostraba que el clan era la fuente del totemismo, se verificaría su argumento de que la sociedad era la fuente de la religión. He aquí el argumento de Durkheim:
Una religión estrechamente ligada al sistema social que supera a todas las demás en simplicidad puede ser tenida como la más elemental que nos sea posible conocer. Así pues, si conseguimos determinar los orígenes de las creencias que acaban de ser analizadas, nos pondremos en situación de descubrir, con ello, las causas que hicieron surgir el sentimiento religioso en la humanidad. (Durkheim, 1912/1965: 195).
Si bien un clan puede tener varios tótemes, Durkheim no tendía a verlos como una serie de creencias separadas y fragmentadas sobre determinados animales o plantas. Por el contrario, los consideraba un conjunto interrelacionado de ideas que proporcionaban al clan una representación más o menos completa del mundo. La planta o animal no era en sí mismo la fuente del totemismo, simplemente representaba esa fuente. Los tótemes son representaciones materiales de la fuerza inmaterial que mana de ellos. Y esa fuerza inmaterial no es sino la ya familiar conciencia colectiva de la sociedad:
El totemismo es la religión, no de determinados animales u hombres o imágenes, sino de una especie de fuerza anónima e impersonal, que se encuentra en cada uno de esos seres sin que sin embargo se confunda con ninguno de ellos... Los individuos mueren, las generaciones pasan y se suceden; pero esta fuerza permanece siempre actual, viva e idéntica a sí misma. Es la que anima a las generaciones de hoy en día, de igual manera que animaba a las de ayer y animará a las de mañana. (Durkheim, 1912/1965: 217).
El totemismo y, en términos más generales, la religión, se derivan de la moralidad colectiva y se convierten en una fuerza impersonal. No se trata simplemente de una serie de animales, plantas, personalidades, espíritus o dioses mitificados.
Efervescencia colectiva
La conciencia colectiva es la fuente de la religión, pero ¿de dónde procede la conciencia colectiva? Para Durkheim sólo puede surgir de una fuente: la sociedad. En la sociedad primitiva examinada por Durkheim, esto significaba que el clan era la fuente última de la religión. Durkheim fue muy claro a este respecto: «La fuerza religiosa no es otra que la fuerza colectiva y anónima del clan» (1912/1965: 253). Aunque estemos de acuerdo en que el clan es la fuente del totemismo, volvemos a preguntar ¿cómo crea el clan el totemismo? La respuesta reside en un componente apenas analizado del arsenal conceptual de Durkheim: la efervescencia colectiva.
La noción de efervescencia colectiva no está específicamente definida en ninguna de las obras de Durkheim, ni siquiera en Las formas elementales de la vida religiosa. Parecía tener en mente, en un sentido general, grandes momentos históricos en los que una colectividad alcanza un nuevo y alto nivel de exaltación colectiva, que produce marcados cambios en la estructura de la sociedad. La Reforma y el Renacimiento serían ejemplos de esos periodos históricos en los que la efervescencia colectiva influye sobre la estructura de la sociedad. Durkheim también afirmaba que la religión surgía de la efervescencia colectiva: «Creo que es en medio de estos ambientes sociales efervescentes y de su misma efervescencia de donde parece brotar la idea religiosa» (1912/1965: 250). Es durante los periodos de efervescencia colectiva cuando los miembros del clan crean el totemismo.
En suma, el totemismo es la representación simbólica de la conciencia colectiva, y la conciencia colectiva, a su vez, se deriva de la sociedad. Por lo tanto, la sociedad es la fuente de la conciencia colectiva, de la religión, del concepto de Dios y, en última instancia, de todo lo sagrado (frente a lo profano). Entonces, en realidad, podemos afirmar que lo sagrado (y, en última instancia, Dios, como algo sagrado) y la sociedad son lo mismo. Ello es absolutamente claro en la sociedad primitiva. Sin embargo, también es así en la actualidad, aunque la relación entre las dos esté oscurecida por las complejidades de la sociedad moderna.
REFORMISMO SOCIAL
Hemos analizado los hechos sociales inmateriales más importantes para Durkheim: la moralidad, la conciencia colectiva, las representaciones colectivas, las corrientes sociales y la religión. Estos conceptos se encontraban en el centro del pensamiento de Durkheim desde el principio de su carrera. Ya nos hemos referido a la importancia que atribuyó Durkheim a los hechos sociales materiales, pero se aprecia con claridad que, para él, no eran tan importantes como los hechos sociales inmateriales. Representaban el papel de prioridades causales de los hechos sociales inmateriales (por ejemplo, la densidad dinámica en La división del trabajo) o de indicios objetivos de hechos sociales inmateriales (por ejemplo, el derecho en La división del trabajo). Pero los hechos sociales materiales desempeñan aún otro papel importante en el sistema de Durkheim: constituyen también soluciones estructurales a los problemas morales de nuestro tiempo.
Nuestro pensador era un reformador social que creía que los problemas de la sociedad moderna eran aberraciones temporales y no dificultades intrínsecas (Fenton, 1984: 45). Por ello se oponía firmemente tanto a los radicales como a los conservadores de su época. Los conservadores, como Louis de Bonald y Joseph de Maistre, no tenían esperanza alguna en la sociedad moderna y proponían el regreso a un tipo más primitivo de sociedad. Los radicales, como los marxistas del tiempo de Durkheim, pensaban que la sociedad no admitía reforma alguna y creían que la única vía era una revolución que dejara espacio al socialismo y al comunismo.
A diferencia de ambos, Durkheim, conforme a su analogía entre los procesos sociales y biológicos, afirmaba que los problemas de la época constituían «patologías» que admitían «remedios» administrados por el «médico social», quien reconocía la naturaleza moral de los problemas del mundo moderno y sabía qué reformas estructurales podían aliviarlos. Por ejemplo, en La división del trabajo, Durkheim hablaba de tres formas patológicas y anormales de división del trabajo. Estas formas se debían a fuerzas temporales o transitorias que no eran inherentes de la sociedad moderna. Las patologías que Durkheim describió eran la anomía, la desigualdad en la estructura del mundo del trabajo (gente inadecuada en empleos impropios) y la organización inadecuada (incoherencia) en el mundo del trabajo.
Durkheim era un reformista, no un radical ni un revolucionario. Y si dedicó todo un libro al socialismo no fue porque le interesara analizar una doctrina revolucionaria, sino porque pretendía estudiar un hecho social (Durkheim, 1928/ 1962). Y fue muy claro acerca de su postura política cuando expuso su interés por el estudio de los hechos sociales:
Nuestro método no tiene, por tanto, nada de revolucionario. Incluso en cierto sentido es esencialmente conservador, puesto que considera los hechos sociales como cosas cuya naturaleza, por dócil y maleable que sea, no es modificable a voluntad.
¡Cuánto más peligrosa es la doctrina que no ve en ellos más que el producto de combinaciones mentales, que un simple artificio diabólico puede, en un instante, trastornar por completo! (Durkheim, 1895/1964: xxxviii-xxxix)3.
Durkheim se expresó así acerca de una revolución comunista:
Supongamos que, por un milagro, el sistema de propiedad se transforma de la noche a la mañana, se aplica la fórmula colectiva, se arrebatan los medios de producción a los particulares y se convierten en propiedad absolutamente colectiva. Todos los problemas de nuestro alrededor que hoy intentamos resolver persistirían íntegros. (Durkheim, 1957: 30).
Asociaciones profesionales
La principal reforma que Durkheim propuso para aliviar las patologías sociales fue el desarrollo de las asociaciones profesionales. Teniendo en mente las asociaciones que existían en su época, Durkheim no creía que hubiera un conflicto básico de intereses entre los diversos tipos de personas que agrupaban: propietarios, administradores y trabajadores. En lo tocante a esta cuestión adoptó, por supuesto, una postura radicalmente opuesta a la de Marx, quien creía que existía un conflicto esencial de intereses entre propietarios y trabajadores. Durkheim pensaba que ese conflicto existía en su tiempo porque los diversos tipos de personas implicados carecían de una moralidad común, y la falta de moralidad se debía a la ausencia de una estructura integradora.
Sugirió que la estructura necesaria para proporcionar esta moralidad integradora era la asociación profesional, que podía agrupar a «los actores de una misma industria, unidos y organizados en un grupo propio» (Durkheim, 1893/ 1964: 5). Pensaba que una asociación de este tipo debía tener una forma diferente y nueva, y la creía superior a otro tipo de agrupaciones tales como los sindicatos y las asociaciones de empresarios que, según Durkheim, únicamente servían para subrayar las diferencias entre los propietarios, los administradores y los trabajadores. Dentro de una misma asociación, las personas que pertenecían a dichas categorías reconocerían sus intereses comunes, así como su común necesidad de un sistema moral integrador. Este sistema moral, con sus correspondientes reglas y leyes, contrarrestaría la tendencia hacia la atomización de la sociedad moderna y también ayudaría a detener la pérdida de importancia de la moralidad colectiva.
*Aquí Durkheim, además de hacer una invitación a su propia política conservadora, está sobre todo atacando las teorías revolucionarias de Marx y sus seguidores.
Culto al individuo
Durkheim pensaba que la reforma estructural dependía, en última instancia, de los cambios que se produjeran en la moralidad colectiva. Creía que los problemas esenciales de la sociedad moderna eran de índole moral y que la única solución real residía en reforzar la intensidad de la moralidad colectiva. Aunque Durkheim admitía que era imposible regresar a la poderosa conciencia colectiva de las sociedades caracterizadas por la solidaridad mecánica, sí creía que estaba surgiendo una versión moderna, aún débil, de aquélla. Llamó a esta versión moderna de la conciencia colectiva el culto al individuo. Era este un curioso concepto para Durkheim, porque parecía fusionar las fuerzas aparentemente opuestas de la moralidad y el individualismo. Dentro de este concepto se halla la idea de que el individualismo se está convirtiendo en el sistema moral de la sociedad moderna. Elevado a la categoría de sistema moral, el individualismo resultaba aceptable para Durkheim. Seguía oponiéndose al egoísmo, es decir, al individualismo carente de base colectiva, al hedonismo rampante. Presumiblemente, si se adhiere a la moralidad del individualismo, el actor es capaz de contener sus pasiones. No deja de ser irónico y paradójico y, en última instancia, también insatisfactorio, que Durkheim propusiera el culto al individuo como solución al egoísmo moderno. Parece que Durkheim llegó a reconocer que nada podía detener la corriente del individualismo en la sociedad moderna, y en lugar de oponerse a ella, salió lo mejor que pudo del aprieto y (a juzgar por sus principios morales) elevó al menos algunas formas de individualismo a la categoría de sistema moral. Uno de los muchos problemas que plantea esta perspectiva es la virtual imposibilidad de diferenciar en la vida real entre las acciones que se basan en el individualismo moral y las basadas en el egoísmo. Sin embargo, Durkheim contestaría que sí era posible distinguir entre las personas que se comportan de acuerdo con una moralidad que exige reconocer debidamente la dignidad, los derechos y la libertad inherente al individuo, y las que simplemente actúan con el único fin de promover su propio interés por simple egoísmo.
EL ACTOR EN EL PENSAMIENTO DE DURKHEIM
El grueso de este capítulo está dedicado a la preocupación de Durkheim por los hechos sociales. Sin embargo, a Durkheim también le interesaron los aspectos microscópicos de la realidad social; pasaremos ahora a estudiar algunos de ellos. El lector debe recordar que una buena parte de lo que Durkheim nos ofrece en lo tocante a estos aspectos se deriva de un interés más profundo por los hechos sociales y, en realidad, no puede separarse de éste.
Los argumentos abiertamente celosos de Durkheim a favor de la sociología y en contra de la psicología han llevado a muchos a la conclusión de que tenía poco que ofrecer sobre el actor humano y la naturaleza de la acción (Lukes, 1972: 228). Muchos sostienen que Durkheim apenas se interesó por la conciencia individual (Nisbet, 1974: 32; Pope, 1975: 368, 374), porque no la consideraba susceptible de análisis científico. Robert Nisbet lo expresó así:
No podemos abordar los estados internos de la mente... La conciencia, aunque es muy real, no pasa el austero examen del método científico. Si queremos estudiar fenómenos simples de una manera objetiva, debemos reemplazar el hecho interno de la conciencia por un índice externo que lo represente, y estudiar el primero a la luz del segundo. (Nisbet, 1974: 52; véase también Pope, 1976: 10-11).
Aunque hay algo de cierto en esta cita, exagera en exceso la realidad de lo que se encuentra en la obra de Durkheim. Si bien Durkheim pudo haberse manifestado en contra del estudio de la conciencia, se detuvo a reflexionar sobre ella en varios momentos. No obstante, cierto es que consideró al actor y sus procesos mentales como factores secundarios o, más frecuentemente, como variables dependientes cuya explicación residía en factores focales e independientes: los hechos sociales.
Durkheim criticaba el estudio de la conciencia, pero reconocía la importancia de los procesos mentales, e incluso los integró en su obra. Si bien manifiesta esta importancia en otros muchos lugares (por ejemplo, Durkheim, 1897/ 1951: 315), la siguiente cita es la manifestación más clara de su interés por los procesos mentales:
En general, creemos que la sociología no habrá cumplido del todo su tarea, mientras no haya penetrado en el fuero interno de los individuos para relacionar las instituciones que intenta explicar con sus condiciones psicológicas... el hombre es para nosotros no tanto un punto de partida como un punto de llegada. (Durkheim, citado en Lukes, 1972: 498-499)
Parece que Durkheim se centró en los hechos «externos» —las tasas de suicidio, el derecho, etc.— porque son, en realidad, susceptibles de un análisis científico, pero pensaba que tal análisis macroscópico no era suficiente. Su meta última fue integrar una comprensión de los procesos mentales en su sistema teórico. Ello se ve claro, por ejemplo, en su trabajo sobre el suicidio, en el que vincula las causas sociales con los estados subjetivos. Aunque jamás logró integrar adecuadamente este análisis en su obra, puede afirmarse que abordó la cuestión de la conciencia de diferentes maneras.
Supuestos sobre la naturaleza humana
Comprenderemos mejor las ideas de Durkheim sobre la conciencia si examinamos sus supuestos sobre la naturaleza humana. Pese a haber enunciado varios supuestos cruciales sobre la naturaleza humana, Durkheim negaba que lo hubiera hecho. Afirmaba que no había comenzado postulando una cierta concepción de la naturaleza humana para deducir de ella su sociología. Por el contrario, mantenía que había partido de la sociología para lograr una comprensión cada vez más clara de la naturaleza humana. Sin embargo, tal vez se mostró poco honesto con nosotros y quizás también consigo mismo.
De hecho, Durkheim identificó varios componentes de la naturaleza humana. En un nivel básico, aceptaba la existencia de los impulsos biológicos. Pero, según él, para la sociología eran más importantes los sentimientos sociales, entre ellos «el amor, el afecto, la solidaridad y los fenómenos asociados» (Wallwork, 1972: 28). Durkheim pensaba que las personas tenían una naturaleza social porque «si los hombres no estuvieran inclinados por naturaleza hacia sus semejantes, hacia la fábrica de la sociedad en su conjunto y hacia sus costumbres e instituciones, nunca hubieran surgido» (Wallwork, 1972: 29-30). No obstante, estos sentimientos no desempeñaban un papel activo en su sociología, y quedaron, por tanto, relegados al dominio de la psicología. Otro de los supuestos básicos de Durkheim, que recibió escasa atención por su parte, era la idea de que las personas eran capaces de pensar: «Durkheim mantenía que los hombres difieren de los animales debido exactamente a que las imágenes y las ideas intervienen entre los impulsos innatos y la conducta» (Wallwork, 1972: 30).
Si bien lo que acabamos de señalar tiene una importancia marginal en su obra, otro de los supuestos de Durkheim sobre la naturaleza humana —que ya hemos tocado anteriormente— puede considerarse como la base de toda su sociología. Este supuesto es que las personas nacen con una diversidad de impulsos egoístas que, si no se contienen, constituyen una amenaza para ellas y para la sociedad. Para Durkheim, las personas tienen multitud de pasiones. Si estas pasiones no se contienen se multiplican hasta el punto de que el individuo se convierte en esclavo de ellas. Esto llevó a Durkheim a una (a primera vista) curiosa definición de libertad como control externo de las pasiones. Las personas son libres siempre que las fuerzas externas controlen sus pasiones; de estas fuerzas, la más general e importante era la moralidad común. Puede afirmarse que la totalidad del edificio teórico de Durkheim, en especial su énfasis en la moralidad colectiva, se erige sobre este supuesto básico acerca de las pasiones humanas.
Como Durkheim dijo: «La pasión individualiza, pero también esclaviza. Nuestras sensaciones son esencialmente individuales; pero somos más personas cuanto más nos apartamos de nuestros sentidos, y más capaces somos de pensar y actuar de acuerdo con nuestro pensamiento» (1912/1965: 307-308). Esta cuestión también queda manifiesta en la distinción que hizo Durkheim (1914/1973) entre el cuerpo y el alma y el eterno conflicto entre ambos. El cuerpo representa las pasiones; el alma, la moralidad común de la civilización. «Se contradicen y se niegan mutuamente» (Durkheim, 1914/1973: 152). Es evidente que el deseo de Durkheim era que este conflicto se solucionara con el triunfo del alma sobre el cuerpo: «Es la civilización la que ha hecho al hombre tal como es; es lo que le distingue del animal: el hombre sólo es hombre debido a que ha sido civilizado» (1914/1973: 149).
Para Durkheim, la libertad procede del exterior más que del interior. Requiere una conciencia colectiva que refrene las pasiones. «La moralidad parte del desinterés por nosotros mismos y del compromiso con algo diferente a nosotros mismos» (Durkheim, 1914/1973: 151). Pero la libertad, o la autonomía, tienen otra acepción en la obra de Durkheim. Es decir, la libertad se deriva también de la internalización de una moralidad común que acentúa el significado y la independencia de los individuos (Lukes, 1972: 115, 131). Sin embargo, en ambos sentidos la libertad es una característica de la sociedad, no de los individuos. Aquí, como en casi todas partes, podemos apreciar el mayor grado de importancia que Durkheim atribuía a los hechos sociales inmateriales (en este caso «el individualismo moral») que a los procesos mentales.
Podemos incluir también las representaciones individuales dentro de los supuestos de Durkheim sobre la naturaleza humana. Mientras las representaciones colectivas se crean mediante la interacción entre la gente, las representaciones individuales se forman a raíz de la interacción entre las células cerebrales. Las representaciones individuales quedan relegadas al dominio de la psicología, así como otros muchos aspectos de las ideas de Durkheim sobre la conciencia. Esta es la parte de los procesos mentales que Durkheim no deseaba examinar, y constituye su punto flaco más vulnerable. George Homans (1969), por ejemplo, afirmaba que Durkheim mostraba una concepción harto limitada de la psicología al confinarla al estudio de los instintos. La psicología de hoy va más allá del estudio de los instintos y se ocupa de algunos fenómenos sociales que Durkheim hubiera considerado dominio de la sociología. Homans concluyó que «ciertamente, la sociología no es un corolario del tipo de psicología que Durkheim tenía en mente» (1969: 18). Sin embargo, desde el punto de vista de Homans, hoy en día es difícil, si no imposible, separar con claridad la sociología de la psicología actual.
Socialización y educación moral
Teniendo en cuenta sus ideas sobre las pasiones humanas innatas y la necesidad de controlarlas mediante una moralidad común, no es sorprendente que Durkheim se interesara enormemente por la internalización de las costumbres sociales a través de la educación y, en términos más generales, de la socialización. La moralidad social existe fundamentalmente en el nivel cultural, pero también es internalizada por el individuo. En palabras de Durkheim, la moralidad común «penetra en nosotros» y «forma parte de nosotros» (Lukes, 1972: 131).
A Durkheim no le preocupaba tanto la cuestión de la internalización como el modo en que podía solventar los problemas estructurales y culturales de su época (Pope, 1976: 195). No especificó cómo se internalizaba la moralidad común. Le preocupaba más lo que parecía ser un debilitamiento de la fuerza de esta internalización de la moralidad en la sociedad contemporánea. Lo que esencialmente le importaba era la disminución del grado en que los hechos sociales ejercían control sobre la conciencia. Como Robert Nisbet señaló, «Durkheim nunca abandonó la convicción de que la sociedad occidental de su tiempo atravesaba una crisis grave, y de que, en el fondo, la crisis se debía a una relajación patológica de la autoridad moral sobre las vidas de los individuos» (1974: 192). Durkheim expresó así su preocupación: «La historia no ha registrado una crisis tan grave como la que llevan padeciendo durante más de un siglo las sociedades europeas. La disciplina colectiva en su forma tradicional ha perdido su autoridad» (1973: 101). El interés de Durkheim por la anomía, tanto en El suicidio como en La división del trabajo social, puede considerarse como una manifestación de esta preocupación.
Una buena parte del trabajo de Durkheim sobre la educación y, en general, sobre la socialización, puede ser estudiada a la luz de su preocupación por la decadencia moral y las posibles reformas para detenerla. Durkheim definía la educación y la socialización como los procesos mediante los cuales el individuo aprende las maneras de un determinado grupo o sociedad, es decir adquiere las herramientas físicas, intelectuales y, más importantes aún, morales necesarias para actuar en la sociedad (Durkheim, 1922/1956: 71). La educación moral tiene tres aspectos fundamentales (Wallwork, 1972).
En primer lugar, su meta es proporcionar a los individuos la disciplina que necesitan para controlar las pasiones que amenazan con someterlos:
El conjunto de las reglas morales forma alrededor de cada hombre una especie de barrera ideal, al pie de la cual viene a morir la marea de las pasiones humanas, sin poder pasarla. Así es posible satisfacer las pasiones humanas, por cuanto están contenidas. Tanto, que si la barrera se debilita en un punto cualquiera, las fuerzas humanas contenidas hasta entonces se precipitan tumultuosamente por la brecha abierta; pero una vez liberadas no encuentran término en donde detenerse. (Durkheim, 1973: 42).
En términos más específicos, y sobre la educación de los niños, Durkheim creía que sólo a través de la disciplina «y sólo por su intermedio podemos enseñar al niño a moderar sus deseos, a circunscribir apetitos de cualquier clase, a limitar y, por eso mismo, definir los objetos de su actividad. Esta limitación es condición de la felicidad y de la salud moral». (1973: 43-44).
En segundo lugar, los individuos nacen con un sentimiento de autonomía. Pero se trata de una clase de autonomía característicamente atípica en virtud de la cual «el niño entiende por qué las reglas que prescriben ciertos tipos de conducta deben ser 'deseadas libremente', es decir 'voluntariamente aceptadas' por 'consentimiento ilustrado'» (Wallwork, 1972: 127).
Finalmente, el objetivo primordial del proceso de la socialización era el desarrollo de un sentimiento de dedicación y respeto a la sociedad y a su sistema moral. Estos aspectos de la educación moral constituyen esfuerzos por combatir la relajación patológica del control de la moralidad colectiva sobre el individuo en la sociedad moderna.
En términos más generales, Durkheim se ocupó del modo en que la moralidad colectiva constriñe a las personas, tanto externa como internamente. En cierto sentido, los hechos sociales inmateriales eran externos a las personas y moldeaban sus pensamientos (y acciones). Por supuesto, los hechos sociales no pueden actuar por sí mismos, sino sólo por mediación de sus agentes. Pero Durkheim daba más importancia al grado en el que los individuos se sujetaban a sí mismos mediante la internalización de la moralidad social. Como él mismo señaló: «La fuerza colectiva no se encuentra totalmente fuera de nosotros; no actúa sobre nosotros totalmente desde fuera; como la sociedad no puede existir si no es a través de la conciencia individual, esta fuerza penetra en nosotros y se organiza en nuestro interior» (1912/1965: 240). Además de aclarar el proceso de la internalización, la cita anterior también nos muestra de nuevo que Durkheim rechazaba la idea de una mente colectiva, porque afirmaba que las fuerzas colectivas sólo podían existir en la conciencia individual. Ernest Wallwork nos proporcionó una reflexión útil que clarifica la importancia de la internalización de la moralidad en el sistema de Durkheim:
Durkheim observa que una mente normal no puede tener en consideración máximas morales si no las concibe como obligatorias. Las reglas morales tienen un «carácter imperativo», «ejercen una suerte de control sobre la voluntad que hace que ésta sienta la obligación de aceptarlas». Esta obligación no debe confundirse con la fuerza psíquica o la compulsión; la voluntad no es forzada a aceptar las normas que ha hecho suyas, ni siquiera en el caso de que las apoye la opinión pública. «La constricción moral no es una presión exterior y mecánica; tiene un carácter más íntimo y psicológico». Pero este sentido psicológico e íntimo de obligación no es otro que el de la autoridad de la opinión pública, que penetra, como el aire que respiramos, en las entrañas más profundas de nuestro ser. (Wallwork, 1972:38)
Durkheim ofreció un ejemplo específico de la constricción interna en su estudio sobre la religión:
^ues, s\ \e\ m&mduo\ se comporta de una determinada manera en relación con los seres totémicos, no es tan sólo por el hecho de que las fuerzas que en ellos residen son físicamente temibles de abordar, sino además porque se sienten moral* ¿>b))&9¿}¿>s¿ compartirse así; tienen )a sensación de obedecer a una especie de imperativo, de realizar un deber. (Durkheim, 1912/Í965: 218).
Estas preocupaciones por la internalización, la socialización y la educación pueden ser consideradas en el contexto del constreñimiento que ejerce la moralidad colectiva sobre el actor. Sea externo o interno tal constreñimiento, la moralidad colectiva se sirve de él para controlar los pensamiento y las acciones de los individuos.
Las limitadas reflexiones de Durkheim sobre la conciencia llevaron a muchos a creer que su tipo ideal de actor se dejaba controlar totalmente por las fuerzas exteriores, era un conformista absoluto. Aunque muchos sostienen esta opinión —y algunos sociólogos modernos creen seguir a Durkheim al adoptar esta postura—, el mismo Durkheim no suscribía esta perspectiva tan extrema del actor: «La conformidad no debe llegar al extremo de subyugar totalmente el intelecto. Así, no se sigue de la creencia en la necesidad de la disciplina que ésta deba ser ciega y esclava» (citado en Giddens, 1972: 113). Durkheim sí creía que los individuos debían desempeñar su papel, que no eran meros reflejos de las ideas colectivas y que la individualidad existía. Cada uno de nosotros tenemos nuestro propio temperamento, nuestros propios hábitos, etc. «Cada uno de nosotros deja su propia huella sobre ellas [las ideas colectivas]; y esto explica el hecho de que cada uno tenga sus propias maneras de pensar... sobre las reglas de la moralidad común» (Durkheim, 1914/1973: 161; véase también Durkheim 1913-14/1983: 91-92). Aunque Durkheim dejó abierta la posibilidad de la individualidad, su obra tendía a subrayar la importancia del control externo sobre los actores y, además, el carácter deseable de esa constricción.
Variables dependientes
En todas las obras de Durkheim la conciencia aparece como una variable dependiente determinada por diversos hechos sociales materiales y, en especial, por los inmateriales.
Durkheim consideraba sociológicamente relevantes los estados subjetivos en tanto producto de causas sociales. «Son como prolongaciones... dentro de los individuos»... de las causas sociales de las que dependen. Son susceptibles de explicación sociológica como efectos, pero nunca como causas. De acuerdo con Durkheim, tratar los estados subjetivos como agentes causales amenazaba la legitimidad de la pretensión de cientificidad de la sociología reduciéndola a la psicología. (Pope, Cohén y Hazelrigg, 1975: 419).
Procedemos, pues, a analizar algunas de estas variables dependientes, no sin dejar claro que Durkheim las trató de manera vaga y superficial. En El suicidio, por ejemplo, se mostró bastante ambiguo respecto al modo en que las corrientes sociales influían en la conciencia individual y a la manera en que esta conciencia alterada elevaba, a su vez, las tasas de suicidio (Pope, 1976: 191). La misma crítica se puede aplicar a todos los análisis de Durkheim sobre la conciencia.
En La división del trabajo Durkheim analiza la conciencia de un modo indirecto, pero se ve con claridad que la considera una variable dependiente. Es decir, su argumento sostiene que los cambios en los niveles cultural y societal producen cambios en los procesos de la conciencia individual. En una sociedad con solidaridad mecánica la poderosa conciencia colectiva limita y constriñe la conciencia individual. En una sociedad con solidaridad orgánica, las potencialidades individuales se expanden, al igual que la libertad individual. Pero aunque percibimos de nuevo que Durkheim toma la conciencia como variable dependiente, nuestro pensador no lo explícita. En El suicidio, sin embargo, el estatus de la conciencia como variable dependiente resulta mucho más claro. En pocas palabras, la principal variable independiente es la moralidad colectiva, y la variable dependiente más importante son las tasas de suicidio; sin embargo interviene también otro conjunto de variables dependientes que, simplemente, son los estados mentales. Steven Lukes, cuando hablaba de los «puntos flacos» del individuo, hacía referencia a este nivel mental: «Desde fuera, las corrientes apuntan a los 'puntos flacos' de los individuos inclinados al suicidio» (1972:214).
Lukes (1972: 216-217) fue de hecho más allá y afirmó que existe una teoría sociopsicológica debajo del «lenguaje sociológicamente agresivo» de El suicidio. Por un lado, la teoría sostiene la creencia de que los individuos necesitan comprometerse con metas sociales. Por otro, los individuos no deben comprometerse con estas metas hasta el punto de perder su autonomía personal. Finalmente, como ya hemos mencionado, Durkheim creía que los individuos poseen pasiones y que sólo pueden sentirse satisfechos y libres si éstas son controladas desde el exterior.
En El suicidio encontramos estados de conciencia específicos asociados con cada uno de los tres tipos de suicidio:
Estos estados subjetivos, efectos de determinadas condiciones sociales, empujan al individuo a suicidarse... El suicidio egoísta se caracteriza por una depresión general que adopta bien la forma de languidez melancólica, bien de indiferencia epicúrea... El suicidio anómico va acompañado de ira, desilusión, irritación y de exasperada fatiga... y el suicidio altruista entraña un tranquilo sentido del deber, entusiasmo místico o pacífico coraje. (Pope, 1976: 197).
Durkheim percibía los estados de conciencia concretos que acompañaban a cada tipo de suicidio. Es evidente que estos estados le interesaban poco debido a su mayor preocupación por los fenómenos de mayor alcance. Incluso un seguidor tan apasionado como Nisbet expresó su deseo de que Durkheim «hubiera dedicado más atención a los mecanismos específicos por los que las representaciones colectivas en la sociedad se traducen, de manera distintivamente humana y a menudo creativa, en representaciones individuales que reflejan la relación del hombre con la sociedad» (1974: 115). Lukes también lo subrayó: «El hecho de centrar exclusivamente su atención en el elemento sociedad del esquema, en el impacto de las condiciones sociales sobre los individuos y no en las formas en que los individuos perciben, interpretan y responden a las condiciones sociales, le condujo a no explicar, a no analizar, los supuestos sociopsicológicos sobre los cuales se apoyaban sus teorías» (1972: 35).
Categorías mentales. Un ejemplo específico de esta tendencia a asignar prioridad al nivel de la sociedad lo constituye la obra de Durkheim y Marcel Mauss4 en torno a la influencia de la estructura de la sociedad en la forma del pensamiento individual. En lo fundamental, Durkheim (y Mauss) afirmaban que la forma que adopta la sociedad influye en la forma que adopta el pensamiento. Frente a los que creían que las categorías mentales moldeaban el mundo, ellos afirmaban que era el mundo social el que daba forma a las categorías mentales: «Lejos de ocurrir... que las relaciones de los hombres se basen en relaciones lógicas entre las cosas, en realidad son las primeras las que moldean las segundas» (Durkheim y Mauss, 1903/1963: 82). Aunque ciertas estructuras importantes (como la estructura de la familia y los sistemas económico y político) desempeñan una importante papel en la configuración de las categorías lógicas, Durkheim y Mauss dedicaron mucha atención a la influencia de la sociedad en su conjunto:
La sociedad no ha sido simplemente un modelo sobre el cual haya trabajado el pensamiento clasificador; sus propios cuadros han servido de cuadros al sistema. Las primeras categorías lógicas han sido categorías sociales; las primeras clases de cosas han sido clases de hombres... Los hombres han agrupado idealmente a los otros seres porque previamente estaban ellos agrupados y se veían a sí mismos bajo la forma de grupos; los dos modos de agrupamiento han empezado confundiéndose para terminar siendo indistinguibles. (Durkheim y Mauss, 1903/1963: 82-83).
2. Marcel Mauss, sobrino de Durkheim y estudioso avezado, publicó con éste sus trabajos sobre las categorías mentales.
La importancia que atribuye Durkheim a los macrofenómenos se manifiesta claramente en esta reflexión acerca de la influencia de la sociedad sobre las categorías lógicas. Sin embargo, Durkheim no se detuvo a analizar el proceso inverso: el modo en que el funcionamiento de las categorías mentales moldea, a su vez, las estructuras de la sociedad.
Durkheim hubiera creado una sociología más satisfactoria si se hubiera detenido a analizar la conciencia en lugar de considerarla una misteriosa variable dependiente. La concentración exclusiva en los fenómenos macro impide el estudio de elementos importantes para un modelo adecuado de sociología. Lukes subrayó algunas cuestiones de interés en su análisis de El suicido. Afirmaba, con bastante razón, que una explicación satisfactoria del suicidio no puede detenerse tras el examen de las corrientes sociales. Desde su punto de vista: «La explicación del suicidio —y la de las tasas de suicidio— necesariamente debe explicar por qué las personas se suicidan» (Lukes, 1972: 221; cursivas añadidas). Durkheim se equivocó también al presumir que la conciencia no era susceptible de investigación y explicación científicas. Tal investigación debe y puede emprenderse si se desean superar las teorías parciales de la vida social. Nada se soluciona reconociendo simplemente la existencia de la conciencia y rechazando su análisis. El compromiso de Durkheim con una perspectiva restringida de la ciencia, así como su tendencia a hacer enunciados radicalmente sociológicos, que excluyen el recurso a la conciencia, le llevaron por mal camino:
Le habría bastado con afirmar que los hechos «sociales» no pueden explicarse totalmente en términos de hechos «individuales»; pero afirmó que sólo pueden explicarse en términos de hechos sociales... habría sido suficiente afirmar que ningún fenómeno social, y muy pocas actividades humanas, pueden identificarse o explicarse satisfactoriamente sin una referencia explícita o implícita a factores sociales. (Lukes, 1972: 20).
Durkheim también se equivocó al no asignar a la conciencia un papel activo en el proceso social. En su sistema teórico las personas están, por lo general, controladas por fuerzas sociales, pero aquéllas no controlan activamente esos sistemas de fuerzas. Esto condujo a Wallwork a afirmar que «la principal debilidad del sistema de Durkheim es... que no consideró el juicio moral activo» (1972: 65; cursivas añadidas). Durkheim atribuía muy poca independencia a los actores (Pope y Cohén, 1938: 1364). Los actores pueden rechazar algunos, la mayoría o incluso todos los principios morales que les rodean. Cuando Durkheim hablaba de autonomía, se refería a la aceptación de las normas morales de la autonomía. Los individuos aceptan el control moral y se reprimen únicamente en virtud de la internalización de esas normas. Pero como Wallwork señaló, la autonomía tiene un componente bastante más activo: «La autonomía también implica una exploración voluntaria, una iniciativa espontánea, una destreza competente y la autorrealización creativa... Se debe animar al niño a ejercer su propia voluntad, iniciativa y creatividad» (1972: 148).
En efecto, la investigación sobre los procesos cognitivos, en parte llevada a cabo por Jean Piaget, quien trabajó dentro de la tradición durkheimiana, indica que la creatividad individual constituye un importante componente de la vida social. Resumiendo la obra de Piaget, Lawrence Kohlberg (que investigó los elementos cognitivos en el desarrollo moral) y otros, Wallwork señaló:
Además del condicionamiento cultural, la actividad cognitiva del sujeto es condición necesaria para la construcción de la experiencia. Piaget y Kohlberg concluyen que, el carácter distintivamente fenomenológico de la experiencia moral, queda siempre determinado tanto por ser el producto de la construcción cognitiva del sujeto como por requerir la adaptación al condicionamiento cultural por parte del sujeto. (Wallwork, 1972: 67).
En otras palabras, una sociología satisfactoria requiere un actor más creativo y una investigación más profunda sobre los procesos creativos.
Hemos visto que, en contra de la opinión de muchos, Durkheim manifestó ideas sobre los procesos mentales. Sin embargo, el carácter periférico que tienen los procesos mentales en su sistema teórico confiere vaguedad e indeterminación a su investigación sobre estos procesos. Más criticable es el hecho de que el punto de partida de su obra sea una imagen pasiva del actor y, desde mi punto de vista, una teoría sociológica plenamente satisfactoria requiere un actor activo como componente esencial.
ACCION INDIVIDUAL E INTERACCION
El punto flaco más vulnerable de Durkheim se encuentra en su obra sobre la acción y la interacción individual. En su sistema encontramos de manera implícita y sin detallar la idea de que los cambios en el nivel de los macrofenómenos sociales producen cambios en el nivel de la acción y la interacción individual. Por ejemplo, aprehendemos con claridad que la naturaleza de la acción y la interacción es bastante diferente en las sociedades con solidaridad mecánica y en las que presentan solidaridad orgánica. En una sociedad con solidaridad mecánica, el individuo suele enfurecerse ante la violación de la conciencia colectiva y actuar inmediata y agresivamente contra el violador. Sin embargo, un individuo en una sociedad con solidaridad orgánica suele adoptar una actitud más moderada, como, por ejemplo, llamar a la policía o recurrir a los tribunales5. De modo similar, en El suicidio, el supuesto que se encuentra en la base del estudio de las variaciones de las tasas de suicidio es que la naturaleza de la acción y la interacción individual varía como resultado de las variaciones en las corrientes sociales. En esta obra se emplean las tasas de suicidio como medidas acumulativas de los cambios en el nivel individual, pero no se analiza, al menos en detalle, la naturaleza de estos cambios. Se pueden formular críticas similares respecto a otras obras de Durkheim, pero la más general es que Durkheim apenas analizó la acción y la interacción individual.
RESUMEN
Emile Durkheim ofreció una teoría más coherente que cualquiera de las que desarrollaron los demás teóricos clásicos de la sociología. Adoptó una orientación teórica transparente y la utilizó en varios trabajos específicos. Sus defensores dirían que la claridad del pensamiento de Durkheim se deriva de esta coherencia, al tiempo que sus críticos aducirían que esa claridad se debe a la relativa simplicidad de su teoría. En cualquier caso, es ciertamente más fácil penetrar en la esencia del pensamiento de Durkheim que en la de las reflexiones de otros teóricos clásicos.
El núcleo de la teoría de Durkheim lo constituye su concepto de hecho social. Durkheim distinguía entre dos tipos básicos de hechos sociales: los materiales y los inmateriales. Aunque con frecuencia ocupan un lugar de prioridad causal en su teorización, los hechos sociales materiales (por ejemplo, la división del trabajo, la densidad dinámica y el derecho) no constituían las fuerzas más importantes en el sistema teórico de Durkheim. La preocupación esencial de Durkheim eran los hechos sociales inmateriales. Analizó varios, entre ellos la conciencia colectiva, las representaciones colectivas y las corrientes sociales.
El estudio de Durkheim sobre el suicidio constituye un buen ejemplo de la importancia que tienen los hechos sociales inmateriales en la totalidad de su obra. De acuerdo con su modelo causal básico, los cambios en los hechos sociales inmateriales producían, en última instancia, diferencias causales en las tasas de suicidio. Durkheim distinguió cuatro tipos de suicidio —egoísta, altruista, anómico y fatalista— y se esforzó por mostrar cómo influían en cada tipo los diferentes cambios en las corrientes sociales. Para Durkheim y sus seguidores, el estudio del suicidio constituía una evidencia de que la sociología tenía un lugar legítimo dentro del conjunto de las ciencias sociales. Después de todo, decían, si la sociología podía explicar un acto tan individualista como el suicidio, entonces podía explicar otros aspectos menos individuales de la vida social.
5. Aunque en algunos casos (por ejemplo, el ataque a un hijo), los miembros de ambos tipos de sociedad reaccionarían violentamente. Así las diferencias entre las dos sociedades dependen {hasta cierto punto) de la naturaleza del delito.
Debido a su preocupación central por los hechos sociales inmateriales y a algunos desafortunados enunciados que desarrolló en el intento de definir el dominio específico de la sociología, se h a acusado a veces a Durkheim de mantener una orientación metafísica sobre la existencia de una « m e n t e colectiva». Pese a que desarrolló argumentos aparentemente indefendibles, Durkheim no creía en la existencia de una m e n t e colectiva y, en realidad, tenía una concepción m u y moderna de la cultura.
En sus últimos años, Durkheim se interesó por otro aspecto de la cultura: la religión. En su análisis de la religión primitiva, el objetivo de Durkheim era mostrar que las raíces de la religión se encontraban en la estructura social de la sociedad. Es la sociedad la que define ciertas cosas c o m o sagradas y otras c o m o profanas. En su análisis del totemismo primitivo, Durkheim demostró el carácter social del origen de la religión y sus raíces en la estructura social del clan. Además, consideraba el totemismo c o m o una f o r m a específica y manifiesta de conciencia colectiva en la sociedad primitiva. La fuente de esta conciencia se hallaba, c o m o la de todos los productos colectivos, en los procesos de efervescencia colectiva, Al final, Durkheim llegó a la conclusión de que sociedad y religión eran lo mismo , dos manifestaciones del m i s m o proceso general.
Debido a que identificaba la sociedad con Dios, deificándola, Durkheim se oponía a la revolución social. Era un r e f o r m a d o r social p r e o c u p a d o por la introducción de mejoras en el funcionamiento de la sociedad. Mientras Marx percibía diferencias irreconciliables entre capitalistas y trabajadores, Durkheim creía que estos g r u p o s p o d í a n unirse en asociaciones profesionales. Recomendaba la creación de estas asociaciones para restaurar la moralidad colectiva en el mundo moderno y para aliviar algunas patologías remediables de la división moderna del trabajo. Pero, sin embargo, estas reformas estructurales tan limitadas n o podían solucionar los problemas culturales m á s generales que invadían el mundo moderno. Por ello Durkhe impus o sus esperanzas en ese curioso sistema moderno de moralidad colectiva que él denominó «culto al individuo».
Durkheim apenas habló de los microfenómenos, pero esto no significa que no tuviera nada que decir a este respecto. Desarrolló algunos supuestos sobre la naturaleza humana, y estudió la socialización y la educación moral. Pero, en su obra, los microfenómenos suelen ser tratados c o m o variables dependientes determinadas por los macro cambios. Aunque Durkheim analizó los principales niveles de la realidad social, se centró en las m a c r o fuerzas y en su influencia causal en el nivel individual
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EMILE DURKHEIM
Reseña biográfica
Emile Durkheim nació el quince de abril de 1858 en Epinal, Francia. Descendía de una larga estirpe de rabinos y él mismo comenzó los estudios para convertirse en rabino, pero cuando llegó a la adolescencia rechazó su herencia y abrazó el agnosticismo. Desde entonces, el interés que mantuvo de por vida por la religión fue más académico que teológico. Se sentía insatisfecho no sólo con su formación religiosa, sino también con la educación general que había recibido y su hincapié en la literatura y las materias estéticas. Ansiaba aprender los métodos científicos y los principios morales que guiaban la vida social. Se negó a seguir una carrera académica tradicional de filosofía y en su lugar se esforzó por adquirir los conocimientos científicos que se requerían para contribuir a la dirección moral de la sociedad. Aunque se interesó por la sociología científica, en su época no existía un campo específico para esta disciplina, por lo que entre 1882 y 1887 enseñó filosofía en varios institutos de la región de París.
Su anhelo de ciencia aumentó tras un viaje a Alemania, donde se encontró con la psicología científica, cuyo precursor era Wilhelm Wundt. Durante los años inmediatamente posteriores a su viaje a Alemania, Durkheim publicó una abundante serie de trabajos sobre sus experiencias en aquel país. Estas publicaciones le ayudaron a obtener en 1887 un empleo en el departamento de Filosofía de la Universidad de Burdeos. Así, Durkheim impartió el primer curso de ciencia social en una universidad francesa. Fue éste un logro particularmente asombroso, ya que hacía sólo una década que la sola mención de Auguste Comte en una tesis habría provocado furor en la universidad francesa. Sin embargo, la principal responsabilidad docente de Durkheim eran sus cursos pedagógicos a maestros. Su curso más importante versó sobre la educación moral. Su propósito era comunicar a los educadores el sistema moral que esperaba que transmitieran a los jóvenes, con el fin de detener la degeneración moral que percibía en la sociedad francesa.
Los siguientes años se caracterizaron por una serie de éxitos personales. En 1893 publicó su tesis doctoral, escrita en francés, La división del trabajo social, y su tesis en latín sobre Montesquieu. Su principal trabajo metodológico, Las reglas del método sociológico, apareció en 1895 seguido (en 1897) por su aplicación empírica de esos métodos en el estudio de El suicidio. En 1896 ya era profesor de la Universidad de Burdeos con plena dedicación. En 1902 se incorporó a La Sorbonne, la famosa universidad francesa. En 1906 se le nombró profesor de ciencias de la educación, denominación que se modificaría en 1913 para pasar a llamarse profesor de ciencias de la educación y sociología. En 1912 se publicó otra de sus más famosas obras, Las formas elementales de la vida religiosa.
En la actualidad se suele considerar a Durkheim, desde el punto de vista político, como un conservador y, sin lugar a dudas, su influencia sobre la sociología ha sido de orientación conservadora. Pero en su época se le consideraba un liberal, como se hace evidente en el activo papel público que desempeñó en la defensa de Alfred Dreyfus, el judío capitán del ejército cuyo consejo de guerra por traición fue considerado por muchos como una manifestación de antisemitismo.
Durkheim se sintió profundamente ofendido por el caso Dreyfus, particularmente por el antisemitismo que entrañaba. Pero no atribuyó este antisemitismo al racismo de los franceses. De un modo característico, lo consideraba un síntoma de la enfermedad que padecía la sociedad francesa en su conjunto. Señaló:
Cuando una sociedad sufre, siente la necesidad de encontrar a alguien a quien pueda hacer responsable de sus males, en quien poder vengar sus desgracias: y aquellos a los que la opinión pública discrimina ya están naturalmente designados para ese papel. Son los parias que sirven de chivo expiatorio. Lo que me confirma en esta idea es la forma en que fue acogido el resultado del juicio de Dreyfus en 1894. Hubo una explosión de alegría en los bulevares. La gente celebró como un triunfo lo que debió haber sido motivo de duelo nacional. Al fin sabían a quién culpar de las penurias económicas y la miseria moral que sufrían. Todo era culpa de los judíos. La acusación había sido oficialmente demostrada. Por este solo hecho las cosas parecían ya ir mejor y la gente se sentía consolada. (Durkheim en Lukes, 1972: 345).
Así, el interés de Durkheim en el caso Dreyfus nacía de su profunda y prolongada preocupación por la moralidad y por la crisis moral que experimentaba la sociedad moderna.
Para Durkheim, la respuesta al caso Dreyfus y a crisis semejantes consistía en remediar el desorden moral que reinaba en la sociedad. Como no se podía conseguir rápida y fácilmente, Durkheim sugirió que se realizaran acciones más específicas, tales como la represión dura de los que fomentaban el odio hacia otras personas. También instaba al gobierno a que hiciera público el mal comportamiento de la gente. Aconsejaba a las personas que «tuvieran el coraje de proclamar en voz alta lo que pensaban, y que se unieran para triunfar en la lucha contra la locura pública» (Lukes, 1972: 347).
El interés de Durkheim (1928/1962) por el socialismo también puede tomarse como otra evidencia contra la idea de que era un conservador, pero su socialismo era harto diferente del que representaban Marx y sus seguidores. De hecho, Durkheim señaló que el marxismo era un conjunto de «hipótesis dudosas y anticuadas» (Lukes, 1972:323). Para Durkheim, el socialismo representaba un movimiento encaminado hacia la regeneración moral de la sociedad por medio de la moralidad científica, por lo que no sentía interés alguno por los métodos políticos o los aspectos económicos del socialismo. No contemplaba al proletariado como la salvación de la sociedad, y se oponía radicalmente a la agitación y la violencia. El socialismo de Durkheim difiere mucho de lo que entendemos actualmente por socialismo; para él consistía simplemente en un sistema que siguiera los principios morales descubiertos por una sociología científica.
Como podrá comprobarse a lo largo de este libro, Durkheim ejerció una profunda influencia en el desarrollo de la sociología. Además, a través de la revista L'année sociologique, fundada por él en 1898, influyó también en otras muchas áreas y alrededor de la revista surgió un círculo intelectual cuyo centro era Durkheim. A través de ella, él y sus ideas dejaron una profunda huella en campos tales como la antropología, la historia, la lingüística y —lo que es curioso, teniendo en cuenta sus primeros ataques contra la disciplina— la psicología.
Durkheim murió el quince de noviembre de 1917, fecha rememorada en los círculos intelectuales franceses, pero no sería hasta veinte años después de su muerte cuando su obra comenzara a influir en la sociología estadounidense a raíz de la publicación de La estructura de la acción social (1937) de Talcott Parsons.
Georg Ritzer, Teoría sociológica clásica (1993) |
Durkheim por George Ritzer, 1993
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