La sociología de Georg Simmel por George Ritzer (Cap. 8 de Teoría sociológica clásica)

Georg Simmel

Capítulo 8 de Teoría sociológica clásica de George Ritzer

El impacto de las ideas de Georg Simmel (1858-1918) en la teoría sociológica norteamericana difiere notablemente del que tuvieron los tres teóricos analizados en los capítulos precedentes de este libro. Marx, Durkheim y Weber, a pesar de su posterior importancia, tuvieron relativamente poca influencia en la teoría sociológica norteamericana de principios del siglo xx. Simmel, en cambio, era mucho más conocido por los primeros sociólogos norteamericanos. En los últimos años, Simmel ha sido eclipsado por Marx, por Durkheim y por Weber, aunque hoy en día ejerce una influencia mucho mayor que otros pensadores clásicos como Comte o Spencer. Dicha influencia de Simmel aparece en ciertas teorías específicas, tales como la teoría del conflicto, el interaccionismo simbólico, la teoría del intercambio y la teoría de redes. Además, es posible que, como resultado de la creciente influencia de una de sus obras más importantes, La filosofía del dinero (1907/1978), asistamos a un aumento de la influencia de Simmel en la teoría sociológica.


PREOCUPACIONES PRINCIPALES

Cuando nos referimos a las contribuciones de Simmel a la teoría sociológica, debemos señalar que éste fue principalmente un filósofo y que la mayor parte de sus publicaciones trataban de temas filosóficos (por ejemplo, sobre la ética) y sobre otros filósofos (como Kant). / Con la excepción de su contribución a la teoría macroscópica del conflicto (Coser, 1956; Simmel, 1908/1955), Georg Simmel es el microsociológo mejor conocido de los que jugaron un papel significativo en el desarrollo de la investigación sobre pequeños grupos (Caplow, 1968), del interaccionismo simbólico y de la teoría del intercambio. Todas las aportaciones de Simmel a esas áreas reflejan su creencia de que los sociólogos deben estudiar fundamentalmente la interacción social. Robert Nisbet presenta la siguiente opinión sobre las aportaciones de Simmel a la sociología: Es el carácter microsociológico de la obra de Simmel el que siempre le da una particular y oportuna agudeza por encima de otros teóricos pioneros. No desdeñó los elementos pequeños e íntimos de las asociaciones humanas, y nunca perdió de vista la primacía de los seres humanos, del individuo concreto, en su análisis de las instituciones. (Nisbet, 1959: 480).

David Frisby apunta algo parecido: «La fundamentación de la sociología en ciertas categorías psicológicas puede ser una razón de por qué la sociología de Simmel se considera tan atractiva, no sólo para los interaccionistas, sino también para la psicología social» (1984: 57). Sin embargo, se suele olvidar que el trabajo microsociológico de Simmel sobre las formas de interacción se enmarcaba en una teoría más extensa de la relación entre los individuos y la sociedad en sentido amplio.

Simmel conformó una teoría más compleja y sofisticada de la realidad social de lo que comúnmente suponen los sociológos contemporáneos norteamericanos. Tom Bottomore y David Frisby (1978) argumentan que existen cuatro niveles básicos de preocupación en la obra de Simmel. En primer lugar se encuentran sus suposiciones microscópicas sobre los componentes psicológicos de la vida social. En segundo lugar, en una perspectiva ligeramente mayor, se encuentran sus análisis de los componentes sociológicos de las relaciones interpersonales. En tercer lugar, de forma más macroscópica, está su estudio sobre la estructura y los cambios del «espíritu» social y cultural de su tiempo.

Simmel no solamente operaba con esta imagen de la realidad social en tres niveles vinculados, sino que también adoptó el principio de la emergencia, la idea de que los niveles más altos emergen desde los más bajos: «Además, el desarrollo reemplaza la inmediatez de las fuerzas interactivas con la creación de formaciones supraindividuales superiores que aparecen como independientes y que son representativas de esas fuerzas, y que absorben y median las relaciones entre los individuos» (1907/1978: 174).

También afirmaba: «Si la sociedad ha de ser un objeto autónomo de una ciencia independiente, entonces eso solamente puede darse en el caso de que, además de la suma de los elementos individuales que la constituyen, una nueva entidad surja; de otra forma, todos los problemas de la ciencia social serían los de la psicología individual» (Frisby, 1984: 56-57). Por encima de estos tres niveles se encuentra un cuarto que implica, en última instancia, los principios metafísicos de la vida. Estas verdades eternas afectan a toda la obra de Simmel y, como veremos, conducen a su imagen de la futura dirección del mundo.

Su preocupación por los múltiples niveles de la vida social se refleja en su definición (1950; publicado originariamente en 1918) del problema de las tres áreas separables de la sociología. Describió la primera como sociología «pura». En esta área, las variables psicológicas se combinan con formas de interacción. Aunque es claro que Simmel supuso que los actores tienen capacidades mentales creativas, le prestó poca atención explícita a este aspecto de la realidad social. Su trabajo más microscópico versa sobre las formas que adopta la interacción, así como sobre los tipos de personas que se ven envueltos en esa interacción. Dichas formas incluyen la subordinación, la supraordenación, el intercambio, el conflicto y la sociabilidad. En su trabajo sobre los tipos, distinguía entre posiciones en las estructuras de la interacción, tales como «el competidor», «la coqueta», y orientaciones sobre el mundo, tales como «el avaro», «el derrochador», «el extraño» y «el aventurero». En un nivel intermedio se encuentra la sociología «general» de Simmel, que trata de los productos culturales y sociales de la historia del hombre. Aquí, Simmel manifestó su interés por los fenómenos de mayor escala como los grupos, la estructura y la historia de las sociedades y las culturas. Finalmente, en su sociología filosófica, trató de las perspectivas de la naturaleza básica y el destino inevitable de la humanidad. A través de este capítulo, trataremos estos niveles y sociologías. Encontraremos que, aunque Simmel alguna vez separara estos distintos niveles y sociologías, solía integrarlos en una totalidad más amplia.


Pensamiento dialéctico.

La manera en que Simmel trata las diferentes interrelaciones entre los tres niveles básicos de la realidad social (dejando fuera el cuarto, el nivel metafisico) confirió a su sociología un carácter dialéctico que recuerda al de la sociología de Marx. Un enfoque dialéctico que, como vimos inicialmente, es multicausal y multidireccional, integra hechos y valores, rechaza la idea de que hay líneas divisorias tajantes entre los fenómenos sociales, pone énfasis en las relaciones sociales (B. Turner, 1986), se fija no sólo en el presente, sino también en el pasado y en el futuro, y está profundamente preocupado tanto por los conflictos como por las contradicciones.

A pesar de las similitudes de Marx y Simmel en el uso de un enfoque dialéctico, existen diferencias importantes entre ellos. Es de enorme importancia el hecho de que ambos remarcaran aspectos muy diferentes del mundo social y ofrecieran imágenes muy diferentes del futuro. En lugar del optimismo revolucionario de Marx, Simmel tenía una visión de futuro más cercana a la imagen de «jaula de hierro» de Weber, de la cual no se puede salir (para más información sobre la relación intelectual entre Weber y Simmel, véase Scaff, 1989: 121-151).

Simmel demostró su compromiso con la dialéctica de varias formas. Por un lado, la sociología de Simmel tuvo siempre en cuenta las relaciones, especialmente la interacción (asociación). Sobre todo se fijó siempre en los dualismos, conflictos y contradicciones que aparecían en cualquier campo del mundo social en el que estuviera trabajando. Donald Levine afirma que esta perspectiva refleja la creencia de Simmel en que «el mundo puede entenderse mejor en términos de conflicto y de contrastes entre categorías opuestas» (1971: xxxv).

Más que intentar abordar esta manera de pensar a través de la obra de Simmel, vamos a ilustrarla a partir de su trabajo sobre una de las formas de interacción que trató —la moda—. Simmel recurrió a un modelo parecido de pensamiento dialéctico en la mayoría de sus ensayos sobre las formas y los tipos sociales, pero este análisis de la moda ilustra sobradamente su método para abordar esos fenómenos. También hablaremos del pensamiento dialéctico simmeliano sobre la cultura subjetiva-objetiva y sobre sus conceptos «más vida» y «más-quevida».

La moda. En uno de sus ensayos típicamente fascinantes y dualistas, Simmel (1904/1971) describió las contradicciones de la moda de muchas formas. Por un lado, la moda es una forma de relación social que permite a quienes desean adecuarse a las demandas de un grupo, hacerlo. Por otro lado, la moda provee asimismo la norma de la cual pueden desviarse aquellos que deseen ser singulares. La moda implica, también, un proceso histórico: en un primer momento, cada cual acepta lo que está de moda; inevitablemente los individuos se desvían de ella; y finalmente, en este proceso de desviación, pueden adoptar una nueva visión de lo que está de moda. La moda es también dialéctica en el sentido de que el éxito y la propagación de cualquier tendencia dada conduce a su fracaso real. Es decir, el distinguirse de algo conduce a inaugurar una moda. Sin embargo, ya que un número considerable de personas llegan a aceptarla de forma generalizada, esta conducta deja de ser distinta y por consiguiente pierde su atractivo. Otra dualidad tiene en cuenta también el papel del líder en el mundo de la moda. Dicha persona guía al grupo, paradójicamente, siguiendo una norma considerada mejor que cualquier otra, es decir, adoptándola de manera más determinante. Simmel argumenta finalmente que no sólo implica dualidades seguir lo que está de moda, sino también el esfuerzo de algunos por estar fuera de la moda. Las gentes que se mantienen fuera de la moda ven a aquellos que la siguen como imitadores y a ellos mismos como disidentes, pero Simmel pensó que estos últimos se encuentran simplemente envueltos en una forma inversa de imitación. Los individuos pueden evitar la norma vigente porque temen que, de la misma forma que sus iguales, perderán su individualidad, aunque, según Simmel, ese temor apenas es signo de gran personalidad e independencia. En resumen, Simmel constató que «todas... las tendencias antitéticas dominantes... están representadas de una manera o de otra» (1904/1971: 317) en la moda.

El pensamiento dialéctico de Simmel puede estudiarse también en un nivel más general. Como veremos en este capítulo, Simmel se ocupó más de los conflictos y contradicciones que existen entre los individuos y en la sociedad en sentido más amplio, y de las estructuras culturales que los individuos forman.

Estas estructuras vienen a tener, en última instancia, vida por sí mismas, una vida sobre la que el individuo puede ejercer poco o ningún control.

La cultura individual (subjetiva) y la cultura objetiva. Las personas están influidas, y según Simmel amenazadas, por estructuras sociales y, lo que es más importante, por sus producciones culturales. Simmel distinguió entre cultura individual y cultura objetiva. La cultura objetiva se refiere a aquellas manifestaciones que las personas producen (el arte, la ciencia, la filosofía, etc...). La cultura individual (subjetiva) es la capacidad del actor para producir, absorber y controlar los elementos de la cultura objetiva. En un sentido ideal, la cultura individual modela y es modelada por la cultura objetiva. El problema que se plantea es que la cultura objetiva llega a tener vida propia. Como él mismo señalo: «Ellos (los elementos de la cultura) adquieren identidades fijas, una lógica y una razón de ser propias; esta nueva rigidez los distancia inevitablemente de la dinámica espiritual que los creó y que los hizo independientes» (1921/1968: 11). La existencia de estos productos culturales entra en contradicción con los actores que los crean porque son ejemplo de el profundo extrañamiento o animosidad que existe entre los procesos orgánicos y creativos del alma y sus contenidos y productos: la vida inquieta y vibrante del alma creativa, que se desarrolla hacia los contrastes infinitos con su producto fijo e idealmente inalterable y su misterioso efecto de retroalimentación, que lo detiene y, sin embargo, hace rígida esta vivacidad. Con frecuencia aparece como si un movimiento creativo del alma estuviera muriendo desde su propia producción. (Simmel, 1921/1968: 42)

K. Peter Etzkorn dijo que «en la dialéctica simmeliana, el hombre está siempre en peligro de ser asesinado por esas criaturas de su creación, que han perdido su coeficiente humano orgánico» (1968: 2).

Más-vida y más-que-vida. Otro espacio del pensamiento de Simmel, su sociología filosófica, supone una manifestación incluso más general de su pensamiento dialéctico. Al analizar el surgimiento de las estructuras sociales y culturales, Simmel tomó una postura muy parecida a algunas de las ideas de Marx.

Marx utilizaba el concepto de fetichismo de la mercancía para remarcar la separación entre las personas y sus productos. Para Marx, esta separación alcanza su cumbre en el capitalismo, podría superarse sólo en la futura sociedad socialista y, por tanto, constituye un fenómeno histórico específico. Pero, para Simmel, esta separación es inherente a la naturaleza de la vida humana. En términos filosóficos, hay una contradicción inherente e inevitable entre «más-vida» y «más-que-vida» (Oakes, 1984: 6; Weingartner, 1959).

La cuestión de más-vida y más-que-vida es central en el ensayo de Simmel «El carácter trascendente de la vida» (1918/1971). Como el título sugiere, y Simmel deja suficientemente claro, «Lo trascendental es inmanente a la vida» (1918/1971: 361). Las personas poseen una capacidad doblemente trascendente. En primer lugar, debido a su inquietud, a sus capacidades creativas, (másvida) las personas son capaces de trascenderse a sí mismas. En segundo lugar, esta capacidad trascendente, creativa, les permite producir constantemente conjuntos de objetos que les trascienden. La existencia objetiva de esos fenómenos (más-que-vida) llega a establecerse en una oposición irreconciliable con las fuerzas creativas (más-vida), que producen los objetos en primer lugar. En otras palabras, la vida social «crea y produce por sí misma algo que no es vida pero 'que tiene su propia significación y se rige por sus propias leyes'» (Simmel en Weingartner, 1959: 53). La vida se encuentra en la unidad, y el conflicto, entre ambas. Simmel concluye afirmando que: «La vida encuentra su esencia, su proceso, siendo más-vida y más-que-vida» (1918/1971: 374).

Por lo tanto, dadas estas concepciones metáficas, Simmel llegó a tener una imagen del mundo mucho más cercana a la de Weber que a la de Marx. Simmel, al igual que Weber, consideraba que el mundo se convertiría en una jaula de hierro de la cultura objetiva de la que las personas tendrían cada vez menos probabilidades de escapar. Tendremos más que decir sobre algunas de estas cuestiones en los siguientes epígrafes, que tratarán de las reflexiones de Simmel sobre los componentes más representativos de la realidad social.


CONCIENCIA INDIVIDUAL

En el nivel individual, Simmel se centró en las formas de asociación y le prestó relativamente poca atención al aspecto de la conciencia individual que, en raras ocasiones, trató directamente en su obra. Aún más, Simmel trabajaba desde el supuesto de que los seres humanos poseen una conciencia creativa. Frisby señaló que las bases de la vida social para Simmel estaban formadas por «individuos conscientes o grupos de individuos que interactúan cada uno por gran variedad de motivos, propósitos e intereses» (1984: 61). Este interés en la creatividad se manifiesta en el análisis de Simmel de las diversas formas de interacción, de la capacidad de los actores para crear estructuras sociales, así como de los efectos desastrosos que esas estructuras han tenido en la creatividad de los individuos.

Todo el análisis de Simmel de las formas de interacción implica que los actores han de ser conscientemente orientados unos hacia otros. Por tanto, la interacción, por ejemplo, de un sistema estratificado requiere que los supraordenados y los subordinados se orienten ellos mismos hacia los otros. La interacción cesaría y el sistema de estratificación fracasaría si el proceso de mutua orientación no existiera. Lo mismo se puede decir de todas las otras formas de interacción.

La conciencia juega otros papeles en la obra de Simmel. Por ejemplo, aunque éste creyera que las estructuras sociales (y culturales) llegarían a tener vida propia, se dio cuenta de que la gente debía conceptualizar tales estructuras con el fin de que ejercieran un efecto sobre las personas. Simmel estableció que la sociedad no está simplemente «ahí fuera» sino que es también «'mi representación' —algo dependiente de la actividad de la conciencia—» (1908/1959a: 339).

Simmel tenía asimismo un sentido de la conciencia individual y del hecho de que las normas y los valores de la sociedad se interiorizan en la conciencia individual. La existencia de las normas y valores tanto interna como externamente explica el carácter dual del compromiso moral: éste, por un lado, nos enfrenta a un orden impersonal al que simplemente tenemos que someternos, pero este poder no externo no nos impone, por otro lado, más que nuestros impulsos más privados e internos. En cualquier caso, aquí tenemos una de las situaciones en que el individuo, dentro de su propia conciencia, repite las relaciones existentes entre él, como entidad total, y el grupo. (Simmel, 1908/1950a: 254).

Esta concepción tan moderna de la internalización constituye un supuesto bastante poco desarrollado en la obra de Simmel.

Además, Simmel tenía una concepción sobre la capacidad de las personas para enfrentarse a sí mismas mentalmente, para apartarse de sus propias acciones, que es muy parecida a la de George Herbert Mead y los interaccionistas simbólicos (Simmel, 1918/1971: 364; véase también Simmel, 1907/1978: 64).

El actor puede recibir estímulos externos, calcularlos, probar diferentes vías de acción, y entonces decidir su proceder. A causa de estas capacidades mentales, el actor no está simplemente esclavizado por las fuerzas externas. No obstante, existe una paradoja en el planteamiento de Simmel sobre las capacidades mentales de los actores. La mente puede proteger a los actores de ser esclavizados por estímulos externos, pero también tiene la capacidad de volver sobre sí misma, de crear objetos que llegarán a esclavizarlos. Simmel afirmaba que «nuestra mente posee una notable habilidad para concebir contenidos como si fueran independientes del mismo acto de pensar» (Simmel 1907/1978: 65). Por lo tanto, aunque la inteligencia de las personas las capacita para evitar ser esclavizadas por los mismos estímulos externos que someten a los animales, crea asimismo las estructuras e instituciones que coaccionan sus pensamientos y acciones.

Aunque podamos encontrar manifestaciones de su preocupación por la conciencia a lo largo de toda su obra, Simmel no hizo en realidad otra cosa que presumir su existencia. Raymond Aron ha señalado claramente: «El (Simmel) debe conocer las leyes del comportamiento... de la reacción humana. Pero no ha tratado de descubrir o de explicar que es lo que ocurre en la propia mente» (1965: 5-6).


INTERACCION SOCIAL («ASOCIACION»).

Georg Simmel es más conocido entre los sociólogos contemporáneos por sus contribuciones a la comprensión de las pautas o formas de la interacción social.

Así expresó su interés por este nivel de la realidad social: Estamos tratando aquí con procesos moleculares microscópicos dentro del material humano, por decirlo así. Dichos procesos ocurren realmente concatenándose e hipostasiándose en unidades y sistemas sólidos, macrocósmicos. El que las personas se fijen en las otras y estén celosas de ellas; el que intercambien cartas o cenen juntas, el que, aparte de todos los intereses tangibles, se atraigan ya por ser deseables como por lo contrario; el que la gratitud por actos altruistas se haga en beneficio de una unión inseparable; el que uno le pida a otro que le enseñe dónde está cierta calle; el que se vistan y adornen para agradar a otras, —éstas son sólo ilustraciones elegidas al azar de todo un espectro de relaciones que se dan entre los seres humanos—. Pueden ser momentáneas o permanentes, conscientes o inconscientes, superficiales o profundas, pero mantienen constantemente el vínculo entre los hombres.

A cada momento estos lazos de relación se alargan, se quiebran, se retoman otra vez, se sustituyen por otros, se entrelazan con otros. Estas interacciones entre los átomos de la sociedad sólo pueden apreciarse al microscopio psicológico. (Simmel, 1908/1958: 327-328).
Simmel deja claro con esto que uno de sus intereses primarios es la interacción (asociación) entre actores conscientes, y que su intento estaba dirigido a observar una amplia gama de interacciones que pueden parecer triviales en algunas ocasiones, pero que son cruciales en otras. Su obra no comparte el talante durkheimiano del interés por los hechos sociales, sino que supone la formulación para la sociología del enfoque de la pequeña escala.

Dado que Simmel tomaba a menudo en su sociología una postura exagerada sobre la importancia de la interacción, muchos estudiosos han perdido la perspectiva de la intuición simmeliana de los aspectos de la realidad social a gran escala. En ocasiones, por ejemplo, equiparaba la sociedad con la interacción: «La sociedad... sólo es la síntesis o el término general para la totalidad de esas interacciones específicas... La 'sociedad' es idéntica a la suma total de esas relaciones» (Simmel, 1907/1978: 175). Tal afirmación puede ser tomada como la reafirmación de su preocupación por la interacción, pero, pomo veremos en su sociología general y filosófica, Simmel mantenía una concepción de mucha mayor escala tanto de la sociedad como de la cultura.


Interacción: formas y tipos.

Una de las preocupaciones que dominan en Simmel es la forma por encima del contenido de la interacción social. Esta preocupación proviene de la identificación de Simmel con la tradición filosófica kantiana, en la que se insiste en la diferencia entre forma y contenido. La posición de Simmel a este respecto es, con todo, bastante simple. Desde su punto de vista, el mundo real está compuesto de innumerables acontecimientos, acciones, interacciones, etc. Para orientarse en el laberinto de la realidad (los «contenidos»), las personas la ordenan mediante su reducción a modelos o formas. De esta manera, el actor se enfrenta a un número limitado de formas, en lugar de a un conjunto confuso de acontecimientos específicos. Desde el punto de vista de Simmel, la tarea del sociólogo consiste en hacer exactamente lo mismo que el lego; esto es, imponer un número limitado de formas a la realidad social, a la interacción en particular, para que de esta manera pueda analizarse mejor. Esta metodología permite por lo general obtener un estracto de las características comunes que se encuentran en un amplio frente de interacciones específicas. Por ejemplo, las formas interactivas de supraordenación y subordinación se basan en una vasta gama de relaciones «tanto en el estado, como en una comunidad religiosa; tanto en una banda de conspiradores como en una asociación económica; tanto en una escuela de arte como en una familia» (Simmel, 1908/1959b: 317). Donald Levine, uno de los pioneros contemporáneos en el estudio de Simmel, describe su método sociológico interaccional-formal del siguiente modo: «Su método consiste en seleccionar algún fenómeno limitado, finito, de entre el flujo de acontecimientos del mundo; examinar la multiplicidad de los elementos que lo componen y averiguar la causa de su coherencia descubriendo su forma. Posteriormente investiga los orígenes de esta forma y sus implicaciones estructurales» (1971: xxxi).

Levine señala, más específicamente, que «las formas son las pautas exhibidas por las asociaciones» de personas (1981b: 65) El interés de Simmel por las formas de interacción social ha sido objeto de varias críticas. Por ejemplo, ha sido acusado de imponer un orden donde no lo había y de producir una serie de estudios inconexos que, en realidad, no terminan imponiendo a las complejidades de la realidad social un orden mejor que el de los legos. Algunas de estas críticas son válidas sólo si nos centramos en el interés simmeliano por las formas de interacción, en su sociología formal, e ignoramos los otros tipos de sociología a que se dedicó.

Sin embargo, existen varias formas de defender la aproximación de Simmel a la sociología formal. En primer lugar, se sitúa muy cerca de la realidad, como reflejan los innumerables ejemplos de la vida real que Simmel utilizó. En segundo lugar, no supone la imposición de categorías arbitrarias y rígidas a la realidad social, sino que intenta, en cambio, recoger las formas en las que fluye dicha realidad social. En tercer lugar, la aproximación simmeliana no utiliza un esquema teórico general dentro del cual estén comprendidos todos los aspectos del mundo social. Por tanto, evitó la reificación del esquema teorético que tanto placía a un teórico como Talcott Parsons. Por último, la sociología formal lucha contra el empirismo pobremente conceptualizado tan característico de la mayor parte de la sociología. Simmel utilizó indudablemente «datos» empíricos, pero éstos estaban subordinados a su esfuerzo de imponer orden en el confuso mundo de la realidad social.

1. En el caso concreto de la interacción, los contenidos son «los impulsos, propósitos e ideas que conducen a los individuos a asociarse con otros» (Levine, 1981b: 65).

Geometría Social. En la sociología formal de Simmel, se puede ver más claramente su esfuerzo por desarrollar una «geometría» de las relaciones sociales.

Dos de los coeficientes geométricos que tuvo en cuenta son el número y la distancia (otros son posición, valencia, auto-implicación y simetría (Levine, 1981b).

El número. Puede comprobarse el interés de Simmel por el impacto del número de personas sobre la calidad de la interacción en su análisis de la diferencia entre diada y triada.

Diada y triada. Para Simmel (1950) había una diferencia crucial entre diada (grupo de dos personas) y triada (grupo de tres personas). La adición de una tercera persona ocasiona un cambio radical y fundamental. Aumentando en más de tres el conjunto de miembros no se obtiene ni mucho menos el mismo efecto que si se añadiera un tercer miembro a un grupo de dos. A diferencia de todos los grupos, la diada no tiene razón de ser excepto para los dos individuos implicados. No existe en una diada una estructura de grupo independiente; para el grupo no existe nada más que los dos individuos separables. Por lo tanto, cada miembro de una diada retiene un alto nivel de individualidad. El individuo no se rebaja al nivel del grupo. Este no es el caso de la triada, que tiene la posibilidad de encontrar su razón de ser fuera de los individuos que la componen. También es probable que una triada sea algo más que los individuos que la forman. Es probable que se desarrolle una estructura de grupo independiente. Como resultado de ello, existe mayor amenaza para la individualidad de los miembros. Una triada puede tener un efecto general de nivelación sobre los miembros.

Con la adición de un tercer miembro al grupo, se hace posible una gran variedad de nuevos roles sociales. Por ejemplo, el tercero puede tomar el papel de árbitro o mediador en las disputas que se originen dentro del grupo. Entonces el tercer miembro puede usar las disputas entre los otros dos para su propio interés o convertirse en objeto de competición para las otras dos partes. El tercero también puede alentar deliberadamente el conflicto entre los otros dos con el fin de obtener superioridad (divide y vencerás). Un sistema de estratificación y una estructura de autoridad puede emerger entonces. El movimiento desde la diada a la triada es esencial para el desarrollo de estructuras sociales que se pueden volver disgregadoras de la unión entre los individuos y dominarlos. Tal posibilidad no se da en la diada.

El proceso que comienza en la transición de la diada a la triada continúa con grupos cada vez más grandes y, en última instancia, la sociedad surge. En estas estructuras sociales grandes, el individuo, separado crecientemente de la estructura de la sociedad, se desenvuelve más y más solo, aislado y segmentado.

Finalmente, esto da como resultado una relación dialéctica entre individuos y estructuras sociales: «Según Simmel, el individuo socializado siempre permanece en una relación dual con la sociedad: se incorpora a ella y, con todo, lucha contra ella... El individuo está determinado y, no obstante, es determinante; actúa dependiendo y, aún así, está auto-actuando» (Coser, 1965: 11). Esta contradicción muestra que «la sociedad permite que surja la individualidad y la autonomía, pero también la impide» (Coser, 1965: 11).

Tamaño del grupo. En un nivel más general, se encuentra la actitud ambivalente simmeliana (1908/187 la) hacia la influencia del tamaño del grupo. Por un lado, adopta la postura de que el crecimiento del tamaño de un grupo o sociedad aumenta la libertad individual. Un grupo o una sociedad pequeña probablemente controlan al individuo por completo. Sin embargo, en una sociedad más grande, es probable que el individuo pertenezca a varios grupos, cada uno de los cuales controla solamente una pequeña parte de su personalidad total. En otras palabras, «La individualidad del ser y de la acción generalmente aumenta en el grado en que el círculo social que rodea al individuo se ensancha» (Simmel, 1908/1971 a: 252). Sin embargo, pensaba que las sociedades más grandes creaban una serie de problemas que amenazaban, en última instancia, la libertad del individuo. Por ejemplo, observó las masas como si estuvieran dominadas por una idea, por la idea más simple. La proximidad física de la masa hace a las personas sugestionables y más propicias a seguir ideas simplistas, a empeñarse en acciones emocionales sin un planteamiento previo.

Quizá lo más importante, en lo referente al interés simmeliano por las formas de interacción, sea que el incremento del tamaño y la diferenciación contribuyen a aflojar los lazos entre los individuos y a dejar en su lugar relaciones mucho más distantes, impersonales y segmentadas. Paradójicamente, este gran grupo que libera al individuo, amenaza al mismo tiempo dicha individualidad.

También resulta paradójica la creencia de Simmel de que, para el individuo, una manera de combatir la amenaza de la sociedad de masas es autosumergirse en pequeños grupos tales como la familia.

Distancia. Otra de las preocupaciones de Simmel en su geometría social es la distancia. Levine proporciona un buen compendio de las posiciones de Simmel sobre el papel de la distancia en las relaciones sociales: «Las propiedades de las formas y los significados de los hechos están en función de las distancias relativas entre los individuos y otros individuos o hechos». (1971: xxxiv). Este interés por la distancia se manifiesta en varias partes de la obra de Simmel. Vamos a analizarlo en dos contextos diferentes: en su voluminosa obra La filosofía del dinero y en uno de sus ensayos más lúcidos, «El extraño».

En La filosofía del Dinero (1907/1978), Simmel enunció algunos principios generales acerca del valor —y acerca de lo que hace que las cosas sean valiosas— que sirvieron como base para su análisis del dinero. Ya que más adelante trataremos su trabajo en detalle en este mismo capítulo, aquí analizaremos esta cuestión sólo brevemente. Lo esencial es que el valor de cualquier cosa está determinado por su distancia del actor. No se valora lo mismo un objeto si está demasiado cerca o es demasiado fácil de obtener que si está muy distante y es demasiado difícil lograrlo. Los objetos que son asequibles, pero solamente con un gran esfuerzo, son los más valorados.

La distancia juega asimismo un papel central en «El extraño» (1908/197 Ib), un ensayo de Simmel sobre el tipo de actor que no está ni demasiado cerca ni demasiado lejos. Si estuviera demasiado cerca, no sería por mucho más tiempo un extraño, pero si estuviera demasiado lejos, dejaría de tener cualquier contacto con el grupo. La interacción en la que se ve envuelto el extraño con los miembros del grupo implica una combinación de cercanía y distancia. La distancia peculiar entre el extraño y el grupo le permite tener una serie de pautas de interacción inusuales con los miembros. Por ejemplo, el extraño puede ser más objetivo en sus relaciones con los miembros del grupo. Dado que es un extraño, los otros miembros del grupo se sienten más cómodos al expresarle sus confidencias. De ésta y otras maneras, surge un modelo de coordinación y de interacción consistente entre el extraño y los otros miembros del grupo. Este se convierte en un miembro orgánico del grupo. Pero Simmel no sólo consideró al extraño un tipo social; consideró asimismo la extrañeza como una forma de interacción social. Un cierto grado de extrañeza, que supone la combinación de cercanía y lejanía, caracteriza a todas las relaciones sociales, incluso las más íntimas. Podemos así examinar una amplia gama de interacciones específicas con el fin de descubrir el grado de extrañamiento que se encuentra en cada una.

Aunque las dimensiones geométricas introduzcan varios tipos y formas simmelianos, de ellas se desprende mucho más que simple geometría. Los tipos y las formas son construcciones, que Simmel empleó para conseguir una mayor comprensión de un amplio espectro de modelos interactivos.

Tipos sociales. Acabamos de hablar de uno de los tipos sociales enunciados por Simmel, el extraño; otros incluyen al miserable, al derrochador, al aventurero y al noble. Para ilustrar su modo de pensar en esta área, vamos a poner énfasis en uno de los tipos, el pobre.

El pobre. Como es característico de los tipos en la obra de Simmel, el pobre se definía en términos de sus relaciones sociales, pues es ayudado por otras personas o al menos tiene derecho a esa ayuda. Es claro que aquí Simmel no sostiene que la pobreza se defina mediante una cantidad, o más bien una falta de cantidad, de dinero.

Aunque Simmel se centró en las relaciones características y las pautas de interacción del pobre, también aprovechó la ocasión en su ensayo «El pobre» (1908/197le) para desarrollar un amplio abanico de interesantes intuiciones sobre el pobre y la pobreza. Era característico de Simmel ofrecer gran profusión de reflexiones penetrantes en cada uno de sus ensayos. De hecho, es a ellas a las que debe su fama. Por ejemplo, Simmel defendía que un conjunto recíproco de derechos y obligaciones define la relación entre el menesteroso y los dadivosos. El menesteroso tiene el derecho de recibir ayuda y este derecho hace menos penoso el hecho de recibir dicha ayuda. Por el contrario, el dadivoso tiene la obligación de dar al necesitado. Simmel adoptó asimismo la posición funcionalista, según la cual la ayuda social al pobre ayuda a mantener el sistema.

La sociedad requiere ayuda para el pobre «para que de esta manera el pobre no se convierta en enemigo activo y peligroso para la sociedad, así como para hacer más productivas sus reducidas energías y prevenir la degeneración de su progenie» (Simmel, 1908/197le: 154). Por lo tanto, la ayuda al pobre es un beneficio para la sociedad, no tanto para el mismo pobre. El estado juega un papel clave aquí y, como afirmaba Simmel, el trato al pobre se vuelve cada vez más impersonal a medida que el mecanismo de repartir ayudas se burocratiza.

Simmel mantenía también un punto de vista relativista de la pobreza. Es decir, los pobres no son simplemente aquellos que están en el punto más bajo de la sociedad. Desde este punto de vista, la pobreza se encuentra en todos los estratos sociales. Este concepto simbolizó más tarde el concepto sociológico de privación relativa. Si los miembros de la clase alta tienen menos que sus iguales, entonces es probable que se sientan pobres en comparación a ellos. Por consiguiente, los programas gubernamentales orientados a la erradicación de la pobreza no pueden nunca tener éxito. Incluso si los que están en una clase social baja suben de posición, muchas personas dentro del sistema de estratificación continuarán sintiéndose pobres en comparación a sus iguales.

Formas sociales. Como con los tipos sociales, Simmel observó una amplia gama de formas sociales, incluyendo el intercambio, el conflicto, la prostitución y la sociabilidad. Podemos ilustrar la obra de Simmel (1908/197Id) sobre las formas sociales, a través de su análisis de la dominación; es decir, de la supraordinación y la subordinación.

Supraordenación y Subordinación. Supraordenación y subordinación mantienen una relación recíproca. El líder no quiere determinar completamente los pensamientos y acciones de los otros. Antes bien, espera del subordinado que reaccione positiva o negativamente. Ni esta ni ninguna otra forma de interacción puede existir sin relaciones mutuas. Incluso en la más opresiva de las formas de dominación, los subordinados tienen al menos algún grado de libertad personal.

Para la mayoría de la gente, la supraordenación lleva consigo un esfuerzo por eliminar completamente la independencia de los subordinados, pero Simmel argumenta que una relación social dejaría de existir si ese fuera el caso.

Simmel argumentó que uno puede estar subordinado a un individuo, a un grupo, o a una fuerza objetiva. El liderazgo de un solo individuo generalmente conduce a un grupo bien entretejido, ya sea para apoyar al líder, ya para oponerse a él. Incluso cuando la oposición se origina en tal grupo, la discordia se puede resolver más fácilmente cuando las partes permanecen bajo el mismo poder superior. La subordinación bajo una pluralidad puede tener efectos desiguales.

Por un lado, la objetividad del mando de una colectividad puede servir para fortalecer la unidad del grupo, más que el dominio arbitrario de un individuo.

Por otro lado, es probable que se engendre hostilidad entre los subordinados si no reciben la atención personal del líder.

Simmel descubrió que la subordinación a un principio objetivo es la más ofensiva, quizá porque desaparecen las relaciones humanas y las interacciones sociales. Las personas se consideran determinadas por una ley impersonal en la que no tienen capacidad de influir. Simmel consideró que la subordinación a un individuo era más libre y más espontánea: «La subordinación a una persona tiene un elemento de libertad y dignidad en comparación con lo que toda obediencia a las leyes tiene de mecánico y pasivo» (1908/1971 d: 115). La subordinación a los objetos (por ejemplo, iconos), a la que Simmel consideraba un «humillantemente severo e incondicional tipo de subordinación» (1908/1971 d: 115) es incluso peor. Dado que el individuo está dominado por una cosa, «psicológicamente él mismo desciende a la categoría de un mero objeto» (Simmel, 1908/197 Id: 117).

Una vez más, Simmel trató un amplio espectro de formas de interacción a lo largo de su trabajo, y su análisis de la dominación sirve simplemente para ilustrar el tipo de trabajo que realizó Simmel en este campo.

Recientemente, Guy Oakes (1984) vinculó el análisis de Simmel de las formas a su problemática básica, la brecha creciente entre la cultura objetiva y subjetiva. Este autor defiende la idea de que «La perspectiva de Simmel, el descubrimiento de la objetividad —la independencia de los objetos de la condición de su génesis subjetiva o psicológica— fue la adquisición más grande en la historia de la cultura del mundo occidental» (Oakes, 1984: 3). Una de las maneras en las que Simmel abordó la cuestión de la objetividad se encuentra en su análisis de las formas, pues aunque tal formalización y objetivación es necesaria y deseable, podría llegar a ser bastante indeseable: Por un lado, las formas son condiciones necesarias para la expresión y la realización de las energías e intereses de la vida. Por otro lado, estas formas se vuelven crecientemente desgajadas y alejadas de la vida. Cuando esto ocurre, se desarrolla un conflicto entre el proceso de la vida y las configuraciones en las que se expresa.

En última instancia, este conflicto amenaza con anular la relación entre vida y forma y, por tanto, con destruir las condiciones bajo las que el proceso de la vida puede ser realizado en estructuras autónomas. (Oakes, 1984:4).


ESTRUCTURAS SOCIALES

Simmel habló poco, de una manera explícita, de las estrucutras de la sociedad a gran escala. De hecho, en ocasiones, poniendo énfasis en las pautas de interacción, negaba la existencia de este nivel de la realidad social. Un buen ejemplo de esto se encuentra en su esfuerzo por definir la sociedad, donde rechazaba la posición realista ejemplificada por Emile Durkheim, según la cual la sociedad es una entidad real, material. Lewis Coser apunta: «No consideraba la sociedad como un objeto o un organismo» (1965: 5). Simmel se sentía asimismo incómodo con la concepción nominalista de que la sociedad no es nada más que un conjunto de individuos aislados. Adoptó una posición intermedia, concibiendo la sociedad como un conjunto de interacciones (Spykman, 1925/1966: 88). «La sociedad es meramente un nombre para un conjunto de individuos conectados por medio de la 'interacción'» (Simmel, citado en Coser, 1965: 5).

Aunque Simmel enunció esta posición interaccionista, en la mayor parte de su obra trabajaba como un realista, como si la sociedad fuera una estructura real y material. Existe, entonces, una contradicción básica en la obra de Simmel en el nivel socio-estructural. Simmel afirmaba: «La sociedad trasciende al individuo y vive su propia vida, que sigue sus propias leyes. Se enfrenta, además, al individuo con una firmeza histórica e imperativa» (1908/1950a: 258). Coser captó la esencia de este aspecto del pensamiento de Simmel: «Las estructuras supraindividuales mayores —el estado, el clan, la familia, la ciudad, o el sindicato— no se convierten sino en cristalizaciones de esta interacción, si bien pueden proporcionar autonomía y permanencia y enfrentarse al individuo como si fueran poderes ajenos» (1965: 5). Rudolph Heberle constata exactamente el mismo punto: «Apenas podemos escapar de la impresión de que Simmel considera la sociedad como un juego entre factores estructurales, en el cual los seres humanos aparecen como objetos pasivos más que como actores vivos y con voluntad» (1965: 117).

La solución de esta paradoja descansa en la diferencia entre la sociología formal simmeliana, que tendía a adherirse a un punto de vista interaccionista de la sociedad, y sus sociologías histórica y filosófica, que le hacían decantarse más por una visión de la sociedad como una estructura social coercitiva e independiente. En su sociología más tardía, consideró la sociedad como parte del proceso más amplio de desarrollo de la cultura objetiva, lo que le preocupaba enormemente. Aunque se ha considerado la cultura objetiva más bien como parte del dominio cultural, Simmel incluyó el crecimiento de las estructuras sociales de gran escala como parte de este proceso. El que Simmel relacionara el crecimiento de las estructuras sociales con el despliegue de la cultura objetiva es evidente en esta aserción: «La creciente objetivación de nuestra cultura, cuyos fenómenos constan cada vez más de elementos impersonales y absorben cada vez menos la totalidad subjetiva del individuo... lleva consigo asimismo estructuras sociológicas» (1908/1950b: 318). Además de clarificar la relación entre sociedad y cultura objetiva, todo ello condujo al pensamiento de Simmel hasta el nivel cultural de la realidad social.


CULTURA OBJETIVA

Uno de los principales enfoques de la sociología filosófica e histórica de Simmel es el nivel cultural de la realidad social, o lo que él llamaba la «cultura objetiva». En su opinión, las personas producen cultura, pero dada esa capacidad para reificar la realidad social, el mundo cultural y el mundo social llegan a tener vida propia, vidas que llegan a dominar de manera creciente a los actores que las crean y que diariamente las recrean. «Los objetos culturales llegan a vincularse cada vez más entre ellos en un mundo auto-contenido que tiene cada vez menos contactos con la psique subjetiva (individual) y con sus deseos y sensibilidades» (Coser, 1965: 22). Aunque las personas siempre mantengan la capacidad de crear y recrear la cultura, la tendencia a largo plazo de la historia consiste en que la cultura ejerce una fuerza cada vez más coercitiva sobre el actor.

La preponderancia de la cultura objetiva sobre la subjetiva (del individuo) que se desarrolló durante el siglo xix... esta variante parece extenderse firmemente. Cada día y en todas partes, la riqueza de la cultura objetiva se incrementa, pero el entendimiento del individuo puede enriquecer las formas y contenidos de su propio desarrollo sólo distanciándose aún más de esa cultura y desarrollándose a sí mismo a un ritmo mucho más pausado. (Simmel, 1907/1978:449)

En diversas partes de su obra, Simmel identificaba diversos componentes de la cultura objetiva, por ejemplo:

• Herrramientas
• Medios de transporte
• Productos de la ciencia
• Tecnología
• Artes
• Lenguaje
• Esfera intelectual
• Sabiduría tradicional
• Dogmas religiosos
• Sistemas filosóficos
• Sistemas legales
• Códigos morales
• Ideales (por ejemplo, la patria)

Estos y otros muchos elementos constituyen el nivel cultural objetivo en la obra de Simmel.

La cultura objetiva crece y se expande de varias formas. En primer lugar, su tamaño absoluto crece cuando aumenta la modernización. Esto puede parecer más evidente en el caso del conocimiento científico, que crece exponencialmente, aunque también sirve para la mayoría de los otros aspectos del dominio cultural. En segundo lugar, crece asimismo el número de los diversos componentes del reino de la cultura. Por último, y quizás lo más importante, los diferentes elementos del mundo de la cultura se van engarzando más y más en un mundo más poderoso e independiente, que se encuentra crecientemente bajo el control de los actores. (Oakes, 1984: 12). Simmel no sólo se ocupó de describir el crecimiento de la cultura objetiva, sino también de lo que ésta alteraba profundamente: «Simmel estaba impresionado —si no afectado— por el desconcertante número y variedad de los productos humanos que en el mundo contemporáneo rodean y asedian incesantemente al individuo» (Weingartner, 1959: 33).

Lo que más le preocupaba a Simmel era que la cultura individual estuviera amenazada a causa del crecimiento de la cultura objetiva. Simmel se mostraba a favor de que la cultura individual dominara el mundo, pero esta posibilidad le parecía cada vez más improbable. Es lo que describía como «la tragedia de la cultura». (Comentaremos esta idea detalladamente en La filosofía del dinero).

El análisis concreto del crecimiento de la cultura objetiva, a costa de la individual subjetiva, es simplemente un ejemplo de un principio general que domina todos los aspectos de la vida: «El valor total de algo aumenta en la misma proporción en que el valor de sus partes individuales disminuye» (1907/1978: 199).

Podemos relacionar el argumento general de Simmel acerca de la cultura objetiva con su análisis más básico de las formas de interacción. En uno de sus ensayos más conocidos, «La metrópoli y la vida mental» (1903/1971), Simmel analizaba las formas de interacción que tienen lugar en la ciudad moderna.

Consideró las modernas metrópolis como «el escenario genuino» del crecimiento de la cultura objetiva y de la decadencia de la cultura individual. Es la escena donde predomina la economía del dinero, y el dinero, como Simmel decía a menudo, tiene un efecto profundo en la naturaleza de las relaciones humanas.

El uso del dinero, que se ha propagado desmesuradamente, conduce a la acentuación de la calculabilidad y la racionalización en todos los aspectos de la vida.

Por lo tanto, disminuyen las relaciones humanas genuinas, y las relaciones sociales tienden a estar dominadas por actitudes distantes y reservadas. Mientras las pequeñas comunidades se caracterizaban por sentimientos y emociones más intensos, la ciudad moderna se caracteriza por un intelectualismo superficial, que se adapta a la calculabilidad que exige la economía del dinero. La ciudad es, asimismo, el centro de división del trabajo y, como ya hemos visto, la especialización juega un papel central en la producción de una cultura objetiva siempre en expansión, con la correspondiente disminución de la cultura subjetiva. La ciudad es un «nivelador espantoso», en el que cada cual se reduce virtualmente a acentuar la calculabilidad insensible. Cada vez se hace más difícil mantener la individualidad ante la expansión de la cultura objetiva.

Debemos señalar que en su ensayo sobre la ciudad (como en muchas otras partes de su obra), Simmel analizó asimismo el efecto liberador de este desarrollo moderno. Por ejemplo, puso énfasis en el hecho de que las personas son más libres en la ciudad moderna que en los estrechos confines sociales de los pueblos. Tendremos más que decir acerca del pensamiento simmeliano sobre la influencia liberadora de la modernidad al final de la siguiente parte, dedicada al libro de Simmel La filosofía del dinero.

Antes de emprender esta tarea, es necesario indicar que una de las muchas ironías de la influencia de Simmel en el desarrollo de la sociología es que se utilizara su microanálisis, pero que sus implicaciones más atrevidas se ignorasen casi en su totalidad. Por ejemplo, el trabajo de Simmel sobre las relaciones de intercambio. Consideraba el intercambio como «el tipo más puro y desarrollado» de interacción (Simmel, 1907/1978: 82). Aunque todas las formas de interacción llevaban consigo algún sacrificio, éste se da más claramente en las relaciones de intercambio. Simmel pensaba que todos los tipos de intercambios sociales implicaban «beneficio y pérdida». Tal orientación es crucial en la obra microsociológica simmeliana, y más concretamente en el desarrollo de su teoría del intercambio que, en muy buena medida, supone una orientación micro. Sin embargo, el hecho es que su pensamiento sobre el intercambio se hace explícito en su obra más extensa sobre el dinero. Para Simmel, el dinero es la forma más pura de intercambio. En contraste con la economía de trueque, donde el ciclo termina cuando un objeto ha sido cambiado por otro, una economía que se basa en el dinero permite una serie infinita de intercambios. Esta posibilidad es muy importante para Simmel, porque procura las bases del desarrollo más amplio de las estructuras sociales y de la cultura objetiva. En consecuencia, el dinero como forma de intercambio representaba para Simmel una de las causas en las que radica la alienación de las personas en una estructura social moderna reifícada.

En su estudio sobre la ciudad y el intercambio, podemos ver la elegancia del pensamiento de Simmel, por su manera de relacionar formas de intercambio sociológicas de pequeña escala con el desarrollo de la sociedad moderna en su totalidad. Aunque este vínculo pueda encontrarse en ensayos concretos suyos, es mucho más patente en La filosofía del dinero.


LA FILOSOFIA DEL DINERO

La filosofía del dinero (1907/1978) ilustra muy bien la sofisticación y amplitud del pensamiento de Simmel. Demuestra concluyentemente que éste se merece, al menos, tanto reconocimiento por su teoría general como por sus ensayos sobre microsociología, muchos de los cuales pueden considerarse como manifestaciones concretas de su teoría general.

Aunque el título deja patente que Simmel se centró en la economía, su interés por el fenómeno del dinero se engarza en el conjunto más amplio de sus preocupaciones teóricas y filosóficas. Por ejemplo, como acabamos de ver, Simmel estaba interesado en la importante cuestión del valor y el dinero puede considerarse simplemente como una forma de valor específico. En otro nivel, Simmel se interesó no por el dinero en sí mismo, sino por su influencia en una variada gama de fenómenos tales como «el mundo interior» de los actores y la cultura objetiva como un todo. En otro nivel distinto, trató el dinero como un fenómeno específico vinculado con gran variedad de componentes de la vida, incluyendo «el intercambio, la propiedad, la avaricia, la extravagancia, el cinismo, la libertad individual, el estilo de vida, la cultura, el valor de la personalidad, etc». (Kracauer, citado por Bottomore y Frisby, 1978: 7). Por último, y de forma más general, Simmel consideró el dinero como un componente específico de la vida, capaz de ayudarnos a entender su totalidad. Como señalan Bottomore y Frisby, Simmel perseguía nada menos que extraer «de su análisis del dinero la totalidad del espíritu de una época» (1978: 7).

La filosofía del dinero tiene mucho en común con la obra de Karl Marx. Al igual que Marx, Simmel puso énfasis en el capitalismo y en los problemas que creaba la economía monetaria. A pesar de eso, las diferencias son notables. Por ejemplo, Simmel consideraba que los problemas económicos de su época eran simplemente una manifestación de un problema cultural más general, la alienación de lo objetivo de la cultura subjetiva. Para Marx esos problemas eran específicos del capitalismo, pero para Simmel formaban parte de la tragedia universal —la pérdida creciente de poder del individuo frente al desarrollo de la cultura objetiva—. Mientras el análisis de Marx es esencialmente histórico, el de Simmel intenta extraer del flujo de la historia humana verdades atemporales. Como señala Frisby, «en La filosofía del dinero... lo que se echa en falta... es una sociología histórica de la relaciones dinerarias» (1984: 58). Esta diferencia de análisis entre ambos se relaciona con una distinta postura ante la política. Marx creía que los problemas económicos eran históricos, producto de una sociedad capitalista y, por tanto, que podían ser resueltos con el tiempo. En cambio, Simmel consideraba que los problemas básicos eran inherentes a la vida humana y que no ofrecían la esperanza de una mejora futura. De hecho, Simmel pensaba que el socialismo, en lugar de mejorar la situación, agravaría el tipo de problemas analizados en La filosofía del dinero. A pesar de algunas afinidades sustantivas con los planteamientos marxistas, el pensamiento de Simmel está mucho más cerca del de Weber y de su idea de «jaula de hierro» referida tanto a su imagen del mundo moderno como de su futuro.

La filosofía del dinero comienza con el análisis de las formas generales de dinero y valor. Más tarde, el análisis se desplaza hacia la influencia del dinero en el «mundo interior» de los actores y de la cultura en general. Dada la complejidad de tal análisis, aquí nos limitaremos a hacer una breve exposición del mismo.

Una de las preocupaciones iniciales de Simmel, como ya hemos mencionado, es la relación entre dinero y valor. En general, Simmel defendía que las personas crean valores haciendo objetos, separándose de ellos y después intentando sobrellevar la «distancia, obstáculos y dificultades» (Simmel, 1907/1978: 66).

Cuanto mayor es la dificultad de obtener un objeto, mayor es su valor. Sin embargo, la dificultad para alcanzarlo tiene un «límite superior y otro inferior» (Simmel, 1907/1978: 72). El principio general es que el valor de las cosas proviene de la capacidad de las personas para distanciarse de los objetos de manera adecuada. Las cosas que están muy próximas, que son demasiado fáciles de obtener, no son muy valiosas. Se necesita algún esfuerzo para que algo pueda ser considerado valioso. Por el contrario, las cosas que son demasiado inaccesibles, difíciles de conseguir o prácticamente imposibles de obtener son asimismo de poco valor. Las cosas que desafían excesivamente a nuestro esfuerzo por obtenerlas dejan de ser valiosas. Las cosas que son más valiosas son las que no son demasiado inaccesibles ni tampoco demasiado fáciles de obtener. Entre los factores que intervienen en la distancia entre un objeto y el actor se encuentran el tiempo que se tarda en conseguir dicho objeto, su escasez, las dificultades con que se encuentra el actor para lograrlo, y la necesidad de renunciar a otras cosas con el fin de hacerse con él. Las personas intentan situarse a una distancia de los objetos que los haga alcanzables, pero no con demasiada facilidad.

En este contexto general del valor, Simmel analizó el papel del dinero. En el dominio de la economía, el dinero sirve tanto para crear la distancia que nos separa de los objetos como para proveernos de los medios para llegar a ellos. El valor del dinero unido a los objetos en la economía moderna los coloca a cierta distancia de nosotros; no los podemos obtener sin dinero. La dificultad de conseguir el dinero y, por ende, los objetos, los hace valiosos para nosotros. AI mismo tiempo, una vez que hemos conseguido el dinero suficiente, tenemos la capacidad de superar la distancia entre nosotros y los objetos. Así, el dinero cumple tanto la interesante función de crear distancia entre las personas y los objetos, como también la de proveer los medios para superar esa distancia.

En el proceso de creación de valor, el dinero también procura las bases para el desarrollo del mercado, de la economía moderna y, en última instancia, de la sociedad moderna (capitalista). El dinero nos provee de los medios a través de los cuales esas entidades adquieren en sí mismas una vida, que es externa al actor y coercitiva. Ello contrasta con las sociedades anteriores en las que el trueque o el comercio no podía conducir a la reificación del mundo, que es el efecto distintivo de la economía del dinero. El dinero permite este desarrollo de varias maneras. Por ejemplo, Simmel defiende que el dinero permite «cálculos más complejos, empresas de gran escala, y créditos a largo plazo» (1907/1978: 125). Más tarde, afirma que «el dinero ha... desarrollado... las prácticas más objetivas, las normas más lógicas, puramente matemáticas, de la libertad absoluta en cualquier ámbito personal» (1907/1978: 128). Simmel no consideraba este proceso de reificación, sino como parte de un proceso más general por medio del cual la mente se encarna y simboliza en los objetos. Estas encarnaciones, estas estructuras simbólicas, llegan a reificarse y vienen a ejercer una fuerza de control sobre los actores.

El dinero no sólo ayuda a crear un mundo social reificado, sino que también contribuye a la creciente racionalización de este mundo social (B. Turner, 1986).

Esta fue otra de las preocupaciones que Simmel compartió con Weber. La economía del dinero pone énfasis en los factores cuantitativos más que en los cualitativos. Simmel declaró que: Es fácil multiplicar los ejemplos que ilustran la preponderancia creciente de la categoría de cantidad sobre la de calidad o, de manera más precisa, la tendencia a diluir la segunda en la primera, a reducir cada vez más los elementos a lo carente de propiedades y no permitirles nada más que determinadas formas de movimiento y a explicar todo lo específico, individual y cualitativamente determinado, como lo más o lo menos, lo más grande o lo más pequeño, lo ancho o lo estrecho, lo habitual o lo extraño de elementos o certidumbres que en sí son incoloros y solamente accesibles a la determinación numérica —aun así esta tendencia no puede nunca alcanzar su meta por medios humanos....

De este modo, una de las grandes tendencias de la vida, la reducción de calidad a cantidad, adquiere su más alto nivel y su única representación perfecta en el dinero. También aquí el el dinero aparece como el pináculo de una serie de desarrollos culturales e históricos que determinan su orientación de manera inequívoca. (Simmel,1907/1978: 278-280).

De forma menos obvia, el dinero contribuye a la racionalización incrementando la importancia del intelectualismo en el mundo moderno (B. Turner, 1986).

Por un lado, el desarrollo de la economía del dinero presupone una significativa expansión de los procesos mentales. Para poner un ejemplo, Simmel señaló que los procesos mentales complejos son necesarios para transacciones de capital como garantizar los billetes de un banco con dinero efectivo. Por otro lado, una economía monetaria contribuye a un cambio considerable de las normas y valores de la sociedad; esto ayuda a «la reorientación fundamental de la cultura hacia el intelectualismo (Simmel, 1907/1978: 152). En parte debido a nuestra economía dineraria, el intelecto ha venido a considerarse la más valiosa de nuestras energías mentales.

Simmel consideraba que las transacciones de capital, que llegan a convertirse en una parte importante de la sociedad, y la expansión de estructuras reificadas, eran responsables de la decadencia de la individualidad. Esto forma parte de su argumento general sobre la decadencia de la cultura individual subjetiva frente a la expansión de la cultura objetiva («la tragedia de la cultura»):.

La circulación rápida del dinero conduce a hábitos de gasto y adquisición; hace que una cantidad concreta de dinero sea psicológicamente menos valiosa y significativa, mientras el dinero en general se vuelve importante de manera creciente, ya que los asuntos de dinero afectan ahora al individuo más vitalmente de lo que le afectan en un estilo de vida menos agitado. Nos enfrentamos aquí con un fenómeno muy común: a saber, el que el valor absoluto de algo aumenta cuando el valor de sus partes individuales disminuye. Por ejemplo, el tamaño y la significación de un grupo social con frecuencia se hacen más importantes cuando se valoran menos las vidas e intereses de sus miembros individuales; la cultura objetiva, la diversidad y viveza de su contenido, alcanza su punto álgido gracias a la división del trabajo, que condena al individuo que representa y participa de esta cultura a la especialización monótona, a la estrechez, y a un crecimiento atrofiado. La totalidad se vuelve tanto más perfecta y armoniosa, cuando menos lo es el individuo. (Simmel, 1907/1978: 199).

En algún sentido, puede ser difícil apreciar cómo el dinero adquiere el papel central que juega en la sociedad moderna. Superficialmente, el dinero aparece solamente como un simple medio para cierta variedad de fines o, según Simmel, «la forma más pura de instrumento» (1907/1978: 210). Sin embargo, el dinero ha venido a ser el ejemplo extremo de un medio que se ha convertido en un fin en sí mismo:.

Ningún otro objeto que haya de agradecer su valor exclusivamente a su calidad instrumental y a su capacidad de convertirse en valores definitivos alcanza de modo tan fundamental y sin reservas el carácter psicológicamente absoluto del valor o la calidad de fin último que se apodera por completo de la conciencia práctica. Esta necesidad excluyente del dinero tendrá que aumentar en la medidad en que éste adquiera un carácter instrumental cada vez más puro. Puesto que ello significa que el ámbito de los objetos que se pueden obtener a cambio del dinero se va ampliando, que las cosas se entregan con menor resistencia al poder del dinero y que éste es cada vez más carente de cualidades, por lo cual resulta cada vez más poderoso frente a todas las cualidades de las cosas. (Simmel, 1907/1978: 232) Una sociedad en la que el dinero se convierte en un fin en sí mismo, cuando no en el fin último, tiene diversos efectos negativos sobre los individuos; dos de los más interesantes son el aumento del cinismo y la apatía. El cinismo se produce cuando los aspectos de la vida social, los más elevados y los más bajos, se ponen a la venta, y se reducen a un común denominador —el dinero—. Por tanto, podemos «comprar» belleza, verdad o inteligencia casi tan fácilmente como compramos cereales para el desayuno o desodorante. Esta reducción de cualquier cosa a un denominador común conduce a la actitud cínica de que todo tiene su precio, de que cualquier cosa se puede comprar o vender en el mercado.

La economía del dinero también conduce a una actitud de apatía: «todas las cosas se perciben con igual insipidez y matiz grisáceo, como si no valiera la pena excitarse ante ellas» (Simmel, 1907/1978: 256). El apático ha perdido totalmente la capacidad de hacer distinciones de valor entre los últimos objetos de compra. Desde una perspectiva diferente, el dinero es el enemigo absoluto de la estética, pues reduce cada objeto a ausencia de forma, a un fenómeno puramente cuantitativo.

Otro efecto negativo de la economía del dinero son las relaciones cada vez más impersonales que fomenta. En lugar de tratarnos como individuos con personalidad propia, tratamos, cada vez más frecuentemente, con nuestra posición —el repartidor, el panadero, etc.— sin considerar quién ocupa estas posiciones.

En la división moderna del trabajo característica de una economía dinerada, nos encontramos con la situación paradójica de que, mientras dependemos más de otras posiciones para sobrevivir, sabemos menos acerca de la gente que las ocupa. El individuo específico que ocupa una posición dada se vuelve paulatinamente insignificante. La personalidad de los individuos tiende a desaparecer detrás de posiciones que les demandan sólo una pequeña parte de aquella. Dado que lo que se necesita es tan poco, distintos individuos pueden ocupar la misma posición con igual efectividad. Las personas, por tanto, se convierten en elementos intercambiables.

Asunto muy relacionado es el de la influencia de la economía dineraria sobre la libertad individual. La economía pecuniaria lleva a un aumento de la esclavización de las personas. El individuo en el mundo moderno se encuentra atomizado y aislado. Encajado en un grupo no por mucho tiempo, el individuo permanece solo frente a una cultura objetiva coercitiva en continuo crecimiento y expansión.

Otra forma de influencia de la economía del dinero es la reducción de todos los valores humanos a términos pecuniarios, «la tendencia a reducir el valor del hombre a una expresión monetaria» (Simmel, 1907/1978: 356). Por ejemplo, Simmel presenta el caso de la expiación de crímenes mediante compensación económica en una sociedad primitiva. Pero su mejor ejemplo es el intercambio de sexo por dinero. La expansión de la prostitución se atribuye en parte al crecimiento de la economía dineraria.

Algunas de las intuiciones más interesantes de Simmel radican en su reflexión sobre la influencia del dinero en el estilo de vida de las personas. Por ejemplo, una sociedad dominada por una economía dineraria, tiende a reducirlo todo a una cadena de conexiones causales, que pueden ser entendidas intelectualmente, no emocionalmente. Lo que Simmel llamaba «carácter calculador» de la vida en el mundo moderno se relaciona con esto. La forma específica de intelectualidad que es propia de una economía dineraria es el modo de pensar matemático. Este, a su vez, se refiere a la tendencia a poner énfasis en los factores cuantitativos del mundo social antes que en los cualitativos. Simmel concluyó que «la vida de muchas personas transcurre evaluando, pesando, calculando y reduciendo a valores cuantitativos los cualitativos» (Simmel, 1907/1978: 444).

La clave del análisis de Simmel sobre la influencia del dinero en el estilo de vida descansa en el crecimiento de la cultura objetiva a expensas de la cultura individual. La distancia entre ambas crece con a un ritmo acelerado: Esta discrepancia parece hacerse continuamente más profunda. Cada día y por todas partes aumenta la riqueza de la cultura objetiva, pero la mente individual puede enriquecer las formas y contenidos de su propio desarrollo sólo distanciándose aún más de esta cultura y desarrollando la propia con un grado de celeridad más lento. (Simmel, 1907/1978:449).

La causa más importante de esta creciente disparidad es el aumento de la división del trabajo en la sociedad moderna (Oakes, 1984: 19). El incremento de la especialización conduce a una mejor capacidad para crear los diversos componentes del mundo cultural. Pero, al mismo tiempo, el individuo altamente especializado pierde el sentido de la cultura como un todo y la capacidad de controlarla. Cuanto más crece la cultura objetiva, más se atrofia la individual.

Uno de los ejemplos de este fenómeno es que el lenguaje, en su totalidad, se ha expandido clara y enormemente, y con todo, las capacidades lingüísticas de los hablantes parecen deteriorarse. Asimismo, con el desarrollo de la tecnología y de la maquinaria, las capacidades del trabajador individual y las habilidades requeridas declinan espectacularmente. Por último, aunque ha habido una enorme expansión en la esfera intelectual, cada vez menos individuos valoran la etiqueta «intelectual». Individuos altamente especializados se enfrentan a un mundo de productos cada vez más cerrado e interconectado sobre el que tienen poco o ningún control. Un mundo mecánico exento de espiritualidad viene a dominar a los individuos, y afecta a su estilo de vida de varias formas. Los actos de producción se convierten en ejercicios sin significado en los que los individuos no disciernen su papel en el proceso ni en la elaboración del producto final. Las relaciones entre las personas son muy especializadas e impersonales.

Consumir es poco más que devorar sin sentido un producto tras otro. La masiva expansión de la cultura objetiva tiene un efecto dramático sobre el ritmo de vida. En general, la desigualdad característica de otras épocas se ha nivelado y ha sido reemplazada en la sociedad moderna por una pauta de vida mucho más coherente. Abundan los ejemplos de esta nivelación de la cultura moderna: En tiempos pasados, el consumo de alimentos era cíclico y a veces incierto.

Dependía de las cosechas qué comidas podían consumirse y cuándo estaban disponibles. Hoy en día, con la mejora de los métodos de conservación y transporte, podemos consumir virtualmente cualquier comida en cualquier momento, y lo que es más, la capacidad de conservar y almacenar grandes cantidades de alimentos ha sido propiciada por las frecuentes pérdidas causadas por una mala cosecha, catástrofes naturales, etc.

En cuanto a los medios de comunicación, el coche del correo infrecuente e impredecible ha sido sustituido por el telégrafo, el teléfono, un servicio de correo diario, máquinas de fax, que hacen posible la comunicación en cualquier momento.

En épocas anteriores, el día y la noche proporcionaban un ritmo natural de vida. Ahora, con la luz eléctrica, el ritmo natural se ha alterado enormemente. Muchas actividades que sólo podían ser realizadas a la luz del día, pueden realizarse de noche también.

Los estímulos intelectuales, restringidos formalmente a una conversación ocasional o a un libro extraño, ahora están disponibles en cualquier momento, dado el acceso a libros y revistas. En este campo, como en todos los otros, la situación es aún más exagerada que en tiempos de Simmel. Con la radio, la televisión, el vídeo, los radiocasetes y las cintas grabadoras y los ordenadores, la disponibilidad y las posibilidades de estímulos intelectuales han crecido mucho más de lo que Simmel hubiera podido imaginar.

Hay elementos positivos en todo esto. Por ejemplo, las personas son mucho más libres porque están menos coartadas por su ritmo natural de vida. A pesar de estos adelantos, los problemas se originan porque todos estos desarrollos se producen en el nivel de la cultura objetiva y son parte de un proceso por el cual la cultura objetiva crece y empobrece la cultura individual.

Al final, el dinero ha venido a ser el símbolo y el factor más importante del desarrollo de un modo relativista de existencia. El dinero nos permite reducir los fenómenos más dispares a cantidades de moneda, y esto permite que los fenómenos puedan ser comparados unos con otros. En otras palabras, el dinero nos permite relativizar cualquier cosa. Nuestro modo relativista de vida contrasta con otros métodos de vida anteriores, en los que las personas creían en ciertas verdades eternas. La economía dineraria destruye estas verdades eternas. Pero los costes que para las personas tiene este aumento de la libertad respecto de las ideas absolutas sobrepasan a las ventajas. La alienación endémica provocada por la expansión de la cultura objetiva en la moderna economía dineraria supone, a los ojos de Simmel, una amenaza para las personas más grande que los demonios del absolutismo. Quizá Simmel no deseara el regreso a un tiempo anterior, más simple, pero ciertamente nos advirtió que fuéramos precavidos frente a los peligros seductores asociados al crecimiento de la economía monetaria y la cultura objetiva en el mundo moderno.

Aunque hemos subrayado los efectos negativos de la moderna economía del dinero, tiene también aspectos liberadores (Levine, 1981b). En primer lugar, nos permite tratar con muchas más personas en un mercado más extenso.

En segundo lugar, nuestras obligaciones con los demás se limitan a servicios concretos de productos y no lo abarcan todo. En tercer lugar, la economía del dinero permite a las personas encontrar satisfacciones que no podrían darse en sistemas económicos anteriores. En cuarto lugar, las personas tienen una mayor libertad para desarrollar su individualidad de forma plena en este ámbito. Quinto, las personas son más capaces de mantener y proteger su centro subjetivo, toda vez que están implicadas sólo en relaciones muy limitadas. Sexto, la separación del trabajador de los medios de producción, como señalaba Simmel, permite al individuo cierta libertad respecto de las fuerzas productivas. Finalmente, el dinero ayuda a las personas a desarrollarse cada vez más libres de las constricciones de sus grupos sociales. Por ejemplo, en una economía de trueque, los grupos controlan ampliamente a las personas, pero en el mundo econó- mico moderno tales trabas se pierden, con el resultado de que las personas son más libres de establecer sus propios vínculos económicos. Sin embargo, aunque Simmel se esmera en señalar una gran variedad de efectos liberadores de la economía del dinero y de la modernidad en general, en cambio, desde nuestro punto de vista, el núcleo de su obra descansa en su análisis de los problemas asociados a la modernidad, en especial «la tragedia de la cultura».


EL SECRETO: ESTUDIO DE UN CASO EN LA SOCIOLOGIA DE SIMMEL

Mientras La filosofía del dinero demuestra que Simmel tenía un alcance teórico comparable con el de Marx, Weber y Durkheim, es un ejemplo atípico de su obra. Por tanto, en este epígrafe volveremos a un tipo más característico de la obra simmeliana, su trabajo sobre una forma específica de interacción: el secreto. El secreto se define como la condición en que una persona tiene la intención de esconder algo mientras otra investiga para revelar lo que está siendo encubierto. En nuestro análisis no nos ocuparemos únicamente de describir las numerosas y penetrantes ideas de Simmel sobre el secreto, sino también de aunar todas las ideas sociológicas que han ido surgiendo a lo largo de este capítulo.

Simmel comienza con el hecho básico de que las personas deben saber algunas cosas sobre las demás con el fin de interactuar con ellas. Por ejemplo, debemos saber a quién tratamos (por ejemplo, un amigo, un pariente, un tendero). Podemos llegar a saber gran cantidad de cosas sobre otras personas, pero no podemos conocerlas absolutamente todas. Es decir, no podemos conocer de las otras personas todos sus pensamientos, caprichos, ni tantas otras cosas. Sin embargo, nos formamos alguna clase de concepción unitaria de los otros a partir de las pequeñas cosas que podemos saber de ellos. Nos hacemos una imagen mental claramente coherente de las personas con las que interactuamos. Simmel veía una relación dialéctica entre la interacción (existencia) y el cuadro mental que tenemos de los otros (concepción): «Nuestras relaciones, por tanto, se desarrollan sobre la base de un conocimiento recíproco, y este conocimiento sobre la base de relaciones reales. Ambas están inextricablemente entretejidas» (1906/1950: 309).

En todos los aspectos de nuestras vidas nos hacemos con parte de la verdad, pero también con la ignorancia y el error. Sin embargo, es en la interacción con otras personas donde ignorancia y error adquieren un carácter distintivo. Esto se relaciona con la vida interior de las personas con las que interactuamos. Las personas, a diferencia de cualquier otro objeto de conocimiento, tienen la capacidad de revelar intencionalmente la verdad acerca de sí mismas o de mentir y ocultar tal información.

El hecho es que incluso si las personas quisieran revelar toda su información (y casi nunca lo hacen), no podrían hacerlo, porque esta información «podría volver loco a cualquiera» (Simmel, 1906/1950:312). Por lo tanto, las personas deben seleccionar las cosas que van a referir a los otros. Desde el punto de vista de la preocupación de Simmel por las cuestiones cuantitativas, sólo ofrecemos «fragmentos» de nuestras vidas interiores a los otros. Además, elegimos qué fragmentos vamos a revelar y ocultar. Por ello, en toda interacción, sólo descubrimos una parte de nosotros mismos, y la parte que elegimos mostrar depende de cómo seleccionemos y ordenemos los fragmentos.

Esto nos conduce a mentir, una forma de interacción en la que el mentiroso esconde intencionalmente la verdad a los otros. En la mentira, no ocurre sólo que los otros se queden con una idea falsa, sino también que el error se une al hecho de que el mentiroso se propone que los otros sean engañados.

Simmel analiza la mentira en términos de geometría social, concretamente de sus ideas sobre la distancia. Por ejemplo, en opinión de Simmel podemos aceptar mejor e incluso entendernos con aquellos mentirosos que están más distantes de nosotros. Por tanto, tenemos poca dificultad para entender que los políticos que habitan en Washington D.C. nos mientan con frecuencia. Por contra, «si una persona cercana a nosotros nos miente, la vida se hace insoportable» (Simmel, 1906/1950: 313). La mentira de un esposo, de un amante, o de un niño tiene un efecto mucho más devastador sobre nosotros que la mentira de un miembro del gobierno, que sólo conocemos a través de la pantalla del televisor.

De forma más general, en lo que se refiere a la cuestión de la distancia, ocurre que todos los medios de comunicación combinan hoy en día elementos conocidos por ambas partes, con hechos conocidos sólo por una u otra. La existencia de los segundos conduce al «distanciamiento» en todas las relaciones sociales. En cambio, Simmel defiende que las relaciones sociales requieren ambos elementos, los que son conocidos por los actores y los desconocidos para una u otra parte. Es decir, incluso la relación más íntima requiere tanto cercanía como distancia, un conocimiento recíproco y la mutua ocultación. Por tanto, el secreto es una parte integral de todas las relaciones sociales, aunque una relación pueda destruirse si el secreto se vuelve conocido por la persona a la que se le quería esconder.

El secreto está vinculado con el tamaño de la sociedad. En pequeños grupos es más difícil que se desarrollen secretos. «Cada uno está demasiado cerca del otro y sus circunstancias y la frecuencia y la intimidad del contacto lleva consigo demasiadas tentaciones de revelarlo» (Simmel, 1906/1950: 335). Además, en pequeños grupos, los secretos no son necesarios porque cada cual es similar al otro. En grandes grupos, por el contrario, los secretos pueden desarrollarse más fácilmente y se necesitan más porque hay grandes diferencias entre las personas.

Sobre la cuestión del tamaño, en el nivel más macroscópico, debemos notar que el secreto no sólo es una forma de interacción (que, como ya hemos visto, afecta a muchas otras formas), sino también puede llegar a caracterizar a un grupo en su totalidad. A diferencia del secreto poseído por un único individuo, el secreto en una sociedad secreta es compartido por todos los miembros de ésta y determina las relaciones recíprocas entre ellos. Al igual que en el caso individual, sin embargo, el secreto de la sociedad secreta no puede ser escondido para siempre. En una sociedad así hay una tensión constante causada por el hecho de que el secreto puede ser descubierto o revelado y, por tanto, la base entera que soporta la existencia de dicha sociedad secreta puede desmoronarse.

Simmel examina varias formas de relaciones sociales desde el punto de vista del conocimiento recíproco y el secreto. Por ejemplo, todos nosotros estamos implicados en una amplia gama de grupos de interés en los que interactuamos con otras personas sobre unas bases limitadas, y las personalidades totales de estas personas son irrelevantes para nuestros intereses específicos. Así, en la universidad al estudiante le interesa lo que el profesor dice y hace en el aula y no todos los aspectos de la vida del profesor y de su personalidad. Al relacionar esta forma de interacción con sus ideas sobre la sociedad en su conjunto, Simmel defiende que el aumento de la objetivación de la cultura lleva consigo más y más grupos de interés limitado, así como el tipo de relaciones que se desprenden de ellos. Tales relaciones requieren cada vez menos cantidad de la totalidad subjetiva del individuo (cultura individual) de lo que necesitaban las asociaciones en las sociedades premodernas.

En las relaciones impersonales características de la sociedad moderna objetivada, la confianza, como forma de interacción, se convierte en algo cada vez más importante. Para Simmel «la confianza actúa de intermediario entre el conocimiento y la ignorancia entre los hombres» (1906/1950:318). En las sociedades premodernas era más probable que las personas tuvieran mucha información sobre los otros con los que trataban. Pero en el mundo moderno no tenemos, y no podemos tener, esa gran cantidad de información sobre aquellos con quienes nos asociamos. Por tanto, los estudiantes no saben mucho acerca de sus profesores (ni viceversa), pero deben tener la confianza de que los profesores les van a enseñar en el tiempo fijado y van a tratar lo que se supone que deben tratar.

Otra forma de relación social se produce con los conocidos. Sabemos de nuestros conocidos, pero no disponemos de un saber íntimo de ellos: «Cada cual conoce del otro sólo la parte exterior, tanto en un sentido puramente social representativo como en el sentido de lo que éste nos quiere mostrar» (Simmel, 1906/1950: 320). En consecuencia, hay mucha más tendencia a la ocultación entre las personas que se conocen que entre las que intiman.

Entre las relaciones con «conocidos», Simmel analiza otra forma de asociación: la discreción. Somos discretos con las personas que tratamos, evitando «conocer del otro lo que él positivamente no nos revele. No se trata, en principio, de que no debamos saber algo determinado, sino de la reserva general que nos imponemos frente a la personalidad total» (Simmel, 1906/1950:321). A pesar de la discreción, muchas veces llegamos a saber más acerca de las otras personas de lo que éstas nos revelan voluntariamente. Más concretamente, es frecuente que lleguemos a saber cosas que otras personas preferirían que no supiéramos. Simmel nos ofrece un ejemplo muy freudiano de cómo llegamos a hacernos con esas informaciones: «A quien tenga un fino oído psicológico, los hombres le delatarán incontables veces sus pensamientos y cualidades más secretos, no sólo a pesar de esforzarse en ocultarlos, sino justamente por ello» (1906/1950: 323-24). De hecho, Simmel defiende que la interacción humana depende tanto de la discreción como del hecho de que lleguemos a saber muchas veces más de lo que se supone que deberíamos saber.

En lo que se refiere a otra forma de interacción, la amistad, Simmel contradice la suposición de que se basa en la intimidad total, en el pleno conocimiento recíproco. La falta de intimidad es especialmente cierta en las relaciones de amistad de la sociedad moderna, diferenciada: «Acaso el hombre moderno tenga demasiado que ocultar, para contraer amistades a la manera antigua» (Simmel, 1906/1950: 326). Así, tenemos un conjunto de relaciones diferenciadas que se basan en afinidades intelectuales comunes, en la religión y en experiencias compartidas. Hay una clase muy limitada de intimidad en tales relaciones de amistad y, por consiguiente, un gran encubrimiento. Con todo, a pesar de esas limitaciones, las relaciones de amistad implican aún cierta intimidad:

Pero la relación así delimitada y arropada en discreciones, puede proceder del centro mismo de la personalidad total, alimentarse de sus jugos radicales, aunque sólo rieguen luego una sección de la periferia. Esta idea lleva a la misma profundidad de sentimiento y produce el mismo espíritu de sacrificio que aquellas relaciones, que, en épocas y personas menos diferenciadas abarcaban la periferia entera de la vida y para las cuales no eran problema la reserva y la discreción. (Simmel, 1906/1950: 326).

Llegamos finalmente a la forma de asociación concebida normalmente como la más íntima y menos encubridora: el matrimonio. Simmel defiende que existe en el matrimonio la tentación de revelar toda la información a la pareja, a no tener secretos. Sin embargo, desde su punto de vista, esto puede ser un error.

Todas las relaciones sociales requieren «una cierta proporción de verdad y mentira»; por lo tanto, sería imposible eliminar todo error de una relación social (Simmel, 1906/1950: 329). Más concretamente, la completa autorrevelación (suponiendo que fuera posible) haría del matrimonio un asunto muy prosaico y eliminaría toda posibilidad de lo inesperado. Finalmente, la mayoría de nosotros tiene recursos internos limitados, y cada relación reduce los tesoros (secretos) que podemos ofrecer a los demás. Solamente los pocos que dispongan de un gran acervo de buenas cualidades personales pueden permitirse hacer numerosas revelaciones a su pareja. Los demás quedaran desnudos (y carecerán de interés) a causa de una excesiva autorrevelación.

Simmel retoma después el análisis de las funciones, de las consecuencias positivas, del secreto. Considera el secreto como «una de las más grandes conquistas de la humanidad... el secreto significa una enorme ampliación de la vida, porque en completa publicidad muchas manifestaciones de ésta no podrían producirse. El secreto ofrece, por así decirlo, la posibilidad de que surja un segundo mundo, junto al mundo patente» (1906/1950: 330). Más concretamente, en términos de su funcionalidad, el secreto, sobre todo si lo comparten varias personas, produce una gran «complicidad» entre los que lo conocen. Un alto estatus se asocia asimismo con el secreto; hay algo misterioso en torno a las posiciones supraordenadas y a los logros superiores.

La interacción humana se modela en general por medio del secreto y su oposición lógica, la traición. El secreto siempre va acompañado dialécticamente por la posibilidad de ser descubierto. La traición puede producirse por dos causas. Otra persona, desde fuera, puede descubrir nuestro secreto, mientras que desde dentro, siempre existe la posibilidad de que revelemos el secreto. «El secreto pone una barrera entre los hombres pero, al propio tiempo, el desafío tentador de romperlo, por indiscreción o confesión... Del contraste entre ambos intereses, el de ocultar y el de descubrir, brota el matiz y el destino de las relaciones mutuas entre los hombres» (Simmel, 1906/1950: 334).

Simmel vinculó sus ideas sobre la mentira a sus consideraciones sobre la sociedad en el mundo moderno. Para Simmel, el mundo moderno es mucho más dependiente de la honestidad que las sociedades anteriores. Por ejemplo, la economía moderna es cada vez más una economía de crédito, y el crédito depende del hecho de que las personas restituyan lo que han prometido. Por otra parte, los investigadores de la ciencia moderna dependen de los resultados de otros muchos estudios que no pueden revisar al detalle. Estos estudios son producidos por innumerables científicos, que dichos investigadores ni siquiera conocen personalmente. Por lo tanto, los científicos modernos dependen de la honestidad de los otros científicos. Simmel concluye: «Bajo las condiciones modernas, la mentira se convierte, por ende, en algo mucho más devastador de lo que fue antes, algo que cuestiona los auténticos fundamentos de nuestra vida» (1906/1950: 313).

De forma más general, Simmel conecta el secreto con su pensamiento sobre la estructura social de la sociedad moderna. Por un lado, una sociedad muy diferenciada permite y requiere un alto grado de secreto. Por otra parte, dialécticamente, el secreto sirve para intensificar tal diferenciación.

Simmel relaciona el secreto con la moderna economía dineraria; el dinero hace posible un nivel de secreto imposible de alcanzar anteriormente. En primer lugar, «el carácter comprimible» del dinero hace posible enriquecer a otros simplemente deslizándoles en secreto un cheque sin que nadie tenga noticia de ello. En segundo lugar, el carácter abstracto y falto de calidad del dinero hace posible ocultar «transacciones, adquisiciones y cambios de propiedad» que eran imposibles cuando se intercambiaban objetos más tangibles (Simmel, 1906/1950: 335). En tercer lugar, el dinero puede invertirse en cosas muy distantes, con lo cual se puede hacer una transacción invisible para los más próximos.

Simmel consideró asimismo que en el mundo moderno los asuntos públicos, como los relacionados con la política, tienden a perder su secreto e inaccesibilidad. Por contra, los negocios privados están mucho más ocultos de lo que lo estaban en las sociedades premodernas. Simmel liga aquí sus reflexiones sobre el secreto con su pensamiento sobre la ciudad moderna, argumentando que «la vida moderna ha elaborado, en medio del hacinamiento de las grandes ciudades, una técnica que permite guardar el secreto de los asuntos privados» (Simmel, 1906/1950: 337). Sobre todo «lo público se hace cada vez más público; lo privado, cada vez más privado» (Simmel, 1906/1950: 337).

Hemos visto, pues, en este epígrafe cómo la obra de Simmel sobre el secreto ilustra muchos de los aspectos de su orientación teórica.


RESUMEN

La obra de Simmel ha influido en la teoría sociológica estadounidense durante muchos años. El foco de esta influencia parece trasladarse de la microsociología a la teoría sociológica general. La microsociología simmeliana se enmarca en una teoría dialéctica amplia que interrelaciona los niveles culturales e individuales. Identificamos cuatro niveles que preocuparon a Simmel en su obra: el psicológico, el interaccional, el estructural e institucional y, por último, el metafisico.

Simmel trabajó con una orientación dialéctica, aunque no tan bien articulada como la de Karl Marx. Ilustramos las preocupaciones dialécticas de Simmel de varias formas. Tratamos las maneras en que se manifiestan como formas de interacción —sobre todo, la moda. Simmel también se interesó por los conflictos entre los individuos y las estructuras sociales, pero su mayor preocupación la constituyeron aquellos conflictos que se desarrollan entre la cultura individual y la cultura objetiva. Percibió la existencia de un proceso general por el cual la cultura objetiva se expande y la cultura individual se empobrece cada vez más frente a ese desarrollo. Simmel consideró este conflicto, a su vez, como parte de un conflicto filosófico más amplio entre más-vida y más-que-vida.

El grueso de este capítulo se ha dedicado al pensamiento de Simmel sobre cada uno de estos niveles de la realidad social. Aunque hizo suposiciones muy útililes respecto de la conciencia, no las trabajó a fondo. Su obra es más rica en lo referente a las formas de interacción y los tipos de interactuantes. En su sociología formal, Simmel mostró gran interés por la geometría social, por ejemplo, los números de personas. En este contexto, examinamos la obra de Simmel sobre la transición crucial de la diada a la triada. Con la adición de una persona, nos trasladamos desde una diada a una triada y, con ello, surge la posibilidad de desarrollo de las estructuras de gran escala que llegan a separarse y a dominar a los individuos. Esto crea la posibilidad de conflicto y contradicción entre los individuos y la sociedad en su conjunto. En su geometría social, Simmel se ocupó también de la cuestión de la distancia, como, por ejemplo, en su ensayo sobre «el extraño». La dedicación de Simmel a los tipos sociales se ilustra con su análisis del pobre; sus reflexiones sobre las formas sociales aparecen en su análisis de la dominación, es decir, de la supraordenación y subordinación.

En el nivel macro, Simmel no nos ofreció gran cosa sobre las estructuras sociales. De hecho, algunas veces parece tener una perturbadora tendencia a reducir las estructuras sociales a no mucho más que pautas de interacción. En el nivel macro, el interés central de Simmel fue la cultura objetiva. Se ocupó tanto de la expansión de esta cultura como de sus efectos destructivos sobre los individuos. Esta preocupación general se encuentra en varios de sus ensayos, por ejemplo, en los que tratan de la ciudad y el intercambio.

En La filosofía del dinero, el análisis simmeliano progresó desde el dinero al valor, a los problemas de la sociedad moderna y, en última instancia, a los problemas de la vida en general. Por último, analizamos la obra de Simmel sobre el secreto con el fin de ilustrar el amplio alcance de sus ideas teóricas. El análisis de la obra simmeliana sobre el dinero, así como sus ideas sobre el secreto, demuestran una elegancia y sofisticación en su orientación teórica mucho mayores que las que reconocen quienes están familiarizados únicamente su pensamiento sobre los fenómenos en el nivel micro.


GEORG SIMMEL: Reseña biográfica

Georg Simmel nació en el centro de Berlín el 1 de marzo de 1858. Estudió una amplia gama de materias en la Universidad de Berlín.

Sin embargo, vio cómo era rechazado su primer esfuerzo por elaborar una tesis, y uno de sus profesores declaró: «Le haríamos un gran favor si no lo animáramos a que siguiera por este camino» (Frisby, 1984:23). A pesar de ello, Simmel perseveró y se doctoró en filosofía en 1881. Permaneció en la Universidad como profesor hasta 1914, aunque ocupaba un puesto relativamente poco importante, en condición de privatdozent, desde 1885 a 1900. Mientras ocupaba esta última posición trabajó como lector sin derecho a salario, cuyo sustento dependía de la matrícula de los estudiantes. A pesar de su situación discriminada, Simmel salió a flote, sobre todo porque era un excelente conferenciante y atraía a gran cantidad de alumnos (que le pagaban) (Frisby, 1981:17). Tenía un estilo tan atractivo que incluso algunos miembros de la sociedad intelectual berlinesa acudían a sus conferencias, que se convirtieron en acontecimientos públicos.

Simmel escribió innumerables artículos («La metrópoli y la vida mental») y libros (La filosofía del dinero). Fue muy conocido en los círculos académicos alemanes e incluso su fama tuvo trascendencia internacional, especialmente en Estados Unidos, donde su trabajo fue importante para el nacimiento de la sociología. Por fin, en 1900, Simmel recibió un reconocimiento oficial, un título puramente honorario en la Universidad de Berlín que no le proporcionó un estatus académico completo. Simmel trató de obtener algunos puestos docentes, pero fracasó a pesar del apoyo que le prestaron algunos académicos como Max Weber.

Una de las razones de su fracaso se debió a que era judío en la Alemania anti-semita del siglo xix (Kasler, 1985). Por esta razón, en un informe sobre Simmel, dirigido al Ministro de Educación, se le describía como: «Un israelita de cabo a cabo, tanto por su apariencia externa como por su conducta y su forma de pensar» (Frisby, 1985: 25). Otra razón se fundaba en el tipo de obra que realizó. Muchos de sus artículos aparecieron en periódicos y revistas; estaban escritos para un público mucho más amplio que los sociólogos académicos. Además, como no ejercía cargo académico alguno, se vio forzado a ganarse la vida mediante conferencias públicas. Su audiencia, lectores y oyentes, estaba constituida más por intelectuales que por sociólogos profesionales, lo que contribuyó a que fuera objeto de burla por parte de sus colegas.

Por ejemplo, uno de sus contemporáneos lo condenaba porque «su influencia se limitaba... a la gente en general y afectaba, sobre todo, a la élite del periodismo» (Troeltsch, citado en Frisby, 1981: 13). Sus fracasos personales pueden relacionarse asimismo con la baja estima que los académicos alemanes de entonces tenían por la sociología.

En 1914, Simmel consiguió por fin un puesto académico en una universidad poco importante (Estrasburgo), pero una vez más fue marginado. Por un lado, lamentaba abandonar a su público de intelectuales berlineses. Así, su esposa escribió a la de Weber: «Georg se ha tomado muy mal tener que dejar su auditorio... los estudiantes eran muy afectuosos y simpáticos... fue como abandonar en la cúspide de su vida» (Frisby, 1981: 29). Por otro lado, Simmel no se integró en la vida de la nueva universidad. Con este motivo escribió a Weber: «No tengo mucho que contarte. Vivimos una existencia enclaustrada, cerrada, indiferente y desolada. La actividad académica es = 0, la gente extraña y profundamente hostil» (Frisby, 1981: 32).

Cuando ejercía su cargo en Estarsburgo estalló la Primera Guerra Mundial; las salas de conferencias se convirtieron en hospitales militares y los estudiantes fueron llamados a filas. Así, Simmel continuó siendo una figura marginal en la vida académica alemana hasta su muerte en 1918. Nunca tuvo una vida académica normal. Aún así, Simmel atrajo a algunos intelectuales de su tiempo que lo secundaron, y su fama como académico sólo ha crecido, si acaso, con el paso de los años.

La sociología de Georg Simmel (por George Ritzer)
La sociología de Georg Simmel por George Ritzer (Cap. 8 de Teoría sociológica clásica)

Teoría sociológica clásica

George Ritzer

McGraw-Hill, México, 2010

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