Erving Goffman: La presentación de la persona en la vida cotidiana. 3. Las regiones y la conducta (1959)

La presentación de la persona en la vida cotidiana

Erving Goffman

Amorrortu editores Buenos Aires

Director de la biblioteca de sociología, Luis A. Rigal

The Presentation of Self in Everyday Life, Erving Goffman Primera edición en inglés, 1959

Traducción, Hildegarde B. Torres Perrén y Flora Setaro


Las máscaras son expresiones fijas y ecos admirables de sentimientos, a un tiempo fieles, discretas y superlativas. Los seres vivientes, en contacto con el aire, deben cubrirse de una cutícula, y no se puede reprochar a las cutículas que no sean corazones. No obstante, hay ciertos filósofos que parecen guardar rencor a las imágenes por no ser cosas, y a las palabras por no ser sentimientos. Las palabras y las imágenes son como caparazones: partes integrantes de la naturaleza en igual medida que las sustancias que recubren, se dirigen sin embargo más directamente a los ojos y están más abiertas a la observación. De ninguna manera diría que las sustancias existen para posibilitar las apariencias, ni los rostros para posibilitar las máscaras, ni las pasiones para posibilitar la poesía y la virtud. En la naturaleza nada existe para posibilitar otra cosa; todas estas fases y productos están implicados por igual en el ciclo de la existencia...

George Santayana, Soliloquies in England and Later Soliloquies, 1922.


3. Las regiones y la conducta

Una región puede ser definida como todo lugar limitado, hasta cierto punto, por barreras antepuestas a la percepción. Las regiones varían, naturalmente, según el grado de limitación y de acuerdo con los medios de comunicación en ¡ los cuales aparecen dichas barreras. Así, gruesos paneles de vidrios, como los que encontramos en las salas de control de las radioemisoras, pueden aislar una región en el aspecto auditivo, aunque no en el visual, mientras que una oficina aislada por medio de tabiques de cartón prensado quedará incomunicada en el sentido inverso.

En nuestra sociedad angloamericana —una sociedad relativamente de puertas adentro-—, una actuación se produce, por lo general, en una región altamente limitada, a la cual se agregan con frecuencia limitaciones temporales. La impresión y la comprensión fomentadas por la actuación tenderán a saturar la región y el período de tiempo, de tal forma que cualquier individuo situado en este conglomerado espa- cio-temporal se hallará en condiciones de observar la actuación y podrá ser guiado por la definición de la situación que ella suscita.1

A menudo, una actuación comprenderá un solo foco de atención visual por parte del actuante y del auditorio, como por ejemplo cuando se pronuncia un discurso político en un auditorio o un paciente habla con el médico en el consultorio de este. Sin embargo, muchas acciones involucran, como partes constitutivas, núcleos o agrupaciones de interacción verbal. Así, una reunión social comprende, por lo general, varios subgrupos de conversación, los que varían constantemente en cuanto a su tamaño y composición. En forma similar, el espectáculo que se desarrolla en una tienda comprende varios focos de interacción verbal, cada uno de ellos compuesto por la pareja vendedor-cliente. Dada una actuación particular tomada como punto de referencia, será conveniente a veces emplear el término «región anterior» (front región) para referirse al lugar donde tiene lugar la actuación. En páginas anteriores, ya nos hemos referido al equipo de signos estables de dicho lugar con el nombre de «medio». Veremos a continuación que ciertos aspectos de una actuación parecen desarrollarse, no para el auditorio, sino para la región delantera.

La actuación de un individuo en una región anterior puede percibirse como un esfuerzo por aparentar que su actividad en la región mantiene y encarna ciertas normas. En términos generales, estas normas parecerían reunirse en dos agrupamientos. Uno de ellos se refiere a la actitud del protagonista hacia el auditorio mientras mantiene su diálogo con él o realiza un intercambio de gestos que sustituyen a la conversación. El otro grupo de normas se refiere a la conducta del protagonista mientras es percibido en forma visual o auditiva por el auditorio, sin que entre ambos exista necesariamente un diálogo. Emplearé el término «decoro» para referirme a este segundo grupo de normas, aunque será menester agregar ciertos matices y explicaciones para justificar su empleo.

Cuando observamos los requisitos del decoro en una región —requisitos que no están
relacionados con el trato con los demás en una conversación—, tendemos una vez más a dividirlos en dos subgrupos, el primero de índole moral y el segundo instrumental. Los requisitos morales constituyen un fin en sí mismos y se refieren probablemente a normas cuyo objeto es evitar molestar a los demás e interferir en sus asuntos, normas referentes a la corrección de la conducta sexual, al respeto por los lugares sagrados, etc. Los requisitos instrumentales no constituyen fines en sí mismos y se refieren presumiblemente a obligaciones tales como las que un empleador puede exigir de sus empleados: cuidado de la propiedad, mantenimiento de niveles de trabajo, etc. Puede pensarse que el término decoro debería designar solamente las normas morales, y que para referirse a las instrumentales sería preciso emplear otro término. Sin embargo, cuando examinamos el orden mantenido en una región determinada, vemos que estos dos tipos de exigencias, morales e instrumentales, parecen afectar de igual manera a quien debe responder a ellas, y que tanto los fundamentos morales c instrumentales como la racionalización son presentados como justificaciones de las normas que deben mantenerse. Siempre que la norma sea mantenida por medio de sanciones y de algún tipo de sancionador, el protagonista considerará a menudo de escasa importancia el hecho de que la norma se justifique principalmente en el terreno moral o instrumental y de que se le exija o no su incorporación. Puede advertirse que la parte de la fachada personal que he llamado «modales» será importante con respecto a la cortesía y que la parte llamada «apariencia» será importante con respecto al decoro. También puede advertirse que mientras que la conducta decorosa pueda asumir la forma de demostrar respeto hacia la región y el medio en el cual nos encontramos, esta demostración de respeto puede estar motivada, como es natural, por el deseo de impresionar favorablemente al auditorio, evitar sanciones, etc. Por último, debe señalarse que los requisitos del decoro son ecológicamente más penetrantes que los de la cortesía. Un auditorio puede someter toda una región anterior a una continua inspección en lo referente al decoro, pero mientras el auditorio está entregado a esta actividad, ninguno de los protagonistas, o solo unos pocos, estará obligado a conversar con él y, por lo tanto, a demostrar cortesía. Los actuantes pueden dejar de escenificar expresiones, pero no pueden evitar emitirlas.

En el estudio de las instituciones sociales es importante describir las normas predominantes de decoro. Esto es algo difícil de lograr, ya que los informantes y los investigadores tienden a dar por supuestas muchas de esas normas y no lo advierten hasta que se produce un accidente, una crisis o alguna circunstancia peculiar. Es sabido, por ejemplo, que diferentes oficinas comerciales tienen distintas normas en lo que respecta a las charlas informales entre los empleados, pero solo cuando llegamos a estudiar una oficina que tiene un número apreciable de empleados extranjeros refu- giados nos percatamos de que el permiso para mantener una charla informal puede no significar el permiso para mantener una charla informal en idioma extranjero.2 Estamos acostumbrados a suponer que las reglas de decoro que rigen en los lugares sagrados, tales como las iglesias, han de ser muy diferentes de las que rigen en los lugares de trabajo habituales. No debemos suponer por esto que las normas vigentes en los lugares santos son más numerosas y estrictas que las que existen en las instituciones laborales. En una iglesia, una mujer está autorizada a sentarse, soñar y aun dormitar. Sin embargo, como vendedora en una casa de modas, puede verse obligada a permanecer de pie, atenta, sin masticar chicle y sonriente, aunque no esté hablando con nadie, e incluso compelida a usar un tipo de ropa que difícilmente pueda costearse.

Una de las formas de decoro estudiada en las instituciones sociales es la llamada «aparentar que se trabaja». En muchos establecimientos se sobrentiende que a los operarios no solo se les exige producir una cantidad determinada en un lapso determinado, sino que también deben estar preparados para dar la impresión, en caso necesario, de que en ese momento están trabajando arduamente. En un astillero nos enteramos de lo siguiente:

Era gracioso observar la súbita transformación que se producía cuando corría la voz de que el capataz estaba en el casco o en el taller o que venía un supervisor de la oficina principal. Los hombres de la cuadra de popa y los capataces corrían hasta sus grupos de obreros y los incitaban a manifestar actividad. «No dejes que te pesque sentado», era la exhortación general, y donde no existía ningún trabajo se curvaba y aterrajaba diligentemente un caño, o un perno ya sólidamente afirmado en su lugar era objeto de un innecesario ajuste adicional. Este era el tributo formal que acompañaba invariablemente una visita del patrón, y sus convencionalismos eran tan familiares para cada una de las partes como los que rodean la inspección de un general de cinco estrellas. Haber descuidado cualquier detalle de esa falsa y vacua exhibición habría sido interpretado como un signo de singular irrespetuosidad.3

La sala de un hospital nos ofrece un ejemplo semejante:

Cuando el nuevo observador empezó a trabajar en las salas, los otros auxiliares le explicaron de manera muy precisa que no debía «dejarse pescar» maltratando a un paciente, que debía mostrarse ocupado cuando la supervisora hacía sus recorridos y no dirigirle la palabra a menos que ella lo hubiese hecho en primer término. Se observó que algunos auxiliares vigilaban su proximidad y ponían en guardia a los demás para evitar ser sorprendidos en falta. Algunos de ellos reservaban trabajo para estar ocupados en presencia de la supervisora y no recibir de ese modo tareas adicionales. En la mayoría de los casos el cambio no es tan evidente; esto en gran parte depende del auxiliar, de la supervisora y de la situación de la sala. No obstante, casi todos los auxiliares evidencian algún cambio de conducta cuando un superior (la supervisora, por ejemplo) se encuentra presente. No se pone de manifiesto ningún desafío abierto a las normas y reglamentos .. . 4

Del «aparentar que se trabaja» no hay más que un paso a la adopción de otras normas de actividad laboral para las cuales deben mantenerse las apariencias, tales como el modo de andar, el interés personal, la economía, la precisión, etc.5 Y de la adopción de las normas laborales en general no hay más que un paso a la adopción de otros aspectos más amplios del decoro, de índole instrumental o moral, en lugares de trabajo, tales como el modo de vestir, los niveles permisibles de ruido, las distracciones prohibidas, los favores y las demostraciones afectivas.

El aparentar que se trabaja, así como otros aspectos del decoro en lugares de trabajo, suele ser considerado como la carga particular de quienes se encuentran en posiciones inferiores. Sin embargo, un enfoque de tipo dramático requiere que, junto con el hecho de aparentar que se trabaja, examinemos el problema de la escenificación de su contrario, el aparentar que no se trabaja. Así, en unas memorias escritas sobre la vida de los elegantes de principios del siglo XIX, nos enteramos de lo siguiente:

La gente era en extremo puntillosa en lo concerniente a las visitas —recordemos la visita en El molino sobre el Floss—. La visita debía tener lugar a intervalos regulares, de tal forma que prácticamente debía conocerse hasta el día en que debía realizarse o retribuirse. Era un ritual que tenía mucho de ceremonia y de simulación. Nadie, por ejemplo, debía ser sorprendido realizando trabajo alguno. En las familias distinguidas, se debía fingir que las damas de la casa nunca hacían nada serio o útil después de la cena; se suponía que la tarde debía dedicarse a pasear, a hacer visitas o bien a frivolidades elegantes en el hogar. Por lo tanto, si en ese momento las niñas se hallaban ocupadas con cualquier labor de utilidad la ocultaban rápidamente bajo el sillón y fingían estar leyendo un libro, pintando, tejiendo o entregadas a una conversación natural y mundana. No he logrado explicarme por qué debían llevar a cabo esta elaborada simulación, ya que todo el mundo sabía que todas las niñas del lugar estaban siempre haciendo algún trabajo, remendando, cortando, hilvanando, reforzando, adornando, preparando dobladillos o dándose maña para estar siempre ocupadas. ¿Cómo suponen ustedes que hicieron las hijas del procurador para brindar un espectáculo tan delicado el domingo si no se las ingeniaron lo suficiente para realizar todo ellas mismas? Por supuesto, todos lo sabían, y no comprendemos ahora por qué no habrían de admitirlo las damas espontáneamente. Quizá fuera una especie de sospecha, una débil esperanza o bien el sueño descabellado de que una reputación de delicada inutilidad les permitiría cruzar las fronteras en el baile del condado y mezclarse con su gente.6

Debería ser evidente que, si bien es probable que las personas obligadas a aparentar que trabajan y las obligadas a aparentar que no trabajan se encuentren en orillas opuestas, deben, sin embargo, adaptarse al mismo lado del escenario.

Se señaló anteriormente que, cuando la actividad de alguien tiene lugar en presencia de otras personas, algunos aspectos de la acción son acentuados de manera expresiva, mientras que otros, capaces de desvirtuar la impresión suscitada, son suprimidos. Es evidente que los hechos acentuados hacen su aparición en lo que he llamado la región anterior; también debería ser igualmente clara la posibilidad de que exista otra región —una «región posterior» (back región) o «trasfondo escénico» (backstage)— en la cual hacen su aparición los elementos suprimidos.

Una región posterior o trasfondo escénico puede definirse como un lugar, relativo a una actuación determinada, en el cual la impresión fomentada por la actuación es contradicha a sabiendas como algo natural. Existen, por supuesto, muchas funciones características de tales lugares. Es aquí donde ]a capacidad de una actuación para expresar algo más allá de sí misma puede ser cuidadosamente elaborada; es aquí donde las ilusiones y las impresiones son abiertamente proyectadas. Aquí la utilería y los detalles de la fachada personal pueden ser almacenados en una especie de acumulación compacta de repertorios completos de acciones y caracteres.7 Aquí diversas clases de equipo ceremonial, tales como diferentes tipos de bebidas o vestimentas, pueden ser ocultadas de tal forma que el auditorio no podrá comparar el trato que se le dispensa con el trato de que podría ser objeto. Aquí, aparatos tales como el teléfono se encuentran secuestrados, de forma que pueden ser utilizados «en privado». Aquí, los trajes y otras partes de la fachada personal pueden ser arreglados e inspeccionados en busca de defectos. Aquí, el equipo puede examinar su actuación, controlando sus expresiones ofensivas en ausencia del auditorio, que resultaría afrentado por ellas; aquí, los miembros más «flojos» del equipo, aquellos que son expresivamente ineptos, pueden ser aleccionados o excluidos de la representación.

Aquí, el actuante puede descansar, quitarse la máscara, abandonar el texto de su parte y dejar a un lado su personaje. Símone de Beauvoir nos da una imagen bastante vivida de esta actividad entre bastidores al describir situaciones en las cuales el auditorio masculino se encuentra ausente.

Lo que da valor a tales relaciones es la verdad que suponen. En presencia del hombre la mujer siempre representa, pues miente al fingir que se acepta como el otro esencial, y miente al crear delante de él un personaje imaginario mediante mímicas, indumentos y palabras estudiadas. Esa comedia reclama una actitud de constante tensión, y al lado de su marido o amante toda mujer piensa, más o menos: «No soy yo misma». El mundo macho es duro, tiene aristas tajantes, y sus voces son demasiado sonoras, sus luces demasiado crudas y sus contactos demasiado rudos. Al lado de las otras mujeres la mujer se encuentra detrás del decorado; bruñe sus armas y no combate, y armoniza su ropa, inventa su maquillaje y prepara sus ardides, mientras se pasea en pantuflas y batón entre bastidores antes de salir a escena. Le gusta esa atmósfera tibia, suave y reposada .. . Para muchas mujeres, esta intimidad cálida y frívola es más cara que la seria pompa de la relación con los hombres.8

Es muy común que la región posterior de una representación se encuentre en un extremo del lugar donde se lleva a cabo esta, quedando separada de ella por medio de una mampara y un pasillo vigilado. Este tipo de comunicación entre las regiones anterior y posterior permite que un actuante que se halla en la primera pueda recibir ayuda desde el trasfondo mientras la representación sigue su curso; al mismo tiempo, puede interrumpir momentáneamente su actuación para descansar unos momentos. En general, la región posterior constituirá, naturalmente, el lugar en el cual el actuante puede confiar en que ningún miembro del auditorio se entrometa. Ya que los secretos vitales del espectáculo son visibles desde el trasfondo escénico y que mientras permanecen allí los actuantes abandonan sus personajes, cabe esperar que el paso desde la región anterior a la posterior ha de permanecer cerrado para los miembros del auditorio, o que la totalidad de la región posterior ha de permanecer oculta para ellos. Esta es una técnica de manejo de las impresiones muy difundida, y requiere un análisis más detallado. Evidentemente, el control del trasfondo escénico desempeña un papel significativo en el proceso de «control de trabajo», por medio del cual los individuos intentan evadirse de las exigencias deterministas que les rodean. Si el obrero de una fábrica logra dar la impresión de que trabaja intensamente todo el día, debe entonces tener un lugar seguro donde pueda ocultar la treta que le permite llevar a cabo un día de trabajo con un esfuerzo menor que el requerido.9 Si los deudos han de recibir la impresión de que el muerto se halla realmente sumido en un sueño profundo y tranquilo, entonces el encargado de la compañía de pompas fúnebres debe lograr que los deudos permanezcan fuera del recinto donde los cadáveres son limpiados, rellenados y maquillados para su actuación final.10 Si el personal de un hospital para enfermos mentales debe lograr que quienes visitan a sus allegados reciban una opinión favorable del establecimiento, será entonces importante impedir a los visitantes el acceso a las salas, en especial a las destinadas a enfermos crónicos, limitando su estadía a salas especiales de visitas, donde será factible disponer de un mobiliario agradable y asegurarse de que todos los pacientes presentes se hallen bien vestidos, limpios, bien cuidados y se comporten con relativa corrección. De igual forma, en muchos talleres de compostura se pide al cliente que deje el objeto que necesita ser reparado y que se retire para que el comerciante pueda trabajar en privado. Cuando el cliente regresa por su automóvil —o su reloj, sus pantalones o su radio—, este le es presentado en perfecto estado de funcionamiento, lo cual oculta incidentalmente la cantidad y la clase de trabajo que debió realizarse, el número de errores en que se incurrió antes de componerlo y otros detalles que el cliente debería conocer antes de juzgar si la cuenta que se le presenta es o no razonable.

El personal de ciertos servicios públicos da por sentado con tanta frecuencia el derecho de mantener al auditorio alejado de la región posterior que la atención se dirige más hacia los casos en los que esta estrategia común no puede aplicarse que hacia aquellos en los que puede hacerse. Por ejemplo en este sentido, el encargado de una estación de servicia norteamericana tiene muchos problemas.11 Si es necesaria una reparación, a menudo los clientes se niegan a dejar el auto durante la noche o todo el día, bajo el cuidado del establecimiento, como harían de haber llevado su auto a un garaje. Más aún, cuando un mecánico hace reparaciones o ajustes, los clientes piensan con frecuencia que tienen derecho a observarlo mientras realiza su tarea. Si se suministra un servicio ilusorio y se cobra por él, este debe suministrarse, por lo tanto, ante la misma persona a quien se le ha de cobrar. En realidad, los clientes no solo hacen caso omiso del derecho del personal de la estación de servicio a poseer su propia región posterior, sino que con frecuencia también definen a toda la estación como una especie de ciudad abierta para hombres, como un lugar donde un individuo corre el riesgo de ensuciarse la ropa, y por lo tanto tiene derecho a exigir todas las prerrogativas propias del trasfondo escénico. Los automovilistas del sexo masculino merodearán por todos lados, con el sombrero echado hacia atrás, escupirán, maldecirán y pedirán servicios y asesoramiento turístico gratuitos. Se introducirán por la fuerza para hacer libre uso del baño, de las herramientas de la estación, del teléfono de la oficina, o para buscar sus propios implementos en el taller.12 Para evitar las luces de tránsito los automovilistas utilizarán la estación de servicio como alujo, olvidando los derechos de propiedad del dueño.

El hotel Shetland nos proporciona otro ejemplo de los pro-Memas que enfrentan los empleados cuando existe un control insuficiente de su trasfondo escénico. En la cocina del hotel, donde se preparaba la comida a los huéspedes y donde comía y pasaba el día el personal, tendía a prevalecer la cultura rural. Será de utilidad indicar aquí algunos detalles de esta cultura.

En la cocina prevalecían las pautas de índole rural en las relaciones patrón-empleado. El nombre de pila era utilizado recíprocamente, aunque el lavacopas era un muchacho de catorce años y el propietario tenía más de treinta. El matrimonio propietario y los empleados comían juntos, participando en forma relativamente igualitaria de las pequeñas charlas y chismes de sobremesa. Cuando los dueños daban alguna fiesta informal en la cocina para sus amigos y numerosos parientes, los empleados del hotel participaban de ella. Esta muestra de intimidad e igualdad entre la administración y los empleados era incompatible con la apariencia que brindaban ambos elementos del personal en presencia de los huéspedes y con las nociones de estos últimos «cerca de la distancia social que es necesario conservar entre el encargado a quien se dirigieron cuando arreglaron los detalles de su estadía y los porteros y mucamas que subieron el equipaje, lustraron todas las noches los zapatos de los huéspedes y vaciaron sus escupideras. Asimismo, en la cocina del hotel se empleaban pautas de alimentación isleñas. La carne, cuando la había, tendía a hervirse. El pescado, comido con frecuencia, era generalmente hervido o sazonado; las papas, un elemento inevitable en la comida principal, eran casi siempre hervidas sin pelar y comidas según la costumbre insular: cada comensal toma una con la mano de la fuente central, la pincha con su tenedor y la pela con el cuchillo, disponiendo la cáscara en una pila ordenada junto a su plato, para ser retirada con el tenedor una vez terminada la comida. Se utilizaba un hule para cubrir la mesa. Casi todas las comidas eran precedidas por un bol de sopa, y en lugar de platos toda la comida solía servirse en tazones. (Esta costumbre resultaba práctica, ya que de todos modos la comida era hervida.) Los cuchillos y tenedores se tomaban a menudo con el puño cerrado, y el té se servía en tazas sin plato. Si bien la dieta isleña parecía adecuada en muchos casos y los modales en la mesa podían ser actuados con gran delicadeza y circunspección -—y con frecuencia lo eran—, los lugareños comprendían bien que todo el conjunto de su comportamiento en las comidas no solo difería del de las pautas británicas de la clase media sino que, de alguna manera, las transgredía. Probablemente la diferencia de pautas se hacía más visible cuando los platos que se servía a los huéspedes eran también servidos en la cocina. (Esto no era excepcional, y no era aún más común porque el personal prefería a menudo la comida insular a la que se servía a los huéspedes.) En tales circunstancias, la parte de los alimentos destinada a la cocina era preparada y servida a la manera insular, dando menos importancia a los trozos y rodajas individuales que al método común para servirse. Con frecuencia se servían los restos de un cuarto de carne o los trozos desmigajados de diversas tortas, es decir la misma comida que se presentaba en el comedor de los huéspedes, pero en una forma ligeramente variada, aunque no ofensiva para las pautas insulares. Y si un budín hecho con pan duro y torta no satisfacía los gustos de los huéspedes, se lo comía en la cocina.

Las vestimentas y actitudes rurales también tendían a aparecer en la cocina del hotel. Así, el propietario seguía a veces las costumbres locales y se dejaba el sombrero puesto; los jóvenes lavacopas utilizaban el balde para el carbón como blanco para su bien apuntada expulsión de mocos, y las mujeres del personal descansaban con las piernas levantadas en posiciones poco femeninas.

Junto a estas diferencias debidas a la cultura, había otras fuentes de discrepancia entre los hábitos de la cocina y los del salón del hotel, ya que muchas normas de servicio que se demostraban o sobreentendían en el área de los huéspedes, no contaban con una completa adhesión en la cocina. A veces, en el sector de la cocina correspondiente a las piletas se formaba moho en la sopa que aún no se había consumido. Sobre el horno de la cocina los calcetines se secaban punto a la pava humeante, según la costumbre de la isla. Cuando los huéspedes pedían té recién hecho, la infusión se lucía en un jarro en cuyo fondo se incrustaban hojas de té viejas de varias semanas. Los arenques frescos se limpiaban haciéndoles un corte y raspando el interior con papel de diario. Los trozos de manteca blandos e informes, parcialmente consumidos durante su permanencia en el salón comedor, eran vueltos a arrollar para que se viesen frescos, y puestos otra vez en servicio. Los budines más vistosos, demasiado buenos para el consumo de la cocina, eran probados agresivamente con el dedo antes de partir hacia la mesa de los huéspedes. Durante el ajetreo de la hora de las comidas, los vasos usados eran a veces vaciados y secados en lugar de volver a ser lavados, para poder así ponerlos rápidamente en circulación una vez más.13

Dadas, pues, las distintas formas en las cuales la actividad en la cocina contradecía la impresión fomentada en la parte del hotel destinada a los huéspedes, podemos comprender por qué las puertas que conducían de la cocina a otras partes del hotel constituían un lugar de constante preocupación en la organización del trabajo. Las mucamas querían que las puertas permanecieran abiertas para que les resultara más fácil ir y venir con las bandejas, para informarse si los clientes estaban ya listos para recibir el servicio que se les brindaría y para mantener el mayor contacto posible con las personas para las cuales estaban trabajando, para enterarse de sus asuntos. Ya que las mucamas desempeñaban ante los huéspedes un papel de sirvientas, sabían que no tenían mucho que perder al ser observadas en su propio medio por los clientes, que echaban un vistazo hacia la cocina cuando pasaban frente a sus puertas abiertas. Por otra parte, los propietarios querían que las puertas permanecieran cerradas para que el papel de clase media que les atribuían los huéspedes no fuera desacreditado al revelarse su conducta en la cocina. Casi no transcurría un día sin que esas puertas fuesen airadamente cerradas o abiertas. Una puerta vaivén del tipo empleado en los restaurantes modernos habría aportado una solución parcial a este problema escénico. Una pequeña ventana de vidrio en las puertas, que pudiera utilizarse para espiar —un recurso escénico empleado en muchos pequeños negocios— habría sido también de utilidad. Otro ejemplo interesante de las dificultades del trasfondo escénico es el que se relaciona con el trabajo de radiodifusión y televisión. En estos casos, las regiones posteriores tienden a ser definidas como todo lugar no enfocado por la cámara o fuera del alcance de los micrófonos «activos». Así, un anunciador puede sostener el producto del patrocinador a la altura de su brazo, frente a la cámara, mientras que, estando su cara fuera del cuadro, puede taparse la nariz y hacer una mueca para bromear con sus compañeros de equipo. Los profesionales, naturalmente, relatan muchos ejemplos en los cuales muchas personas que creían estar en el trasfondo escénico se hallaban, de hecho, en el aire, y de cómo esta conducta propia del trasfondo escénico desvirtuó la definición de la situación que estaba en el aire. Por razones técnicas, entonces, los tabiques que las emisoras poseen para que el personal se oculte tras ellos pueden llegar a ser muy traicioneros; es frecuente que caigan debido a un tirón de un interruptor o a un movimiento de la cámara. Los artistas de las emisoras deben convivir con estas contingencias escenográficas.

Un caso algo semejante acerca de las dificultades especiales del trasfondo escénico es el que se refiere a la arquitectura de algunos proyectos de edificación corrientes.

Como las paredes son en realidad delgadas pueden separar las viviendas solo visualmente y permitir que la actividad del frente y del trasfondo escénico de una unidad se escuche en la casa vecina. Los investigadores británicos emplean la expresión «pared medianera», y describen así sus consecuencias:

Los residentes conocen muchos ruidos «vecinos», que van desde el alboroto de las fiestas de cumpleaños hasta los sonidos de la rutina diaria. Los informantes mencionan la radio, el llanto de los bebés por la noche, toses, el ruido de zapatos arrojados al suelo a la hora de acostarse, niños que corren por las escaleras o por el piso de sus dormitorios, pianos aporreados y risas o conversaciones en voz alta. Los indicios recogidos por los vecinos acerca de la alcoba conyugal pueden ser ofensivos:

«Usted puede escuchar hasta cuando utilizan la escupidera; así es de malo. Es terrible»; o molestos: «Los oí reñir en la cama. Uno quería leer y el otro dormir. Es molesto escuchar ruidos en la cama; por eso la cambié de ubicación» (...) «Me gusta leer en la cama y tengo un oído muy fino, de manera que me molesta oírlos hablar»; o bien algo inhibitorios: «A veces usted puede oírles decir cosas más bien privadas, como por ejemplo un hombre que le dice a su mujer que sus pies están fríos. Eso le hace pensar que usted tiene que hablar de cosas privadas en un susurro», y: «Hace que usted se sienta algo inhibido, como si por la noche debiera caminar en puntas de pie en su dormitorio».14

Aquí, vecinos que pueden conocerse muy poco se encuentran en la situación embarazosa de saber que cada cual sabe demasiado acerca del otro.

Un último ejemplo de las dificultades del trasfondo escénico puede ser el caso de una persona eminente. Ciertas personas llegan a ser tan reverenciadas que la única aparición adecuada es aquella en la que se presentan en medio de comitivas y ceremonias; cabe pensar que es inadecuado que se expongan ante los demás dentro de cualquier otro contexto, así como que tales apariciones informales son capaces de desacreditar los atributos mágicos con que se los reviste. Por lo tanto, debe prohibirse la presencia de miembros del auditorio en los lugares en que es factible que descanse la persona a quien se exalta; y si el lugar de descanso es muy grande, como sucedía con los emperadores chinos en el siglo diecinueve, o si existen dudas acerca de dónde se encuentra el personaje, los problemas originados por la violación de los límites adquieren proporciones considerables. Así, la reina Victoria implantó la norma de que quien la viera aproximarse guiando su pequeño sulky por los predios del palacio debía volver la cabeza o caminar en otra dirección; en consecuencia, grandes estadistas debían a veces sacrificar su propia dignidad y correr tras los arbustos cuando la reina se acercaba sorpresivamente.15

Si bien algunos de estos ejemplos sobre las dificultades de la región posterior son extremos, parecería que en el estudio de toda institución social aparecen siempre problemas asociados al control del trasfondo escénico. Las regiones de trabajo y recreación representan dos áreas para dicho control. Otra área puede proponerse debido a la muy difundida tendencia de nuestra sociedad a otorgar a los actuantes el control sobre el lugar al que acuden para las necesidades biológicas, como suele denominárselas. En nuestra sociedad, la defecación compromete al individuo en una actividad incompatible con las pautas de pulcritud y pureza expresadas en muchas de nuestras acciones. Tal actividad también significa para el individuo un desarreglo de su vestimenta y el «salirse de la representación», es decir, quitarse del rostro la máscara expresiva que utiliza en sus interacciones cara a cara. Al mismo tiempo, se volvería difícil para él recomponer su fachada personal si surgiera repentinamente la necesidad de restablecer la interacción. Esta es, quizá, la razón por la cual las puertas de los baños en nuestra sociedad tienen cerradura. Cuando un individuo está dormido en su cama, se encuentra también inmovilizado, para decirlo expresivamente, y puede no lograr colocarse en una posición adecuada para la interacción o no adquirir una expresión sociable en su rostro hasta después de un rato de ser despertado, lo cual nos explica la tendencia a separar el dormitorio del sector activo de la casa. La utilidad de este aislamiento está reforzada por el hecho de que es probable que la actividad sexual tenga lugar en los dormitorios, siendo este un tipo de interacción que también impide a los protagonistas participar inmediatamente en otra interacción. Uno de los momentos en que resulta más interesante observar el manejo de las expresiones es aquel en que un actuante deja la región posterior y penetra en el lugar donde se en- cuentra el auditorio, o cuando regresa de allí, ya que en esas circunstancias podemos constatar asombrosas adopciones y abandonos de papeles. Refiriéndose a los mozos desde el punto de vista «de trasfondo» de los lavacopas, Orwell nos da el siguiente ejemplo:

Es un espectáculo instructivo observar a un mozo en el momento de entrar al comedor de un hotel. Tan pronto ' como atraviesa la puerta, experimenta un cambio repentino. El porte de sus hombros se altera; todo el desaliño, la premura y la irritación desaparecen al instante. Se desliza | sobre la alfombra con el aire solemne de un prelado. Recuerdo a nuestro maitre de hotel auxiliar, un fogoso italiano, empujando la puerta del comedor para dirigirse a su aprendiz que había roto una botella de vino.

Vociferaba, agitando el puño sobre su cabeza (afortunadamente, la puerta era más o menos antiacústica).

«Tu me jais ... ¿Te consideras un mozo, tú, mocoso bastardo? ¡Tú, un mozo! ¡No sirves para fregar los pisos del burdel de donde salió tu madre! ¡Maquereau!» Faltándole las palabras, se volvió hacia la puerta y, mientras la abría, profirió un último insulto a la manera del hacendado Western en Tom Jones.

Después entró al comedor y, fuente en mano, lo atravesó con la gracia de un cisne. Diez segundos más tarde se inclinaba reverentemente ante un cliente. Y viéndole inclinarse y sonreír, empleando esa sonrisa afable del mozo experimentado, resultaba imposible dejar de pensar que el cliente debía sentirse avergonzado de que lo sirviera semejante aristócrata.16

Otro ejemplo lo proporciona un observador participante inglés «de posiciones inferiores»:

La mencionada criada —me enteré de que su nombre era Addie— y las dos camareras se estaban comportando como personajes de una obra teatral. Entraban rápidamente en la cocina como si descendieran desde el escenario hacia los bastidores, con las bandejas en alto y una expresión de tensa arrogancia aún presente en sus rostros; durante el frenesí de la preparación de las nuevas fuentes hacían un descanso momentáneo, y luego volvían a salir, con el rostro ya listo para la próxima aparición. El cocinero y yo permanecíamos como los asistentes de teatro en medio de los escombros y, como si hubiésemos tenido una vislumbre de otro mundo, poco faltaba para que escuchásemos los aplausos del auditorio invisible.17

La disminución del servicio doméstico obligó al ama de casa de clase media a adoptar una serie de cambios rápidos, análogos a los descriptos por Orwell. Al servir una cena a sus amigos debe realizar el trabajo sucio de la cocina, de forma tal que representa una y otra vez los papeles de doméstica y anfitriona, alternando su actividad, su conducta y su humor cuando entra y sale del comedor. Los libros sobre etiqueta proporcionan consejos útiles para facilitar tales cambios, indicando que si la anfitriona debe retirarse a la región posterior durante un período prolongado —cuando, por ejemplo, debe hacer las camas— se salvarán las apariencias si el anfitrión lleva a los huéspedes a dar un pequeño paseo por el jardín.

La línea divisoria entre las regiones anterior y posterior se halla ejemplificada en toda nuestra sociedad. Como se ha indicado, en todos los hogares, excepto los de clases inferiores, el baño y el dormitorio son lugares separados del auditorio que se halla en la planta baja. Las personas que en estos cuartos se lavan, visten y maquillan pueden presentarse a sus amigos en otros. En la cocina, naturalmente, se realiza con la comida lo que en el baño y el dormitorio con el cuerpo humano. De hecho, lo que distingue al sistema de vida de la clase media del de la clase baja es la presencia de estos recursos escénicos. Pero en todas las clases de nuestra sociedad existe la tendencia a establecer una división entre la fachada y el fondo de las casas. La fachada tiende a estar relativamente bien decorada, pintada y limpia; la parte posterior es relativamente poco atractiva. Por lo tanto, los que desde el punto de vista social son considerados adultos entran por el frente, mientras que, con frecuencia, los que, siguiendo el mismo punto de vista, son considerados inmaduros —sirvientes, repartidores y niños—, lo hacen por el fondo.

Al mismo tiempo que nos hallamos familiarizados con la disposición escénica interior y exterior de una residencia, sabemos menos acerca de otras distribuciones escénicas. En los barrios residenciales norteamericanos, los niños de ocho a catorce años y otras personas profanas estiman que las entradas a veredas y pasillos posteriores conducen a alguna parte y que están allí para ser utilizadas; ellos tienen una vivencia muy intensa de estas entradas, que ha de desaparecer al transformarse en adultos. De igual forma, los porteros y las mujeres encargadas de la limpieza perciben claramente las pequeñas puertas que conducen a las regiones posteriores de los edificios comerciales, y están íntimamente familiarizados con el sistema oculto de transporte de los materiales sucios de limpieza, de grandes piezas de utilería y de sí mismos. Existe una disposición similar en las tiendas comerciales, donde los lugares «tras el mostrador» y el depósito hacen las veces de región posterior. Dados los valores de una sociedad particular, es evidente que el carácter «de trasfondo» de determinados lugares se forma en ellos de manera material y que, en relación con áreas adyacentes, estos lugares son inevitablemente regiones posteriores. En nuestra sociedad, el arte del decorador es el que les imprime estas características, adjudicando colores oscuros y ladrillos desnudos a las partes de servicio de los edificios, y revoque blanco a las fachadas. Elementos accesorios fijos agregan permanencia a esta división. Los empleadores completan la armonía contratando a personas de apariencia indeseable para el trabajo en la región posterior y ubicando en las regiones anteriores a personas que «causan una buena impresión». Las reservas de trabajo de tipo no espectacular pueden utilizarse no solamente como actividad que debe ser ocultada al público sino también como actividad que puede ser ocultada, pero que no necesita serlo. Como lo señaló Everett Hughes,18 los empleados negros pueden obtener más fácilmente una posición elevada en las fábricas norteamericanas si, como es el caso de los químicos, pueden aislarse de las principales áreas de operación fabriles. (Todo esto implica un tipo de distribución ecológica muy conocida, pero poco estudiada.) Y con frecuencia se supone que aquellos que trabajan entre bastidores desarrollarán pautas técnicas, mientras que quienes lo hacen en la región anterior han de adquirir pautas expresivas. La decoración e instalaciones permanentes de un lugar en el cual se desarrolla generalmente una determinada actuación, así como los actuantes y la acción que allí solemos encontrar, tienden a imprimir en él una especie de hechizo; aun cuando la actuación habitual no se lleve a cabo allí, el lugar tiende a retener algo del carácter de su región anterior. Es así como una catedral o un aula conservan algo de su atmósfera aun cuando solo se hallen presentes los albañiles; y aunque estos no se comporten de manera reverente durante su tarea, su irreverencia tenderá a ser de índole estructurada, orientada específicamente hacia lo que en cierta forma deberían experimentar, aunque ello no ocurra. De igual forma, un lugar determinado puede llegar a estar tan identificado como un escondite en el cual no es necesario respetar ciertas normas, que su identidad queda determinada como región posterior. Los pabellones de caza y los vestuarios de las instituciones sociales deportivas pueden servir de ejemplos. También los lugares de veraneo parecen asegurar cierta tolerancia respecto de la fachada, permitiendo que personas convencionales en otros aspectos utilicen en la vía pública una vestimenta con la cual, en circunstancias corrientes, no se atreverían a presentarse ante extraños. De igual forma, pueden encontrarse guaridas criminales, e incluso barrios de criminales, donde el hecho de ser «legítimo» no necesita ser demostrado. Se dice que un ejemplo interesante de lo anterior tuvo lugar en París:

En el siglo diecisiete, por lo tanto, para transformarse en un consumado «argotier» no solo era imprescindible pedir limosna como un simple mendigo, sino también poseer la destreza del carterista y del ladrón. Estas artes debían adquirirse en los lugares que constituían los puntos de reunión habituales de la escoria misma de la sociedad y que se conocían en general como cours des miracles. Si hemos de creer a un autor de principios del siglo diecisiete, estas casas, o más bien guaridas, eran llamadas así «porque los bribones (...) y otros, quienes durante todo el día habían sido lisiados, contrahechos, hidrópicos y víctimas de toda clase de dolencias físicas, llegan a la casa por la noche trayendo bajo el brazo un lomo, un cuarto de ternera o una pierna de cordero, sin olvidar de colgar una botella de vino de sus cintos, y al entrar al lugar de reunión arrojan a un lado sus muletas, recuperan su apariencia saludable y vigorosa y, a imitación de las antiguas bacanales, bailan toda clase de danzas con sus trofeos en la mano, mientras el posadero prepara su cena. ¿Puede existir un milagro más grande que el que se presencia en este recinto, donde los lisiados caminan erguidos?».19

En regiones posteriores de esta índole, el hecho mismo de que un efecto importante no sea contrarrestado por la tendencia a crear una atmósfera propicia para la interacción, lleva a quienes allí se encuentran a comportarse familiarmente los unos con los otros, en todos los aspectos Sin embargo, aun cuando existe la tendencia de identificar una región como la región anterior o posterior de una actuación con la cual está generalmente asociada, existen muchas regiones que funcionan, en un determinado momento y en un cierto sentido, como región anterior, y, en otro momento y otro sentido, como región posterior. Así, la oficina privada de un ejecutivo es, por cierto, la región anterior en la cual su posición en la organización se expresa en forma señalada por medio de la calidad de sus muebles de oficina. Y, no obstante, es aquí donde puede quitarse el saco, aflojarse el nudo de la corbata, tener a mano una botella de alcohol y comportarse familiar, y aun ruidosamente, con ejecutivos de su propio nivel.20 De igual forma, una organización empresarial que utiliza un papel elegantemente rotulado para su correspondencia con personas ajenas a la firma, puede seguir las siguientes directivas:

El papel para la correspondencia interna se empleará de acuerdo con un concepto de
economía, más que de etiqueta. Papel barato, de color, mimeografiado o impreso — cualquier cosa sirve cuando «se está en familia»—.21

Sin embargo, el mismo tipo de directiva indicará ciertos límites para la siguiente situación del trasfondo escénico:

El uso de memorandos con rótulos personales, generalmente destinados a notas en borrador dentro de la misma oficina, también puede ser útil, y su empleo permitido. Advertencia: los subalternos no deberán pedir por su cuenta los mencionados anotadores, aun cuando resulte más cómodo. Así como una alfombra en el piso y un nombre en la puerta, los memorandos personales constituyen un símbolo de jerarquía en algunas oficinas.22

De igual forma, un domingo por la mañana, toda una familia puede utilizar la pared alrededor de su vivienda para ocultar una cómoda negligencia en el vestir y la conducta urbana, extendiendo a todos los cuartos la informalidad que generalmente se reserva para la cocina y los dormitorios. De la misma manera, por las tardes, en los barrios de clase media norteamericanos, el límite entre el área de juego de los niños y el hogar puede ser definido como trasfondo escénico por las madres, quienes lo atraviesan en pantalones, zapatos de entrecasa y un mínimo de maquillaje, y un cigarrillo bailando en los labios, mientras empujan el cochecito de sus bebés y charlan con sus vecinas. También en los quartiers de las clases trabajadoras de París, por la mañana temprano, las mujeres piensan que tienen derecho a extender el trasfondo escénico hasta el círculo de negocios vecinos y salen taconeando en busca de leche y pan fresco, usando pantuflas y salto de cama, una redecilla en el cabello y sin maquillar. En las más importantes ciudades norteamericanas verificamos que las modelos, vistiendo la ropa con la cual han de ser fotografiadas, avanzan por las calles más convencionales, cuidando de proteger el traje que visten, olvidadas en parte de quienes las rodean; con la caja del sombrero en la mano y una red protegiendo su peinado, no adoptan esta actitud para crear un efecto sino para evitar desaliñarse durante el trayecto hasta el grupo de edificios que les servirá de telón de fondo y ante el cual comenzará su actuación real: la que será fotografiada. Y, naturalmente, una región establecida por completo como región anterior para la actividad regular de una rutina determinada, con frecuencia funciona como región posterior, antes y después de cada actuación, ya que en esos momentos el decorado estable puede necesitar reparaciones, restauraciones y reacomodación, o bien los actuantes pueden ensayar con los trajes. Para ver esto, tan solo necesitamos echar una ojeada a un restaurante, una tienda o una casa, unos minutos antes de que dichos establecimientos comiencen para nosotros su actividad diaria. En general, debe entonces tenerse en cuenta que, al hablar de regiones anteriores y posteriores, lo hacemos desde el punto de vista de una actuación particular y hablamos de la función que el lugar desempeña en ese momento para la actuación establecida.

Ya hemos señalado que las personas que cooperan en el montaje de la misma representación de equipo tienden a comportarse recíprocamente en forma familiar. Esta familiaridad suele expresarse solamente cuando el auditorio no está presente, ya que comunica una impresión de «uno y el compañero de equipo» que es en principio incompatible con la que transmite al respecto a un auditorio. Como por lo general las regiones posteriores están separadas de los miembros del auditorio, es allí donde podemos suponer que la familiaridad recíproca determine el carácter de la relación social. Análogamente, es en la región anterior donde podemos esperar el predominio de un carácter formal. En toda la sociedad occidental se tiende a un lenguaje ex- presivo informal o de trasfondo escénico, y otro tipo de lenguaje expresivo para las ocasiones en que se está realizando una actuación. El lenguaje de trasfondo incluye llamarse recíprocamente por el nombre de pila, la cooperación en las decisiones por tomar, irreverencias y observaciones desembozadas sobre temas sexuales, efusivos apretones de mano, fumar, vestimenta tosca e informal, adopción de posturas descuidadas para sentarse o pararse, empleo de dialectos o lenguaje no convencional, cuchicheos y gritos, agresividad chistosa y bromas, desconsideración hacia el otro (expresada en actos menores, pero potencialmente simbólicos), actividades físicas individuales de poca importancia, como tararear, silbar, masticar, mordisquear, eructos y flatulencias. El lenguaje expresivo de la región anterior puede considerarse como la ausencia (y en cierto sentido lo opuesto) de todo esto. Por lo tanto, la conducta del trasfondo es tal, en general, que permite acciones de menor importancia, que pueden ser consideradas con facilidad como símbolos de familiaridad e irrespetuosidad hacia las personas presentes y hacia la región, mientras que la conducta de la región anterior no permite semejante comportamiento, potencialmente ofensivo. Puede advertirse aquí que la conducta del trasfondo es lo que los psicólogos podrían llamar un carácter «regresivo». El problema está, naturalmente, en saber si un trasfondo escénico proporciona al individuo la ocasión de hacer una regresión, o si la regresión, en sentido clínico, es la conducta del trasfondo evocada en momentos inoportunos, por motivaciones que no son socialmente aceptadas.

Al evocar el estilo de un trasfondo escénico, el individuo puede transformar cualquier región en esta última. Es así como vemos que en muchas instituciones sociales los actuantes se apropian de un sector de la región anterior y, comportándose allí de manera familiar, la separan simbólicamente del resto de la región. Por ejemplo, en algunos restaurantes norteamericanos, especialmente los llamados «cafeterías», el personal se reúne para conversar en el reservado que se halla más lejos de la puerta de entrada o más cerca de la cocina, comportándose allí como si estuviera en el trasfondo escénico, por lo menos en algunos aspectos. Análogamente, en los vuelos nocturnos en que viajan pocos pasajeros, después de haber realizado sus obligaciones iniciales, las azafatas pueden instalarse en el último asiento, cambiar su calzado reglamentario por pantuflas, encender un cigarrillo y crear allí un silencioso lugar de descanso, fuera de rutina, extendiéndolo a veces hasta incluir en él a uno o dos de los pasajeros más cercanos. Aún más importante es señalar que no debemos esperar que las situaciones concretas nos proporcionen ejemplos puros de conductas informales o formales, aun cuando existe la tendencia a desplazar la definición de la situación en alguna de estas dos direcciones. No hallaremos estos casos puros porque los que son compañeros de equipo en un espectáculo han de ser, en alguna medida, actuantes y auditorio en otro, y los actuantes y el auditorio en un espectáculo han de ser, en cierta forma y por leve que esta sea, compañeros de equipo con respecto a otro espectáculo. Es así como en una situación concreta podemos esperar el predominio de uno u otro estilo, con algunos sentimientos de culpa o duda con respecto al equilibrio o combinación real entre las dos formas.

Querría poner de relieve el hecho de que la actividad en una situación concreta es siempre un compromiso entre los estilos formales y los informales. Se mencionan, pues, tres limitaciones comunes en la informalidad del trasfondo escénico. Primero: cuando el auditorio no se halla presente, es probable que cada miembro del equipo desee dar la impresión de que le pueden confiar los secretos del equipo y de que no ha de desempeñar mal su papel ante el auditorio. Si bien cada miembro del equipo deseará que el auditorio piense en él como en un personaje valioso, es probable que desee que sus compañeros lo consideren un protagonista leal y disciplinado. Segundo: existen con frecuencia entre bastidores momentos en los que los protagonistas deberán alentarse para mantener la moral y dar la impresión de que el espectáculo que está próximo a representarse va a resultar satisfactorio, o que el que acaba de representarse no resultó tan malo. Tercero: si el equipo incluye representantes de divisiones sociales fundamentales, tales como diferentes niveles de edad, distintos grupos étnicos, etc., entonces prevalecerán algunos límites discretos por sobre la libertad del trasfondo escénico. La división más importante aquí es, sin lugar a dudas, el sexo, ya que parece no existir sociedad alguna en la cual los miembros de los dos sexos, por más estrechamente que se hallen relacionados, no deban mantener ciertas apariencias los unos frente a los otros. En Estados Unidos, por ejemplo, sabemos lo siguiente acerca de los astilleros de la Costa Oeste:

En su trato corriente con las operarías, la mayoría de los hombres eran corteses e incluso galantes. Cuando las mujeres penetraban en los cascos o en las casillas más alejadas del astillero, los hombres retiraban amablemente sus exposiciones de desnudos y pornografía de las paredes y las confinaban a la oscuridad de la caja de herramientas. En señal de respeto por la presencia de las «damas», los modales mejoraban, los rostros aparecían afeitados más a menudo y el lenguaje bajaba de tono. El tabú contra las impropiedades del lenguaje que pudiera llegar a oídos de las mujeres era tan extremo que resultaba gracioso, en particular porque ellas mismas con frecuencia daban pruebas audibles de que las palabras prohibidas no les eran extrañas ni molestas. Aun así, a menudo he visto hombres que, habiendo empleado un lenguaje subido, daban mil excusas, se ruborizaban y bajaban súbitamente el tono de voz hasta el susurro al percatarse de la presencia femenina. En el compañerismo entre trabajadores y trabajadoras durante la hora del almuerzo, en cualquier charla casual durante un momento de descanso y en todo lo referente a los contactos sociales, aun en los alrededores no frecuentados del astillero, los hombres mantenían casi incólume el esquema de conducta que practicaban en sus hogares: el respeto por la honesta esposa y por la buena madre, la cordialidad circunspecta para con la hermana y aun el afecto protector para con la hija inexperta.23

Chesterfield hace una observación similar acerca de otra sociedad:

En una reunión heterogénea con sus iguales (ya que en toda reunión heterogénea todas las personas son hasta cierto punto iguales), se tolera una mayor naturalidad y libertad; pero también ella tiene sus límites dentro de la bienséance (decencia). Existe un respeto social necesario; usted puede comenzar modestamente su tema de conversación, teniendo la precaución, sin embargo, de ne jamáis parler de cardes dans la maison d'un pendu (de no mentar la cuerda en casa del ahorcado). Sus palabras, gestos y actitudes tienen un mayor campo de libertad, pero de ninguna manera ilimitado. Usted puede tener las manos en los bolsillos, aspirar rapé, sentarse, pararse y caminar de vez en cuando como guste; pero creo que no considerará usted muy bienséant silbar, ponerse el sombrero, aflojarse las ligas o las hebillas, recostarse sobre un canapé, o acostarse y revolcarse en un sillón. Estas son negligencias y libertades que solo podemos permitirnos cuando estamos completamente solos; son una injuria para nuestros superiores, insultantes y ofensivas para nuestros iguales, brutales y ultrajantes para nuestros inferiores.24

Los datos de Kinsey acerca de la magnitud del tabú de la desnudez entre marido y mujer, en particular en la vieja generación de la clase trabajadora norteamericana, documentan el mismo aspecto.25 El pudor, naturalmente, no constituye el único factor que opera en este caso. Es así como dos informantes de sexo femenino de la isla de Shetland afirmaron que después de casadas utilizarían siempre un camisón para dormir —y esto no por simple pudor, sino porque sus siluetas distaban mucho de lo que ellas consideraban como el ideal urbano moderno—. Podían nombrar a una o dos amigas que no necesitaban tomar estas precauciones; probablemente un rápido adelgazamiento haría disminuir también su propio pudor.

Al decir que los protagonistas actúan de una manera relativamente informal, familiar y descansada cuando se encuentran entre bastidores y que se mantienen alertas cuando ofrecen una actuación, no debe suponerse que los aspectos agradables e interpersonales de la vida —la cortesía, la afectuosidad, la generosidad y el placer de la compañía de los otros—• se reservan siempre para el trasfondo, y que la suspicacia, el esnobismo y las muestras de autoridad constituyen patrimonio de la actividad de la región anterior. Con frecuencia, parecería que reservamos nuestro entusiasmo e interés espontáneos para aquellos ante quienes debemos representar un papel, y que la prueba más fehaciente de solidaridad de trasfondo es juzgar lógico que se pueda caer en un estado de ánimo insociable, de irritabilidad sombría y muda.

Es interesante notar que, mientras que cada equipo estará en condiciones de apreciar los aspectos insípidos y «no actuados» de su propia conducta entre bastidores, no es probable que llegue a una conclusión similar acerca de los equipos con los cuales él mismo interactúa. Cuando los alumnos abandonan el aula para un recreo en el cual pueden actuar familiar y libremente, con frecuencia no llegan a percibir que sus maestros se retiran a una «habitación común», para maldecir y fumar, en un receso similar de conducta propia del trasfondo escénico. Sabemos, naturalmente, que un equipo constituido por un solo miembro puede llegar a tener una visión muy oscura de sí mismo y que no pocos psicoterapeutas hallan trabajo aliviando esta culpa, y ganan su sustento hablando a los sujetos acerca de los hechos en la vida de los demás. Tras esta comprensión de sí mismo y estas ilusiones acerca de los demás, se halla una de las dinámicas y frustraciones más importantes de la movilidad social, sea esta ascendente, descendente o lateral. Al intentar sustraerse al mundo bifronte de una conducta propia de la región anterior y otra propia de la posterior, los individuos pueden pensar que, en la nueva posición que intentan alcanzar, serán el personaje proyectado por las personas que ya se hallan en dicha posición y, no, simultáneamente, actuantes. Cuando la alcanzan, como es natural, se encuentran con que la nueva posición posee semejanzas imprevistas con la antigua; ambas implican la presentación de una fachada a un auditorio y los comprometen en los chismes y actividades turbias características del montaje de una escena. Se piensa a veces que la familiaridad grosera es un asunto meramente cultural, una característica, por así decirlo, de las clases trabajadoras, y que los de clase más elevada no se comportan de este modo. La cuestión está, naturalmente, en que las personas de posición superior tienden a actuar en pequeños grupos y a pasar la mayor parte del día ocupadas en actuaciones habladas, mientras que los hombres de la clase trabajadora tienden a formar parte de equipos numerosos y a pasar la mayor parte del día entre bastidores y en actuaciones no habladas. Así, cuanto más elevada sea nuestra ubicación en la pirámide de las posiciones, menor ha de ser el número de personas con las que podamos comportamos con familiaridad, menor el tiempo que pasemos detrás de las bambalinas y mayores las probabilidades de que se nos exija una conducta cortés y decorosa. Sin embargo, llegado el momento y con la compañía adecuada, los personajes más reverenciados actuarán, y se les exigirá que así lo hagan, de una manera muy vulgar. Pese a lo cual, por razones numéricas y estratégicas es más probable que sepamos que los trabajadores utilizan modales propios del trasfondo escénico y menos probable que advirtamos que los señores también lo utilizan. Un caso extremo que ilustra de manera interesante esta situación lo hallamos en los jefes de estado, quienes no poseen compañeros de equipo. A veces, estos individuos pueden valerse de un equipo de camaradas a quienes otorgan, por cortesía, la jerarquía de compañeros de tareas en los momentos de descanso, lo cual constituye un ejemplo de la función del «compañero inseparable», previamente considerada. Los caballeros de la corte desempeñan frecuen temente esta función, como lo ilustra la descripción que Ponsonby hace de la visita del rey Eduardo a la corte danesa, en 1904:

La cena se componía de varios platos y numerosos vinos y por lo general duraba una hora y media. Luego todos salíamos en fila del brazo hacia la sala, donde nuevamente el rey de Dinamarca y la familia real danesa recorrían en círculo la estancia. A las ocho nos retirábamos a nuestras habitaciones a fumar, pero, como el séquito danés nos acompañaba, la conversación se limitaba a preguntas corteses acerca de las costumbres de ambos países. A las nueve regresábamos a la sala, donde jugábamos a las cartas, por lo general al loo, sin hacer apuestas.

A las diez éramos misericordiosamente puestos en libertad y se nos permitía regresar a nuestras habitaciones. Aquellas tardes constituían una dura prueba para todos, pero el rey se comportaba como un ángel, jugando whist, bastante pasado de moda entonces, por pocos puntos. Después de una semana decidió, sin embargo, jugar al bridge, pero sólo después de que el rey de Dinamarca se hubiese retirado a dormir.

Nos sometíamos a la misma rutina hasta las diez, y entonces el príncipe Demidoff, de la embajada rusa, iba a los aposentos reales y jugaba al bridge con el rey, Seymour Fortescue y conmigo, por un elevado puntaje. Continuamos así hasta el término de la visita, y resultó un verdadero placer descansar de la rigidez de la corte danesa.26

Debe indicarse un último punto acerca de las relaciones propias del trasfondo escénico. Cuando decimos que las personas que cooperan en la presentación de una actuación pueden tratarse con familiaridad unas a otras en tanto no se hallen ante el auditorio, debemos admitir que podemos estar tan habituados a la actividad de nuestra propia región anterior (y a su carácter) que tal vez nos sea necesario manejar como una actuación incluso el momento de descanso. Cuando nos hallamos en el trasfondo escénico podemos estar obligados a actuar fuera del papel, de manera familiar. Lo que se consideraba un descanso puede llegar a implicar una pose mayor que la propia representación. En el presente capítulo he hablado de la utilidad del control del trasfondo escénico y de los problemas escénicos que¡ surgen cuando dicho control no puede ser ejercido. Desearía considerar ahora el problema de controlar el acceso a la región anterior, pero para ello será menester ampliar un poco el marco original de referencia. Hemos considerado dos tipos de regiones limitadas: las regiones anteriores, en las cuales se desarrolla o puede llegar a desarrollarse una actuación particular, y las regiones posteriores, donde tiene lugar una acción que se relaciona con la representación, pero que es incompatible con las apariencias por ella suscitadas. Parecería razonable agregar una tercera región, una región residual, es decir, todos los lugares excepto los dos ya identificados. Tal región podría llamarse «el exterior». La noción de una región exterior, que no es ni anterior ni posterior con respecto a una determinada actuación, se adecua a nuestra noción de los establecimientos sociales según el sentido común, ya que cuando observamos la mayoría de los edificios vemos que hay en ellos habitaciones que son utilizadas como regiones anteriores y posteriores, ya sea en forma regular o temporal, y vemos que las paredes exteriores del edificio separan ambos tipos de habitaciones del mundo exterior.

Aquellos individuos que se hallan fuera del edificio pueden ser llamados «extraños». Si bien la noción de lo externo es clara, puede llegar a desorientarnos y confundirnos si no la manejamos con cuidado, porque, cuando desviamos nuestra atención de la región anterior o posterior hacia el exterior, tendemos también a desviar nuestro punto de referencia de una actuación a otra. Tomando como punto de referencia el curso de una actuación determinada, los que se encuentran en el exterior serán individuos para quienes los actuantes, real o potencialmente, están montando un espectáculo, pero un espectáculo (como veremos) diferente del que se desarrolla, o bien demasiado similar a él. Cuando los extraños irrumpen inesperadamente en la región anterior o posterior de una determinada actuación, la consecuencia de su presencia inoportuna puede frecuentemente estudiarse con mayor provecho no en función de sus efectos sobre la mencionada actuación sino más bien en función de sus efectos sobre una actuación diferente, a saber, la que los actuantes, o el auditorio presentarían ante los extraños en un momento y en un lugar en los que los extraños fuesen el auditorio previsto.

También se requieren otros tipos de precaución conceptual. El muro que separa del exterior las regiones anteriores y posteriores tiene, obviamente, una función que desempeñar en la actuación montada y representada en estas regiones, pero la decoración exterior del edificio debe ser percibida en parte como un aspecto de otro espectáculo; con frecuencia, la última contribución puede ser la más importante. Así, sabemos lo siguiente acerca de las casas de una aldea inglesa:

El tipo de material de las cortinas que se hallaba en las casas de la mayoría de las aldeas variaba en proporción directa con la visibilidad general de cada ventana. Las «mejores» cortinas se hallaban donde pudieran ser vistas con más claridad y eran de calidad muy superior a las de las ventanas ocultas al público. Más aún, era común que ese tipo de género estampado en un solo lado se utilizase de tal forma que el estampado diese al exterior. Este empleo del género más «elegante» y costoso en forma que pudiese aprovecharse al máximo constituye un recurso típico para ganar prestigio.27

En el primer capítulo de este estudio se indicó que los actuantes tienden a dar la impresión, o a no contradecir la impresión, de que el papel que están representando en ese momento es su papel más importante y de que los atributos que ellos alegan, o que se les imputan, constituyen sus atributos más esenciales y característicos. Cuando las personas observan un espectáculo no concebido para ellas pueden sentirse decepcionadas con ese espectáculo, así como con el que fue concebido para ellas.

Como indica Kenneth Burke, el actuante puede también llegar a experimentar confusión:

En nuestras respuestas, clasificadas en compartimientos, todos nosotros somos como el individuo que es un tirano en su oficina y una criatura débil para con su familia, o como el músico que es dogmático en su arte y modesto en sus relaciones interpersonales. Semejante disociación se transforma en una dificultad cuando intentamos unificar estos compartimientos (como, por ejemplo, si el individuo que en su oficina es un tirano y una criatura débil en su hogar tuviera de pronto que dar empleo a su mujer o a sus hijos, comprobaría que estos esquemas disociativos son inadecuados y podría llegar a sorprenderse y a atormentarse) .28

Estos problemas pueden volverse particularmente agudos cuando una de las representaciones del individuo depende de un elaborado cuadro escénico. De allí la decepción implícita en la discusión de Herman Melville acerca de cómo el capitán del barco no lo «veía» cuando se encontraban a bordo, pero se mostró muy afable con él cuando, transcurrido el período de servicio militar de Melville, se encontraron ocasionalmente en una reunión social en Washington:

Y aunque a bordo de la fragata el comodoro jamás se dirigió a mí personalmente en forma alguna —ni tampoco yo a él—, sin embargo, en la reunión social del ministro, allí, nos volvimos sumamente conversadores; tampoco dejé de observar, entre la multitud de dignatarios extranjeros y magnates de todas partes de América, que mi digno amigo no parecía tan eminente como cuando, en medio de su soledad, se reclinaba sobre la baranda de bronce del alcázar del Neversink. Como muchos otros caballeros, se hallaba en óptimas condiciones y se lo trataba con el mayor respeto en el seno de su hogar, la fragata.29

La solución para este problema está en que el actuante separe a sus auditorios, de tal forma que las personas que lo observan en uno de sus roles no sean las mismas que lo observen en otro. Así, algunos sacerdotes canadienses no desean llevar un sistema de vida tan estricto que no les permita ir a nadar a la playa con sus amigos, pero consideran por lo general que es mejor ir a nadar con personas que no sean sus feligreses, ya que la familiaridad que se requiere en una playa es incompatible con la distancia y el respeto requeridos en la parroquia. El control de la región anterior implica una medida de separación del auditorio. La incapacidad para mantener este control lleva al protagonista a la situación de no saber qué papel deberá proyectar de un momento a otro, resultándole muy difícil lograr un éxito dramático en cualquiera de ellos. Es fácil comprender a un boticario que actúa como un vendedor o un sucio dependiente del depósito ante una clienta que se presenta con una receta en la mano, mientras que unos momentos más tarde proyecta su imagen profesionalmente intachable, médica, seria y desinteresada ante quien desea una estampilla de tres centavos o un helado con refresco de chocolate.30 Debería resultar evidente que, así como es provechoso para el actuante excluir del auditorio a las personas que lo perciben en otra representación incompatible, también ha de ser ventajoso para él excluir del auditorio a aquellos ante quienes representó en el pasado una actuación incompatible con la presente. Las personas que experimentan una gran movilidad ascendente o descendente logran esto magníficamente teniendo cuidado de abandonar su lugar de origen. Y así como resulta conveniente desempeñar nuestras diferentes actividades rutinarias ante personas diferentes, también es conveniente separar los distintos auditorios que tenemos para una misma rutina, ya que esta es la única forma de que cada auditorio llegue a pensar que, si bien pueden existir otros auditorios para la misma rutina, ninguno obtiene de ella una presentación tan ventajosa. Aquí también, una vez más, es importante el control de la región anterior. Si catalogamos adecuadamente nuestras actuaciones, no solo es posible mantener separados nuestros auditorios (apareciendo ante ellos en distintas regiones anteriores o en forma consecutiva en la misma región), sino también permitirnos unos momentos entre las actuaciones para desembarazarnos psicológica y físicamente de una fachada personal mientras adoptamos otra. Sin embargo, a veces surgen problemas en aquellas instituciones sociales en las que el mismo o diferentes miembros de un equipo de trabajo deben manejar distintos auditorios al mismo tiempo. Si los distintos auditorios están a una distancia tal que puedan escucharse mutuamente, será difícil dar la impresión de que cada uno recibe una atención especial y única. De esta forma, si una anfitriona desea brindar a cada uno de sus huéspedes una bienvenida o despedida afectuosa y especial —de hecho, una actuación especial—, deberá hacerlo en un cuarto contiguo, separado de aquel donde se encuentran los demás invitados. De manera similar, en los casos en que una compañía de pompas fúnebres deba prestar dos servicios en un mismo día, deberá conducir a ambos auditorios a través del esta- blecimiento de tal forma que sus caminos no se crucen, para no destruir así la sensación de que la casa funeraria es el hogar fuera del hogar. Lo mismo sucede en un comercio de muebles; un empleado que está «desviando» a un cliente de un juego de muebles hacia otro de mayor precio, debe tener cuidado de mantener a su auditorio a una distancia desde la cual no pueda escuchar a otro empleado que puede estar desviando a otro cliente de un juego aún más barato que aquel del cual el primer empleado está tratando de apartar a su cliente, ya que en esas oportunidades el juego que un empleado está menospreciando será el mismo que el otro empleado elogie.31 Naturalmente, si hay paredes que separan a ambos auditorios, el actuante podrá sostener las impresiones que fomenta pasando rápidamente de una región a la otra.

Este recurso escénico, posible con dos consultorios, es cada día más popular entre los dentistas y médicos norteamericanos.

Cuando la separación del auditorio fracasa y un extraño irrumpe en una representación no planeada para él, surgen difíciles problemas de control expresivo. Pueden mencionarse dos técnicas de acomodación para resolver estos problemas. En primer lugar, todos aquellos que ya forman parte del auditorio pueden de pronto recibir y aceptar un status temporario de trasfondo escénico y confabularse con el protagonista, desviándose abruptamente hacia una actividad tal que al intruso le sea posible observarla. Así, marido y mujer sorprendidos en medio de su rencilla diaria por un conocido de poca confianza, dejarán a un lado sus altercados» íntimos y fingirán entre ellos una relación casi tan distante y amistosa como la que demuestran para con el recién llegado. Los tipos de relación y de conversación que no puedan ser compartidos por los tres serán abandonados. Por lo tanto, y en general, si el recién llegado ha de recibir el trato al que está acostumbrado, el actuante debe pasar rápidamente de la actividad a la que se hallaba abocado a otra que el recién llegado estime correcta. Muy raras veces puede hacerse esto con la suficiente delicadeza como para mantener la ilusión del recién llegado de que la representación súbitamente montada por el actuante constituye su representación normal. Y aun cuando esto se logre, el auditorio y presente pensará sin duda que lo que ellos habían considerado como la identidad esencial del protagonista no era tan esencial. Se ha indicado que una intrusión puede ser manejada haciendo que los presentes se instalen rápidamente en una definición de la situación a la cual pueda incorporarse el intruso, Una segunda manera de abordar el problema es la de brindar al recién llegado una abierta bienvenida, como a alguien que debería encontrarse ya en la región. Se monta entonces, aproximadamente, la misma actividad, aunque con el objeto de incluir al recién llegado. Así, cuando una persona hace una visita inesperada a sus amigos y los encuentra dando una reunión, se le brinda por lo general una ruidosa bienvenida y se le ruega que se quede. En caso de que la acogida no fuera entusiasta, su descubrimiento de que se lo ha excluido podría desacreditar la imagen de amistad y afecto que existe en otras ocasiones entre el intruso y sus huéspedes. En situaciones corrientes, sin embargo, ninguna de estas técnicas parece muy efectiva. Generalmente, cuando los intrusos hacen su aparición en la región anterior, los actuantes tienden a prepararse para comenzar la actuación que montaron para los intrusos en otro momento o en otro lugar, y esta repentina celeridad para actuar de una determinada manera trae aparejada una confusión, cuanto menos momentánea, en la línea de acción a la cual están entregados los actuantes. Estos se hallarán temporariamente divididos entre dos realidades posibles y, hasta que las señales no hayan sido dadas y percibidas, los miembros del grupo no tendrán ningún indicio para saber qué línea de acción deben seguir. Es casi seguro que el resultado ha de ser la perplejidad. En tales circunstancias, es comprensible que el intruso no sea objeto de ninguno de los procedimientos de acomodación mencionados, sino más bien que se lo trate como si de hecho no estuviera allí o que, incluso, sin ambages se le pida que se retire.




ÍNDICE

Prólogo

Introducción

1. Actuaciones

Confianza en el papel que desempeña el individuo
Fachada
Realización dramática
Idealización
El mantenimiento del control expresivo
Tergiversación
Mistificación
Realidad y artificio

2. Equipos

3. Las regiones y la conducta

4. Roles discrepantes

5. Comunicación impropia Tratamiento de los ausentes

Conversaciones sobre la puesta en escena
Connivencia del equipo
Realineamiento de las acciones

6. El arte de manejar las impresiones

Prácticas y atributos defensivos
1. Lealtad dramática
2. Disciplina dramática
3. Circunspección dramática
Prácticas protectoras
El tacto con relación al tacto

7. Conclusiones

El marco de referencia El contexto analítico
Personalidad - Interacción - Sociedad
Comparaciones y estudio
La expresión cumple el papel de transmitir las impresiones del «sí mismo»
La puesta en escena y el «sí mismo»


NOTAS

3. LAS REGIONES Y LAS CONDUCTAS

1 Bajo el término «medio conductal», Wright y Barker nos ofrecen, en un informe de investigación metodológica, una exposición muy clara de los sentidos en que las expectativas concernientes a la conducta llegan a estar asociadas con lugares determinados. Véase Herbert F. Wright y Roger G. Barker, Methods in Psycbologkd' Ecology, Topeka, Kansas: Ray's Printing Service, 1950.

3 Véase Edward Gross, «Informal Relations and the Social Organi zation of Work in an Industrial Office», tesis inédita de doctorado, Universidad de Chicago, Departamento de Sociología, 1949, pág. 186. 3 Katherine Archibald, Wartime Shipyard, Berkeley y Los Angeles: University of Califonia Press, 1947, pág. 159.

4 Robert H. Willoughby, «The Attendant in the State Mental Hos pital», tesis inédita de licenciatura, Universidad de Chicago, Departa mento de Sociología, 1953, pág. 43.

6 Un análisis de algunos de los principales estándares de trabajo puede encontrarse en Gross, op. cit., obra de la cual se tomaron los ejemplos citados.

8 Sir Walter Besant, «Fifty Years Ago», en The Graphic Jubilee Nu/nber, de 1887, citado por James Laver, Victorian Vista, Boston: Houghton Mifflin, 1955, pág. 147.

2 Designaremos indistintamente las actuaciones propias del backstage como «actuaciones del trasfondo escénico» o «entre bastidores». (N. de la T.)

7 Como sugiere Métraux («Dramatic Elements in Ritual Possession», en Diogenes, xi, pág. 24), incluso la práctica de los cultos vuduistas requerirá dichos elementos:

«Todo caso de posesión tiene su lado teatral, como lo demuestra la cuestión de los disfraces. Las habitaciones del santuario se asemejan a los bastidores del teatro, y en ellas los poseídos encuentran los accesorios necesarios. A diferencia del histérico, que revela su angustia y sus deseos a través de síntomas —un medio personal de expresión—, el ritual de la posesión debe ajustarse a la imagen clásica de un personaje mítico».

9 Símome de Beauvoir, The Second Sex, trad. al inglés por H. M. Parshley, Nueva York' Knopf, 1953, pág. 543. (El segundo sexo, trad. al castellano por Pablo Palant, Buenos Aires: Psique, 1954.)

10 Véase Orvis Collins, Melville Dalton y Donald Roy, «Restriction of Output and Social Cleavage in Industry», en Applied Anthropology (ahora Human Organization), iv, págs. 1-14, esp. pág. 9.

12 Habenstein señaló en su seminario que en algunos estados el empresario de pompas fúnebres tiene el derecho legal de impedir que los familiares del difunto entren en la pieza de trabajo donde se prepara y arregla el cadáver. Es de presumir que el espectáculo de todo lo que se le hace al muerto para que parezca más atractivo sería una impresión demasiado fuerte para los no-profesionales, y e en especial para los parientes de la persona fallecida. Habenstein sugiere también que los propios parientes podrían querer mantenerse alejados de la pieza de trabajo del empleado de la funeraria debido a1 temor que podrían sentir ante su propia curiosidad morbosa.

13 Las afirmaciones siguientes están tomadas de un estudio hecho por la Social Research Inc., acerca del comportamiento de los gerentes de doscientos pequeños negocios.

15 El jefe de un taller de automóviles deportivos me relató la escena consignada a continuación, relativa a un comprador que se dirigió por su propia cuenta al depósito para buscar unas arandelas y se las presentó luego a él desde la parte trasera del mostrador del depósito:

Cliente: ¿Cuánto cuesta? Jefe de taller: ¿Cómo se metió ahí, señor? ¿Quiere decirme qué pasaría si usted entrara en un banco, se metiera detrás del mostrador, sacara un fajo de billetes y se los llevara al pagador? Clíente: Pero esto no es un banco.

Jefe de taller: Bueno, estas son mis monedas. ¿Qué es lo que desea comprar, señor? Clíente: Si lo toma así, está bien. Es cosa suya. Quiero unas arandelas, para un Anglia del 51.

Jefe de taller: Esas son para un modelo del 54.

Si bien el relato puede no ser una reproducción fiel de las palabras y acciones tal como se produjeron, refleja en forma bastante fidedigna la situación del jefe de taller y sus sentimientos durante el episodio.

17 Estos ejemplos de la discrepancia entre la realidad y la apariencia de las normas no deberían considerarse exagerados. La observación cuidadosa del trasfondo escénico de cualquier hogar de clase media en las ciudades occidentales puede revelar discrepancias entre realidad y apariencia que son igualmente marcadas. Y, donde quiera que exista cierto grado de comercialización, no cabe duda de que las discrepancias suelen ser mayores.

19 Leo Kuper, «Blueprint for Living Together», citado en Leo Kuper y otros, Livtng in Towns, Londres: The Cresset Press, 1953, págs. 14-15.

21 Sir Frederick Ponsonby, Recollection of Three Reigns, Nueva York: Dutton, 1946, pág. 32.

23 George Orwell, Down and Out in París and London, Londres: Secker y Warburg, 1951, págs. 68-69.

25 Monica Dickens, One Pair of Hands, Londres: Michael Joseph, Mermaid Books, 1952, pág. 13.

27 En un seminario realizado en la Universidad de Chicago.

29 Paul La Croix, Manners, Custom, and Dress dunng the Middle Ages and during the Renaissance Period, Londres: Chapman and Hall, 1876, pág. 471.

31 Él hecho de que una pequeña oficina particular pueda ser transformada en una región posterior mediante el método manejable de ser la única que se halla en dicha región permite explicar por qué las dactilógrafas prefieren a veces trabajar en una oficina privada y no en una gran oficina que ocupa todo un piso. En una gran oficina abierta a la vista del público es probable que siempre haya alguien ante quien es preciso mantener la impresión de laboriosidad; en una oficina pequeña puede dejarse de lado toda falsa pretensión de trabajo arduo y de conducta decorosa, cuando el jefe no se halla presente. Véase Richard Rencke, «The Status Characteristics of Jobs in a Factory», tesis inédita de licenciatura, Universidad de Chicago, Departamento de Sociología, 1953, pág. 53.

32 Esquite Etiquette, pág. 65.

34 Ibíd., pág. 65.

36 Archibald, op. cit., págs. 16-17.

38 Letters of Lord Chesterfteld to bis Son, Nueva York: Dutton, col. Everyman's, 1929, pág.239.

40 Alfred C. Kinsey, Wardell B. Pomeroy y Clyde E. Martin, Sexual tiebavwr in the Human Male, Filadelfia- Saunders, 1948, págs. 366-67. (Informe Kinsey. La conducta sexual del hombre La conducta sexual de la mujer, Buenos Aires: Siglo Veinte, 4 t., 1967.)

41 Ponsonby, op. cit., pág. 269.

43 W. M. Williams, The Sociology of an English Village, Londres: Routledge and Kegan Paul, 1956, pág. 112.

45 Kenneth Burke, Vermanence and Change, Nueva York: New Republic, Inc., 1953, pág.309 (nota al pie).

47 Herman Melville, Whtte Jacket, Nueva York: Grove Press, s. f.,pág. 277.

49 Véase Anthony "Weinlein, «Phartnacy as a Profession in Wiscon-sin», tesis inédita de licenciatura, Universidad de Chicago, Departamento de Sociología, 1943, págs. 147-48.

51 Véase Louise Conant, Mercury, xvn, pág. 172.«The Bórax House», en The American!

Erving Goffman: La presentación de la persona en la vida cotidiana (1959)
Erving Goffman: La presentación de la persona en la vida cotidiana (1959)

Amorrortu editores Buenos Aires

Director de la biblioteca de sociología, Luis A. Rigal
The Presentation of Self in Everyday Life, Erving Goffman Primera edición en inglés, 1959

Traducción, Hildegarde B. Torres Perrén y Flora Setaro




Lee los demás capítulo de La presentación de la persona en la vida cotidiana

Prólogo e Indroducción

1. Actuaciones

2. Equipos

3. Las regiones y la conducta

4. Roles discrepantes

5. Comunicación impropia Tratamiento de los ausentes

6. El arte de manejar las impresiones

7. Conclusiones

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