Erving Goffman: La presentación de la persona en la vida cotidiana. 5. Comunicación impropia (1959)
La presentación de la persona en la vida cotidiana
Erving Goffman
Amorrortu editores Buenos Aires
Director de la biblioteca de sociología, Luis A. Rigal
The Presentation of Self in Everyday Life, Erving Goffman Primera edición en inglés, 1959
Traducción, Hildegarde B. Torres Perrén y Flora Setaro
Las máscaras son expresiones fijas y ecos admirables de sentimientos, a un tiempo fieles, discretas y superlativas. Los seres vivientes, en contacto con el aire, deben cubrirse de una cutícula, y no se puede reprochar a las cutículas que no sean corazones. No obstante, hay ciertos filósofos que parecen guardar rencor a las imágenes por no ser cosas, y a las palabras por no ser sentimientos. Las palabras y las imágenes son como caparazones: partes integrantes de la naturaleza en igual medida que las sustancias que recubren, se dirigen sin embargo más directamente a los ojos y están más abiertas a la observación. De ninguna manera diría que las sustancias existen para posibilitar las apariencias, ni los rostros para posibilitar las máscaras, ni las pasiones para posibilitar la poesía y la virtud. En la naturaleza nada existe para posibilitar otra cosa; todas estas fases y productos están implicados por igual en el ciclo de la existencia...
George Santayana, Soliloquies in England and Later Soliloquies, 1922.
5. Comunicación impropia
Cuando dos equipos se presentan el uno ante el otro con fines de interacción, los miembros de cada uno de ellos tienden a mantener una línea de conducta que demuestre que son lo que pretenden ser; tienden, en una palabra, a permanecer dentro de su personaje. En estos casos se suprime la familiaridad del trasfondo escénico por temor a que se derrumbe el juego recíproco de poses y todos los participantes se encuentren en el mismo equipo, por así decirlo, sin que quede nadie ante el cual puedan representar sus papeles. En la interacción, cada participante se esfuerza comúnmente por conocer y conservar su lugar, manteniendo todo el equilibrio de formalidad e informalidad que haya sido establecido para la interacción, incluso hasta el punto de aplicar este tratamiento a sus propios compañeros de equipo. Al mismo tiempo, cada equipo tiende a ocultar su punto de vista sincero acerca de sí mismo y del otro equipo, proyectando una imagen de sí mismo y del otro que sea relativamente aceptable para este último. Y, para asegurarse que la comunicación seguirá canales limitados y preestablecidos, cada equipo estará dispuesto a ayudar al otro, tácitamente y con todo tacto, a fin de que mantenga la impresión que trata de producir.
Es indudable que en momentos de crisis aguda, un nuevo conjunto de motivos puede, de pronto, llegar a ser eficaz, y la distancia social establecida entre los equipos aumentar o disminuir en forma pronunciada. Un ejemplo ilustrativo es el que nos brinda un estudio realizado en la sala de un hospital acerca de un tratamiento experimental aplicado a voluntarios que sufrían trastornos metabólicos casi desconocidos y respecto de los cuales muy poco se podía hacer.1
Teniendo en cuenta las exigencias de la investigación impuestas a los pacientes y el sentimiento general de desesperanza acerca del pronóstico, se había suavizado la línea bien definida que separa por lo general al médico y al paciente. Los médicos conversaban largamente con los enfermos acerca de su sintomatología, y estos llegaban a considerarse, en parte, como colaboradores asociados en la investigación. Sin embargo, pasada la crisis, es probable que se restablezca el consenso de trabajo previo, aunque con cierto grado de timidez y cortedad. De modo similar, durante las disrupciones repentinas de una actuación, y sobre todo cuando se descubre una identificación errónea, el personaje representado puede desmoronarse momentáneamente, mientras el actuante oculto tras el personaje «se propasa» y suelta una exclamación un tanto extemporánea. Así, la esposa de un general norteamericano relata un incidente acaecido cuando ella y su esposo, vestidos de modo informal, salieron a dar un paseo en un jeep abierto del ejército, en una noche de verano:
El ruido siguiente fue el chirriar de frenos, mientras un jeep de la policía militar nos obligaba a desviarnos hacia el costado del camino. Los soldados de la policía militar bajaron del vehículo y se encaminaron hacia nuestro jeep. «Usted anda en un vehículo del gobierno y lleva una mujer —dijo en tono seco y mordaz el más rudo de los soldados—. Veamos su pase».
En el ejército se supone que nadie puede manejar un coche militar sin un pase que diga quién dio la autorización para usarlo. El soldado, que demostraba ser muy escrupuloso, pidió a mi esposo el permiso de conductor, otro documento militar que Wayne debía tener.
Wayne no tenía ni el permiso ni el pase, por supuesto. Pero lo que sí tenía al lado de su asiento era su gorra con las cuatro estrellas. Se la colocó callada pero rápidamente, mientras los soldados hurgaban en el jeep de la PM en busca de los formularios con los cuales planeaban acusar a Wayne de todas las violaciones del código militar.
Encontraron los formularios, se volvieron hacia nosotros, y quedaron clavados en su sitio, boquiabiertos. ¡Cuatro estrellas!
Antes de que pudiera pensarlo, el primer soldado, aquel que había hecho todo el gasto de la conversación, exclamó:
«¡Dios mío!», y luego, realmente asustado, se llevó la mano a la boca. Hizo un esfuerzo supremo para rescatar por lo menos algo de esa ingrata situación diciendo:
«No lo reconocí, señor».2
Es preciso advertir que en nuestra sociedad angloamericana las expresiones «Good Lordl», «¡My Lordl» (¡Santo Dios!, ¡Dios mío!), o sus equivalentes faciales, suelen servir para que el actuante admita que se ha colocado momentáneamente en una posición en la que es evidente que no puede mantenerse dentro de su personaje y de su rol. Estas expresiones representan una forma extrema de comunicación impropia, ajena al personaje, y sin embargo han llegado a ser tan convencionales que casi constituyen un ruego escenificado de perdón por ser muy malos actuantes. Empero, estas crisis son excepcionales; la regla es un consenso de trabajo y el mantenimiento de cada cual en su lugar público adecuado. Pero debajo de este típico acuerdo de caballeros existen corrientes de comunicación más usuales, aunque menos evidentes. Si estas corrientes no estuviesen ocultas, si estas concepciones no fuesen comunicadas subrepticiamente, sino en forma oficial, contradirían y desvirtuarían la definición de la situación proyectada de modo oficial por los participantes. Cuando se estudia un establecimiento social se encuentran casi siempre estos sentimientos discrepantes.
Ellos demuestran que, si bien un actuante puede actuar como si su respuesta en una situación dada fuese inmediata, irreflexiva y espontánea, y aunque él mismo pudiera pensar que esto ocurre realmente así, siempre será posible que surjan situaciones en las que el actuante transmitirá a una o dos personas presentes la impresión de que la representación que él ofrece es tan solo una mera representación. Por lo tanto, la presencia de la comunicación impropia brinda un argumento que justifica el estudio de las actuaciones en función de los equipos y de las disrupciones potenciales de la interacción. Reiteramos que con esto no pretendemos afirmar que las comunicaciones subrepticias sean un reflejo más válido de la verdadera realidad que las comunicaciones oficiales con las cuales se contradicen; la cuestión es que, por lo general, el actuante está comprometido en ambas, y esta implicación dual debe ser manejada ron sumo cuidado para no desvirtuar las proyecciones oficiales. De los numerosos tipos de comunicación en los que participa el actuante y que transmiten información incompatible con la impresión mantenida oficialmente durante la interacción, consideraremos cuatro categorías, a saber: el tratamiento de los ausentes, las conversaciones sobre la puesta en escena, la connivencia del equipo y el realineamiento de las acciones.
Tratamiento de los ausentes
Cuando los miembros de un equipo pasan al trasfondo escénico, donde el auditorio no puede verlos ni oírlos, suelen detractarlo de una manera que es incompatible con el tratamiento cara a cara que dan a dicho auditorio. En las actividades que implican prestación de servicios, por ejemplo, los clientes que son tratados con todo respeto durante la actuación suelen ser ridiculizados, caricaturizados, difamados, maldecidos y criticados cuando los actuantes están entre bastidores; aquí también pueden elaborarse planes para «engañarlos», o emplear «ángulos de ataque» contra ellos, o «bajarles los humos».3 Así, en la cocina del hotel Shetland los huéspedes eran designados con nombres despectivos en clave; su forma de hablar, su tono de voz y sus amaneramientos eran exactamente imitados como fuente de diversión y vehículo de críticas; sus flaquezas, defectos y status social eran examinados con minuciosidad clínica y académica; sus pedidos de pequeños servicios eran rubricados con maldiciones y gestos faciales grotescos una vez fuera del alcance de la vista y el oído de aquellos. Esta ecuación abusiva era ampliamente contrabalanceada por los huéspedes cuando se hallaban en sus propios círculos, oportunidad en que el personal del hotel era descripto como piara de cerdos haraganes, tipos primitivos semejantes a seres de vida vegetativa, bestias ávidas de dinero. Empero, cuando el personal y los huéspedes hablaban directamente unos con otros mostraban respeto mutuo, y un temperamento en cierta medida suave y apacible. Del mismo modo, hay muy pocas relaciones de amistad en las cuales no haya alguna ocasión en quilas actitudes expresadas acerca del amigo a sus espaldas no sean totalmente incompatibles con las que se asumen en su presencia.
A veces ocurre, por supuesto, lo contrario de la detracción, y los actuantes alaban a su auditorio en una forma que les estaría vedada si realmente se encontraran en su presencia, Pero la detracción secreta parece ser mucho más común que el elogio secreto, quizá porque dicha detracción sirve para mantener la solidaridad del equipo, demostrando la consideración mutua a expensas de los ausentes, y compensando tal vez la pérdida de respeto por sí mismo que se produce cuando debe concederse al auditorio un trato directo acomodaticio.
Existen dos técnicas comunes para detractar al auditorio ausente. Primero, cuando los actuantes están en la región en que aparecen ante el auditorio, y este ya se ha ido, o aún no ha llegado, a veces representan una sátira sobre su interacción con el auditorio, oportunidad en que algunos miembros del equipo asumen el rol del auditorio. Francés Dono van, por ejemplo, describe las fuentes de diversión de las que disponen las vendedoras:
Pero, a menos que estén ocupadas, las jóvenes no permanecen separadas mucho tiempo. Una atracción irresistible las impulsa a reunirse en cuanto sus tareas lo permiten. En cada oportunidad representan el juego del «cliente», un | juego fascinante que inventaron y del cual no parecen cansarse nunca, un juego que como caricatura y comedia jamás he visto superado en ningún escenario. Una muchacha
asume el papel de vendedora, la otra de dienta que busca un vestido, y las dos ponen en escena un acto que haría las delicias del público de un teatro de vodevil.4
Dennis Kincaid describió una situación similar en su estudio sobre el tipo de contacto social que los nativos concertaban para los ingleses durante la primera época de la dominación británica en la India:
Si los jóvenes comisionados encontraban poco placer en estos entretenimientos, sus anfitriones, a pesar de la satisfacción que en otros momentos habría suscitado en ellos la gracia de Raji y el ingenio de Kaliani, se sentían demasiado incómodos para gozar de su propia fiesta hasta que los invitados se hubieran retirado. Después se iniciaba una diversión de la que pocos ingleses tenían idea. Se cerraban las puertas, y las danzarinas, que eran excelentes mimos, como todos los hindúes, imitaban a los aburridos huéspedes que acababan de irse, y la incómoda tensión de las horas pasadas se desvanecía entre estallidos de alegres carcajadas. Y mientras los faetones de los ingleses resonaban ruidosamente en las calles llevando a sus casas a los invitados, Raji y Kaliani se ataviaban para caricaturizar la ropa de los ingleses y ejecutaban con indecente exageración una versión orientalizada de las danzas inglesas, de esos minués y bailes campestres que parecían tan inocentes y naturales para los ingleses — tan diferentes de las posturas provocativas de las bayaderas indias— pero que para los nativos resultaban absolutamente escandalosos.5
Entre otras cosas, esta actividad parece proporcionar una especie de profanación ritual tanto de la región anterior como del auditorio.6
En segundo lugar, se observa a menudo una diferencia coherente entre los términos usados para dirigirse al auditorio y para referirse a él. En presencia del auditorio, los actuantes tienden a dirigírsele utilizando un ritual favorable. Esto implica, en la sociedad norteamericana, un término de cortesía formal como «señor» o «caballero», o un término cálidamente familiar, como el nombre de pila o un apodo, cuya formalidad o informalidad está determinada por los deseos de la persona a quien se dirige la palabra. Cuando el auditorio no se halla presente, los actuantes tienden a referirse a él utilizando el apellido liso y llano, el nombre de pila en los casos en que no les está permitido hacerlo en su presencia, un apodo, o el nombre y apellido mal pronunciados. A veces, los actuantes ni siquiera se refieren a los miembros del auditorio desfigurando el nombre, sino mediante un calificativo codificado que los asimila plenamente a una categoría abstracta. Así, los médicos, en ausencia del paciente, pueden hablar de «el cardíaco» o «el estrep» (abreviatura de estreptocócico); los peluqueros mencionarán en privado a sus clientes diciendo «la cabeza» tal o cual. De este modo, cuando no están ante el auditorio, los actuantes también pueden aludir a él usando un término colectivo que combina la distancia y la detracción, sugiriendo una división endogrupo-exogrupo. Así, los músicos llamarán «obtusos» a sus clientes; las empleadas de oficina norteamericanas podrán conversar a hurtadillas sobre sus compañeras extranjeras llamándolas «G. R.»;7 los soldados norteamericanos que trabajan junto con soldados ingleses suelen darles el apodo de «limeys»;8 durante los carnavales y otras fiestas, los anunciadores pregonan su mercancía ante personas a quienes tildan en privado de patanes, nativos incultos o pueblerinos; los judíos representan las costumbres de la sociedad patriarcal para un auditorio al que llaman goyim, mientras que los negros, hablando entre ellos de los blancos, lo harán con términos tales como «ofay».
En un excelente estudio sobre los carteristas, David Maurer plantea un caso similar: Los bolsillos de la víctima son importantes para el carterista únicamente porque contienen dinero. En realidad, el bolsillo llegó a simbolizar hasta tal punto a la víctima y al dinero que los carteristas suelen referirse a menudo quizá casi siempre— a su víctima aludiendo al bolsillo que fue desvalijado en un momento o lugar determinado, y la califican entre ellos como un pantalón izquierdo, un bolsillo/rasero, o uno interior. A decir verdad, la víctima es considerada en función del bolsillo de cuyo contenido fue despojado, y lodo el mundo del hampa comparte esta imaginería.0
Quizá la actitud más cruel se manifieste en esas situaciones en que un individuo pide que se dirijan a él llamándolo con un nombre familiar y se le da el gusto con un dejo de tolerancia, pero cuando no está presente los actuantes se refieren a él con un término formal. Así, un visitante que en la isla de Shetland había pedido a los campesinos isleños que lo llamaran por su nombre de pila era complacido a veces cuando se hallaba presente, pero, en cuanto se retiraba, un término formal de referencia volvía a situarlo en el lugar que le correspondía según el consenso general. He sugerido dos técnicas comunes que utilizan los actuantes para detractar a su auditorio: la representación del rol en tono de burla y el uso de términos de referencia ofensivos o poco halagüeños, pero existen otras formas de lograr ese fin. Cuando ninguno de los integrantes del auditorio se halla presente, los miembros del equipo pueden referirse a aspectos de su rutina en términos cínicos o puramente técnicos, con lo cual evidencian de modo concluyente que no consideran ni enfocan su actividad con el mismo criterio con que lo hacen para su auditorio. Cuando se advierte a los miembros del equipo que el auditorio se aproxima, estos pueden proseguir con la actuación, adrede, hasta el último minuto, hasta que el auditorio alcance prácticamente a vislumbrar la actividad del trasfondo escénico. De manera análoga, el equipo podrá refugiarse con premura en la atmósfera reposada del trasfondo tan pronto como el auditorio se haya retirado. Mediante esta maniobra de desvío intencionadamente rápida que permite entrar o salir de la actuación, el equipo puede contaminar y profanar, en cierto sentido, al auditorio a través de su comportamiento entre bastidores o rebelarse contra la obligación de ofrecer una representación ante dicho auditorio, o dejar muy en claro la diferencia entre equipo y auditorio, y hacer todo esto sin que este último lo sorprenda. Otra agresión común contra los ausentes se manifiesta a través de las bromas y tomaduras de pelo que recibe el miembro del equipo que está a punto de dejar (o simplemente desea dejar) a sus compañeros y elevarse, o descender, o introducirse lateralmente en las filas del auditorio. En tales casos, el individuo que se dispone a abandonar a su equipo puede ser tratado como si ya lo hubiese hecho, y se descargarán impunemente sobre él, y por implicación sobre el auditorio, toda clase de improperios, denuestos o familiaridades. Y un último ejemplo de agresión se observará cuando algún miembro del auditorio ingresa oficialmente al equipo. En este caso será recibido también con chanzas, y se le hará «pasar un mal rato» casi por la misma razón por la que fue injuriado y maltratado el que se separó del equipo para formar parte del auditorio.10 Este análisis de las técnicas de detracción indica que, en el aspecto verbal, los individuos son tratados relativamente bien cuando se hallan presentes y relativamente mal cuando no lo están. Esta parece ser una de las generalizaciones básicas visibles acerca de la interacción, pero no debemos tratar de explicarla basándonos en nuestra demasiado humana naturaleza. Como lo sugerimos en páginas anteriores, el hecho de denigrar al auditorio entre bastidores sirve para mantener la moral del equipo. Y, cuando el auditorio está presente, es necesario tratar a sus integrantes con consideración, no por respeto hacia él, o simplemente por respeto, sino para asegurar la continuidad de la interacción pacífica y ordenada. Los sentimientos «reales» (positivos o negativos) de los actuantes hacia un miembro del auditorio parecen tener poca relación con el problema, ya sea como factor que determina cómo será tratado cara a cara ese miembro del auditorio, o cómo será tratado a sus espaldas. Quizá sea cierto que la actividad del trasfondo escénico adopta a menudo la forma de un consejo de guerra, pero cuando dos equipos se encuentran en el campo intcraccional parecería que, en general, no se enfrentan en tren de paz o de guerra. Se reúnen bajo una tregua temporaria, un consenso de trabajo, a fin de llevar a cabo su tarea.
Conversaciones sobre la puesta en escena
Cuando los miembros del equipo no están ante el auditorio, la conversación gira a menudo en torno de los problemas de la puesta en escena. Se plantean cuestiones acerca del carácter de la dotación de signos; los miembros reunidos sacan a luz y «esclarecen» las actitudes, líneas de conducta y posiciones; analizan los méritos e inconvenientes de las regiones anteriores disponibles; consideran el tamaño y el carácter de los auditorios potenciales para la actuación; cambian ideas acerca de las disrupciones acaecidas en actuaciones anteriores y de las disrupciones que podrían producirse en el futuro; transmiten noticias acerca de los equipos de otros colegas; desmenuzan concienzudamente la acogida brindada a la última actuación, en una ceremonia que suelen designar con el nombre de «autopsia» o examen post mortem; suavizan las heridas y refuerzan la moral para la próxima actuación.
Las conversaciones sobre el montaje escénico constituyen un concepto bien conocido con el nombre de «jerga profesional», chismes, etcétera. Si hice hincapié en este punto fue porque ayuda a señalar el hecho de que individuos con roles sociales muy distintos viven en el mismo clima de experiencia dramática. Las pláticas que ofrecen los comediantes y los eruditos difieren mucho unas de otras, pero sus comentarios acerca de esas conversaciones son muy similares, en grado a veces sorprendente. Antes de la plática, los sujetos hablan con sus amigos acerca de lo que interesará o no interesará al auditorio, o acerca de lo que podrá o no podrá ofenderlo; después de la plática, todos conversan con sus amigos acerca del tipo de salón en el que hablaron, del tipo de auditorio que asistió y del tipo de acogida que obtuvieron. Ya nos referimos a las conversaciones sobre la puesta en escena al tratar la actividad entre bastidores y la solidaridad entre colegas, de modo que no nos extenderemos más] sobre el tema.
Connivencia del equipo
Cuando un participante transmite algo durante la interacción, esperamos que se comunique solo a través de las palabras del personaje que ha elegido para proyectar, dirigiendo abiertamente todas sus observaciones para la interacción total, de suerte que todos los presentes tendrán el mismo status como receptores de la comunicación. Así, el cuchicheo, por ejemplo, suele ser considerado como una práctica impropia y vedada porque puede destruir la impresión de que el actuante es tan solo lo que aparenta ser y que las cosas son como él las presenta.11 A pesar de la presunción de que todo cuanto dice el actuante concordará con la definición de la situación suscitada por su actuación, durante la interacción está en condiciones de transmitir muchas cosas ajenas al personaje, y transmitirlas de modo tal que impida que la totalidad del auditorio advierta que se ha transmitido algo que no concuerda con la definición de la situación. Las personas que tienen acceso a esta comunicación secreta establecen una relación de connivencia mutua respecto del resto de los participantes. Al reconocer entre sí que ocultan a los demás miembros del auditorio secretos pertinentes, admiten también que la apariencia de sinceridad que mantienen, la apariencia de ser solo los personajes que proyectan oficialmente, no es más que una representación. Por medio de esta interacción, los actuantes pueden sustentar una solidaridad propia de trasfondo escénico aun cuando se hallen entregados a su actuación, expresando con toda impunidad cosas inaceptables acerca del auditorio, así como otras acerca de sí mismos que el auditorio consideraría inaceptables. Designaré con el nombre de «connivencia del equipo» a toda comunicación colusoria que es transmitida de modo de no amenazar la ilusión fomentada para el auditorio.
Un tipo importante de connivencia del equipo se encuentra en el sistema de señales secretas a través del cual los actuantes pueden recibir o transmitir subrepticiamente información pertinente, pedidos de ayuda y otros asuntos relacionados con la presentación satisfactoria de una actuación. En general, estas indicaciones escénicas provienen del director de la actuación, o van dirigidas a él, y el hecho de disponer de un lenguaje subterráneo de esta índole simplifica considerablemente su tarea de manejar las impresiones. Las sugerencias escénicas suelen relacionar a aquellos que presentan la actuación con aquellos que prestan ayuda o colaboración desde bastidores. Así, mediante un timbre colocado bajo la mesa, la anfitriona podrá dar directivas al personal de cocina mientras actúa como si estuviera plenamente absorbida en la conversación que se desarrolla durante la comida.
De manera similar, en el transcurso de las producciones radiales y televisivas, el personal que trabaja en la sala de control emplea un vocabulario completo de signos para dirigir a los actuantes, sobre todo en lo tocante a la cronometrización, sin permitir que el auditorio advierta que, junto con la comunicación en la que él y los actuantes participan oficialmente, está funcionando un sistema de comunicación de controles. Del mismo modo, en las oficinas comerciales, los ejecutivos que quieren poner fin a sus entrevistas con rapidez y discreción enseñarán a sus secretarias a interrumpirlas en el momento adecuado con la excusa adecuada. Otro ejemplo puede observarse comúnmente en las zapaterías. A veces, el cliente que quiere un zapato de medida mayor que la que existe en la zapatería o la que se adapta bien a su pie será manejado de la manera siguiente:
Para convencer al cliente de la eficacia con que se estirará el zapato hasta la medida deseada, el vendedor puede decirle que va a colocar los zapatos en la horma treinta y cuatro. Esta frase indica al empaquetador que no debe poner los zapatos en la horma sino envolverlos tal como están y guardarlos durante un rato debajo del mostrador.12 Las indicaciones escénicas son empleadas, como es natural, entre los actuantes y el falso espectador o el cómplice mezclado entre los miembros del auditorio, como en el caso del «fuego cruzado» entre un anunciador y el hombre que este pone entre el público crédulo. Sin embargo, es más común que estas señales sean utilizadas entre los miembros del equipo mientras ofrecen su actuación, lo cual nos suministra un motivo más para aplicar el concepto de equipo en lugar de analizar la interacción en función de una pauta de actuaciones individuales. Este tipo de connivencia de los compañeros de equipo desempeña un rol importante en el manejo de las impresiones en los comercios de Estados Unidos. Los empleados de un negocio dado inventan por lo general sus propias señales para manejar la actuación que se ofrece al cliente, aunque ciertos términos del vocabulario parecen estar relativamente estandarizados y se utilizan de la misma forma en muchos negocios de diversa índole a lo largo de todo el país. Cuando los empleados pertenecen a un grupo de habla extranjera, como a veces sucede, pueden emplear ! este idioma para la comunicación secreta, práctica empleada también por los padres, quienes deletrean las palabras delante de los hijos pequeños, y por los miembros de nuestras clases más acomodadas, que hablan entre ellos en francés cuando no quieren que los oigan sus hijos, sirvientes o empleados.
Sin embargo, esta forma de proceder, al igual que el cuchicheo, es considerada como un recurso tosco y descortés; es posible que de este modo se guarden los secretos, pero no se oculta el hecho de que se guardan secretos. En tales circunstancias, los miembros del equipo difícilmente pueden mantener su fachada de solicitud sincera frente al cliente (o de franqueza frente a los niños, etc.). Los términos aparentemente inofensivos que el cliente cree entender son más útiles para los vendedores. Si en una zapatería la clienta desea comprar un par de zapatos de ancho B, por ejemplo, el vendedor puede convencerla de que esa es precisamente la medida del zapato que le ofrece:
... el vendedor llamará a otro vendedor que está en el fondo del negocio y le preguntará: «Benny, ¿qué ancho tiene este zapato?». Al llamar «Benny» a su compañero, está implícito que la respuesta debe ser B.13
Un ensayo sobre la mueblería Borax nos brinda un interesante ejemplo de este tipo de connivencia:
Ahora que la clienta está en el negocio, ¿no habrá forma de convencerla? El precio es demasiado alto; tiene que consultar con su esposo; solo estaba buscando pichinchas. Dejar que se vaya (es decir, que se escape sin comprar) es una traición en la casa Borax. Por lo tanto, el vendedor envía un SOS a través de uno de los numerosos timbres de pie diseminados por el local. Al instante, con la velocidad del rayo, el «gerente» aparece en escena, absorto en un juego de muebles y aparentando ignorar totalmente al Aladino que lo convocó con tanta urgencia.
«Perdóneme, señor Dixon —dice el vendedor, simulando renuencia a molestar a un personaje tan ocupado—. Quizás usted pueda hacer algo por mi clienta. Ella piensa que el precio de este juego es demasiado caro. Señora, este es nuestro gerente, el señor Dixon».
El señor Dixon carraspea solemnemente. Tiene por lo menos un metro ochenta de estatura, cabello gris acero y usa un distintivo masónico en la solapa. Por su aspecto nadie sospecharía que es solo un vendedor especial a quien se transfieren los clientes difíciles.
«Sí —dice el señor Dixon, acariciándose su bien afeitada barbilla— comprendo. Puede irse, Bennett. Yo mismo me ocuparé de la señora. En este momento no estoy muy atareado».
El vendedor desaparece, con la actitud obsequiosa de un verdadero valet, aunque armaría un buen escándalo a Dixon si dejara escapar esa venta.14
La práctica aquí descripta de transferir el cliente a otro vendedor que asume el rol de gerente es común en muchos comercios minoristas. Pueden citarse otros ejemplos, tomados de un informe sobre el vocabulario utilizado por los vendedores de muebles:
«Déme el número de este artículo» es una frase concerniente al precio del artículo. La respuesta que sigue está en clave. El código es universal en todo Estados Unidos y se transmite duplicando el costo, y el vendedor sabe cuál es el porcentaje de ganancia que debe agregar a esa cifra.15 . El término «verlier» es empleado como una orden. . . que significa «Hágase humo». Se lo utiliza cuando un vendedor quiere hacer saber a otro que su presencia interfiere en la venta.18
En los límites marginales semiilegales y sometidos a altas presiones de nuestra vida comercial, es común que los compañeros de equipo usen un vocabulario explícitamente aprendido, a través del cual se puede transmitir por canales secretos información decisiva para la representación. Cabe presumir que este tipo de código no se encuentra, por lo general, en los círculos muy respetables.17 Sin embargo, des- cubrimos que en todas partes los compañeros de equipo emplean un lenguaje de gestos y miradas aprendido informalmente y a veces inconscientemente, lenguaje mediante el cual se confabulan para transmitir señales e indicaciones para la puesta en escena.
A veces, estas indicaciones informales o «señales significativas» inician una fase de la actuación. Así, cuando un matrimonio está «de visita», el esposo podrá transmitir a su mujer, mediante sutiles matices en su tono de voz o un cambio de postura, que es hora de empezar a despedirse. De ese modo, el equipo conyugal puede mantener una apariencia de unidad de acción, que aparece espontánea pero presupone a menudo una estricta disciplina. El actuante dispone a veces de señales a través de las cuales puede advertir a su compañero que empieza a salirse de la línea. El puntapié debajo de la mesa o el entrecerrar de ojos son ejemplos humorísticos y familiares. Un acompañante de piano sugiere un método para lograr que los cantantes que desafinan o se apartan de la música escrita vuelvan a dar el tono justo:
(El acompañante) lo consigue imprimiendo más agudeza a su tono, de modo que este penetre en los oídos del cantante, por encima —o más bien a través— de su voz. A veces se da el caso de que una de las notas de la armonía del piano es precisamente la misma que debería entonar aquel, y entonces el acompañante la acentúa de manera que predomine sobre las demás. Cuando esta nota no está escrita en la parte del piano, el acompañante debe agregarla en clave de sol, donde sonará como un silbato agudo y claro para que el cantante la oiga. Si este está cantando una seminima de un tono sostenido o una seminima de un tono bemol, será una hazaña extraordinaria de su parte continuar cantando fuera de tono, sobre todo si el acompañante toca la línea vocal junto con él durante toda la frase musical. Una vez dada la señal de peligro, el acompañante seguirá sur le qui vive y dará aviso al cantante tocando la nota de cuando en cuando.18
El mismo escritor agrega algunas observaciones que se aplican a muchas clases de actuaciones:
A un cantante sensible le bastará la más leve de las señales de su acompañante. En realidad, puede ser tan leve que incluso el propio cantante saque provecho de ella aunque lo haga inconscientemente. Cuanto menos sensible sea el cantante, tanto más directas, y por lo mismo más obvias, tendrán que ser las señales.19
El estudio de Dale acerca de la forma en que durante una asamblea de la administración pública pueden avisar a su ministro que está en terreno traicionero nos suministra otro ejemplo:
Pero en el curso de la conversación pueden surgir puntos nuevos e imprevistos. Si uno de los funcionarios públicos que integra la comisión ve que su ministro adopta una posición que él considera errónea, no hará conocer su opinión en forma categórica; por lo contrario, escribirá apresuradamente una nota al ministro, o presentará con delicadeza algún hecho o sugerencia como una modificación menor del punto de vista de su ministro. Un ministro experimentado percibirá enseguida la señal de peligro y dará marcha atrás cautelosamente, o al menos pospondrá el debate. Es evidente que la combinación de ministros y funcionarios públicos en una comisión requiere en determinadas ocasiones cierto tacto y percepción rápida por ambas partes.20
Muchas veces, ciertas indicaciones escénicas informales advierten a los compañeros de equipo la aparición repentina del auditorio. Así, en el hotel Shetland, cuando alguno de los huéspedes estaba bastante cerca como para meterse en la cocina sin ser invitado, la primera persona que advertía su presencia gritaba en un tono de voz especial el nombre de otro miembro del personal presente, o bien un nombre co- lectivo, como por ejemplo «chicos», si había más de una persona. Al oír esta señal los hombres se sacaban las gorras y bajaban los pies de las sillas, las mujeres adoptaban posturas apropiadas y todos los presentes se ponían visiblemente tiesos a fin de prepararse para una actuación forzada. Una advertencia bien conocida que los actuantes aprenden formalmente es la señal visual empleada en los estudios de radiodifusión, que indica, literal o simbólicamente, «Ustedes están en el aire».
Ponsonby informa acerca de una señal igualmente general:
La reina (Victoria) solía dormirse durante esos largos paseos en coche, y a fin de que al pasar por las aldeas la multitud no la viera dormida yo clavaba las espuelas a mi caballo siempre que divisaba a lo lejos mucha gente reunida; el animal, asombrado, corcoveaba y empezaba a relinchar.
La princesa Beatriz sabía que esto significaba la presencia de una multitud, y, si la reina no se despertaba con el ruido que yo hacía, ella misma se encargaba de hacerlo.21
Muchos otros tipos de personas se mantienen en estado de alerta, por supuesto, para velar por la relajación de muchos otros tipos de actuantes, como se puede ver en el estudio de Katherine Archibald sobre el trabajo en un astillero:
A veces, sobre todo cuando había poco trabajo, yo permanecía de guardia en la puerta del galpón de las herramientas, lista para avisar la llegada del superintendente o del jefe de la oficina principal, mientras nueve o diez obreros y jefes menores jugaban al póquer con gran interés.22
Existen, por lo tanto, señales escénicas típicas que indican a los actuantes que no hay moros en la costa y que es posible abandonar la fachada. Otros signos de alerta indican a los actuantes que, aunque al parecer no habría peligro en bajar la guardia, no es aconsejable hacerlo porque ciertos miembros del auditorio se hallan presentes.
Entre los delincuentes, la señal de que hay oídos y ojos «legítimos» que escuchan y vigilan es tan importante que tiene un nombre especial: «dar el aviso». Como es natural, estas señales también pueden advertir al equipo que un miembro del auditorio de aspecto inocente es, en realidad, un soplón o una persona enviada por la competencia para averiguar los precios, o alguien que no es lo que aparenta ser. A decir verdad, sería difícil para cualquier equipo —una familia, por ejemplo— manejar las impresiones que suscita su actuación si no contara con un conjunto de señales de advertencia de este tipo. Un informe relativo a una madre y su hija que vivían en una sola habitación en Londres proporciona el siguiente ejemplo:
Una vez que pasamos el local de Gennaro, empecé a preocuparme por nuestro almuerzo, preguntándome cómo recibiría mi madre a Scotty (una compañera- manicura a quien la joven llevaba a almorzar a su casa por primera vez) v qué pensaría Scotty de mi madre, y tan pronto como llegamos al pie de la escalera empecé a hablar en voz alta paro avisarle que no estaba sola. En realidad, esta era una seña! convenida de antemano entre nosotras, porque cuando dos personas viven en un solo cuarto no es posible prever el grado de desorden con que puede encontrarse el visitante inesperado. Casi siempre había alguna cacerola o platos sucios donde no debían estar, y un par de medias o una enagua secándose encima de la estufa. Mi madre, puesta sobre aviso por la elevación entusiasta del tono de voz de su hija, se lanzaría precipitadamente por el cuarto, cual una bailarina de circo, escondiendo la cacerola, los platos o las medias, para transformarse luego en un pilar de dignidad congelada, muy serena, lista ya para recibir al visitante. Si había despejado la escena con demasiada premura y olvidado una cosa muy obvia, yo vería su mirada alerta fija en el objeto en cuestión, y tendría que arreglármelas y hacer algo sin llamar la atención del visitante.28
Cabe hacer notar, por último, que cuanto más inconscientemente se aprenden y emplean estas señales tanto más fácil es que los miembros de un equipo oculten, incluso ante sí mismos, el hecho de que en realidad funcionan como equipo. Como dijimos antes, el equipo puede ser una sociedad secreta aun para sus propios miembros. Los equipos disponen de otros medios, estrechamente relacionados con las señales escénicas, para transmitirse unos a otros mensajes verbales extensos con el fin de proteger una impresión proyectada que podría sufrir una disrupción si el auditorio advirtiera que se está transmitiendo una información de esa clase. Citaremos, una vez más, un ejemplo de la | rama civil de la administración pública inglesa:
Se trata de algo muy distinto cuando un funcionario de la administración pública tiene la obligación de vigilar e inspeccionar el trámite y aprobación de un proyecto de ley a través del Parlamento, y cuando tiene que asistir a un debate en cualquiera de las dos Cámaras. En este caso no puede hablar por sí mismo; solo está en condiciones de suministrar al ministro los materiales y sugerencias, y esperar que haga buen uso de ellos. Está de más decir que el ministro es cuidadosamente «instruido» de antemano para hacer frente a cualquier discurso anunciado, como cuando se trata de la segunda o tercera lectura de un importante proyecto de ley, o de la presentación del presupuesto anual del Departamento: en tales ocasiones, el ministro cuenta con notas completas y minuciosas acerca de todos los puntos susceptibles de ser planteados, incluso anécdotas y «pequeños detalles» de naturaleza oficial digna y decorosa. Es probable que tanto él como su secretario privado y el secretario permanente hayan empleado mucho tiempo para seleccionar de esas notas los puntos más efectivos que habrá que recalcar, disponerlos en el orden óptimo y preparar una arenga efectiva.
Todo esto es fácil tanto para el ministro como para sus funcionarios, y se lleva a cabo con calma y comodidad. Pero el problema arduo es la réplica al final del debate. Allí el ministro debe depender fundamentalmente de sí mismo. Verdad es que los funcionarios públicos sentados con sufrida paciencia en la pequeña galería a la derecha del presidente del cuerpo legislativo o a la entrada de la Cámara de los Loores han registrado en sus anotadores las inexactitudes y distorsiones fácticas, las falsas inferencias, los conceptos erróneos y los malentendidos acerca de las propuestas gubernamentales y otras debilidades similares contenidos en los argumentos presentados por los oradores de la oposición, pero a menudo resulta difícil hacer llegar estas municiones a la línea de fuego. A veces, el secretario privado parlamentario del ministro se levantará de su asiento, situado justo detrás del de su jefe, caminará negligentemente hasta la galería oficial y mantendrá una conversación en voz baja con los funcionarios; otras, se pasarán una nota de uno a otro hasta hacerla llegar a manos del ministro; en muy raras oportunidades este se acercará para hacer alguna pregunta. Todas estas pequeñas comunicaciones deben operar a la vista de los miembros de la Cámara, y a ningún ministro le agrada parecerse a un actor que no sabe su papel y debe ser ayudado por el apuntador.24
El protocolo comercial, tal vez más preocupado por los secretos estratégicos que por los éticos, ofrece las siguientes sugerencias:
. . .Cuide lo que dice durante una conversación telefónica si un extraño se encuentra cerca. Si usted debe anotar un mensaje y quiere cerciorarse de haberlo entendido correctamente, no lo repita en la forma habitual: pida a la persona que transmite el mensaje que lo repita, de manera que su clarinada no anuncie un mensaje posiblemente privado a todos los circunstantes.
.. .tape sus papeles antes de la llegada de un visitante de afuera, o acostúmbrese a guardarlos en carpeta o debajo de una hoja en blanco.
... Si usted debe hablar con alguna persona de su organización mientras esta se halla con un extraño o con alguien a quien no le atañe su mensaje, hágalo de tal manera que este último no recoja información alguna. Podrá usar el teléfono interno en lugar del intercomunicador, por ejemplo, o escribir el mensaje en una nota que entregará personalmente en vez de hablar en público.25
El visitante que tiene una cita debe ser anunciado inmediatamente. Si usted está conferenciando a puertas cerradas con otra persona, su secretaria lo interrumpirá diciendo algo así como «su cita de las tres está aquí. Pensé que querría saberlo». (La secretaria no menciona el nombre del visitante para evitar que lo oiga el extraño. Si es posible que usted no recuerde quién es su «cita de las tres», ella debe escribir el nombre en una hoja de papel y entregársela en persona, o usar el teléfono privado en vez del sistema de altavoces.)26
Las señales escénicas que examinamos constituyen uno de los principales tipos de connivencia entre los miembros del equipo; otro tipo de connivencia comprende comunicaciones que funcionan esencialmente para confirmar al actuante que en realidad no se ajusta al consenso de trabajo y que la representación que pone en escena no es sino una representación, lo cual le proporciona por lo menos un medio de defensa privada contra las exigencias del auditorio. Esta actividad puede ser designada con el rótulo de «connivencia burlona», que implica, por lo general, la denigración secreta del auditorio, aunque puedan a veces transmitirse puntos de vista acerca del auditorio que son demasiado lisonjeros para encuadrar en el consenso de trabajo. Tenemos aquí una contraparte pública furtiva de lo que fue descrito en la sección titulada «Tratamiento de los ausentes». El caso más común de connivencia burlona es el que tiene lugar entre el actuante y su propia persona. Los escolares brindan ejemplos ilustrativos cuando cruzan los dedos al decir una mentira, o sacan la lengua cuando la maestra adopta momentáneamente una posición desde la cual no puede ver el homenaje. Del mismo modo, los empleados suelen hacer muecas a su jefe o gesticular una maldición silenciosa, escenificando estos actos de menosprecio o insubordinación desde un ángulo en que aquellos a quienes están dirigidos no puedan verlos. La forma más tímida de este tipo de connivencia está representada quizá por la práctica de «hacer dibujitos» o «evadirse con la imaginación» a lugares agradables, mientras se sigue manteniendo la apariencia de desempeñar el papel de oyente. La connivencia burlona también tiene lugar entre miembros de un equipo cuando estos ofrecen una actuación. Así, si bien es posible que solo se utilice un código secreto de insultos verbales en los límites más extremos de nuestra vida comercial, no existe ningún establecimiento comercial tan intachable que sus empleados no intercambien miradas de inteligencia cuando están en presencia de un cliente indeseable o de un cliente respetable que se comporta en forma inconveniente. Del mismo modo, es muy difícil que, en nuestra sociedad, un matrimonio o dos amigos íntimos pasen una noche en interacción jovial con una tercera persona sin intercambiar en algún momento una mirada que contradice secretamente la actitud que mantienen en forma oficial hacia esa persona.
Una forma más dañina de este tipo de agresión contra el auditorio se observa en situaciones en las que el actuante está obligado a asumir una actitud profundamente contraria a sus sentimientos más íntimos. Un informe que esboza algunas de las acciones defensivas asumidas por los prisioneros de guerra en los campos de adoctrinamiento chinos-brinda un ejemplo interesante:
Es preciso señalar, sin embargo, que los prisioneros encontraron muchos medios para cumplir con la letra, pero no con el espíritu de las exigencias chinas. Así, por ejemplo, durante las sesiones públicas de autocrítica subrayaban las palabras de la frase que no debían ser acentuadas, ridiculizando de esa manera todo el ritual: «Lamento haber llamado al camarada Won un hijo de tal por cual y un inservible». Otro de los ardides favoritos era prometer que jamás «se dejarían atrapar» en el futuro cometiendo cierto delito. Estos recursos eran eficaces porque incluso los chinos que sabían inglés no estaban suficientemente familiarizados con el idioma ni el slang para poder detectar la sutil ridiculez oculta en esas formas expresivas.27
Un tipo similar de comunicación impropia se establece cuando uno de los miembros de un equipo desempeña su papel para diversión especial y secreta de sus compañeros; por ejemplo, puede representar su parte con un entusiasmo eficaz, que es a un tiempo exagerado y preciso, pero tan cercano a lo que esperan los miembros del auditorio que estos no comprenden, o no están seguros, que se están burlando de ellos. Así, los músicos de jazz obligados a tocar música «cursi» tocarán a veces un poco más cursi de lo necesario, y esta leve exageración sirve como medio a través del cual los músicos se transmiten unos a otros su menosprecio por el público y su propia lealtad hacia el verdadero arte.28 Una forma algo similar de connivencia tiene lugar cuando un miembro del equipo intenta embromar a otro mientras ambos ofrecen una actuación. En este caso el objetivo inmediato es lograr que el compañero estalle de risa, o dé un traspié, o esté a punto de cometer un desliz o perder compostura en cualquier otra forma. Así, por ejemplo, en el hotel Shetland, el cocinero solía pararse a veces a la entrada de la cocina que daba a la región anterior del hotel y contestaba solemne y dignamente, y en inglés corriente, las preguntas que le formulaban los huéspedes, mientras que desde la cocina las camareras, con la cara seria, lo provocaban, burlándose secretamente de él. Al burlarse del auditorio o molestar a un compañero, el actuante puede demostrar no solo que no se halla atado por la interacción oficial sino también que controla hasta tal punto esa interacción que puede jugar con ella a voluntad. Puede mencionarse, por último, otra forma de interacción burlona. Cuando un individuo interactúa con otro que de alguna manera se comporta en forma ofensiva, tratará de sorprender la mirada de un tercero —extraño a la interacción— para corroborar de este modo que él no debe ser responsabilizado por la actuación o la conducta del segundo individuo. Hay que hacer notar, finalmente, que todas estas formas de connivencia burlona tienden a surgir de manera casi involuntaria, a través de señales que son transmitidas antes de que puedan ser controladas.
Dadas las diversas formas en que los miembros de un equipo se comunican entre sí de manera impropia, cabe suponer que los actuantes sentirán un apego especial por este tipo de actividad, incluso en momentos en que no haya ninguna necesidad práctica que la justifique, y que por lo tanto recibirán con beneplácito a quienes quieran acompañar sus actuaciones individuales. Es comprensible que se desarrolle entonces un rol especializado dentro del equipo, el del «compañero inseparable», o sea la persona que puede ser introducida en una actuación a voluntad de otra con el fin de asegurar a esta última la comodidad de contar con un compañero de equipo.
Encontramos esta forma especial de utilizar a una persona para comodidad o conveniencia de otra allí donde existen notables diferencias en cuanto a poder y no hay ningún tabú contra el trato social entre los que ejercen el poder y los que carecen de él. El rol social del acompañante brinda un ejemplo, como se señala en una autobiografía novelesca de fines del siglo XVIII:
En pocas palabras, mi tarea era la siguiente: estar siempre lista en cualquier momento para acompañar a mi señora a toda reunión social o de negocios en la que se le antojara participar. Por la mañana la acompañaba a todas las ventas públicas, subastas, exposiciones, etcétera, y, sobre todo, estaba presente en la importante tarea de ir de compras (...) Acompañaba a mi señora a todas las visitas, a menos que la reunión fuese particularmente selecta, y hacía acto de presencia en todas las reuniones sociales que se realizaban en la casa, donde actuaba como una especie de sirvienta de alto rango.29
Este cargo parecía exigir, de la persona que lo desempeñaba que acompañara al amo a voluntad, no con propósitos serviles, o no solo para estos propósitos, sino para que el amo tuviera siempre a alguien con quien alinearse contra los demás presentes.
Realineamiento de las acciones
Se ha sugerido que, cuando los individuos se reúnen con fines de interacción, cada uno de ellos se apega al papel que le fue adjudicado dentro de la rutina de su equipo, y se pone de acuerdo con sus compañeros para mantener la combinación apropiada de formalidad e informalidad, de distancia e intimidad, ante los miembros del otro equipo. Esto no significa que los compañeros de equipo se traten unos a otros en la misma forma en que tratan abiertamente al auditorio, pero significa casi siempre que lo harán en forma distinta de la que sería más «natural» para ellos. La comunicación colusoria es uno de los medios por los cuales los compañeros de equipo pueden en cierta medida liberarse de los requisitos restrictivos interaccionales entre los equipos; es un tipo de desviación del cual el auditorio está destinado a no percatarse, y tiende, por lo tanto, a mantener intacto el statu quo. Empero, los actuantes raras veces parecen contentarse con los canales seguros para expresar su desacuerdo con el con- senso de trabajo. A menudo tratan de decir, de manera audible para el auditorio pero que no amenace abiertamente la integridad de los dos equipos o su distancia social, algo que no concuerda con el personaje. Estos realineamientos temporarios extraoficiales o controlados, muchas veces de carácter agresivo, constituyen una interesante área de estudio. Cuando dos equipos establecen un consenso oficial de trabajo como garantía para una interacción social segura, podemos, por lo general, detectar una línea extraoficial de comunicación que cada equipo dirige hacia el otro. Esta comunicación no oficial se puede establecer por medio de indirectas, inflexiones imitativas, bromas oportunas, pausas significativas, insinuaciones veladas, chanzas intencionadas, connotaciones expresivas y muchas otras prácticas de signos. Las reglas relativas a esta laxitud son muy estrictas. El individuo que transmite la comunicación extraoficial tiene el derecho de negar que se «propusiera decir algo» por medio de su acción, si los recipiendarios lo acusaran abiertamente de haber transmitido algo inaceptable, y estos a su vez tienen el derecho de actuar como si no se hubiera transmitido nada, o solo algo innocuo.
La tendencia más común de comunicación oculta es tal vez aquella en que cada equipo se coloca sutilmente en una posición favorable y coloca, con igual sutileza, al otro equipo en una posición desfavorable, a menudo bajo la apariencia de cortesías y cumplidos verbales que apuntan en dirección contraria. 30 Los equipos suelen, pues, resentir el control que se ejerce sobre ellos en el consenso de trabajo. Es interesante observar que son precisamente estas fuerzas encubiertas de autoelevación y denigración de los otros las que introducen a menudo una lamentable rigidez compulsiva en las interacciones sociales, y no los tipos más librescos del ceremonial social.
En muchos casos de interacción social, la comunicación no oficial proporciona un medio a través del cual un equipo puede comunicar al otro una invitación precisa, pero no comprometida, solicitando que aumente o disminuya la distancia social y la formalidad mutuas, o que ambos equipos transformen su interacción en otra que implique la representación de un nuevo conjunto de roles. Esto se designa a veces con la expresión «sacar las antenas», y entraña revelaciones cautas y exigencias insinuadas. A través de declaraciones cuidadosamente ambiguas o que encierran un significado secreto para el iniciado, el actuante es capaz de descubrir, sin abandonar su posición defensiva, si es o no seguro prescindir de la definición corriente de la situación. Por ejemplo, puesto que no es necesario mantener la distancia social o estar alerta ante quienes son colegas en cuanto a la ocupación, la ideología, el grupo étnico, la clase, etc., es común que se empleen, signos secretos que parecen ser innocuos para los no-colegas pero que, al mismo tiempo, hacen saber al iniciado que está entre los suyos y puede descansar abandonando la pose que mantiene ante el público. Así, los miembros de una secta de asesinos fanáticos de la India del siglo XIX, llamados thugs, quienes ocultaban sus depredaciones anuales tras una máscara de virtud cívica que mantenían durante nueve meses al año, poseían un código secreto para reconocerse unos a otros. Como sugiere un escritor:
Cuando los thugs se encuentran, aunque no se conozcan hay siempre algo en su porte o su manera de ser que les permite intuir de inmediato su identidad, y para confirmar la veracidad de esa sospecha uno de ellos exclama «¡Alee Khan!», expresión que, al ser repetida por la otra parte, entraña el reconocimiento mutuo de los miembros de la secta 31. Del mismo modo, todavía hay hombres de la clase trabajadora inglesa que preguntan a los desconocidos «de qué punto de Oriente son»; los compañeros francmasones saben cómo contestar a este santo y seña, y saben que una vez que den la respuesta adecuada los presentes pueden permitirse manifestar tranquilamente su intolerancia hacia los católicos y las clases caducas y decadentes. (En la sociedad angloamericana el apellido y la apariencia de las personas a quienes uno es presentado desempeñan una función similar, advirtiéndonos cuáles son los sectores de la población a los que será poco diplomático difamar o criticar.) Asimismo, en los restaurantes judíos llamados «delikatessen», algunos parroquianos recalcarán que quieren los sandwiches sin manteca y con pan de centeno, dando de ese modo al personal un indicio claro del grupo étnico al que pertenecen y que están dispuestos a reconocer en forma abierta.32 La cautelosa revelación por cuyo intermedio dos miembros de una sociedad íntima se dan a conocer mutuamente es quizá la versión menos alambicada de la comunicación oculta. En la vida cotidiana, donde los individuos no pertenecen a ninguna sociedad secreta, y por lo tanto queda descartada la posibilidad de revelar una afiliación inexistente, se desarrolla un proceso más delicado y sutil. Cuando los individuos no conocen sus opiniones y status mutuos tiene lugar un proceso de sondeo por medio del cual uno de ellos revela al otro poco a poco sus puntos de vista y status. Después de abandonar solo un poco sus precauciones, espera que el otro le demuestre que está a salvo al hacerlo; una vez obtenida esta confirmación, puede abandonar un poco más sus precauciones sin correr riesgos. Al expresar cada paso de la admisión de sus opiniones en términos ambiguos, el individuo está en condiciones de detener el proceso de abandonar su fachada en el preciso momento en que no obtiene confirmación de su interlocutor, y en ese momento puede actuar como si su última revelación no fuese en absoluto una admi- sión formal. Así, cuando dos personas que están conversando tratan de descubrir el grado de prudencia con que deben actuar para exponer sus verdaderas opiniones políticas, una de ellas puede interrumpir la revelación gradual de su ubicación real a la derecha o a la izquierda de la escala ideológica en el instante mismo en que la otra hace conocer el punto más extremo de sus verdaderas ideas. En tales casos, la persona que sustenta las opiniones más extremas actuará con todo tacto como si sus puntos de vista no fueran más extremos que los de la otra.
Este proceso de revelación gradual y cautelosa puede observarse, asimismo, en parte de la mitología y en algunos de los hechos asociados con la vida heterosexual de nuestra sociedad. La relación sexual es definida como una relación íntima en la que la iniciativa corresponde al varón. En realidad, las prácticas del galanteo implican un ataque por parte del varón contra el alineamiento entre los sexos, ya que intenta maniobrar para colocar a la persona a la que al principio debe demostrar respeto a una posición de intimidad subordinada.33 Sin embargo, encontramos una acción aún más agresiva contra el alineamiento entre los sexos en esas situaciones en que el consenso de trabajo está definido en función de la superioridad y la distancia social por parte del actuante que es casualmente una mujer, y de la subordinación por parte del actuante que es casualmente un hombre. En tales casos surge la posibilidad de que el actuante varón redefina la situación para hacer hincapié en su superioridad sexual en contraposición con su subordinación socioeconómica. 34 En nuestra literatura proletaria, por ejemplo, es el hombre pobre quien impone esta redefinición respecto de una mujer rica. El amante de lady Chatterley, como se hizo notar a menudo, es un ejemplo bien claro. Y cuando estudiamos las ocupaciones de servicio, sobre todo las más humildes, encontramos inevitablemente que los sujetos cuentan historias de la oportunidad en que ellos o uno de sus colegas redefinieron la relación de servicio convirtiéndola en una relación sexual (o permitieron que fuera redefinida para ellos). Relatos de tales redefiniciones agresivas constituyen una parte significativa de la mitología no solo de las ocupaciones privadas, sino de la subcultura masculina en general. Los realineamientos temporarios a través de los cuales la dirección de la interacción puede ser captada en forma oficiosa por el individuo de status subordinado, o comunicada extraoficialmente por el individuo de status superior alcanzan cierto grado de estabilidad e institucionalización en la llamada «conversación de doble sentido».35 Mediante esta técnica de comunicación, dos individuos pueden transmitirse información de cierta manera, o sobre un asunto incompatible con su relación oficial. La conversación de doble sentido implica el tipo de insinuación que puede ser transmitida por ambas partes y sustentada durante cierto lapso. Es una clase de comunicación colusoria que difiere de otros tipos de con- nivencia en cuanto que los personajes contra quienes se establece la colusión son proyectados por las mismas personas que participan en dicha colusión. Por lo general, la conversación de doble sentido tiene lugar durante la interacción entre un subordinado y su superior acerca de cuestiones que oficialmente están fuera de la competencia y jurisdicción del subordinado, pero que en realidad dependen de él.
Gracias a la conversación de doble sentido, el subordinado puede iniciar líneas de acción sin reconocer en forma abierta la inferencia expresiva de esa iniciación, y sin comprometer la diferencia de status entre él y su superior. En los cuarteles y las cárceles la conversación de doble sentido es un recurso corriente. También es utilizada a menudo en situaciones en que la persona subordinada tiene una larga experiencia en el área ocupacional en que trabaja, mientras no ocurre lo mismo con su superior, como en la división que se produce en las oficinas de gobierno entre un ministro sustituto «permanente» y un ministro nombrado políticamente, o en esos casos en que el subordinado habla el lenguaje de un grupo de empleados, pero no ocurre otro tanto con su superior. También observamos la conversación de doble sentido cuando dos personas mantienen acuerdos ilícitos mutuos, ya que mediante esta técnica pueden establecer comunicación sin que ninguno de los participantes tenga necesidad de ponerse en manos del otro. Una forma similar de connivencia se encuentra a veces entre dos equipos que deben dar la impresión de ser relativamente hostiles o de sustentar posiciones relativamente distantes, y que sin embargo se dan cuenta de que tanto a uno como a otro puede resultarles provechoso llegar a un acuerdo sobre ciertas cuestiones, siempre que esto no obstaculice la actitud oposicional que están obligados a mantener uno frente al otro.36 En otras palabras, es posible hacer convenios sin establecer la relación de solidaridad mutua a la que conduce habitual-mente la negociación. Pero hay algo más importante aún: la conversación de doble sentido se utiliza de modo regular en el trabajo y en la vida íntima como un medio seguro de aceptar y rechazar pedidos y órdenes que no podrían aceptarse o rechazarse abiertamente sin alterar la relación. He considerado algunas acciones de realineamiento comunes —movimientos que giran en torno de, o pasan por encima, o se alejan de la línea demarcatoria entre los equipos—, proporcionando a manera de ejemplo procesos tales como el descontento extraoficial, las revelaciones cautas y la conversación de doble sentido; quisiera ahora agregar a este cuadro algunos tipos adicionales.
Cuando el consenso de trabajo establecido entre dos equipos implica una oposición reconocida, vemos que la división del trabajo dentro de cada equipo puede conducir en última instancia a realineamientos momentáneos cuya naturaleza nos permite apreciar que no solo los ejércitos enfrentan el problema de la fraternización. El especialista de un equipo puede descubrir que tiene mucho en común con su contra- parte del equipo opuesto, y que ambos hablan un lenguaje que tiende a alinearlos en un mismo equipo contra todo el resto de los participantes. Así, durante las negociaciones entre el capital y el trabajo, los abogados de los dos bandos opuestos intercambiarán miradas de connivencia cuando un lego de cualquiera de los dos equipos comete un error legal evidente. Cuando los especialistas no forman parte de un equipo determinado con carácter permanente, sino que son contratados mientras duren las negociaciones, es probable que en ciertos sentidos sean más leales a su profesión y a sus colegas que al equipo al cual prestan sus servicios en ese momento. Si se quiere mantener la apariencia de una oposición entre los equipos, los especialistas tendrán que suprimir o expresar en forma subrepticia las manifestaciones mutuas de lealtad que pasan por encima de las líneas que dividen a los equipos. De este modo, los abogados, al percibir intuitivamente que sus clientes quieren que muestren hostilidad hacia los abogados que defienden a la parte contraria, esperarán una pausa para pasar al trasfondo escénico y mantener una charla cordial con sus colegas acerca del caso en cuestión. Al examinar el papel que cumplen los funcionarios de la administración pública en los debates parlamentarios, Dale hace una sugerencia similar:
Un debate fijo sobre un tema (...) dura por regla general solo un día. Si un Departamento tiene la mala suerte de que un proyecto de ley extenso y controvertible se halle en una Comisión constituida por la totalidad de los miembros de la Cámara de Representantes, el ministro y los funcionarios públicos que están a cargo de él deben hacer acto de presencia desde las 4 de la tarde hasta las 11 de la noche (y a veces hasta mucho más tarde si se suspende la regla de las 11 en punto), día tras día, de lunes a jueves, todas las semanas (...) Sin embargo, los funcionarios públicos ven com- pensados sus padecimientos. Es precisamente en estas ocasiones cuando tienen más posibilidades de renovar y ampliar sus relaciones en la Cámara. La sensación de presión es menor entre los representantes y los funcionarios que durante el debate fijo de un día; es lícito escapar de la sala de sesiones al salón de fumar o a la terraza, y entablar una conversación animada mientras un latoso notorio hace una moción para presentar una enmienda que todo el mundo sabe impracticable. Cierta camaradería surge entre todos aquellos —gobierno, oposición y funcionarios públicos— que están entregados por igual, noche tras noche, al estudio de un proyecto de ley.37
Es interesante comprobar que en algunos casos incluso la fraternización en el trasfondo escénico puede ser considerada como una amenaza demasiado grande para la representación. Así, los reglamentos de la Liga de Béisbol exigen que los jugadores cuyos equipos representan a bandos opuestos de la afición deportiva se abstengan de conversar amigablemente entre ellos antes de la iniciación del partido.
Esta es una regla fácilmente comprensible. No sería conveniente ver charlar a los jugadores como si estuvieran tomando el té en una reunión social y esperar luego que los aficionados se convenzan de que se abalanzarán furiosos en pos de la pelota —que es lo que en realidad sucede— tan pronto como comienza el juego. Tienen que actuar como adversarios durante todo el tiempo.38
En todos estos casos que implican confraternización entre especialistas de bandos opuestos, el problema esencial no es que se revelen los secretos de los equipos o sufran sus intereses (aunque esto puede ocurrir o puede parecer que ocurre) sino más bien que se desvirtúe la impresión d< oposición que es fomentada por los equipos. La contribución del especialista debe aparentar ser una respuesta espontánea a los hechos del caso, que lo colocan independientemente en posición contraria al otro equipo; cuando fraterniza con su oponente quizá no sufra el valor técnico de su contribución,
pero, desde un punto de vista dramático, esta es desenmascarada y aparece como lo que en cierto modo es, o sea una actuación pagada para llevar a cabo una tarea rutinaria.
Con esto no quiero significar que la fraternización solo se produce entre especialistas que temporariamente toman partido unos contra otros. Siempre que los intereses y lealtades se entrecruzan, un grupo de individuos puede constituir abiertamente un par de equipos, mientras sin ruido ni alharaca forma otro. Y siempre que dos equipos deben sustentar un alto grado de antagonismo mutuo, o de distancia social, o ambas cosas, puede llegar a establecerse una región bien delimitada, un lugar que no solo es el trasfondo escénico de las actuaciones ofrecidas por los equipos sino que está abierto a los miembros de ambos equipos. En los hospitales neuropsiquiátricos públicos, por ejemplo, encontramos a menudo una habitación o un sector retirado del establecimiento donde los pacientes y las enfermeras pueden dedicarse a actividades tales como jugar al póquer o chismear acerca de los ex internados, y donde está claramente sobreentendido que las enfermeras no se vendrán con ínfulas. Los campamentos militares suelen tener una región similar. Un relato sobre la vida en el mar brinda otro ejemplo ilustrativo:
Existe una antigua regla de que en la cocina todo hombre puede decir lo que piensa con impunidad, como si estuviera en el Hyde Park Corner de Londres. El oficial que utiliza en contra de un tripulante cualquier cosa que se haya dicho en la cocina pronto comprobará que los hombres sabotean su puesto a bordo o le hacen el vacío.39 Entre otras cosas, uno nunca está solo con el cocinero. Siempre hay alguien haraganeando dispuesto a escuchar sus chismes o el relato de sus infortunios, mientras descansa cómodamente sentado en un banquito junto a la caldeada pared opuesta al fogón, con los pies sobre el travesaño y las mejillas encendidas. El travesaño para los pies proporciona el indicador: la cocina es la plaza pueblerina del barco, y el cocinero y su fogón, el puesto de las salchichas. Es el único lugar donde oficiales y marineros se encuentran en un pie de igualdad completa, como lo descubrirá de inmediato el marinero joven que aparezca en la cocina dándose aires de prefecto.
Lejos de llamarlo «querido» o «chico», el cocinero lo pondrá en su lugar, que está al lado de Hank, el encargado del aceite de las máquinas, sobre el pequeño banco (...) Sin este intercambio libre que se desarrolla en la cocina el barco es acribillado por corrientes ocultas. Todo el mundo está de acuerdo en que en los trópicos la tensión aumenta y la tripulación se vuelve más difícil de manejar. Algunos atribuyen esto al calor, mientras que otros saben que ello se debe a la pérdida de la milenaria válvula de seguridad: la cocina.40
Cuando dos equipos establecen una interacción social, a menudo podemos advertir que uno de ellos tiene un prestigio general más bajo y el otro goza de uno más elevado. Cuando, en tales casos, consideramos el realineamiento de las actividades, pensamos que el equipo inferior se esforzará por modificar las bases interaccionales en una dirección que le sea favorable, o disminuir la distancia social y la formalidad que lo separa del equipo superior. Es interesante observar que hay ocasiones en que el hecho de bajar las barreras y admitir al equipo inferior en un plano de mayor intimidad e igualdad sirve a fines más amplios del equipo superior. Aunque una persona conozca cuáles son las consecuencias de otorgar a sus inferiores la familiaridad característica del tras-fondo escénico, puede convenirle hacerlo momentáneamente, en bien de intereses de largo alcance. Así, a fin de impedir una huelga, Chester Barnard nos cuenta que soltó unas maldiciones en forma deliberada en presencia de una comisión que representaba a obreros desocupados, y también afirma que tenía plena conciencia de la significación de su actitud.
A mi juicio, confirmado por otras personas cuyas opiniones me merecen respeto, por
regla general es una práctica por demás deplorable que el individuo que ocupa una posición superior diga palabrotas en presencia de sus subordinados o de individuos de status inferior, aun cuando estos no tengan nada en contra de las palabrotas y sepan que el superior está acostumbrado a maldecir. He conocido muy pocos hombres que pudieran hacerlo sin provocar reacciones adversas. Supongo que la razón estriba en que todo aquello que rebaja la dignidad de la posición de un superior hace más difícil aceptar esa diferencia de status. Además, cuando está involucrada una sola organización en la cual el status del superior simboliza toda la organización, se considera que el prestigio de esta ha sido dañado. En el presente caso, una excepción, la maldición fue deliberada y acompañada por fuertes golpes sobre la mesa.41
Una situación similar se observa en los hospitales neuropsiquiátricos en los que se aplica terapia ambiental. Al permitir que las enfermeras e incluso las mucamas participen en las conferencias habitualmente sacrosantas del personal médico, estos miembros del personal no médico pueden sentir que se acorta la distancia entre ellos y los médicos, y mostrarse más dispuestos a adoptar el punto de vista de estos últimos hacia los pacientes. De este modo se piensa que, sacrificando el exclusivismo de aquellos que están en lo más alto, se fortalecerá la moral de quienes se hallan en el nivel más bajo. Maxwell Jones nos ofrece una descripción seria y formal de este proceso en su informe sobre la experiencia inglesa con la terapia ambiental.
En la unidad intentamos desarrollar el rol del médico para satisfacer nuestra meta terapéutica limitada, y tratamos de evitar toda ostentación. Esto significó una ruptura total con la tradición hospitalaria. No nos vestimos conforme con el concepto habitual del profesional. Eludimos el guardapolvo blanco, el estetoscopio y el agresivo percutor como prolongaciones de nuestra imagen corporal.42
En realidad, cuando estudiamos la interacción entre dos equipos en situaciones cotidianas advertimos que a menudo se espera que el equipo de status superior ceda un poco. Entre otras cosas, este abandono de la fachada proporciona una base para el proceso de trueque; el equipo superior recibe un servicio o algún tipo de ventaja, mientras que el equipo subordinado recibe como concesión una indulgente intimidad. Así, es sabido que la reserva que mantienen los miembros de la clase superior inglesa durante su interacción con comerciantes y funcionarios menores es abandonada mo- mentáneamente cuando aquellos deben pedir a sus subordinados un favor particular. Asimismo, este acortamiento de la distancia social brinda un medio a través del cual puede originarse durante el proceso interaccional un sentimiento de espontaneidad y participación. Sea como fuere, la interacción entre dos equipos implica a menudo el acto de tomarse muy pequeñas libertades, aunque más no fuera como un medio de probar el terreno para ver si es posible sacarle una ventaja inesperada al bando contrario.
Cuando un actuante se niega a conservar su lugar, sea este de rango superior o inferior al del auditorio, cabe esperar que el director —si es que hay uno— y el auditorio lleguen a malquistarse con él. En muchos casos, también es probable que la gente común objete su actitud. Como ya lo señalamos al referirnos a los obreros que en la fábrica sobrepasan la norma, toda concesión extra al auditorio por parte de un miembro del equipo es una amenaza para la posición que han tomado, y una amenaza para la seguridad que obtienen gracias a que conocen y controlan la posición que tendrán que adoptar. Así, cuando en la escuela una maestra se muestra demasiado benévola con sus alumnos, o interviene en sus juegos durante el recreo, o está dispuesta a establecer estrecho contacto con los niños de status más bajo, las otras maestras verán amenazada la impresión que tratan de mantener acerca de lo que constituye el rol apropiado de la maestra.43 En realidad, cuando los actuantes cruzan la línea que separa los equipos, cuando alguno de ellos se muestra demasiado íntimo, o demasiado indulgente, o demasiado hostil, es posible que se produzca un circuito de reverberaciones que afectará al equipo subordinado, al equipo superior y a los transgresores.
Podemos vislumbrar un ejemplo de esas reverberaciones un reciente estudio sobre la marina mercante, en el cual autor sugiere que, cuando los oficiales riñen por cuestiones relativas a las obligaciones y tareas a bordo, los marineros aprovecharán la disputa para manifestar su simpatía por oficial que a su juicio fue tratado injustamente:
Al hacer esto (adular a una de las partes) los tripulantes esperaban que el oficial aflojara su actitud de superioridad y les permitiera cierta igualdad mientras discutía la situación. Esto pronto condujo a que esperasen algunos privilegios, tales como permanecer en la timonera en lugar de tener que estar en los costados del puente. En una palabra, aprovecharon la discusión de los oficiales para aliviar su status subordinado. 44
Las nuevas tendencias en el tratamiento psiquiátrico nos brindan otros ejemplos, algunos de los cuales quisiera mencionar.
Podemos citar un caso extraído del informe de Maxwell Jones, aunque su estudio pretende ser un argumento para disminuir las diferencias de status entre los niveles del personal, por un lado, y los pacientes y el personal, por el otro:
La integridad del grupo de enfermeras puede ser afectada en grado considerable por la indiscreción de cualquiera de sus miembros; la enfermera que se permite satisfacer en forma manifiesta sus necesidades sexuales con un paciente altera la actitud de los enfermos hacia todo el grupo de enfermeras y disminuye la eficacia del rol terapéutico de estas últimas.45
Los comentarios de Bettelheim sobre sus experiencias en la organización de un medio terapéutico en la Escuela de Ortogénesis Sonia Shankman de la Universidad de Chicago nos proporcionan otro ejemplo:
Dentro del marco total del medio terapéutico, la seguridad personal, la adecuada gratificación del instinto y el apoyo grupal sensibilizan al niño para las relaciones interpersonales. Los propósitos de la terapia ambiental se verían frustrados, por supuesto, si no se protegiera también a los niños del tipo de desengaño que ya experimentaron en su medio original. La coherencia del grupo profesional es, por lo tanto, una importante fuente de seguridad personal para los niños cuando los miembros del personal permanecen insensibles ante sus intentos de utilizar a unos contra otros. Originariamente, muchos niños se ganan el afecto de uno de los progenitores solo a costa de las exigencias afectivas del otro. El recurso, común en los niños, de controlar la situación familiar incitando a un miembro de la familia contra el otro se desarrolla a menudo sobre esta base, pero solo les proporciona una seguridad relativa. Los niños que utilizaron esta técnica con resultados muy satisfactorios serán incapaces de establecer más adelante relaciones no ambivalentes. Sea como fuere, cuando los niños recrean situaciones edípicas en la escuela, crean también vínculos positivos, negativos o ambivalentes con diversos miembros del personal docente. Es esencial que estas relaciones entre los niños y los miembros individuales del personal no afecten las relaciones mutuas del personal docente. Si no existe coherencia en esta área del medio total, esos vínculos pueden convertirse en relaciones neuróticas y destruir las bases de identificación y los vínculos afectivos sustentados.46
Incluimos un último ejemplo tomado de un proyecto de terapia de grupo, en el cual se esbozan sugerencias para el manejo de dificultades interaccionales recurrentes causadas por pacientes con trastornos o problemas de distinta índole:
Se realizan intentos para establecer una relación especial con el médico. Los pacientes
se esfuerzan a menudo por cultivar la ilusión de un entendimiento secreto con el médico, tratando, por ejemplo, de sorprender su mirada cuando uno de los enfermos propone algo que suena a «cosa de locos». Si logran una respuesta del médico que puedan interpretar como indicio de un vínculo especial, esto suele ser muy disruptívo para el grupo. Puesto que este tipo de interacción peligrosa es característicamente no verbal, el facultativo debe controlar con sumo cuidado su propia actividad no verbal.47
Quizás estas citas nos digan más acerca de los sentimientos parcialmente ocultos de los autores que acerca de los procesos que pueden originarse cuando alguien se sale de la línea, pero, en fecha reciente, el trabajo de Stanton y Schwartz nos brindó un informe bastante detallado del circuito de consecuencias que surge cuando se cruza la línea entre dos equipos.48
Se ha señalado que en momentos de crisis es posible romper en forma temporaria las líneas de separación entre los equipos, y los miembros de equipos opuestos pueden olvidar momentáneamente sus lugares apropiados respectivos. Se ha indicado, asimismo, que, en ocasiones, el hecho de bajar las barreras puede servir, al parecer, para ciertos fines, y que para lograrlos los equipos superiores se unen en forma temporaria con los rangos inferiores. Es preciso agregar, como ejemplo de un caso límite, que algunas veces los equipos interactuantes parecen dispuestos a salir del marco dramático para sus actuaciones, y entregarse durante períodos prolongados a una orgía promiscua de análisis clínicos, religiosos o éticos. Observamos una versión vivida y asombrosa de este proceso en los movimientos sociales evangélicos que emplean la confesión pública. Un pecador, muchas veces de un status no muy alto, se pone de pie y cuenta a los presentes cosas que de ordinario trataría de ocultar o de justificar; sacrifica sus secretos y su distancia autoprotectiva respecto de los demás, y este sacrificio tiende a producir una solidaridad propia de bastidores entre todos los presentes. La terapia grupal brinda un mecanismo similar para crear un espíritu de equipo y esa misma solidaridad. El pecador psíquico se pone de pie y habla de sí mismo, invitando a los demás a hablar acerca de él de un modo que sería imposible en la interacción corriente. Esto tiende a dar por resultado una solidaridad dentro del grupo, la cual, conocida con el nombre de «apoyo social», tiene presumiblemente valor terapéutico. (Según los criterios cotidianos, lo único que el paciente pierde con este método es su autorrespeto.) Tal vez se encuentre un eco de este proceso en las reuniones o conferencias de médicos y enfermeras que mencionamos antes.
Es posible que estos cambios del retraimiento a la intimidad se produzcan en momentos de tensión crónica. O quizá podamos considerarlos como parte de un movimiento social antidramático, un culto de confesión. Quizás ese descenso de las barreras presente una fase natural del cambio social que transforma un equipo en otro; presumiblemente, los equipos opuestos intercambian secretos, de suerte que pueden empezar a reunir al principio una nueva serie de secretos para un medio recientemente compartido. Sea como fuere, hay casos en que equipos opuestos, ya sean de naturaleza industrial, marital o nacional, parecen dispuestos no solo a revelar sus secretos al mismo especialista, sino también a representar dicha revelación en presencia del enemigo. 49 Podemos señalar aquí que uno de los lugares más fructíferos para estudiar el realineamiento de las acciones, sobre todo las traiciones momentáneas, puede no ser el establecimiento jerárquicamente organizado sino más bien la interacción in- formal que se desarrolla entre personas relativamente iguales en la vida cotidiana. A decir verdad, la manifestación sancionada de estas agresiones parece ser una de las características definitorias de nuestra vida de relación. En tales ocasiones se espera a menudo que dos personas se entreguen a una batalla verbal para beneficio de los oyentes, y que cada una trate informalmente de desacreditar la posición tomada por la otra. En el flirteo puede ocurrir que los hombres traten de destruir la pose de inaccesibilidad virginal de las mujeres, mientras que estas pueden tratar de obligar a los hombres a comprometerse manifestando su interés, sin debilitar al mismo tiempo su propia posición defensiva. (Cuando quienes flirtean son, al mismo tiempo, miembros de diferentes equipos conyugales, también pueden tener lugar traiciones relativamente informales.) En los círculos de conversación en que intervienen cinco o seis personas es posible que se dejen jovialmente de lado los alineamientos básicos, tales como los que se establecen entre una pareja conyugal y otra, o entre anfitriones y huéspedes, o entre hombres y mujeres, y los participantes se muestren dispuestos a cambiar y volver a cambiar los alineamientos de los equipos ante la mínima incitación, asociándose alegremente con su auditorio previo contra sus antiguos compañeros de equipo, por medio de la traición franca o de la connivencia burlona contra ellos. Lo mismo ocurre cuando se consigue emborrachar a alguien de status elevado y se lo obliga a abandonar su fachada convirtiéndolo en una persona íntimamente accesible para quienes son en cierta medida sus inferiores. El mismo tono agresivo se alcanza a menudo en una forma menos sofisticada mediante bromas y juegos en los cuales la persona elegida como blanco será llevada —en tono de broma— a tomar una posición ridículamente insostenible. Quisiera comentar un punto general que parece surgir de estas consideraciones sobre la conducta de los equipos.
Cualquiera que sea el motivo que origine la necesidad humana de contacto social y compañía, el efecto parece adoptar dos formas: la necesidad de contar con un auditorio ante el cual podamos someter a prueba nuestros «sí mismos», de los que tanto nos jactamos, y la necesidad de contar con compañeros de equipo con los cuales podamos establecer connivencias íntimas y relajarnos entre bastidores.
Y es aquí donde el marco de referencia de este informe empieza a ser demasiado rígido para los hechos que señala. Si bien las dos funciones que otros pueden representar para nosotros están habitualmente segregadas (y este trabajo está dedicado en gran medida a explicar por qué es necesaria esta separación de las funciones), no cabe duda de que hay momentos en que las mismas personas representan casi simultáneamente ambas funciones. Como se ha sugerido, esto puede ocurrir como una concesión recíproca en las reuniones cotidianas, pero también encontramos esta función dual como una obligación no recíproca, que amplía el rol del «compañero inseparable», de suerte que la persona que asume esa obligación estará siempre disponible, ya sea para presenciar la impresión que produce su amo o para ayudarlo a transmitirla. Así, en los pabellones alejados de los hospitales neuropsiquiátricos en los que hay pacientes y asistentes de sala que conviven en el establecimiento desde hace muchísimos años, observamos que a veces se exige al enfermo que acepte ser blanco de las bromas del asistente en un momento dado, mientras que, en otro, recibe de él un guiño de connivencia que lo coloca en un mismo nivel de alineación, y este apoyo terapéutico le es dado al asistente todas las veces que se le antoje exigirlo. Quizás el cargo militar actual de edecán también pueda ser considerado en parte como el rol del «compañero inseparable», ya que quien lo asume proporciona a su general un compañero de equipo del cual este puede prescindir a voluntad, o utilizarlo como miembro del auditorio. Algunos miembros de las pandillas callejeras y ciertos ayudantes ejecutivos de las cortes que se forman en torno de los productores de Hollywood proporcionan otros ejemplos.
En este capítulo consideramos cuatro tipos de comunicación impropia: el tratamiento de los ausentes, las conversaciones sobre la puesta en escena, la connivencia del equipo y el realineamiento de las acciones. Cada uno de estos cuatro tipos de conducta dirige la atención al mismo punto: la actuación ofrecida por el equipo no es una respuesta inmediata y espontánea a la situación, que absorbe todas sus energías y constituye su única realidad social; la actuación es algo que permite a los miembros del equipo retroceder y observarlo desde la distancia, alejándose lo suficiente para imaginar o desarrollar simultáneamente otros tipos de actuaciones que atestiguan la presencia de otras realidades.
Sea que los actuantes sientan o no que su versión oficial es la realidad «más real», expresarán en forma subrepticia múltiples versiones de la realidad, cada una de las cuales tiende a ser incompatible con las demás.
ÍNDICE
Confianza en el papel que desempeña el individuo
Fachada
Realización dramática
Idealización
El mantenimiento del control expresivo
Tergiversación
Mistificación
Realidad y artificio
5. Comunicación impropia Tratamiento de los ausentes
Conversaciones sobre la puesta en escena
Connivencia del equipo
Realineamiento de las acciones
6. El arte de manejar las impresiones
Prácticas y atributos defensivos
1. Lealtad dramática
2. Disciplina dramática
3. Circunspección dramática
Prácticas protectoras
El tacto con relación al tacto
El marco de referencia El contexto analítico
Personalidad - Interacción - Sociedad
Comparaciones y estudio
La expresión cumple el papel de transmitir las impresiones del «sí mismo»
La puesta en escena y el «sí mismo»
NOTAS
6. COMUNICACIÓN IMPROPIA
1 Renee Claire Fox, «A Sociological Study of Stress: Physician and Patient on a Research Ward», tesis inédita de doctorado, Radcliffi College, Departamento de Relaciones Sociales, 1953.
3 Mrs. Mark Clark (Maurine Clark), Captain's Bride, Generd's Lady, Nueva York: McGraw-Hill, 1956, págs. 128-29.
5 Véase, por ejemplo, el informe de caso sobre «Central Haberda-nhcry», en Robert Dubin, ed., Human Relations in Administration, Nueva York: Prentice-Hall, 1951, págs. 560-63.
7 Francés Donovan, The Saleslady, Chicago: University of Chicag Press, 1929, pág.
39. Ejemplos específicos se encontrarán en la págs. 39-40.
9 Dermis Kincaid, British Social Life in India, 1608-1937, Londres: Routledge, 1938, págs. 106-07.
1 Se puede mencionar una tendencia afín. En algunas oficinas que están divididas en regiones jerárquicas, durante el intervalo para el almuerzo los integrantes del más alto nivel abandonan el establecimiento social y todos los demás se trasladan a la región de los superiores para comer algo, o pasar unos momentos charlando después del almuerzo. La posesión momentánea del lugar de trabajo del personal jerárquico superior parece ofrecer, entre otras cosas, la oportunidad de profanarlo en cierto sentido.
3 Germán Refuges (refugiadas alemanas). Véase Edward Gtoss, «Informal Relations and the Social Organization of Work in an Industrial Office», tesis inédita de doctorado, Universidad de Chicago, Departamento de Sociología, 1949, pág. 186.
5 Véase Daniel Glaser, «A Study of Relations between British and American Enlisted Men at "SHAEF"», tesis inédita de licenciatura, Universidad de Chicago, Departamento de Sociología, 1947. Glaser dice en la pág. 16:
«El término "limey", utilizado por los norteamericanos en lugar de '''inglés", era empleado generalmente con connotaciones ofensivas. Los soldados norteamericanos se abstenían de utilizarlo en presencia de los ingleses, aunque estos por lo general no sabían lo que quería decir, o no le otorgaban un significado ofensivo. En realidad, la cautela de los norteamericanos a este respecto era muy parecida a la de los blancos de la región septentrional que emplean corriente mente el término "nigger" [forma despectiva de llamar al negro] pero evitan hacerlo ante la gente de color. El fenómeno del apodo es, por supuesto, una característica común de las relaciones étnicas en las que prevalecen contactos directos».*«Ofay» es exclusivamente empleado por los negros, y de uso muy común a partir de 1925. Se ha sugerido que puede provenir de una deformación de foe (enemigo). Cf. Wentworth y Flexner, Dictionary of American Slang, Londres: George Harrap & Co., 1967, pág. 361. (N del E.)
1 David W. Maurer, Whiz Mob, Gainesville, Florida: American Dia-lect Society, 1955, pág. 113.
3 Cf. Kenneth Burke, A Rhetoric of Motives, pág. 234 y sígs., quien brinda un análisis social del individuo que es iniciado en una nueva actividad, utilizando el término «novatada» como palabra clave.
5 En los juegos de recreación, los grupos que secretean o cuchichean pueden ser definidos como aceptables, ya que se forman ante auditorios de niños o de extranjeros, a los que no es necesario dar mucha importancia. En los ordenamientos sociales en los que grupos o núcleos de personas sostienen conversaciones separadas en presencia mutua, los integrantes de cada grupo se esfuerzan por actuar como si lo que dicen pudiera ser dicho en los otros grupos, aunque no sea así, 6 David Geller, «Lingo of the Shoe Salesman», en American Speecb, ix, pág. 285.
8 David Geller, op. cit., pág. 284.
10 Louise Conant, «The Bórax House», en The American Mercury,xvn, pág. 174.
12 Charles Miller, «Furniture Lingo», en American Speech, vi, pág 15 Ibíd., pág. 126.
14 una excepción se encuentra, como es natural, en la relación jefe-secretaria en empresas respetables. Esquire Etiquette, por ejemplo, aprueba lo siguiente (pág. 24):
«Si usted comparte la oficina con su secretaria, hará bien en convenir de antemano con ella una señal que significa que le gustaría que se retirase mientras usted conversa en privado con un visitante. "¿Podría dejarnos solos un momento, señorita Smith?" es una frase que molesta a todo el mundo; es mucho más fácil en todo sentido si usted puede transmitir la misma idea, mediante un arreglo previo, con algo así como:
«Señorita Smith, ¿quiere ver si puede solucionar ese problema con el departamento de intercambio comercial?».
18 Gerald Moore, The Unashamed Accompanist, Nueva York: Mac- millan, 1944, págs. 56-57.
20 Ibíd., págs. 57.
22 H. E. Dale, Tbe Higher Civil Service o/ Great Britain, Oxford: Oxford University Press, 1941, pág. 141.
24 Sir Frederick Ponsonby, Recollections of Three Reigns, Nueva York: Dutton, 1946, pág. 102.
26 Katherine Archibald, Wartime Shipyard, Berkeley y Los Angeles: University of California Press, 1947, pág. 194.
28 Mrs. Robert Henrey, Madeleine Grown Up, Nueva York: Duttonl 1953, págs. 46- 47.
30 Dale, op. cit., págs. 148-49.
32 Esquife Etiquette, op. cit., pág. 7. Los puntos suspensivos pertenecen a los autores. 26 Ib'td., págs. 22-23.
27 E. H. Schein, «The Chínese Indoctrination Program for Prisoners of War», en
Psycbiatry, xix, págs. 159-60.
28 Comunicación personal de Howard S. Becker.
30 De Lady's Magazine, 1789, xx, pág. 235, citado por J. J. Hecht en The Domes tic Servant Class in Bighteenth-Century England, Londres: Routledge and Kegan Paul, 1956, pág. 63.
32 El término usado por Potter para este fenómeno es «ponerle la tapa a uno» («one upmanship»). Goffman utiliza la expresión «anotarse tantos» {«making potnts») en «One Face-Work», Psychtatry, xviii, págs. 221-22; Strauss habla de «imponer el status» («status jorcing») en su obra todavía inédita Essay on Identity. En ciertos círculos norteamericanos se utiliza, precisamente en este sentido, la expresión «poner a una persona por el suelo» («putting a person down»). Jay Haley ofrece una excelente aplicación de un tipo de intercambio social en «The Art of Psychoanalysis», en ETC, xv, págs. 189-200.
33 Coronel J. L. Sleemati, Thugs of a Million Murders, Londres: Sampson Low, s.f., pág. 79.
35 «Team Work and Performance in a Jewish Delicatessen», ensayo inédito de Louis Hirsch.
37 Las rutinas reveladoras de protección en el mundo homosexual tienen una doble función: la revelación de la afiliación de los miembros de una sociedad secreta y las insinuaciones o propuestas de relación entre miembros determinados de esta sociedad. Un ejemplo literario bien expuesto puede encoatrarse en el cuento de Gore Vidal «Three Stratagems», de su obra A Thirsty Evil, Nueva York: Signet Pocket Books, 1958, esp. págs. 7-17.
38 Quizá debido al respeto por la moral freudiana, algunos sociólogos parecen actuar como si fuera de mal gusto, impío o autorrevelador definir la relación sexual como parte del sistema ceremonial, un ritual recíproco representado para confirmar simbólicamente una relación
social exclusiva. Este capítulo se basa en gran medida en la obra de Kenneth Burke, quien adopta claramente el punto de vista sociológico al definir el galanteo como un principio de retórica a través del cual se trascienden las alienaciones sociales. Véase Burke, A Rhetoric of Motives, pág. 208 y sigs., y págs. 267-68.
39 En el lenguaje cotidiano la expresión «conversación de doble sentido» es empleada también en otros dos casos: para referirse a frases en las que se han introducido sonidos que aparentan ser significativos pero que no lo son y para referirse a respuestas protectoramente ambiguas dadas a preguntas que fueron formuladas para obtener una réplica clara y categórica.
41 Como ejemplo de compromisos tácitos entre dos equipos oficialmente opuestos uno al otro, véase Dale, op. cit., págs. 182-83. Véase también Melville Dalton, «Unofficial Union-Management Relations», en American Sociological Review, xv, págs. 611-19.
42 Dale, op. cit., pág. 150.
44 Babe Pinelli, según el relato hecho a Joe King, Mr. Ump, Filadelfia: Westminster Press, 1953, pág. 169.
46 Jan de Hartog, A Sailor's Life, Nueva York: Harper Brothers, 1955, pág. 155. 40 Ibíd., págs. 154-55.
41 Chester I. Batnard, Organization and Management, Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1949, págs. 73-74. Este tipo de comportamiento debe ser claramente distinguido de la conducta y el lenguaje rudos empleados por la persona de status superior jerárquico que permanece dentro del equipo constituido por sus empleados y los «embroma» para que trabajen.
43 Maxwell Jones, The Therapeuttc Commumty, Nueva York: Basic Books, 1953, pág. 40.
45 Comunicación personal de Helen Blaw, maestra de escuela.
47 Walter M. Beattie, hijo, «The Merchand Seaman», informe inédito de licenciatura, Universidad de Chicago, Departamento de Sociología, 1950, págs. 25-26.
49 Maxwell Jones, op. cit., pág. 38.
51 Bruno Bettelheim y Emmy Sylvester, «Milieu Therapy», en Psy-choandytic Review, xxxvi, pág. 65.
53 Florence B. Powdermaker y otros, «Preliminary Report for the National Research Council: Group Therapy Research Project», pág. 26. La traición a nuestro propio equipo al tratar de sorprender la mirada de un miembro de otro equipo es, por supuesto, un recurso utilizado con frecuencia. Hay que hacer notar que en la vida cotidiana la negativa a participar en este tipo de connivencia momentánea cuando uno ha sido invitado a hacerlo es en sí misma un agravio menor para el invitante. Uno podría encontrarse en el dilema de traicionar al objeto de la connivencia pedida, o agraviar a la persona que solicita dicha comunicación colusoria. Ivy Compton-Burnett nos brinda un ejemplo en A Family and a Fortune, Londres: Eyre & Spottiswoode, 1948, pág. 13:
«Pero yo no roncaba —dijo Blanche con el tono más indicado para hacerle perder el dominio de la situación—. Si lo hubiera hecho me habría dado cuenta. Es imposible estar despierta y hacer un ruido y no oírlo.
»Justine dirigió una mirada socarrona a todo el que quisiera captarla. Edgar respondió como si fuera un deber y desvió rápidamente su mirada como si fuera otro».
54 Alfred H. Stanton y Morris S. Schwartz, «The Management of a Type of Institutional Participation in Mental Illness», en Psychiatry, xn, págs. 13-26. En este ensayo los escritores describen cómo las enfermeras apadrinan a determinados pacientes en función de sus
efectos sobre otros pacientes, el personal y los transgresores.
55 Un ejemplo lo constituye el rol terapéutico que alega desempeñar el grupo Tavistock mediante el «proceso de penetración» en el antagonismo entre las fuerzas laborales y la dirección en los establecimientos industriales. Véanse los registros de las consultas publicados por Eliot Jaques en The Changing Culture of a Factory, Londres: Tavistock Ltd., 1951. {La cambiante cultura de una fábrica, Buenos, Aires: Ediciones 3, en preparación.)
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Erving Goffman: La presentación de la persona en la vida cotidiana (1959) |
Amorrortu editores Buenos Aires
Director de la biblioteca de sociología, Luis A. Rigal
The Presentation of Self in Everyday Life, Erving Goffman Primera edición en inglés, 1959
Traducción, Hildegarde B. Torres Perrén y Flora Setaro
Lee los demás capítulo de La presentación de la persona en la vida cotidiana
5. Comunicación impropia Tratamiento de los ausentes
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