Erving Goffman: La presentación de la persona en la vida cotidiana. 4. Roles discrepantes (1959)
La presentación de la persona en la vida cotidiana
Erving Goffman
Amorrortu editores Buenos Aires
Director de la biblioteca de sociología, Luis A. Rigal
The Presentation of Self in Everyday Life, Erving Goffman Primera edición en inglés, 1959
Traducción, Hildegarde B. Torres Perrén y Flora Setaro
Las máscaras son expresiones fijas y ecos admirables de sentimientos, a un tiempo fieles, discretas y superlativas. Los seres vivientes, en contacto con el aire, deben cubrirse de una cutícula, y no se puede reprochar a las cutículas que no sean corazones. No obstante, hay ciertos filósofos que parecen guardar rencor a las imágenes por no ser cosas, y a las palabras por no ser sentimientos. Las palabras y las imágenes son como caparazones: partes integrantes de la naturaleza en igual medida que las sustancias que recubren, se dirigen sin embargo más directamente a los ojos y están más abiertas a la observación. De ninguna manera diría que las sustancias existen para posibilitar las apariencias, ni los rostros para posibilitar las máscaras, ni las pasiones para posibilitar la poesía y la virtud. En la naturaleza nada existe para posibilitar otra cosa; todas estas fases y productos están implicados por igual en el ciclo de la existencia...
George Santayana, Soliloquies in England and Later Soliloquies, 1922.
4. Roles discrepantes
Uno de los objetivos finales de todo equipo es sustentar la definición de la situación suscitada por su actuación. Esto implica la sobrecomunicación de ciertos hechos y la comunicación insuficiente de otros. Dadas la fragilidad y la indispensable coherencia expresiva de la realidad que es dramatizada a través de la actuación hay habitualmente hechos que, si atrajeran sobre ellos la atención del auditorio, podrían desvirtuar, desbaratar o anular la impresión que se desea producir mediante esa actuación.
Podríamos decir que estos hechos proporcionan «información destructiva». Uno de los problemas básicos de muchas actuaciones es, entonces, el control de la información; el auditorio no debe obtener información destructiva acerca de la situación que los actuantes tratan de definir ante él. En otras palabras, el equipo debe ser capaz de guardar sus secretos y de mantenerlos guardados.
Antes de proseguir será conveniente agregar algunas sugerencias acerca de las categorías de secretos existentes, porque la revelación de distintos tipos de secretos puede amenazar de variadas formas el propósito de la actuación. Los tipos de secretos que sugerimos se basan en la función que ejerce el secreto y en la relación que este guarda con el concepto que otros tienen acerca del poseedor del secreto. Daré por sentado que todo secreto puede representar más de una de las categorías propuestas. En primer lugar, existen los a veces llamados secretos «muy profundos», hechos concernientes al equipo que este conoce y oculta, y que son incompatibles con la imagen de sí mismo que el equipo se esfuerza por presentar y mantener ante su auditorio. Los secretos profundos son, por supuesto, secretos dobles: uno es el hecho fundamental oculto, y el otro, el hecho de que no se hayan admitido abiertamente hechos fundamentales. En el capítulo 1, en la parte relativa a la tergiversación, consideramos los secretos profundos.
En segundo lugar tenemos los que podríamos denominar secretos «estratégicos», secretos que atañen a los propósitos y capacidades del equipo, que este oculta a su auditorio a fin de impedirle que se adapte eficazmente al estado de cosas que el equipo se propone lograr. Los secretos estratégicos son aquellos a los que recurren los hombres de negocios y los ejércitos al planear las acciones futuras contra el adversario. Mientras el equipo no trate de aparentar que es un tipo de equipo que no posee secretos estratégicos, sus secretos estratégicos no tienen por qué ser secretos profundos. Empero, es preciso hacer notar que, aun cuando los secretos estratégicos de un equipo no sean profundos, su revelación o descubrimiento desorganiza la actuación, porque de manera súbita e inesperada el equipo encuentra que es tonto e inútil mantener la cautela, las reticencias y la estudiada ambigüedad de actitudes que eran necesarias antes de que sus secretos perdieran el carácter de tales. Debe agregarse que los secretos simplemente estratégicos tienden a ser aquellos que con el tiempo el equipo termina por revelar, forzosamente, cuando se consuma la acción basada en los preparativos secretos, mientras que el equipo trata de mantener ocultos para siempre los secretos profundos. Puede agregarse que a menudo la información no es controlada por su reconocida importancia estratégica sino porque se considera que puede llegar a adquirirla en determinado momento. En tercer término, podemos mencionar los secretos «internos», aquellos que indican la pertenencia del individuo a un grupo y contribuyen a que el grupo se sienta separado y distinto de los individuos que no están «en el secreto».1 Los secretos internos confieren un contenido intelectual objetivo a la distancia social subjetivamente sentida. Casi toda la información concerniente a un establecimiento social tiene algo de esta función de exclusión y puede ser considerada como «un asunto en el que no debe meterse nadie». Los secretos internos suelen tener poca importancia estratégica y pueden no ser muy profundos. En este caso, el descubrimiento o la revelación accidental de estos secretos no desorganizará la actuación del equipo de modo radical; los actuantes solo tendrán que desviar hacia otro asunto su gratificación oculta. Es evidente que los secretos estratégicos y/o profundos sirven muy bien como secretos internos, y advertimos, de hecho, que por esta razón se exagera con frecuencia el carácter estratégico y profundo de los secretos. Es interesante observar que los líderes de un grupo social determinado deben enfrentar a veces un dilema relacionado con importantes secretos estratégicos. Los miembros del grupo que no están al tanto del secreto se sentirán excluidos y ultrajados cuando este, finalmente, salga a luz; por otra parte, cuanto mayor es el número de personas que están en el secreto, mayor es la probabilidad de que salga a relucir en forma intencional o involuntaria. El conocimiento que tiene un equipo de los secretos de otro equipo nos proporciona dos categorías adicionales de secretos.
Tenemos, en primer término, los secretos que podríamos llamar «depositados», o sea, los secretos que el poseedor está obligado a guardar debido a su relación con el equipo al cual se refiere dicho secreto. Si el individuo a quien se confía un secreto es el tipo de persona que alega ser, debe observar el secreto, aunque este no se refiera a sí mismo. Así, por ejemplo, cuando un abogado revela actos indecorosos de sus clientes se ven amenazadas dos actuaciones muy distintas: la exhibición de inocencia del cliente ante el tribunal y la demostración de confianza del abogado hacia su cliente. Es probable, asimismo, que los secretos estratégicos de un equipo —sean o no profundos— correspondan también a la categoría de secretos «depositados» en los miembros individuales del equipo, porque cada uno de estos se presentará presumiblemente ante sus compañeros como una persona leal al equipo.
El segundo tipo de información acerca de los secretos ajenos puede denominarse
«discrecional». Un secreto «discrecional» es el secreto de otra persona que un individuo conoce y puede revelar sin desacreditar su autoimagen. Los secretos discrecionales se pueden llegar a conocer a través del descubrimiento, la revelación involuntaria, las admisiones indiscretas, la retransmisión, etc. En general, debemos comprender que los secretos discrecionales o los depositados de un equipo pueden ser los secretos profundos o estratégicos de otro, y en consecuencia, un equipo cuyos secretos vitales son conocidos por otros tratará de obligar a estos últimos a considerar dichos secretos como secretos depositados y no discrecionales.
En este capítulo nos ocuparemos de los tipos de personas que se enteran de los secretos de un equipo, y de las bases y amenazas de su posición privilegiada. Antes de proseguir quiero aclarar, sin embargo, que no toda la información destructiva se encuentra incluida en los secretos, y que el control de la información entraña algo más que guardar secretos. Así, por ejemplo, hay hechos acerca de casi todas las actuaciones que parecen ser incompatibles con la impresión suscitada por la actuación, pero que nadie ha reunido y organizado en forma utilizable. Así, por ejemplo, el periódico de un sindicato puede tener tan pocos lectores que el director, preocupado por la suerte de su empleo, se niegue a permitir que se lleve a cabo una encuesta profesional sobre el número de lectores, con lo cual se asegurará que ni él ni ninguna otra persona tendrá pruebas de la ineficacia de su trabajo.2 Estos son secretos latentes, y el problema de guardar secretos es muy distinto del problema de mantener latentes los secretos latentes. Otro ejemplo de información destructiva no incluida en los secretos es el que encontramos en hechos tales como los gestos involuntarios a los que ya hicimos referencia. Estos hechos proporcionan una información —una definición de la situación— que es incompatible con las pretensiones proyectadas de los actuantes, pero dichos hechos embarazosos no constituyen secretos. El evitar tales hechos inadecuados desde el punto de vista expresivo es también un tipo de control de la información, pero no lo consideraremos en este capítulo.
Dada una actuación particular como punto de referencia, distinguimos tres roles decisivos sobre la base de la función: los individuos que actúan; los individuos para quienes se actúa; y los extraños, que ni actúan en la representación ni la presencian. Podemos diferenciar también estos roles decisivos sobre la base de la información disponible habitualmente para quienes los desempeñan. Los actuantes tienen conciencia de la impresión que producen y suelen poseer, asimismo, información destructiva acerca de la representación. El auditorio conoce lo que se le permitió percibir, modificado por lo que pudo recoger extraoficialmente por medio de la observación atenta. En general, conoce la definición de la situación presentada por la actuación, pero no possen información destructiva acerca de ella. Los extraños no co- nocen ni los secretos de la actuación ni la apariencia de realidad fomentada por ella.
Por último, los tres roles fundamentales mencionados pueden ser descriptos sobre la base de las regiones a las que tiene acceso la persona que desempeña el rol: los actuantes aparecen en las regiones anterior y posterior; el auditorio solo aparece en la región anterior, y los extraños están excluidos de ambas. En consecuencia, cabría suponer que durante la actuación encontraremos una correlación entre función, información disponible y regiones de acceso, de suerte que si conociéramos, por ejemplo, las regiones a las que tuvo acceso un individuo tendríamos que saber qué rol desempeñó y la información de la que dispuso acerca de la actuación.
En realidad, sin embargo, la congruencia entre función, información disponible y regiones de acceso raras veces completa. Suelen aparecer posiciones ventajosas adicionales relativas a la actuación, que complican la relación simple entre función, información y región. Algunas de estas posiciones ventajosas específicas son asumidas con tanta frecuencia y su significado para la actuación es comprendido con tanta claridad que podemos considerarlas como roles, si bien relación con los tres roles fundamentales sería conveniente designarlas con el calificativo de roles discrepantes. En este capítulo estudiaremos algunos de los más obvios. Quizá los roles más espectacularmente discrepantes sean aquellos mediante los cuales una persona se introduce un establecimiento social bajo una apariencia falsa. Dentro de esta categoría hay algunas variantes. En primer lugar, está el rol del «delator». El delator es persona que finge ser miembro del equipo de actuantes de ese modo logra acceso al trasfondo escénico, obtiene información destructiva, y traiciona luego abierta o secreta mente al equipo ante el auditorio. Las variantes política militares, industriales y delictivas de este rol son muy conocidas. Si el individuo se incorporó primero al equipo de una manera sincera y no con el designio premeditado de revelar sus secretos, lo llamamos a veces traidor, renegado, desertor o tránsfuga, especialmente si es esa clase de persona que podría haber sido un compañero honesto.
El individuo que desde el primer momento piensa informar sobre el equipo y se incorpora a este sólo con dicho propósito recibe a veces el nombre de espía. Los delatores, ya sean traidores o espías, están en excelente posición para realizar un doble juego, vendiendo los secretos de aquellos que a su vez les compran secretos. Los delatores pueden ser clasificados, por supuesto, según otras pautas de referencia.
Como sugiere Anís Séller, algunos tienen un adiestramiento profesional, otros son aficionados; algunos pertenecen a la clase alta y otros a la clase baja; algunos trabajan por dinero y otros por convicción.3 En segundo término, tenemos el rol del «falso espectador» {«shill»); este actúa como si fuera miembro del auditorio, pero en realidad está asociado con los actuantes. Por lo general, el «falso espectador» proporciona al auditorio un modelo visible del tipo de respuesta que esperan los actuantes, o bien el tipo de respuesta que en ese momento es necesario que dé el auditorio para asegurar el desarrollo de la actuación. Los términos «falso espectador» y «claque», empleados en el mundo de los espectáculos, son de uso corriente. Nuestra apreciación de este rol proviene, sin duda alguna, de las ferias o parques de diversiones, y las siguientes definiciones sugieren los orígenes del concepto:
Señuelo (stick): Individuo —a veces un rústico de la localidad— contratado por el empresario que explota un garito «arreglado» de antemano, quien le hace ganar premios fantásticos a fin de llamar la atención de los espectadores e inducirlos a entrar en el juego. Cuando los «jugadores reales» responden al estímulo y empiezan a jugar, los señuelos se retiran y entregan sus ganancias a una persona que los espera afuera y no tiene vinculación aparente con el garito.4 Falso espectador- Empleado del circo que se abalanza hacia la boletería en el momento psicológico en que el pregonero concluye su arenga. El y sus compinches compran entradas y se dirigen al interior de la carpa; el grupo de lugareños que observa esa representación frente a la boletería no
demora en hacer lo mismo.5
No se debe suponer que estos «falsos espectadores» se encuentran únicamente en las actuaciones no respetables (aunque solo los «falsos espectadores» no respetables desempeñan su rol en forma sistemática y sin sentirse defraudados). Así, por ejemplo, en las reuniones sociales de tipo informal es frecuente que la esposa simule interés cuando su marido cuenta una anécdota y le proporcione las respuestas y señales adecuadas, aunque en realidad haya oído el relato infinidad de veces y sepa que la actitud del marido al aparentar que está contando la historia por primera vez es solo una representación. El «falso espectador» es, por lo tanto, la persona que aparenta ser simplemente un miembro más del auditorio y utiliza esa falsedad no manifiesta en provecho del equipo actuante.
Consideremos ahora otro tipo de impostor que actúa como miembro del auditorio. En este caso se trata del individuo que usa su falsedad oculta en provecho del auditorio y no de los actuantes. Un ejemplo de este tipo de impostor es la persona contratada para controlar el cumplimiento de las normas por parte de los actuantes a fin de asegurar que en ciertos aspectos las apariencias suscitadas por la actuación no se alejen demasiado de la realidad. La persona actúa, en forma oficial o extraoficial, como agente protector del público crédulo y confiado, y desempeña el rol de auditorio con más discernimiento y rigor ético que los que suelen exhibir los observadores comunes.
A veces estos agentes hacen un juego abierto y avisan a los actuantes que la próxima actuación está a punto de ser sometida a examen. Así, los actores en la noche de estreno y las personas arrestadas y puestas a disposición de la justicia reciben la advertencia franca de que todo lo que digan será considerado como prueba para juzgarlos. El observador participante que admite desde el principio sus propósitos brinda a los actuantes a quienes observa una oportunidad similar.
Sin embargo, muchas veces, el agente se oculta y actúa en forma subterránea, en cuyo caso al desempeñar el papel de miembro sincero del auditorio da lugar a que los actuantes «pisen el palito». En las actividades comerciales corrientes, los agentes que no dan ningún aviso previo acerca de sus ocupaciones suelen ser denominados
«soplones», como lo haremos aquí, y es fácil comprender que se los mire con muy poca simpatía. Así, por ejemplo, la vendedora de tienda podrá enterarse de que se comportó en forma descortés e irascible con un presunto cliente que era, en realidad, un agente de la empresa encargado de verificar el trato bona fide que reciben los clientes. El almacenero comprobará que vendió artículos a precios ilegales a clientes expertos en precios, enviados por las autoridades de la oficina de control municipal. Los empleados ferroviarios tienen que enfrentar el mismo problema:
En otros tiempos, el guarda de tren podía exigir ser tratado con respeto por los pasajeros; hoy día el «soplón» puede «delatarlo» a la empresa si no se saca la gorra al entrar en un vagón donde hay señoras sentadas, o si no rezuma ese servilismo untuoso que le ha sido impuesto por la creciente conciencia de clases, la difusión de pautas del mundo europeo y de la hotelería, y la competencia con otros medios de transporte.6 De modo similar, la prostituta podrá descubrir que, cuando se presenta ante el auditorio, el estímulo que recibe en las fases iniciales de su actuación proviene de un
«cliente» que en realidad es un pesquisa7, y esta posibilidad siempre latente la obliga a tener cierta cautela con los miembros extraños del auditorio, lo cual echa a perder en parte su representación.
Dicho sea de paso, es preciso diferenciar a los verdaderos soplones de los que así se autodesignan por su cuenta, conocidos comúnmente con el nombre de «vivos» o «sabelotodos», quienes no conocen las operaciones que se desarrollan entre bastidores, como pretenden, ni están facultados por las leyes o la costumbre para representar al auditorio. En nuestros días, estamos acostumbrados a considerar que los agentes que verifican los estándares de una actuación o vigilan a los actuantes (ya sea en forma abierta o sin un aviso preliminar) forman parte de la estructura de prestación de servicios, y en especial del control social ejercido por las organizaciones gubernamentales en defensa de los intereses del consumidor y del contribuyente. Sin embargo, este tipo de trabajo se lleva a cabo con frecuencia en un campo social más amplio. Las oficinas especializadas en heráldica y las oficinas de ceremonial y protocolo proporcionan ejemplos familiares; estas agencias sirven para mantener en sus respectivos lugares a la nobleza y a los altos funcionarios de gobierno, así como a aquellos que reivindican falsamente para sí esas elevadas posiciones sociales. En el auditorio hay otro tipo de simulador peculiar. Es aquel que ocupa un lugar modesto e inadvertido entre los integrantes del auditorio y abandona la región junto con ellos, pero al irse se dirige a las oficinas de su empleador, un competidor del equipo cuya actuación acaba de presenciar, para informarle acerca de todo lo que ha visto. Es el comprador profesional, el hombre de Gimbel's en Macy's, o el hombre de Macy's en Gimbel's; es el extranjero y el espía elegante que frecuenta las reuniones de las compañías nacionales de aviación. El comprador profesional es una persona que tiene el derecho técnico de asistir a la representación, pero a veces se piensa que debería tener el decoro de permanecer en su propia región posterior, porque su interés por la representación parte de una perspectiva errónea y censurable, más estimulante —y a la vez más embarazosa— que la del espectador auténtico.
Otro rol discrepante es el del llamado intermediario o mediador. El intermediario se entera de los secretos de cada bando y da a ambos la impresión sincera de que guardará sus secretos, pero suele dar a cada uno de ellos la falsa impresión de que le es más leal que al otro. A veces, como ocurre en el caso del árbitro de ciertas disputas laborales, el intermediario puede funcionar como un medio a través del cual dos equipos obligadamente hostiles pueden llegar a un acuerdo provechoso para ambos. A veces, como en el caso del agente teatral, el intermediario actúa como un instrumento a través del cual cada equipo recibe una versión parcialmente tergiversada del otro, versión que está calculada para posibilitar una relación más estrecha entre los dos equipos. A veces, como en el caso del agente matrimonial, el intermediario puede servir como medio para transmitir insinuaciones o propuestas exploratorias de un bando al otro, las cuales podrían conducir, de ser planteadas en forma abierta, a una aceptación o a un rechazo embarazosos. Cuando el intermediario opera en presencia de los dos equipos de los cuales es miembro, tenemos ante nuestra vista un espectáculo portentoso, que podríamos comparar con el del hombre que tratara desesperadamente de jugar al tenis consigo mismo. Una vez más estamos obligados a considerar que, en nuestro estudio, la unidad natural no es el individuo* sino más bien el equipo y sus miembros. Si consideramos al intermediario como individuo, su actividad es grotesca, insostenible e indigna, ya que oscila entre dos conjuntos de apariencias y lealtades. Como parte constituyente de dos equipos, la vacilación del intermediario es muy comprensible. El intermediario puede ser considerado, simplemente, como un doble espectador falso.
Estudios recientes sobre la función del capataz nos proporcionan un ejemplo ilustrativo del rol del intermediario. El capataz no solo debe aceptar los deberes del director, conduciendo la representación en la planta de la fábrica en beneficio del auditorio sino que debe traducir lo que conoce y lo que el auditorio ve a un lenguaje verbal que este último y su propia conciencia estén dispuestos a aceptar.8 Otro ejemplo del rol del intermediario es el del presidente de asambleas o reuniones conducidas de manera formal. Tan pronto como el presidente abre la sesión y presenta al orador, es probable que empiece a actuar como modelo visible para los demás oyentes, ilustrando con expresiones exageradas el interés y la compenetración que deberían demostrar, y proporcionándoles señales anticipadas sobre la forma en que deberían reaccionar ante determinadas observaciones del orador, a fin de que sean recibidas con seriedad, risas o murmullos de aprobación en los momentos adecuados. Los oradores tienden a aceptar invitaciones para hablar en actos públicos partiendo del supuesto de que el presidente «se ocupará de ellos», cosa que este hace al presentarse ante el auditorio como el modelo cabal del oyente, y al confirmar totalmente la noción de que el discurso tiene verdadera importancia. La actuación del presidente de la asamblea es eficaz debido en parte a que los oyentes están obligados hacia él, tienen la obligación de corroborar toda definición de la situación por él propuesta, la obligación de seguir, en huma, la línea de comportamiento que adopta. Desde el punto de vista dramático, no es fácil asegurar que el orador parezca gozar de aprecio y que los oyentes se hallen cautivados, y a menudo esa tarea impide que el presidente preste atención a lo que semeja estar escuchando. El rol del intermediario parece revestir especial relevancia en la interacción social informal, lo cual confirma una vez más la utilidad del enfoque basado en la existencia de dos equipos. Cuando en un círculo social una persona atrae la atención conjunta de los demás presentes por medio de la acción o de la palabra, esa persona define la situación, y puede definirla de una manera que no sea fácilmente aceptable para su auditorio. Alguno de los presentes sentirá mayor responsabilidad por y para él que la que sienten los demás, y cabe suponer, entonces, que esta persona más cercana al orador tratará de suavizar las diferencias entre este y los oyentes, traduciéndolas a conceptos colectivamente más aceptables que los de la proyección original. Un momento después, cuando alguna otra persona tome la palabra, otro de los presentes podrá asumir el rol de intermediario y mediador. A decir verdad, el flujo de conversación informal puede ser considerado como un medio propicio para la formación y reformación de equipos, y para la creación y recreación de intermediarios.
Hemos examinado varios roles discrepantes: el delator, el falso espectador, el soplón, el comprador profesional y el intermediario. En cada caso encontramos una relación inesperada y oculta entre el rol simulado, la información poseída y las regiones de acceso. Y en cada caso encontramos a alguien que puede participar en la interacción real entre los actuantes y el auditorio. Podemos estudiar un rol discrepante adicional, el del individuo «no existente como persona»; quienes desempeñan este rol están presentes durante la interacción, pero en ciertos sentidos no asumen ni el rol de actuante ni el de auditorio, y tampoco pretenden ser (a la inversa de los delatores, los falsos espectadores y los soplones) lo que no son.9
En nuestra sociedad el sirviente es, quizá, el tipo clásico de la persona «no existente como persona». Se supone que el sirviente debe hallarse en la región anterior mientras el dueño de casa ofrece su actuación de hospitalidad ante los invitados. Si bien en algunos sentidos, como vimos anteriormente, el sirviente forma parte del equipo del anfitrión, en cierta medida es definido, tanto por los actuantes como por el auditorio, como alguien que no está allí. Entre algunos grupos sociales se da por sentado que el sirviente puede entrar libremente en las regiones posteriores, ya que se parte de la base de que no es necesario mantener las apariencias ante él, ni producir ninguna impresión. La señora Trollope nos brinda algunos ejemplos:
A decir verdad, tuve muchas oportunidades de observar esta habitual indiferencia ante la presencia de sus esclavos. Hablan de ellos, de su condición, de sus cualidades, de su conducta, etc., exactamente como si fueran incapaces de oír. Conocí a una señorita tan pudorosa que, cuando se hallaba sentada a la mesa entre un caballero y una dama, se echaba prácticamente encima de la silla de la señora que estaba a mi lado para evitar hasta el más leve roce con el codo de un hombre. Sin embargo, vi una vez a esa misma señorita ajustándose el corsé con la mayor naturalidad delante de un lacayo negro. Un caballero de Virginia me contó que desde que se había casado tenía la costumbre de que una muchacha negra durmiera en el mismo cuarto en que lo hacía él y su esposa. Le pregunté cuál era el motivo de esa presencia nocturna, y si esta era necesaria. «¡Dios mío! —fue la respuesta—. De lo contrario, no sé cómo me arreglaría si durante la noche quisiera tomar un vaso de agua».10
Este es, por supuesto, un ejemplo extremo. Si bien a los sirvientes solo suele dirigírseles la palabra para hacerles un «pedido», su presencia en una región introduce por lo general ciertas restricciones en la conducta de aquellos que están plenamente presentes, y mucho más, al parecer, cuando la distancia social entre el servidor y el amo no es muy grande. En el caso de otros roles que, en nuestra sociedad, se asemejan al del sirviente, tales como el del ascensorista y del chofer de auto, parece existir cierta incertidumbre en ambos extremos de la relación en lo concerniente a la clase de confianza e intimidad permisibles en presencia del individuo «no existente como persona».
Además de estos roles semejantes al de la servidumbre, hay otras categorías comunes de personas que a veces son tratadas como si no estuvieran presentes: los muy pequeños, los ancianos y los enfermos constituyen ejemplos familiares.
Hoy día encontramos, además, un cuerpo creciente de personal técnico —taquígrafas, técnicos de radiodifusión, fotografos, policía secreta, etc.— que desempeña un rol técnico durante ceremonias importantes, pero sin un guión establecido.
Parecería que el rol del individuo que pasa inadvertido como persona lleva casi siempre implícito cierto grado de subordinación y falta de respeto, pero no debemos subestimar en qué medida la persona a quien se confiere dicho rol o que lo asume, puede utilizarlo como medio de defensa. Y es preciso acotar que hay situaciones en las que los subordinados descubren que el único camino viable para manejar un superior es tratarlo como si no estuviera presente. Así, en la isla de Shetland, cuando el refinado y distinguido médico inglés visitaba a los enfermos en sus humildes hogares, lo, familiares resolvían la dificultad de establecer relación con el facultativo tratándolo, en la medida de sus posibilidades, como si no estuviese presente. Además, un equipo puede tratar a un individuo como si no estuviera presente, pero no adopta esta actitud porque sea una cosa natural o la única factible, sino como una manera enfática de expresar hostilidad hacia el individuo que no se comportó en forma adecuada. En tales situaciones, lo importante es demostrarle al paria que se lo ignora, y la actividad que se lleva a cabo para demostrárselo puede tener, en sí misma, importancia secundaria.
Hemos considerado algunos tipos de personas que no son, en un sentido simple, actuantes, auditorio o extraños, pero que logran acceso a informaciones y regiones a las que suponemos que no deberían llegar. Examinaremos ahora cuatro roles discrepantes adicionales que incluyen fundamentalmente a las personas que no están presentes durante la actuación pero que obtienen información inesperada acerca de ella.
En primer lugar, hay un rol importante que podríamos designar con el nombre de
«especialista de servicios»; es el que desempeñan los individuos que se especializan en la preparación, reparación y mantenimiento de la representación que sus clientes ofrecen ante otras personas. Algunos de estos trabajadores, como los arquitectos y los vendedores de muebles, se especializan en el entorno; otros, tales como los dentistas, peinadores y dermatólogos, se ocupan de la fachada personal; otros, como los economistas, contadores, , abogados e investigadores, formulan los elementos lácticos del despliegue verbal del cliente, es decir, la línea de argumentación o la posición intelectual de su equipo. Sobre la base de estudios concretos, parecería que los especialistas de servicios pueden, a duras penas, atender a las necesidades de un actuante individual sin obtener tanta —o más— información destructiva acerca de algunos aspectos de la actuación del individuo como la que este mismo posee. Los especialistas de servicios se asemejan a los miembros del equipo en la medida en que se enteran de los secretos del espectáculo y lo observan desde el trasfondo escénico. Sin embargo, a diferencia de los miembros del equipo, el especialista no comparte el riesgo, la culpa y la satisfacción de presentar ante un auditorio la función a la cual contribuyó con su aporte. Y, a diferencia de los miembros del equipo, al enterarse de los secretos de otros, estos no se enteran recíprocamente de los suyos. En este contexto podemos comprender por qué la ética profesional obliga al especialista a mostrar «discreción», o sea a no divulgar los secretos de una representación a los que tuvo acceso debido a sus tareas específicas. Así, por ejemplo, los psicoterapeutas que participan indirectamente en la lucha doméstica de nuestra época se comprometen a guardar silencio acerca de lo que llegan a saber, excepto ante sus supervisores.
Cuando el especialista tiene un status social más alto que los individuos a quienes proporciona el servicio, su criterio general para evaluarlos desde el punto de vista social se verá sustentado por los datos y detalles particulares acerca de ellos, de los que necesariamente debe enterarse. En ciertas situaciones esto se convierte en un factor significativo para mantener el statu quo. Así, en las pequeñas ciudades norte- americanas, los banqueros de la clase media superior saben que, para eludir impuestos, muchos propietarios de pequeños negocios presentan una fachada que no concuerda con sus transacciones bancarias, y que otros comerciantes muestran una fachada pública de seguridad y solvencia mientras que en privado solicitan préstamos en forma servil y torpe. Los médicos de clase media que atienden gratis y deben tratar enfermedades secretas en ambientes ignominiosos están en análoga situación, porque en tales circunstancias a la persona de clase baja le resulta imposible protegerse de la observación íntima de sus superiores. De modo similar, el propietario sabe muy bien que, aun cuando todos sus inquilinos actúan como si pertenecieran a esa categoría de personas que siempre pagan puntualmente el alquiler, en el caso de algunos esta actitud es una mera actuación. (A veces algunas personas que no son «especialistas de servicios» tienen acceso a este panorama decepcionante. En muchas organizaciones, por ejemplo, los funcionarios ejecutivos deben observar la muestra de febril actividad y competencia que ofrece el personal, aunque secretamente posean una opinión exacta y muy pobre de algunos de los que trabajan bajo sus órdenes.)
A veces descubrimos, como es natural, que el status social general del cliente es más alto que el de los especialistas que | deben atender su fachada. En estos casos se plantea un interesante dilema de status, ya que por un lado tenemos un status elevado y un escaso control de la información, y, por el otro, un status bajo y un elevado control de la información. En tales circunstancias es posible que el especialista sea demasiado sensible a las debilidades de la representación ofrecida por sus superiores y olvide las debilidades de su propia función. En consecuencia, estos especialistas suelen mostrar una ambivalencia característica, y adoptan una posición cínica hacia el mundo «superior» por las mismas razones que les permiten, de manera indirecta, conocerlo íntimamente. Así, el portero sabe, en virtud del servicio que presta, qué clase de bebidas beben los inquilinos, qué clase de comida comen, qué cartas reciben, qué facturas tienen impagas, si la señora del departamento está en el período menstrual detrás de su fachada impecable y el grado de pulcritud que mantienen los inquilinos en la cocina, el cuarto de baño y otras regiones posteriores de la casa.11 Del mismo modo, el empleado de la estación de servicio está en condiciones de enterarse de que un hombre que se luce con su nuevo Cadillac suele comprar nafta por valor de un dólar o un tipo de nafta inferior, de bajo precio, o trata de conseguir pequeños servicios gratuitos. Y sabe también que la exhibición que ofrecen algunos hombres para demostrar su dominio masculino de los secretos técnicos y mecánicos del auto- móvil es falsa, ya que no pueden diagnosticar correctamente cuál es el desperfecto que tiene su coche, aunque pretendan saberlo, y ni siquiera son capaces de arrimarse y estacionar ante los surtidores de nafta en forma competente. Asimismo, las vendedoras se enteran en los probadores de que algunas clientas usan ropa sucia, lo cual habría sido imposible de imaginar por su aspecto exterior, y que juzgan descaradamente la prenda de vestir por su posibilidad para disfrazar los hechos. En los negocios que venden ropa de hombre los empleados saben que la actitud austera de los hombres que aparentan tener poco interés por su aspecto es, en algunos casos, nada más que una máscara, y que hombres fornidos, rudos y de aspecto severo se probarán un traje tras otro y un sombrero tras otro hasta lograr aparecer ante el espejo exactamente con la imagen que quieren tener. De modo análogo, por las cosas que respetables hombres de negocios les piden que hagan o que no hagan, los miembros de la policía se enteran de que los pilares de la sociedad no son tan derechos como parecen.12 Las camareras de los hoteles saben que los huéspedes del sexo masculino que en las habitaciones juegan lances con ellas no tienen nada en común con la conducta severa y rígida que exhiben cuando están en los salones de la planta baja.13 Y el personal de vigilancia del hotel, o detectives de la casa, como se los llama más comúnmente, se enteran de que un cesto de papeles puede ocultar dos borradores desechados de la nota de un suicida,
Querida:
Cuando estas líneas lleguen a tus manos estaré allí donde nada de lo que hagas podrá herirme .. .
Cuando leas estas líneas, nada de lo que hagas podrá herirme.. .14
lo cual pone de manifiesto que en el momento final los sentimientos que experimentó una persona desesperadamente intransigente fueron ensayados, en cierta medida, a fin de dar la nota justa, y que, de todos modos, no fueron terminantes. Otro ejemplo lo proporcionan los especialistas de servicios de dudosa reputación, quienes tienen oficinas en sectores alejados de la ciudad de manera que los clientes puedan acudir sin ser vistos cuando necesitan alguna ayuda, Hughes escribe al respecto:
En las novelas son comunes las escenas que describen a una dama de abolengo que busca, sola y cubierto el rostro con un velo, la dirección del adivino o de la partera de prácticas dudosas, en algún rincón oscuro de la urbe. La anonimia de ciertos sectores de las ciudades permite que la gente obtenga la prestación de algunos servicios especializados, tanto lícitos, pero comprometedores, como ilícitos, recurriendo para ello a personas con quienes no querría ser vista por miembros de su propio círculo social.15
Tal especialista, es de rigor, llevará el anonimato consigo, como lo hace el exterminador de ratas e insectos que anuncia en sus avisos publicitarios que va al domicilio del cliente en un camión sin inscripciones que puedan delatar la índole de su tarea. Toda garantía de anonimato constituye, por supuesto, la afirmación evidente y molesta de que el cliente tiene necesidad de ella y está dispuesto a utilizarla. Es indudable que el especialista cuyo trabajo le exige observar el trasfondo escénico de las actuaciones de otras personas será para ellas motivo de estorbo. Al modificarse la actuación que sirve como punto de referencia, se pueden observar otras consecuencias. Vemos que a menudo los clientes no recurren a un especialista para que les ayude a ofrecer una representación para otros sino por el hecho mismo que entraña el tener un especialista que los atienda. Al parecer, muchas mujeres van a los salones de belleza para sentirse rodeadas de los halagos y atenciones con que allí las
reciben y tener el gusto de ser llamadas señora, y no por el mero hecho de hacerse peinar. Así, por ejemplo, se afirma que en la India la obtención de adecuados especia- listas en la prestación de servicios para realizar tareas rituales significativas es de fundamental importancia para corroborar la propia posición de casta del individuo.16 En casos como estos, el actuante puede tener interés en que se lo conozca por el especialista que lo atiende, y no por la representación que ese servicio le permitirá ofrecer más adelante. Y así encontramos que surgen ciertos especialistas que satisfacen necesidades demasiado vergonzosas como para que el cliente las plantee a especialistas ante los cuales no se muestra habitualmente bajo una faz bochornosa. En consecuencia, la actuación que el paciente escenifica para su médico lo obliga a veces a recurrir al farmacéutico en busca de abortivos, anticonceptivos y medicamentos para las enfermedades venéreas.17 De modo similar, en Estados Unidos suele darse el caso de que el individuo comprometido en enredos indecorosos solicite los servicios de un abogado negro para resolver sus dificultades, pues se avergüenza de exhibir sus asuntos turbios ante un abogado blanco.18 Es evidente que los especialistas de servicios que poseen secretos que les fueron confiados están en condiciones de explotar ese conocimiento para obtener concesiones del actuante cuyos secretos poseen. Las leyes, la ética profesional y el propio interés personal ponen coto a las formas más groseras de chantaje, pero con frecuencia estos medios de control social no bastan para frenar o impedir las pequeñas concesiones solicitadas de modo sutil o indirecto. Quizá la tendencia a utilizar los servicios de abogados, contadores, economistas y otros especialistas en fachadas verbales mediante convenios relativos a sus tareas y honorarios, y de incorporar a la empresa a aquellos que se encuentran en estas condiciones, representa en parte un esfuerzo por asegurarse su discreción; cabe suponer que, una vez que los especialistas en fachadas verbales llegan a formar parte de la organización, se emplean nuevos métodos para asegurar su fidelidad. El hecho de hacerlos ingresar en ella, e incluso en el propio equipo, ofrece asimismo mayor garantía de que emplearán y aplicarán sus habilidades en provecho de la actuación de la empresa y no para promover enfoques encomiables —pero no pertinentes—, tales como un análisis equilibrado o la presentación de datos teóricos interesantes para su auditorio profesional.19
Es preciso considerar, además, una variedad del rol del especialista, el del «especialista instructor». Los individuos que asumen este rol tienen la compleja tarea de enseñar al actuante cómo producir una impresión conveniente, desempeñando, al mismo tiempo, el papel del futuro auditorio, e ilustrando mediante penalidades las consecuencias de una actuación impropia. En nuestra sociedad, los padres y maestros constituyen los ejemplos básicos de este rol, así como los sargentos que adiestran e instruyen a los cadetes. Los actuantes suelen sentirse incómodos en presencia del instructor cuyas lecciones aprendieron y dieron por sentadas desde hace mucho tiempo. Los instructores tienden a evocar en el actuante una imagen vivida de sí mismo que él ha reprimido, la auto imagen de una persona empeñada en el difícil y embarazoso proceso de aprendizaje y desarrollo. El actuante podrá llegar a olvidar cuan tonto fue en otros tiempos, pero no puede hacer que el instructor olvide sus torpezas. Como sugiere Riezler acerca de cualquier acto vergonzoso, «si otros lo conocen, el hecho está establecido, y la autoimagen del individuo está fuera de su propio podes de recordar y olvidar».20 Quizá no sea posible adoptar una actitud cómoda y natural con personas que nos han visto detrás de nuestra fachada actual — personas que «nos conocieron cuando»— si al mismo tiempo hay individuos que deben simbolizar la respuesta que nos da el auditorio, y por lo tanto no podemos aceptarlos como deberíamos hacerlo con los antiguos compañeros de equipo. El especialista de servicios constituye, como dijimos, un tipo de persona que no es actuante y que, sin embargo, tiene acceso a las regiones posteriores y a la información destructiva. Una segunda variante es la persona que desempeña el rol de «confidente». Los confidentes son personas a quienes el actuante confiesa sus culpas, detallando libremente el sentido en que la impresión dada durante la actuación fue tan solo una impresión. Por lo general, los confidentes están afuera y solo participan de manera indirecta en las actividades de las regiones anterior y posterior. Así, por ejemplo, es a una persona de este tipo a quien el esposo hará el relato diario de todo cuanto le sucede, de las pequeñas estratagemas que emplea en la oficina, las intrigas, los engaños y los sentimientos inexpresados; y cuando escribe una carta para solicitar, rechazar o aceptar un empleo, esa persona será quien revise el borrador para asegurarse de que la misiva dé exactamente la nota justa. Del mismo modo, cuando ex diplomáticos y ex boxeadores escriben sus memorias, el público lector es transportado detrás de la escena y se convierte así en el diluido confidente de un gran espectáculo, aunque para ese entonces este último haya terminado totalmente.
A diferencia del especialista de servicios, la persona que recibe las confidencias de otra no gana nada con ello; acepta la información sin percibir una remuneración, como una expresión de la amistad, la confianza y el aprecio que el informante siente por ella. Empero, vemos a menudo que los clientes tratan de transformar a los especialistas de servicios en confidentes (quizá como medio de asegurarse su discreción), sobre todo cuando el trabajo del especialista se reduce simplemente a escuchar y hablar, como ocurre en el caso de los sacerdotes y los psicoterapeutas.
Resta considerar un tercer rol. Al igual que los roles del especialista y el confidente, el rol del colega proporciona, a quienes lo desempeñan, cierta información acerca de una actuación a la cual no asisten. Los colegas pueden ser definidos como individuos que presentan la misma actuación al mismo tipo de auditorio pero no participan juntos, como lo hacen los compañeros de equipo, en el mismo lugar y al mismo tiempo, ante el mismo auditorio. Los colegas comparten, por así decirlo, un destino común. El hecho de tener que poner en escena el mismo tipo de actuación los lleva a conocer mutuamente sus dificultades y sus puntos de vista; cualquiera que sea su idioma, terminan por hablar el mismo lenguaje social. Y, si bien los colegas que compiten para conquistar auditorios podrán ocultarse unos a otros algunos secretos estratégicos, no pueden ocultarse totalmente ciertos hechos que esconden ante el auditorio. La fachada que mantienen ante los demás no es necesaria entre ellos; aquí es posible una atmósfera reposada y libre de tensiones.
Hughes expuso recientemente las complejidades de este tipo de solidaridad.
En cualquier esfera de actividad, la discreción es parte del código de trabajo; permite a los colegas intercambiar confidencias concernientes a sus relaciones con otra gente. Entre estas confidencias encontramos manifestaciones de cinismo referidas a su misión, su competencia, las flaquezas propias, las de sus superiores, clientes, subordinados y público en general. Dichas expresiones quitan la carga de nuestros hombros y sirven también como mecanismo de defensa. La tácita confianza mutua descansa en dos presunciones concernientes a nuestros compañeros. La primera es que el colega no interpretará en forma errónea nuestras palabras; la segunda es que no repetirá lo que haya oído a los no iniciados. Para tener la seguridad de que un nuevo colega no interpretará mal nuestras expresiones es necesario desarrollar todo un juego de gestos sociales. El fanático que transforma ese juego de gestos en una verdadera batalla y que toma con demasiada seriedad un simple comienzo de amistad no inspirará confianza, y no es probable que se le confíen esos comentarios superficiales y frivolos acerca del trabajo, o los recelos y dudas del equipo; tampoco podrá aprender esas partes del código de trabajo que solo se comunican por medio de la insinuación y el gesto. No se confiará en él porque, aunque no se avenga con las artimañas, se sospecha que puede ser propenso a traicionar. Para que los hombres puedan comunicarse libre y confiadamente deben ser capaces de dar por sentado muchos de sus sentimientos mutuos. Deben sentirse cómodos cuando están en silencio, así como cuando expresan sus pensamientos.21
Simone de Beauvoir nos brinda una buena exposición de otros aspectos de la solidaridad colegiada; su propósito es describir la situación peculiar de las mujeres, su intención es hablarnos acerca de todos los grupos colegiados:
Las amistades femeninas que logra conservar o crear le serán preciosas, pues tienen un carácter muy diferente de las relaciones que conocen los hombres, quienes se comunican entre sí en función de individuos, a través de ideas y proyectos que les son personales; pero las mujeres, encerradas en la generalidad de su destino de mujeres, se encuentran unidas por una especie de complicidad inmanente. Y lo primero que buscan las unas al lado de las otras es la afirmación del universo que les es común. No discuten opiniones, sino que se hacen confidencias y se dan mutuamente recetas, y así se ligan para crear una suerte de contra universo, cuyos valores se imponen a los valores machos. Una vez que se han reunido encuentran la fuerza suficiente para sacudir sus cadenas, y niegan entonces la dominación sexual de los hombres, confiándose su frigidez y burlándose cínicamente de los apetitos de su macho, o de su torpeza. También rechazan con ironía la superioridad moral e intelectual de su marido y de los hombres en general. Confrontan sus experiencias, y los embarazos, partos, enfermedades de los hijos, enfermedades personales y cuidados caseros se convierten en los hechos esenciales de la vida. Su trabajo no es una técnica; al transmitirse recetas de cocina y procedimientos caseros le dan la dignidad de una ciencia secreta fundada en tradiciones orales.22
Resulta evidente, entonces, por qué los términos usados para designar a nuestros colegas, al igual que los usados para designar a nuestros compañeros de equipo, tienen las características comunes a los endogrupos, y por qué los términos empleados para designar a los auditorios llevan implícito el carácter de los exogrupos.
Es interesante hacer notar que, cuando los miembros de un equipo entran en contacto con un extraño que es, al mismo tiempo, colega, pueden, en forma temporaria, conceder al recién llegado una especie de afiliación protocolar u honorífica en el equipo. Existe un complejo de visita oficial por el cual los miembros del equipo tratan al visitante como si este hubiese establecido de pronto relaciones muy íntimas y duraderas con ellos. Sean cuales fueren las prerrogativas de los asociados, el extraño tiende a recibir todos los derechos de los que gozan los demás. Estas cortesías se otorgan, sobre todo, en los casos en que el visitante y los anfitriones recibieron su entrenamiento en el mismo establecimiento y/o tuvieron el mismo instructor. Los graduados de la misma pensión, la misma escuela profesional, el mismo establecimiento correccional, el mismo colegio o el mismo pueblo proporcionan ejemplos claros. Cuando los «antiguos camaradas» se encuentran puede ser difícil sustentar todo un juego de bromas pesadas, y el abandono de la pose acostumbrada se convertirá en una obligación y en una pose en sí misma, pero quizá sea más difícil adoptar alguna otra postura.
Una implicación interesante de estas sugerencias es que el equipo que actúa en forma constante ante el mismo auditorio representando sus rutinas puede estar, sin embargo, más distante socialmente de este auditorio que de un colega que se pone en contacto con el equipo de manera momentánea. Así, los miembros de la clase media acomodada de la isla de Shetland conocían muy bien a los labriegos vecinos por haber desempeñado ante ellos desde la infancia el rol de representantes de la clase media.
Sin embargo, si un visitante de clase media llegaba a la isla, debidamente presentado y recomendado, podía llegar a tener más intimidad con los miembros de la clase media isleña en el curso de una charla a la hora del té que un campesino durante toda una vida de contacto con sus vecinos burgueses, ya que entre estos el té de la tarde era el trasfondo escénico para las relaciones entre la clase media y los campesinos. Aquí, los primeros se burlaban de los labriegos, y la manera contenida empleada habitualmente en su presencia daba lugar a todo un juego de bromas pesadas. Aquí, los miembros de la clase media enfrentaban el hecho de ser similares a los labriegos en aspectos fundamentales, y diferentes de ellos en algunos aspectos desventajosos, todo ello con una jovialidad secreta insospechada para la mayoría de los campesinos del lugar.23 Se puede señalar que la buena voluntad que un colega otorga protocolarmente a otro se asemeja a un ofrecimiento de paz del tipo «Ustedes no nos delaten y nosotros no los delataremos a ustedes». Esto explica por qué los médicos y los tenderos suelen conceder atenciones profesionales o reducciones de precios a aquellos que en cierto sentido están vinculados con el gremio. En este caso, estamos frente a una especie de soborno de esos individuos que están suficientemente bien informados para convertirse en soplones. La naturaleza de la relación entre colegas nos permite comprender algo acerca del importante proceso social de endogamia por el cual una familia de determinada clase, casta, ocupación, religión o grupo étnico tiende a restringir sus vínculos matrimoniales a las familias del mismo status. Las personas que se vinculan por lazos afines se encuentran en una posición desde la cual pueden verse mutuamente detrás de sus respectivas fachadas; esto es siempre embarazoso, pero es menos molesto si los recién llegados ofrecen entre bastidores el mismo tipo de representación y tienen acceso a la misma información destructiva. Un matrimonio impropio introduce en el trasfondo escénico y en el equipo a alguien que debería haber quedado afuera, al menos confinado en el auditorio.
lis preciso advertir que personas que son colegas en un terreno y, en consecuencia, mantienen relaciones de familiaridad recíproca, pueden no serlo en otros aspectos. Hay quienes piensan que el colega que en otros aspectos de su vida es un hombre de poder o status inferior puede tratar de sobreextender sus pretensiones de familiaridad y amenazar la distancia social que debería mantenerse entre ellos sobre la base de los demás status. En la sociedad norteamericana, las personas de clase media pertenecientes a grupos minoritarios de status bajo son amenazadas frecuentemente de este modo por las exigencias de sus hermanos de clase inferior. Como sugiere Hughes respecto de las relaciones interraciales entre colegas: El dilema surge del hecho de que, si bien es nocivo para la profesión dejar que los legos adviertan grietas en sus filas, puede ser perjudicial para el individuo estar asociado, a la vista de sus pacientes reales o potenciales, con personas —incluso colegas— de un grupo tan menospreciado como el de los negros. El camino utilizado para eludir el dilema es evitar los contactos con el profesional negro.24
De modo similar, los empleadores que pertenecen manifiestamente a un status de clase inferior, como en el caso de algunos administradores de estaciones de servicio de Estados Unidos, descubren a menudo que sus empleados esperan que todo el funcionamiento sea conducido a la manera de las actividades que se desarrollan entre bastidores y que las órdenes y directivas sean dadas en tono de súplica o de broma.
Este tipo de amenaza se acentúa, desde luego, por el hecho de que los que no son colegas pueden simplificar de modo análogo la situación y juzgar al individuo, en gran medida, por los colegas a quienes frecuenta. Pero, una vez más, son problemas que no se pueden explorar exhaustivamente a menos que cambiemos el punto de referencia de una actuación a otra. Así como hay algunas personas que ocasionan dificultades por dar demasiada importancia al espíritu de cuerpo, otras causan inconvenientes al adoptar la actitud inversa. Siempre es posible que un colega desafecto se convierta en un re negado y revele al auditorio los secretos de la actuación que sus antiguos compañeros aún siguen escenificando. Cada rol tiene sus clérigos que colgaron los hábitos y que nos cuentan lo que sucede en el monasterio, y la prensa mostró siempre el más vivo interés por estas confesiones y revelaciones escandalosas. Así, el médico describirá en letras de molde cómo sus colegas se reparten los honorarios, se roban mutuamente los pacientes y se especializan en operaciones innecesarias que requieren el tipo de instrumenta que brinda al paciente una exhibición médica dramática cambio de su dinero.25 Según la terminología de Burke, nos suministra de este modo información acerca de la «retórica de la medicina».
Aplicando esta afirmación a nuestros propósitos, podríamos observar que incluso el instrumental del consultorio médico no solo debe ser juzgado por su utilidad diagnóstica sino también por la función que tiene en la retórica de la medicina. Sea cual fuere su finalidad como instrumental científico, también llama la atención por su apariencia; y si un hombre ha sido sometido a una serie exagerada de golpeteos, escrutinios y auscultaciones con la ayuda de diversos aparatos, medidores y dispositivos se sentirá contento de haber participado en calidad de paciente en una actividad histriónica de esa índole aunque no se le haya hecho nada concreto, mientras que podría considerarse defraudado si se le proporciona una cura real, pero sin pompa ni aparatos ostentosos.26
En un sentido muy limitado, siempre que se permite que una persona que no es colega se convierta en confidente, alguien habrá tenido que actuar como renegado. Los renegados suelen adoptar una posición moral, y afirman que es preferible ser fieles a los ideales del rol que a los actuantes que se presentan falsamente asumiendo dicho rol. Un tipo distinto de desafecto tiene lugar cuando un colega «se pasa al otro bando», o no se mantiene al nivel de los demás, sin tratar de preservar el tipo de fachada que sus colegas o el auditorio, inducidos por su autorizado status, esperan de él. Se dice que tales desviados «defraudan a su equipo». Así, los habitantes de la isla de Shetland, en un esfuerzo por presentarse como granjeros progresistas ante los visitantes del mundo exterior, miraban con hostilidad a los pocos labriegos a quienes aparentemente no les preocupaba el problema, y se negaban a afeitarse o a lavarse, a construir un jardín delantero o a reemplazar el techo de paja de su cabaña por otro tipo de techo menos simbólico del status del campesino tradicional. Del mismo modo, en Chicago existía una organización de veteranos de guerra ciegos que, firmes en su actitud de no aceptar un rol digno de compasión, recorrían la ciudad a fin de controlar a los compañeros ciegos que defraudaban al equipo pidiendo limosna en la calle.
Agreguemos una acotación final acerca del rol del colega. Hay algunos agrupamientos de colegas cuyos miembros raras veces son considerados responsables del buen comportamiento mutuo. Así, las madres constituyen, en cierto sentido, un agrupamiento de colegas, y sin embargo las fechorías de una de ellas, o sus confesiones, no parecen afectar mayormente el respeto que se otorga a los demás miembros. Por otra parte, hay agrupamientos de colegas de carácter más corporativo, cuyos miembros están identificados tan estrechamente ante los ojos del público que la buena reputación de uno de ellos depende del buen comportamiento de los demás. Si un miembro del grupo se halla en situación comprometida y causa un escándalo, todos los compañeros pierden, en cierta medida, la estimación del público. Como causa y efecto de dicha identificación descubrimos con frecuencia que los miembros del grupo están formalmente organizados en una colectividad única, que asume la repre- sentación de los intereses profesionales del grupo y la facultad de castigar a todo miembro que amenace con desacreditar la definición de la situación propuesta por los otros miembros. Resulta evidente que en este caso los colegas constituyen una especie de equipo, el cual difiere de los equipos corrientes por cuanto los miembros de su auditorio no se hallan mutuamente en contacto directo e inmediato y deben comunicarse unos a otros sus respuestas cuando las representaciones que vieron ya no se desarrollan ante sí. De manera similar, el que reniega de sus colegas es, en cierto sentido, una suerte de traidor o desertor. Las implicaciones de estos hechos acerca de los grupos de colegas nos obligan a modificar ligeramente el marco original de las definiciones. Debemos incluir un tipo marginal de auditorio «débil», cuyos miembros no se encuentran en contacto directo mutuo durante la actuación, pero que eventualmente mancomunan sus respuestas ante la actuación que presenciaron en forma independiente. Los agrupamientos de colegas no son, por supuesto, los únicos conjuntos de actuantes que tienen auditorios de este tipo. Por ejemplo, en cualquier país, el Departamento de Estado o el Ministerio de Relaciones Exteriores puede dictar y comunicar la línea política oficial a los diplomáticos que se hallan diseminados por todo el mundo. Es evidente que, por el mantenimiento estricto de esta línea y por la íntima coordinación del carácter y la sincronización de sus acciones, los diplomáticos funcionan, o están destinados a funcionar, como un equipo único que escenifica una actuación única de alcance mundial. Pero en tales casos, como es natural, los diversos miembros del auditorio no están mutuamente en contacto directo e inmediato.
ÍNDICE
Confianza en el papel que desempeña el individuo
Fachada
Realización dramática
Idealización
El mantenimiento del control expresivo
Tergiversación
Mistificación
Realidad y artificio
5. Comunicación impropia Tratamiento de los ausentes
Conversaciones sobre la puesta en escena
Connivencia del equipo
Realineamiento de las acciones
6. El arte de manejar las impresiones
Prácticas y atributos defensivos
1. Lealtad dramática
2. Disciplina dramática
3. Circunspección dramática
Prácticas protectoras
El tacto con relación al tacto
El marco de referencia El contexto analítico
Personalidad - Interacción - Sociedad
Comparaciones y estudio
La expresión cumple el papel de transmitir las impresiones del «sí mismo»
La puesta en escena y el «sí mismo»
NOTAS
4. ROLES DISCREPANTES
1 Cf. el análisis de Riesman sobre el «vaticinador» que posee informes de primera mano, The Lonely Crotvd, New Haven: Yale Uni-versity Press, 1950, págs. 199-209. 2 Informado por Harold L. Wilensky, «The Staff "Expert": A Study of the Intelligence Function in American Trade Unions», tesis inédita de doctorado, Universidad de Chicago, Departamento de Sociología, 1953, cap. vil.
3 Hans Speier, Social Order and the Risks of War, Glencoe: The Free Press, 1952, pág. 264.
5 David Maurer, «Carnival Cant», en American Speech, vi, pág. 336. 5 P. W. White, «A Círcus List», en American Speech, i, pág. 283.
6 W. Fred Cottrell, The Railroader, Stanford: Stanford University Press, 1940, pág. 87.
8 J. M. Murtagh y Sara Harris, Cast the First Stone, Nueva York: Pocket Books, Cardinal Edition, 1958, pág. 100; págs. 225-30.
10 Véase Fritz Roethlisberger, «The Foreman: Master and Victim of Double Talk», en Harvard Busmess Review, xxiii.
11 Véase un tratamiento más exhaustivo del rol en Erving Gofftnan, «Communication Conduct in an Island Community», tesis inédita de doctorado, Universidad de Chicago, Departamento de Sociología, 1953, cap. xvi.
13 Mrs. Trollope, Domesíic Manners of the Americans, Londres: Whittaker, Treacher, 1832, 2 vols, vol. n, págs. 56-57.
15 Véase Ray Gold, «The Chicago Fiat Janitor», tesis inédita de licenciatura, Universidad de Chicago, Departamento de Sociología, 1950, esp. cap. iv, «The Garbage».
17 William Westley, «The Pólice», tesis inédita de doctorado, Universidad de Chicago, Departamento de Sociología, 1952, pág. 131.
18 Estudio del autor sobre el hotel Shetland.
20 Dev Collans, con la colaboración de Steward Sterling, I Was a House Detective, Nueva York: Dutton, 1954, pág. 156.
21 E. C. Hughes y Helen M. Hughes, Where PeopJe Meet, Glencoe, 111.: The Free Press, 1952, pág. 171.
23 Estoy agradecido a McKim Marriott por este y otros datos sobre la India, y por sus sugerencias en general.
25 Anthony Weinlein, «Pharmacy as a Profession in Wisconsin», tesis inédita de licenciatura, Universidad de Chicago, Departamento de Sociología, 1943, pág. 106.
27 William H. Hale, «The Career Development of the Negro Lawyer», tesis inédita de doctorado, Universidad de Chicago, Departamento de Sociología, 1949, pág. 72.
29 Se espera que al incorporar a la organización al especialista en frentes verbales, este reúna y presente los datos de manera que presten el máximo de apoyo a las actuaciones del equipo. Los hechos del caso serán por lo común una cuestión incidental, un mero ingrediente que debe ser considerado junto con otros, tales como los probables argumentos que esgrimirán los antagonistas del equipo, la predisposición del público global cuyo apoyo el equipo podría querer atraerse, los principios que las personas comprendidas se sentirán obligadas a sustentar de labios para afuera, etc. Es interesante observar que el individuo que ayuda a reunir y formular el conjunto de hechos utilizados en la representación verbal de un equipo puede ser empleado, asimismo, en la tarea muy distinta de presentar o transmitir este frente en persona al auditorio. Es la diferencia que existe entre escribir el guión de la ceremonia para una función, y representar esa ceremonia en la función. Esto entraña un dilema potencial. Cuanto mayor es la influencia que puede ejercerse sobre el especialista para que haga caso omiso de sus normas profesionales y solo tome en cuenta los intereses del equipo que solicita sus servicios, más útiles podrán ser los argumentos que formula para dicho equipo, pero cuanto mayor sea su fama como profesional independiente que solo se interesa por la formulación equilibrada de los hechos del caso, será tanto más eficaz cuando aparezca ante el auditorio y presente sus resultados. Una fuente muy rica de datos sobre estas cuestiones se encontrará en Wilensky, op. ctt.
31 Kurt Riezler, «Comment on the Social Psychology of Shame», en American Journal of Soctology, xlviii, pág. 458.
33 Hughes y Hughes, op. cit., págs. 168-69.
35 Simone de Beauvoir, The Second Sex, trad. al inglés por H. M.Parshley, Nueva York: Knopf, 1953. (El segundo sexo, trad. al castellano por Pablo Palant, Buenos Aires: Psique, 1954, págs. 368-69.)
36 Los miembros de la clase media de la isla discutían a veces cuan difícil sería el trato social con los campesinos del lugar, puesto que no había entre ellos intereses comunes. Si bien los integrantes de la clase media demostraban tener bastante penetración para prever lo que ocurriría si un labriego fuera a tomar el té con ellos, parecían tener menos conciencia del hecho de que el esprtt de la hora del té dependía de que hubiera campesinos a quienes no se podía invitar.
38 Hughes y Hughes, op. cit., pág. 172.
40 Lewis G. Arrowsmith, «The Young Doctor in New York», The American Mercury,
xxii, págs. 1-10.
41 Kenneth Burke, A Rethoric of Motives, Nueva York: Prentice-Hall, 1953, pág. 171.
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Erving Goffman: La presentación de la persona en la vida cotidiana (1959) |
Amorrortu editores Buenos Aires
Director de la biblioteca de sociología, Luis A. Rigal
The Presentation of Self in Everyday Life, Erving Goffman Primera edición en inglés, 1959
Traducción, Hildegarde B. Torres Perrén y Flora Setaro
Lee los demás capítulo de La presentación de la persona en la vida cotidiana
5. Comunicación impropia Tratamiento de los ausentes
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