Mario Bunge: Complicar (100 Ideas. El libro para pensar y discutir en el cafe, 2006)
Complicar
Mario Bunge
Juzo Itami, el gran cineasta japonés, declaró una vez: "Yo no quiero hacer filmes difíciles. Quiero hacer filmes interesantes sobre asuntos difíciles". Lo logró tan bien, que la mafia se vengó de su sensacional película El gentil arte de la extorsión japonesa, tajeándolo hasta desfigurarlo.
Hay textos difíciles de entender porque tratan de asuntos complicados. Éste es el caso de la matemática superior, de la física teórica y de la biología molecular. Sin embargo, aun en estos casos hay algunas mentes claras capaces de exponer algunas ideas esenciales de manera relativamente sencilla.
Ejemplos clásicos son los diálogos de Galileo, los Nuevos ensayos de Leibniz, las Cartas a una princesa, de Leonhard Euler, los escritos populares de Henri Poincaré y La física, aventura del pensamiento, de Einstein e Infeld. Otro, injustamente olvidado, es la Introducción a la matemática superior, del matemático hispanoargentino Julio Rey Pastor.
Pero no nos hagamos ilusiones: es muy poca la ciencia divulgable. Por ejemplo, se puede decir que un haz luminoso está compuesto de fotones o unidades luminosas, los que en algunos aspectos se parecen a bolitas. Por ejemplo, en el vacío se propagan en línea recta y ejercen presión al incidir sobre un espejo. Pero en otros aspectos los fotones también se parecen a ondas. En particular, se difractan al pasar por ranuras. Más aún, cuanto más resalta su aspecto ondulatorio, tanto más se esfuma su aspecto corpuscular. No debiera de extrañar, pues, que la teoría de los fotones, los que figuran entre las cosas más simples del mundo, sea matemáticamente tan complicada que no pueda traducirse a palabras.
La ciencia es complicada porque la realidad es compleja.
Esto ya lo sabía Alfonso X el Sabio, quien hace siete siglos declaró que si el Señor lo hubiese consultado antes de emprender la Creación, él le habría recomendado algo más sencillo. Y eso que el ilustrado monarca y los demás europeos de su tiempo ignoraban casi todo lo poco que habían descubierto e inventado los antiguos griegos y conservado los árabes.
¿Cómo habría reaccionado ese gran protector del saber si le hubieran mostrado un cálculo cuántico, la secuencia de un gene, o la matriz insumo-producto de una economía nacional? En cambio, la complicación de algunos textos es artificial: no se debe a la complejidad o profundidad del asunto, sino a la oscuridad o confusión del autor. Ejemplo tomado al azar de La crisis de las ciencias europeas, de Edmund Husserl, el fundador de la fenomenología y maestro de Heidegger: “Como ego primigenio, yo constituyo mi horizonte de otros trascendentales como cosujetos dentro de la intersubjetividad trascendental que constituye el mundo".
Por si quedara duda, Husserl aclara dos páginas después: «El “yo” inmediato, que ya perdura en la esfera primordial perdurable, constituye en sí mismo a otro como otro. La auto-temporalización mediante la depresentación, por decirlo así (a través del recuerdo), tiene su análogo en mi auto-enajenación (empatía como una depresentación en un nivel superior, depresentación de mi presencia primigenia meramente presentificada». ¡Qué galimatías! Lo mismo vale, con mayor razón, para los escritos existencialistas, particularmen28 te los de Heidegger y sus imitadores franceses, de Sartre a Derrida. Todos estos textos se ajustan a la regla: "Cuando no tengas nada que decir, dilo en difícil, y los incautos lo tomarán por profundo".
En un vano esfuerzo por entender a sus maestros, los discípulos de esos escritores herméticos dirán que "interpretan" el original. No advierten que toda "interpretación" de un texto oscuro es una nueva redacción
Y que, puesto que no hay reglas explícitas para efectuar tales "interpretaciones", todas ellas son arbitrarias. Dicho en porteño: si el texto original es macaneo, cada una de sus "interpretaciones" (en particular las traducciones) es metamacaneo.
También hay literatos que escriben en difícil y se dan el lujo de enojarse porque nadie los lee. No se han enterado de que la mayoría de los lectores de obras de ficción leen para distraerse, entretenerse o descansar después de una jornada de trabajo, o en viaje por motivos de trabajo. A menos, claro está, que se trate de profesores de literatura convencidos de que su tarea no es hacer entender y gustar los clásicos, sino aburrirnos con análisis de minucias que sólo sirven para conseguir diplomas, nombramientos o ascensos.
A quien pasa el día resolviendo problemas no le queda energía para ponerse a descifrar textos enigmáticos al fin del día. Si uno quiere no entender un asunto, le basta abrir una revista científica o técnica tomada al azar: en esas páginas (o pantallas) encontrará complejidad inevitable y, por tanto, honesta. Hay reglas explícitas para interpretar las fórmulas científicas y técnicas, de modo que sus estudiosos pueden entenderlas y entenderse entre sí. ¿Que cuesta? Es claro. Todo lo que vale cuesta (pero la recíproca es falsa). La historia del conocimiento, sea científico, técnico o humanístico, es una marcha ascendente de lo sencillo a lo complicado. La solución de un problema interesante suele sugerir nuevos problemas y, además, suele suministrar herramientas para abordar otros problemas.
Pero, cuando se ubre o inventa una idea profunda, suele unificarse un conjunto de conocimientos que inicialmente se dieron desconectados. Y de este modo el campo de investigación se simplifica en algún aspecto.
Es así como el concepto de átomo unificó la química y el de evolución unificó la biología. En resumen, la realidad es complicada, pero no hay por qué complicar necesariamente el discurso sobre ella. A menos que se quiera hacer pasar lo trivial u oscuro por profundo o complejo, imitando al refinado germano que preguntaba: ¿Para qué hacerlo sencillo si se lo puede complicar?
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100 Ideas (2006)
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